HAY QUE CONTENER LA EXPANSIÓN DEL FASCISMO (I)

23 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

He elegido para este y los próximos posts un título deliberadamente ambiguo. No me refiero a la actualidad. Tampoco deseo entrar si hay hoy fascismo o alguna extraña mutación de esta fracasada ideología. Me refiero al de los años treinta del pasado siglo. Aunque está estudiado exhaustivamente, con cierta periodicidad salen libros y artículos que abordan nuevas facetas, reelaboran los conocimientos adquiridos y escudriñan rincones todavía oscuros. La contención del imperialismo fascista planteó grandes interrogantes en aquel período y enormes desafíos a las políticas de las democracias occidentales pero también a las de la Unión Soviética. Las primeras han sido investigadas pormenorizamente, si bien no de manera exenta de evidentes sesgos. Las segundas lo han sido mucho menos. La interacción entre ambas siempre se ha resentido del acceso libre a los antiguos archivos soviéticos pero también del enfoque ideológico de numerosos historiadores occidentales. En el caso de España no hay sino que remitirse a Bolloten, Payne y a su escuela.

Captura de pantalla 2016-02-20 a la(s) 11.06.32Afortunadamente hace unos meses se ha publicado en el mundo anglosajón por Yale University Press (YUP) un libro excepcional. Extraordinario. YUP ha dado a conocer numerosas obras documentales que han aclarado aspectos esenciales de la política soviética, interna y externa. Pinchó de forma estrepitosa con el libro dedicado a la guerra civil española, dejado en manos de unos cuantos autores liderados por el profesor Ronald Radosh, excomunista o casi y posteriormente renegado activista. El pinchazo no fue tanto por los documentos mismos, que no fueron numerosos, sino por la interpretación, los comentarios y el hilo argumental que intentó trabarlos. Incidentalmente, en los países de habla inglesa consiguió numerosas y gratificantes reseñas, académicas y periodísticas. En España, muy pocas y de fuentes de probadas anteojeras ideológicas. Una casualidad.

Hablamos de hace unos quince años. Ahora YUP se ha redimido con la publicación de la versión abreviada de los diarios de Ivan Maiski, embajador en el Reino Unido entre 1932 y 1943. Lo ha hecho en una edición sumamente cuidada a cargo del profesor Gabriel Gorodetsky de la Universidad de Oxford. Se trata de un sovietólogo eminente, de trayectoria académica brillante y que ha dedicado años a la tarea de comentar, situar y elucidar el contenido de dichos diarios.

La versión abreviada no es corta. Tiene casi 600 páginas que son, en general, oro puro. Está prevista la publicación en tres volúmenes de los diarios completos con el necesario aparato crítico que en el libro que aquí se comenta está reducido al mínimo necesario para que no se pierdan sus, es de esperar, numerosos lectores que ni son especialistas ni están decididos a invertir la suma que presumiblemente necesitarían para adquirirlos.

La contraportada del libro lleva comentarios firmados por Paul Kennedy, Niall Ferguson, Antony Beevor y Richard Overy. Todos reconocen el gran valor de esta edición abreviada. En dos de ellas se ha deslizado alguna pequeña puya (no en vano, afirmaba un dicho muy querido del corresponsal de Le Monde en Moscú en los años setenta, Michel Tatu, nunca se era suficientemente antisoviético). Yo me quedo con la de Kennedy: «¡Asombroso! … Quizá el mejor diario político del siglo XX». No estoy en condiciones de aceptar sin más tal afirmación. Hay muchos otros diarios que podrían también optar a tal calificativo, pero en cualquier caso es significativa.

Maiski no es un desconocido para los historiadores de la guerra civil española. En su condición de embajador en Londres fue el representante soviético en el Comité de No Intervención y publicó en ruso una pequeña monografía que se tradujo al inglés con el título de Spanish Notebooks y también al español (Cuadernos españoles). Esta última, y supongo que también la primera, por la editorial Progreso en Moscú. También publicó unas memorias, muy adaptadas a las exigencias de la censura soviética, que se tradujeron inmediatamente al alemán y al inglés. En este caso creo que solo para el período de la segunda guerra mundial. Tras dejar el servicio diplomático al final de la contienda pasó a la Academia de Ciencias. Dedicado a la historia impulsó, entre otros aspectos, el interés por España. Una de sus discípulas fue la conocida hispanista Svetlana Pozhárskaya. Casi al final de la dictadura estalinista fue condenado a seis años de prisión «por espionaje». Se le rehabilitó totalmente en 1955.

Gorodetsky ha tenido la fortuna de trabajar sobre los diarios originales de Maiski, conservados en el archivo del Ministerio ruso de Relaciones Exteriores, y con el permiso de los herederos. Ha invertido más de diez años. No es de extrañar que haya levantado un monumento a Maiski pero, si se me permite la expresión, también a sí mismo y al valor de la investigación académica, más necesaria que nunca en temas que siguen siendo altamente sensibles. Tras haber editado quien esto escribe las memorias de la posguerra civil de Pablo de Azcárate y las de los comienzos de la guerra misma de Francisco Serrat, no tengo inconveniente alguno en postrarme simbólicamente ante Gorodetsky. Solo quien ha editado memorias complicadas tiene idea del inmenso trabajo que conllevan.

Me apresuro a señalar que ni España ni la guerra civil figuran en lugar prominente en esta versión abreviada. No sé si aparecerán, al menos en lo que se refiere a la segunda, en la versión completa. La edición de YUP está pensada, esencialmente, para el mundo de habla inglesa.

Así, por ejemplo, se explica que el lector anglosajón no identifique con facilidad el significado de las idas y venidas de Maiski durante los años de la segunda guerra mundial a Bovingdon, un pueblo al noroeste a unos 60 kms de Londres y en el que residió Juan Negrín. Maiski solía ir a verle los domingos y fue tras hablar largo y tendido con Juan Negrin cuando prácticamente le cogió la noticia del ataque nazi a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Le llegó a las 8 de la mañana el día siguiente. Por cierto que, como muestra de una cierta insularidad, las páginas dedicadas a Bovingdon, que es fácil localizar en la red, no indican nunca, entre los residentes famosos del pueblo, al expresidente del gobierno republicano.

Maiski tuvo ocasión en los años de su larguísima embajada en Londres de penetrar profundamente en la vida política, diplomática, cultural y social inglesa. Su relación con los políticos, periodistas, intelectuales y medios económicos más influyentes fue intensísima. En una ocasión, cuando las purgas soviéticas se cebaron en los cuadros del Ministerio de Asuntos Exteriores y el servicio diplomático quedó prácticamente descabezado, una de las nuevas estrellas ascendentes en la central moscovita (y luego, en 1943, su sucesor en Londres), criticó severamente los métodos de trabajo de Maiski. Era el director general para Europa Occidental, nada menos. Ordenó a principios de 1940, ¡pásmese el lector!, que restringiera sus contactos a los funcionarios británicos de más alto nivel y que obtuviera sus informaciones de la prensa y de la radio. Como suena. Gorodetsky reproduce algunos extractos de la «pequeña» lección sobre diplomacia en el Reino Unido que le impartió Maiski. Para poder hacer algo, era preciso, indicó, conocer bien por lo menos a un centenar de diputados de los distintos partidos. A ellos habría que añadir otros cuatrocientos más de diversos ámbitos de la vida política, diplomática, mediática, económica, militar, etc.

Y todo ¿para qué? Para suministrar a los servicios centrales el mínimo de información necesario para que juzgasen la situación y perspectivas de la política británica. Algo que solo podía hacer un embajador muy bien enterado y apoyado por los diversos miembros de su misión.

¿Y cuál fue el objetivo de Maiski? Mejorar las relaciones bilaterales, influir lo más posible en la política británica, evitar que los servicios centrales cometieran pifias y limar las inmensas dificultades que se interponían en tal tarea.

El resultado es un libro esencial para conocer ciertas interioridades de la política exterior soviética en la época de Stalin y las percepciones que un analista inteligente pudo extraer de sus contactos íntimos con una muestra amplia de la élite británica en aquellos años de expansión, aparentemente imparable, del fascismo.

Seguirá.

¿UN MINISTERIO AMABLE? El Ministerio de la Gobernación, ese desconocido (y II)

16 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Con los presupuestos conceptuales evocados en el post anterior cualquier lector estará anhelante por conocer cómo se autoretrata dicho Ministerio en dos etapas que no fueron amables: la guerra civil y la dictadura franquista. Lo que destaca, ante todo, es una pretendida voluntad de equidistancia. La historia se esboza en términos formales y en omisiones glamorosas. Ya se sabe, una historia oficial -u oficiosa- debe ser rigurosamente «objetiva». Así, por ejemplo, se habla del «bando republicano» y del «bando nacional», pero no tema el lector. En alguna ocasión también hay referencias al «Gobierno legítimo de la República» y el contrario recibe el adjetivo de «denominado». ¿Quién lo desnominaría?

Captura de pantalla 2016-02-05 a las 11.03.24La voluntad de «objetividad» alcanza extremos desusados. Por ejemplo, no se afirma en ningún momento que los servicios de seguridad republicanos estuvieran controlados ya fuese por los malvados comunistas o los sicarios de Stalin. ¡Caramba! Esto sí que es una sorpresa porque tales afirmaciones forman parte integral de las autojustificaciones franquistas y de la controversia intra-republicana. ¿No lo dijeron y repitieron hasta la saciedad anarquistas y poumistas? Entre otros. La cuestión quizá se explique, en términos puramente formales, porque en justa correspondencia la historia del Ministerio omite toda referencia a la penetración nazi-fascista en la España «nacional» y, sobre todo, en los cuerpos de seguridad del «nuevo Estado».

Item más. La guerra es la guerra es la guerra pero en el caso de esta apasionante historica casi aparece como un picnic. ¿Quién habla de violencia en ella? ¿Qué fue eso de la represión? Rien de rien. A lo sumo pequeñas divergencias entre españoles que, eso sí, compartían gustos comunes como los toros, el cine y el fútbol. A veces, no puede evitarse, aparece la referencia al carácter fratricida de la contienda pero aun así había hermanos que se escribieron cartas en el curso de la misma, por ejemplo los Machado. Sobre las razones de la explosión, el desarrollo, la duración, tampoco rien de rien.

Una pequeña decepción la ofrece el golpe de Casado. Parecería que hubiese sido el resultado de una actitud casi patriótica para lograr un acuerdo entre militares que limitase las anunciadas represalias de los vencedores y, ¡qué espíritu nacional!, «evitar el intento del Gobierno de Negrín de prolongar el conflicto hasta enlazarlo con la inmediata conflagración europea» (p. 141). ¡Una intención muy, pero que muy aviesa!

Por cierto, si no hay la menor referencia a la represión tampoco la encontrará el lector al carácter internacional de la guerra. Los españoles parece que se dieron de mamporros ellos solitos. Y, además, absurdamente.

Las mejores perlas se dejan, claro está, para la dictadura. Sí, se utiliza este término pero, tampoco tema el lector, no se la adjetiva salvo en una ocasión. ¿Por qué? Porque, en el fondo, de lo que se trató era de crear «una especie de versión española del antiguo ideal alemán del Estado administrativo autoritario basado en el Derecho» (p. 149). Ni Linz lo hubiese expresado mejor. ¿Imitación foránea? Sí, un pelín, pero a lo Bismarck. El lector no debe pensar en regímenes abominables como los nazi-fascistas. Franco, eso sí, se esforzó mucho. ¿Para qué? Pues para «presentar al régimen como un sistema limitado de Gobierno sometido a Derecho y a no llamarlo «dictadura» sino «democracia popular orgánica» (DPO).

Admire el lector cómo los historiadores del Ministerio del Interior han descubierto un nuevo concepto. La única DP que he conocido un pelín fue la denominada República Democrática Alemana y no me suena que a ningún tratadista se le ocurriera añadirle la O. Puede ser ignorancia supina. O no. En cualquier caso felicito efusivamente al equipo del ministro Fernández Díaz por haber efectuado una percée conceptual que habrá, cuando se conozca mejor, de dejar admirados a centenares de historiadores, sociólogos y politólogos. Ahora bien, reconozcamos, objetivamente, que los autores son conscientes de que Franco no respondía «ante instituciones jurídico-políticas de raíz y composición democráticas».

En realidad, los funcionarios del Ministerio del Interior bajo el PP blanquean todo lo que pueden. Destaca un ejemplo antológico al aludir a la famosa ley de 8 de marzo de 1941 sobre reorganización de los cuerpos de seguridad en una tríada compuesta por el General de Policía, el de Policía Armada y de Tráfico y el Instituto de la Guardia Civil. Al lector despistado no le sorprenderá demasiado, sobre todo si recuerda a los escasamente añorados «grises». Hay que acudir al BOE (8 de abril del mismo año) para saber lo que había detrás: nada más, ni nada menos, que un planteamiento fundamental establecido por tan augusta disposición.

A saber, «la victoria de las armas españolas, al instaurar un Régimen que quiere evitar los errores y defectos de la vieja organización liberal y democrática, exige de los organismos encargados de la defensa del Estado una mayor eficacia y amplitud». En consecuencia, la «nueva policía española» debía realizar «una vigilancia permanente y total para la vida de la Nación que en los Estados totalitarios se logra merced a una acertada combinación de técnica perfecta y de lealtad». Para lo cual, previsoramente, ya en 1938 se habían firmado acuerdos de cooperación con la Gestapo y las SS, sin duda hábiles transmisores de técnicas apropiadas y «profesionales» en consonancia con aquellos tiempos que, ¡oh, cielos!, desaparecen en la historia presentada por el ministro Fernández Díaz.

Los alemanes indican esta forma de proceder de hablar a través de las flores. Es una técnica que, al parecer, no se ha olvidado en la capital madrileña. El terrorismo etarra se configura como «independentismo radical vasco» (p. 163), aunque el sustantivo indicado aparece como tal o en forma adjetivada en otras ocasiones. No creo que sea una manifestación de «corrección política».

Una perla mucho más blanca y valiosa. ¿Qué pasa con la inolvidable Brigada Político-Social (BPS), lo más parecido a la Gestapo que nunca ha habido en España? Pues que solo se la menciona una única vez, mal y de tapadillo. En la misma página, al indicar que la actividad terrorista se inició en agosto de 1968 «con el asesinato del jefe de la Brigada Social de Guipúzcoa». ¡Pobre hombre! Claro que no se le identifica con su nombre, no sea que entre la vieja generación evoque recuerdos amargos. Se llamaba Melitón Manzanas, de profesión torturador. Se le concedió, por cierto, a título póstumo una medallita como víctima de ETA.

Sobre los comisarios y jefes de la BPS (Yagüe, Blanco, los hermanos Creix, Billy «el niño», etc.) existe ya una abundante literatura pero sus servicios al Ministerio de la Gobernación de la época hoy ya no se hacen valer. Sic transit….

En definitiva, debemos saludar alborozados la demostración de la probidad investigadora, del celo por la objetividad y de la capacidad de eliminar aspectos hoy no del todo agradables. Esperemos que bajo un nuevo equipo ministerial en los próximos años los funcionarios del Ministerio del Interior hagan algún esfuercillo adicional para poner la historia de tan importante organismo en consonancia con la relevante historiografía, teniendo en cuenta que la opinión pública parece tener en mayor estima hoy a los policías y guardias civiles que a los políticos que los mandan.

¡Ah! No he logrado resolver una duda existencial. Aquel paradigma de insigne servidor del Estado que fue el durísimo ministro de la Gobernación Don Blas Pérez González, ¿llegó a ser presidente del Tribunal Supremo? No me suena, a pesar de haber sido catedrático de Derecho Civil y miembro del glorioso cuerpo jurídico militar. En realidad no es cierto, pero es lo que, en una finta final, se afirma en esta curiosa historia (p. 153). No quiero pensar que tenga mucha importancia porque después de algunas de las omisiones e interpretaciones creativas que he identificado en estos dos posts un tanto apresuradamente, un errorcillo factual de tal porte no significa mucho. ¿O sí?

ERRORCILLOS CON BENEPLÁCITO DE LA AUTORIDAD Y UN GAZAPITO DEL SEÑOR MINISTRO (I)

9 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Nadie podría pretender que la historia es una ciencia exacta. Sobre su naturaleza se ha discutido largo y tendido desde la antigüedad clásica. No existe ningún elemento que haga pensar que la discusión haya llegado a un estadio final. Sabemos, eso sí, que la historia no es como la física, las matemáticas o la química. Sin embargo, tampoco es una ocupacioncilla en la que vale todo. Esto, que a mi me parece una verdad de Perogrullo, quizá porque no doy para más, no parece que sea cierto para algunos. Por ejemplo, para el ministro del Interior (que Dios guarde) de este Gobierno en funciones del PP. Y, en mayor medida, para algunos de sus eminentes funcionarios.

Captura de pantalla 2016-02-05 a las 11.03.24Un amigo y colega, cuyo nombre me reservo pero que bucea mejor que yo por los turbulentos meandros de la red, me sugirió ya hace tiempo que echase un vistazo al portal oficial del Ministerio del Interior. Su titular ha bendecido un proyecto que llevaba algunos años dormitando el sueño de los justos y, probablemente eufórico, no ha tenido el menor inconveniente, antes al contrario, en presentar el resultado de las, sin duda, largas investigaciones que subyacen a tal proeza. Le felicito efusivamente por dar su sanción suprema a lo que es, esencialmente, una historia de la evolución burocrática de su Ministerio desde los tiempos si no de Maricastaña sí del nunca olvidado monarca Fernando VII (alias «El Deseado»). Sin olvidar algunos antecedentes. El producto final se encuentra en la siguiente dirección:

http://www.interior.gob.es/documents/642317/4854067/Ministerio_del_Interior_Dos_siglos_de_historia_126150530.pdf/7c72fb1c-daf1-4306-9a09-c40cad7105d2

Sugiero al inteligente lector que le eche un vistazo y, si le parece bien, que me diga si me equivoco mucho en resaltar algunos «errorcillos» relativos al período que menos desconozco, es decir, la República, la guerra civil y el franquismo.

Mi experiencia en la Administración de cerca de 40 años me ha enseñado desde luego que los ministros suelen poner su firma a lo que se les pone por delante en materia de presentaciones. A lo mejor corrigen algo. O nada. A veces ni tienen tiempo de leer las obras a las que honran con su prez y su nombre. Es normal. Para eso están los Gabinetes y los asesores. Como en alguna época ya lejana colaboré en tan modestos menesteres sé de lo que hablo. También he escrito algún que otro trabajo de historia burocrática. Siguen siendo, por lo que sé, de referencia. Naturalmente en ambos casos me preocupé de ensartar la evolución concreta en el marco más amplio en que se desarrolló. Y cuando, en una ocasión, el tiempo apremiaba y no podía empaparme todo lo que debiera del correspondiente contexto no tuve el menor inconveniente en llamar en auxilio a historiadores más conocedores que servidor de los temas en cuestión.

En historia, sobre todo contemporánea, la especialización es de rigor, si es que se quiere decir algo mínimamente novedoso.

Lo primero que sorprende al ojear, con agrado e interés eso sí, la historia del Ministerio del Interior es que al excelentísimo ministro saliente Don Jorge Fernández Díaz su equipillo probablemente haya querido gastarle una pequeña broma. O a lo mejor es que tampoco han leído detenidamente el trabajo para el cual se ha solicitó el superior endoso. Solo así puede comprenderse que bajo la docta firma del señor ministro figure como uno de sus antecesores en el cargo nada menos que una desconocida figura como fue el Dr. Juan Negrín. Véase página 9. Un fallo, claro, lo tiene cualquiera.

La cosa no tendría mayor trascendencia si no fuera por el texto que requiere alguna que otra apostilla. No me detendré demasiado en que el marco general en el que se inserta la evolución burocrática del entonces Ministerio de la Gobernación es harto endeble. La cuestión es que toda historia de lo que los británicos denominan, con acierto, uno de los grandes organismos del Estado («a great Office of the State») ha merecido siempre, en los viejos países europeos, todos los honores. Como los Ministerios de Hacienda, Asuntos Exteriores y Guerra.

En el caso que nos ocupa ese marco general es bastante endeble: sucintas referencias a la conflictividad laboral, al fracaso de la reforma agraria, a la fallida «Sanjurjada», al triunfo de las derechas en las elecciones de 1933, etc. sirven de marco. Sin explicar jamás los porqués. Nos enteramos, eso sí, de que la CEDA quería reformar el sistema desde dentro (p. 131). Pero, ¿en qué sentido? De la época del ministro Salazar Alonso aprendemos que la norma más importante en su gestión fue la aprobación del Código de Circulación. Algunos historiadores han visto más bien que el papel de tan insigne ministro consistió en azuzar a las izquierdas para desmontarlas tan pronto como dieran comienzo su muy anunciada rebelión. Nada de ello es importante. Es mejor hacer recuento de las disposiciones, algo que cualquiera que tenga la paciencia de ojear la Gaceta en Internet o en el socorrido Aranzadi de tiempos pretéritos podría también realizar con sosiego y sin sobresaltos.

Las consecuencias políticas de la «revolución de octubre» ni se mencionan. Incidentalmente, tampoco sus causas pero, claro, el folleto es una historia del Ministerio mas bien de puertas adentro. Con todo no tarda en salir alguna que otra perla. Así, por ejemplo, en la p. 137 leemos que «tras la victoria del Frente Popular el presidente Niceto Alcalá-Zamora fue destituido y se nombró en su lugar a Manuel Azaña Díaz. Este nombró ministro de la Gobernación a Amós Salvador Carreras (del 19 de febrero al 2 de mayo de 1936)». La precisión lingüística no es el fuerte de los autores. pero ¿quién se detiene en tales naderías? Alcalá-Zamora fue, sí, destituído pero no inmediatamente después de las elecciones de 1936, como el lector poco precavido podría pensar leyendo lo que antecede. Tras ellas Don Manuel Azaña fue durante dos meses y pico presidente del Gobierno hasta el 10 de mayo cuando las Cortes le proclamaron presidente de la República. Pelillos a la mar.

¿Cómo se presenta la marcha hacia el estallido de la sublevación? Dentro de una renovada ortodoxia que, por vergüenza, no me atrevo a calificar. Veámoslo en la misma p. 137:

«La inseguridad ciudadana y el deterioro del orden público se sucedían sin que las fuerzas de orden público pudieran impedirlos. En este estado de preguerra se produjo el asesinato del teniente José Castillo destinado en el Cuerpo de Seguridad por extremistas contrarios al régimen. Dos días después sus compañeros atentaron contra Gil Robles, que se salvó, y contra José Calvo Sotelo, que había asumido el papel de jefe de la oposición en el congreso, que resultó muerto. El 18 de julio se produjo la sublevación militar».

O sea que las FOP estaban desbordadas, que había una situación de «preguerra», que algunos desconocidos asesinaron a Castillo, que Gil Robles se salvó (había salido de viaje de Madrid poco antes), que Calvo Sotelo (conspirador compulsivo con los fascistas italianos) ya era jefe de la oposición (¡caramba!) y que, aunque no se afirma, sí se insinúa que la cadena acción-reacción que llevó a la sublevación (venía preparándose desde, por lo menos, el mes de marzo) fue dicho asesinato (técnicamente un homicidio).

Así, pues, subliminalmente se avanza un poco más, en 2015, con respecto a las teorías y construcciones franquistas. Ya no es que la República llevara (¿fatalmente?) a la guerra. Es que en la «primavera trágica» (Ricardo de la Cierva dixit) existía una auténtica situación de preguerra civil.

Así que uno va corriendo a la bibliografía a ver de dónde proceden tales afirmaciones. Hay varios especialistas que han trabajado muy bien el tema de la violencia en la Segunda República. No tema el lector. No verá la menor mención de ellos. No figuran, por ejemplo, Rafael Cruz ni Eduardo González Calleja (bueno, este sí, pero referido a la época de la Restauración) ni Francisco Sánchez Pérez. Es una bibliografía poco al día. Quizá el período no merezca detenerse mucho en la exploración de la literatura. Incluso ni se nombra a Stanley G. Payne, lo cual es un tour de force mucho más subido.

Con estos presupuestos, paso decidido y firme el ademán, los autores avanzan hacia la guerra civil y el franquismo. Veremos algunos hitos en el próximo post.

ARCHIVOS E HISTORIA

2 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Una de las máximas elementales en política y en administración es no reinventar la rueda. Ya en la remota antigüedad se entendió que los hechos de reyes y emperadores debían conservarse en piedra. En la Edad Media empezaron a formarse archivos que en el siglo XIX fueron convirtiéndose en estatales. Hoy no se concibe un Estado que, mejor o peor, no tenga políticas definidas de preservación de lo que suele denominarse el “patrimonio documental”. El Reino de España no es una excepción a la regla y sus archivos son extremadamente ricos.

portada_operacion-impensable_efren-del-valle_201503280204Acceder a la documentación de, digamos, anterior a 1936 no plantea problemas. Está abierta, disponible y consultable. A partir de la de 1936 empiezan los problemas. No es un tema de conservación, que también, sino de política. Nuestros políticos parecen creer que en los archivos anidan serpientes venenosas, que abundan esqueletos ocultos y que hay ciertas cosas en ellos guardados que es mejor no conocerlas.

Esta situación debería compararse con la del Reino Unido. Lo señalo para no reinventar la rueda y porque según una abundante literatura académica de tal procedencia, escasamente recibida en España, el moderno Estado británico tal y como se configuró a partir de los años treinta del siglo XIX ha tenido una tendencia especial a favorecer los secretos oficiales.

Las modernas tendencias a la desclasificación que se iniciaron en Estados Unidos se recibieron con recelo. Una serie de factores, sin embargo, coadyuvaron a reducir y limitar dicha tendencia. Quizá en un futuro post me atreva a señalar algunos. Nuestros dilectos e “ilustrados” gobernantes harían bien en ver cómo los británicos han abordado la cuestión de cohonestar la necesaria prudencia a la hora de desclasificar información gubernamental y la avidez de un público deseoso de conocer los intríngulis de las políticas del pasado.

Los Archivos Nacionales de Kew, en Surrey, en los alrededores de Richmond son la muestra más evidente de los esfuerzos de desclasificación actuales que se remontan no muy lejos en el tiempo –datan de la época del Gobierno de John Major- pero que en treinta años han dado resultados espectaculares.

Para mí uno de los capítulos más significativos de esta saga, que ya ha empezado a tener sus propios historiadores, es el de la desclasificación de los planes que, poco antes de que terminara la segunda guerra mundial en Europa, Churchill ordenó que se prepararan para estudiar las posibilidades de un ataque armado contra la Unión Soviética.

Es un tema del que siempre se había hablado pero pocas veces reconstruido documentalmente. Lo hizo hace unos años un historiador militar inglés en un libro titulado OPERACIÓN IMPENSABLE. Me pareció tan importante que sugerí a la editorial Crítica si no sería conveniente que se publicara en castellano. Afortunadamente me hicieron caso y ya está disponible desde el año pasado. Que yo sepa no ha suscitado la menor controversia.

Pareciera –como dicen los latinoamericanos- que los contemporaneistas españoles estamos demasiado absortos en los meandros de nuestra propia historia y en nuestras batallas a favor de la apertura de archivos. Actividades, todo hay que decir, imprescindibles.

Y, sin embargo, el Gobierno británico no vio dificultad alguna en desclasificar unos documentos considerados como un secreto de Estado hasta fecha relativamente reciente. Innecesario es decir que la política exterior y de seguridad británica no se ha tambaleado lo más mínimo. Como, sin duda, no se tambaleará la del Estado español por mucho que se ilustren nuevas canalladas y canalladitas del régimen de Franco. LA HISTORIAGRAFÍA NO DETERMINA EL FUTURO.

Los planes de Churchill no condujeron a nada. El que sin terminar aun la segunda guerra mundial la opinión pública británica y norteamericana pudiera apechar con la apertura de la tercera fue siempre una posibilidad remota; el que una Unión Soviética aliada en la derrota del nazismo –y uno de los factores más importantes si no decisivo- pudiera aparecer de pronto como el próximo enemigo a batir no era muy realista; el que un país exhausto y arruinado como el Reino Unido pudiese convertirse en la punta de lanza de una nueva cruzada, esta vez contra el comunismo, era más que dudoso. Los planificadores militares mismos subrayaron las enormes dificultades logísticas, tácticas y estratégicas de la apertura de nuevas hostilidades. Más aun cuando para ello se requería utilizar a la fuerza anticomunista por excelencia, los restos de la derrotada Wehrmacht hitleriana. Por suerte, los británicos decidieron, con sabiduría, que Churchill no era el líder adecuado para la paz y en las elecciones de 1945 decidieron abrir una nueva etapa.

No he leído todavía la hagiografía escrita por Boris Johnson, el hoy alcalde de Londres y, según se dice, uno de los futuros candidatos a la lucha por determinar el candidato conservador a sucesor de David Cameron cuando este se retire. Es posible que el alcalde, o sus negros, hayan encontrado hermosas palabras para explicar las aviesas intenciones de uno de los mayores estadistas de la historia británica. Y si no cita tal episodio, me imagino que no habrá querido arrojar sobre él la sombra correspondiente.

Lo que quiero es señalar que, incluso en un país en el que ha dominado la cultura del secreto durante tanto tiempo, se ha reconocido que el público tiene derecho a la información. La política de desclasificación documental continúa. Es masiva. También, todo hay que reconocerlo, son abundantes las excepciones. A mí, extranjero, siempre me han cautivado las motivadas teóricamente por razones de seguridad nacional y de protección de ciertos aspectos de las relaciones exteriores.

Este año se cumple el plazo de 75 años previsto para la desclasificación de documentos relacionados con 1940, el período en que el Imperio británico combatió solo contra la arrolladora Alemania hitleriana. Aunque fue “su más valiente momento” (“the finest hour”) y se ha estudiado por activa y por pasiva todavía quedan zonas de penumbra. Veremos si la desclasificación de 2016 las reduce o no.

En cualquier caso no cabe duda que el público británico está habituado a que las desclasificaciones se aireen en los medios de comunicación social y a que los historiadores se lancen como tigres a lo que aparece nuevo. Continúa la desclasificación de documentos de la presidencia del Gobierno de los años 1986-1988 y entre ellos la de las actas de las reuniones de los consejos de ministros correspondientes al primer año. Tal vez la baronesa Thatcher se revolvería en su tumba. O quizá no. Las actas no reflejan adecuadamente el tenor de las discusiones, siguiendo una costumbre inmemorial que se remonta a la Edad Media.

Pero es mejor que lo que ocurre en España, ya que en nuestro país ni se han abierto las correspondientes al período franquista. Por algunas calas podemos, sin embargo, suponer que no serán muy instructivas pero siempre el historiador saca lumbre de donde no hay fuego.

En el ínterin, y antes de cesar, ¿por qué no hace algo el todavía ministro Señor Morenés por ponerse al tono del Gobierno conservador británico? Supongo que no es más patriota que sus colegas.

Mientras tanto esperemos que el próximo Gobierno, además de favorecer la reforma de la Constitución, se decida a aplicar de verdad el artículo 105b de la misma y modifique, como corresponde, la Ley de Secretos oficiales heredada del franquismo.