El olvido del general Francisco Patxot: un SOS

25 octubre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

¿A cuántos españoles les sonará hoy este nombre? A mí me abrió un interrogante cuando hace años leí las memorias de Francisco Serrat Bonastre, un diplomático catalán que no pudo aguantar vivir en la España proto-imperia franco-falangista. Era entonces el secretario general de Relaciones Exteriores de Franco, una especie de “proto-ministro” de Asuntos Exteriores, entonces olvidado en las brumas del pasado. 

1420916899_479279_1420918948_sumario_normalComo en esta semana estoy en Ciudad Real, Salamanca, Zamora y A Coruña dando conferencias, he releído lo que escribió Serrat. Sus memorias las edité y publiqué hace un par de años y, por lo que sé, tuvieron buena acogida entre los lectores. Me alegro porque la atmósfera del Burgos y de la Salamanca que pintó Serrat no es como aparecía en la prensa de la época o como describieron muchos de los turiferarios de Franco, entonces y después.

Uno de los pasajes que más me impresionó fue el que Serrat dedicó a una visita que le hizo Pepita Patxot (utilizo el nombre del marido). Este se había sublevado en Málaga. No tuvo éxito. Fue malherido, ingresado en el hospital y sacado a la fuerza de él. Ni que decir tiene que le pegaron cuatro tiros. Algo similar ocurrió en otras guarniciones, si bien en las más conocidas (Madrid, Barcelona) los mandos que intentaron sublevarse fueron traducidos ante sendos consejos de guerra que adoptaron las decisiones correspondientes, con frecuencia la pena capital en aplicación de los principios del Código de Justicia Militar vigente en la época.

2914c02bc1ce467f57cef4a54e1b98eeEl general Patxot Madoz no corrió la misma suerte. Fue asesinado. Se afirma que en represalias por un bombardeo de Málaga por las tropas rebeldes. Su esposa, que pudo salvarse trasladándose al Protectorado donde tenía amigos, tardó meses en llegar a las capitales de la “España nacional” y en Salamanca trató de entrevistarse con Franco. Había leído un artículo sumamente despectivo para con su marido escrito en Sevilla, entonces bajo el contro, del general Gonzalo Queipo de Llano, un asesino miserable.

Pepita Patxot buscaba la rehabilitación del buen nombre de su difunto esposo. Explicó pormenorizadamente a Serrat lo que este le había contado en el hospital cuando iba a visitarle. El relato difiere muy sustancialmente de la versión propagada en Sevilla (e incluso de la que ha cristalizado en la historiografía). La viuda confesó que ambos generales no se llevaban bien. Serrat no dejó constancia de que ella u él conocieran un vitriólico artículo del propio Queipo de finales de julio en el que tachó a Patxot de sinvergüenza, entre otras lindezas. Este artículo ha pasado a la historiografía.

Serrat hizo lo que pudo, que no fue mucho. Trató de convencer a la viuda de que sería difícil ver a Franco. Quizá, sin embargo, él podría dejarle un escrito. Sugirió alternativamente que se entrevistara con el teniente general Francisco Gómez-Jordana, que conocían de su época de Tánger, y que era entonces presidente del Tribunal Supremo de Justicia Militar. Intervino en el cotarro el asesor diplomático del ya pomposo jefe del Estado naciente, compañero de Serrat, que también conocía a Patxot de Tánger. Digamos que era otro indeseable. Su nombre merecería haberse perdido en las brumas del pasado salvo porque fue la persona que suministró a Franco en Santa Cruz de Tenerife un pasaporte diplomático para que pudiera pasar al Marruecos francés cuando se sublevara. Más conocido es que fue largos años embajador en Venezuela e Italia. Totalmente desconocido era que también fue la persona que tendió una trampa a Serrat para desembarazarse de él, pero esto es otra historia.

Pepita Patxot se quedó sin ver al jefe del Estado. Como Serrat dio tanta importancia a este episodio, he querido indagar un poco más en él. Me he encontrado con dos dificultades:

La primera es que ignoro el apellido de soltera de su viuda,  Josefina o María José. Parece como si la tierra se la hubiese tragado. Con ello me ha sido imposible rastrear su pista. ¿Tuvieron hijos? ¿Quedará algún familiar? De aquí que este post contenga un SOS por si algún amable lector pudiera darme noticia.

La búsqueda tiene, sin embargo, un interés histórico objetivo. Cuando por diversas razones he vuelto a ocuparme del tema,  lo primero que he hecho ha sido consultar la hoja de servicios del general Patxot. Como muchos lectores sabrán estos documentos administrativos suelen plasmar el recorrido de sus titulares a lo largo de su carrera militar, desde el principio al fin. A veces, incluso, contienen informaciones complementarias con ella relacionadas que pueden tener un interés algo más que personal. Son útiles imprescindibles para cualquier historiador interesado en temas militares. Sin que por ello quepa ignorar sus limitaciones.

Pues bien, la hoja de servicios del general Patxot no defrauda. Plasma su recorrido por el ejército de la época y se detiene en su larga estancia en Tánger, en donde coincidió con Serrat que era a la sazón el ministro de España (el representante oficial de mayor rango). Por cierto que  no glosé ni reproduje las partes de las memorias que dedicaba a su gestión en la ciudad internacional. Son, en mi modesta opinión, las más significativas (sin excluir las que edité) porque arrojan una luz novedosa sobre la atmósfera de la comunidad diplomática, las intrigas entre los representantes de los distintos Estados con intereses en Tánger y en el Norte de África y porque no estaban destinadas a su publicación.

Afortunadamente, el embajador Juan Serrat ha pasado esta parte a uno de los más distinguidos conocedores españoles de Tánger y del Marruecos del primer tercio del siglo XX, el profesor Bernabé López García, que las publicará con los debidos comentarios. Al menos el destino historiográfico de Serrat en puestos sensibles no se habrá perdido para la posteridad. Tampoco se perderán sus impresiones sobre Patxot: sin desconocer que no tenía demasiados amigos entre sus compañeros, Serrat le levantó un monumento. Hablaba perfectamente el árabe, muy fluídamente el francés, conocía  a la perfección las dimensiones políticas, militares y diplomáticas, la idiosincracia marroquí y tangerina y pasó catorce años lidiando con ambos registros. Así que leí la hoja de servicios con avidez.

Es obvio que se trataba de un arabista entregado. Entre 1911 y febrero de 1924 prestó servicios en el Tabor de la Policía Marroquí de Tánger. Su carrera posterior le llevó a la Oficina de Marruecos en la Presidencia del Directorio Militar y luego a la jefatura de Tropas Indígenas. Mandó el Regimiento de Infantería Wad-Ras nº 50. Combatió en Marruecos. Sin embargo, su hoja de servicios empieza a flaquear a partir de 1928. Los detalles desaparecen. Esto no pudo ser por casualidad.

Lo que quedan son tres certificados firmados por el propio Patxot. En uno recoge que en julio de 1928 fue ascendido a general de brigada. En otro enuncia los servicios prestados en 1930. Por el tercero y último, relativo a 1931, sabemos que mandaba la primera brigada de la primera División, en Madrid; que fue cesado el 25 de mayo y que hasta el 29 julio no se le nombró general de la XII Brigada de Infantería. Ya a mano, y como apresuradamente, se menciona fuera de certificado que permaneció al frente de la misma hasta que, por Decreto del 8 de enero de 1935, pasó a mandar la IV Brigada. Esta tenía dos regimientos, uno en Algeciras y otro en Málaga.

De su destino en Andalucía no hay más rastro. Tampoco sobre sus actividades relacionadas con la conspiración y su triste suerte. La burocracia militar, sin duda por orden del mando, decretó que el fin de la carrera e incluso de la vida de uno de los sublevados del 18 de julio quedara en el más oscuro e impenetrable de los vacíos oficiales.

En estas condiciones, ¿sabría alguien cómo dar con eventuales descendientes del general Patxot o de su viuda Pepita?

De mitos e historia a la Résistance (II)

18 octubre, 2016 at 10:29 am

Angel Viñas

Cuando me disponía a escribir este post me he encontrado con la grata sorpresa de que uno de los periodistas culturales más conocidos de EL PAIS, Guillermo Altares, publicó en la edición del 10 de octubre un artículo titulado “La Resistencia no fue tan francesa” sobre el libro de Gildea. En él figura la noticia de que Taurus lo publica inmediatamente. Ya estará en las librerías cuando aparezca este post. Me evita tener que glosarlo en más post. Hay que felicitar a la editorial.

crowds_of_french_patriots_line_the_champs_elysees-edit2También debo lanzar otra idea por si cae en terreno fértil: de la misma forma que el libro de Gildea es fundamental, para el lector español sería conveniente complementarlo con la otra visión, la de la Francia combatiente en torno al general De Gaulle. En este sentido, creo que el todavía reciente libro (apareció en versión ampliada de bolsillo en 2013 en Gallimard) de Jean-Louis Crémieux-Bilhac, La France libre. De l´appel du 18 Juin à la Libération, sería también imprescindible. El propio Gildea, refiriéndose a otro de sus obras anteriores, ha calificado a Crémieux-Brilhac como el historiador/resistente con mayor autoridad de su generación (falleció, si no recuerdo mal, el año pasado).

¿Por qué sugiero esto? En primer lugar porque Gildea ha hecho un notable esfuerzo en comparar el mito y la realidad de la Résistance francesa. Parte del supuesto, que acepto plenamente, de que los mitos son narrativas que se construyen para definir la identidad y las aspiraciones de grupos sociales o de países pero que no tienen porqué basarse rigurosamente en los hechos que interpretan. En este sentido, la parte más enjundiosa del libro de Gildea es la introducción, en la cual retraza los orígenes del mito nacional de la Résistance. Una lucha heroica del pueblo francés contra el invasor y en la que no hubo prácticamente solución de continuidad entre el 18 de junio de 1940 hasta el desfile triunfal del mismo protagonista, el general De Gaulle, por los Campos Elíseos en agosto de 1944. El mito no tuvo solo un origen gaullista. La izquierda, y en particular el PCF, también contribuyó a tal noción. La colaboración quedó reducida a las actuaciones de un grupo de traidores o de desgraciados, en minoría frente a la masa del pueblo francés que, por activa o por pasiva, había resistido al enemigo alemán. Como todo buen mito, este enfoque combinó hechos e interpretaciones con una base ciertamente débil. Un mito que careciera de esta vinculación no habría sido sostenible a lo largo del tiempo. Del general De Gaulle pueden decirse muchas cosas pero no que fuera idiota.

De lo que se trató fue de acentuar unos hechos con respecto a otros y sombrear adecuadamente estos últimos. Que la Résistance fue, en gran medida obra de una minoría, aunque amplia, no se negó. Simplemente se hipertrofió el apoyo popular a la misma. ¿Por qué?

Gildea muestra las razones: porque De Gaulle necesitaba situar a Francia, de nuevo, en el concierto de las naciones vencedoras. Debía devolver a la mayoría de los franceses (humillados, ocupados, “engañados” por unos cuantos traidores) el orgullo de serlo. De aquí la relativa disminución del peso de la ayuda extranjera. No deja de ser sintomático que la primera obra de un autor también inglés sobre el apoyo británico a la resistencia armada a través del SOE tuviera escasa difusión en Francia y tardara en traducirse y publicarse una enormidad de años.

También muestra Gildea cómo la versión comunista fue distanciándose de la gaullista tan pronto como el PCF se vio privado de la participación en el poder gubernamental. Esta narrativa acentuó hasta extremos paroxísmicos el papel de los antifascistas y judíos extranjeros en la lucha armada. Sin embargo, las responsabilidades del “Estado francés”, sucesor de la Tercera República, no fueron asumidas plenamente hasta 1995 cuando el presidente Jacques Chirac dio el definitivo paso al frente. La historia de la Résistance es indisociable de la historia de Vichy, que es también una parte de la historia de Francia.

¿Qué lecciones extraer?

La primera es que por mucho entusiasmo y mucha veneración que en algunos de aquellos años sombríos pudiera despertar la figura del mariscal Pétain (menos su gobierno, sus adláteres, sus milicianos, sus juventudes) todos ellos fueron tan franceses como los resistentes, del interior o del exterior. Respondieron a pulsiones entroncadas en ciertos sectores de la sociedad de la anteguera (anticomunistas, antisemitas, fascistas o, simplemente, hiperreaccionarios).

La segunda es que si los franceses han ajustado cuentas con un pasado sombrío, ¿por qué no habríamos de hacerlo los españoles con otro pasado que ciertos sectores de nuestra sociedad, todavía en plena desconexión con el conocimiento acumulado por los historiadores e investigadores de múltiples disciplinas, siguen obstiándose en blanquear?

La tercera es que si, como reza el dicho evangélico, la verdad hace libres, toda actuación de las autoridades que impida, obstaculice y macule el derecho inmanente de los seres humanos a conocer su pasado, es rigurosamente anticristiana. Aparte de que conculca un derecho reconocido por numerosos instrumentos jurídicos de los que el Estado español es parte.

Nada de lo que antecede es nuevo. Pero ya nos gustaría a muchos historiadores ver si el sucesor del señor ministro de Defensa en funciones, Don Pedro Morenés, sabe lo suficiente del pasado común como para dejar de poner chinitas, más bien pedruscos, al esfuerzo social por continuar desmitificando las parcelas desfiguradas, tergiversadas y distorsionadas de un pasado colectivo que no termina de pasar.

Por el momento, me limitaré a subrayar lo conveniente y democrático que sería que se explicasen pública y autorizadamente las razones por las cuales la desclasificación documental preparada por la ministra Carme Chacón sigue siendo letra muerte cinco años más tarde.

Por no insistir demasiado en el silencio absoluto de la Jerarquía católica respecto a la necesidad de abrir sus propios archivos para disminuir, en lo posible, la dependencia de los historiadores españoles con respecto a los del Vaticano. Parecería que la conexión entre la central romana y la sucursal ibérica está un tanto gripada.

De mitos e historia a la Résistance (I)

11 octubre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

El juego dialéctico entre los dos primeros conceptos ha generado una discusión interminable que se remonta a la antigüedad clásica, si no antes. En la actualidad siendo siendo tan relevante como hace casi tres mil años. Naturalmente ha habido cambios. Hasta el siglo XIX los historiadores no tenían pretensiones científicas. Hoy las cuidan -o cuidamos- con celo. Nos referimos, para ello, a evidencias. Deseamos decir algo sobre el pasado que sea verdadero. Somos conscientes, sin embargo, de que el pasado es un país lejano y que en él las cosas se hacían de forma muy diferente.

sten_gun_france_ww2-102La discusión se ha visto arropada por el cambiante papel del historiador en el espacio público. Incluso en los períodos de más acendrado culto al positivismo, un sinnúmero de historiadores se comportaron como servidores del poder. ¿Hay que recordar nombres? Los historiadores forjaron interpretaciones del pasado que venían a robustecer la concepción que de sí mismos fueron fabricándose los modernos Estados nacionales. La historia ha sido, desde el XIX, uno de los puntales del nacionalismo, desde el moderado al más extremo, al servicio de una determinada idea de la “construcción nacional” y de la “nacionalización” de las clases sociales en apoyo de la defensa de los intereses inmanentes del Estado ya nacido o, incluso, por nacer.

En la época contemporánea, y en el contexto europeo, ese juego dialéctico entre historia y mito se advierte con particular claridad en el caso de un país que nos es muy próximo: Francia. De él recibieron impulsos intelectuales los historiadores españoles decimonónicos. En él fueron a estudiar muchos de los alevines de historiadores, profesionales o aficionados, que pusieron su granito de arena a la construcción de una “épica nacional” española.

El análisis historiográfico de estas aportaciones ha generado en los últimos veinte o treinta años discusiones sin cuento. Pero, como quien esto escribe es un modesto contemporaneista, no puede llegar a abordar la vertebración histórica ni del XIX ni del primer tercio del XX. Con intentar aprender algo a partir de los treinta treinta del pasado siglo me conformo.

Vienen estas mini-reflexiones a cuenta porque en un reciente viaje a Londres me ha subyugado uno de los últimos productos de la historiografía británica sobre un país que siempre está de moda: Francia. Y no la Francia eterna, cara a De Gaulle, sino la Francia forjada en el crisol de las pugnas políticas de los años treinta en los estertores de la Tercera República y en la bajada a los infiernos que representó su derrota en el primer año de la segunda guerra mundial.

Es una historia que los británicos han contado muchas veces aunque, lógicamente, mucho menos que los franceses mismos. La pieza fundamental que articula las reconstrucciones del pasado efectuadas por unos y otros es el juego entre el pretendido “Nuevo Estado” francés, es decir, la Francia de Vichy, y sus soportes políticos, económicos y sociales (la “colaboración”), y la Francia combatiente que jamás tiró la toalla, ya fuese en el interior (la Résistance) o en el exterior (los franceses libres liderados, no sin dificultades, por el general de Gaulle).

51qdbturvtlRobert Gildea, catedrático de Oxford, enamorado de Francia a la que ha dedicado trabajos de referencia, acaba de publicar en libro de bolsillo (la edición en cartoné apareció el año pasado) una nueva historia de la Résistance, bajo el sugestivo título de Fighters in the Shadows, es decir, Luchadores en la sombra.

Es una empresa gigantesca. La segunda guerra mundial y el papel de Francia en ella es, para los franceses, el equivalente de nuestra guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias. La literatura existente es inmensa. Los franceses, claro, tienen la nada desdeñable ventaja de haber podido comenzar a escribir su historia inmediatamente después de retornada la paz, en 1945. Nosotros tuvimos que aguantar hasta 1975, cuando empezaron a aflojarse los tentáculos de la censura. En suma, los franceses nos llevan no solo treinta años de ventaja sino también treinta años de libertad, una libertad para discutir, interactuar y debatir tanto en términos nacionales como internacionalmente.

No nos será fácil ponernos a la altura epistemológica y metodológica de los contemporaneístas franceses o, ¿por qué no decirlo?, también de los británicos. Pero cualquier observador más o menos objetivo habrá de concluir que a lo largo de los últimos cuarenta años los españoles hemos hecho nuestros propios pinitos y, bien que mal, hemos “nacionalizado” en buena medida una historia que nos fue arrebatada por la dictadura.

Gildea comienza su reconstrucción de la epopeya de la Résistance como haría cualquier historiador que se precie. Ha trabajado en primer lugar en una amplia gama de archivos contemporáneos (todos abiertos, a diferencia de lo que ocurre en el país del Señor Rajoy) y ha absorbido un impresionante volumen de literatura secundaria, predominante -aunque no exclusivamente- francesa. Y, ¿de qué punto de partida sale? Pues, precisamente, de la contraposición entre mito y realidad. Es decir, entre la construcción ideológica que da sustento a una determinada interpretación de la historia, ya sea gaullista, comunista o vichyista, y lo que cabe desprender de masas de documentación que examina críticamente y que contextualiza como es debido. Los grandes enfoques del profesional, no de los aficionados.

El tema de Galdea es Francia pero su metodología es aplicable a otros países. No es nueva, pero sí poderosa. No elude la calificación ética. Tampoco la valoración moral. No es lo mismo escribir sobre los resistentes que sobre los nazificados, fascistizados o neutralizados.

El estudio de las diversas formas en que se ha conceptualizado el fenómeno de la Résistance a lo largo del tiempo, desde 1945 hasta nuestros días, da juego a Gildea para emitir un mensaje universal para el trabajo del historiador y para continuar descifrando la eterna contraposición entre mito e historia. Abundaré en ello en los próximos posts y así me tomaré un respiro del atosigante trabajo sobre la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias.

(Continuará)

Sobre la «hábil prudencia» de Franco (y V)

4 octubre, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Con este post termino mis comentarios sobre SOBORNOS. Estoy ya metido, hasta el cuello, en la aventura del año que viene. Reconozco que un libro que combina medidas convencionales con otras de espionaje da para mucho más. Pero no me dedico a la autopropaganda. Así que en este último post quisiera simplemente llamar la atención sobre el espacio que doy en mi libro a una de las figuras que más han llamado la atención de numerosos historiadores y aficionados: el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la Inteligencia Militar alemana, la famosa Abwehr.

Scherl: Der s¸dafrikanische Vertreidigungs- und Sicherheitsminister Pirow verliess gestern abend Berlin. UBz: ihn beim Abschreiten der Front der Ehrenkompanie der Luftwaffe vor dem Anhalter Bahnhof; rechts von ihm Admiral Canaris, der in Vertretung f¸r Generaloberst Keitel erschienen war und links der Kommandant von Berlin Generalleutnant Seifert. Fot. Wag   27.11.1938

Scherl:
Der s¸dafrikanische Vertreidigungs- und Sicherheitsminister Pirow verliess gestern abend Berlin.
UBz: ihn beim Abschreiten der Front der Ehrenkompanie der Luftwaffe vor dem Anhalter Bahnhof; rechts von ihm Admiral Canaris, der in Vertretung f¸r Generaloberst Keitel erschienen war und links der Kommandant von Berlin Generalleutnant Seifert.
Fot. Wag 27.11.1938

Confieso que nunca me he sentido fascinado por Canaris. Recuerdo que en los lejanos tiempos en que andaba preparando mi tesis doctoral, allí por 1972, hice una larga visita a los archivos militares alemanes de Friburgo. Ya tenía escrito el 90 por ciento. Entonces se buscaban papeles gracias a un catálogo establecido según los cánones de la época. Utilizando palabras clave, y cubriendo un amplio abanico, dí con un grueso legajo en el que, inesperadamente, me encontré con las andanzas de Canaris en la España en los años veinte y principios de los treinta. Ello me obligó a rehacer la orientación de la tesis. Los documentos ilustraban que el origen de  la apelación que Mola hizo a los alemanes después del 18 de julio de 1936 hundía sus raíces en contactos anudados en aquellos años y no cuando Canaris había estado brevemente en Madrid en plena primera guerra mundial. Me adelanté, por cierto, a su afamado biógrafo alemán, Heinz Höhne, un periodista que se había hecho un gran renombre en Der Spiegel y que, naturalmente, me ignoró.

En los años en que José Antonio Martínez Soler dirigió la revista HISTORIA INTERNACIONAL al comienzo de la Transición la cubierta de uno de sus números exhibió una de las poquísimas fotos de Canaris en España durante la guerra civil. Me la dio un exagente suyo. Canaris fue la persona encargada por Hitler de informar a Franco, a finales de octubre de 1936, de la inminente llegada de la Legión Cóndor. En el artículo sobre Canaris demostré con documentos de la Abwehr que al famoso servicio alemán la sublevación de los militares españoles le había cogido en mantillas.

Hoy todavía, en una recientísima biografía de Sir Michael Oldfield, uno de los jefes de MI6 durante la guerra fría, su autor, Martin Pearce,  afirma de que el mismo Canaris ya llamó la atención de Franco en 1938 sobre los planes de agresión de Hitler el año siguiente, por lo que el astuto Caudillo ya estaba en guardia y pudo así inhibirse de entrar en guerra al lado de Alemania. Sería una historia estupenda si fuese cierta. El problema es que no está basada en la menor evidencia, en tanto que los británicos sí recogieron pruebas abundantes de que Hitler no se esperaba el estallido de la conflagración en 1939. Pelillos a la mar.

Los ingleses han tenido siempre una atracción particular por Canaris desde los tiempos de Ian Colvin, periodista que sentó cátedra en 1951. ¿Su tesis? Gracias a los consejos de Canaris, traicionando a Hitler, Franco no entró en guerra. Innecesario es decir que esta afirmación sigue vivita y coleando hasta el día de hoy aunque no está apoyada en ningún tipo de documento.

La misma tesis la resucitó un experiodista de The Times que se pasó a la City, Richard Basset, en un libro que apareció en 2005 y que al año siguiente tradujo Crítica. Se ha considerado el no va más. Por desgracia, y para el caso de España, Basset no se basa en ninguna evidencia ni vieja (que no existe) ni nueva. Es más, como no tiene la menor idea de España, no extraña que cometa algún dislate que otro. Que yo conozca, nadie ha llamado la atención sobre ellos pero, en cualquier caso, y en lo que se refiere a temas españoles dicho autor  no constituye la menor autoridad.

Por el contrario, la mejor biografía de Canaris, debida a un autor alemán, Michael Mueller, pone seriamente en duda el papel que al almirante se le ha atribuído en sus relaciones con Franco. Dicha biografía se ha traducido al inglés pero todavía no al castellano. Una lástima.

Pues bien, si se utilizan los hallazgos de Mueller y se les combina con algunos documentos españoles que ha publicado nada menos que la benemérita Fundación Nacional Francisco Franco, es posible llegar a conclusiones más próximas a Mueller que a Basset y, en último término, a Colvin.

 

Russland, Wilhelm Canaris, v. BentivegniEl análisis crítico demuestra una vez más el dicho de que “el papel aguanta todo lo que le echen”. Un señor afirma, tan pancho, una cosa inventada, se copia y reproduce como si fuera no el va más hasta sentar cátedra. Desmentirla cuesta después sangre, sudor, lágrimas y un montón de dinero.  Y, en este caso, podemos llegar a que un señor que no deseo identificar se pregunte, y no dude en inclinarse por la afirmativa, si Franco no llegó a tener en Canaris un espía al lado del Führer.

La pregunta invita a la contrapregunta: ¿Y dónde está la evidencia? Pues ya puede buscar el lector que no la encontrará. Sí hallará en cambio, como señala Mueller, que lo más que puede afirmarse tras compulsar la evidencia circunstancial existente es que Canaris no puso toda la carne en el asador para convencer a Franco para que echase su cuarto a espadas con Hitler.

Pero, para ese viaje, no se necesitaban tantas alforjas. Ni Basset, influenciado por Colvin, ni Mueller podían conocer lo que después ha salido a la luz, gracias a la desclasificación de los papeles británicos que alumbran la operación que he denominado SOBORNOS.

El tema, por el que he pasado un poco sin profundizar en él en mi libro, tiene alguna trascendencia. La supuesta traición de Canaris a Hitler se exhibió, prometedoramente, en una época en que algunos alemanes buscaban con cierta desesperación algún héroe que, por mor de la salvación de la PATRIA, hubiese sido lo suficientemente agudo como para inducir en un error fatal al causante de todas las desdichas del pueblo alemán.

En aquella época, finales de los años cuarenta y principios de los años cincuenta, todavía no se había reconocido plenamente el papel de la resistencia a la dictadura nacionalsocialista en lo que ya era la República Federal de Alemania, recién subida a la pila bautismal por los vencedores occidentales en la segunda guerra mundial. Costó mucho esfuerzo que ese reconocimiento progresara y lo hizo, claro, por los grupos que no planteaban demasiados problemas: los círculos eclesiásticos (católicos, pero también protestantes), los civiles (no muchos), los militares (empezando por Canaris y sus muchachos). Lentamente se fue progresando hasta reconocer la importancia de la oposición de derechas, conservadora y nacionalista entre los militares. Quedó un poco de lado la de izquierdas, aunque la de los socialdemocrátas no podía taparse. Se olvidó cuidadosamente la comunista, al fin y al cabo enemiga existencial.

En este proceso hay que distinguir, obviamente, entre los avances en la historiografía y los que se filtraban hacia la cultura popular o se generaban en esta. Los primeros empezaron por chocar a grandes sectores del buen pueblo alemán hasta que se convirtieron en el cauce principal. Hoy podemos leer que el vocabulario nazi vuelve a introducirse en ciertas manifestaciones del discurso político de Alemania y vemos que algún que otro nuevo partido, populista y de extrema derecha, ya empieza a querer revisar una historia de horror. No es para llorar. Es para prestar atención, mucha atención, a esa nueva efervescencia. Hay historia que no es inocente.