El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (VIII)

17 diciembre, 2019 at 10:41 am

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

Franco no fue el héroe por antonomasia del combate del Biutz. Espero que esto haya quedado claro en los posts anteriores. Ya hice referencia a lo que el fiscal del Consejo Superior de Guerra y Marina elevó al conocimiento de este último órgano. A saber: se habían examinado otros casos del combate, cuya importancia y significación pueden debatirse y se han debatido. Lo que ha quedado algo olvidado, comparativamente hablando, es que se habían presentado otros candidatos a la Laureada. Aun así, quedan algunas incógnitas que es preciso identificar, que no resolver.  Veamos las más importantes.

 

La primera se refiere a la herida de Franco. La EPRE, en la medida en que se ha conservado, afirma que fue en el pecho. Así está consignado en el informe a mano del fiscal. Pudo, naturalmente, haberse tratado de un error que recogió  Carvallo de Cora. De este sí sabemos que se equivocó, ya lo hemos dicho, en el nombre del médico al transcribir el informe. A este error, salvo que fuera para despistar, no le otorgamos más importancia. Lo de la herida es mucho más significativo. Es claro que se trató de una muy grave y que Franco se recuperó. Lo que ocurre es que no sabemos cómo. ¿Fue debido a una intervención sobrenatural? ¿A la naturaleza robusta de un oficial algo enclenque? El informe del médico Sr. Blasco ha desaparecido. De los cuidados que se le prodigaron en el campamento no ha quedado rastro documental. Finalmente fue trasladado al hospital. Según cuenta, quizá con excesiva galanura, un periodista de ABC, Manuel Pérez Villatoro, en su artículo actualizado en red al 7 de marzo de 2017 (https://www.abc.es/historia/abci-batalla-olvidada-pudo-cambiar-historia-espana-cuando-franco-casi-muere-combatiendo-contra-cientos-rifenos-201703070158_noticia.html), él consultó a dos médicos que conocieron bien a Franco y Marruecos. Ambos le dijeron que en el hospital de Ceuta en aquellos tiempos no había aparatos de radiografía.

Es decir, casi todo lo relacionado con la herida debe ser puesto bajo interrogantes. Las lagunas pudieron producirse porque en 1916 o incluso 1918 Franco no era todavía un personaje importante y, naturalmente, tales detalles no se conservaron. Pero también puede establecerse otra hipótesis: la posibilidad de que posteriormente Franco tuviera algo que ver con su desaparición. Cosas más difíciles han ocurrido.

Ahora tenemos que comparar lo que la hoja de servicios (versión Carvallo de Cora) y el juicio contradictorio dice de Franco con el caso de otro oficial, muy conocido de los expertos pero no del público en general: el entonces teniente Juan Salafranca Barrio. Los lectores pueden acudir a su entrada en Wikipedia y a un resumen de su biografía  en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia. Ambos fueron compañeros de la misma promoción, la XIV, de la Academia de Infantería de Toledo.

Franco ascendió, por antigüedad, un año antes que Salafranca y también llegó tres años antes a Regulares. En estas fuerzas coincidieron. Claro, Franco se distanció rápidadamente, pues su ascenso a capitán le hizo subir muchos puestos en el escalafón. No he encontrado nada que haga pensar que Salafranca mendigara el suyo. Ascendió, eso sí, como consecuencia de su comportamiento en la misma acción de El Buitz. No he tenido la curiosidad de examinar su hoja de servicios pero me fío de un párrafo parcial de la misma que se reproduce en Wikipedia.

En él se afirma que “sostuvo duro combate con el enemigo (…) resultando dos veces herido, una en la pierna y otra en el cuello, continuando al mando de sus fuerzas a pesar de sus heridas, ordenándole el capitán jefe accidental del tabor Fernando Lías Pequeño, saliese a llevar un parte al jefe de la columna, coronel Génova, lo que cumplimentó, siendo muerto el caballo que monataba al regresar de transmitir dicho parte, permaneciendo al frente de sus fuerzas hasta que ordenó el repliegue”.  Su nombre figuró en el parte de la operación que Lías Pequeño entregó a dicho coronel con la mención de “muy distinguido” por su insuperable valor, dotes de mando y la energía que desplegó en altísimo grado en dicho combate.

Pregunta: ¿cuál de los dos oficiales, el capitán Franco o el teniente Salafranca, se portó mejor en el asalto a la loma de las trincheras? Los dos fueron a parar al hospital, aunque Franco algo más tardíamente dada la gravedad de sus heridas. El de Biutz fue un combate en el que hubo otros héroes. Uno fue el cabo Mariano Fernández Cendejas. También se le transportó al hospital porque seguía vivo aunque estaba acribillado a balazos. El hermano del comandante de la columna fue a verlo para que firmase la instancia que él había promovido para que se le concediera la Laureada. No pudo hacerlo porque tenía las manos vendadas. Dos días más tarde falleció. La Laureada se le otorgó a título póstumo.

Cuando Salafranca pudo salir, por fin, del hospital coincidió con la publicación en la orden general del Ejército de España en África la disposición del general en jefe por la que se abría juicio contradictorio en atención a sus méritos contraídos en El Biutz para que se le concediera la Cruz Laureada de San Fernando. También se propusieron al teniente Diego Pacheco Barona y al oficial médico ricardo Bertoloty. Poco después siguieron el fallecido comandante del tabor, Enrique Muñoz Gui, el capitán Francisco Palacios y el propio Franco. Como se ve, una plétora de héroes. FRANCO NO FUE EL ÚNICO. FUE EL MÁS PEDANTE.

Según Wikipedia, de la que me fio en este caso, Franco elevó una instancia al rey Alfonso XIII en la que puso de manifiesto el agravio comparativo con sus compañeros ascendidos y, hoy sabemos que con extremado tupé, aludió “a la injusticia de atribuir todos los méritos del asalto a la loma de las trincheras al teniente Salafranca”. Franco, acusica y rencoroso, aseguró que “como oficial de mayor graduación de aquella acción siempre estuvo al mando de ella y que fue él y no Salafranca quien había seguido dirigiendo el combate, incluso después  de resultar herido”. Hoy podemos decir que, si Franco escribió en estos términos, mintió como un bellaco, porque en la segunda etapa de su juicio quedó de manifiesto que no había estado en condiciones de hacer nada después de recibir un balazo.

El que no se le concediera la Laureada debió producir a Franco, pues, un gran malestar. En su carrera militar ulterior tampoco la ganó. Probablemente se había hecho prudente y eso de ir a pecho descubierto hacia la muerte ya no le agradaría (si es que alguna vez la buscó en pos de la fama y de la gloria). Salafranca sí lo hizo y se topó con la parca. Murió como el valiente que era.

Franco, siempre muy al loro, encontró otro método para subir al cielo de los héroes. Lo hizo en tres etapas. La primera fue a finales de septiembre de 1936 y a ella dedicaremos un par de posts ulteriormente. La segunda etapa coincidió con el también segundo aniversario del “Glorioso Movimiento Nacional”:  el Consejo de Ministros, que él presidía, tomó una resolución que encontró plasmación en las páginas del BOE.

Para mí es la babosidad que rezuma la segunda la que más me impresiona. Imagine el lector la escena. El Consejo de Ministros se encuentra sobre la mesa con la solicitud hecha por la Armada para que el Jefe del Estado vista su uniforme. No sabemos si en ese día el Consejo lo presidió Franco o, por un ataque de extraña humildad, se ausentó para que deliberaran al respecto los señores ministros.

Lo cierto es que el Consejo aprobó la petición y se lanzó a una envolée tan cursi como inigualable. La de por sí sobria prosa del BOE apenas da abasto para contener la emoción que rezuma el párrafo final de su resolución, supongo de nuevo que adoptada en ausencia de Franco:

“También cree el Gobierno rendir tributo de justicia a quien por designio Divino y asumiendo la máxima responsabilidad ante su pueblo y ante la Historia, tuvo la inspiración, el acierto y el valor de alzar la España auténtica contra la anti-Patria y, después, como artífice inimitable de todo nuestro Movimiento, dirige personalmente y en forma insuperable una de las más difíciles campañas que registra la Historia, conduciendo a nuestros bravos soldados de victoria en victoria y a pasos agigantados al triunfo final y, como Jefe del Estado y Presidente del Gobierno, rige los destinos de la Nación con desvelo y acierto universalmente admirados”.

El narcisismo de Franco no pudo recibir mejor espaldarazo. Le faltaba una cosita que le llegó en la tercera etapa, cuando tópicamente va la vencida o, como se dice en inglés, third time lucky. En aquel momento de ascenso a la suprema gloria militar se dejó prender en su pecho, henchido sin duda por la VICTORIA, la Laureada que no había logrado conseguir ni en los años diez ni en los veinte del pasado siglo.

He puesto en itálicas lo del “designio Divino” porque los hechos fueron muy, pero que muy diferentes. Lo dijeran los señores ministros de la época o lo machacara con singular constancia una propaganda sumamente rendida y permanente (en realidad hasta hoy),  con incrustaciones religiosas de por medio.

En los próximos posts veremos la, hoy por hoy, presentación de la carrera de Franco de teniente a comandante en la última versión que ha llegado a mis manos.

NOTA

En condiciones normales sería en los próximos martes, pero en dos ocasiones recaerían en Nochebuena y Nochevieja. No son momentos para leer mis posts. Continuaré la serie el 7 de enero, después de Reyes, con la esperanza de que los amables lectores sigan riéndose.

A todos y a todas, MIS MÁS SINCEROS DESEOS DE FELICIDAD EN LAS PRÓXIMAS NAVIDADES Y DE BIENESTAR Y ÉXITO DE CARA AL NUEVO AÑO.

Presentación de «¿Quién quiso la Guerra Civil?»

10 diciembre, 2019 at 4:11 pm

Presentación, en la Fundación Sindical Ateneo 1º de Mayo, del libro ¿Quién quiso la Guerra Civil? de Ángel Viñas.

Intervenciones de Jaime Cedrún (Secretario general de CCOO y presidente de la Fundación Sindical 1º de Mayo) y de Ángel Viñas. Moderadora del acto Paula Guisande (Directora de la Fundación Sindical 1º de Mayo).

Madrid, 20-11-2019.

El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (VII)

10 diciembre, 2019 at 8:30 am

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

La historia del juicio contradictorio a que Franco fue sometido muestra algunas características del protagonista. La primera es que la no concesión sino el rechazo de la laureada pudo, muy probablemente, dejarle un sentimiento de frustración, cuando no de rencor. La segunda que las oscuras maniobras que puso en movimiento no le dieron el resultado apetecido. Estas maniobras han permanecido envueltas en tinieblas, pero no fue la primera vez que las había practicado. Vamos a dar ahora una marcha atrás con el fin de aclarar las circunstancias precisas en que se produjo su primer ascenso por sedicentes “méritos de guerra”. En este post reproduciré algunos de los párrafos relativos a las hazañas militares de Franco en su primerísima época. Mi intención es divulgarlas y plantear la pregunta fundamental: ¿podría afirmarse que, tal y como están transcritas, son susceptibles de haber justificado su  ascenso de primer teniente a capitán? O, por el contrario, ¿dan soporte a la tesis del coronel Blanco Escolá de que el ascenso respondió a otros factores, entre ellos la intriga y el servilismo de Franco hacia sus superiores?.

 

Se sabe que el paso a primer teniente, su ascenso inicial, lo fue por rigurosa antigüedad. Luego se ha dicho que los sucesivos lo fueron por méritos de guerra. En los posts anteriores no nos hemos detenido en la tesis del coronel Blanco Escolá de que el ascenso de capitán a comandante fue debido, sobre todo, al jaleo que montó tras su grave herida y que fue una concesión graciosa de S. M. el rey Alfonso XIII. Lo que hubo detrás ha quedado esclarecido en base a la versión  que se conoce desde hace más de cuarenta años de su publicada hoja de servicios.

A primer teniente Franco ascendió por Real Orden de 13 de junio de 1912 (DO, nº 158) cuando estaba destinado en el Regimiento de Infantería de África nº 68, acampado entonces en Ras Medua. De aquí continuó, según la hojita del coronel Carvallo de Cora,

“en servicios de reconocimientos y seguridad hasta el día 25 de agosto de 1912, que marchó destacado a la posición de Uixams, donde quedó prestando servicio de seguridad. Por R.O. de 16 de noviembre de 1912 (DO, nº 160) se le concede la Cruz de primera clase del Mérito Militar con distintivo rojo, por haber estado sin recompensa durante tres meses en operaciones activas en la campaña de Melilla”. (Nota: siempre se ha dicho que en el Ejército de África llovían las medallas, siempre un aliciente para los militares de la época. Este parece ser un caso típico).

Después el joven primer teniente siguió en servicios de campaña sin que se mencione en su hoja de servicios el menor hecho relevante. Por R.O. de 15 de abril de 1913 se le destinó a las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla y luego se incorporó a las unidades de operaciones de campaña de Tetuán. Tomó parte en los combates de Wad-Ras, Bini-Sidi y Benkarri. ¿Resultado? RAS, un RAS rotundo (como dicen los franceses, rien à signaler). Ciertamente disparó algunos tiros. Por ejemplo, en operaciones de reconocimiento, en la protección de un convoy, en la toma de una loma y cuando se trató de establecer un reducto. ¿Conducta distinguida o distinguídisima? RAS. Eso sí, de la nueva lluvia correspondiente le cayeron más condecoraciones [nota: un historiador escrupuloso indagaría en la distribución de “chapitas” entre la oficialidad para comprobar si Franco tuvo más o menos]

En una ocasión (¡oh, cielos!) apresó a una guardia enemiga y siguió participando en algunos combates. Con la columna del general de brigada Dámaso Berenguer “protegió los trabajos para la construcción de un blockhaus”.  Después tuvo lugar un hecho que, con la perspectiva que da el tiempo, quizá quepa caracterizar de trascendental, aunque no he visto que muchos biógrafos lo comenten como se merece.

El 13 de mayo de 1914 Franco fue nombrado ayudante segundo del primer grupo de compañías, mandadas por el comandante Julián Serrano Orive. Escoltó a los jefes de varios poblados (lo que no dio lugar a luchas fieras). En septiembre tomó parte con la columna Berenguer en combate. Quizá fuera en esta ocasión cuando Arrarás se inventó la admiración que el general empezó a profesarle. De esta leyenda se han hecho eco numerosos autores, pero la triste hojita de servicios en la versión del coronel Carvallo de Cora vuelve al RAS. Sorprendente, porque  menciona hasta los más leves detalles como que, de nuevo,  en la protección de la construcción de otro blockhaus Franco “sostuvo ligero tiroteo con el enemigo”. ¡Caramba! Franco y sus hombres dispararon contra los peleones moros. Una información que no podía faltar en el recuento de sus hazañas militares.

El 16 de enero de 1915, a las órdenes inmediatas de Serrano Orive, Franco “tomó parte en el combate que tuvo lugar para la ocupación de la Peña de Beni-Hosmar, siendo citado en el parte de este día como distinguido”.  ES LA PRIMERA VEZ QUE APARECE ESTA MENCIÓN en su hoja de servicios (más repitió, por ejemplo, el 3 de noviembre de 1915 y sobre todo el 24 de mayo de 1916, ya capitán, en las órdenes del Cuerpo y General, en este último caso en compañía de muchos otros). Suponemos que algo parecido ocurriría también con otros heroicos soldados en numerosas ocasiones y que igualmente se incorporaría a su respectiva documentación.

Nos deja, pues, un pelín “sorprendidos” que con tales “hechos de armas”, y no otros, según la versión del coronel Carvallo de Cora, hubiera ascendido a capitán con antigüedad de 1º de febrero de 1914 (!!!!). El historiador que lea entre líneas debería preguntarse ¿qué diablos habría hecho Franco desde su ascenso a primer teniente cuando nunca se le mencionó en ningún despacho, parte o notita elevada a la Superioridad?. Al menos no en una que debiese figurar en su hoja de servicios.

Así, pues, lamentando nuestra ignorancia de los criterios de distribución de chapitas y su número en las campañas en la época en tierras marroquíes, no podemos sino concluir que hasta 1º de febrero de 1914 Franco no parece que hubiese hecho absolutamente nada espectacular y, por lo que he podido ver en otros casos,  lo que sí había hecho era cumplir con su deber como tantos más. Claro que, en la mejor tradición burocrático-militar, había que justificar el ascenso y la hojita lo hace: “en recompensa por los méritos contraídos en los hechos de armas, operaciones efectuadas y servicios prestados desde el el 1º de enero a fin de abril del año de 1914”. Es decir, en cuatro meses absolutamente anodinos. ¿O se me escapa algún detalle? Si es así agradecería de todo corazón a los amables lectores que me informen. Mientras tanto, y en mi desconocimiento de la auténtica hoja oficial, si no se ha alterado, he de seguir el documento disponible que es el de Carvallo de Cora, elevando preces al cielo para que sea una copia exacta del original.

No hemos todavía hablado de Ricardo de la Cierva en este contexto. Lo que en la hoja de servicios no merece sino una breve mención (el 1º de febrero hubo un combate en Beni Salen, nada más y nada menos), tan destacado hagiógrafo lo identifica como el momento en que el general Berenguer “se fija insistentemente en el teniente Franco”. ¿EPRE? Absolutamente ninguna. Pero es que, además, en la hojita de servicios (siguiendo a Carvallo de Cora) al hecho de armas de Beni Salen  no lo adorna absolutamente NINGUNA característica. Se menciona como tantos otros y como en tantas otras hojas de servicios de las decenas de militares que hemos consultado.

El coronel Blanco Escolá adelanta una tesis muy verosímil: los méritos de Franco no fueron adquiridos en el campo de batalla. ¿Cómo pudo ocurrir esto? De forma muy simple. A falta de otra documentación fidedigna, Blanco plantea la hipótesis de que pudo ser una consecuencia de su cargo de ayudante del comandante Julián Serrano Orive. El joven primer teniente no había tenido demasiadas ocasiones de ejercer mando de tropas, pero sí muchas de camelar a su jefe más directo que era quien tenía que proponer su ascenso. “Franco, gracias a su proverbial astucia y su afán arribista, pero también a su imagen de hombre disciplinado, cumplidor, aparentemente dócil y servicial…, supo ganarse [su] confianza (…) hasta conseguir que le propusiera para el ascenso a capitán”. Es una posibilidad que, sin duda, los todavía hagiógrafos del gran soldado, que los hay, podrán desmontar con la adecuada documentación de la época.

Nada de lo que antecede significa minusvalorar el abanico de envidiables dotes, pero nos induce a pensar que, ya capitán, Franco se propondría tal vez conseguir un ascenso rápido a comandante. Añadió a sus indudables dotes de duplicidad y servilismo una conciencia aguda del valor de la publicidad orientada hacia su propia persona.

Lo que hemos expuesto hasta ahora son hechos. Hechos documentados. Sin embargo, hay que mirar algo en lo que pudo haber detrás, siguiendo la metodología de mi admirado Herbert R. Southworth. En mi modesta opinión, Franco quiso ir a por todas. Es decir, a por el ascenso y a por la Laureada. No le bastaba la primera opción. Más importante que esta hipótesis es una segunda. Cuando Franco consiguió que el ya comandante Lías Pequeño solicitase la reapertura en 1918 de su expediente de San Fernando, ¿qué le pasaría por la cabeza? ¿Ignoraba lo que habían dicho dos años antes sus propios compañeros? ¿Es verosímil creerlo? Si él depuso ante el instructor en el expediente de 1916/17, ¿nadie le sopló lo que se había logrado saber? Dentro del pequeño círculo de oficiales y jefes en el que sustanció el caso, ¿no hubo la menor filtración?. Misterio.

Después vinieron tiempos peninsulares, desde marzo de 1917 hasta septiembre de 1919 cuando se incorporó a la Legión. No hay felicitación alguna en su hoja de servicios hasta el 10 de septiembre de 1921. Realmente curioso.

Lo expuesto hasta ahora refuerza nuestra modesta opinión de que, cuando ya Franco duerme el sueño eterno fuera del mausoleo que ordenó construir a la eterna gloria de su Cruzada, sería conveniente avanzar un poquito más. Por ejemplo, dar a conocer el resto de su hoja de servicios, con los papeles y documentos anexos que procedan, más allá del año 1926 y hasta donde sea posible. Y TAMBIÉN, EN UN DESEABLE ESFUERZO DE CLARIDAD Y DESMITIFICACIÓN, LOS PAPELES QUE SUBYACEN AL JUICIO CONTRADICTORIO PARA LA LAUREADA Y EL EXPEDIENTE COMPLETO DEL MISMO.

Espero que ningún historiador o periodista se me eche encima si  reafirmo mi creencia de que se trata de una necesidad  absoluta. ¿Quién puede temer a los documentos del, para algunos, excelso Caudillo? Por no hablar, claro está, de sus papeles, que no son los que custodia con envidiable mimo la Fundación Nacional Francisco Franco.  ¿No dijo uno de esos apóstoles cuya escultura masiva, del cincel de Juan de Ávalos, figura en el mausoleo de Cuelgamuros que la “verdad os hará libres”?

La exhumación de Franco ha supuesto, en mi entender, traspasar una frontera. Con independencia de lo que se haga en el futuro con el mausoleo -y que dicha exhumación facilitará- queda todavía por abordar, en la mayor medida posible, los documentos de la actuación en la guerra y en la posguerra, como Generalísimo y como Jefe del Estado, como líder del único partido, fascista primero y fascistizado después en su recorrido histórico, y como garante  y motor de una represión sin paralelo en la historia de España.

No es venganza. Es favorecer, en la mayor medida posible, el avance en el conocimiento histórico. El pasado es algo que no pasa o que tarda mucho en pasar. Si los ciudadanos de los antiguos Estados confederados en USA no han olvidado “su” guerra civil a los más de ciento cincuenta años de terminada no puede pedirse a los españoles que ya olviden una guerra que, fuera de las operaciones militares, ocupó su vida diaria durante cuarenta años de dictadura. En cierto sentido, hay motivos para pensar que la guerra no terminó en 1939. Lo que terminó fue, como suele decir Francisco Espinosa, la campaña. La guerra empezó a terminar con el desmontaje del sistema institucional y político que se construyó en torno a un general felón que supo crear, amamantar y proteger hasta el final un canon basado en falsedades y/o distorsiones desde el principio al fin.

(Continuará)

El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (VI)

3 diciembre, 2019 at 8:30 am

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

Lamentamos profundamente que todavía no se hayan hechos públicos los pormenores del juicio contradictorio al que dio lugar la petición del capitán Lías Pequeño a los pocos días del combate del Biutz, con Franco agarrándose desesperadamente a la vida. Por fortuna, recuperado ya y ascendido a comandante, insistió en que merecía la Laureada. Por ello se examinó de nuevo el expediente incoado dos años antes y se completó. Así podemos enterarnos afortunadamente de su mitificada participación en la gesta del Biutz. En esta ocasión el Ejército no se anduvo con chiquitas. El fiscal del Consejo de Guerra y Marina revolvió los antecedentes del expediente abierto dos años antes, añadió más datos e hizo su exposición, denegatoria, a tal órgano superior. ¡Albricias! No todo está perdido y dejado al capricho o inventiva de sus múltiples panegiristas. En ellos comprendo también los que se han pronunciado con toda autoridad en estos años de democracia y libertad de expresión y publicación.

No olvido, en ningún momento, que en un rasgo de insólita honestidad el eminente genealogista del Caudillo y editor de su gloriosa hoja de servicios dio a la luz todo el documento del fiscal que hizo suyo el mencionado Consejo. Para mayor gloria de Dios (y menos de Franco) lo hizo en vida del Generalísimo. El por qué se nos escapa. Es posible que la publicación tuviese escaso recorrido. En ausencia de otros documentos vamos a servirnos de la forma en que dicho coronel republicó tales conclusiones elevadas al Consejo de Guerra y Marina, pero las complementaremos en un aspecto con lo que figura en el original firmado por dicho fiscal y que se encuentra, en letra manuscrita, en el AGMS.

Obviamente, ya en mayo de 1918 Franco se había hecho un nombrecito. En ese mes, el general en jefe del Ejército de África dio seguimiento a lo dispuesto en el artículo 23 de la Ley de 1862 que ya hemos indicado en el post anterior. Trasladó al Consejo el expediente de juicio contradictorio abierto años antes para determinar si Franco era merecedor o no de la altísima distinción. La Ley preveía que para concedérsela era preceptivo el informe de tal órgano, lo cual exigía que el fiscal del mismo hiciese la correspondiente propuesta. No he localizado el nombre de este militar, pero sí que echó mano de los antecedentes que tomó del primer instructor del expediente. En su exposición final al Consejo reprodujo, literalmente, lo siguiente en relación con la valerosa acción, tan distorsionada con nuevos aditamentos en el ordenador del profesor Stanley G. Payne. Transcribo de la tan poco citada hojita:

“El capitán Franco (…) recibió orden de ocupar con su compañía la loma inmediata a la de las trincheras [nota: obsérvese que las trincheras famosas no estaban encima de la loma] y al cumplimentarla se encontró con numerosísimo (sic) enemigo contra el que con su gente tuvo (sic) que llegar al cuerpo a cuerpo, siendo heridos sus dos oficiales y contuso el otro [nota: ¿a quién entregó Franco, pues, la fortunita que supuestamente llevaba encima?], perdiendo en bajas 56 individuos, casi la mitad de su compañía, compuesta de 113 hombres; fue también gravemente herido el capitán Franco, por lo que se le retiró del lugar de la lucha”.

Esta escueta relación que se limitaba a hechos esenciales era conocida desde 1916/17 por el Ejército. El fiscal añadió que “no se ha de repetir aquí cuanto ya se ha expuesto en los otros expedientes de esta índole incoados por el mismo hecho de armas, pues ese combate de vanguardia ya es de sobra conocido por el Consejo”. Esto implica una nota de alerta. El combate había generado varias propuestas de Laureadas (no solo para Franco y, suponemos, todas ellas habrían sido sometidas a juicios contradictorios, una con resultado más que halagüeño para el agraciado). El porqué se incluyó al entonces capitán Franco puede dárnosla la constatación de que “mandaba la tercera compañía de asalto, que también fue rechazada con grandes pérdidas, y aseguró la posición conquistada el batallón de Barbastro”. Es decir, la tercera compañía habría quedado tan exhausta que no pudo coronar la acción.

En este expediente de 1916/17 se señaló que, entre los méritos aducidos en el parte de la acción, se había dicho que “por haberse quedado sin oficiales [Franco] hizo las veces de estos, hasta caer gravemente herido en el pecho, siendo merecedor con otros de que se le forme juicio de votación” [nota: nos asaltan dudas reforzadas de que Franco pudiera haber entregado las “pelas” a otro oficial si se había quedado sin ellos, así que el tema lo dejamos resuelto por la negativa, con perdón a todos los comentaristas y camelistas que lo han tratado en los términos ya reproducidos en estos posts]. Por lo demás, obsérvese que en la versión de Carvallo de Cora, pero también en la del original manuscrito del fiscal, la herida no fue en el vientre, en el abdomen o en el bajovientre, sino en el pecho. [Nota: ¿eran los servicios médicos y administrativos del Ejército de África equivalentes a los que tuvieran, si los tenían, los insurgentes marroquíes?, porque incluso el más ignaro no puede desconocer que pecho y abdomen están separados]

La respuesta a la pregunta anterior es negativa. Debemos recordar al lector que en aquella época los juicios contradictorios no eran una bagatela. Implicaban el examen de los hechos y el testimonio de numerosos testigos, que debían dar cuenta formal, ante un panel de jueces, de lo que habían presenciado o visto. Y así nos encontramos con la primera sorpresa, que destacó el coronel Blanco Escolá, tan ninguneado por muchos de sus compañeros aprendices de historiador. El capitán (ya comandante en la segunda tacada) Lías Pequeño se escurrió como una lagartija (es un decir) al declarar que “Franco fue muy gravemente herido y que coronó la loma, sin precisar el tiempo que medió desde la herida hasta ser recogido, ni las bajas que hasta ese momento había sufrido”. Un héroe administrativo el tal Lías Pequeño porque, como recordarán los amables lectores, de los requisitos exigidos por la Ley de 1862 ambos aspectos eran prioritarios. Tan entusiasta superior accidental de Franco se zapó de toda posible indicación precisa. Sin embargo, dice la hoja de servicios, “en el parte de la operación, dado por [Lías Pequeño] figuró como muy distinguido por su incomparable valor, dotes de mando y energía desplegada en dicho combate”. Es más, se añade que “en telegrama recibido por el general en jefe de fecha 30 de junio del ministro de la Guerra, y publicado en la Orden General del día 2 de julio en Tetuán, es felicitado por el Gobierno de S.M. y ambas Cámaras”.

Sin duda, cuando se enteró Franco de esto último, es decir, cuando recobrara su lucidez,  se pondría muy contento pero lo que nos preguntamos es ¿POR QUÉ ENTONCES DIJO LÍAS PEQUEÑO LO QUE DIJO EN EL EXPEDIENTE Y REINCIDIÓ AL SOLICITAR, A PETICIÓN DE FRANCO, LA REAPERTURA DEL MISMO UNO O DOS AÑOS DESPUÉS? Misterio. ¿Faltan papeles?

Pensamos que en algún momento en 1916 o después Franco se había personado en el expediente, que por eso hemos caracterizado como de los años 1916/17. No sabemos si conocía los términos del testimonio de quien había sido su jefe accidental. El, Franco, dijo que con su compañía, de 113 hombres, sufrió “la baja de sus cuatro (sic) oficiales y 56 más [suponemos que simples regulares], casi todas antes de ser herido gravemente, cuando estaba a media ladera, y pasado un cuarto de hora fue retirado después de coronar la loma, siendo curado en la ambulancia”. Esto, repito, es lo que consta en el expediente incoado en 1916, según reprodujo el fiscal dos años más tarde. Cualquier lector observará que hay alguna contradicción entre Franco y Lías Pequeño. ¿Se quedó tendido a media ladera? ¿Subió trabajosamente [nota: ¿cómo? y ¿cuándo?] hasta la cresta de la loma a pesar de una herida gravísima? ¿Cómo se le curó en plena campaña?.

En el expediente de 1916/17 uno de los valedores de Franco, un general llamado Milans, había incluido el caso del supuesto valor de aquel capitán llamado a más altos destinos en el supuesto sexto del artículo 25 de la Ley de 1862, que vimos en el post anterior. Añadió otro, el caso cuarto del 27 (“en momentos dudosos, o decisivos, cargar el primero y con buen éxito al enemigo, causándole la pérdida de un tercio de su fuerza”). Es evidente que exageró en ambos. Un coronel llamado Génova no había precisado las bajas causas pero añadió otra afirmación: Franco caía dentro del supuesto sexto del 27 (“rehacer instantáneamente una tropa desordenada por las pérdidas sufridas, y dispersar con ella al enemigo cuyas fuerzas no sean inferiores o tomar o recuperar en el acto una batería o posición”). Nos parece evidente que tan distinguido coronel se pasó de rosca.

En favor de Franco se habían pronunciado también el capitán Palacios y los tenientes Muñiz y Valcárcel, que dijeron haberlo visto y añadieron otro nuevo caso de concesión de la laureada, el segundo del artículo 27 (“defender el puesto que se le confía hasta perder entre muertos y heridos la mitad de su gente”). No obstante los dos primeros no habían precisado el número de bajas del enemigo y el tercero solo que “Franco fue uno de los primeros que retiraron, en el momento en que las bajas todavía eran menos de la mitad”. Las incongruencias y exageraciones saltan a la vista.

La palma se la llevaron otros dos oficiales cuyos nombres debemos inmortalizar en Internet. Uno, el capitán López de Haro, ignoraba muchos de los particulares que se le preguntaron. Otro, el teniente Martínez, sabía que Franco asistió al combate y que fue herido, “ignorando que realizase acto alguno digno de estar comprendido en la Orden de San Fernando”. Nos sorprende poderosamente el por qué y por quién fueron convocados. No conocemos el acta ni el papeleo que sin duda figuraron en el expediente de 1916/17.

Pero las cosas fueron de mal en peor para Franco. El comandante González Tablas, los capitanes Carreas y Monís y los tenientes Romero y Loma habían afirmado que el valeroso capitán no había hecho más “que auxiliar el avance de la caballería, sin ninguna cosa de particular en su actuación, pues todo lo ignoran, como que pueda estar dentro de la Ley del 18 de marzo de 1862, como asimismo el número de bajas que sufriera cuando fue retirado, las del enemigo y cuando fuera curado”. ¡Bravo! ¡Por fin un poco de luz!

En consecuencia, no podemos por menos de sospechar -siendo bondadosos-  que Lías Pequeño y sus compañeros habían abultado el heroismo del entonces capitán.

Citemos ahora al médico, Señor Blasco [nota: Carvallo de Cora señala el nombre incorrecto de Blanco] que le curó. No había reproducido el pronóstico de la herida [nota: ¿se había enterado de que ya se había corrido la voz de que fue en el bajovientresalvo que fue gravísima?] pero añadió: “fue el primer oficial que curó en el puesto y de los diez primeros entre todos, añadiendo que fue imposible en absoluto, después de herido, que quedase en condiciones de mandar” [nota: ¿qué decir ahora de las “pelas”, del fusil de Regulares con el que habría hecho fuego, con la amenaza a los camilleros, etc?. Respuesta: camelos, invenciones, mitos].

Todo lo que antecede es lo que en 1916/17 había recogido el instructor del expediente. No fue un don nadie. Se trató del jefe de Estado Mayor de la columna. “Por ende,  fue testigo presencial de los hechos”, dice el informe del fiscal. Evidente. Pues bien, dicho jefe del Estado Mayor se sumó a la mayoría de los testigos. Luego añadió que “el capitán Franco fue ya recompensado por este hecho de armas con la Cruz de María Cristina y mejorado después con el empleo de comandante y no lo encuentra comprendido en el Reglamento de San Fernando”.

Pero (siempre hay un pero), como hemos visto, en 1918 se amplió el expediente. La idea fue que depusieran los “testigos si  inmediatamente al ser herido lo recogieron con conocimiento o sin él, para que declarase el médito sobre este extremo y para que se precisen las bajas propias habidas”.

En esta fase las deposiciones fueron letales para Franco. ¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!

Transcribo literalmente:

“El brigada Farriols dice que cree recogió al capitán Franco inmediatamente que fue herido, que con ademanes, falto de fuerza, le indicó que aceptaba el que le llevaran a la ambulancia, que nada ha sabido de que realizara hecho alguno heroico o distinguido, que fue herido cuando estaba a media ladera y entonces habría unas treinta bajas, ocasionándose las restantes, hasta 58, una vez ocupada la posición”. [nota: esto podría indicar que el cuerpo a cuerpo tuvo lugar en las trincheras].

La puntilla la dio un soldado de Regulares, llamado Mohame Ducali (sic). Según sus declaraciones “el capitán Franco fue precisamente el primero de la compañía que cayó y que lo recogió en seguida, no habiendo perdido el conocimiento, pero no quedó en condiciones de mandar, pues no tenía energías para ello, transcurriendo un cuarto de hora desde el principio hasta que cayó herida, no teniendo por ello tiempo de realizar acto alguno distinguido o heroico, y que las 58 bajas fueron hechas después de herido el capitán”. Evidentemente, un indígena, soldado raso, no tenía por qué conocer de las intrigas, amistades, enemistades, odios y favores que podrían existir en las relaciones entre los oficiales y jefes españoles.

El insigne genealogista y coronel Carvallo de Cora, que puede haber sido un copista mediano (equivocarse dos veces en el nombre del médico no es asunto baladí),  obvió también una de las conclusiones del fiscal que, lo que son las cosas, figura perfectamente expuesta en el original que elevó al Consejo Supremo de Guerra y Marina. Dice así:

La ignorancia en que ha quedado para muchos de los testigos la verdadera actuación de Franco [nota: el rango ya no se indica] le ha restado esa pública notoriedad que deben revestir los hechos de San Fernando”.

Y después, fue rebatiendo uno tras otro los argumentos aducidos por un sector de los testigos para concluir que no se daban en modo alguno ninguno de los supuestos previstos en los artículos, ya mencionados, de la Ley de mayo de 1862.

En definitiva, si Franco contó las cosas a su manera a su “primer pelota máximo”, tal y como este las reprodujo, resulta evidente que contribuyó decisivamente a ayudar al ya Caudillo a desfigurar los hechos a su gusto y manera. Después, otros “pelotas” copiaron e incluso fueron más allá que Arrarás, el insigne. De su amada hijita mejor no hablar. Lo que queda como hipótesis mínima es que Franco utilizó a sus amiguetes para que le apoyaran en su petición. Lo hicieron en un primer momento, pero al llegar a la fase de instrucción empezaron a batirse en retirada aceleradamente. La puntilla vino después, cuando un sargento y un soldado raso pusieron las cosas en su exacto punto.

Desgraciadamente lo que pasó, que se sepa documentalmente, quedó oculto a la Historia. Solo el valor sobresaliente y los cuentos del Caudillo pasaron a ella. El primero hay que reducirlo drásticamente (en términos de la Ley de 1862) y los segundos tirarlos a la papelera, escriban lo que escriban los pelotas en el período democrático.

Espero que los amables lectores se hayan reído un poquito y empiecen a preguntarse acerca de los rasgos y perfil sicológicos del capitán/comandante Franco, ya general superinsigne cuando narró sus cuentos a Arrarás.

(Continuará)