Negrin y Cataluña (IV)

19 diciembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas 

Los “hechos de mayo” han tenido más fortuna en la literatura que en la realidad de 1937. Son incontables los libros y artículos que sobre ellos se han escrito. No exagero si afirmo que, proporcionalmente, han tenido más eco en la historiografía foránea que en la propiamente escrita en castellano. Como siempre, se trata de una valoración del pasado y percibida desde las necesidades del presente. Cuando el grueso de aquella historiografía escrita en otros idiomas se formó, batía la guerra fría y por supuesto intelectuales e historiadores a ambos lados del telón de acero se disputaron dónde estaban los “buenos” y dónde los “malos”. Así, para la corriente liderada por Gorkín y Bolloten (con innumerables seguidores) los “hechos” se interpretaron como una “guerra” dentro de la guerra civil y en la que vencieron los comunistas (con el supuesto deseo de apoderarse de todos los resortes del poder en la España republicana).

Esta interpretación, de gran éxito en el mundo de habla inglesa (impulsada, además, por San George Orwell) y alemana, afectó a Negrín. Se ignoró limpiamente que, en parte a consecuencia de tales hechos, Azaña no tardó en comprender que era Negrín y no Largo Caballero quién debía hacerse cargo de las riendas de la guerra. Este cambio no fue ni una imposición de Moscú ni del PCE. Sin embargo, todavía hoy en la dulce Francia, que va un poco a la zaga de la literatura sobre la guerra de España, es ahora cuando se ha traducido la obra cumbre de Bolloten. Calentará, sin duda, el corazoncito de todos los trotskistas francófonos de pro.

Menos fortuna ha tenido el análisis de las disfuncionalidades de los gobiernos anteriores. Se reconoce, desde luego, la ligada a que había sido el propio Largo Caballero quien asumió directamente la cartera de Guerra. Se ha puesto mucho menor énfasis en que, en una situación de confrontación bélica y en una economía poco compleja como era la española de la época, la distribución de competencias entre Hacienda y Comercio no había sido la más conveniente. También en este campo, como en el militar, era imprescindible la unidad de mando. La distinción administrativa y política entre generación de divisas y su aplicación a las adquisiciones en el exterior fue una medida poco afortunada.

La historiografía también ha rozado sin demasiada profundidad las disfuncionalidades resultantes en materia de compras y pagos de armas en el extranjero. En la senda de Gerald Howson, a quien siempre recuerdo con gran nostalgia, uno de mis antiguos doctorandos, Miguel Íñiguez Campos, presentó con gran éxito hace año y pico una tesis doctoral. Ahora está convirtiéndola en libro. En él abordará con masas de evidencia primaria relevante de época, española y extranjera, hasta qué punto el funcionamiento del triángulo Largo Caballero-Prieto-Negrín resultó ineficaz. Me atrevo a asegurar que no por desidia del último.

Entre septiembre de 1936 y abril de 1937 Negrín había comprobado con amargura que el reparto de competencias ministeriales no funcionaba. De aquí que cuando asumió la presidencia del Consejo el 17 de mayo de 1937 amplió Hacienda con Economía e hizo desaparecer la inoperante cartera de Comercio. También refundió Guerra, Aire y Marina junto con la Comisaría de Armamento en un Ministerio de Defensa Nacional, dirigido por Prieto. Su antiguo mentor se convirtió, a efectos operativos, en el zar de la guerra. Las carteras claves quedaron, pues, sólidamente en manos socialistas ya que Julián Zugazagoitia pasó a Gobernación. La medida de poner a Giral en Estado fue inteligente, pues tendía un puente entre Negrín y Azaña (cuya relación, sin embargo, no tardó en sufrir algún embate y no por culpa del primero). El ministro Jaume Ayguadé pasó a desempeñar la cartera de Trabajo y Previsión Social.

Negrín, en particular, no anduvo con contemplaciones a la hora de determinar la significación política de su Gobierno. La CNT/FAI planteó peticiones exageradas, por lo que simplemente prescindió de ella. Ahora bien, los comunistas habían solicitado su pedazo de carne: la prohibición del POUM.

Tras ello fue imposible impedir que en una operación relámpago, cuidadosamente planificada, la NKVD eliminase a Nin, el gran teórico de la victoria de la revolución casi como condición necesaria y suficiente para ganar la guerra. La imagen del nuevo presidente del Consejo quedó manchada imborrablemente, muy en particular en ciertos medios catalanes. Todavía hoy alguna que otra voz le acusa por no haber roto las relaciones diplomáticas con la URSS…

Negrín se encontró con una situación militar extremadamente difícil. Al mes de su toma de posesión, cayó Bilbao. Para contrarrestarlo, desplegó una gran actividad personal en el único foro internacional en el que se permitía hablar a la República. David Jorge ha estudiado en un libro brillante la lucha republicana en la Sociedad de Naciones. Incluso pensó en hacer un viaje a Moscú, que no llegó a realizar. En cuanto al taifismo residual en la zona centro, se barrió del mapa el Consejo de Aragón y con él la preeminencia anarcosindicalista sobre una porción del territorio.

La tendencia al fortalecimiento en el Gobierno de Valencia del poder político y de las palancas de la guerra despertó recelos en Cataluña. Fueron constantes a lo largo de 1937. Los puntos de fricción que se hicieron valer desde el primero se referían a la falta de cooperación para investigar casos de ocultación de oro y valores extranjeros, a la laxitud en la prohibición de su exportación ilegal (en lo que corrían rumores, apoyados por informaciones que llegaban a Negrín, de que ciertos políticos catalanes tenían interés) y las sempiternas dificultades con las industrias de guerra. La Generalitat, a su vez, no fue remisa en apuntar agravios: desconsideración hacia Companys, actuaciones sentidas como violaciones del Estatuto, disposiciones sobre el comercio exterior, deudas no saldadas, quejas contra la censura, etc.

Quizá lo que fuese el meollo de la cuestión lo apuntó el conseller de Cultura, Carles Pi i Sunyer: la influencia de Cataluña en los años de paz había sido, en general, más o menos proporcional a su importancia en relación con el territorio. Al disminuir el republicano como consecuencia de las victorias franquistas aumentó en el resto que quedaba el peso del catalán. De aquí se pensaba que la influencia de las autoridades catalanas debería haberse incrementado. Lo que ocurría era, precisamente, lo contrario.

Esta argumentación traducía un claro localismo, aunque se reconociera que no era fácil romper la baraja. Lo que más preocupaba en los círculos catalanistas era lo que vendría después: ¿recobraría Cataluña su régimen propio aprobado por las Cortes republicanas? En esta y otras cuestiones el catalanismo estuvo dividido. Para muchos, pero no para todos, la República era mejor apuesta que la derrota o la rendición.

En el otoño el Gobierno se trasladó a Barcelona. Se ha discutido largo y tendido acerca de los motivos. Por documentación de origen comunista se sabe hoy que la situación en Cataluña tuvo un papel determinante. El traslado comenzó a finales de octubre de 1937 y concluyó un mes más tarde. El último en marcharse fue Prieto. La idea había ido cociéndose durante meses. Tenía ventajas e inconvenientes. Las primeras no eran obvias y las razones que las justificaban no se divulgaron. Los dos mayores inconvenientes fueron, sin embargo, muy visibles:

  • Reforzamiento del carácter peripatético del Gobierno
  • Impresión de que la República estaba contra las cuerdas.

Por lo que sabemos fueron dos los factores determinantes que más pesaron en el ánimo de Negrín. El primero la sospecha de que pudiera producirse una traición por parte catalanista. Fuera verdad (los soviéticos en tierras españolas enviaron numerosos informes a Moscú que así lo sugerían) o no, todo hace pensar que el presidente lo temía. Zugazagoitia, en sus memorias, destacó la necesidad de incorporar más plenamente a Cataluña a la guerra y de recortar las extralimitaciones de la Generalitat. El segundo factor fue el temor de que, tarde o temprano, pudiera producirse un corte entre Cataluña y el resto de la España republicana. Esto dejaría fuera del control gubernamental la esencial frontera con Francia.

No se subrayará lo suficiente este último aspecto. Era imprescindible prevenir tal posibilidad a la vez que tratar de forzar el envío de suministros militares desde Francia. A medida que el entorno internacional se degradaba, con las acometidas fascistas y los episodios de piratería en el Mediterráneo, en los círculos militares franceses empezó a cundir el temor a un próximo desplome de la resistencia republicana y al envalentonamiento que iba apoderándose de Mussolini. Para Negrín uno de sus objetivos fue siempre estimular este doble temor francés. El gobierno Chautemps se mostró crecientemente receptivo hacia finales de septiembre de 1937. Perder la frontera hubiese equivalido a perder la guerra de inmediato. El mismo Azaña era consciente de ello.

El PCE, sin embargo, estaba en contra. No entró a discutir las razones de Negrín, pero tampoco se pronunció públicamente por los cuatro motivos siguientes:

1º Debilitación del prestigio del Gobierno, tras la normalización y control ya conseguidos en la zona republicana

2º Impacto negativo al alejarse de los puntos vitales del país y de los frentes.

3º Baza a los adversarios internos (en un sector del PSOE, en la CNT/FAI, en el ilegalizado POUM) para que acentuasen sus críticas, dado que el Gobierno no podía explicar sus motivaciones verdaderas

4º Y, no en último término, posibilidad de exacerbación de los problemas con las autoridades catalanas.

No obstante, los comunistas se plegaron ante la amenaza de Negrín de plantear la cuestión de confianza. El traslado tuvo con todo, no conviene olvidarlo, algunos efectos positivos inmediatos. Son materia del próximo post, que por eso del calendario y del ritmo caerá en plenas vacaciones de Navidad. Confío en que ello no desaliente a los amables lectores.

(Continuará)