La guerra civil española, 80 años después

26 marzo, 2019 at 10:03 am

Ángel Viñas

En el post anterior hice una especie de recorrido por algunos de los actos colectivos que se han acumulado en este octogésimo aniversario del final de la guerra civil, que no de la campaña. He dejado para estos primeros días de abril la referencia a una obra colectiva que, confío, hará época. Su gestación ha llevado años. Su puesta a punto también. Sigue una tradición consolidada. También aparecieron obras colectivas con ocasión de los 50, 60 y 70 aniversarios y, en general, de su comienzo. Recuerdo que en la primera nos reunimos varios historiadores bajo la batuta del añorado Manuel Tuñón de Lara. Resumimos lo que se sabía de la contienda en las dimensiones fundamentales que hasta entonces se habían explorado después de la muerte de Franco. Se tradujo inmediatamente al alemán. Una auténtica proeza, gracias a la labor del profesor Walther R. Bernecker.

En 2006 se celebró un magno congreso internacional en Madrid, preparado bajo la supervisión de Santos Juliá y cuyas actas solo se publicaron en internet. Incluso del lado de los historiadores conservadores (por no decir pro-franquistas) se hizo un congreso paralelo en el que brilló la luz deslumbrante de su decano en edad, gobierno y fidelidad a los insondables principios franquistas, el profesor Ricardo de la Cierva. Hay más obras que reflejan tales efemérides.   

El libro que ahora nos ocupa es masivo, pero brillante y escasamente pro-franquista, porque ¿qué tienen que ofrecer los historiadores de esta cuerda en la actualidad en todo lo que se refiere a temas fundamentales relacionados con la guerra civil? Maryse Bertrand de Muñoz ha calculado que, hacia 2005, se habían publicado en torno a los 40.000 títulos. Hoy, en la presente obra, se estiman a finales de 2018 en unos 50.000.

Este monumental libro ha sido coordinado por los profesores Alberto Reig Tapia y Josep Sánchez Cervelló, que también han escrito sendos capítulos. Tiene su origen en un congreso celebrado en noviembre de 2016 en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona. En él se expusieron, entre otros actos, numerosas ponencias que, en una cuidada selección, posteriormente fueron sometidas a un proceso de actualización. La idea fue que pudieran servir de orientación no solo a los no especialistas en cada tema sino, con carácter general, a quienes siguen estando interesados en conocer el estado de la cuestión en materia de un conflicto tan preñado de consecuencias para la historia y el presente españoles. El subtítulo refleja los dos enfoques que han predominado en su elaboración: una guerra internacional y una fractura cultural, desarrollados en siete partes y un epílogo.

La primera reúne, bajo el epígrafe de “Holocausto, genocidio y masacre”, contribuciones de Sir Paul Preston, José Luis Ledesma y Francisco Moreno. La segunda parte contrapone los mitos que rodean a las dos grandes figuras de la guerra civil, Negrín y Franco, de la mano de Enrique Moradiellos y de servidor. Aspectos adicionales de la vertiente internacional de la guerra los abordan, en la tercera parte, especialistas extranjeros y españoles (entre estos últimos Juan Carlos Pereira, Josep Puigsech Farràs y Xavier Moreno Juliá) con un excurso en el exilio mexicano a cargo de Carlos Imaz. La cuarta parte explora tres grandes batallas  (Madrid, el Ebro y Cataluña) con Mirta Núñez Díaz-Balart, Josep Sánchez Cervelló y José Luis Martín Ramos. La quinta parte versa ya sobre el enfoque cultural: la literatura como fuente para la historia (Alberto Reig), los intelectuales y la guerra civil (Paul Aubert), la épica y la lírica de la misma (Maryse Bertrand de Muñoz) y cinco memorias (también Alberto Reig).  Los nacionalismos periféricos los estudian José Luis de la Granja (el caso vasco),  Josep Sánchez Cervelló (el catalán) y Justo Beramendi (el gallego). La séptima y última parte se dedica íntegramente a la mujer, algo novedoso en este tipo de obras, con sendos trabajos sobre milicianas y Mujeres Libres.

El libro, en su conjunto, representa un guante lanzado en desafío a  muchas de las versiones alicortas y desaliñadas que en los últimos años han ocupado abundante espacio en los medios de comunicación escritos y, sobre todo, en el inabarcable del internet.

La conclusión final es desgarradora: la guerra civil no resolvió los problemas reales del país y supuso un retroceso inaudito en todos los órdenes. En primer lugar, por su inmenso coste en vidas y padecimientos. En segundo lugar, por el que se produjo  en numerosas otras dimensiones, apenas si “compensados” por el crecimiento económico y la diversificación social de diez de los últimos años del franquismo, no tan tranquilos como suelen hoy presentarse.

No es exagerado afirmar que la España de nuestros días es hija de la guerra civil y de su secuela dictatorial. Ambas constituyen una unidad histórica. No la forman, en mi opinión, la República y la guerra civil, como señalan tantos manuales escolares, anclados en concepciones un tanto periclitadas. Pero no es de extrañar. En Estados Unidos hubo una época (a principios del pasado siglo y más tarde entre los años treinta y cuarenta) en que se puso de moda reverdecer las discusiones que acompañaron su propia guerra civil y sus motivaciones. La idea estribaba en negar el papel sustancial, genético, de la esclavitud. Todavía hoy existen discusiones enconadas acerca de su significado profundo. En una reciente obra, David Armitage (Las guerras civiles, Alianza) ha demostrado elocuentemente cómo tal tipo de querellas que remontan a la antigüedad griega, y más propiamente romana, han sido una constante en el pensamiento político y filosófico a lo largo del tiempo, con resultados entre sí muy diferentes.

En el caso español yo he sido ambivalente, y lo he expresado en este blog en alguna ocasión, respecto a la utilización de la fórmula habitual o de la más moderna, en la medida en que ha sido importada de la historiografía francesa o italiana, de guerra de España. Los editores de este libro, amigos y compañeros sin par, la han escogido. A mí, hace unos años, no me pareció mal. Hoy, después de haber investigado en el tema que es objeto de publicación en mi libro, ¿Quién quiso la guerra civil?, confieso que me inclino decididamente por esta acepción tradicional. No porque sobre mi gravite el peso de la historia y de la tradición intelectual que tan brillantemente ha resumido Armitage sino porque refleja, en mi opinión con exactitud, la lógica a que se atuvieron aquellos hechos sin los cuales es imposible comprender correctamente el pasado. Hasta hace unos años no tenía muy claro respecto a si la etapa republicana debía constituir una unidad singular, separada de la Monarquía y de la guerra civil. Hoy también lo dudo. He llegado a la conclusión de que el período republicano pertenece más bien a la época de la degeneración y delicuescencia monárquicas que a una unidad de tan solo cinco años de duración. No cambia el que la guerra fue en realidad la fuente bautismal de la dictadura y esta no es en modo alguno comprensible sin aquella.

Por supuesto, otros historiadores tendrán otra opinión. La respeto, pero el fenómeno -hoy evidente- de que los dictadores fascistas prestaron inmediatamente su ayuda a Franco y que con ello indujeron el proceso de internacionalización del conflicto, aunado a la no del todo imprevista retracción de las democracias en apoyar al Gobierno legítimo, no me parecen suficientes motivos para justificar tal denominación. Es preciso entrar en los propósitos y finalidades de quienes quisieron resolver una serie de problemas relacionados con el declive monárquico desatando un conflicto gracias a la ayuda prevista por quién podía apoyarles decisivamente en trasladarlo a hechos.

Nada de ello enturbia la importancia de la presente obra. Aparece ahora en el mes de abril, quizá antes de la Sant Jordi, y es de esperar que tenga una acogida muy favorable. Ójala se convierta en una auténtica referencia.

 

Historiadores e “historiadores” franquistas

19 marzo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unos días tuve ocasión de subir a este blog, via Facebook, la página que me había dedicado la Fundación Nacional Francisco Franco. No he pensado un segundo en pasarle factura por la publicidad. La considero un honor. En ella tan connotada institución reunió varios comentarios escritos por “historiadores”, entre comillas, sobre mi modesta persona. Anuncié una reacción. Una parte de ella está predeterminada (léase intuición): en mi próximo libro canto las verdades del barquero a uno de los escogidísimos autores que figuran en la página y cuyo nombre ha aflorado en este blog en alguna ocasión. No estoy demasiado seguro de que le agrade.

Cuando se habla de historiadores e “historiadores” franquistas la distinción es ineludible. Los primeros hacen su labor en las Universidades (por ejemplo, en el CEU). De los segundos no suele haber constancia de que hayan seguido una trayectoria académica. Más bien lo contrario. Ciertamente, las habituales técnicas de investigación (que no descienden del cielo como las lenguas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles) les son un tanto extrañas. Su parquet favorito es la reivindicación del pasado que toman por lo general  de los grandes autores franquistas. Al fin y al cabo, en estos últimos se encuentra la “verdad” impoluta, no mancillada por intereses que en el franquismo solían caracterizarse de “bastardos”.

Servidor no les presta demasiada atención, sobre todo a alguno de los más chillones y ya prácticamente jubilado a quien, valga el caso, nunca menciono. Ya se sabe, lo afirma el recio refrán castellano, “no hay mejor desprecio que no hacer aprecio”. Por lo demás, soy consciente del sabio consejo de una profesora de la madrileña Universidad Carlos III:  “en Comunicación hay un principio básico que dice que «de quien no se habla no existe». Lo aplicaba muy bien el PP de Mariano Rajoy cuando no pronunciaba el nombre de los corruptos: en vez de Bárcenas decía «ese señor a quien usted nombra» y dejaba de citar a aquél a quien se le pillaba robando”.

Sin embargo, por razón de edad, crecí a la distorsionadora sombra que proyectaban las numerosísimas publicaciones (fasciculares en frecuentes casos) del profesor. Siempre que he podido lo he evocado como ejemplo del historiador franquista convicto y confeso. En realidad, no hay mucho nuevo en sus no tan inteligentes emuladores que no hubiese escrito o intuido de la Cierva.

En tal sentido esta ocasión para recomendar a quienes deseen sumergirse en la insondable sabiduría de tal escuela los trabajos del profesor Alberto Reig. Analizan la fructífera siembra que De la Cierva practicó sobre los desiertos de la historiografía española durante la mayor parte de la dictadura. Destaca, en particular, su último libro: La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes, en Siglo XXI, una editorial en la cual difícilmente encontrarían acogida las obras de los epígonos del autor de ascendencia murciana. De la Cierva incluso llegó a acudir al artilugio de fundar su propia editorial, quizá para ganar más dinero -sin intermediarios-, pero tal vez también porque sus últimas obras ya eran inasumibles en editoriales normales.

Ricardo de la Cierva (1926-2015)

De la Cierva solo escribió una obra (gruesa)con criterios que podrían considerarse académicos. Lo hizo antes ganar una agregaduría en la Universidad de Alcalá de Henares y de que la KGB, según afirmó en alguna memorable ocasión, tuviera un éxito completo en lo que se refiere a copar las cátedras de Historia de España en las universidades de este santo país. Quizá por ello, en las universidades públicas los seguidores del eximio catedrático madrileño no se cuenten por docenas. Es, sin duda, lamentable que, a lo que parece, ningún otro historiador de su cuerda  haya denunciado públicamente tal éxito soviético.

Desgraciadamente, la democracia inorgánica española (con todos sus defectos) no es como la “democracia orgánica” franquista. Los historiadores que la defienden han contraatacado según su leal ver y entender, ya que las autoridades han sido muy reacias a tomar medidas contundentes contra los presuntos “topos” de la KGB. En consecuencia, aprovechando las ventajas que ofrece la recuperación de las libertades (que “el yacente de Cuelgamuros” siempre se preocupó de tener atadas y bien atadas), tales autores acuden a las redes, a la prensa digital, a connotadas cabeceras de la escrita y, no en último término, a los beligerantes brazos de la FNFF, siempre dispuesta a dar una batallita pour la gloire de quien toma el nombre.

Solícita, brinda sus puertas sin que se sepa con qué criterios escoge a unos u otros. Con tal de que hayan demostrado su pericia en las batallas (culturales) por enaltecer el pasado católico en los años de la (odiosa) República, la (santa) guerra civil y el (modernizador) régimen autoritario (pero benevolente, ayuno de cualquier contaminación fascista). Años todos en los que la (verdadera) España triunfante dio lo mejor que tenía para sus hijos (que en cuanto pudieron se forraron a tutiplén, como también lo hizo su “Caudillo”).

A mi me surten amigos y conocidos con muchos de los productos que tales “historiadores” e historiadores (del CEU) desparraman por las redes. Admiro su  potencia, contundencia y persistencia. Es una pena que la Universidad pública no les haga demasiado caso. Para hacerse notar no retroceden ante el insulto o las alusiones (e ilusiones) ad personam. Lógico, ya que su argumentación alberga una extraña resistencia a ofrecer contraevidencias a la obra de quienes no comulgan con su chispeante talento. Cuando dicen que ellos también acuden a las fuentes no hay que hacerles demasiado caso. Las interpretan “creativamente”.

Como más reciente ejemplo ofreceré una ilustración referida a un nombre que ha aparecido en este curso en el presente blog en el libro que me he permitido enunciar. Me he limitado exclusivamente a dos episodios significativos. Uno en relación con su análisis de un accidente que cambió el curso de los acontecimientos y potencialmente la historia de España. Otro en el que demuestro que Franco (ya lo hice con sus características de corrupto y asesino) fue también un impostor.  Los amables lectores posiblemente se reirán y yo me reiré con ellos. Es muy verosímil que la FNFF incluso tercie en el asunto. Al fin y al cabo, guarda con todo celo mucha documentación del inmarcesible Caudillo que gobernó dicen que sabiamente lo que en realidad fue, en el terreno internacional, un Estado cipayo.

Este calificativo no es mío: lo utilizaron personas tan dispares como el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado y el embajador Carlos Fernández Espeso. Siempre que puedo identifico a los autores, que tuvieron mucho más experiencia que servidor en corregir las “glorias” de tan excelsa y única personalidad.

Este post no podría eludir un ejemplo de referencia ad personam que me ha proporcionado  hace poco más de una semana uno de los amables lectores. En youtube cualquiera que se precie puede encontrar un programita en la cual uno de esos profesores del CEU alude a mi modesta persona de forma tal que pareciera que somos conocidos íntimos. Porque tan distinguido autor me califica nada menos de “senil” e involucra también a mi familia.

Con la mano sobre el corazón, puedo asegurar que tal característica no responde a la realidad constatable. Investigar en una amplia gama de archivos españoles y extranjeros a una edad otrora considerada como provecta demuestra más bien lo contrario.  Que yo sepa, solo nos hemos visto una vez y en público en los alrededores de Madrid, delante de un auditorio ante el cual, eso sí, me sentí en la ingrata obligación de ponerlo en ridículo. En los 32 años que mi familia y servidor hemos vivido en Bélgica, Estados Unidos, Inglaterra y Escocia es imposible que se haya topado con nosotros.

El lector observará que, congruente con mi actitud, ni siquiera menciono su nombre. Basta con decir que compadezco sinceramente a todos los alumnos que pasen por sus manos y que hago extensiva a sus respectivos padres, caso de que crean que sus retoños reciben una gran educación en Historia.

También aprovecho este post para hacer pública una sugerencia a la FNFF con la cual he terminado más o menos mi próximo libro: que ofrezca becas a las huestes de jóvenes graduados en Historia (y que quizá hayan pasado por las aulas en que diserta tan ilustre historiador) para que exploren los archivos moscovitas, ya que no lo ha hecho uno de sus mentores, el por algunos tan alabado y benemérito profesor Stanley G. Payne. Tal vez en un no distante futuro nos regalen con sus rompedores descubrimientos sobre el pilar básico de la interpretación franquista del pasado español: que la guerra civil fue absolutamente necesaria para prevenir una sublevación comunista que hubiese entregado a nuestra amada PATRIA a las garras estalinistas. Como implicaron los excelentísimos y reverendísimos señores Obispos en su carta colectiva, gracias al 18 de julio no solo se salvó la España católica e inmortal sino, con su imperecedero sacrificio, incluso la civilización cristiana. No extraña que haya gente, -y monjes de Cuelgamuros- que sigan entonando las preces correspondientes en honor de quien blandió triunfalmente la espada del Cristo de la Victoria.

P.S. No suelo leer lo que la FNFF publica en la red  (pecado que confieso haciendo el acto de contrición adecuado). Sin embargo, no me resisto a traer a colación  un reciente artículo que, quizá, no republicará la tan en ciertos círculos prestigiosa institución. A saber

https://www.publico.es/politica/vox-franquismo-son-vinculos-vicepresidente-vox-fundacion-francisco-franco.html

Es más: si así lo hace, ¿lo desmentirá?, ¿no lo desmentirá? En cualquier caso el “desmentizador” que lo desmienta buen “desmentizador” será.

Un episodio sintomático del Brexit

12 marzo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

 En este mes se dilucida en el Parlamento británico la cuenta atrás final de uno de los episodios más importante para Europa de los últimos cincuenta años. Muchos británicos y muchos europeos estarán ya hartos de las vueltas y revueltas que el Brexit ha dado desde el referéndum (algo que suele cargar el diablo) de junio de 2016. Que la sociedad británica está dividida es harto sabido. Suele ocurrir ante decisiones vitales. El mes pasado estuve pasando unas cortas vacaciones en Inglaterra en Somerset, región que típicamente se caracteriza como uno de los jardines del país y afamado productor de manzanas. Con ciudades y pueblecitos pintorescos, pubs acogedores y paisajes cambiantes, Somerset presenta con frecuencia una imagen idílica. Pero el demonio del Brexit también se ha infiltrado entre sus verdes campiñas. No resisto a la tentación de narrar un diminuto episodio que me parece sintomático. Con él me encontré en el pueblito de Winford.

Winford está situado en el valle del río Chew, al suroeste de Bristol. Es un pueblín antiquísimo que ya se menciona en el denominado Doomesday Book, una especie de inventario de la riqueza de Inglaterra y parte del país de Gales que data del siglo XI. Según Wikipedia la región de la cual Wiford es cabeza cuenta con algo más de dos mil habitantes, un número lo suficientemente reducido para que se conozcan casi todos.

Pues bien en ese pueblito, a una vecina octogenaria, la Sra. Bridget Smith, se le ocurrió dejar que varios de sus nietos pintaran en una pared de su pequeña casa que bordea la pequeña carretera que atraviesa Winford un mural con el siguiente letrero: “Europa dice: por favor, no os marcheís”. Habría que tener una mente tortuosa o atormentada para leer en estas siete palabras algo insultante o enervante, si se tiene en cuenta que un 48 por ciento de quienes votaron en el referéndum de 2016 se mostró favorable a que el Reino Unido permaneciera en la Unión Europea, mientras que el 52 por ciento restante lo hizo a favor de la salida de la misma. Y también que, desde entonces, las dos posturas se han debatido a todos los niveles de la sociedad británica, desde el Parlamento hasta el último rincón.

Según se cuenta el mural mantuvo su mensaje durante un par de meses sin que nadie dijera nada. Sin embargo un vecino, que sin duda votó por la mayoría en el referéndum, terminó sintiéndose incomodado. Se ignoran los motivos. Pudo imaginar, no lo sé, que el mural suponía un reto que arrastraría a las masas humanas del valle del Chew hacia un voto contrario a la salida en el caso, siempre hipotético, de que el Parlamento, saltándose la opinión del Gobierno, decidiera optar por la celebración de un nuevo referéndum. Lo que está claro es que tan diligente y patriótico vecino plantó a la señora Smith una denuncia.

A tenor de la prensa local las autoridades que reinan sobre la circunscripción electoral de Somerset Norte se lo tomaron muy en serio. No en vano uno de los diputados conservadores elegidos por la misma es el Dr. Liam Fox, ministro de Comercio Internacional. Es muy conocido porque, entusiasta del Brexit, se atrevió a decir durante la campaña del referéndum que la relación subsiguiente del Reino Unido a la salida de la Unión Europea se resolveria amigablemente en una tarde. Vamos, que como los innumerables “brexiteers” superparlanchines estaba muy enterado.

Así, pues, las autoridades, meses después de que los habitantes de la localidad quienes pasaban por la carretera camino de Bath se deleitaran contemplando el mural, enviaron sin más preámbulos una notificación a la Sra. Smith. El mural constituía un ejemplo de publicidad ilegal -como suena- por lo que debía retirarlo en el plazo de tres semanas o hacer frente a un juicio ante el tribunal correspondiente. Si este se ponía del lado de la autoridad municipal, la multa que tan osada infractora debería pagar ascendería a 2.500 libras de golpe y a 250 por cada día que transcurriera sin haberlo retirado. Claro está que ello presuponía que el tribunal competente la condenara.

La sorpresa de la octogenaria fue tremenda. Argumentó que ella ni vendía nada ni trataba de ganarse una miserable libra por exhibir la obra de sus nietos. El público que pasara por la carretera podría pensar lo que quisiera, pero era evidente que ella no anunciaba nada. Un caso de sentido común pero, a veces, también en la rubia Albión tal sentido es el menos común de todos. Señalo esto porque los munícipes constataron que, no menos evidentemente, la Sra Smith no había leído la sección 224 de la Ley de planeamiento urbano y rural de 1990 y las disposiciones que la misma contiene regulan el tema de los de anuncios de publicidad.

Ciudadana respetuosa, la octogenaria señora expuso sus motivos, pero como si se hubiese tratado de un diktat fascista o de un ukase soviético no obtuvo la menor respuesta. El periódico local intervino. Tampoco recibió contestación, por lo que presentó una demanda para forzarle al amparo de lo previsto en la famosísima Ley sobre la libertad de información. Que yo sepa, todavía no ha recibido la fundamentación en que se basaron las celosas autoridades municipales.  Está visto que la proverbial cortesía británica puede fallar un pelín en temas relacionados con el Brexit. Tampoco se ha dado a conocer el nombre del denunciante, aunque no es presumible que sufriera ninguna venganza a lo kukluskan.

El periódico local, The Chew Valley Gazette, prosiguiendo una encomiable labor informativa de cara a sus lectores, recabó la opinión de un experto, un profesor de la Universidad de Bristol, conocedor profundo de las peculiaridades del planeamiento urbanístico y rural de la región. Su respuesta fue que la definición de lo que debía entenderse por publiidad en la ley aducida era bastante opaca. Sin embargo, él no llegaba a comprender que el mensaje del mural pudiera caer dentro de las acepciones más comunes del término publicidad (¿cuál era el objeto de la misma?) y le parecía que el designado como anuncio publicitario era más bien un ejemplo de mero grafitti.  De lo contrario, argumentó,  los murales de Banksys – que valen millones – deberían también ser objeto de autorización administrativa. Y, lo que son las cosas, en el propio Bristol, una aglomeración de medio millón de habitantes, las autoridades municipales han tenido y tienen un enfoque mucho menos contundente que las que reinan sobre el diminuto Winford. En muchas de las calles de ciertos barrios de Bristol (por ejemplo, Montpelier, Stokes Croft y St. Paul´s) abundan las casas adornadas de murales, graffittis e incluso, ¡horror de los horrores!, slogans y mensajes políticos.

Hay más. El profesor en cuestión continuó afirmando que la orden emitida contra la osadía de la Sra. Smith podía muy bien representar una violación de su derecho a la libertad de expresión a tenor de lo establecido en el artículo 10 de la Ley sobre Derechos Humanos, ya que evidentemente restringía sus posibilidades de manifestarse en un tema de naturaleza esencialmente política. Algo que, añadió, los tribunales británicos tienen siempre mucho cuidado en proteger.

Pero, claro, mantener el mural significaba pleitear. Incluso en el Reino Unido es una aventura. ¿Qué hizo la Sra. Smith? No exponerse a ningún riesgo, por si las moscas. Cuando pasé por Winford en coche, uno de sus yernos estaba atareado tapando el mural. Mi cuñada paró el coche y le expresamos nuestra solidaridad. El hombre sonrió tristemente y dijo algo así como “es que hay gente que…”

Una anécdota minúscula. Pero representativa. Según las informaciones que, entre otros, viene divulgando el periódico The Guardian la extrema derecha británica experimenta un nuevo renacer. La consigna ahora es anti-Islam y el antisemitismo (que viene haciendo estragos en el partido laborista). Desde el hundimiento del British National Party no se había registrado nada similar. Incluso el desfondado UKIP vuelve a subir en ciertas localidades. Está visto que la salida de la Unión Europea ha desatado algunos pequeños (?) demonios en el corazoncito de una parte de la sociedad británica. Mala cosa.

No hay que tomárselo a broma. ¿O sí? Hace unos días el primer ministro danés Lars Lokke Rasmussen hizo varios comentarios poco diplomáticos sobre el “circo político” en el que se había convertido el Reino Unido, con un sistema que se cae a pedazos (melting down)  y en el cual los partidos más importantes están tan absortos en una guerrilla puramente táctica que ni siquiera se hablan entre sí, con unos líderes partidarios del Brexit que no son sino vulgares trileros (sic).

Cuando los amables lectores echen un vistazo a este post la solución estará a punto de caer, sin que quepa excluir una “milagrosa” salida, por la que tantos ciudadanos obnubilados han rogado a los sin duda fiables druidas británicos.

 

La exhumación de Franco, ¿una aberración teológica?

5 marzo, 2019 at 8:53 am

Ángel Viñas

 Me he permitido el lujo de darme unas vacaciones en Londres y Somerset (suelo hacerlo en esta época del año) para descansar un poco del desgaste físico y sicológico de los últimos meses. Ha culminado en la revisión final de las últimas pruebas de mi próximo libro: ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL? Mientras escudriñaba el pdf en busca de eventuales errores, expresiones poco afortunadas y los malvados e inradicables pleonasmos, en Inglaterra me han dejado aterrado dos temas: en primer lugar, la agudísima controversia política y parlamentaria en estas semanas previas al Brexit (sobre lo cual el martes que viene revelaré una anécdota que me ha parecido muy sintomática pero que no ha saltado, que yo sepa, a los grandes medios de comunicación). El segundo tema ha sido el batiburrillo que continúa despertando el tema de la exhumación de Franco.

 

Estaba sumergido en plena división cuando un amigo me envió un vínculo que me hizo pensar hasta qué punto son necesarios trabajos que documenten y analicen con los modernos enfoques  y las correspondientes técnicas de la historiografía crítica la colusión y las colisiones de la SMICAR (Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana) con el Estado franquista, naciente o consolidado, durante la guerra civil y la dictadura. Las aportaciones de José Ramón Rodríguez Lago, por ejemplo, me parecen admirables. En lo que a mi respecta, no puedo decir que sean temas que hayan atraido particularmente mi atención, pero debería haberles dedicado más tiempo del que les he otorgado.

El vínculo en cuestión, que reproduzco para información y eventual solaz, si no carcajadas, de los amables lectores, es el siguiente

https://cadenaser.com/programa/2019/02/26/hora_14/1551174335_951986.html

Se trata de una entrevista emitida por esta cadena de radio que se hizo a un monje de los que oran y velan en Cuelgamuros (me resisto a utilizar el término más frecuente). Según lo presenta el entrevistador  se trata de un caballero de 77 años que lleva en su puesto, la frente erguida y firme el ademán (probablemente con la mirada dirigida el sol durante el día y hacia los luceros durante la noche), la friolera de 57 años. Es decir, que ingresó en la O.B. a una edad bastante tierna. Fue también el organista que actuó en el funeral de Franco y, según afirma, ha sido  profesor (hemos de suponer que eminente) de Sagradas Escrituras. Por desgracia no dice dónde. En todo caso, desliza con rotundidad castellana su familiaridad con las mismas aunque esto puede entenderse como un mero ejercicio de la profesión. En alguno de mis destinos he conocido a un par de profesores de yeshivas (escuelas judías) que me dijeron que sabían prácticamente de memoria la Torah y, naturalmente, lo que los cristianos denominan Viejo Testamento.

Tan estimable teólogo hace afirmaciones relacionadas con la exhumación y, sin duda como destacado investigador entre los de su grey, algunas otras de carácter histórico, relacionadas con el pasado y su supuesta prolongación en el presente. Sin embargo, tengo la impresión de que es algo impreciso porque en tan corta entrevista ha incurrido en algunos errorcillos. Acude a la clásica dicotomía agustiniana entre la ciudad de Dios y la ciudad del mundo y no consideró oportuno referirse a la famosa carta pastoral del 30 de septiembre de 1936 del reverendísimo obispo de Salamanca Dr Enrique Pla y Deniel. Es muy conocida y recomiendo el análisis que de la misma hizo en su día el profesor Glicerio Sánchez Recio. Tan distinguido prelado se ilustró para la historia de la ideas con la contraposición entre el vandalismo de los hijos de Caín frente al heroismo y sacrificio de los hijos de Dios. Los lectores ya pueden imaginar quiénes fueron unos y otros. Pues bien, nuestro organista se ha puesto al día. Él contrapone la “España del frente republicano que provocó la rebelión de octubre de 1934” y la “España cristiana”. Ha elegido un episodio muy controvertido, sobre el cual existe una literatura muy abundantes y ha cortado por lo sano.

No en vano el Octubre del 34 ha sido siempre el comodín de la derecha más cerril, algon que aquí no nos interesa, pero el hecho evidente es que no lo provocó el supuesto “frente republicano” a que alude el probo organista. Si acaso segmentos del mismo, porque lo que es notorio y bien sabido es que su preparación se hizo durante un gobierno de trece miembros de los cuales nueve eran del Partido Republicano Radical, uno del Partido Republicano Liberal Democrático, otro del Partido Agrario Español con dos independientes. ¿Podría el profesor de Sagradas Escrituras ilustrarnos cuáles eran los que pertenecían a ese supuesto frente que luego “secuestró” la República.  Si nuestro dilecto historiador confunde “frente republicano” con el Frente Popular comete un error propio de un pardillo.

Añadamos: la afirmación de que el Frente Popular “provocó irremediablemente el alzamiento nacional” es de suspenso en el grado de Historia. Ni siquiera el profesor Stanley G. Payne llega a tal extremo. Desde luego, reconozco que se trata de un dogma de fé en los círculos más escorados hacia la extrema derecha, pero los dogmas de fé, al menos en lo que se refiere a Historia, pueden contrastarse. No es el caso de las alturas teológicas en que habitualmente se moverá nuestro buen monje.

De aquellos polvos tales lodos. Sentada su posición de partida, tan respetable caballero no es, en consecuencia, demasiado amable con el actual gobierno. A lo mejor es un potencial votante de VOX. Sin embargo, creo que se pasa un pelín al atribuir al minoritario gobierno del PSOE la cualidad de “fiera herida” que da zarpazos. ¿Cuáles, por ventura?

Que Franco (a favor del cual un compañero benedictino recogió en un bodrio de libro publicado por la Fundación Nacional que lleva su nombre testimonios de personas supercatólicas que hubiesen querido verlo elevado a las inconmensurables alturas de la santidad) hubiera pretendido “reconciliar a las dos Españas bajo los brazos pacificadores de la cruz” es una torpe exageración. No en vano quien sí se transmutó en fiera continuó dando zarpazos durante todo lo que le quedó de vida en aquella desdichada España. Que se lo pregunten, si no, a los procesados, condenados, presos y ejecutados entre 1959 (momento de la inauguración del supuesto monumento a la “reconciliación”) hasta su muerte en 1975.

Tan egregio conocedor de los últimos ochenta y tantos años de Historia se eleva luego a las cumbres de la trascendencia, por encima de cualquier vulgar posibilidad de comprobación empírica. Afirma, quizá sin pestañear, que la exhumación es una aberración teológica, pero desgraciadamente no da pista alguna para fundamentarla. A no ser que sus oyentes y eventuales lectores crean que las víctimas republicanas (entiéndanse los fusilados o asesinados que combatieron por la República) serán las primeras “en desear que Franco no salga del Valle”.

Utilizo, creo que propiamente, el tiempo verbal adecuado. Cualquier no ya historiador sino persona con un mínimo sentido común se preguntaría ¿y cómo sabe tan eminente teológo de tal supuesto deseo? ¿Ha viajado por ventura a la eternidad, las ha consultado -o hecho algún sondeo entre las mismas- y regresado a predicar la buena nueva? Si nos acercamos a los parientes próximos de varias de entre ellas, y que probablemente las quieren más que nuestro ilustre conocedor de las Sagradas Escrituras, lo que aparece es que desean trasladarlas del “templo de la reconciliación”, algo que no ha resultado nada fácil.

Tampoco está familiarizado el, sin duda, excelente organista con la literatura reciente. Hoy se sabe, documentalmente, que Franco no dejó dispuesto que se le enterrara en Cuelgamuros. Fue una decisión de su Gobierno, privado de su inmarcesible conductor. Ahora bien, parece bastante normal que lo que decide un Gobierno otro pueda revocarlo. Imagine el amable lector que tal no fuera el caso. Ello significaría que, Monarquía por Monarquía, algunas de las decisiones de los gobiernos de la Restauración tendrían todavía validez. A no ser que, sobrenaturalmente claro, Franco haya comunicado a sus celadores que desea permanecer en la sepultura en la que yace desde 1975. La historia eclesiástica está llena de milagros y muchos de sus hacedores han subido al peldaño máximo de la santidad.

Nuestro estimado historiador puede objetar. Recordaré, no obstante, que la sublevación militar de 1936 se hizo al amparo de la Ley Constitutiva del Ejército de 29 de noviembre de 1878. Esta fue un subproducto de la reordenación de la cadena de mando del Ejército de cara a eventuales operaciones a los dos años y medio de terminada la última guerra carlista y al amparo de la Corona y del Gobierno de S.M. Como es lógico en el año 1936 estaba totalmente fuera de juego. Los sublevados se saltaron a la torera el equivalente de la cadena en ella establecida que, en términos comparativos, había sido sustituida por las leyes de Defensa de la República de 21 de octubre de 1931 y de Orden Público, que la derogó, de 28 de julio de 1933.

El corte de la cadena de mando con la establecida por la legislación franquista no se produjo hasta la etapa democrática. En definitiva: lo que decidió un Gobierno en una Monarquía constitucional lo derogó un republicano, que a su vez fue abrogado por un régimen dictatorial no de “extraordinaria placidez”, como dijo alguien. Obviamente, no pasó la prueba del algodón en una Monarquía parlamentaria y democrática.

Comprendo que en una entrevista de no demasiados minutos no ha lugar para muchas sutilezas pero las expresiones utilizadas por el organista del histórico funeral rezuman las ideas acuñadas por el reverendísimo obispo de Salamanca (y luego eminentísimo cardenal) que se mantuvieron contra viento y marea en el franquismo por la jerarquía de la SMICAR. Hoy, elementos clericales y un cierto sector social, haciendo cuchufletas de la historia, todavían alaban los tiempos y la época de un caudillaje “por la gracia de Dios”. ¡Ahí si que se ocultan las grandes aberraciones de una cierta teología que no ha encontrado todavía su Karl Rahner!