La guerra lenta de Franco (I)

24 abril, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

Al comienzo de este año un colega y amigo mío, el profesor Florentino Rodao, gran especialista de las relaciones entre la España de Franco y el Japón primero y con las Filipinas después (ha publicado obras de ineludible referencia al respecto) se sorprendió que en un comentario quien esto escribe adujese algo así que Franco había seguido una guerra lenta. Le prometí que el tema, muy discutido, lo abordaría en una serie de posts. Luego se cruzaron los posts referidos al primer asesinato ordenado por Franco y posteriormente varios viajes a Inglaterra, Francia y España. No he tenido hasta ahora tiempo para reflexionar sobre cómo abordar el tema, que he desarrollado por cierto en mi trilogía sobre la República en guerra. Como se trata de una obra de un par de miles de páginas, no es de extrañar que el público que la haya leído sea mas bien reducido. Se trata, en todo caso, de un tema muy controvertido. Ilustres escritores, militares o no, pero siempre deslumbrados por el supuesto genio de Franco han escrito largo y tendido sobre el aspecto militar de SU guerra. Lejos de mi querer contrariarles. Pero hay evidencias primarias de época (la maldita EPRE) que permiten contradecirles. En cualquier caso, habría que integrarlas en el relato, cosa que por cierto no ha hecho, que yo sepa, hasta ahora el brillantísimo, según la derecha española, profesor Stanley G. Payne. Me propongo pues, con una cierta dosis de humor, hacer un pequeño ensayo para enmendarles, en lo posible, la plana.

Lo primero que hay que decir es que no pretendo descubrir el sin duda misterio insondable del huevo de Colón. Mucho antes que servidor, historiadores militares como el profesor y coronel en la reserva, el añorado Gabriel Cardona, había lanzado tal tesis. También el coronel Carlos Blanco Escolá escribió un ensayo sobre la incompetencia militar del excelso Caudillo. Lo cual no significa que ilustres periodistas (Manuel Aznar, Luis María de Lojendio, Joaquín Arrarás) escribieran largo y tendido, en frases esculpibles en oro, sobre la genial, asombrosa, conducción que exhibió el Caudillo, remedo de los héroes de antaño (según los gustos, Alejandro, Julio César, el Cid o el Gran Capitán, a elegir, que todas estas comparaciones se utilizaron).

Lo segundo que debo señalar es que mi crítica no se orientará por decisiones tácticas más o menos controvertibles. Así, por ejemplo, me parece absolutamente defendible que Franco optara por emprender la marcha hacia Madrid por Extremadura, no demasiado lejos de la frontera con Portugal y que, además, permitía dar unas cuantas “enseñanzas” a aquellos gañanes que habían osado tomarse la justicia por su mano e invadir fincas, dehesas y latifundios cuya propiedad estaba garantizada por las leyes humanas y divinas. Tampoco me parece irrazonable que Franco desviase una parte de su Ejército a la toma de Toledo y la liberación del Alcázar (“una de las gestas más gloriosas que han visto los siglos”). Lo que estaba en juego era meterse en el bolsillo un triunfo de propaganda, debidamente magnificado, y con ello robustecer sus pretensiones de que se le cooptara al Alto Mando.

Es más, soy de quienes argumentan que, a partir de los últimos días de julio, Franco pudo ver que se le abría (¡oh, cielos!) una ventana de oportunidad única: había muerto Sanjurjo, era el único receptor de la incipiente ayuda nazi y fascista, controlaba el traslado del grueso del Ejército de África con toda su impedimenta a la península merced a la bondad de las autoridades del Tercer Reich y pronto le presentarían sus respetos los enviados especiales de las futuras potencias del Eje.  Hubiera sido estúpido desaprovechar la ocasión. No sabemos si el culto general conocía la máxima clásica del “París bien vale una misa” (a lo mejor la aprendió, o se la dijeron, en alguno de sus viajes de estudio al país vecino), pero es obvio que la posibilidad de que conmilitones menos afortunados que él lo cooptaran a la conducción de la jefatura de las operaciones no era una ocasión (siempre calva) a despreciar.

Tampoco soy de quienes se hacen cruces porque Franco no expusiera con claridad sus objetivos de guerra. Llegado al supremo poder, es obvio que tendría muchos otros temas de que ocuparse. También de política general, que no tardó por cierto en trasladar a la Junta Técnica del Estado. Pero es obvio que, recién nombrado Jefe del Estado naciente, no dejaría de echar algún que otro vistazo a lo que pasaba fuera de las actividades bélicas. La idea general que los sublevados tenían era de apoderarse de Madrid tan pronto como fuera posible. Caído Madrid, el final de las hostilidades no tardaría en producirse.

Aún así, llama la atención algún que otro aspecto. Franco no tardó en recibir informaciones sobre dos aspectos que podían entorpecer o facilitar sus planes. El primero, hacia mitad de septiembre, en plena escalada hacia la cumbre. Los numerosos panegiristas del Caudillo siguen sin enterarse de ello. El caso es que el 20 de septiembre recibió una visita secreta del cónsul general italiano en Tánger, enviado directamente por Mussolini. Se vieron en Sevilla, en presencia del incipiente virrey en que iba a convertirse aquel sanguinario personaje que se llamaba Gonzalo Queipo de Llano y que, cumpliéndose su voluntad, sigue hoy en día enterrado en la Macarena. Franco se mostró todo decidido a atender a las sugerencias, típicamente fascistas, que le trasladó el diplomático, como por ejemplo dar contenido social al Glorioso Movimiento, fundir clases, etc. etc. Imaginemos, sin embargo, lo que habrían escrito los autores pro-franquistas de haber encontrado una expresión escrita de la identidad de propósitos entre, digamos, Negrín y Stalin, o entre Largo Caballero o Stalin como la que expresó el futuro Caudillo con respecto al Duce. Habría hecho el agosto de Burnett Bolloten o de su dilecto discípulo.

Pelillos a la mar, lo importante para mi argumento es que Franco declaró que las operaciones iban tal y como las había planeado, que se evitaban las maniobras tácticas apresuradas y que apuntaba ya el ataque contra Madrid. Pensaba tomar la capital hacia finales de octubre. ¿Eran sueños? ¿Planes que ya albergaba en su prodigiosa mente? Lo ignoro. Lo que sí afirmó es que quería hacerlo antes de que llegaran los fríos ya que sus tropas no estaban preparadas para el invierno. Además, y esto es lo más significativo, para mí, añadió que

“tenía información de que los soviéticos estaban preparando el Mar Negro una gran cantidad de envíos militares que llegaría a los puertos españoles del Mediterráneo hacia la mitad de octubre y que abundantes suministros habían llegado recientemente de México”

¿No se asombra el lector? Gracias a su mente privilegiada e inmensa capacidad de anticipación, Franco dio en el clavo en cuanto a la fecha. No obsta que, en términos generales, no había que ser un arúspice avanzado. Con grandes exageraciones, y no menores distorsiones, la posibilidad de la ayuda soviética se comentaba en la prensa conservadora europea y la berreaban nazis y fascistas a voz en grito. (Recuerdo al lector que la luz verde de Stalin no se dio hasta el 26 de septiembre y que es improbable que Franco tuviera incrustados espías en el Kremlin). Como hombre precavido vale por treinta y cuatro, el inmarcesible Caudillo se apresuró de todas maneras a cursar instrucciones al representante de los sublevados en Roma, almirante marqués de Magaz, para que convenciera a Mussolini del envío de un fuerte contingente italiano (OPERACIÓN GARIBALDI). El Duce, prudente, decidió abstenerse por el momento.

Como es sabido, la ayuda soviética se materializó a partir del 12 de octubre y la respuesta (que suponemos autorizó Franco, porque de lo contrario significaría que los alemanes le tomaban un poco como al pito del sereno) la decidió inmediatamente el teniente coronel de EM Walter Warlimont, representante de la Wehrmacht. Ya el 18 de octubre comenzaron los bombardeos de los aviones nazis que operaban en la Península sobre los puertos de desembarco.

Poco después, el equivalente a Magaz en París, Quiñones de León, exembajador de la Monarquía, envió a Franco varias informaciones. Una de ellas se refería al clima reinante en Madrid. Los datos se los había facilitado una persona que había pedido escapar de la cárcel de San Antón, después de muchas peripecias. En lo que aquí nos interesa el evadido señaló que la moral iba bajando, que los combatientes menos enérgicos eran los anarquistas, que tampoco reinaba el entusiasmo entre los socialistas y que solo los comunistas tenían ánimos. Las concentraciones de aviones sobre las líneas de fuego republicanas sembraban el pánico. La preocupación por la “quinta columna” crecía. Al propio general Asensio Torrado, jefe del teatro de operaciones del Centro, se le había proporcionado protección tras haber cursado órdenes de que se fusilara a los milicianos desertores. El resto de la oficialidad o del escaso grupo de jefes que quedaba tenía que vivir bajo vigilancia para que no se les fusilara en cualquier instante.

Naturalmente, no sabemos qué impacto tendrían sobre Franco este tipo de informaciones. Evidentemente, no presentaban una imagen de resistencia a ultranza. Tampoco recuerdo si recibía informes paralelos o concordantes en el mismo sentido. De haber sido este el caso dos posibilidades se presentan. La primera que no se las creyera, porque hombre precavido vale por ciento treinta y cuatro. La segunda, que les atribuyera un cierto grado de verosimilitud, pero que no le estimularon a acelerar la marcha sobre Madrid, a pesar de que en la capital corrían rumores de que dentro de poco habría a disposición de los “rojos” 180 aviones rusos.

Nada de esto ocurría por lo demás en un vacío político o militar. Gracias a las memorias de Francisco Serrat, sabemos cómo se esperaba en Salamanca cual agua de mayo la caída de la capital. Son memorias que, váyase a saber por qué, ningún militar o historiador pro-franquista que yo conozca, se ha molestado en consultar. Es un error porque no estaban destinadas a la publicación, el autor no era un don nadie, sino el secretario general de Relaciones Exteriores en la Secretaría General del flamante Jefe del Estado, y porque se limitó a describir lo que vio y oía sin otra intención que transmitir sus todavía muy vívidos recuerdos a su familia. No en último término,  como ministro que había sido de España en Tánger en los años veinte, estaba acostumbrado a tratar con militares. Así, a mitad de octubre señaló que la ocupación de la capital se consideraba como inminente. Nadie dudaba de ella. Todo gravitaba en torno suyo. Algunos de sus subordinados salieron disparados al frente para ser de los primeros en entrar y tomar posesión del Ministerio de Estado. Como es notorio, Franco procedió con cautela. Una cautela extremada. Cabe preguntarse por qué.

(Continuará)

Nota: el informe, aquí muy extractado, del evadido de San Antón no figura en mi trilogía. Lo encontré después de terminarla. Lo he utilizado en mi contribución al libro homenaje al profesor Julio Aróstegui, El valor de la historia, Madrid, Editorial Complutense, 2009.

El caso Cifuentes o el embriagador efluvio de los laureles académicos

17 abril, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

No puedo resistir la tentación de escribir unas palabras sobre este caso que, con toda razón, viene atrayendo desde hace semanas tan gran importancia mediática. Al fin y al cabo, a pesar de una vida un tanto azarosa, nunca he dejado de sentirme académico. No pretendo descubrir el proverbial “huevo de Colón”. Todo lo que, por el momento, pueda decirse sobre el caso ya se ha dicho, declinado en múltiples variantes y enriquecido a medida que han ido transcurriendo los días. Saldrán, probablemente, más cosas una vez que concluyan las investigaciones académicas y fiscales en curso.

 

La primera pregunta que se me ocurre tiene que ver con la trayectoria profesional de la interesada. Quizá en ella se encuentre algún atisbo de respuesta. Según las informaciones difundidas por los medios, la hoy todavía presidenta de la Comunidad de Madrid y, por ende, de la corona de entre las comunidades dominadas por el Partido Popular, empezó su carrera profesional como funcionaria de gestión en la UCM antes de ascender a la escala superior. Es decir, la Excma. Sra. Cifuentes se vio expuesta desde sus comienzos tanto al PP como al medio universitario, aunque no en el escalón académico. ¿Le produjo eso alguna sensación de déficit formativo? ¿Una añoranza hacia los laureles que florean en la carrera académica?

Como es notorio, entrar en el mundillo académico no es fácil. Menos lo es ascender en él. No lo era en la época de las “trincas”, es decir, el equivalente “intelectual” de las carpetovetónicas corridas de toros, con sus banderillazos de fuego y sus consiguientes riesgos letales para la reputación de los que fueran “trincados” con éxito. Sin embargo, no creo que fuera tan difícil entrar en el mundillo del funcionario no docente en el que, al menos en mi época, se daban cita funcionarios procedentes de diversos cuerpos. Uno de los más importantes era el de técnicos de Administración Civil (TACs), hoy Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado.

Con todo, parece ser que la Excma. Sra. Cifuentes no tardó en dejar su cuerpo de origen en favor de su actividad política en el PP (en cuya escala de méritos fue ascendiendo progresivamente). En la medida en que ello se produjo en el marco de la Comunidad de Madrid, con sus connotaciones localistas, no es de extrañar que quisiera dorar sus blasones. Pero, ¿cómo se apañó? Desde luego, no haciendo cursos, cursillitos de verano o estancias más o menos apuradas en Universidades extranjeras de manera sistemática. Se centró en su “almita mater”.

Hoy sabemos que no fue el único caso, ni en el PP, ni en el PSOE clásicos (¡oh!, el inolvidable Roldán) ni, a lo que parece, entre los “nuevos”. El ejemplo celtibérico (añoranza aquí es de rigor a Luis Carandell) es curioso y, por ejemplo, completamente diferente del británico en el que los políticos no tienen mucho que ver con la Universidad y llevan vida aparte. Con frecuencia lejos de cualquier intento de dorar su curriculum con títulos aparentes o no. Con tal de haber ido a alguna de las grandes public schools (es decir, escuelas privadas, con matrículas controladas y niveles de precios astronómicos, pero en las que uno aprende a “comportarse” como si ya fuera parte de la élite) y luego, en lo posible, culminando en Oxbridge (abreviatura para las Universidades de Oxford y de Cambridge) donde suele pasarse por las filas de los alevines de tories, es más o menos suficiente para empezar a pensar en una carrera política. También es muy diferente del caso alemán, en el que sin embargo un doctorado es de rigor o, por lo menos, sienta muy que retebién. Pone a prueba la capacidad intelectual de los interesados.

Aquí, en la meritocracia del sistema democrático, el abanico ha ido ampliándose a sectores no propiamente universitarios (que era uno de los suministradores del personal político de alto nivel de la dictadura, sobre todo en su vestidumbre “tecnocrática”). Hoy parece que es conveniente mezclar fidelidad política, seguridad “ideológica” y títulos universitarios.

Así que el caso de la Excma. Sra. Cifuentes debe entenderse como representativo de un proceso más amplio y que ha calado entre algunos de los aspirantes que sueñan en situarse en primera fila. No siempre. En el actual gobierno ni el presidente ni sus ministros (con la relevante excepción del titular de Hacienda, de curriculum académico limitado, pero al fin y al cabo catedrático de Universidad) parecen haber sentido la necesidad de adornarse de títulos universitarios que no sean los estrictamente necesarios. Es en un nivel inferior, de aspirantes, en el que la “titulitis” parece haberse extendido peligrosa y, si se me apura, un tanto casposamente.

En este sentido el caso del Señor Vicesecretario General del PP Pablo Casado (supongo que le corresponde el tratamiento de ilustrísimo, pero si fuera excelentísimo ruego perdón por mi ignorancia) es paradigmático. Se ha adornado con varios certificados que suenan muy bien -y, además, ¡extranjeros! – pero que los curiosos e inquisitivos periodistas han reducido a sus justos límites. No son excesivos. Sus supuestos laureles no le han hecho perder mucho tiempo en afanes no relevantes para su brillante carrera política.

La Excma. Sra. Cifuentes eligió otro camino. Quizá más seguro. Que se sepa no ha acudido a Harvard, o a Columbia, o alguna otra prestigiosa Universidad para obtener algún que otro certificado de cursos de unos cuantos días o de un par de semanas. Con una Universidad pública, y cercana, le ha bastado. Claro que no se fijó en la Complutense, en la Autónoma, en la Carlos III o en la de Alcalá. Proyectó sus pesquisas hacia otra más, ¿cómo diríamos?, “manejable”. La Rey Juan Carlos.

Los medios tienen toda la razón en haberse concentrado en tal entidad. Un acierto indudable porque, al amparo del escándalo del “máster”, han desvelado lo que parece haber sido un pozo negro o una ciénaga de corrupción administrativa y académica, protagonizado nada menos que por todo un señor catedrático.  Tal Universidad ya saltó a imperecedera fama con el escándalo de los plagios de su rector, hijo por cierto de uno de mis historiadores favoritos, y que parece que va por la vida como de rositas mientras los tribunales competentes dilucidan la dimensión jurídica de los mismos gracias a los recursos interpuestos por algunos de los plagiados. ¡Quiera Dios que veamos en tiempo útil las decisiones de la Justicia!

Ahora, como el rector actual no se espabile (se recordará que uno de sus contrincantes en la elección ya denostó un entramado de chapuzas) puede ocurrir que el supuesto prestigio de lo que algunos llaman la “Universidad del PP” se adentre en un proceso de degeneración incontenible. Quienes pagarán por tal desaguisado serán, inevitablemente, sus estudiantes. Ciertamente los diplomas, títulos y demás laureles académicos concedidos por uno de sus institutos (hoy en entredicho) se lo ponen difícil.

Lo que hasta ahora nadie, que yo sepa, ha dilucidado de manera convincente son las razones por las cuales una política en alza, delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid, se vio impelida a cometer, según dicen, alguna que otra tropelía para ilustrar, dorar, enaltecer, enriquecer (hay varias formas de decirlo)  su curriculum (que en términos estrictamente académicos no parece haber sido muy brillante: ¿concluyó su licenciatura al menos con un sobresaliente, con un premio extraordinario, con un premio nacional fin de carrera o equivalente?) cuando en puridad, ya metida en la marea política ascendente, no lo necesitaba para nada. ¿Es una añoranza del mundo académico en el que no quiso entrar? Misterio.

¿Podría, acaso, haber pensado que sus posibilidades futuras iban a depender de tener un máster en temas que se acercaban a su gestión a nivel de comunidad autónoma? ¿Le dio un “telele” y lo entrevió como paso a un doctorado? (El “ejemplo” del Dr. Camps de la Comunidad Valenciana viene a la memoria). Incluso no hubiera sido un caso único en su Comunidad: ahí está el ejemplo de un vicepresidente económico de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque sí recuerdo el de algunos brillantes académicos que no tuvieron inconveniente en darle, si no me equivoco, un cum laude.

A mí me parece que, con independencia de cuál sea la salida política que se dé a la Excma. Sra. Cifuentes, su deshonor académico es tal que lo mejor que puede hacer es, como en la época y épica clásicas, retirarse por unos años del mundanal ruido y dedicarse a expiar sus pecados. Son graves, pero no solo por su contenido, sino esencialmente porque son idiotas.

Sería conveniente que la sociedad española estatuyera un ejemplo en un caso en el que la interesada ha ido cometiendo error tras error, retrocediendo con una sonrisa retorcida en los labios y buscando refugio, en último término, en los acogedores brazos del Excmo. Sr. Presidente del Gobierno. Porque si la Excma. Sra. Cifuentes fuese perdonada, el mal ejemplo que ya ha dado este Gobierno olvidándose de una Ley que está en el BOE, como es la de la Memoria Histórica, potenciaría -si necesario fuera- la tentación de algún otro político y muchos ciudadanos a saltarse la ley más alegremente que de costumbre. Mala cosa.

Y ya que hablamos de Universidades. ¿Existen informaciones fidedignas acerca de lo que pasa en muchas de las privadas que han surgido como setas tras las lluvias de otoño? Porque los rumores que circulan en las públicas hacen de algunas de ellas poco menos que focos de iniquidad.

Quien piense que el futuro académico español está asegurado es mejor que reflexione dos veces. Al paso que vamos, con descensos acumulados en investigación y desarrollo, nos dirigimos, con paso altanero y firme el ademán, hacia la indigencia más absoluta, aunque los laureles académicos sigan, entre nosotros y de puertas adentro, floreciendo y continúen emitiendo su embriagador efluvio.

El sistema internacional y las guerras civiles en el siglo XX

10 abril, 2018 at 9:20 am

Ángel Viñas

Este ha sido el tema de una conferencia organizada por la prestigiosa revista franco-suiza RELATIONS INTERNATIONALES en la ciudad de Nantes. Se trata de uno de sus coloquios anuales que luego alimentan la publicación, muy estimada en los medios universitarios francófonos. Se ha celebrado bajo la dirección del profesor Michel Catala (conocido por su tesis doctoral sobre las relaciones franco-españolas durante la segunda guerra mundial y, desgraciadamente, no traducida) y el profesor Stanislas Jeannesson, también de la misma Universidad.

El coloquio se desglosó en cinco apretadas sesiones y una mesa redonda. En la primera se abordó la reacción del sistema internacional confrontado a las guerras civiles de los años veinte, treinta y cuarenta (Versalles bajo el signo de la guerra civil; la guerra civil rusa, las minorías nacionales y la conferencia de paz; la dualidad de la delegación turca en la conferencia interaliada de Londres de 1921; el caso de la República española y los Estados Unidos y la guerra civil en China). En la segunda se trataron las lógicas y las modalidades de intervencionismo tras la segunda guerra mundial en ciertos casos (la ONU y Camerún; Nixon, Kissinger y Cambodia; la comunidad internacional ante Bosnia y, por último, la intervención francesa en Costa de Marfil). En la tercera la atención se concentró en las mediaciones internacionales y la salida de varios conflictos (el papel de las organizaciones internacionales; la ONU y las guerras civiles en Indochina, la europeización del proceso de paz norirlandés). En la relativa a actores internacionales y compromisos humanitarios reapareció la guerra civil española (el caso de las misiones Chetwode y Robert);  la ayuda humanitaria en las relaciones postcoloniales del Congo a Biafra; la ciudadanía francesa contra las guerras étnicas en la exYugoslavia. Finalmente, se abordó la creación, evolución y efectos de un estatuto internacional para los exiliados de las guerras civiles, en especial en los casos ruso y español, y los refugiados de la guerra de Argelia. Como se ve, un programa bien nutrido, que se desarrolló en una organización perfecta.

Los profesores Catala y Jeannesson reclamaron mi presencia para tratar de la respuesta del sistema internacional y el aislamiento de la República española frente a la amenaza del fascismo. Un doctorando francés, Nathan Rousselot, de la Universidad de Nantes, disertó sobre las comisiones de canjes de prisioneros (he de confesar que me dejó boquiabierto porque nunca había oído hablar de la misión Robert). El caso de los refugiados españoles, que conocía por lecturas de autores franceses, lo desarrolló una de las investigadoras especializadas en el nacimiento y desarrollo del Buró para los refugiados creado en Francia en 1945, y en el cual algo tuvo que aportar Pablo de Azcárate.

Entre los asistentes había, naturalmente, muchos expertos interesados por España. Ni que decir tiene que me acribillaron a preguntas sobre tres temas esenciales:

  • El secesionismo catalán y sus perspectivas
  • La ejecutoria del Gobierno Rajoy
  • El caso Cifuentes

No es este el momento ni el lugar de exponer mis respuestas. No estábamos entre periodistas extranjeros de esos que se acercan por Cataluña o Madrid, charlan con cuatro gatos (a saber cómo los escogen) y vuelven rápidamente a sus capitales. Como soy bastante asiduo de la BBC siempre me ha mosqueado que su corresponsal en Bruselas (y “chica” para todo lo que se refiere a la UE) hable con igual desparpajo de cosas que medio entiende y de las que, obviamente, no sabe nada salvo lo que pueda digerir en un par de memos apresuradamente redactados).

En Nantes no era el caso, pero a mí me quedó -no lo oculto- un mal sabor de boca comparando la dedicación de una treintena o más de investigadores franceses, ingleses, suizos y otros europeos a temas que en su momento fueron muy importantes y que, históricamente, siguen siéndolo con lo que al parecer distingue a  la Universidad Juan Carlos I. Con independencia de los buenos historiadores que en ella trabajan, muchos de los cuales son amigos o conocidos míos, no puedo por menos de llorar ante lo que parece haber sido un proceso de metastización. Al volver a Bruselas leo en elconfidencial.com el curioso caso de la almoneda a que se somete la emisión, dación y venta de másteres universitarios por parte del “Instituto” que, al parecer, se lo regaló a la entonces delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid.

Confieso que me sonroja. En mi última etapa en la Universidad di durante cuatro o cinco años clase en un máster de Historia Contemporánea y puedo asegurar que la dedicación de los alumnos que lo cursaban por la noche (muchos de ellos profesores de Secundaria) era total y absoluta. Trabajaban durante el día y, cansados o no, volvían a las aulas al atardecer en plan de alumnos para mejorar sus conocimientos, ponerse al día y progresar en el terreno de su mejoramiento profesional. Nada parecido al caso de la Señora presidenta de la Comunidad de Madrid.

En Nantes traté de situar los temas españoles, en el presente y en la historia, en sus propias coordenadas. Probablemente lo logré mejor en el segundo caso que en el primero. Al fin y al cabo, los historiadores (y no los aficionados) nos movemos en un mundo en el que se respeta la investigación, la búsqueda de evidencias documentales, su análisis crítico, su contextualización más o menos amplia y el acercamiento y desentrañamiento de ese pasado elusivo, que no se deja aprehender fácilmente, salvo por la discusión inter pares de los resultados. Siempre con la ventaja que da conocer la superficie de los hechos pasados. Algo que, probablemente, no entra en el universo ético, moral o profesional de muchos de los que se han visto imbricados en las cuestiones sobre las que me asaetearon a preguntas en los márgenes de la conferencia y, ¡cómo no!, en la opípara cena. Al fin y al cabo Nantes es un alto lugar de la gastronomía marítima francesa.

Mi presentación versó sobre los descubrimientos de historiadores españoles en las dimensiones sobre las que se me pidió que informase. Ahora me tocará retrabajar mi presentación oral y espero poder tener la oportunidad de establecer una relación de los que me parecen más relevantes. De las obras a las que haré referencia no me parece que ninguna de ellas haya sido traducida a idiomas extranjeros.

¿Cuál fue la impresión general? De cierta sorpresa.  Después de todos los miles y miles de libros que se han escrito sobre la guerra civil, mi presentación hizo ver que en los últimos años una combinación de historiadores españoles de tres generaciones estamos reduciendo a un pequeño baluarte, encapsulado detrás de una ideología insensible a la contrastación documental y al discurso crítico, los dogmas de fé instaurados, mantenidos, protegidos, mimados y alabados por una prolongada relación de cuentistas y autores muy sensibles a los deseos y caprichos del poder durante la dictadura. Ahora renovados a veces en lenguaje, pero no en intenciones. En un próximo post haré una amplia referencia a mi exposición de Nantes, a riesgo de repetir cosas que vengo escribiendo en este blog.

Estamos en el comienzo de la primavera y, para el mí, es el comienzo de varias tournées. A mi pesar de mi escaso interés por viajar (lo he hecho demasiado en el pasado) no siempre es posible sustraerme a cordialísimas invitaciones. Las próximas serán Gran Canaria y Alicante, por lo que no podré abordar un tema consistente en este blog. Lo dejo para más adelante.

Un post de espera: ¿Hacia la nacional-recatolización de la escuela y de las FAS?

3 abril, 2018 at 8:21 am

Ángel Viñas

En las últimas semanas he aprovechado la ventaja de que es fácil resumir, sintetizar o divulgar aspectos relacionados con el “caso Balmes” ya que durante prácticamente año y medio no he hecho otra cosa que trabajar con el Dr. Miguel Ull y mi primo hermano Cecilio Yusta en el libro que salió a la venta el pasado mes de enero.  Ahora necesito introducir un compás de espera antes de pasar a un tema distinto, pero no tan diferente. En los últimos años, para bien o para mal, he trabajado sobre la necesaria desmitificación de la figura de Franco. Yo no lo hago desde una perspectiva presentista, pero, agotado por la conceptualización de mi próximo libro, me veo obligado a escribir unas líneas sobre un aspecto que me resulta particularmente preocupante.

 

En las últimas semanas se han agolpado varios fenómenos que apuntan en una sola dirección. En primer lugar, nos hemos enterado del proyecto conjunto de los Ministerios de Educación, Cultura y Deportes y de Defensa de incorporar al curriculum de la enseñanza primaria rudimentos de educación de la seguridad y defensa. Son proyectos a los que se verán sometidos los niños de entre seis y once años de edad. Naturalmente, no podrán elegir por sí mismos. Lo harán sus padres por ellos.

Pero quien hace la ley hace la trampa. La “asignatura” no parece que sea exactamente obligatoria pero los padres que no quieran que la cursen sus tiernos retoños solo tendrán la opción de elegir otra asignatura tan significativa como Religión.

Esto a mí me huele sospechosamente a un intento de revival de dos de las tres “Marías” que teníamos que cursar en la enseñanza media y superior en los, quizá para los titulares de ambos Ministerios, poco problemáticos tiempos del franquismo. Para los más jóvenes que no tengan recuerdos propios de las “Marías” diré que comprendían un abanico de Religión, Formación del Espíritu Nacional y Deportes. Fácilmente se comprende que estas “Marías” a las que hacíamos poco caso estaban teóricamente destinadas a contribuir a la formación de los súbditos de Franco como ectoplasmas de aquellos monjes y soldados tan caros a la Iglesia y a Falange. En busca, claro es, del bien superior -ascender al imperio de los cielos y conquistar (es un decir) el imperio de la tierra.

Como los tiempos han cambiado, es muy de agradecer que los políticos y funcionarios que han intervenido en la preparación de tales proyectos hayan corregido el tiro (nunca mejor dicho). Ya no se blandirá la espada para arrebatar nuevas tierras (el tiempo del colonialismo ha pasado). Tampoco se predicará con la cruz por tierras de infieles. Estamos en período de retracción.

La espada servirá para garantizar la “seguridad nacional” y despertar la conciencia de defensa frente a los riesgos exteriores, sobre todo el de la inmigración. ¿Y la cruz? Moneda de cambio para una Iglesia, esencialmente nacionalista y reaccionaria en gran parte de su cúpula, porque hoy es obvio que nuestros obispos, arzobispos y cardenales ya no pueden recurrir al Gobierno (como en los tiempos felices del nacionalcatolicismo) para que les ayude a combatir el error de todos los que no comulgan con los dogmas de la SMIC.

Ahora bien, como por la gracia de Dios vivo desde hace más de treinta años en el extranjero y estoy acostumbrado a hablar y trabajar con todo tipo de gentes, he preguntado a otros padres, de otras nacionalidades, todos de la Unión Europea, y no he encontrado a ninguno que haya sabido responderme si en sus países de origen sus niños se educan, a la tierna edad de los seis a los once años, bajo principios como los que parecen desprenderse del nuevo programa que auspicia la Señora Ministra de Defensa (que Dios guarde). En consecuencia, he acudido a Mr Google.

Dado que el único país, que yo conozca, de la UE es el Reino Unido cuyos soldados vienen combatiendo prácticamente todos y cada uno de los años desde 1939, si no antes, he visitado la página de los OTC (Officer´s Training Corps), de recia solera, puesto que la institución se creó en 1906. No hay la menor referencia a ejemplos a nivel de Secundaria y mucho menos de Primaria.

Por curiosidad, he ojeado el tema en Francia. No he encontrado mucho, salvo la obligación para todos los jóvenes franceses de entre 16 y 25 años de participar en una jornada, de ocho horas y media, sobre defensa y ciudadanía. Se extiende un certificado que es preciso presentar a cualesquiera pruebas o exámenes sometidos al control de las autoridades públicas (bachillerato, universidad, carnet de conducir, etc.). En la jornada se abordan cinco módulos: la defensa es necesaria (vivimos en un mundo inestable); tenemos que disponer de una respuesta adaptada (nuestro sistema de defensa); con el compromiso ciudadano, cada uno tiene algo que aportar, via la reserva militar o el servicio cívico; la importancia de la seguridad automóvil y el módulo final sobre ciudadanía joven.

Pero de ahí a que los niños se vean impelidos a aprender, a cantar o al menos conocer los himnos de las distintas armas (no el de la Infantería, que es un poco dramático) y de las Fuerzas de Seguridad del Estado, media un trecho largo. Esto es lo que, entre otras actividades, se sugiere que hagan (¿saltando en corro?) los escolares de primaria españoles.

Como soy bastante lerdo, me pregunto y pregunto a la Excma. Sra. Doña María Dolores de Cospedal en qué ejemplos de los países de nuestro entorno se han basado sus eficientes funcionarios, civiles y militares para diseñar el programita con el que quieren convencer a esos padres de que es mejor que sus criaturas se familiaricen con las armas que con el incienso. Sin duda, esto es un reflejo de las necesidades del Estado: se requieren soldados, policías, guardias civiles para que España pueda seguir aportando su granito de arena a la defensa de Occidente. Menos para que se les despierte la vocación de acudir a seminarios cada vez más vacíos en una sociedad crecientemente descristianizada.

Sin embargo, puedo equivocarme. También la Sra. de Cospedal ha decretado que, en los pasados días de dolor, la enseña nacional ondee a media asta en los cuarteles y edificios militares, supongo que en señal de sumisión de las tropas a la voluntad del Santísimo.

Pero, ¿qué Santísimo? Es una pregunta pertinente porque España va camino de convertirse en una sociedad multicultural en la que, guste o no, conviven gentes de variadas religiones y/o de ninguna, y no veo la razón constitucional o legal por la cual los aspirantes a soldaditos o a suboficiales y oficiales tendrían que ser necesariamente católicos. ¿Vamos dejar fuera de nuestros Ejércitos y fuerzas de seguridad a protestantes de variado pelaje, musulmanes, judíos o librepensadores?

En España no tuvimos nunca un remedo del affaire Dreyfus, que sentó las bases de la Francia moderna. Aquí, los políticos y militares que han tenido vara alta desde 1939 han sido mas bien antidreyfusardos. Cabía, sin embargo, pensar que, tras el desarrollo de algunos de los principios relevantes de la Constitución y las reformas militares emprendidas, la unción de la espada y la cruz terminaría por deshacerse, como en cualquier Estado moderno de nuestro entorno.

Lamento haberme equivocado. La “recatolización” de nuestras fuerzas armadas y de seguridad no es una buena señal. Esperemos que los partidos políticos que no comulgan con ruedas de molino hagan algo, porque de lo contrario seremos -más de lo que somos ya- un nuevo ejemplo de hazmerreir para, al menos, la vertiente occidental de la Unión Europea, el tradicional polo de atracción de nuestros ilustrados.

¡Ah! ¿Y qué pasó con aquella asignaturita que se llamaba “Educación para la Ciudadanía?