Quien lo sigue, lo consigue (y II)

30 julio, 2019 at 1:31 pm

Ángel Viñas

Este es el último post de la temporada y en él me limitaré a reiterar dos ideas fundamentales: a) Como historiador empírico siempre he pensado que no hay historia definitiva. Nueva EPRE y nuevos enfoquen cambian nuestro conocimiento  e incluso nuestra percepción del pasado. Ayudan, naturalmente, otros autores. La visión del mismo nunca es unívoca; b) La intuición del investigador cuenta. No todo el mundo percibe de la misma manera las implicaciones de la EPRE. Los papeles no las ofrecen. Hay que interrogarlos críticamente y contextualizarlos de forma no menos depurada. Muchos de los principios que ya hace años argumentó E. H. Carr, un maestro de la gente de mi generación, siguen teniendo validez. De aquí que, a diferencia de lo que ocurre con muchos historiadores, yo no tenga el menor resquemor porque me critiquen. Como tampoco me siento inhibido a criticar. NADIE ESCRIBE HISTORIA A PRUEBA DE BOMBAS. De lo que servidor se precia es, sin embargo, de llegar hasta donde he podido llegar. Otros, sin duda, irán mucho a más.

 

En el caso de la participación fascista en los prolegómenos del GMN (“Glorioso Movimiento Nacional”), según consta en numerosísimas hojas de servicio de los militares que en él participaron, y que tan enérgicamente rechazó el profesor y técnico de Información y Turismo Don Ricardo de la Cierva, la lectura del artículo contenido en el post precedente me ha producido cierta satisfacción matizada. Muestra que ya hace cuarenta años tenía algunas ideas que no eran necias. En mi último libro hice referencia en los agradecimientos a un amigo de Bruselas que me envió el enlace de un programa de RNE en el que Javier Tusell y servidor participamos con José María Gil Robles. Ahora no recuerdo si Gil Robles la negó o no. En cualquier caso, en mi libro no he expuesto que los monárquicos le hubieran informado. No he encontrado ningún documento que lo avale. Es también muy verosímil que no le informaran con demasiadas precisiones por dos motivos. Era casi un secreto de Estado para ellos y Calvo Sotelo no se llevaba bien con él. Sin embargo, Gil Robles no desconocía en absoluto la preparación de la sublevación. La eliminación que hizo de ciertos temitas en sus no siempre fiables memorias, por no decir con frecuencia infiables, apunta a ello.

El documento que ví a mitad de los años setenta del pasado siglo en los archivos del Servicio Histórico Militar me puso en alerta sobre la verosimilitud de que hubiese gato encerrado en lo que se refiere a la intervención fascista en los prolegómenos de la intervención italiana. No fue esta la actitud de John C. Coverdale, en su libro de 1975, posteriormente traducido al castellano.  Así pues, cuando volví a abordar el tema  tras encontrar los contratos romanos, que estudié en un libro publicado en 2013, no tuve mucha dificultad en ver reforzada la intuición que muestra el artículo en INTERVIÚ. Ni decir tiene que de él ya me había olvidado.

Naturalmente,  después de publicado me impresionaron mucho las memorias de Pedro Sainz Rodríguez, aparecidas poco después. Alumbraban contactos previos. Recuerdo que insistí mucho en la vertiente fascista en una reseña que de ellas hice para un semanario de los muchos que existían por aquella época. Se llamaba LA CALLE (18 de abril de 1978). Me lo pidió César Alonso de los Ríos, en la época en la que coqueteaba con el PCE, si es que ya no era miembro del mismo. Incidentalmente, nunca logré enterarme de las razones de su copernicano giro ulterior.

El hecho evidente era que los italianos enviaron aviones a Franco muy pronto pero esto ya lo había anunciado la hagiografía José Gutiérrez-Ravé, jefe de relaciones públicas del Banco de España y al servicio de Antonio Goicoechea cuando era gobernador del mismo. Debió de conocer más cosas de las que escribió, no en vano habían coincidido en aquel nido de la conspiración monárquica contra la República que fue Renovación Española.  En mi entrevista de INTERVIÚ hice una oculta alusión a él, pero en aquel momento estaba muy lejos de conocer el proceso al término del cual se llegó a la escritura de la “Historia de la gestión realizada en Roma para adquirir aviones”, que Sainz Rodríguez enfatizó tanto.

Después, en su libro de 1986 Ismael Saz demolió el informe. Que dejaba flecos al aire los aventó al titular su libro Mussolini contra la II República. Fue un título perfecto, aunque ni Saz, viejo amigo mío, ni servidor supimos descifrar que el informe Goicoechea, como buena ruse de guerre, contenía aspectos ciertos pero presentados de tal forma que eludía toda referencia a la historia previa de la asociación fascista con el golpe del 18 de Julio desde mucho antes de que se produjera. Mis perplejidades aumentaron al aparecer mucho después el libro de Morten Heiberg, Emperadores del Mediterráneo. Era obvio que había tela marinera, pero que no se conocía.

Lo que antecede demuesta que la intuición no es suficiente para hacer una contextualización apropiada de un determinado documento. Lo que más cuenta es el conocimiento del, ¿habré de decirlo?, contexto mismo en que dicho documento deba insertarse.  Southworth, entre otros, me enseñó a poner en práctica el enfoque consistente en que siempre  hay que mirar detrás de los hechos y es a eso a lo que he dedicado los últimos años al ocuparme de facetas ocultas en la conspiración de Franco. No todas, desde luego, pero sí las que me parecieron operativamente las más importantes.

Tras bucear en los archivos italianos el año pasado encontré los elementos de complementariedad imprescindibles pero no para un contexto limitado al mes de julio sino otro que tuviera en cuenta la dinámica precedente.  Hoy reconozco que estuve demasiado tiempo obnubilado por la noción de que Mussolini podría haber seguido unos pasos más o menos en paralelo a los de Hitler en su ayuda a Franco. A ello contribuyeron lo que aparecen como relatos inexactos contenidos en la literatura de la época. No puedo olvidar el libro, tan primitivo como falaz, del entonces creo que coronel o teniente coronel Jesús Salas Larrazábal sobre la intervención extranjera. Lo publicó en 1974 una empresa tan por encima de toda sospecha que por fuerza resulta sospechosa: Editora Nacional. La había dirigido hasta 1973 nada menos que Ricardo de la Cierva y a quien sucedió José Antonio López de Letona, hombre de su máxima confianza, según EL PAÍS (28 de septiembre de 1976). No en vano ambos eran funcionarios del mismo Cuerpo de (entonces) Técnicos de Información y Turismo. Tampoco sabía, ni podía intuirlo, de lo que mucho más tarde Gregorio Morán revelaría en su obra El cura y los mandarines sobre alguno de los momentos estelares en la gestión por parte del primero en defensa de sus propios intereses materiales. ¡Como para olvidarse hoy!.

Sería muy interesante poder demostrar lo que pretendió Antonio Goicoechea, monárquico de flexible cervil, en particular con respecto al “Caudillo de España”, al permitir que Gutiérrez-Ravé publicara sus recuerdos. Desgraciadamente todos mis esfuerzos por saber dónde puedan estar los papeles del exconspirador han sido en vano. No se encuentran en un archivo público o privado de acceso reconocido. Hay referencias mismo en otros, pero no los he consultado. Tampoco sé de autores que hayan indagado demasiado en los puntos oscuros de su vida política durante la República. Eso sí, fue altamente condecorado por el régimen franquista a quien sirvió lo mejor que pudo.

Si se une la financiación fascista a Falange, que no he abordado en mi último libro, con lo que en él he descubierto gracias a varios archivos privados cabe pensar qué podría haber habido en los papeles de Calvo Sotelo, el marqués de Luca de Tena y algunos otros que tan afanosamente laboraron por laminar al régimen republicano, aparte de los inencontrables papeles de Franco y Mola. Como ya he señalado en los últimos años, a las dificultades de acceso a documentación que debiera ser pública, aunque en el fondo no lo sea, se une la poca estima de que en España goza la conservación de los papeles de los personajes y personajillos del pasado.  Aun así, es deber del historiador poner de su parte todo lo que pueda para contribuir al despeje del mismo.

Una reflexión algo melancólica, muy apropiada quizá al cerrar de un curso. Felices vacaciones de verano a todos, dentro de lo posible.

Quien lo sigue, lo consigue (I)

23 julio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Llevo varias semanas pensando en cómo terminar este curso en el blog. He manejado diversas posibilidades -algunas de las cuales las dejo para la próxima temporada. El otro día un amable lector me hizo llegar una entrevista que me habían hecho en la ya fenecida revista INTERVIÚ en 1978. En la época de la Transición, su combinación de desnudos, chicas guapas y artículos sobre la represión, la guerra civil e incluso el franquismo resultó imbatible. Personalmente me había olvidado de la entrevista. Han pasado cuarenta años. Con la autorización del amable lector, la reproduzco parcialmente. En un próximo post, el último de la temporada, la comentaré brevemente.

 

ANTES DEL ALZAMIENTO FRANCO Y MUSSOLINI YA HABÍAN PACTADO

EL HISTORIADOR VIÑAS HA DADO CON DOCUMENTOS QUE ASÍ LO PRUEBAN

por Salvatore Giannella

INTERVIÚ Nº86 (05-01-1978)

 

Los franquistas, en su afán por justificar su alzamiento, siempre sostuvieron que la guerra civil española había sido un asunto entre españoles y que no habían contado con ayuda de ninguna potencia fascista. Pues bien, el historiador español Ángel Viñas ha desenterrado pruebas que demuestran claramente lo contrario, evidenciando que Mussolini, varios meses antes de la contienda, ya había firmado pactos con la derecha española prometiendo el envío de ayuda aérea a los futuros insurrectos, y había subvencionado con grandes sumas de dinero a la Falange de José Antonio Primo de Rivera. INTERVIÚ ha adquirido en exclusiva para España a «L’Europeo» los derechos para publicar este apasionante informe.

 

Aviones y pilotos fueron, para la historiografía oficial, la primera ayuda de Mussolini y de Hitler a los rebeldes españoles del general Franco. Ayuda determinante, ya que con el puente aéreo puesto a disposición de los insurrectos, hasta entonces en situación difícil, se inicia la invasión de España y la guerra propiamente dicha. La fecha oficial de la primera intervención de las potencias fascistas es el 28 de julio de 1936, diez días después del inicio del levantamiento contra el legítimo Gobierno republicano de Madrid. Aquel día partieron de Cerdeña los 12 trimotores Savoia Marchetti destinados a transportar a los golpistas desde Marruecos hasta España. A cuarenta años de distancia, de los archivos militares de la España posfranquista surge un documento importante que permite reconstruir, con particularidades inéditas de gran valor histórico y político, los hechos que precedieron a la insurrección y las relaciones entre los conjurados y Mussolini desde mucho antes de la misma.

Según Vittorio Vidali –el legendario «Carlos», que dio vida al 5º regimiento, la primera unidad del ejército popular español-, este documento recién descubierto “podría haber cambiado el curso de la guerra civil”. «Carlos», uno de los héroes de la mitología comunista, tiene 77 años y vive en Trieste. Dice: «Si un documento como el presente hubiese ido a parar a las manos del Gobierno republicano en la búsqueda de pruebas que demostraran que la revuelta tenia dimensiones internacionales, podría haber variado la política de no intervención de los Gobiernos inglés y estadounidense, lo cual hubiese favorecido al Gobierno legal».

Antonio Goicoechea fue siempre la persona idónea para pactar con Italia.  Acabada la guerra, fue designado director del Banco de España.

Este documento contribuye a desmontar la teoría, sostenida por los franquistas, según la cual la guerra fue “un asunto puramente interno”, un asunto entre españoles y nada más, sin ninguna intervención preventiva (ni con dinero ni con armas) por parte de las potencias fascistas. En realidad, los conjurados sostenían relaciones regulares con los Gobiernos de Roma y Berlín. De Mussolini se recibía dinero y con él se formaban acuerdos y pactos secretos. Y al Duce italiano se apresuraron en comunicarle, con el fin de recibir las ayudas prometidas, la fecha exacta de la insurrección. Pero las ayudas, los aviones, no llegaron a tiempo. ¿Por qué? La respuesta está en el documento.

AVIONES PROMETIDOS QUE NO LLEGAN

El 13 de julio de 1936, cinco días antes de que se produjese la revuelta contra la República, los generales mandaron un enviado a Roma. La elección cayó sobre un agente secreto italiano (de quien no se da el nombre) que hacia regularmente el enlace entre los monárquicos y Mussolini. El espía fue encarcelado en Barcelona por las autoridades republicanas. Antes de ser detenido destruyó todos los documentos que debía hacer llegar al Gobierno italiano. Los hechos, después, siguieron su curso previsto. El asesinato del diputado de derechas Calvo Sotelo sirvió de espoleta para la insurrección, que explotó el previsto 18 de julio. Pero Mussolini no podía saberlo y no envió los aviones. La detención del espía había sido la causa. Del documento se desprende que el «comportamiento evasivo» demostrado por parte del Gobierno italiano era debido al hecho de que en Roma no habían sabido valorar (lo cierto es que no les había llegado ningún mensaje preventivo) si efectivamente la insurrección llevada a cabo el 18 de julio fuese verdaderamente la «justa», si contaba con el suficiente apoyo nacional o si eran simplemente aislados focos de revuelta.

El general Mola, con Franco como inspirador del golpe, se dirigió al más influyente líder monárquico, Antonio Goicoechea, para reemprender el contacto con Mussolini. Goicoechea voló a Roma para encontrarse con el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores, darle todo tipo de explicaciones sobre el fallido preaviso y apelar a fin de que Italia enviara rápidamente los aviones previstos. Pocos días después despegaban éstos hacia Marruecos para transportar las tropas de Franco. Era un paso decisivo en la guerra, guerra que, según los historiadores, habría sido ganada por los republicanos si los españoles hubiesen combatido sólo entre sí. El documento descubierto entre los archivos polvorientos de un edificio destacado por el Ministerio de Defensa en el barrio madrileño de Princesa es de dos folios y medio, con las siglas “A 13, L 3, C 5” y contiene un título adjunto: Nota sobre las conversaciones mantenidas en Roma en julio de 1936 para la adquisición de los aviones. La firma es ilegible.

Quien lo ha descubierto ha sido el historiador español Ángel Viñas, catedrático de Economía en la Universidad de Madrid y ex funcionario en la Embajada española en Bonn. Viñas ha podido acceder a los documentos secretos en cuanto encargado que fue, hace algún tiempo, por el Ministerio de Finanzas, de reconstruir las relaciones económicas y comerciales entre España y Alemania en los años treinta (a este respecto ya ha publicado un volumen, «Alemania nazi y el 18 de julio») y entre España y la Italia de Mussolini (estudio que está aún en sus inicios). Dice Viñas: «Sobre las relaciones entre los rebeldes y Mussolini, algunas particularidades ya han sido publicadas en una pequeña biografía de Antonio Goicoechea. En dicha biografía, sin embargo, no se indicaba la procedencia de las informaciones, por lo que los historiadores serios no prestaron en principio mucha atención al informe. El hecho de que este documento haya sido descubierto ahora en los archivos multares, permite dar a estos folios su justo valor histórico y político».

 

A CONTINUACIÓN SE REPRODUJO EL INFORME O PARTE DEL INFORME  CUYA TOTALIDAD PUBLICÓ MÁS TARDE SAINZ RODRIGUEZ EN SU TOTALIDAD EN SUS MEMORIAS BAJO EL TÍTULO “HISTORIA DE LA GESTIÓN REALIZADA EN ROMA EN JULIO DE 1936 PARA LA ADQUISICIÓN DE AVIONES”

 

Sabedor de que turbaba, con estas operaciones, el cuadro político internacional, el Gobierno italiano (imitado en este sentido por los alemanes) procuró salvar la imagen con burdos subterfugios. Mientras en Berlín se inventaban dos sociedades comodines, la Rowak y la Hisma (oficialmente compañías privadas de exportación, mientras que en realidad eran administradas por militares de paisano), los italianos sostuvieron que los Savoia Marchetti habían sido adquiridos, como si fueran pares de medias, por el periodista español Bolín. La edición clandestina de «L´Unitá» publicó la denuncia de un obrero que había visto colocar sobre las alas y el timón de los aeroplanos que partían hacia Marruecos las insignias de la nación italiana. Los pilotos italianos subieron a sus aparatos con atuendos deportivos. Todo era para encubrir la realidad. Ettore Muti había tomado el nombre de Gim Valen, Ruggero Bonomi el de Francesco Federici. Para regularizar su estancia en Marruecos, Franco los enroló en la legión extranjera. No se supo públicamente que los italianos estaban interviniendo en el conflicto hasta que 3 Savoia Marchetti cayeron accidentalmente; uno de ellos se precipitó sobre suelo argelino. Las investigaciones oficiales revelaron la presencia italiana.

HASTA AQUÍ LOS COMENTARIOS DEL PERIODISTA ITALIANO SALVATORE GIANNELLA

 

Mis declaraciones figuran a continuación:

Ángel Viñas: “Si la República lo hubiera sabido”…

por Lola Galán

El documento en cuestión y las consiguientes hipótesis pueden ser altamente reveladoras. Por eso INTERVIÚ ha querido conversar con Ángel Viñas, catedrático de Estructura Económica en la Universidad de Alcalá de Henares, quien, en su profundo estudio sobre nuestra guerra civil, ha dado con tan espectacular testimonio.

¿En qué consisten estos documentos reveladores que ha encontrado usted en los archivos militares de Madrid?

Ante todo querría aclarar que desde 1970 me intereso por la guerra civil española, desde que Fuentes Quintana, el actual ministro, me pidió que realizara un análisis económico de la misma. Desde entonces, no he dejado de recoger material sobre el tema. Estuve en Alemania, en Inglaterra, en USA, en Italia, pero ha sido en los archivos de Madrid donde he encontrado una serie de datos que me han permitido profundizar en ese análisis que yo realizaba y que se cristalizó en 1974 en mi libro «La Alemania nazi y el 18 de julio». Estos datos los he incorporado a la segunda edición del mismo, que acaba de salir a la venta. Aunque, ante todo, debo aclarar que estos documentos que permiten esbozar una nueva tesis sobre la intervención italiana en la guerra, no los he descubierto yo, figuran ya en una biografía de Antonio Goicoechea y de hecho eran conocidos, pero habían pasado inadvertidos y nadie los había interpretado.

¿Puede explicamos cuál es su interpretación de los hechos?

Mi tesis arranca de lo siguiente: existen unos documentos que son informes confidenciales sobre la adquisición de material de aviación en Italia para Franco en julio de 1936, y a ello se suman toda una serie de datos ya conocidos, todo lo cual vendría a demostrar que, contrariamente al caso alemán donde, aunque hubo contactos con banqueros, no se produjo un contacto oficial, en el caso italiano, los conspiradores del 18 de julio estaban en connivencia con las más altas jerarquías de ese país, y cuando digo las más altas me refiero al propio Mussolini. Esta tesis contradice totalmente a las de los historiadores clásicos de la guerra civil. Bolín y Luca de Tena, quienes afirman que los italianos a lo sumo conocían la marcha de la sublevación.

«EL APOYO ALEMÁN E ITALIANO LE DIO A FRANCO LA DIRECCIÓN DEL ALZAMIENTO»

El conde Ciano, cuñado de Mussolini y ministro suyo de Asuntos Exteriores, tuvo mucho que

ver en la ayuda militar y económica a los fascistas españoles.

¿Cree usted que su tesis queda demostrada con la existencia de estos informes?

Mi tesis no la puedo demostrar en su totalidad, pero desde luego me parece evidente que es preciso ligar estos documentos de que hablo con el interés que el conde Ciano, cuñado del Duce, había demostrado por financiar a la Falange Española hacia el año 1935, cosa que hacía además secretamente y sin que los diplomáticos fascistas en Madrid tuvieran el más mínimo conocimiento. Ciano atribuía a esta ayuda una gran importancia, pero a medida que se acerca el golpe, los italianos convencidos probablemente de la insignificancia de este grupo, abandonan a la Falange y pasan a entregar su ayuda económica a otras fuerzas más íntimamente relacionadas con el golpe; pienso en los grupos monárquicos y, concretamente, en las figuras de Calvo Sotelo, Mola, etc.

La República no tuvo por lo que parece ninguna posibilidad de acceso a estos datos, ¿piensa usted que habría cambiado mucho la Historia de haberlos conocido?

Pues, desde luego, un posible conocimiento por su parte me parece improbable, ya que lo habrían mencionado en algún momento. De todas formas y a través de los muchos documentos republicanos que yo he manejado, me consta que la República conocía la preparación del alzamiento y que de alguna manera se realizaba con el apoyo de italianos y alemanes, pero nunca supo de qué manera se otorgaba esta ayuda, ni qué significado podía tener. De haberlo sabido es muy probable que, efectivamente, las cosas hubieran sido muy distintas, aunque esto no es más que una hipótesis.

¿Cuál fue el papel de Franco entonces en relación con la ayuda nazi-fascista a la que usted alude?

Bueno, precisamente esta es la segunda tesis de mi libro. Franco recibe la ayuda nazi en Marruecos, entre otras razones porque es una zona mucho más estratégica para enviarla y porque Hitler, que no conocía a ningún general español, centra su interés exclusivamente en él. Al mismo tiempo recibe la ayuda italiana precisamente por encontrarse en África y esta doble ayuda potencia de manera decisiva la figura de Franco en el alzamiento, una vez muerto Sanjurjo. El general Mola, contra la opinión de todos los historiadores de derechas, no demuestra precisamente mucha inteligencia al establecer sus contactos con Alemania. Yo he encontrado numerosos telegramas en los que directamente le pide a Franco que interceda por él ante Hitler, lo cual demuestra una gran ineptitud por su parte, hasta el punto que podríamos decir que se autoexcluye a pesar de llevarle la delantera a Franco en la sublevación. En las primeras semanas de agosto de 1936, Mola ha perdido ya la batalla

 

Los subrayados se refieren a afirmaciones que, en mi opinión, no eran correctas. Figuran, en su mayor parte, entre los comentarios de Giannella. La alusión a Vidali no la conocía. Obviamente hay un error fáctico en la que mencionó las declaraciones a L´Unità, periódico comunista clandestino en la época fascista.

Franco y los poderes sobrenaturales (y II)

16 julio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Como es obvio, la apelación a Dios y al Ángel de la Guarda, que hemos visto en el post anterior, podría explicarse como producto de la exaltación del momento, aunque esta debió de ser duradera porque sus Apuntes personales no los escribió SEJE sobre la marcha. El hecho es que entre las controversias que la guerra civil sigue suscitando hay un debate abierto  entre los autores que bien apelan a los documentos (quizá porque no tienen demasiada fé ni imaginación) y quienes siguen remitiéndose a la intervención divina. No estoy en condiciones de hacer un recorrido por las afirmaciones hechas en este último sentido a lo largo del tiempo. Darían para un artículo quizá un tanto sarcástico. Prefiero remitirme a las más recientes, hechas en junio de 2019, por un destacado político español y distinguido miembro del último Gobierno del PP. Me refiero al exministro del Interior Don Jorge Fernández Díaz. Al parecer, también miembro del Opus Dei.

 

La prensa escrita, pero sobre todo digital, se hizo eco inmediatamente de unas declaraciones del Excmo. Señor Fernández Díaz a un períodico on line, El correo de Madrid, que las publicó el 24 de junio. El autor del artículo en cuestión, Javier Valenzuela, las introdujo de la siguiente forma:

La Divina Providencia designó a España para llevar a cabo una misión trascendental en la historia, llamándola a ser uno de los principales bastiones de la cristiandad y la evangelizadora del nuevo mundo. Pero no fue fácil al apóstol Santiago predicar en España a sus gentes testarudas, especialmente a orillas del Ebro, donde el apóstol encontró almas nobles, pero duras como el roquedal. Tuvo que venir la Santísima Virgen, trasladada por ángeles en volandas, a depositar su pilar, símbolo de que la fe nunca desaparecerá en nuestra patria, hecho insólito en la historia”.

Lectores más duchos en Historia de España “sacra” extraerán, sin duda, sus conclusiones al leer estas líneas introductorias. A mi me parece que desafían tanto el sentido común como la historia basada en fuentes, pero cada uno es dueño de creer en lo que quiera. En el Reino Unido, por ejemplo, uno de los grandes bastiones del imperialismo y colonialismo enfrentados a los de cuña española, vienen proliferando renovados cultos ancestrales, tanto de origen propio como de importaciones foráneas. Hay druidas, brujos, brujas y hechiceros que celebran o concelebran con la mayor naturalidad del mundo ritos antiguos. Hay ciudades, como Glastonbury, que constituyen una delicia óptica para el turista curioso (indígena o extranjero) que puede contemplar atavíos, escaparates, librerías y tiendas en donde se venden toda suerte de encantos y sortilegios, en general a precios módicos. Lo que de ello piensen los herederos de los empire builders de antaño no me ha interesado jamás. Así que, en contra de lo que pudiera creerse, el enfoque sobrenatural tan caro al Sr. Valenzuela no constituye, necesariamente, algo excepcional. Como tampoco España lo es.

En tal artículo el Excmo. Sr. Don Jorge Fernández Díaz, presentado como un estudioso de las apariciones de la Virgen, especialización muy oportuna y adecuada para un exministro de Interior, afirma en lo que se refiere a la guerra civil:

El hecho histórico de la Guerra Civil española es conocido desde el punto de vista político, económico, militar… Todo abundaba en que la República no corría serio peligro y el bando nacional no podía triunfar. En la gran mayoría de las zonas de España ese alzamiento no triunfó el 17 o el 18 de julio. Donde triunfó fue en el ejército de África, en el protectorado de España en Marruecos, pero en la península fueron contadísimas las localidades donde triunfó. Militarmente no tenía apenas posibilidades. Desde el punto de vista económico los grandes centros industriales, la propia industria de armas, quedaron bajo el gobierno de la República. Y políticamente en aquel momento, año 1936, el gobierno de la República tenía una intensa relación con el gobierno de la Unión Soviética y no era por tanto previsible en esas circunstancias que triunfaran los sublevados. Pero es evidente que hay que buscarle otras razones para que finalmente la Guerra Civil terminara con el fin que todos conocemos. Unos creeremos en la influencia extraordinaria y sobrenatural y otro no creerán, pero lo cierto es que humanamente era una empresa condenada al fracaso y así lo reconocieron significativos dirigentes de la República”.

Esta larga cita se inicia con una afirmación con la que estoy de acuerdo. La guerra civil es un hecho histórico conocido. Yo diría incluso que, desde la muerte del general Franco y la eliminación de la censura, el conocimiento de la misma ha aumentado de forma exponencial. Pero las conclusiones que extrae tan distinguido experto no son necesariamente correctas. En primer lugar, porque la idea de que la República no corría serio peligro es hoy ilusoria. Podrían haberla albergado algunos personajes republicanos, como el presidente Azaña y el del consejo de ministros y titular de la cartera de Guerra Casares Quiroga, pero otros políticos del arco de la izquierda republicana, catalanista y socialista no las tenían todas consigo y habían tratado de influir en aquellos próceres para que se lo tomaran en serio. Es más, la tesis que defiende la semana próxima en la Universidad de Salamanca el doctorando Carlos Piriz muestra que los servicios de inteligencia militar habían seguido las maniobras de los conspiradores en las Fuerzas Armadas. Una masiva documentación al respecto la ha encontrado en el Archivo General Militar de Ávila.

En segundo lugar, porque la sublevación sí triunfó en escasos días en amplias porciones del territorio peninsular y extrapeninsular (Galicia, Castilla la Vieja, León, Navarra, Rioja, Canarias, Marruecos, una parte de Baleares y partes de Andalucía -Sevilla, Cádiz, Huelva, Córdoba, Granada). Las Fuerzas Armadas y de orden público se dividieron con bastante rapidez. Pasaré por alto que el autor de tales declaraciones no parece haber estado al tanto de los compromisos asumidos por Italia ni de los malogrados contactos con Alemania ni de la rápida reacción de Hitler.  Un exministro del Interior, con responsabilidad sobre operaciones de seguridad que no siempre salen a la luz, no puede presumir, incluso sin haber llegado con experiencia profesional a su cargo, que una sublevación en toda regla pueda dirimirse en 24 o 48 horas. Así, pues, decir que la rebelión apenas si tenía posibilidades es desconocer brutalmente el pasado. El 25 de julio las potencias nazi-fascistas tomaron decisiones que dieron la vuelta a la situación radicalmente.

El Excmo. Sr Don Jorge Fernández Díaz demuestra lo que parece inquebrantable adhesión a uno de los primeros grandes mitos de los sublevados, y luego de la dictadura, al afirmar que el Gobierno de la República tenía “una intensa relación con el Gobierno de la Unión Soviética”. Es una afirmación total y absolutamente gratuita. No es verosímil que la haga por inspiración de más alto. Como es notorio, en 1934 se habían establecido relaciones diplomáticas bilaterales, pero no embajadas. Era una de las cuestiones pendientes que los gobiernos radical-cedistas habían ido dejando para largo, en parte porque la derecha -siempre ocurrente- veía en ello el comienzo de la supuesta “revolución comunista”.  Siempre tan enterados.

Por otro lado, parece increíble que hoy todo un señor ministro, de quien se supone debe tener algún conocimiento de política, pueda pensar que el potencial industrial sea convertible en capacidad militar casi por arte de la magia glastonburiana ¿No ha oído hablar, por ejemplo, de las reconversiones industriales?

Nuestro distinguido experto tiene otra explicación. Por supuesto no se le ocurre pensar en factores muy estudiados por los historiadores españoles y extranjeros tales como la retracción inicial de las democracias en correr en auxilio del Gobierno de Madrid, la casi inmediata política de no intervención, la ayuda casi simultánea a los sublevados por parte de las potencias nazi-fascistas, el retraso en la decisión de Stalin de enviar suministros de armas… Son temas que han hecho correr ríos de tinta pero que no despiertan el menor interés en el Excmo. Sr Don Jorge Fernández Días. Como estudioso de las apariciones de la Virgen él atribuye la derrota de los “malos” y la victoria de los “buenos” a la intervención, supuestamente decisiva, de la Virgen del Pilar. A la cual ofrendó la recién creada Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil en el año 2012.

Ahora bien, ¿cuáles son las pruebas de esta intervención de la Virgen del Pilar en el desenlace de la guerra civil? El Excmo. Sr. Don Jorge Fernández Díaz alude a que un bombardeo republicano, que no pudo ser sino minúsculo, no causó daños en la basílica zaragozana porque las bombas no llegaron a explotar. ¡MILAGRO! No se le ocurre pensar que en la guerra civil muchas bombas no explotaron por deficiencias de producción o por sabotajes. Tampoco identifica los bombarderos que realizaron tan vil acto. Imagino que no serían los equivalentes a las superfortalezas que destruyeron Dresde pocos años más tarde.

Así pues, me parece que el exministro del Interior sigue en la línea de la propaganda eclesio-militar de los vencedores de la guerra civil, de la generada y amamantada por el propio Caudillo y de la creencia de que los españoles y europeos, que más hemos escrito sobre la contienda, somos unos ignorantes o unos estúpidos.

Su devoción puede explicar su cariño por la Virgen del Pilar, pero ¿no hay en la teología católica centenares, incluso tal vez millares, de Vírgenes? ¿Qué le ha inducido a dar la preferencia a la primera? No puede ser a causa de las bombas o bombitas no explotadas, porque para ello tendría que haberse cumplido al protocolo que, afortunadamente, ya ha establecido la SMICAR para autentificar “milagros”. A no ser, claro, que en el Vaticano se haya llevado a cabo un examen pormenorizado del caso y que sus resultados se hayan mantenido en secreto. De no haberse realizado, o efectuado con resultados negativos, no se trataría de un “milagro”. Tengo la sospecha de que a veces la devoción a lo sobrenatural, a la manera de SEJE, supera la devoción a la EPRE en la que, eso sí, creen los expertos.

Mientras tanto, dejo para otros autores rastrear el continuismo entre la insólita credulidad de Franco, tan bien expuesta en los años sesenta del pasado siglo, y la del tan devoto exministro del Interior que, por cierto, la ha expuesto hace pocas semanas en un medio digital cuya declaración de principios dejo al mejor entendimiento de los amables lectores: La pueden fácilmente rastrear en su página web que recomiendo vivamente.

Franco y los poderes sobrenaturales (I)

9 julio, 2019 at 9:25 am

Ángel Viñas

El post anterior sobre Don Ricardo de la Cierva (qepd) lo escribí con toda seriedad. Sin embargo, desde que lo envié a la gentil administradora de este blog han ocurrido algunos hechos que me han hecho pensar, de nuevo, en la recomendación que en mis años mozos me hizo el siempre añorado profesor José Luis Sampedro, uno de mis maestros en la Universidad. “Ángel -solía repetirme a la vista de mis primeros trabajitos- hay que escribir con rigor, pero no con rigor mortis”. Suelo atenerme a su consejo y si algunas veces lo olvido es porque me he “embalado” al poner mis reflexiones en la pantalla del ordenador. En este post haré, sin embargo, con la seriedad que conviene al caso, una mini-parodia sobre el tema a que se refiere el título. No sin una sonrisa en los labios.

 

Que Franco se sentía protegido por la Divinidad es una perogrullada. Que la SMICAR estuvo convencida ella misma, también. Al menos durante la mayor parte de su régimen. De lo contrario no se comprende aquella identificación que figuraba en las monedas que circularon durante la larga dictadura: “Caudillo de España, por la gracia de Dios”. De haber disentido la Santa Madre Iglesia, es verosímil que se hubiera producido algún pequeño zafarrancho interno a los que tan proclive fue el franquismo. Si ocurrió, debo confesar que no me he enterado, aunque como ya he escrito en este blog no soy experto en las relaciones entre la Iglesia española (lo de católica, apostólica y romana huelga) y el poder político.

Con todo, el historiador no puede limitarse a la mera constatación de una perogrullada. Ha de indagar en la EPRE disponible, no sea que la perogrullada haya de ponerse a los piés de los innumerables “pelotas” que sirvieron en la corte de Franco y que él hubiese aceptado humildemente.

Se me ocurren dos posibles fuentes. La primera procede de su propia mano. Gracias al historiador hiperfranquista, miembro del Opus Dei y de la Real Academia de la Historia así como eminente biógrafo del Caudillo, profesor Luis Suárez Fernández, se conocen unos Apuntes personales que escribió el propio Franco. No está muy clara, en mi modesto entender, la fecha en que emborronó el papel. Después de darle muchas vueltas he establecido la tesis de que pudo ser al filo del comienzo de los años sesenta o a su mitad. En todo caso, después de la aprobación del plan de liberalización y estabilización de julio de 1959. Me baso para ello en la satisfacción a que aludió Franco (p. 43) por haber creado la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas en 1943, cuyas clases dieron comienzo al año siguiente. De ella salieron las cohortes de economistas profesionales que tuvieron  que ver en la preparación de dicho plan, que fue la única operación auténticamente estratégica que salvó a su amada España de la bancarrota en los pagos internacionales. Dejó de lado, y también lo hacen sus todavía numerosos panegiristas,  que hubo que extraérsele su aprobación con fórceps de titanio. Franco señaló en los Apuntes que su satisfacción la había ganado “al correr de estos veinticinco años de gobierno”. Para él podrían comenzar en 1936, lo que nos llevaría a 1961, o en 1939, lo que nos plantaría en medio del decenio del “desarrollismo”.

Tampoco se sabe si los Apuntes fueron un primer intento de empezar a redactar algún tipo de autobiografía o si lo hizo para autodeleitarse en sus recuerdos. Han sido utilizados, en todo caso, por numerosos autores para aclarar algunos puntos relacionados con su papel durante los años republicanos y para glosar algo de lo poco que dijo sobre la guerra civil. Aunque próximo a los setenta años de edad, cuando los escribió, es de suponer que se acordaría. No se ha demostrado que estuviera aquejado de la enfermedad de Alzheimer.

Como es sabido, uno de los puntos cardinales en la biografía de Franco fue su decisión, el 23 de julio de 1936, de enviar una misión a Alemania para que se entrevistase, nada menos, que con Hitler. En los Apuntes (p.  39) insinuó que fue debida a la aparición de un espontáneo al que designó como “el súbito”. Obedecía al nombre de Johannes E. F. Bernhardt y fue uno de los protagonistas de mi tesis doctoral y de mi primer libro. A mí me engañó como a un “chino” (con perdón por la expresión) porque lo que me contó respecto a su protagonismo no siempre concuerda con los hechos posteriormente documentados. También se conoce que Hitler decidió atender a la petición en la noche del 25 de julio. El primer avión alemán, en el que había viajado la misión, aterrizó de vuelta en Tetuán tres días más tarde. Un telegrama previo, enviado por Bernhardt a su esposa, había anunciado el éxito. Pocos son los que disputan que dicho avión empezó rápidamente a transportar soldados del Ejército de Àfrica a la península y que continuó haciéndolo incluso cuando llegó por mar la primera expedición enviada de Alemania con cazas y aviones de transporte.

Ahora bien, quizá a causa del cansancio que producía la tarea de gobernar, a pesar de los numerosos días que dedicó al asueto (caza, pesca, pintura, etc.) y que tanto disgustaron a su primo hermano y ayudante, el ulterior teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, Franco se “olvidó” de los aviones alemanes (e italianos) que formaron el puente aéreo sobre el Estrecho. En sus Apuntes  prefirió recurrir a la intervención sobrenatural. Reproduzco sus afirmaciones:

“El ángel de la guarda con nosotros. Ayuda escandalosa de Dios. El “Silvia”, el “Mar Negro”, etc. etc.” (p. 41). En la p. 43 repite: “La ayuda de Dios”.

Meter a Dios en el tema me parece casi blasfemo. El “Silvia” fue un mercante fletado con carga destinada para los republicanos pero que cayó en manos de los sublevados. Supongo que el  “Mar Negro” fue otro. En el caso del primero podemos asegurar que no intervino la mano de Dios. Miguel Íñiguez Campos lo ha estudiado pormenorizadamente en un próximo libro que ahora me toca prologar.

Sobre el “ángel de la guarda” también son permisibles las dudas (aunque la sonrisa en los labios se acentúa en este supuesto) por dos razones. La primera porque se conoce el volumen de la ayuda que las dos potencias fascistas hicieron llegar a Franco. La segunda, porque el paso de las tropas y, sobre todo, de la impedimenta del Ejército de África a la península  se hizo mayoritariamente en aviones nazis. No cabe suponer que con un Estado como el del Tercer Reich dicho ángel, en el supuesto que exista, tuviera comunicación alguna. Al menos no ha quedado constancia escrita.

Por el contrario, sí ha quedado reflejado el esfuerzo logístico de las dos potencias fascistas. A finales de agosto de 1936 el Tercer Reich había suministrado 26 Junkers de bombardeo con sus correspondientes tripulaciones, 15 Heinkel de caza sin ellas, 20 piezas y ametralladoras antiaéreas, 50 ametralladoras, 8.000 fusiles, 5.000 máscaras antigás más bombas y municiones. Los italianos, por su parte, no se habían quedado cortos y para hacer honor a sus compromisos anteriores al golpe habían remitido más de lo previsto: 12 cañones antiaéreos de 20 mm con 96.000 proyectiles, 20.000 máscaras antigás, 5 carros veloces con tripulación y armamento, 100.000 cartuchos para ametralladoras del modelo 35, 50.000 bombas de mano, 12 bombarderos y 27 cazas con radio, armamento y tripulaciones, 40 ametralladoras St Etienne con 100.000 cartuchos, 20.000 bombas de dos kilos, 2.000 de entre 50-100 y 250, 400 toneladas de gasolina y carburante, otras 300 por cuenta de Alemania y 11 toneladas de lubricantes. Como ocurre con toda contabilidad, siempre podrán discutirse algunos datos. Los aquí reproducidos están tomados del estudio nazi Unternehmen Feuerzauber, de obligada consulta, y de los Documenti Diplomatici Italiani (disponibles en red: no hay que ir a Roma ni buscar en la amplia literatura existente). El número del documento que identifica los suministros es el 819. Innecesario es decir que los autores profranquistas en general disminuyen los hechos a Franco y exageran los recibidos por los republicanos a la par que eliminan de su contabilidad las facilidades que encontró en las potencias nazi-fascistas el rebelde general y “olvidan” o “reducen”, según los gustos, las inmensas dificultades que, por razones ajenas y propias, encontrarían los agentes de la República.

En lo que se refiere al “angelical” apoyo logístico nazi, los aviones transportaron con prioridad fuerzas de regulares, legionarios e indígenas. En los primeros veinte días de actividad del “puente aéreo” pasaron unos 2.850 con su impedimenta y material (casi 8.000 kilos). Luego los alemanes centraron su atención (o se les pidió que lo hicieran) en este último, algo que no suele subrayarse en la literatura. Así, por ejemplo, en la semana del 17 al 23 de agosto pasaron 700 hombres solamente y 11.650 kilos. En la siguiente, 1.275 y 35.300 kilos respectivamente. Hubieran podido transportarse más de no haber sido por la falta de combustible, a pesar de los envíos hechos por las dos potencias fascistas.

El puente continuó, por parte alemana, durante todo el mes de septiembre, aunque los aviones nazis ya habían empezado quince o veinte días antes a participar en acciones bélicas directas (los italianos lo habían hecho desde el primer día). Dicho puente duró hasta la mitad de octubre. El total trasladado por aire ascendió a unos 13.500 hombres y a algo más de 270 toneladas de material de guerra, aunque Franco siempre pidió más y más a sus complacientes “ángeles de la guarda”. La comparación con el tan heroizado “convoy de la victoria” hará levantar las cejas a más de un lector.  Remito al futuro libro de Íñiguez Campos para comprobar los ínfimos suministros logrados por los republicanos en el exterior durante este período para compensar la pérdida de todo el armamento acumulado en el Protectorado y la nueva oleada de ayuda nazi-fascista a Franco.

Digamos, simplemente, que en sus tan elogiados Apuntes personales Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE, en términos coloquiales) pura y simplemente mintió. Como acostumbraba. Desde luego nada hace pensar que la ayuda fuese sobrenatural, ni de Dios ni del ángel de la guarda. Sin embargo, quizá el Señor Nuncio que ahora va a regresar al Vaticano y que ha hecho algunas declaraciones que me parecen indecorosas pueda confirmar que, en efecto, los poderes sobrenaturales volaron en ayuda de Franco.

(Continuará)

Un peán de victoria de Ricardo de la Cierva

2 julio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Para servidor es axiomático que no existe historia definitiva. Lo he escrito y repetido en innumerables ocasiones. También en este blog. Nuevos documentos, nuevas contextualizaciones, nuevos enfoques, nuevas preguntas al pasado, etc. arrojan, necesariamente, nuevos resultados, a veces sustancialmente diferentes. En otras ocasiones, no tanto. Todo avance que pueda registrarse en cuanto al conocimiento de un tiempo transcurrido e insondable se hace bajo la premisa de que otros historiadores, más afortunados o más inteligentes, pueden ponerlo en duda o superarlo en un cierto lapso del tiempo. De la misma forma que los hombres somos mortales, también lo son muchos de nuestros productos.  Naturalmente esto no debe desanimar a ningún historiador. Lo que se nos pide es que aportemos nuestro granito de arena. Con humildad.

 

He vuelto a pensar en estos temas, recurrentes en mis libros, porque hace unas semanas un colega y amigo mío, el profesor Francisco Rodríguez Jiménez, ha tenido la amabilidad de enviarme una fotocopia de dos artículos aparecidos en el diario HOY, de Extremadura, y que posiblemente fueron tomados del conocido, y ya extinto, diario católico YA. Como es sabido, fue uno de los referentes en la dictadura. Su fecha de aparición en HOY fue el miércoles 1º de abril de 1970, que coincide exactamente con el XXXI aniversario de la VICTORIA, así con mayúsculas, en la guerra civil.

Son dos artículos muy interesantes. Uno, titulado “Nuestra guerra civil aguarda la investigación histórica”, lo escribió un autor llamado A. J. González Muñiz. Una rápida consulta a Mr. Google indica que, cinco años más tarde, publicó en Ediciones Españolas un libro titulado FRANCO, DOLOR DE ESPAÑA. En el internet cabe encontrarlo por un precio irrisorio que, sin embargo, no estoy dispuesto a pagar. Se trataba de un periodista y colaborador habitual del YA, junto con lumbreras de la época tales como Jaime Campmany, Manuel Gómez Ortiz y José María García Escudero. Lo cual, para la gente de mi generación, lo sitúa en coordenadas sumamente precisas.

El segundo artículo lo firmó Ricardo de la Cierva, técnico de Información y Turismo y en plan de funcionario. Su primera publicación fue dedicada, con palabras delirantes a SEJE, y versó sobre la política turística. En el momento de aparición del artículo era jefe de la Sección de Estudios sobre la guerra civil en el Ministerio de (Des)Información. Lo tituló “Hechos incuestionables de la contienda: Balance histórico”. Obsérvese el primer adjetivo. Refleja una actitud contumaz en la obra de este autor sobre el pasado, de super-recias e inestimables actitudes pro-franquistas y que poseía la virtud esencial de comprender parcelas que no podían ponerse en duda porque, según él, reflejaban hechos “incuestionables”.  El problema, que nunca se planteó, es determinar qué es un “hecho” para el historiador. ¿Lo que sale a la superficie? Por ejemplo, Franco ganó la guerra civil. ¿También lo que explica el hecho? ¿Lo que está detrás de la superficie?

Ambos autores subrayaron, con énfasis vario, que lo que se había escrito sobre la guerra civil hasta aquel momento (recordemos, 1970) estaba distorsionado por la propaganda (izquierdista, naturalmente, y por la consabida enemistad hacia el régimen felizmente existente). Pero, eso sí, ya habían aparecido ínclitos autores españoles como el profesor Vicente Palacio Atard (dep) que habían empezado a poner la historia en su sitio. Afortunadamente existían archivos como los del Servicio Histórico Militar en Madrid y los de la Delegación de Servicios Documentales (DSD) en Salamanca en los que se encontraría la respuesta a muchos de los interrogantes que ya habían empezado a despejar historiadores españoles (mejor dicho, superespañoles). [De la Cierva no dijo que para entrar en ellos había casi que llevar una profesión de fé de fidelidad al régimen]. No me consta (pero estoy dispuesto a admitir mi ignorancia) que González Muñiz figurase entre ellos. El funcionario del M(D)IT mencionó a los hermanos Salas Larrazábal y al coronel Martínez Bande. Entre los civiles ensalzó solo a dos, ambos extranjeros: Burnett Bolloten y a Stanley G. Payne. Ojo a dichos nombres.

Había una pequeña historia detrás. El libro de Bolloten, publicado por primera vez en castellano  en 1962 en México bajo el control del autor con el título La revolución española: las izquierdas y la lucha por el poder, se había anticipado en una versión deformada para el gusto franquista. Sucedió en Barcelona el año precedente bajo el título El gran camuflaje. Que yo sepa la edición mexicana no se vendió, al menos legalmente, en España. La aderezada al gusto de los rectores de la propaganda de la dictadura fue uno de los habituales truquitos de Manuel Fraga Iribarne, entonces director del Instituto de Estudios Políticos, en connivencia probable con el Ministerio de (Des)Información y Turismo. Pocos años después, Herbert R. Southworth denunció la operación y las distorsiones subsiguientes en su El mito de la cruzada de Franco. A Bolloten se le hicieron decir cosas que no había escrito. Lo normal. Luego, las que sí dijo, sin distorsiones, formaron la base de las curiosas interpretaciones de Payne. Hasta el momento actual.

Ricardo de la Cierva había publicado en 1969 una obra masiva sobre los antecedentes de la guerra civil (la única de entre las decenas que escribió que puede aspirar a un cierto empaque académico). Así, pues, se pronunciaba con autoridad. Alcanzaría cotas altísimas en los años posteriores en una actividad propagandística pluriforme que, en lo que se refiere a la guerra civil, ha sido desollada por el profesor Alberto Reig Tapia. A tan en la época conocido autor la crítica le importó siempre un comino. Nunca respondió a ellas y siguió impertérrito su camino, sembrado de honores.

En su calidad de jefecillo en el M(D)IT se ocupó con tesón de vigilar y, en sus mejores momentos, controlar el acceso de investigadores españoles y extranjeros a los fondos de la DSD, no fuera que fuesen a descubrir cosas “inconvenientes”. Cuando ya era director de la Editora Nacional escribió el 7 de abril de 1972  al responsable de la custodia de los mismos, el almirante Jesús Fontán Lobé, recomendando a Payne. Dijo, entre otras alabanzas: “Conoce Vd., sin duda, la evolución de este gran hispanista, que en este momento acaba de publicar su libro (…) que coincide con nuestra tesis básica sobre la desintegración de la República y la necesidad de acabar con todo aquello…”  (La carta, y otras más que ilustran las manipulaciones selectivas del posterior director general de Cultura Popular, pueden leerse en mi libro La conspiración del general Franco). No sé si, quizá por primera vez en su vida, tan gran hispanista llegó a trabajar en los fondos de la DSD (hoy CDMH). Que yo sepa (pero puedo equivocarme) jamás ha hecho referencia a ninguno de ellos en su vasta producción sobre España.

No extrañará, pues, que ambos autores formaran parte del elenco de grandes figuras que, en la opinión de tan excelso velador de la inmarcesible figura de Franco, habían contribuido a desentrañar para un público extranjero la innata maldad de la República.

En su artículo de YA (y de HOY), de la Cierva señaló cómo toda una serie de historiadores habían reforzado las interpretaciones franquistas de la guerra civil. En lo que aquí más me interesa indicó lo siguiente:

“La gran conspiración contra el Frente Popular no fue un proceso homogéneo, ni puramente militar” -en lo cual no iba desacertado porque ya lo había escrito en su libro de 1969, pero cuidándose de no ahondar en lo no castrense. “Se ha restablecido -continuó- la preeminencia del general Emilio Mola como coordinador de múltiples esfuerzos generalmente mal enfocados y planeados”. Es decir, implicaba que en algún momento tal preeminencia había estado en duda. No subvertía los hechos con dicha afirmación ya que no afectaba a la megalomanía de Franco al afirmar que era él quien había estado al frente de la futura sublevación. Pongo, sin embargo, en mayúsculas lo escrito por el gran propagandista de los mitos franquistas:

“SE HA RECONOCIDO UNIVERSALMENTE LA ABSOLUTA DESCONEXIÓN DE LOS SUBLEVADOS CON LOS REGÍMENES FASCISTAS ANTES DEL 18 DE JULIO” y añadió: “Esta última tesis ha resultado ser una de las sorpresas del análisis de los documentos capturados tras la segunda guerra mundial”.

En pleno ensueño, y supongo que con alivio, de la Cierva arrimó el agua a su molinillo. Que yo sepa, ningún historiador franquista había buceado en tales documentos. Se había publicado una selección mínima en inglés y alemán veinte años antes (que ya es decir) y otra en francés, recortada, poco tiempo después. Era la que solían utilizar los historiadores pro-franquistas, cuando se dignaban recurrir a ellos, pero el peán de la victoria que entonaba y quizá danzase de la Cierva era muy prematuro. Parecía ignorar que los fondos de los archivos, alemanes, italianos, portugueses, no se reducían a los documentos publicados.

También ignoraba tan destacado funcionario que la historia de los intentos de los inspiradores del golpe del 18 de julio de 1936 con Alemania tenía una larga tradición que se remontaba a los contactos anudados en los años veinte y reverdecidos un pelín durante la etapa republicana antes del mismo. Al final, para casi nada. Pero en todo caso silenció y desestimó una notable tradición en cierta literatura de la izquierda española (en particular la que le parecía más desdeñable, que era la anarquista) porque lo que no se podía reconocer era la pertinencia de la propaganda republicana en la guerra civil sobre el acuerdo de 1934 con los italianos.

De la Cierva, imagino, hubo de sentirse muy reconfortado cuando el historiador norteamericano John C. Coverdale negó toda virtualidad a dicho acuerdo. No he explorado lo que de él dijo en sus escritos ulteriores a la mayor gloria de Franco. Pero como la historia no se detiene y es, por naturaleza, movediza, lo que negó tajantemente de la Cierva es lo que ocurrió. Claro que todavía hoy hay quien sigue negándolo. La tozudez es, a veces, una virtud pero en un enfoque científico y empírico puede resultar un estorbo. Lo que sí parece claro es que el peán de la victoria se ha quedado sin muchos de sus danzarines.