Un encuentro en Ciudad de México sobre la guerra civil

28 mayo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Si hay un país en América Latina donde, todavía hoy, la guerra civil española es materia de recuerdo algo más que para escribir artículos en los medios sociales es, sin duda, México. La República azteca fue, después de Francia, el país que acogió el mayor número de refugiados españoles. En este año se cumple el 80 aniversario de la llegada del barco más famoso de los varios que transportaron las primeras tandas de autoexiliados tras la derrota. Se trató del Sinaia que llegó a Veracruz en junio de 1939 y que fue iniciada por el Flandre en abril.

 

El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha nombrado a uno de los más reputados políticos mexicanos, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, presidente de la comisión encargada de preparar la conmemoración de los ochenta años del exilio español. En las próximas semanas se celebrará la llegada del Sinaia cuyo periplo ya recuperó hace muchos años José Antonio Matesanz.  De notar es la asistencia del ingeniero Cárdenas durante el primer día de los dos que duró el encuentro organizado sobre la dimensión internacional de la guerra civil que tuvo lugar la semana pasada en el Colegio de México. Como hijo del general y presidente y Lázaro Cárdenas que abrió las puertas del país a los refugiados españoles, su presencia me pareció altamente significativa.

El exilio español en México es un tema muy bien estudiado, tanto por historiadores mexicanos como españoles, en nuestro caso desde los tiempos del ocaso de la dictadura. La literatura existente es abundante. Los testimonios orales recogidos por expertos a lo largo de los años alcanzan hoy un volumen considerable. El profesor Jorge de Hoyos es uno de los últimos que con mayor vigor ha actualizado el corpus existente.

El apoyo mexicano a la República española en guerra, desde sus comienzos en 1936, también ha sido muy trabajado. Uno de los coordinadores del encuentro, el profesor David Jorge, ha abordado no hace muchos años, en su libro sobre la Sociedad de Naciones y la guerra civil, los efectos de las mil y una maniobras realizadas por las potencias democráticas. El objetivo, logrado, fue impedir que de la épica lucha de la República contra Franco y sus aliados nazi-fascistas se ocupara operativamente el único organismo internacional que entendía en materias de paz y seguridad. La República contó, ciertamente, con la actuación de Nueva Zelanda y de la Unión Soviética pero, sobre todo, del régimen cardenista. El complemento material de los esfuerzos del presidente Cárdenas lo ha acometido Miguel Íñiguez Campos, también con documentación inédita republicana y mexicana. Quizá el próximo año sea ya posible leer su libro. Falta hace, frente a los camelos franquistas y neofranquistas que todavía pululan en la literatura. Entre ambos quedarán de manifiesto los errores y omisiones (¿involuntarios?) en que han incurrido e incurren numerosos autores, en general de origen anglosajón.

En el encuentro de la semana pasada lo que quería ponerse de relieve era la contraposición entre el comportamiento de las potencias del Eje en ayuda de Franco y la movilización de las izquierdas en apoyo de la República, vehiculada esencialmente a través de la Internacional Comunista y las Brigadas Internacionales. Como es sabido, el estudio de la vertiente exterior de la guerra civil es uno de los de mayor antigüedad en la historiografía. No en vano los primeros intentos se basaron en el conocimiento y exégesis de los documentos nazis publicados a principios de los años cincuenta del pasado siglo. A ello se dedicó el primer día, muy cargado.Todos los ponentes procedimos de España. El segundo día, no menos interesante, se centró en el éxito de la propaganda profranquista en América Latina, en comparación con la republicana, y en sus efectos en dos estudios de caso, México y Argentina. La conferencia de clausura recorrió la política agresiva de la Alemania nazi en las coordenadas de los años treinta. Las ponencias, debidamente actualizadas, serán objeto de publicación.

Es de rigor agradecer -y servidor lo hace de todo corazón- el esfuerzo y los medios desplegados por el Colegio de México, por su personal directivo (su presidenta, la directora del Centro de Estudios Históricos y la profesora Clara E. Lida, alma del encuentro) y de apoyo de cara a la feliz realización de esta nueva muestra de la hermandad académica felizmente existente entre España y el país azteca. No extrañará que el embajador de España también estuviera presente en el acto inaugural junto a los representantes de la entidad alemana  DAAD y la Fundación del Banco de Santander que con su ayuda financiera sostiene la Cátedra México-España.  Para mí fue particularmente interesante la presencia de la responsable del DAAD en México, ya que al fin y al cabo soy deudor a este servicio de intercambio académico de la beca que, hace ya muchos años, me permitió estudiar en Berlín y así, sin intuirlo ellos ni yo, poner en marcha un proceso en el que los hados determinaron mi carrera profesional y académica futura.

En todos los encuentros académicos se aprende. Personalmente no conocía mucho de la propaganda y actividades pro-franquistas en México, que abordó el gran experto en el régimen cardenista, biógrafo de su principal actor y trabajador incansable en el, al parecer, inmenso archivo que legó. Tampoco tenía idea del impacto en la comunidad española en Buenos Aires. Confieso que la exploración de la evidencia primaria relevante de época en los últimos años en relación con otros temas me ha dejado poco tiempo para leer trabajos que no se han relacionado con ellos. Nunca es tarde.

El Colegio de México es una de las instituciones de docencia e investigación más importante del país. Su acogida fue soberbia y creo no exagerar si todos los participantes no mexicanos quedamos abrumados por la eficacia con que se desarrolló el encuentro. Ciudad de México no es un entorno fácil y las distancias son kilométricas. Todo funcionó a la perfección. Claro que, de haberse celebrado una semana antes, quizá los extranjeros que llegamos hubiéramos corrido el riesgo de tener que lidiar con problemas respiratorios bastante serios. La contaminación había alcanzado límites alarmantes en una época en las que todos suspirábamos porque llegaran las lluvias.

Asistieron descendientes de varios de los ilustres refugiados que encontraron una nueva patria en el país azteca. Es una colectividad con la que ya había tenido algunos contactos en visitas precedentes. Siempre es emocionante escuchar de sus labios las experiencias que recuerdan de sus años de juventud y de aprendizaje en un nuevo país y de las actividades de sus padres. Con todos mis respetos hacia los colegas que los han recopilado, nada sustituye el contacto directo. Debo constatar mi agradecimiento en este ámbito a Carmen Tagüeña, expresidenta del Ateneo Español, en representación del que también debo a otros muchos. Tampoco puedo olvidar la presencia de uno de los últimos testigos, si no el último, de los días finales de la guerra, Don Fernando Rodríguez Miaja, pariente y ayudante del general Miaja, que también ha dejado constancia de sus recuerdos y que, ya centenario, se molestó en acudir al Colegio de México.

Como me quedé algunos días más en Ciudad de México no pude destinar mucho tiempo a la lectura de la prensa digital española en los días que precedieron a las elecciones del domingo. Sin embargo, no han faltado almas bondadosas que me han enviado referencias a algunas de las estupideces que han aparecido en las últimas semanas sobre las “tropelías”, “desaguisados”, “broncas” y “asesinatos” efectuadas por las “malvadas izquierdas” hace ahora 83 años. Lo que son las cosas. No he visto que también acogieran en sus páginas o en sus imágenes en youtube las informaciones hoy disponibles sobre los esfuerzos de las “sufridas derechas” por denunciarlos y exagerarlos en sus medios de comunicación de la época como consecuencia lógica de su necesidad de crispar el entorno social y político mientras avanzaba con pasos de gigante la conspiración civil y  militar apoyada operativamente por uno de los adelantados de la época. Hoy apenas lo citan. Se llamaba Benito Mussolini. Las “fake news” no son un invento del presidente Trump ni de los nacionalpopulistas de nuestros días. ¿Quién dijo aquéllo que cuando la historia se repite por segunda vez suele hacerlo como farsa?

Que los dioses perdonen a los que no saben de qué hablan

21 mayo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Cuando se publique este post estaré (con permiso de los controladores aéreos franceses) en México donde se celebra una conferencia sobre la internacionalización de la guerra civil. La han organizado el Colegio de México, una de las más prestigiosas instituciones de investigación y enseñanza en toda América Latina, con la Cátedra México-España y la Cátedra Humboldt . Asistimos historiadores procedentes de Alemania, Argentina, España y, obviamente, del país anfitrión. Será una ocasión de presentar los resultados de nuevos trabajos, intercambiar opiniones y recalcar el carácter casi universal del conflicto español, cuando la hora española coincidió con la hora del mundo. En la semana de esta conferencia la campaña para las elecciones habrá sobrepasado la velocidad de crucero. Es mucho lo que está en juego para el futuro. También, paradógicamente, para el pasado.

 

Los amables lectores se quedarán, sin duda, un tanto sorprendidos ante esta afirmación, pero es fácilmente explicable. Entre los futuros ocupantes de un escaño en el Parlamento durante la próxima legislatura hay alguno que ha exhibido con tal desparpajo sus conocimientos de historia de España que cabe echarse a temblar. Elevo mis preces al Olimpo para que no ocupe ningún puesto en la comisión de Cultura, Enseñanza o similar.

Entre las afirmaciones que recogió la prensa en su momento se encuentran ciertas perlas que conviene destacar, porque cuesta creer que el periódico que las publicó las haya tergiversado. A veces esto ocurre sin mala intención. En otras ocasiones, con muy abundantes dosis de la misma. Pero servidor se inclina por la primera tesis.

Un curioso periodista le preguntó por Franco (no se trata aquí de sacar los colores a nadie ni mucho menos al que hizo los comentarios que el medio reprodujo). Sin embargo, la respuesta merece esculpirse en letras de oro:

Me parece arriesgado hablar de Franco ahora. Quien lo pregunta o lo intenta sacar como bandera de algún partido actual (…) apunta al enfrentamiento. Si debatimos de Historia, Franco era republicano y se alzó contra un régimen comunista que también se instauró con un golpe de Estado, no era nada pacífica la II República

En poco más de tres líneas, tres burradas de varias toneladas de peso. La primera que el partido que mencione a Franco (¿en la propaganda electoral?, ¿de manera sistemática?, ¿de vez en cuándo?) busque el enfrentamiento (¿con quién?, ¿cómo?, ¿a lo bestia?, ¿con suavidad?, ¿insidiosamente?). Si fuera con un propósito dialéctico, lo normal en una campaña electoral, lo hace o hacen ¿con males artes?, ¿engañando al pueblo soberano?. La respuesta muestra que quien la expuso no está muy al día: solo hubiera tenido que ojear la prensa internacional y podría haber leído numerosas referencias a Alternative für Deutschland o a los neofascistas italianos. Detrás de ellos se agitan las sombras de dos de los mejores amiguetes del dictador español: Hitler y Mussolini.

Aprovechando que es gerundio, el turno de respuestas pasó seguidamente a la Historia (con mayúscula). En este terreno, y expresado con toda rotundidad,  Franco se nos aparece como republicano. La prensa española en su gran mayoría debería haber recogido dicho descubrimiento bajo enormes titulares. ¡No es para menos! Tampoco me suena que los historiadores se hayan reconciliado, después de ochenta años, con tan absurda tesis, pero (chí lo sà?), sin duda alguien dispuesto a ocupar un escaño en el Congreso puede estar más enterado. Reconoce, menos mal, que Franco “se alzó”, pero ¿contra quién? Es un tema del que no puede decirse que no haya capturado la atención de los historiadores. Pero siempre existe la posibilidad de que alguien tal vez disponga de información confidencial que ninguno hemos utilizado (los lectores ya saben que siguen sin conocerse muchos de los papeles de Franco y Mola).

Pero esto equivaldría a hilar fino. La “verdad” que encierra la respuesta no demuestra que quien la dio haya descubierto algo que tampoco creo que suscite la admiración general: Franco lo hizo CONTRA UN REGIMEN COMUNISTA. Descubrimiento que, de poder probarlo, debería llevar a quien lo afirma a las más elevadas cotas de prestigio entre la grey de historiadores. Ya no es algo que se oiga (o lea) todos los días, aunque varios políticos incluso de más elevado lustre lo han suscitado en la reciente campaña electoral. Pero es de recordar que no se trata de algo que haya sido demostrado en los últimos 83 años.

Me deja perplejísimo la tercera burrada. ¿Se refiere a la República en 1931? ¿o en 1936? En ambas fechas tuvieron lugar elecciones. En el primer año se autoapartó una Monarquía desgastada y desprestigiada al máximo. En el segundo, ¿fueron las elecciones de febrero de 1936 un golpe de Estado? Me temo que, de ser así, el futuro astro del Congreso no pasó de leer la propaganda de los auténticos golpistas que esparcieron a diestro y siniestro antes de y tras tales elecciones y que todavía rememoran algunos autores.

Afortunadamente el preguntón periodista reaccionó, quizá un tanto sorprendido, con una objeción de sentido común:  “nadie ha dicho que la II República no tuviese episodios violentos. Pero era un régimen democrático”. No conozco a un ningún historiador que haya afirmado que durante los años republicanos no hubo violencia. El debate se centra en torno a sus causas, sus causantes, sus manifestaciones, su intensidad, etc. ¿Y cuál fue la respuesta? Simplemente que

“no debemos detenernos a juzgar la historia cuando tenemos temas importantes de lo que ocuparnos”.

Es decir, la historia para el gato. ¡LO QUE IMPORTA ES QUE HAY QUE CONQUISTAR EL PORVENIR!. Imagínen los lectores dicha expresión en boca de políticos franceses, belgas, holandeses, alemanes, italianos, luxemburgueses, daneses, noruegos, etc. enfrentados con las inmensas tareas de la reconstrucción de sus economías y sociedades en 1946. Pero esto se  explica acto seguido:

“Hace 80 años existieron otros motivos, mejores y peores. El franquismo tuvo sus cosas buenas y sus cosas malas”.

¡Caramba! Hace ahora 80 años que terminó una guerra civil, su bueb no la campaña, pero ¿qué es una guerra civil? ¿Algo que ocurre todos los días?  Al menos la respuesta permite conocer que quien la dio conoce que hubo algo llamado franquismo, pero eso sí, con cosas buenas. ¿Cuáles? El periodista se queda atónito y lo pregunta. La respuesta es de antología:

“Frenó un régimen comunista

Imagine de nuevo el lector: parecida insinuación estuvo en la boca y en la propaganda de los todavía por algunos venerados líderes fascistas. Quienes, por supuesto, hicieron además otras cosas como construir autopistas, drenar arrozales, dar empleo a los desocupados, incluso arrebatar por la fuerza las riquezas de los países que invadieron, precipitar al mundo a una catástrofe total y hundir en la más absoluta miseria a sus países y amados súbditos. Sin olvidar otras fechorías muchas peores, que ya se conmemoran -dolorosamente- todos los años en el mes de enero.

Pero, en el caso español,  ¿dónde estaba ese régimen comunista? Había uno, ciertamente, en la URSS pero que existiese o amenazara con existir en la piel de toro es una construcción puramente ideológica, y bastante grotesca, que se remonta a los mitos de la derecha más arriscada. Surgió a principios de los años veinte del pasado siglo y la mantuvo el franquismo a troche y moche. No en vano tenía que autolegitimarse. ¿Será franquista quien ofrece tan absurda respuesta? Alguno hay, con ganas de llegar a un Parlamente y de quien se dice que es un gran admirador de José Primo de Rivera y Ernesto Giménez-Caballero, para él posiblemente adalides de la cultura política española.

Una persona como la que va a representar la soberanía popular ignora que el tipo de estupideces que enunció tiene un trasfondo complejo e interesante. La SMIC, por la pluma de los señores obispos en su Carta Colectiva, las elevó a las más altas cimas del pensamiento histórico. Dieron carta de naturaleza teológica a lo que algunos clérigos descerebrados habían escrito en las páginas de Acción Española que, por fortuna y gracias a los desvelos de la Biblioteca Nacional,  es hoy consultable en línea en su hemeroteca digital. Sirvieron de trino seductor al “centinela de Occidente” tras batir al “comunismo” con las armas. Al menos es lo que se dijo, a la mayor gloria de la civilización cristiana y occidental. De tal suerte que, por la portezuela abierta por norteamericanos y nazis reconvertidos en demócratas, lo acogieron -hasta cierto punto- en su seno.

Obsérvese la cualidad especial de alguien que va a entrar en las Cortes. Otros hubieran dicho -también con supuesta autoridad- que Franco puso a España entre las primeras potencias del mundo, que alumbró con su preclara inteligencia el “milagro económico” de los años sesenta, que contribuyó a sentar las bases para la ulterior transformación del sistema político y más blablá. Todas son afirmaciones discutibles (cuando no falsas) pero las respuestas reproducidas anteriores posiblemente repitan la recepción de las enseñanzas recibidas de alguna escuela, sin duda muy cara pero también muy eficaz en cuanto a  técnicas de endoctrinamiento.

Es difícil que quien ha dado muestras de poseer tal bagaje histórico esté en condiciones de pronunciarse con autoridad sobre temas conexos infinitamente más controvertidos. Pero, ¡oh, dioses del Olimpo!, perdonadle de antemano porque no esté a la altura de lo que demandan  tiempos que ni son simples ni sencillos.

Lo que, como historiador, desearía del futuro Gobierno para todos los españoles

14 mayo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Escribo este post el 9 de mayo (día de Europa) tras leer en EL PAIS unos excelentes artículos sobre la situación y perspectivas de la Unión Europea. También sobre los deseos del actual Gobierno en funciones de desempeñar un papel más activo en la misma. Esto me trae a la memoria la sempiterna cuestión de la imbricación de los vectores foráneos, principalmente europeos, en la configuración de la guerra civil. Precisamente sobre esta temática va a tener lugar la semana próxima, allende el Atlántico, un importante coloquio en el Distrito Federal que está organizado por el Colegio de México. Varios historiadores españoles participaremos en él y es más que probable que las exposiciones y discusiones me den materia con la que enriquecer este blog en sucesivos posts.

 

Dicha imbricación, intensa, profunda, permanente y consistente, ha sido siempre tratada de una  forma extremadamente sesgada por la historiografía franquista. Dejando la literatura de combate generada durante la dictadura, la orientación general no ha variado mucho: a) los malvados bolcheviques conspiraron para incorporar a la España frentepopulista a sus pavorosos planes de revolución mundial; b) las fuerzas vivas de la España nacional no tuvieron más remedio que oponerse enfrentándose a una superioridad inmensa de medios y hombres movilizados por la Internacional Comunista; c) hubo ayuda de potencias tales como Alemania e Italia, pero apenas si para compensar la ayuda que recibían los “rojos” y que actuaron por su lógico temor al comunismo.

En mi reciente libro ¿Quién quiso la guerra civil? he disfrutado poniendo en su sitio la realidad de los hechos en cuanto a la primera afirmación. He reproducido, aviso a navegantes, el ukase de SEJE al coronel director del excelso Servicio Histórico Militar: era absolutamente preciso “aclarar que el movimiento nacional (sic) no tenía ninguna clase de concomitancias con el extranjero”.

Añadí de mi cosecha una expresión castiza: “¡vaya tupé!”. Franco sentó la norma a que debía atenerse el SHM a partir de 1944, cuando pronunció su ukase. No es necesario subrayar que en su dictadura fascistizada Franco se dirigió a un jefe que ya se había apresurado a señalar que el SHM estaba dispuesto a ofrecer la interpretación más conveniente

“a los altos intereses de la Nación y del Nuevo Estado, a cuya exaltación y apología se esfuerza en servir con la mayor lealtad y devoción”.

Palabras no mías, sino del coronel Nicolás Benavides Moro y que subsistían en las últimas entregas -patéticas- del mismo SHM cuando ofreció su versión final, abreviada para su consumo masivo, de la “guerra de liberación” en los años sesenta. Después,  aquel gigante de la seudohistoria que fue Ricardo de la Cierva (qepd) tomó la batuta para que aprendieran los historiadores “antiespañoles” y reforzar a los que ya veían la luz, como un conocido hispanista norteamericano.

Sentado lo que antecede, me permito traer ahora a colación algo que he leído recientemente en una hoja de servicios que mi primo hermano Cecilio Yusta Viñas ha tenido la amabilidad de enviarme. Se trata de la que corresponde a un distinguido, pero un tanto olvidado, jefe de Aviación que prestó un inmenso servicio a Franco en un momento, digamos, delicado. Estuvo al frente, con otro compañero, de la exploración realizada por un grupo de juzgados (sic) en la base aérea de San Javier de la documentación caída en manos de los vencedores.

Entre los meses de junio a octubre de 1939 tales hércules de la devoción habían examinado la friolera de unos dos millones y medio (sic) de documentos “rojos”, expedido unos cinco mil informes sacados de los archivos de unas cuarenta mil fichas y de cerca de un millar de los consejos de guerra celebrados. Es decir, literalmente los vencedores apenas si habían podido descansar tras los hercúleos esfuerzos desarrollados en la contienda. Había que poner orden  en las masas de documentación conquistadas y en la correspondiente represión tras el fin de las hostilidades.

Cabe suponer que mucha de esta documentación habrá desaparecido. En parte porque no tuviese demasiado interés histórico y sí meramente operativo y, por tanto, circunscrito. Luego, porque con el paso del tiempo tal vez se hicieran talas para ganaar espacio (sin olvidar las que pudieron producirse, por otros motivos, ante y en la Transición). El historiador, sin embargo, puede establecer la hipótesis de que mucha de esa documentación quizá se haya conservado.

Y aquí viene mi deseo respecto al futuro Gobierno, no por cuenta propia sino por la de los ciudadanos españoles (e interesados extranjeros). Al cerrar la revisión de mi libro, ya citado, en los primeros días de febrero del corriente año informé a los lectores que había llegado a mi conocimiento poco antes una nota firmada por la Señora Ministra de Defensa, hoy en funciones. En ella ordenaba la apertura de gran parte de la documentación acumulada en el sistema archivístico de la Defensa hasta 1968. Esta fecha no es, obviamente, debida al azar. Es cuando se aprobó y promulgó la Ley de Secretos Oficiales, que con algunas modificaciones introducidas diez años sigue estando vigente.

Pues bien, con independencia de los cambios que se efectúen en la composición del actual Gobierno en funciones -y que afectarán a algunas o muchas carteras- lo que a mí me gustaría, en tanto que historiador, pero no para mí sino para todos, son algunas medidas con las que probablemente no sería necesario recargar la desbordada atención del futuro Consejo de Ministros. A saber,

  1. Dar a la publicidad el anejo a la nota citada. Es decir, posibilitar que el público soberano, que ha ejercido con responsabilidad su derecho de elegir al futuro abanico de partidos políticos representados en las futuras Cortes, sepa a qué atenerse en cuanto a las nuevas posibilidades abiertas por la Señora Ministra, todavía en funciones.
  2. Explicitar las limitaciones que contenga el anejo y las razones que hubieran inducido a excluirlas del acceso, en el bien entendido que la mayoría de los países occidentales que tuvieron algo que ver con la guerra civil, por acción u omisión, tienen ya abiertos sus propios archivos hasta más allá de 1968.
  3. Informar de los propósitos oficiales cómo llevar a buen puerto las largas e infructuosas negociaciones desarrolladas en los últimos años para superar las limitaciones impuestas por la actual Ley de Secretos Oficiales y presentar al Parlamento un nuevo proyecto que nos ponga a tono con la mayor parte de los países El próximo contexto político invita a ello.

Es, ciertamente, una utopía pensar que en una futura oferta pública de empleo pueda hacerse un hueco para aumentar los efectivos de archiveros y demás personal técnico y auxiliar. Son necesarios para asumir la tarea de afrontar la previsible mayor demanda de información del pueblo soberano. La experiencia en la materia no es como para despertar grandes ambiciones. Pero no conviene dejarla de lado. Los historiadores reconocemos el trabajo abnegado de ese personal que cuida del patrimonio documental y somos conscientes de que, en último término, dependemos de él.

Una forma de facilitar la tarea podría consistir en autorizar que los usuarios puedan fotografiar o escanear la documentación por sí mismos. Esto es ya una realidad en la mayor parte de los archivos públicos de la UE en los que he trabajado.

En este sentido, los procedimientos de trabajo que en algunos se utilizan, como por ejemplo los Archivos Nacionales británicos, son tales que, sin grandes esfuerzos, es posible hacer en un día no menos de ochocientas a mil fotografías. Quizá no sea dable llegar a tan idílica situación de una tacada, pero sí es un objetivo por el que merece la pena bregar.

No olvidemos que un país que se respeta a sí mismo es un país que cuida su patrimonio documental, es decir, el reflejo de su historia, y que ese respeto se muestra con actos y no con ululantes alaridos como los que con tanta fuerza y vigor se han emitido en algunos sectores durante la  contienda electoral. ¡Ah! y si los servicios de investigación del Estado pudieran avanzar un pelín en la determinación de dónde se encuentran los papeles de Franco y de Mola, miel sobre hojuelas. El Señor Presidente del Gobierno tendría la seguridad de que las próximas generaciones se lo agradecerían enormemente.

(Sobre los temas de memoria histórica la argumentación tendría que ser otra. Por el momento, me doy con un canto en los dientes si se lleva a cabo la exhumación de los restos mortales de SEJE. Algo, en mi opinión, necesario aunque no suficiente).

Se nos ha ido un gran historiador militar

7 mayo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

El pasado 30 de abril, recién llegado de Gernika, recibí un correo. El coronel Carlos Blanco Escolá había fallecido plácidamente a los 86 años de edad. Nos conocimos primero por correspondencia. Había sido lector suyo desde hacía tiempo, incluso cuando estaba trabajando en la Comisión Europea. Nos vimos por fin personalmente en Zaragoza, donde vivía, en diciembre de 2016. Puedo precisarlo porque me dedicó un libro y lo fechó el día 13 de tal mes. Era un hombre recio, marcial, muy directo, muy simpático, lleno de ilusiones y volcado en escribir. Deja tras de sí una obra que perdurará. En aquellos momentos proyectaba una serie de ensayos más o menos entrelazados. Ignoro qué habrá sido de ellos y hasta dónde habría llegado. Me chocó que afirmara, con rotundidad, que el general Mola había sido víctima de un sabotaje. El coronel Blanco era piloto civil, según me dijo. Así que supongo que sabía de lo que hablaba, pero lo cierto es que me mostré muy reservado.

En el tema de Mola soy muy suspicaz porque mi primo hermano, Cecilio Yusta, quien tanto me ha ayudado en el desentrañamiento del famoso, y oscurecido cuando no vilmente manipulado, asunto del Dragon Rapide, siempre me ha contado que él mismo había hablado con personas que habían visto salir el avión de Mola, con un piloto al mando de esos “lanzados” y de quienes más vale ver con algo de precaución. El despegue fue tal que entre los que lo presenciaron se comentó algo así del tenor “menuda h… se va a pegar”. Yo me fío de mi primo que también ha esclarecido a mi satisfacción otro de los “enigmas” de la guerra civil: el trastazo que se dio el avión en el que el piloto Juan Antonio Ansaldo transportaba al teniente general José Sanjurjo y cómo tan heroico aviador lo encubrió más o menos arteramente en sus no siempre fiables memorias.

Carlos Balnco Escolá. La incompetencia militar de Franco, Alianza, Madrid, 216 págs.

Pelillos a la mar. Para mí, el coronel Blanco está indeleblemente ligado a uno de sus libros que alcanzó un éxito nada desdeñable: La incompetencia militar de Franco. Apareció en Alianza en 2000 e inmediatamente desató una gran polémica. Prefiero no dar nombres. Que todo un coronel sacara trapitos sucios del Generalísimo, máximo responsable de las actuaciones de los ejércitos en operaciones durante la guerra civil, no era cosa que se leyera todos los días hace una veintena de años. Pensé en él cuando no hace tanto tiempo se hizo pública una soflama suscrita por varios centenares de jefes y generales ya jubilados en la que se proclamaron las altas virtudes castrenses del general Franco. Luego, algunos de los candidatos de Vox a las recientes elecciones generales, también militares, también las han ensalzado. Me pregunté si tan esforzados soldados habrían sentido alguna vez la tentación de leer a su compañero. O a algunos otros militares como Cardona que también habían escrito algo al respecto (en términos de guasa recomiendo su deliciosa obrita Franco no estudió en West Point).

Carlos Blanco demostró que la incompetencia que dio título a su obra estaba inscrita en la personalidad y ejecutoria del flamante joven oficial que desembarcó en Marruecos. Muchos han sido los autores que han observado que en el Protectorado (un territorio de aproximadamente una extensión parecida a la provincia de Badajoz) no era fácil aprender y poner en práctica las estrategias y tácticas de una guerra moderna. Blanco fue algo más allá.

Si no recuerdo mal me dijo que, en su calidad de profesor de Historia Militar en la Academia de Zaragoza, había podido consultar la hoja de servicios de Franco incluído el capítulo dedicado a la guerra civil. Ciertamente en su libro no identificó este extremo, quizá por prudencia. Cualquier lector puede observar que la bibliografía solo menciona obras publicadas pero, si se fija un pelín, verá que el texto contiene alusiones al citado documento.

Como ya señalé en la obra que escribí con mi primo hermano y el Dr. Miguel Ull, El primer asesinato de Franco, de la hoja de servicios de Franco existe una publicación que hoy, por desgracia, solo se encuentra en bibliotecas y no en todas. Un fallo primoroso. Privar a los lectores españoles y extranjeros del acceso a tan recomendable fuente primaria. El Ministerio del Ejército franquista cometió, en mi opinión, un gravísimo error.

Afortunadamente, una parte fue editada por un coronel de Caballería (como Blanco Escolá) llamado Esteban Carvallo de Cora, en Madrid, en 1967, bajo el título Hoja de servicios del Caudillo de España Excmo. Sr. Don Francisco Franco Bahamonde y su genealogía, sin la menor indicación de editorial. Por desgracia se detiene en el año 1926. Lo que sigue es una sarta de alabanzas, más o menos desaforadas, pero no una transcripción. Y, para colmo de parabienes, el original de la Hoja (o la Hoja original) se encuentra en paradero desconocido. Al menos no he logrado averiguar en qué archivo se halla. A lo mejor la conserva la familia como oro en paño y, aunque lucha porque no exhumen los restos mortales de su antecesor, no se atreve a darla a conocer.

Se trata de una situación absolutamente anormal, porque es obvio que la Hoja debió  mantenerse al día muchos años más después de 1926. Por lo menos hasta 1935. Lo que pasó con ella después solo Dios lo sabe. No resulta inverosímil que circulara una versión, debidamente redactada, para oficiales superiores que tuvieran que saber algo de ella por razón de su cargo. Un historiador curioso podría derivar conclusiones que no encajan necesariamente en el canon consagrado por la historiografía franquista.

En todo caso, a cualquier lector de La incompetencia que se detenga en las páginas 81 a 103 le sorprenderán un pelín, frente a la leyenda, los análisis  que hizo Blanco sobre las circunstancias de los ascensos de Franco a primer teniente y luego a capitán y más tarde a comandante. No se produjeron por actos heroicos ni por hechos de armas sobresalientes. Más bien por la movilización de rasgos de carácter a los que el futuro Caudillo se atuvo durante toda su vida: astucia, argumentaciones tras bambalinas, autopropaganda y, en sus momentos, un pelín de  audacia burocrática. Y, ciertamente, fue la llamada de la PATRIA a exponerse al supremo sacrificio, de otros por supuesto, la que le impidió adquirir algo de formación militar avanzada en la Escuela Superior de Guerra (ESG). Pero, eso sí, ascendió y dejó detrás de sí a un montón de oficiales y jefes mucho más antiguos que él. Las ventajas de tener hilo directo con Palacio.

Antes de La incompetencia Blanco había publicado una excelente monografía sobre la Academia General Militar de Zaragoza entre 1928 y 1931, que apareció bajo el sello de Labor en 1989. La prologó Gabriel Cardona que, desde las primeras líneas, resaltó que el autor no solo era militar sino también licenciado en Historia. Y, como tal, se basó no solo en un conocimiento exhaustivo de la historia militar española sino también en un bosquejo de normas pedagógicas que había escrito el coronel Miguel Campins (número uno de su promoción en la ESG), subdirector y jefe de estudios de la Academia, y que -al menos que yo sepa- todavía no se ha hecho público. Se trata de un texto de doscientos folios, fechados en Gerona en 1932, y que Blanco encontró en el museo-archivo de la AGM. Según afirma, tales normas solo se siguieron en la medida en que Franco le permitió desarrollar algunas actividades en las areas en que se sentía más disminuido, pero que no pesaron en la orientación general de la  enseñanza y el espíritu (¡oh!, el espíritu) impartidos en la Academia e imbuidos de “africanismo”.

Aparte de otros libros (por ejemplo, Franco y Rojo. Dos generales para dos Españas o Vicente Rojo, el general que humilló a Franco), me causó una gran impresión su última obra, General Mola. El ególatra que provocó la guerra civil. En él Blanco hizo un uso punzante del poco conocido libelo  El pasado, Azaña y el porvenir, que -no es una casualidad- no aparece en las supuestas Obras Completas del sanguinario general. Algo incomprensible dado que no es excesivamente difícil encontrarlo en bibliotecas e incluso, por un módico precio, en librerías de segunda mano.

En definitiva, con el coronel Carlos Blanco Escolá ha desaparecido desgraciadamente un historiador militar, demócrata, antifascista, antifranquista, enamorado de su profesión y a mil leguas de quienes siguen tendiendo mitos sobre una de las figuras y una de las etapas más sombrías del pasado de España.

Descanse en paz.

De un historiador y científico infatigable

6 mayo, 2019 at 5:45 pm

Reseña El primer asesinato de Franco. La muerte del general Balmes y el inicio de la sublevación, de Ángel Viñas, Miguel Ull Laita y Cecilio Yusta Viñas. Crítica, Barcelona, 2018.

La España republicana, la España democrática, la España que ama la verdad, el compromiso humanista y la deconstrucción de mitos, falsedades e insultos, está y debe seguir estando agradecida (eternamente) al trabajo incansable, minucioso, riguroso, de este científico social inigualable, de esta ciudadano ejemplar llamado Ángel Viñas. Seguro que conocen su trilogía republicana y sus textos complementarios.

Lo esencial de este comentario: como ocurre con todos los trabajos del autor vale la pena, y vale en ganancia, el esfuerzo realizado en la lectura de este ensayo que enseña, además, cómo debe trabajarse en temas de historia si queremos hacer realmente historia, buena historia, y no otra cosa. Metodológicamente es impecable y muestra caminos por los que cabe transitar si queremos hacer bien las cosas.

Así define el autor el oficio, su oficio: “Lo único que le está vedado al historiador digno de ese nombre es el mentir a sabiendas, el faltar cínicamente a la verdad de los hechos tal como sus elementos de información le permiten apreciarla. Pero esto debe llamarse probidad científica y no imparcialidad; pues, todos, querámoslo o no y sepámoslo o no, somos necesaria y fatalmente parciales”. Seguro que el machadiano Juan de Mairena firmaría esa declaración. Muchos historiadores también sabiendo que “a diferencia de lo que ocurre con los novelistas y los creadores y mantenedores de mitos, los historiadores genuinos no imaginan ni desfiguran”.Los historiadores, añaden los autores en el capitulo de conclusiones, “estamos obligados a basarnos en las evidencias, escritas, orales o visuales entre otras, del pasado, debidamente examinadas para comprobar su veracidad” (p. 537), asunto este último no siempre elemental.

Ángel Viñas se ha acompañado en esta ocasión de otros dos autores (las razones se entienden bien al leer el libro): Miguel Ull Laita (Zaragoza, 1941) “ha desarrollado las diferentes facetas de su actividad profesional y laboral siempre en relación con la sanidad pública”, y Cecilio Yusta Viñas (Guadalajara, 1937): “cumplió el servicio militar en el Ejército del Aire, en las bases de Matacán y Torrejón de Ardoz. Tras ingresar por oposición como controlador de tráfico aéreo, se hizo piloto y colaboró como profesor de vuelo elemental en el Aeroclub de Madrid (Cuatro Vientos). Obtuvo el título de piloto de transporte en la Escuela Superior de Vuelos de Salamanca”. Una aproximación completa a los tres en las páginas 607-610. En síntesis: un piloto, un patólogo y un historiador han combinado sus esfuerzos. Ciencias sociales y naturales, y conocimientos prácticos, unidos en una misma investigación. A muchos filósofos de la ciencia clásicos y no tan clásicos les hubiera encantado.

El primer asesinato del título remite al primer asesinato del general(ísimo) en los preliminares de su golpe de Estado, transformado por la resistencia popular y los militares leales a la República, en un guerra antifascista de resistencia de casi tres años. Madrid, su ciudadanía, como grandes protagonistas.

El asunto, la historia explicada:

1. El 16 de julio de 1936: al general Amado Balmes, comandante militar anda menos de Las Palmas de Gran Canaria, se le dispara una pistola cargada que se la había encasquillado. 2. Balmes está haciendo ejercicios de tiro al blanco. 3. En estrecho contacto con el general Franco, comandante general del archipiélago con sede en Santa Cruz de Tenerife (donde había sido apartado por las autoridades de la II República), Balmes se prepara para desencadenar lo que han llamado “Glorioso Movimiento Nacional” (a veces Alzamiento). 4. Se trata de poner fin a los meses de violencia, caos y anarquía generados por el “régimen republicano”, situación que había dado pie al ”alevoso asesinato del gran patriota don José Calvo Sotelo”. 5. Tras el accidente, a pesar de los intentos por salvarlo, el general muere poco después en el Hospital Militar. 6. El sepelio se celebra al día siguiente, 17 de julio. 7. Lo preside el general FF. 8. Había acudido desde su isla previa autorización del gobierno. 9. A pesar de que la muerte de Balmes es, dicen, un accidente, un lamentable accidente, es también, al mismo tiempo, providencial: permitió a Franco tomar un avión inglés, el De Havilland 89, modelo Dragon Rapide, que había llegado a Las Palmas días antes. 10. Con el Dragon Rapide, se traslada a Marruecos (en manos de España en aquellos años) y se pone al frente del Ejército de Africa. 11. La rebelión ilegal, la rebelión del protectorado, tiene ya su jefe. 12. Su historia: “la España nacional que luchaba por evitar que la Patria cayera víctima de las asechanzas moscovitas”.

Hasta aquí el resumen, lo contado hasta hace poco.

Tal versión, “declinada en diversas variantes desde 1936 y mantenida contra viento y mareo hasta 2016, cuando se cumplió el 80º aniversario del estallido de la guerra civil, e incluso hoy”, es, señala con mucho énfasis Ángel Viñas, “rotunda y absolutamente falsa”. ¿Por qué? Porque no responde a los hechos, porque se trata de “una mera construcción ideológica justificativa”. Exactamente del mismo tenor, añade nuestro historiador, que la que subyace a la pena de muerte a que fue condenado el general Romerales.

Para conocer una sucinta reconstrucción de lo realmente sucedido puede verse lo señalado en la página 533. Las palabras iniciales: “El 16 de julio de 1936 el general Amadeo Balmes no fue, como se ha dicho, la primera víctima sufrida por el autodenominado “Alzamiento Nacional”. Fue, muy por el contrario, la primera víctima que produjo la todavía no declarada insurrección militar…”. La inversión de lo explicado hasta ahora.

No se pierdan la deconstrucción, la refutación de la falsa historia, de uno de los grandes mitos del fascismo. Les toca en lo más hondo: desde el primer momento actuaron sin piedad y sin honor, y asesinando a un general con implicación directa del “generalísimo”, del amigo de Hitler y Mussolini.

No se salten páginas si pueden, vale la pena seguir el desarrollo de la argumentación. Pero si quieren conocer la resolución del enigma, ¿quién lo hizo?, ¿quién asesinó materialmente a Balmes?, les remito a las páginas 551-556. La clave del asesinato: el Dragon Rapide.Para la más que interesante reflexión final, páginas 562-567.

El índice onomástico y analítico es magnífico. Pueden hacer uso de él, garantía asegurada. Lo mismo que el índice de acrónimos o siglas.

Para las fuentes primeras y bibliografía (apabullante), las páginas 595-606. Desde un punto de vista metodológico e historiográfico son excelentes las páginas 535-539.

Se incluyen, además, tres anexos: “Los comunistas preparan la revolución armados por la URSS”, “Franco visto por un carlista de la inmediata postguerra”, “Los periodistas Zurita Soler y Arrarás y el origen de la leyenda del vuelo del Dragon Rapide”. Tampoco conviene saltárselos.

La dedicatoria del libro: “En recuerdo y memoria del general Amado Balmes y de todos aquellos militares y civiles que fueron asesinados, encerrados en prisión o exiliados por no haberse sumado a la rebelión en Canarias”. Varios familiares entre ellos. Suscribo estas palabras y me sumo al recuerdo desde la memoria de tres familiares asesinados por el fascismo.

Autor: Salvador López Arnal

Aquí el enlace a la reseña: