Exploraciones en archivos (VI)

28 abril, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Después de dos semanas de interrupción por la aparición de otros temas, uno de ellos desgraciadamente muy luctuoso, vuelvo a los archivos. No todas las experiencias acumuladas en muchos años de investigación fueron positivas. Sin contar las horas perdidas buscando y no encontrando, también he contado con ejemplos de fracasos rotundos, a veces no por mi culpa, en ocasiones por haber sido idiota. Exitos y fracasos forman parte ineludible en la vida del investigador. Es más, me atrevo a decir que uno aprende más de los segundos que de los primeros. Toca, pues, señalar algunos de los fracasos.

 

Es curioso que los dos fracasos que más han influido en mi carrera de investigador hayan estado relacionados con el mismo archivo: el de la Presidencia del Gobierno. Entré en él por primera vez cuando buscaba documentación sobre la política económica y comercial española en los años del franquismo puro y duro. Fue hacia el año 1978. Todo apuntaba hacia la necesidad de consultarlo. No quiero pavonearme en modo alguno si señalo que, por lo que sé, fui el primer historiador en penetrar en dicho archivo, gracias como siempre al apoyo del profesor Rafael Martínez Cortiña y la persuasiva potencia del Banco Exterior de España. Yo me las prometía muy felices.

Al llegar, lo primero que recuerdo fue la inmensa decepción que sufrí. Estaba al frente del archivo una funcionaria del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios del Estado. Ahora no recuerdo su nombre de pila, pero sí que era hermana de Ramón y de Jesús Salas Larrazábal. Ramón era entonces muy conocido gracias a su obra magna sobre el Ejército Popular de la República, que había publicado la Editora Nacional en cuatro gruesos volúmenes (dos de ellos de documentación). Nos habíamos hecho buenos amigos y, naturalmente, su hermana me recibió con los brazos abiertos.

No tardó en contarme que encontraría muchos huecos en la documentación sobre una parte del período que me interesaba porque allá por los años cuarenta la documentación del archivo había sufrido grandes desperfectos a resultas de una inundación. Al parecer, en un invierno muy frío las cañerías se habían roto con consecuencias muy desgraciadas en los sótanos en donde se conservaban los papeles. Y, en efecto, lo que quedaba de la documentación de la Junta Técnica del Estado (años 1936 y 1937) era poca cosa.

Por el contrario, para los años posteriores sí había documentación abundante. A mí lo que me interesaba eran los años cincuenta. Fueron años de introversión económica y comercial. En los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores había enormes masas de papel al respecto, pero mucho se refería a aspectos operativos, negociaciones comerciales y era difícil elevarse desde los detalles al plano de los principios u orientaciones estratégicas de la política económica exterior. Por lo menos en el período más oscuro, en torno a finales de los años cuarenta.

Encontré otras cosas. En aquella época empezaba, muy tímidamente, el acercamiento hacia los Estados Unidos y de estos hacia la España de Franco, después de años de enfriamiento en las relaciones bilaterales. Había que superar numerosos escollos, algunos de tipo económico, los más de índole política. Entre estos últimos uno de los más importantes estribaba en el trato que la dictadura dispensaba a la minoría protestante en España. El presidente Truman, creo que baptista, tenía en este tema opiniones muy firmes.

En el Palacio de Santa Cruz se comprendía muy bien la importancia del acercamiento. Si llegaba a materializarse representaría un espaldarazo para el régimen que no podía encontrar en otra parte. El hombre que llevaba el peso de los contactos era un diplomático, hoy olvidado, llamado Pedro Prat y Soutzo, marqués de Prat  de Nantouillet. Yo no había oído hablar de él jamás. Luego, cuando me familiaricé con la política exterior del régimen y sus protagonistas, extraje con delectación toda la información que pude recopilar sobre él. Para los franco-falangistas debió de ser una figura de proa. Para el historiador, un personaje poco recomendable. Para los compañeros, alguien que era mejor olvidar. Cuando, tras su período norteamericano, fue enviado como embajador a Brasil, se vio envuelto en algún asunto turbio que era incluso más negro que los que esmaltaban la carrera de varios conocidos diplomáticos de la época. Sobre él ha caído un tupido velo.

Esto no significa que el señor marqués no fuera listo. Antes al contrario. Era un diplomático muy vivo y curtido en mil batallitas. En agosto de 1949 no tardó en redactar un memorándum para conocimiento del ministro Alberto Martín Artajo en el que exponía los pros y los contras, desde la perspectiva de las relaciones con Estados Unidos, de una relajación de las disposiciones en vigor contra las “sectas” protestantes. Con toda la precaución del mundo, él favoreció la introducción de un mínimo de libertad religiosa.

¡Ah! Nantouillet no sabía que iba topar con la Iglesia o, si lo sabía, debió de parecerle que merecía la pena. En el archivo de la Presidencia del Gobierno se encontraban algunas pruebas de la reacción de la Jerarquía. Recuerdo una de ellas. Una carta firmada por el Cardenal Primado de Toledo y por el Arzobispo de la diócesis de Madrid-Alcalá. Leerla fue como recibir un electroshock. No me atreví a fotocopiarla  (gran error) aunque no sé si la amable directora del Archivo lo hubiese permitido ya que la misiva, obviamente, no tenía nada que ver con política económica o comercial.

Sí recuerdo, porque los efectos del electroshock fueron duraderos, que tan ilustres y eminentes varones se opusieron a la posibilidad de la relajación del tratamiento a las minorías protestantes. Lo hicieron envolviendo su postura, clara y terminante, en todo tipo de expresiones de buena voluntad, de respeto a SEJE y a los principios fundamentales de la política del Estado y blablá, pero en último término fundamentaron sus objeciones de forma taxativa. La Iglesia reconocía, ¡cómo no!, el sacrosanto principio de respeto a la libertad humana, sí,  pero no al de la libertad para “difundir el error”.

En puridad, nada nuevo, pero a mí me impresionó que allá por finales de los años cuarenta, período negro por antonomasia, dos príncipes de la Iglesia se atrevieran a cortar por lo sano cualquier posibilidad de liberalización del trato que el Estado dispensaba a las minúsculas iglesias protestantes. En la España católica, apostólica y romana no cabía la posibilidad de abrir puertas al “error”.

No sé si la carta de tales ilustres eclesiásticos seguirá conservándose en los archivos de la Presidencia del Gobierno. Lo que sí sé es que durante muchos años me he arrepentido amargamente de no haberla fotocopiado. Con lo que fui aprendiendo después, y con muchos otros descubrimientos que realizaría en archivos españoles y extranjeros, tengo la seguridad que hubiera podido extraer de ella mucho jugo. Si se conserva, a lo mejor otro podrá hacerlo.

Como es notorio, los intereses geoestratégicos norteamericanos terminaron imponiéndose a las concepciones politicas y religiosas de Truman. Se encontró la fórmula de aceptar la llegada y permanencia en la España católica post-concordatoria de protestantes norteamericanos del más variado pelaje, ¡incluso de masones! de la misma nacionalidad, pero para los desgraciados protestantes españoles -quizá por reminiscencias de Trento, o de la guerra de los Treinta Años, o de la influencia de  las enseñanzas menendezpelayistas-  hubo que esperar todavía a que pasaran muchos años. Hasta que después de largos y complicados debates internos, azuzados desde fuera por las consecuencias del Concilio Vaticano II, ni siquiera la supercatólica España pudo resistir los embates. Tras casi diez años de pugnas, en el verano de 1967 se aprobó por fin un primer estatuto que reconocía el derecho a la libertad religiosa. Ciertamente no tenía mucho que ver con los trabajos que se desplegaron en el Ministerio de Asuntos Exteriores tras la llegada diez años antes al Palacio de Santa Cruz del único ministro del ramo de talla que dio la España franquista.

 

Nota: un análisis del memo de Prat de Nantouillet me di el gusto de incluirlo en Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos. Bases, ayuda económica, recortes de soberanía, 1981. También en una revisión profunda del mismo, En las garras del águila, CRITICA, 2003, que todavía puede encontrarse en el mercado. No aludí a la carta de los príncipes de la Iglesia.

Entrevista en guernicagernikara.eus

26 abril, 2020 at 12:50 am

Entrevista realizada el 25 de abril de 2020.

Fallece un historiador de la aviación española

21 abril, 2020 at 8:30 am

Cecilio Yusta Viñas (1937-2020) in memoriam

Ángel Viñas

Este es un post que nunca hubiese pensado escribir. La pandemia se ha llevado por delante a mi primo hermano Cecilio Yusta Viñas. Esto, en principio, es algo que solo hunde en la más profunda tristeza a su familia y a sus amigos. Estamos padeciendo, dicen los entendidos, la pandemia que más muertes ha causado en la historia de España, ciertamente en un número muy superior a la de hace un siglo. Sin embargo, mi primo hermano fue algo más que un familiar muy cercano. Fue también uno de los grandes historiadores de la aviación española en sus dos ramas, la civil y la militar. Es esta cualidad la que, apesadumbrado, quisiera resaltar aquí.

 

Cecilio Yusta Viñas, como siempre firmaba, fue un aviador espléndido. Descubrió su vocación mientras hacía el servicio militar obligatorio en el Ejército del Aire como simple soldado raso. Nada le predisponía a aquella carrera. Con una tenacidad insuperable decidió hacerse piloto civil, no militar. Y lo hizo a las bravas. Controlador del tráfico aéreo por oposición, profesor de vuelo elemental en el Aeroclub de Madrid, piloto de transportes por la Escuela Superior de Vuelo de Salamanca, auxiliar de vuelo en Aviaco primero y en Iberia después. Voló todo tipo de aviones, desde avioncillos de escuela y avionetas de turismo a aviones de tipo estándar (Fokker, Douglas y Boeing), desde piloto elemental a comandante de grandes aviones a reacción en vuelos trasatlánticos.  Voló prácticamente hacia todos los aeropuertos del mundo. Un caso bastante raro.

A la par descubrió que la conquista del aire no era incompatible con otras ocupaciones. Escribió una historia de los auxiliares de vuelo en España, una historia de los controladores de vuelo en España, una historia de la compañía Iberia y multitud de artículos en revistas especializadas. Praxis y teoría. Escritura y experiencia. No es exagerado afirmar que siempre osciló entre estos cuatro polos.

No tardó en asociarse al Instituto de Historia del Ejército del Aire. Más tarde fue  miembro de número del Instituto de Historia y Cultura Aeronaútica, un club selecto.  En su recorrido expandió su círculo de contactos profesionales a los aviadores militares, desde los empleos más modestos a los más elevados. Con una pasión por la fotografía amasó una inmensa colección de imágenes de  máquinas, paisajes, aeródromos, hombres e infraestructuras desde los primeros años de la Aviación hasta los más recientes y adqurió un conocimiento enciclopédico sobre hombres y máquinas..

Dejando de lado sus trabajos en materia de Aviación civil[1] cuya historia completa en el caso de la española no le dio tiempo a terminar, tras unos ensayos previos se asentó en el terreno de la militar con un ensayo algo sorprendente: la biografía de un teniente, uno de los héroes poco conocidos de la guerra civil por el lado de los vencedores[2]. Fuera de los círculos profesionales ¿quién lo conocía? Cecilio unió tres artes en su primer libro de historia que sin duda le enseñó mucho: el suspense, la pulcritud del biógrafo y el manejo de las fuentes (familiares, militares, comerciales, personales, orales). Todo ello para describir los antecedentes familiares hispano-franceses, la formación profesional como ingeniero papelero en Suiza y en Alemania del protagonista, sus primeras aventuras comerciales en los años republicanos, la llamada del aire… y con ello para desembocar en un piloto excepcional en la guerra civil y uno de los pocos que voló en aviones alemanes de la Cóndor con tripulaciones alemanas, como si fuera uno más. A la par Cecilio se las apañó para descifrar las maniobras y las técnicas del manejo del material aéreo en situaciones de combate.

Ciertamente aprendió cómo arrostrar el difícil desafío de la biografía. Reconozco humildemente que servidor ni siquiera lo ha intentado. Sería un desastre. Cecilio lo puso de manifiesto en la biografía de una de las grandes figuras de la Aviación militar española, un primo hermano de Alfonso XIII[3]. Aquí introdujo ya otros vectores: la historia política, las intrigas cortesanas, la experiencia del destierro, la certera caracterización de ciertas figuras históricas (en primer lugar la del propio rey -que no salió muy bien parado), las peripecias en las campañas en África y en la guerra civil tras la que su biografiado llegó a ser el general en jefe de la Segunda Región Aérea (Andalucía), los denodados esfuerzos del Infante en favor del pretendiente Don Juan de Borbón durante la segunda guerra mundial (que lo llevó a la situación de disponible y a su procesamiento, con un Franco cerrado a toda posibilidad de oscurecerse en favor de la reposición de la dinastía), etc. En su trabajo Cecilio consultó un impresionante número de archivos y bibliotecas en varios países (he contado no menos de cincuenta) y demostró con creces que sabía manejar un ramillete de fuentes orales absolutamente envidiable. Todo escrito con una pulcritud estilística y un tono en que la simpatía hacia el biografiado no empaña en absoluto la objetividad del análisis, siempre apoyado en evidencias.

Fue también en la biografía donde recuperó la trayectoria del último director general de Aeronáutica de la República, el general de División Miguel Núñez del Prado[4], que permaneció leal a la misma y, en un último esfuerzo, intentó convencer al general en jefe de la 5ª División Orgánica, el felón Miguel Cabanellas, que no se sumase a la sublevación. Ilusión vana. Al llegar a Zaragoza fue detenido y poco después asesinado. También continuaba en la biografía cuando falleció. Tenía la intención de escribir un ensayo sobre los jefes de la Aviación española en sus primeros cien años.

Desde que dejé la Administración en 2007 y volví a temas relacionados con la guerra civil siempre acudí a Cecilio para que me ayudara cuando me encontraba en dificultades a la hora de interpretar una u otra situación en materia de aviación.  Fue él quien me llamó la atención sobre las incongruencias más palmarias que había identificado en el famoso vuelo del Dragon Rapide desde Croydon (en Londres) hasta el aeródromo de Gando en Las Palmas de Gran Canaria, pero que no se dirigió hasta el de Los Rodeos en Tenerife. Generalmente se había escrito (incluso por aviadores -y no digamos ya por el común de los historiadores que no lo somos) que no podía hacerlo por causa de las dificultades de aterrizaje en este último derivadas de las nieblas que lo recubrían. ¿Nieblas en julio? Cecilio se reía.

Durante su carrera como piloto había estado destinado tres años en Canarias. Conocía sus aeródromos, desde los que volaba casi diariamente, como la palma de su mano. También los del África occidental, a los que se dirigía constantemente. Para mí fue una inspiración. Algo, evidentemente, no cuadraba.  Cecilio también había sido muy amigo de un exmilitar y ulterior comandante de Iberia, Manuel Presa, que había estado presente en la toma del aeródromo de Tetuán al comienzo de la guerra civil. Presa, con varias distinciones a sus espaldas y una carrera brillante, fue expulsado del Ejército del Aire por masón. Había hablado mucho con Cecilio sobre lo que él sabía de la guerra civil y de Franco. Le comentó que, por aquella época, era archisabido en los círculos de los pilotos que Balmes había muerto asesinado.

No a causa de Presa, a quien no llegué a conocer, sino porque algo físico no cuadraba escribí La conspiración del general Franco, en la que planteé la tesis de que Franco quiso que el Dragon Rapide aterrizase precisamente en Gando. De lo que se trataba era de poder volar desde aquí a Marruecos tras el entierro del general Amado Balmes que, para ello, debía perecer. El tema dio pie para otro libro, El primer asesinato de Franco, en el que ya Cecilio tomó parte activa como coautor junto con  un eminente especialista en Anatomía Patológica, el Dr. Miguel Ull. Años después no quitaríamos ni una sola coma. Al contrario, en lo que a mí respecta ennegreceré aún más la figura del inmarcesible Caudillo cuando todavía no lo era en mi próximo libro.

También fue Cecilio quien destripó, por primera vez en la literatura, los camelos sobre el accidentado despegue de la avioneta de Juan Antonio Ansaldo en el terreno de tierra de la Boca do Inferno, cerca de Cascaes, en el que se empeñó en transportar al teniente general Sanjurjo a Burgos. Ansaldo, que era un narcisista importante, trató de encubrir o desfigurar lo ocurrido. De no haber muerto Sanjurjo, quizá la historia de España hubiese cambiado. No hubiera impedido la guerra civil, deseada por la cúpula de la sublevación, pero el panorama subsiguiente hubiese sido muy distinto. Quizás nos hubiéramos ahorrado la dictadura de Franco.

No he contado ni una sola anécdota en este breve recuerdo. La más rísueña es también significativa. Cecilio nació en Guadalajara, en 1937. Su padre lo inscribió en el registro civil con el nombre de México, una forma de expresar el reconocimiento a la República azteca por ser uno de los pocos países que ayudaba en todo lo posible a la asediada española. Naturalmente, al final de la guerra hubo que cambiarle el nombre. Siempre creyó que se llamaba Jacinto hasta que al llegar a la mili se enteró de que se había reinscrito en la festividad de Santa Cecilia y que el funcionario había, caprichosamente, decidido ponerle el nombre del santo del día.Tuvimos que acostumbrarnos.

Laura Gamundi, que desde CRITICA tuteló la publicidad de El primer asesinato de Franco, me escribe: “Una gran persona. Guardo un recuerdo imborrable. Tenía un sentido del humor que le hacía único, entre otras muchas virtudes”. Es cierto. Hombre bueno, investigador tenaz, lleno de energía hasta el amargo final cuando fue barrido, como tantos otros, por el coronavirus. Descanse en paz. Nunca le olvidaré.

 

Nota: la foto es cortesía del Dr. Miguel Ull Laíta, en el centro. Cecilio Yusta está a la derecha. Fue tomada en el Museo del Ejército del Aire.

[1] De azafata a TCP; Mirando al cielo; Las mujeres en la Aeronáutica así como numerosos artículos y capítulos de libros.

[2] José Ramón Calparsoro. Un piloto español en la Legión Cóndor, Quirón Ediciones, Valladolid, 2003.

[3] Alfonso de Orleáns y de Borbón, Infante de España y pionero de la Aviación española, Fundación Aeronáutica y Astronáutica Española, Madrid, 2011.

[4] En Javier García Fernández (ed.) 25 militares de la República, Ministerio de Defensa, 2011. Una segunda edición es de salida inminente.

Sobre Largo Caballero y la actualidad

14 abril, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Interrumpo mi serie de exploraciones en archivos porque un lector ha subido a la página de FB que está conectada a mi blog un recuadro en el que señalan las cinco afirmaciones que figuran en el recuadro adjunto. El mismo recuadro me ha llegado por otros conductos. Procedimientos similares se siguen en libros de algunos autores más o menos reputados.

 

Lo que significa esta proliferación de acciones no es excesivamente difícil de discernir. A los noventa años casi de establecida la Segunda República este período de la historia sigue vivito y coleando. ¿Por qué? En mi modesta opinión confluyen varias razones, de tipo histórico y de índole presentista. En el primero porque un sector de la sociedad española sigue agarrado a los mitos fundadores del franquismo. En el segundo porque se enfoca el pasado con criterios enraizados en las pugnas políticas del presente. Como mitos son insensibles al análisis racional, es decir, al fundado en el análisis histórico. Representan una señal de identidad y, cosa harto sabida, con las identidades no se juega.

Naturalmente, como han señalado numerosos historiadores y pedagogos una de las causas de esa permanencia, aunque no la única, se debe a que la España democrática no ha terminado de ajustar cuentas con su pasado no democrático. De haberlo hecho, se habría preocupado de que las enseñanzas que, más o menos penosamente, hemos extraído los historiadores del análisis del pasado hubiesen sido transferidas al sistema educativo en sus tramos fundamentales de la ESO y del Bachillerato. Eso es lo que ha ocurrido en casi todos los países europeos occidentales que han pasado por circunstancias tan traumáticas, o más, como España. Si nosotros tuvimos la guerra civil, ellos sufrieron la segunda guerra mundial. En muchos hubo acciones de resistencia no solo contra los invasores nazi-fascistas sino también contra los propios. Ha costado mucho esfuerzo llegar a establecer grandes consensos sobre un pasado conflictivo e hiriente. En España no hemos llegado a eso pero, afortunadamente, desde el fallecimiento de SEJE, a trancas y a barrancas, han ido abriéndose los archivos, se han renovado las generaciones de historiadores, se han importado nuevas formas de ver el pasado y la discusión historiográfica sobre la guerra civil y el franquismo se ha asentado definitivamente en España.

Sobre la Segunda República se han publicado en torno a los 5.500 libros, según las estimaciones del profesor Eduardo González Calleja. Es más en los últimos años, la producción historiográfica no ha cesado de acelerarse. Hoy ese corto período (sin contar la guerra civil) constituye de por sí una especialización propia. Esto no quiere decir que ya se sepa todo, porque desgraciadamente quedan documentos por desclasificar, algún que otro archivo por abrir y numerosos archivos privados por explorar. E incluso en archivos abiertos hay segmentos en los que la investigación no ha aclarado todo. En parte, porque como el pasado en su totalidad es radicalmente inaprehensible, los historiadores nos fijamos en retazos del mismo y nos hacemos preguntas. Ni todos los retazos se han agotado ni todas las preguntas posibles se han suscitado.

Nada de lo que antecede significa que estemos hoy en la misma situación que en 1975, cuando el panorama historiográfico estaba dominado por unos cuantos nombres cuidadosamente seleccionados porque no ponían en cuestión el dogma básico de la dictadura: la guerra fue inevitable porque, de no haberse producido, España se hubiera despeñado por el abismo de una revolución impulsada y manipulada desde Moscú. Este dogma se reveló ilusorio, por mucho que en su momento fuera bendecido y sacralizado por la Iglesia Católica española.

Hoy la evolución del pensamiento anti-republicano (o, según otros, reaccionario o, para otros, de derechas pura y simplemente) ha desplazado de su posición central la supuesta amenaza comunista y la ha sustituído por las presuntas pulsiones no menos revolucionarias del PSOE. Es absolutamente irrelevante que casi toda la documentación socialista de la época esté hoy abierta de par en par, en los archivos de las Fundaciones Pablo Iglesias, Largo Caballero, Prieto, Negrín (sin duda hay más, pero solo me refiero a las que conozco) o en los archivos nacionales (CDMH y AGA, amén de en diversos archivos militares). Algunos autores extranjeros como el profesor Stanley G. Payne o Sir Antony Beevor han inspirado a autores patrióticos. No se han dado cuenta de que ambas luminarias de la historiografía anglosajona no han puesto sus pecadores pies en ningún archivo español, con la relevante excepción del primero en tres o cuatro ocasiones en la FNFF y, por añadidura, en ningún extranjero. Un récord absoluto.

Muchos de los personajes de mayor significación política e histórica de la Segunda República escribieron memorias, que sin excepción alguna hay que revisar con ojos críticos o supercríticos y contrastar con la EPRE correspondiente. Así, por ejemplo, puede destacarse que obras como las de Lerroux, Gil Robles, Largo Caballero (que no escribió él), Martínez Barrio y muchas otras son, en puntos cruciales, falaces. Incluso la fuente máxima, los diarios de Azaña, dejan bastante que desear a la hora de esclarecer puntos cruciales. Todo ello con independencia de que, en general, los grandes actores tienen un sesgo propio, porque escasos son los que proceden analíticamente y con el suficiente distanciamiento (una excepción, que confirma la regla, sería quizá Julián Zugazagoitia).  Tales y otros personajes han sido objeto de biografías. En el lado de los vencidos (los más desfigurados en el canon franquista) Santos Juliá y otros escribieron sobre Azaña, Enrique Moradiellos y otros sobre Negrín, Juan Francisco Fuentes, Julio Aróstegui y otros sobre Largo Caballero, Octavio Cabezas y otros sobre Prieto. Hay muchos más. ¡No se trata de personajes desconocidos!.

En lo que se refiere a las citas de Largo Caballero de la imagen me vienen a la memoria las referencias que a él ha hecho, desde la primera a la tercera edición,  Andrés Trapiello en su conocido libro Las armas y las letras. En el bien entendido que tal autor es un historiador de la literatura solamente por lo que la persistencia causa cierto asombro. También me llamó la atención las referencias que a Largo Caballero hizo otro autor, en este caso no historiador profesional. Les dediqué dos posts que se publicaron en este blog los días 9 y 16 de octubre de 2018 y que cualquier lector podrá recuperar con solo un par de clicks del ratón en el calendario de la derecha.

La obsesión en las actuales circunstancias con Largo Caballero es explicable, para mí, porque de todos los partidos políticos que existían en la Segunda República únicamente dos tienen una cierta continuidad histórica: el PSOE y el PCE. El segundo no es, obviamente, ni sombra de lo que fue ni representa hoy lo que representó entonces. El PSOE se convierte así en el enemigo (no adversario) en el enemigo a batir y, encima, porque está de nuevo en el Gobierno y en una emergencia nacional que afectará sustancialmente, todavía no sabemos cómo, la política, la economía y la sociedad españolas. Pero, así como en otros países europeos, se hace de la necesidad virtud y si bien no se crea un remedo de la “unión sagrada” a la francesa, sí por lo menos se suavizan las hostilidades políticas, en España, que ciertamente es diferente, no ocurre eso. Aquí la imagen del Largo Caballero revolucionario, con una supuesta tea roja y llameante con la que destruir las propiedades de los “buenos españoles”, tiene un cierto relente aprovechable para la actualidad. Los comunicadores “patrióticos” no la desdeñan. Espero y deseo que hagan lo mismo con mi próximo libro en el que podrán encontrar abundante EPRE de su cuerda, muy apropiada para los historiadores que les dan respaldo.

Bien: cualquiera que haya echado el menor vistazo a la evolución política de la Segunda República recordará que las elecciones de febrero de 1936 fueron las más disputadas de toda su corta historia. Ya en el mismo día Gil Robles (exministro de la Guerra) y Franco (jefe todavía del EMC) intentaron dar un golpe desde la legalidad. Fracasó, pero que no canten victoria los marisabihondillas de toda la vida: también encontrarán en mi libro nueva EPRE, no necesariamente a la mayor gloria de ambos personajes. El intento se explica por el temor a no ganarlas, cuando las proyecciones apuntaban a un triunfo de la coalición del Frente Popular. Pero también porque con el Frente Popular en el poder las reformas del bienio radical-cedista podrían revertirse. Como así ocurrió en buena medida. Y eso tocaba a sus bolsillos y sus idolatrías.

Los lectores de este blog que no estén convencidos de lo que afirmo -y es su buen derecho- pueden echar un vistazo a la biografía más reciente de Largo Caballero escrita por Julio Aróstegui y al tenor de la dialéctica de la campaña electoral de 1936 en la obra de Rafael Cruz, En el nombre del pueblo. Verán que, por ejemplo, las alusiones a la guerra civil fueron un tópico recurrente tanto por los actores mismos (de derecha e izquierdas) como por los comentaristas. Comprenderán así, quizá, que no conviene sacar de contexto, sin ton ni son, afirmaciones como las reproducidas en la imagen que si lo desean puedo comentar porque otros ya lo han hecho antes. ¡Ah! También verán una desconocida veta del incomparable, inmarcesible, supremo genio de Franco. Ya me deshago en ganas de ver al profesor Luis Suárez Fernandez o alguno de sus epígonos relacionados con  la FNFF tratando de explicarla.

Por supuesto, mis elucubraciones en lo que se refiere a la proyección actual son especulativas. Pero el fenómeno se produce y requiere una explicación. Habrá, sin duda, otras. Sobre la Segunda República, objeto predilecto del análisis del pasado, tal ejercicio está limitado por la historiografía, que no es un campo de Agramante en el que todas las teorías o afirmaciones disfrutan de curso libre. Sigue teniendo validez el recio refrán castellano de que antes se coje a un mentiroso que a un cojo.

Exploraciones en archivos (V)

7 abril, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

A pesar de lo que cuentan muchos historiadores, generalmente de derechas, sobre los resultados benéficos de la dictadura (perdón, “el régimen”) de Franco cualquiera que sea el ámbito de su historia en el que servidor se haya movido mis resultados, basados en EPRE pura y dura, son diferentes. No es una postura apriorística.  En un libro titulado SOBORNOS encontré evidencia en principio creíble para alabarle por su sangre fría cuando mucha gente en torno suyo perdía la cabeza ante el temor de una posible intervención aliada. No la suprimí. Incluso la realcé. Desde luego es la única nota positiva que he encontrado. Ahora, en estas exploraciones, deseo aludir al ejemplo paradigmático, repetido  con singular tenacidad, de que Su Excelencia el Jefe del Estado fue el gran muñidor del “milagro económico” español de los años sesenta. Esta es una falacia que solo creen los crédulos, los convencidos y los impermeables al razonamiento empírico. Y no es por falta de testimonios ni de papeles.

 

Siempre estaré agradecido al profesor Rafael Martínez Cortiña por haberme deparado la posibilidad de entrar en los archivos del franquismo en fecha tan temprana como 1976/77 para coordinar el libro Política comercial en España, 1931-1975. Ya he hecho referencia a él, cuando descubrí la cláusula secreta de activación de las bases norteamericanas en España y todo lo que había detrás. Sin embargo, desde el punto de vista de la desmitificación de SEJE el capítulo más importante me parece que fue el estudio de la larga gestación del giro copernicano que su dictadura dio en 1959 con el plan de liberalización y estabilización de la economía. Sin ella no se habría producido como se produjo el “milagro económico”. Que algo similar, pero quizá en peores condiciones, se hubiera hecho más tarde es algo para mi bastante incontrovertible. Podemos estar absolutamente seguros de una cosa: Franco nunca tuvo ganas de perecer con su régimen.

La idea de que a Franco le forzaron algunos de sus ministros, en particular los del Opus Dei, es algo que, con las debidas cautelas, ya se dijo en la época. El ministro de Hacienda Mariano Navarro Rubio lo explicó, como se debía, en algunos de sus escritos. Por supuesto, inclinándose ante el patriotismo, la sagacidad, la visión y la grandeza de miras del Caudillo. En realidad, no fue así. A Franco hubo que confrontarlo con la dura realidad y arrancarle el nihil obstat con el mismo tipo de grandes tenazas que probablemente se usen para extraer los dientes podridos de los hipopótamos. Mientras fuera de las fronteras españolas media docena de países vecinos empezaban a echar a andar por un sendero común de liberalización de los intercambios y de creación de un futuro mercado entre ellos, la dictadura seguía aferrada con uñas,dientes, alicates, harpones de titanio y demás instrumentos  a una estrategia radicalmente opuesta.  Y ello, a pesar de que todos los intentos por suavizar el estrechísimo corsé que atenazaba la economía española, y que se remontaban a los primeros años cincuenta, habían fracasado. Sin paliativos mientras, eso sí, muchos con los adecuados enchufes se ponían las botas.

Mi tarea, al abordar la investigación en fuentes primarias en los archivos de Exteriores, Banco de España, Hacienda, IEME y Comercio, estribó en documentar cómo fue gestándose el cambio de estrategia. Tuve la suerte de contar con la orientación de algunos protagonistas de aquella empresa. Por ejemplo, los profesores Enrique Fuentes Quintana, Manuel Varela Parache y Fabián Estapé. Hubo muchos más, pero quienes me proporcionaron informaciones más valiosas fueron los tres mencionados. A ellos recurrí cuándo ya tenía un borrador. Las memorias son frágiles (lo he dicho ya) y los papeles quedan. Uno puede equivocarse en la interpretación de uno, dos, cuatro o veinte. Es más difícil equivocarse cuando se manejan, digamos, quinientos u ochocientos y de lo que se trata es de reconstruir una línea de actuación política. Esto lo aprendí a la hora de escribir mi tesis doctoral y lo he vuelto a poner en práctica a la hora de escribir mi próximo libro.

Una de las razones que siempre se adujeron para el cambio de política en 1959 fue que la posición de divisas de España era insostenible. Mucha gente de mi edad recordará, quizá, que cuando por la prensa, la radio o la incipiente televisión se daba cuenta de los acuerdos del Consejo de Ministros de los viernes había casi siempre una referencia al ministro de Comercio, el profesor Alberto Ullastres, miembro eminente del Opus Dei, de que había informado sobre dicha posición. Las “noticias” se abstenían cuidadosamente de cualquier calificativo. Ullastres era, en aquel Gobierno, uno de los pocos ministros que daba una imagen diferente a todos los demás.  Hasta parecía moderno.

Para mí conocer cuál había sido la secretísima posición de divisas de verdad se convirtió en una obsesión. Evidentemente se habían hecho reconstrucciones estadísticas pero nadie había dado con la EPRE de la época. Al escribir cómo la encontré me temo que algunos de los lectores de estas “aventuras en archivos” no se lo creerán. Pero fue como lo cuento. Lo hice en dos etapas. La primera fue consultar los documentos del IEME que se encontraban en el Banco de España. Ningún historiador o economista de fuera de la casa, que yo sepa, los había visto hasta entonces. Dieron mucha luz porque el IEME redactaba una memoria anual supersecreta que conocían muy pocas personas fuera del círculo que la preparaba y, naturalmente, de la Superioridad. Pero carecían de “chicha”, es decir, esos vericuetos previos que encandilan a los historiadores que desean saber algo más sobre el policy-making previo.

El IEME dependía del Ministerio de Comercio en aquella época, así que pasé algún tiempo preguntando a unos y a otros si recordaban dónde se encontrarían papeles que no estuvieran en el Banco de España. Al final, quien era entonces  (o lo había sido) vicesecretario general técnico, un compañero técnico comercial del Estado llamado Ramón Boixareu (por cierto fallecido no hace muchos años, DEP), recordó que había dado órdenes de quemar papeles que había en un almacén sito en la calle de Bravo Murillo en Madrid. Con el fin de hacer espacio.

Naturalmente me apresuré a ir al almacén donde un inmenso volumen de documentación, sin orden ni concierto, se acumulaba en estanterías y se prolongaba en decenas de extensos montones en el suelo. Ver aquello era desolador.  Nunca me he sentido tan desamparado como en aquella ocasión. ¿Qué hacer? Algunos elevarían sus preces al Señor. Otros se darían la vuelta. Yo probé a intentar suerte. ¿No es cierto que a los que se atreven les sonríe la fortuna, según escribió Virgilio? Dediqué quince días a husmear por aquí y por allá y, al menos en lo que mi respecta, se cumplió lo predicho por el escritor latino. En un montoncito, separado de muchos otros, hallé una parte de los documentos que, evidentemente, habían servido para preparar las memorias anuales del IEME. También vi, en algunas estanterías, las órdenes de pagos en divisas por operaciones de diversos tipo de comercio durante la guerra civil. Ojeé unas cuantas y me retiré espantado. Entonces no había programas de ordenador para tratar de clasificar o categorizar aquella masa de papel.

Con lo que pude rescatar en el almacén y la documentación de alto nivel del IEME reconstruí, bien que mal, la evolución de la posición de divisas de la dictadura desde los años de después de la guerra civil hasta, prácticamente, la llegada del plan de estabilización y liberalización. Invertí en ello varios meses. Era obvio que en 1958 la situación de divisas era tal que resultaba absolutamente imposible mantener la vía de introversión económica. O se abría la economía o llegaría el colapso ante la imposibilidad de importar productos para la industria, el comercio e, incluso, para comer. Esto se había insinuado antes. Se afirmó después. Lo articularon economistas competentes pero una cosa era leer a autores prestigiados y otra muy diferente ver los datos brutos, que nadie del público había conocido y que se habían tratado, no era de extrañar, como un auténtico secreto de Estado.

En el próximo post daré algunos datos y contaré otras anécdotas. Seguro que algunos pensarán que exagero. En absoluto. Si mis informaciones no son incorrectas, el almacén de Bravo Murillo se vació y al menos una parte de sus montañas de papel emigró hacia el archivo histórico del Banco de España. No lo he verificado. Pero también es posible que su destino fuese la incineradora. Cosas más raras se han visto.