Lo que hubo tras la queja de Kindelán a Franco

18 julio, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el anterior post vimos que Kindelán, como general jefe del Aire, tenía la vara alta sobre la aviación franquista y la aliada. La fecha que no llegó a determinar el coronel de Montoto sobre cuándo esto ocurrió puede determinarse en el contexto de los preparativos para la ofensiva contra Vizcaya. Pero lo importante es señalar que la queja de Kindelán a Franco no estuvo relacionada con las operaciones en el Norte. Estuvo relacionada con la postura de Sperrle de negarse a desviar aviones hacia el frente central. Punto. En ello se vio respaldado directamente desde Berlín. Ni que decir tiene que esta circunstancia no aparece ni en sus memorias ni ha sido abordada por ninguno de los numerosos historiadores pro-franquistas.

Esta omisión se explica fácilmente. Combinada con la ignorancia o distorsión de los arreglos operativos y tácticos para la utilización de la aviación en estrecha coordinación con la artillería y la infantería a fin de hacer progresar el frente en dirección a Bilbao, el bombardeo de Gernika -como el de Durango el 31- conlleva directa e irremisiblemente la responsabilidad española. Esto es, afecta al núcleo central de las mentiras vertidas sobre la destrucción de la villa foral y que explotaron cual carga de trilita tan pronto como en el extranjero estalló la controversia sobre su autoría. Gracias afortunadamente a los esfuerzos de George Steer y de sus compañeros periodistas y la impagable contribución del propio general Franco y de su propaganda al echar la culpa a los “rojos separatistas”, incluidos mineros asturianos. Bajo la batuta, no hay que olvidarlo, de Luis Bolín, de inmarcesible fama por el turbio asunto del Dragon Rapide sobre el cual no tardará en aparecer un nuevo libro que -de esto no tengo la menor duda- no hará las delicias de los gacetilleros, periodistas de medio pelo e incluso cultos historiadores neo-franquistas.

Sin embargo, está fuera de toda duda que el coronel Juan Vigón, jefe de EM de las Brigadas de Navarra y el hombre de brega de Franco, Mola y Solchaga en la coordinación con los alemanes, no se llamó a engaño sobre la capacidad de Kindelán de mover la aviación extranjera.

Mucho antes de la queja de Kindelán a Franco, tan distinguido coronel, siempre gran admirador de los militares nazis, había escrito al jefe del Aire una carta que Muñoz Bolaños ya citó. Por razones que se me escapan lo hizo solo parcialmente. El lector debe tener en cuenta que está fechada el 29 de marzo, un día importante y significativo, como ya hemos indicado en el post anterior.

En tal carta Vigón también escribió lo siguiente:

“No sabíamos aún vuestra idea. Yo desearía que de no tener tú el mando, lo conservasen v. Sanders (sic, Sperrle) y v. Richthoffen (sic) con quien espero ir muy bien”.

Cualquier lector podrá advertir que Vigón se expresó en el pasado (“no sabíamos”). Esto significa que el 29 de marzo ya lo supieron. Es decir, para ese día Franco ya había confirmado el mando a Kindelán. A no ser que servidor juegue una mala pasada a la gramática castellana. Lo que implica que el retraso en decidir no correspondía a Sperrle sino al Generalísimo teniendo en cuenta las condiciones de utilización de la Cóndor tal y como se expresaron en el documento 113.

Ahora bien, lo que nos extraña sobremanera es que, al argumentar lo contrario, Muñoz Bolaños dejase de lado que, en la misma carta, Vigón explicó a Kindelán algunas propuestas, como si fuera a este a quien correspondiera decidir. Nada mejor que citarlas extensamente para que los lectores juzguen si mi apreciación es correcta o no:

“Quería decirte: 1º Que me parecía indispensable [subrayado en el original] que contribuyésemos a rehabilitar el crédito de las armas italianas, por razones buena política externa; 2º Que para ello deberíamos facilitarles las cosas, asignándoles misiones sin riesgo; utilizarlos solo en apariencia; 3º Asociarlos a nuestros éxitos -si Dios nos los otorga- con la máxima generosidad. Todo ello, sin exponerlos, ni exponernos, a un paso atrás poco elegante”.

Es decir, lo que Vigón proponía no era, ni más ni menos, que hacer uso de la Aviazione Legionaria de cierta manera, comprensible tras el desastre de Guadalajara. Los fascistas podían gritar y autoalabarse en su prensa todo lo que quisieran, pero no podían evitar que los gloriosos guerreros (perdón, “cruzados”) de Franco les consideraran de poco peso en comparación con los brillantes aviadores germanos.

Es obvio, con todo,  que Vigón no se hubiera dirigido así a su superior y amigo de no haber tenido Kindelán capacidad de disposición. Otra cosa es que, por razones fácilmente comprensibles, el general jefe del Aire optase por poner a los italianos bajo el mando operativo alemán.

No creemos que sea necesario profundizar más en este tema. Lo que nos interesa ahora es ver cuál era la posición de Kindelán después de Gernika. Como es sabido, tras el escándalo internacional, que no hizo sino acrecentarse en las semanas siguientes a la destrucción de la villa foral, Franco prohibió el bombardeo de ciudades sin autorización previa. El general Salas, que fiel a sus principios heurísticos y metodológicos, ya había tergiversado una orden anterior ya comentada, exultó y reprodujo la nueva (anexo 61, p. 337, de la última edición de su magno opus). La dirigió Kindelán, como general jefe del Aire, a Sperrle el 10 de mayo de 1937, quince días después de lo ocurrido. El telegrama decía así:

“Por indicación del Generalísimo participo a V.E. que no deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias militares sin orden expresa del Generalísimo o del General Jefe del Aire. Quedan exceptuados naturalmente los objetivos tácticos inmediatos del campo de batalla”.

¿Quién se reservaba la posibilidad de emitir tal autorización? Pues, según los términos de tan “bondadosa” orden, fueron Franco o Kindelán. Tan tajante instrucción, que no puede hacer salivar demasiado a los historiadores neo-franquistas ya que se produjo después de los hechos, serviría al menos para evitar tal tipo de bombardeos. Podría argumentarse, claro está, que Bilbao no caía dentro de las categorías indicadas (no era ciudad abierta, tenía tropas y también objetivos militares). El terrorista sin fisuras que era Mola desde el primer momento de la campaña había deseado arrasar la capital vizcaína, a lo que se habían opuesto duramente los alemanes que ganaron la partida. Es un tema conocido. Por lo demás, no hay que insistir en que tras Gernika los bombardeos de Bilbao continuaron como si tal.

La cuestión que se suscita es cómo reaccionaron no ya los alemanes sino los propios franquistas. Los historiadores “cruzados” (es decir, de la “cruzada”) son extrañamente silentes en este tema. Conviene ilustrarles, siguiendo la práctica evangélica de enseñar al que no sabe.

El 25 de junio, poco después de caído Bilbao y a los dos meses del bombardeo de Gernika, Sperrle planteó a Kindelán

“¿Existen objeciones al traslado a Palma de la escuadrilla de hidros de reconocimiento que se reforzará hasta llegar a seis aparatos?”

Parece clara la relación de subordinación establecida. Kindelán, muy amablemente, dijo que no y afirmó:

“Me interesa en efecto mucho concentrar en la Isla de Mallorca sus hidros de reconocimiento, que serán aumentados de seis”.

Vamos, que ambos generales estaban, como se dice, a partir un piñón. Sin embargo, en aquel mismo día, Sperrle telegrafió a Kindelán:

“La Aviación Legionaria se interesa por el aeródromo de Calahorra al S. de Herrera. Este campo está previsto para la Legión Cóndor. Rogamos informe y pase órdenes por escrito a los legionarios ya que en caso contrario no podría cooperar la Legión Cóndor con las fuerzas nacionales en su ataque”.

Es verosímil (no lo sabemos) que los italianos plantearan objeciones. El hecho es que el 6 de julio Sperrle escribió al Cuartel General por mediación de Kindelán:

“Una división de fuerzas de la Legión Cóndor es imposible. Si la situación lo requiere se encuentran dispuestas todas las fuerzas aéreas de la misma en los aeródromos para el ataque en parte E. de Ávila”

Es decir, que la subordinación prevista en el documento 113 no implicaba que Sperrle, empeñado en la campaña del Norte, estuviera dispuesto a dividir sus fuerzas. ¿Y qué hizo el mando franquista? Suponemos que se aguantó.

El lector podría pensar que las relaciones entre españoles y alemanes se habían deteriorado. No. No en el plano operativo. Esto se demuestra en la aplicación de la orden del 10 de mayo de Franco.

Hemos encontrado un telegrama de Sperrle a Kindelán, sin indicación de fecha, que decía así:

“Sobre bombardeo del puerto de Santander y del vapor Montemar. En su tiempo ordenó el Generalísimo al Jefe de la Legión Cóndor no bombardear los barcos ni el puerto de Santander. Ruego por tanto orden escrita del Generalísimo al Jefe de la Legión Cóndor autorizando dicho bombardeo. Un servicio de la Legión Cóndor para bombardear un solo barco no puede ser efectuado”.

¿Qué significa este telegrama? Evidentemente que había habido una orden de Franco prohibiendo un determinado bombardeo. Sin embargo, también parece obvio que Kindelán quería que se llevase a cabo y que el alemán dio a conocer sus objeciones. Las razones (un solo barco) no nos interesan. Lo que nos interesa es la respuesta. Dado que Sperrle quería una orden por escrito debió de recibirla porque hemos localizado también una comunicación suya del 5 de julio a Kindelán:

“Bombardeo de represalia no se efectuó hoy por causa del mal tiempo. Para mañana espero nueva orden por telegrama. Confirmación por escrito”.

Nos parece bastante claro que a Sperrle no le gustaban las instrucciones de Franco/Kindelán y que quería moverse con pies de plomo. Por ello insistió hasta que recibió una nueva confirmación:

Ratifico orden bombardeo represalia Santander en la misma forma que estaba acordada. Contesto su comunicación hoy”.

Queda, pues, demostrado que la cadena de mando Franco-Kindelán-Sperrle, establecida antes de Gernika, subsistió después. ¿Cómo, en estas condiciones, puede disociarse la responsabilidad alemana por la ejecución del bombardeo y destrucción de la villa foral de la responsabilidad franquista en el planteamiento estratégico, operativo y táctico de la campaña del Norte?

Aportemos ahora el propio testimonio de Kindelán, tal y como figura en sus -por lo demás, poco fiables- memorias:

“Debo declarar que no tuve serias quejas de los mandos extranjeros…Con los jefes profesionales… no tuve el menor roce. Con los jefes de la Legión Cóndor, Sander y von Richthofen, estuve identificado y compartí, a menudo, los observatorios avanzados”.

¿Hemos de concluir que Kindelán, posteriormente feroz opositor a Franco, receptor de cuantiosos sobornos británicos durante la segunda guerra mundial y a quien SEJE, en una muestra de inigualable soberbia, hizo marqués, fue un mentiroso?

Es hora de ir concluyendo…