Otros escenarios para Balmes y el de Ricardo de la Cierva

30 enero, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el libro EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO los autores, el Dr. Miguel Ull, mi primo hermano Cecilio Yusta y un servidor, hemos mantenido la especulación dentro de límites muy estrictos. Ha sido una investigación sobre documentos y datos que están en el dominio público. Cualquiera puede seguir nuestros razonamientos, ya que no hemos dejado nada de lado que nos pareciese relevante. En algunos momentos nos hemos, naturalmente, preguntado qué hubiera podido pasar si el comandante militar de Las Palmas no hubiese sido muerto el 16 de julio. No hemos apenas profundizado en la cuestión salvo para indicar que probablemente le habría ocurrido lo que a los generales Salcedo y Caridad Pita y al contralmirante Azarola les pasó en Galicia. En un blog como el presente, más desenfadado, sin faltar demasiado a la reconstrucción de los hechos, es posible diseñar escenarios alternativos. Los periodistas que la semana pasada nos han hecho preguntas sobre nuestra investigación siempre han preguntado por lo que podría haber pasado y no pasó. La especulación sobre escenarios contrafactuales es un hábito resistente. A los historiadores empíricos no nos gusta hacerlo, pero aquí lo intentaré someramente.

 

El primer escenario que se me ocurre es que los conspiradores que rodeaban a Balmes lo habrían asesinado tan pronto como estalló la sublevación, es decir, el 17 de julio o, como mucho, el 18. Naturalmente Franco no hubiese estado en Las Palmas, ya que no habría habido motivo para su traslado. Hubiese tenido que sublevar él personalmente la guarnición de Santa Cruz. La primera consecuencia es que no habría podido crearse la ficción alternativa, pero con el Dragon Rapide en Las Palmas Franco hubiese podido trasladarse el 18 o 19 (tan pronto hubiera sido eliminado Balmes) y salir con destino a Tetuán, que es donde se le esperaba. Con un poco de decisión hubiera llegado un día más tarde o quizá dos.

Lo importante de este escenario es que el apretado calendario de Franco hubiese quedado algo desestabilizado porque, al no tener las espaldas aseguradas como las tuvo en realidad, quizá no hubiera echado mano en Tetuán del avión de la Lufthansa en el momento en que en realidad se apoderó de él. Este es el factor más importante del escenario alternativo. Porque en tal caso a lo mejor no hubiera enviado cuando lo hizo a dos emisarios miembros del partido nazi a ver si tenían fortuna en Berlín. O quizá estos se hubieran retrasado. ¿Y qué hubiera hecho Hitler? Entramos de lleno en la historia alternativa y contrafactual.

Hay un segundo escenario. Supongamos que Balmes se hubiese enterado de la llegada a Las Palmas del Dragon Rapide. En este caso, como antiguo Jefe Superior de Aeronáutica, es posible que se hubiera mosqueado. Que hubiese tomado medidas inmediatamente. Que hubiera telegrafiado a Madrid y, como Franco ya le había puesto al corriente de sus planes en la entrevista secreta que mantuvieron a principios de julio y a la que aludió veladamente su primo hermano Pacón en sus memorias, que hubiese tomado alguna medida de protección, tanto para sí mismo como para mantener el mando. Estaba rodeado de conspiradores, pero no cabe asumir que todos los jefes y oficiales de la guarnición lo eran. Un hombre enérgico y audaz podría haber deshecho el plan de sublevación diseñado por Franco para la guarnición. Habría habido retrasos porque, personalmente, doy por sentado que alguien habría “apiolado” a Balmes y deshecho la resistencia.

No es verosímil que un exjefe del Estado Mayor Central tan astuto, tan previsor, tan ungido por la mano de la Providencia como Franco no hubiese sopesado estas e incluso otras alternativas. De aquí que la llegada del Dragon Rapide a Las Palmas en el momento oportuno fuese la condición sine qua non para el éxito de la operación.

Esto es lo que quizá explique que subsistan tantas lagunas documentales en relación con el vuelo. Hemos aludido en nuestro libro a las inmensas carencias en lo que se refiere a su corta estancia en Cabo Juby. Un avión extranjero aterrizado en el pequeño aeródromo militar, sin preaviso ni la menor autorización, tuvo que generar necesariamente algún papeleo administrativo. Tanto con Madrid como con Las Palmas o Santa Cruz de Tenerife. Todo este papeleo ha desaparecido. Incluso las hojas de servicio de los componentes de la Escuadrilla del Sáhara fueron peinadas. No por casualidad.

Tales, y otras parecidas, son las preguntas que se hace un historiador normalito. Pero hay más. La mejor mentira es la que contiene un grano de verdad. Entre las absurdas declaraciones de algunos de los jefes y oficiales que testimoniaron, siguiendo instrucciones de la Superioridad, que Balmes había muerto “en acto de servicio”, hemos destacado las del comandante García González porque es fácil darles la vuelta y argumentar que Balmes bien pudiera haberse rodeado en realidad de algunos hombres de confianza. ¿No se le habría puesto una mosca tras la oreja? Es muy curioso que, por ejemplo, nada se haya sabido de la documentación (órdenes, papeles, telegramas, etc.) que Balmes tenía en su despacho. También lo es que dicho comandante, siempre jurando por su honor, exagerara notablemente el supuesto compromiso del general con el “Glorioso Movimiento Nacional”, pero que después no fuera recompensado adecuadamente, como si lo fueron otros. ¿Se trató de alguien que tuvo que poner al mal tiempo buena cara? Algunos oficiales hubo que dieron muestras de debilidad el 17 y el 18 de julio y lo pasaron fatal. Hemos documentado, al menos, el caso de uno.

Francamente, no hemos perdido demasiado tiempo en especulaciones alternativas. Simplemente porque estos, y otros escenarios, carecen de apoyatura documental. Tampoco hemos ideado o imaginado las circunstancias precisas en que Balmes fue asesinado. Hemos hecho lo que hacen los historiadores. Analizar críticamente lo que hay y denunciar las lagunas encontradas. De aquí que, aparte del examen pormenorizado de los relatos inconsistentes, contradictorios en ocasiones y siempre sesgados relacionados con el vuelo del Dragon Rapide, hayamos centrado nuestra atención en los documentos directamente relacionados con el caso: la supuesta autopsia, la declaración del chófer y las afirmaciones muy ulteriores de una serie de eminentes jefes y oficiales en un expediente informativo que se llevó a cabo de puertas adentro.

Hemos tenido en cuenta a los grandes hagiógrafos de Franco, en el bien entendido de que sin duda han llegado a conocer muchas más cosas de él que nosotros no sabemos (o que no nos inspiran ninguna confianza) pero desde el punto de vista de que incluso a los más preclaros “pelotas” puede, de vez en cuando, deslizárseles algún gazapo. El que más nos ha inspirado ha sido Ricardo de la Cierva quien describió lo que dijo había realmente ocurrido.

Franco tenía pensado solicitar autorización al Ministerio de la Guerra para visitar los establecimientos militares de Lanzarote y Fuerteventura, pertenecientes a la provincia de Las Palmas. No hemos perdido el tiempo en determinar si la necesidad de tal permiso, que no se ha demostrado documentalmente, respondía a hechos o no. Como jefe militar supremo del archipiélago no vemos la razón de que no pudiera moverse en él por su propia cuenta para atender a las necesidades del servicio. Ahora bien, este es un detalle fáctico que no hemos suscitado. Sin duda algún militar experto en las costumbres del Ejército de la época en Canarias estaría en condiciones de documentarlo en uno u otro sentido. Es decir, habría que invitar a los especialistas que nos indiquen la normativa militar vigente en la época que exigiera tal autorización para la más alta jerarquía en el archipiélago. Si no hubiese sido necesaria nos encontraríamos con otro clavo en el ataúd de la leyenda diseñada en las postrimerías del franquismo por Ricardo de la Cierva. A saber el viaje a Gran Canaria

resulta súbitamente facilitado por una trágica noticia que llega a Tenerife a primera hora de la tarde: la muerte del general Amado Balmes, comandante militar de Las Palmas y subordinado a la autoridad del comandante general. Se ha acumulado no poco misterio sobre este hecho, pero el detenido examen del sumario que inmediatamente se abrió sobre el caso —y cuyas primeras actuaciones llevan fecha y testimonios anteriores al alzamiento [sic]— no deja lugar a dudas. Amado Balmes estaba comprometido de lleno en la conspiración, como rectamente afirman los testimonios mejor informados, tanto indirectos (Arrarás y Fernández Cordón) como directos (doctor Guerrero —médico de cabecera del general Balmes— y los médicos militares que le atendieron antes de morir, capitanes López Tomasety y Galindo (sic)). El general se dirigía a media mañana del 16 de julio al campo de tiro de la Isleta para practicar; el comandante de Ingenieros Pinto de la Rosa —otro testigo directo—(sic) se ofreció para acompañarle, pero Balmes no lo consideró oportuno. Comenzó sus ejercicios con las cuatro pistolas que habitualmente utilizaba y al encasquillársele la tercera —una Astra del nueve largo— cedió a su vieja costumbre africana de desencasquillarla con el cañón apoyado en la cintura. Su chófer, que estaba al lado y conocía este peligroso hábito del general —uno de los mejores tiradores del Ejército— no prestó atención hasta que oyó el disparo y vio a su jefe tendido en un charco de sangre. El comandante del parque de Artillería le había advertido esa misma mañana que no fuera tan imprudente con sus armas…

Es imposible encontrar una sarta tan concentrada de embustes, distorsiones, mentiras y camelos en tan poco espacio. El ilustre hagiógrafo no añadió mucho, en sustancia, a lo que ya había dicho Arrarás en plena guerra civil. Lo nuevo es que el historiador de la corte del Caudillo  pareció insinuar que había visto el expediente sobre la muerte de Balmes y que, como es sabido, no saldría a la luz hasta muchos años después en 2015.  Dado que tan preclaro autor escribió lo que antecede en una obra que verosímilmente leyó Franco lo hemos considerado como punto de apoyo de nuestro análisis.

Naturalmente hemos dado grandes saltos de alegría, y enviado nubes de reverente humo a Manitú, porque en virtud de tal aparición en 2015 hemos podido añadir a sus resultados los del expediente de Fernández Cordón (que de Balmes no dice mucho). Gracias a la magia del Internet hemos invitado a nuestros lectores a que examinen el testimonio del comandante Pinto de la Rosa (quien, según sus memorias, no fue testigo directo). Del supuesto Dr. Guerrero ya podemos decir que todo hace pensar que se lo inventó el eminente hagiógrafo. Por ultimo hemos examinado críticamente la ejecutoria de los doctores militares, del que no da el nombre correcto de uno de ellos. Y ¿qué pasa? Pues que las construcciones del franquismo se desploman como vulgares castillos de naipes. La historia no se escribe con mitos. Este es precisamente el lema de este blog.

Próximo post, «Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas … y la fantasía militar planea sobre el papel»

A la chita callando Franco desata los perros de la guerra

23 enero, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

¿Quién no habrá leído o visto el Julio César de William Shakespeare? ¿Qué cinéfilo no recordará a Marlon Brando pronunciar su lamento y luego su oración fúnebre ante el cadáver de Louis Calhern en la película que dirigió Joseph L. Mankiewicz? Fue el genio de Stratford-upon-Avon el que plasmó para siempre a Marco Antonio profetizando la muerte y desolación que desatarían los perros de la guerra tras el asesinato del prócer romano. Me viene aquella escena a la memoria hoy martes, 23 de enero de 2018, cuando la editorial CRITICA -que apadrina este blog- pone en venta el libro que hemos escrito Miguel Ull, Cecilio Yusta y servidor titulado EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO.

 

El Caudillo por antonomasia no fue evidentemente un Casca (protagonizado por Edmond O´Brien), el primer conspirador en herir a César en el cuello. Pero sí fue, el 16 de julio de 1936, el primer militar español en poner en marcha, operativamente hablando, el proceso de lanzamiento de los perros de la guerra contra una población tranquila, inocente y desarmada. La sublevación militar no dio comienzo realmente en la lejana Melilla el 17 de julio. Sin posibilidad de retroceso fue en la víspera, en Las Palmas, muy a lo Franco: en sigilo, tirando la piedra y escondiendo la mano, pero -eso sí- adelantándose a todos los demás conspiradores: a Mola, a Goded, a Yagüe, a Queipo. Fue, por así decir, el paso definitivo y tras el cual no había ya marcha atrás. Franco lo había planificado cuidadosamente. Había especulado con la probable necesidad de apartar al comandante militar de Gran Canaria, el general Amado Balmes, en fecha tan temprana en la conspiración como mayo de 1936. Se manifestó en el asesinato de este en la mañana del 16 de julio. No es esta, por cierto, la historia que nos han contado.

Lo que nos han contado y nos cuentan es lo siguiente:

A Balmes se le disparó una pistola cargada que se le había encasquillado y con la cual hacía ejercicios de tiro al blanco. Solía desencasquillar sus armas cortas, a pesar de ser un excelente tirador, apoyándolas contra su bajo vientre, costumbre que había adquirido en las guerras de Marruecos. Pocos días antes, un solícito comandante le había advertido de que tal costumbre era peligrosa, pero Balmes -hombre campechano- se había echado a reir. Se preparaba, en estrecho contacto con Franco, comandante general del archipiélago con sede en Santa Cruz de Tenerife, a desencadenar el Glorioso Movimiento Nacional. Ambos estaban de acuerdo en poner fin a los meses de anarquía y violencia culminados en el alevoso asesinato del gran patriota que fue don José Calvo Sotelo. Todos los esfuerzos realizados para salvarlo fueron en vano. Balmes falleció poco después en el Hospital Militar. Al día siguiente, 17 de julio, se celebró su sepelio a primera hora de la tarde. Lo presidió el propio Franco. Había acudido desde Tenerife durante la noche del 16 debidamente autorizado por el Gobierno. La muerte de Balmes fue, obviamente, un lamentabilísimo accidente, porque privó a Franco de un compañero y apoyo esencial. Sin embargo, por esa feliz suerte (la baraka) que siempre acompañó a Franco le permitió tomar en el aeródromo de Gando un avión inglés, el Dragon Rapide. Había llegado un día antes del accidente y llevaba a bordo a uno de esos excéntricos ingleses (un excomandante) con instrucciones para el comandante general de Canarias. Gracias, pues, al famoso Dragon Rapide Franco se trasladó a Marruecos y se puso al frente del Ejército de África. La rebelión en el Protectorado ya tenía jefe. No tardaría en encontrarlo también la España nacional que luchaba por evitar que la PATRIA (siempre con mayúsculas) cayera víctima de las asechanzas moscovitas.

Tal versión, declinada en diversas variantes desde 1936 y mantenida contra viento y marea hasta 2016 cuando se cumplió el LXXX aniversario del estallido de la sublevación, e incluso hoy en día, es rotunda y absolutamente falsa. Roza tan solo algunos hechos cuidadosamente seleccionados. Se trata de una mera construcción ideológica justificativa que ya hizo acto de aparición en los primeros meses de la contienda. Sigue teniendo curso en cierta subliteratura y en comentarios que aparecen, en general bajo seudónimos, en las redes sociales. Ahora bien, incluso subsisten historiadores que la defienden contra viento y marea. Coinciden civiles y militares, españoles y extranjeros.  De periodistas y aficionados no digamos nada, pues el número es legión.

La dura realidad es que Balmes no se mató. Lo mataron.  La rebelión de Franco no fue una respuesta al asesinato de Calvo Sotelo. Al contrario, fue minuciosamente planeada y, en sus rasgos generales, sincronizada con la que preparaba y dirigía Mola desde Pamplona. El futuro Caudillo ya había oteado un golpe de fuerza “legal” en febrero. Uno de sus futuros “perros de la guerra” había tratado de ponerlo en práctica en Tenerife. Los preparativos de Franco para el “Alzamiento” dieron comienzo tras llegar al archipiélago.  No malgastó su tiempo de ocio en las islas —en lo que algunos incluso han descrito como su «destierro»— aprendiendo a jugar al golf y unos rudimentos de inglés. Lo utilizó ante todo para establecer una red de conspiradores que desde Tenerife se expandió hacia Gran Canaria -amén de otras islas, está documentada La Palma-  y con la cual rodeó a Balmes. La llegada, esperada con ansia, del Dragon Rapide fue parte esencial de ese mismo proyecto. Franco mantuvo hasta el último momento sus contactos con la conspiración peninsular y la del Protectorado. Este último vía Yagüe. Podría haberse ido a Marruecos desde el aeródromo tinerfeño de Los Rodeos, pero lo hizo desde el de Las Palmas. Los motivos que se adujeron en contra del primero y que continúan manejándose en la actualidad, son totalmente espurios y carentes de cualquier fundamento técnico, geográfico o climático.

En un anterior libro, SOBORNOS, anuncié que una contratesis que seguía la versión tradicional y que se esparció en 2015 por las redes como el fuego por las praderas del Oeste norteamericano no me había convencido a pesar de haber aportado ciertas “pruebas” hasta entonces desconocidas. También anuncié que con dos colegas estaba trabajando para recuperar la realidad de los hechos. Preveía sus resultados para finales de 2017. Desgraciadamente hemos tenido que demorarlos unos cuantos meses. Esencialmente por dos razones. La primera porque el relato de la conspiración de Franco se nos complicó dada la abundancia de material y el libro amenazó con desbordar las dimensiones que exigía la editorial. La segunda porque tratamos de conseguir que un archivo público, que no hemos identificado para no sacar los colores a sus responsables, nos dejara ver un documento, también de acceso público, que pensamos nos permitiría atar un cabo suelto. No era fundamental para nuestra investigación, aunque hubiera coronado con un broche de oro nuestra interpretación del comportamiento de un oscuro personaje. ¡Ah!, pero se trató de un archivo español. Y ya se sabe que en ciertos archivos todavía hoy la discrecionalidad es la regla, diga la norma lo que diga.

En septiembre pasado llegamos a la conclusión de que el archivo no abriría sus joyas, habida cuenta de que los argumentos que se nos aducían eran espurios, meros pretextos, y decidimos cerrar el texto. Tenemos, no obstante, la razonable seguridad -de esto no nos cabe la menor duda- de que nuestras tesis se verán todavía más corroboradas cuando alguien más afortunado que nosotros penetre por fin en la cueva de Alí Babá en que parece haberse convertido tal archivo.

Huelga decir que la supuesta “renovación” en 2015 de la versión tradicional se basó en una sarta de tergiversaciones, manipulaciones y mentiras. Esencialmente consta de tres documentos: las declaraciones ante un juez militar del chófer del general Balmes y que fue el único testigo del “accidente” aparte del asesino; una supuesta “autopsia” realizada al cadáver de la víctima y un conjunto de declaraciones de puertas adentro ante otro juez militar por parte de un amplio abanico de jefes y oficiales que en su mayor parte rodearon a Balmes, estaban en el ajo y que testificaron por su honor que el general preparaba activamente el “Glorioso Movimiento Nacional” en su demarcación de Gran Canaria.

Los tres documentos son originales, genuinos. Pero no responden a los hechos. Cualquier alevín de historiador se hubiera mosqueado al leerlos y procedido a las imprescindibles comprobaciones internas y externas, es decir, los hubiera examinado con ojos críticos y contextualizado adecuadamente. También hubiese echado mano a muchos otros, en particular los relacionados con el medio de escape que utilizó Franco para darse el piro de Canarias. Quizá se hubiera preguntado acerca del reflejo en el archipiélago de la preparación de la sublevación que dirigía Mola de cara a la Península, Baleares y el Protectorado y no hubiese eludido la cuestión esencial de la llegada del Dragon Rapide a Las Palmas y no a Santa Cruz de Tenerife. La versión aggiornata lo despachó con una mera referencia a que ya se conocía lo suficiente el papel del mismo, misteriosamente caracterizado de hidroavión.

¿Por qué se han ocultado durante más de ochenta años los hechos de 1936?

En mi modesta opinión, por dos razones. La primera porque el asesinato de Balmes afecta de manera directa e inmediata al honor de Franco. Secundariamente porque también afecta al honor de los jefes y oficiales (algunos de los cuales llegaron al empleo de general) que encubrieron el hecho. Ya se sabe que, al menos en teoría, el honor y el respeto a la verdad son cualidades muy estimables en los militares. Incontables son los que encararon el supremo sacrificio para evitar mancillarlos. En España y fuera de España. Franco y su cuadrilla lo devaluaron hasta profundidades insondables.

La segunda razón quizá sea porque el asesinato de Balmes y su preparación, que nunca tuvieron nada que ver con el caso de Calvo Sotelo, pasaría a este a un segundo plano. Si durante decenas de años se ligó el asesinato del calificado de “proto-mártir” a vesania de las autoridades republicanas, imaginen los amables lectores lo que hubiera podido decirse caso de haberse demostrado que, sin la menor relación con él, Franco se había decidido a eliminar a un compañero de generalato a sangre fría.

Personalmente tengo la impresión que el derrumbado honor de Franco por su papel en la represión más dura de la España contemporánea sufrirá aun más, si cabe, con la demostración documentada de cómo fue preparando su sublevación en el lejano archipiélago canario.

NOTA: He revisado el texto de este post teniendo en cuenta la amabilidad de EL PAIS, que el pasado sábado publicó un artículo sobre nuestro libro. En la edición digital se recogió también un vídeo promocional preparado por CRITICA. Reconozco mi agradecimiento a ambos. No quisiera dejar de mencionar que en la versión digital pueden consultarse, como perita en dulce, cerca de 400 comentarios de lectores del periódico acerca del artículo. He visto corroborados muchas de las apreciaciones cuya anticipación nos ha guiado en la redacción del libro. Me alegro de no habernos equivocado, pero son para llorar.  

 

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Deshaciendo mitos sobre Franco: otro capítulo

16 enero, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

En los posts anteriores me he concentrado en la relación de Negrín con Cataluña. He dejado de lado algo que en los últimos años me ha tenido muchísimo más ocupado que este blog. Cómo seguir penetrando en el comportamiento genuino de Franco en momentos claves de su carrera. Escribir sobre él es, tras la monumental biografía de Paul Preston, buscar lo que hubo por debajo de algunos de los mitos que el Caudillo amamantó y que una prensa dócil e infantilizada, unos gacetilleros a sus pies, una pléyade autores variopintos de militares a clérigos, de “pelotas” a policías, de diplomáticos a catedráticos de Universidad y un conjunto de excelsas instituciones potenciaron hasta extremos inimaginables. Casi como los alemanes con Hitler o los italianos con Mussolini o los rusos con Stalin. Para ver lo que hay por debajo de ciertos mitos es imprescindible trabajar en los archivos y explorar la documentación crítica y contextualizadamente.

La divergencia entre alabanzas sin fisuras y demonización radical es algo que diferencia a Franco de Negrín. Entre los defensores de este nadie, que yo sepa, ha dejado de analizar su comportamiento tal y como se desprende de innumerables documentos de archivo. Los turiferarios de Franco no suelen deglutir críticamente lo que es el pan y la sal del genuino trabajo del historiador.

En los últimos años he ido poniendo de relieve algunos aspectos poco conocidos, o incluso desconocidos, del comportamiento de Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE). Sus canciones sobre “el oro de Moscú”; su deseo de alargar la guerra civil; su querencia por Hitler y el nazismo como polos de atracción en aspectos esenciales para su dictadura; su aspiración a ser reconocido como “centinela de Occidente”, con su peloteo a Estados Unidos; su actitud eminentemente pasiva ante la necesidad de dar un giro copernicano a la política económica española a finales de los años cincuenta, etc.

Cuando, a principios de este siglo, reanudé mi actividad como historiador también retorné a viejas preocupaciones. La primera, indagar sobre los antecedentes inmediatos de la sublevación de julio de 1936. Lo hice en dos direcciones: la forma y manera en que se produjo la inserción de los vectores internacionales y el comportamiento de Franco. En ocasiones, de forma combinada.

Fruto de esta actividad fue la demostración documental del papel desempeñado por los monárquicos calvosotelistas en inducir una toma de posición activa por parte de Mussolini para echarles una mano (de oro en forma de aviación) de cara al 18 de julio. O el análisis de la actitud británica durante los años republicanos, aprovechando la desclasificación de documentos procedentes de los servicios de inteligencia (pero en ningún caso del MI6 no fuese que hubiera tigres y serpientes ocultos).

También me adentré en una veta desconocida de la actividad de Franco. Su aprovechamiento de la guerra civil para “forrarse el riñón”, algo que no terminó de reconocer la recientemente fallecida duquesa de Franco, aunque sus curiosas declaraciones al respecto eludieron cualquier alusión a las evidencias primarias. No todas las incógnitas están resueltas, pero al menos se sabe que Franco no tardó mucho, apenas tres semanas desde su “exaltación” a la Jefatura del naciente Estado, para empezar a desviar fondos procedentes de suscripciones populares a sus cuentas corrientes. Unido esto a la venta, al final de la guerra, de 800 toneladas de café a la CAT (Comisaría de Abastecimientos y Transportes) y a otras actividades no documentadas con la plenitud deseable. En definitiva, no fue su sueldo como jefe del Estado y capitán general, y su preferencia por la cocina espartana como militar curtido en la guerra de África, lo que le permitió hacerse con los fondos necesarios para comprar los terrenos que integraron la finca agropecuaria administrada por Valdefuentes S.A. Es más, Franco tampoco dudó en servirse de todas las posibilidades que le permitía la ingeniería jurídico-financiera de la época.

El resultado de estas pesquisas ha permitido a los historiadores, gacetilleros y “pelotas” pro-franquistas ponerme a caldo. No me quejo porque con evidencias en la mano he sacado los colores a eminentes autores que manipulan, tergiversan y mienten. En mi último trabajo, SOBORNOS, lo demostré suficientemente con el profesor Luis Suárez Fernández, miembro de la RAH y gran hagiógrafo de SEJE. Tampoco he eludido destripar los procedimientos “científicos” utilizados por el no menos eximio profesor Stanley G. Payne. Que haya historiadores en alguna Universidad española todavía obnubilados por su metodología es algo que supera mis pobres entendederas.

Con todo, hay un tema que me ha obsesionado al leer algunos de los libros sobre los preparativos, en general bien estudiados, de la sublevación de 1936. Me llamó la atención el escaso interés que en ellos se presta a un Franco “desterrado” a Canarias. También me sorprendió constatar la pervivencia de mitos sobre su supuesto comportamiento, caracterizado hasta hoy de pasivo. Son mitos que tienen su raíz en los ditirambos y burdos camelos de su primer biógrafo, Joaquín Arrarás. O en el vergonzoso peloteo de que le hizo objeto otro periodista de pro, Luis Antonio Bolín.

Así que he vuelto a Franco. A lo largo de los últimos años he trabajado con dos colegas. Uno es comandante de Iberia jubilado y primo hermano mío, Cecilio Yusta Viñas. En los primeros años de su carrera años voló casi diariamente desde y hacia Tenerife-Norte. Hace unos meses tomó los mandos para volar el único Dragon Rapide operativo que existe en España. El segundo es un patólogo, el Dr. Miguel Ull Laita, con más de cuarenta años de intensa práctica profesional y docente en una actividad sumamente interesante, aunque un tanto desagradable e imprescindible. Los lectores recordarán el caso de la infortunada Diana Quer.

Los tres hemos querido abordar críticamente algunos de los mitos esenciales todavía no aclarados que rodean la figura de Franco en Canarias. Ante todo, su supuesta postura escasamente proclive hacia la rebelión, a la que terminó viéndose impelido para “salvar España”. O cómo se las arregló para salir puntualmente de las islas con el fin de ponerse al frente del Ejército de África (que no fue como se ha escrito, y sigue escribiéndose, en la literatura).

En el plano historiográfico son temas a los que hace años presté alguna atención. El primero no lo profundicé lo suficiente en un libro, LA CONSPIRACIÓN DEL GENERAL FRANCO. Me interesó más examinar hasta qué punto las autoridades británicas estuvieron implicadas en el vuelo del Dragon Rapide. En cuanto al segundo planteé una tesis que me ha valido improperios sin cuento: la vinculación entre dicho vuelo y la muerte del general Amado Balmes.

Si los amables lectores buscan con la ayuda del siempre generoso Mr Google la conexión entre mi nombre y la del mencionado general podrán apreciar algo de lo que se ha dicho de mí por haber caracterizado a Franco de asesino antes del 18 de julio. No dejen, por favor, de echar también un vistazo a youtube y a las elocuentes alocuciones de algunos preclaros autores pro-franquistas.

Ahora bien, en historia -es decir, en una reconstrucción siempre insuficiente del pasado- hay temas que pueden resolverse y otros a cuya “solución” hay que acercarse lentamente. Los primeros son pocos. Los segundos por desgracia demasiado abundantes.

De entre los primeros me es muy grato adelantar que la semana que viene se pondrá a la venta el libro (unas 650 páginas con un muy detallado índice analítico que, espero, facilite su consulta y me ha llevado un mes de trabajo) en el que los tres investigadores hemos aclarado con un cien por cien de certidumbre que Balmes no se mató. Lo mataron. Su trágico fin fue condición necesaria, y con el Dragon Rapide en Las Palmas no por casualidad, suficiente para que el comandante militar del archipiélago despegara hacia su gloria. El libro lleva por título EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO.

Es más, como se trata de un relato negro, aunque no una novela de tal color, lo hemos redactado en flash-back. Hemos empezado por el final, ese que ha sido objeto de tantas distorsiones, y hemos retrocedido desde él hacia los comienzos. Esto nos ha permitido examinar la dinámica a la que se atuvo el comportamiento del general de división Francisco Franco Bahamonde tras su fracasado intento de inducir un golpe de Estado “blando” desde las alturas del poder, coincidiendo con los previsibles malos resultados para las derechas en las elecciones de febrero de 1936. Con ello hemos reubicado otros mitos que, empezando por Arrarás, sus sucesores han ido colgando hasta ahora de la inmarcesible figura de SEJE, a quien ponemos donde debe ser puesto, gracias a la evidencia primaria relevante de época debidamente analizada y contextualizada.

Laus Deo.

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Negrín y Cataluña (y VII)

9 enero, 2018 at 9:40 am

Ángel Viñas

En la demonización de Negrín han coincidido tradicionalmente anarquistas, trotskistas, poumistas, franquistas de pura cepa durante la dictadura y los neo-franquistas de hoy. En las entradas biográficas que se le dedican en la Wikipedia en castellano y catalán se obvia su relación con Cataluña. No faltan quienes le acusan de falta de empatía hacia las dos autonomías creadas bajo la República (aunque este no es, probablemente, el “pecado” más gordo que se le atribuye). En este post final, en vez de perderme en divagaciones, voy a recurrir al propio Negrín y a sus contactos epistolares con catalanes. El primero de los que traigo a colación es conocido. El segundo, no. En ambos Negrín puso de relieve que no era en modo alguno anti-catalán. Antes al contrario. Las acusaciones catalanas contra Negrín se deben a otras razones.  

 En una famosa carta a Pere Corominas, que fue presidente del Consejo de Estado, Negrín expuso francamente sus sentimientos. Merece la pena reproducirlos in extenso:

“Yo no tengo ninguna duda acerca del porvenir de Cataluña. Cataluña tiene, en sus excelsas cualidades y con sus defectos, que están en la superficie, pero que no salen más allá de la superficie, una personalidad tan individual que sería trabajo de Sísifo desvirtuarla. Y sólo el intentarlo es herir en lo vital a España. Porque España es eso. Una unión de pueblos de rasgos peculiares y vigorosos, diversos pero congruentes, con vicios y virtudes, intereses y afectos que se complementan. Y la unión sería más fuerte e indisoluble mientras más se respete la espontaneidad y el albedrío. Unidad, para mí, no significa troquelar con el mismo cuño ni estandarizar. La unidad ha de realizarse dentro de los límites, con los matices y modalidades que la voluntad del pueblo fija y el sentimiento tradicional añora. Lo “impuesto” es efímero, contraproducente y disgregante. Y como yo, científica y filosóficamente materialista, sirvo al pragmatismo a que me lleva la “razón práctica” y creo en los grandes resortes espirituales, tengo (…) una fe ciega en los destinos y el futuro de Cataluña”.

El párrafo anterior es importante no solo por sus referencias a la colectividad española sino también por la autodefinición que Negrín ofreció de su enfoque. En el plano de las ideas y de la acción se autodescribió como materialista, algo que naturalmente erizaría el pelo de los cruzados de la guerra y sus soportes atávicos.

Igualmente es interesante la afirmación de que sus concepciones filosóficas no le impedían ser pragmático. Por ello, abordó de cierta manera, y no de otra, la situación concreta, en una guerra concreta, en la que él y la República se movían. En la misma carta dejó constancia de lo que le animaba:

“Pero estamos en guerra y en la guerra lo esencial no es el modus vivendi sino el modus operandi. Y hay que ganar la guerra. Y la guerra no se gana sin concentración de mando. En manos del organismo que sea, pero concentración. La armazón jurídica de la guerra no puede ser más que una, la que logre el mando único y eficaz. La armazón jurídica de la paz puede ser varia, pero un espíritu democrático y liberal no admitiría más modalidades que las que permitan una convivencia en el culto y en el sacrificio por los sagrados destinos del país, porque país que no cree en sus destinos es país que sucumbe”.

Tres elementos se conjugan aquí: la necesidad de ganar implicaba unidad de mando en la contienda (no de otra forma habían triunfado los aliados en la primera guerra mundial) pero luego no sería posible olvidar el espíritu democrático y liberal. No faltaba, por último, un toque del mejor sentimiento patriótico (a pesar de que eran los franquistas quienes se autodenominaban -y todavía se les denomina, aunque no lo hace servidor, “nacionales”). Había que creer en España y en su futuro. De lo contrario, ¿para qué luchar?

En contraposición a esta postura, las gestiones vasco-catalanas de 1938 debilitaron la imagen del Gobierno central pero no le hicieron más daño que el que le habían infligido los acuerdos de Munich. El Gobierno británico jamás apoyó a la República, pero sí contribuyó a dar ánimos a Franco. El francés siempre anduvo a la zaga, con devaneos intermitentes que reforzaron en ocasiones la resistencia republicana, pero nunca quiso ir más allá.

Al final, y salvo por el intermitente apoyo soviético, la República se vio sola, luchó sola y murió sola. Negrín fue el hombre que necesitaba para resistir tratando de enlazar con el conflicto europeo que se veía venir. Sus cartas a la troika soviética tras Munich así lo demuestran.  Las puñaladitas no dieron con Negrín al traste, pero tampoco contribuyeron a reforzar la resistencia republicana. Lo que después se hizo fue alentar los mitos. Esos mitos cuya demolición es, en esencia, una de las tareas del historiador.

Como es sabido, Negrín se exilió primero a Francia y luego a Inglaterra, en donde pasó la guerra mundial desde julio de 1940 hasta su traslado a París, al poco de su finalización. En Londres, los nacionalistas catalanes y vascos siguieron manteniendo enhiestas sus aspiraciones a que las democracias, tras la victoria, les reconocieran su pretensión de crear Estados propios. Tropezaron con un muro. A pesar del apoyo que prestaron (más los vascos que los catalanes) a la causa aliada, ninguno de los vencedores prefirió indisponerse con la dictadura de Franco.

A través de las memorias de Pablo de Azcárate, consejero áulico de Negrín durante su estancia en Londres, sabemos algo de los sinsabores que las gestiones vasco-catalanas provocaron a ambos. No es cuestión de reproducirlos aquí del texto que organicé y presenté en un libro (cuyo autor obviamente se identificó como el embajador Azcárate) que apareció hace ya algunos años. Prefiero dejar constancia de una carta, fechada el 13 de septiembre y en mi opinión hasta ahora desconocida, en que Negrín reflejó sus sentimientos procatalanes. La ocasión se le ofreció al no poder asistir a la conmemoración del 11 de septiembre en el Llar Català de Londres en 1941. Debo su conocimiento al presidente de la Fundación Negrín, José A. Medina, a quien desde estas líneas agradezco su gentileza.

Negrín no pudo asistir. No había podido esquivar compromisos ineludibles. Había participado, eso sí, en tal conmemoración en 1938, en compañía de Lluis Companys (el “presidente mártir”) y las demás autoridades de la Generalitat. A la comisión organizadora del homenaje en 1941 le hubiera gustado escribir en catalán, pero no era un Ángel Guimerá que, nacido en Santa Cruz de Tenerife de madre canaria, había sido el inmortal autor de Terra Baixa.

Negrín subrayó ante todo los lazos entre Canarias y Cataluña, unidas siempre por “un cordial espíritu de inteligencia avivado por intensas corrientes de orden cultural. Quizá ninguna otra región de España -salvo Cataluña misma- ha dado a la Universidad de Barcelona un contingente proporcional de escolares tan nutrido como mi país”.

Él se sentía orgulloso de que Canarias hubiese sido el sujeto mitológico de La Atlántida, obra cumbre de Jacint Verdaguer y de las literaturas provenzal y catalana. Tenía o había tenido muchos entrañables amigos catalanes: Rusiñol, Bagaría, su gran maestro Ramón Turró, el malogrado biólogo Manuel Dalmau, los hermanos Trías, amén de colegas fraternales como Augusto Pi i Suñer y Jesús María Bellido. Extractos de sus primeros trabajos se habían publicado en el Arxiu del Institut d´Estudis Catalans y él y sus colaboradores habían contribuido con trabajos al Butlletí de la Societat de Biología.

Negrín hizo una referencia a la historia y a la relación entre el pasado y el presente. En lo primero destacó la proclama del conseller en cap Casanova invitando a los barceloneses a sucumbir en las ruinas de Barcelona antes que permitir la entrada de las tropas de Felipe V. Lo interpretó como un anticipo del “No Pasarán” que salvó a Madrid dos siglos más tarde. La bravura de Casanova al caer herido en Portal Nou recordaba a su vez la de los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado, decapitados dos siglos antes.

¿Su veredicto?

En uno y otro caso “la nación se levantaba contra influjos de extranjeros que querían cercenar sus libertades expresadas en fueros y privilegios antes de surgir las nuevas ideas democráticas posteriores a la Revolución Francesa. Y en el fondo de todo ello, como en nuestra guerra actual, latía el propósito de luchar por la independencia ante la amenaza del dominio extranjero, puesta en peligro por la desunión entre los que habitamos el mismo suelo. Y común a los tres episodios, la lucha contra los Austrias, contra los Borbones y contra el nazismo alemán, en un ansia progresiva que ha permitido a los pueblos de la tierra hispana sobrevivir a su accidentada historia. Que estos ejemplos consoliden una mancomunidad que las tormentas del presente y los avatares de un porvenir inmediato harán vitalmente indispensable para todos”.

Ante la disgregación, unidad y respeto. Por eso Negrín cerró su carta con un amistoso saludo y entonó un “VISCA CATALUNYA”.

¿Dónde se encuentra, por ventura, el supuesto anticatalanismo de Juan Negrín?

FIN

 

(En próximos posts cambiaré de tercio: el libro en el que con dos colegas he estado trabajando en los últimos años aparecerá el 23 de enero y creo que merecerá la pena hacer alguna reflexión al respecto)

Negrín y Cataluña (VI)

2 enero, 2018 at 12:42 pm

¡FELIZ AÑO NUEVO! Confiemos en que, a pesar de todos los pesares, el año que ahora se inicia sea algo mejor que el ya pasado. En el último post de 2017 me quedé exponiendo las reivindicaciones que los catalanes tomando la delantera y los vascos en su apoyo dirigieron a Francia y al Reino Unido. La idea matriz era llegar a algún tipo de acuerdo con Franco por mediación de París y Londres y al margen del asediado Gobierno de la República. Era obvio que en lo que pensaban era en salir del atolladero, aunque las posiciones de partida eran diferentes. El País Vasco ya había sido ocupado totalmente por las tropas franquistas. La franja Norte había dejado de existir. Incluso, desde abril, las tropas de Yagüe mantenían a Lleida bajo su bota. En Vinaroz, en mayo, se había roto la continuidad geográfica del espacio republicano. Negrín, en su doble calidad de presidente del Consejo y ministro de Defensa Nacional, había encajado mal que el nuevo Gobierno francés, presidido por Daladier, hubiese cerrado de nuevo, y esta vez herméticamente, la frontera franco-catalana a mitad de junio. Es decir, el momento escogido por vascos y catalanes no podía ser más lábil para la resistencia republicana. Una buena traición es la que sabe incidir en el momento neurálgico.

 

En cualquier caso, me parece difícil exagerar lo que implicaban las reivindicaciones expuestas en el post anterior. En mi modesta opinión traducían:

  • Un desprecio por los apoyos manifiestos de que se nutría la política de resistencia negrinista. Procedían del partido comunista plenamente movilizado, de los anarquistas y de un sector amplio de la opinión moderada que veía con buenos ojos la derogación parcial del Estatuto de autonomía. Sin contar con la fidelidad del Ejército Popular.
  • Por consiguiente, un desconocimiento profundo de las relaciones de fuerza en Cataluña, tras la aprobación y difusión de los “13 puntos” con los “war aims” de la República.
  • Una ignorancia masiva de los propósitos de las potencias fascistas que no habían jamás cejado de enviar suministros a Franco en armas y hombres.
  • Una ligereza absoluta ante las consecuencias que podría tener el crucial cierre de la frontera.

A las anteriores implicaciones se añadían dos consideraciones. La primera es que los buscadores de paz a espaldas del Gobierno se mecían en el limbo de los limbos. Parecían no intuir siquiera las intenciones de Franco. Estas, sin embargo, podían descifrarlas fácilmente. No tenían sino analizar la conducta del implacable Generalísimo en las zonas que había ido ocupando. En particular los vascos no tenían la menor excusa. Conocían lo que había ocurrido en Euzkadi.

No menos sorprendente era el hecho de que, por muy nacionalistas que fuesen, ignorasen la potencia de los designios hiperespañolistas e hipercentralistas que alentaban a la mayor parte de las fuerzas coligadas detrás de los militares franquistas. A fuer de listos menospreciaban incluso la propia propaganda republicana.

Julián Zugazagoitia, a la sazón secretario general del Ministerio de Defensa Nacional, registró la postura de Negrín ante lo que calificó como “un separatismo estúpido y pueblerino”. Por Rafael Méndez, exdirector general de Carabineros, también sabemos de la reacción del presidente del Consejo:

“Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que se desprendiese de italianos y alemanes. En punto a la integridad de España soy irreductible”.

En Barcelona tuvo lugar una reunión de Irujo y Companys con varios consellers de la Generalitat y el ministro Ayguadé. Después acudieron a otros ministros con el fin de alcanzar una mayoría en el Gobierno. Hubo un choque en medio de grandes fricciones que llevaron en agosto de 1938, en plena batalla del Ebro, a la dimisión de Irujo y Ayguadé. Este último argumentó que se debía a la decisión de Negrín de poner bajo el control del Gobierno las fábricas de material de guerra de Cataluña. Era un tema que había lastrado las relaciones con la Generalitat casi dos años. Es curiosa tal argumentación porque en su propio partido, el PSUC, había mucha gente que la abanderaba. Corramos un tupido velo.

No puede negarse una cierta reluctancia a ver la situación en términos realistas, tal y como era. A finales de septiembre Hitler consiguió un triunfo diplomático extraordinario eliminando el riesgo de estallido de un conflicto europeo en los acuerdos de Munich. No era difícil percibirlo y los políticos vascos y catalanes se pasaron de nuevo de ilusos.

Fue entonces en efecto cuando reanudaron sus esfuerzos en una nueva andanada para obtener algún tipo de implicación de los Gobiernos francés y británico en apoyo de sus reivindicaciones. La argumentación fue de antología. Si las potencias democráticas habían reconocido el derecho de autodeterminación de los alemanes en los Sudetes, ¿por qué no lo harían con respecto al de tan avispados nacionalistas?

Ni que decir tiene que tanto Franco como Negrín seguían de cerca estas aproximaciones, incluso más absurdas que las de junio. Para entonces el desenlace de la batalla del Ebro se inclinaba decididamente a favor de Franco y las posibilidades de que el endiosado Caudillo prestara a los esfuerzos nacionalistas la más mínima atención eran menos que cero. Por otro lado, creer que británicos y franceses fueran a interceder ante Franco, cuando se habían plegado en Munich ante su protector, el Führer, rayaba en el desvarío.

Fue en este clima cuando Companys se entrevistó con Marcelino Pascua, embajador en París. Le entregó un memorial de agravios contra el Gobierno. Empezaban con los privilegios que, sobre todo en alimentación, se concedían a elementos no catalanes, por ejemplo, a los funcionarios. Pasaban por la movilización de hombres de 37 y 38 años, en tanto que las carreteras catalanas abundaban en carabineros y guardias de Asalto que no iban al frente. El, Companys, había tenido que solicitar autorización para ir en coche a Francia, aunque los ministros no la necesitaban. Su tesis era que aminorar la autoridad de la Generalitat podría justificarse si el Gobierno central lograba que las cosas marcharan mejor pero tal no era el caso. Reprochó a Negrín que se aislara y que a él, Companys, lo aislase, que no discutiera ni debatiese sino que se limitase a mandar.

Habida cuenta de que las gestiones en Londres y Paris habían aumentado en intensidad y ambición, es verosímil que la gestión de Companys con Pascua fuese una mera cobertura. Por si las moscas. En cualquier caso, las gestiones ante las democracias no dieron, como era de prever, el menor resultado.

Finalizará en el próximo post.