Negrín y Cataluña (V)

26 diciembre, 2017 at 8:30 am

En el post anterior terminé indicando que el cambio de la sede del Gobierno republicano de Valencia a Barcelona tuvo algunos efectos positivos. No suelen subrayarse y muchos historiadores tienden a ponderar más los negativos. Claro que quienes se oponen, como servidor, a tal contraposición comparten con los primeros el conocimiento de lo que pasó después, pero dado que la reconstrucción del pasado no es un ejercicio que se atenga al efecto del funcionamiento de algoritmos predeterminados las valoraciones difieren. En este post, subrayaré los dos efectos positivos que me parecen más importantes.

El traslado a la Ciudad Condal, en el otoño de 1937

1º Indujo un mayor compromiso francés, aunque soterrado

2º Ralentizó las tendencias autonomistas (que resurgirían al año siguiente).

El primero se tradujo en la atenuación de los efectos operativos de la política de no intervención que funcionaba en negativo para la República. No se subrayará lo suficiente que esto no implicó la pública desavenencia entre los Gobiernos francés y británico. Londres se calló ante los nuevos bríos del primero, con tal de que el debilitamiento de la no intervención no saliera crudamente a la superficie. ¿Victoria pírrica republicana? No tanto. El comportamiento del Gobierno Chautemps no merecerá un óscar, pero fue, sin duda, más ajustado a la realidad del período que la atrofiada visión del primer Gobierno Blum que había condenado al Gobierno de Valencia. Es más, cabría considerar que la apertura de frontera, también secreta, que apoyó el segundo Gobierno Blum a partir de marzo de 1938 fue una profundización de la iniciada, más o menos tibiamente, por su antecesor.

A ello también contribuyó la despedida al embajador francés, Jean Herbette, que atrincherado en Biarritz despotricaba contra los republicanos. Cuando, a finales de noviembre de 1937, su sucesor Eirik Labonne se entrevistó con Negrín dejó del presidente del Consejo una imagen muy positiva: sonriente, afable, calmo, sencillo, bienhumorado. También encontró palabras amables para el ministro de Estado Giral: hábil, conciliador. Que fueran ambos quienes dirigiesen los destinos de la España republicana pareció a Labonne un síntoma inequívoco de la profunda evolución que ya se había registrado en la zona republicana. No para mal.

Tras año y medio de guerra, recordó, un ejército que saludaba con el puño en alto y unas masas igualadas tanto por la miseria como por la doctrina, es decir “la canalla” o las “hordas marxistas” de la propaganda franquista, estaban dirigidos por dos catedráticos de universidad, hombres de gran distinción y desprovistos de sectarismo, al frente de un Gobierno que comprendía bien la política francesa y que la seguía con atención. ¿Resultado? Francia no podría desear como líderes españoles a nadie mejor que a tales personas, que nunca aceptarían que España se alinease en contra de los intereses franceses. En aquella entrevista, Negrín le confió que las relaciones con Cataluña habían mejorado, aunque corriesen rumores muy abultados.

No hay que exagerar la influencia de los embajadores. La política se hacía en las capitales. No en las embajadas. Pero, en ocasiones, las visiones sobre el terreno ayudan. Esta fue una de ellas y funcionó en favor, limitadamente, del Gobierno republicano.

Sin embargo, la suerte de las armas no le acompañó. Después de la recaída de Teruel en manos franquistas y la batalla por Aragón los republicanos entraron en crisis.

A principios de abril de 1938 se dieron cita tres grandes acontecimientos simultáneamente. El menos conocido (adivinen los amables lectores porqué) fue el sabotaje de un banco londinense, el British Overseas Bank (BOB). Esta distinguida entidad de la City paralizó de golpe y porrazo absolutamente todos los pagos que el Gobierno de Barcelona hacía a la red de embajadas y consulados. Ya puede imaginarse lo que esto suponía. Sin apenas reservas (que normalmente las representaciones diplomáticas y consulares no acumulan), los diplomáticos y propagandistas republicanos se encontraron en dique seco. La segunda crisis es muy conocida, ya que afectó al propio Gobierno. Fue la más dura de las habidas hasta entonces y dejó chiquita a la de mayo del año anterior. Finalmente, la crisis militar, con la amenaza directa de Franco contra Cataluña cuando sus tropas ocuparon Lleida el día 6. El que no avanzaran rápidamente hacia Barcelona, pues tenían el camino abierto, prolongó la contienda. Fue el momento en el que con mayor claridad se percibe el interés de Franco por sostener una guerra larga. Creo que haré un servicio a los amables lectores que siguen este blog si en un próximo futuro me ocupo de ella algo más detenidamente.

Negrín resolvió las tres crisis. La bancaria acudiendo al banco soviético que, en Occidente, realizaba las transferencias financieras internacionales del Gobierno republicano. Si el sabotaje bancario tuvo, como cabe suponer, intencionalidad estratégica para triturar la resistencia republicana, sus objetivos se malograron. Lo que no sabemos es si la había alentado el propio BOB o actuó a sugerencia de algún tercero (léase alguna agencia británica).

La crisis gubernamental la abordó Negrín prescindiendo de Prieto y asumiendo él mismo la cartera de Defensa Nacional. Redujo la presencia comunista (y no la eliminó del todo como había querido Stalin) y dio de nuevo entrada a la CNT en Instrucción Pública y Sanidad. El ministro de Justicia, Manuel de Irujo, permaneció por el PNV, pero sin cartera y formando un dúo con el incombustible Giral. El PSOE continuó siendo la columna vertebral del esfuerzo de resistencia.

En este panorama enrarecido, en el que Negrín dio a conocer los objetivos de guerra (“war aims”) de la República en sus famosos “13 puntos”, cabe situar lo que cabe caracterizar como una traición de la Generalitat y del PNV. Por no hablar de una puñalada trapera que pudo tener efectos mortales.  Se desarrolló en dos etapas. La primera es la más conocida.

Catalanes y vascos presentaron a finales de junio de 1938 sendos memorándos en los ministerios de Negocios Extranjeros de París y Londres. En ellos reflejaron sus aspiraciones. Anunciaron que también se les unían los nacionalistas gallegos. Todos se comprometían, dijeron, a tratar de persuadir al Gobierno para que aceptara, entre otros, los siguientes aspectos:

  • Un proyecto británico de retirada de fuerzas extranjeras que había atravesado por diversas modalidades e incidencias y que estaba a punto de aprobarse en el Comité de No Intervención londinense.
  • Cualquier plan que condujera a un cese de las hostilidades.
  • Un acuerdo que impidiese los refuerzos de los frentes y que estableciera zonas de demarcación en las cuales pudiera concentrarse la población no combatiente.
  • El nombramiento de árbitros internacionales para supervisar y garantizar el canje de prisioneros y la prevención de represalias.

Se trataba de temas que habían aflorado de alguna u otra manera en las discusiones públicas en la escena internacional. Su alcance era diferente. Los puntos 1, 3 y 4 eran de naturaleza más bien operativa. El 2 era diferente porque atañía al meollo de la cuestión: ¿cómo terminar la guerra? Es algo que había obsesionado a numerosos políticos republicanos de puertas adentro y lo único que se divisaban eran tres posibilidades: la rendición pura y simple; la mediación internacional o continuar la resistencia. La primera era todavía inconcebible para muchos. La segunda es algo que se había intentado sin el menor resultado. La tercera era la preferida de Negrín, de los anarquistas, del PCE y de numerosos cuadros socialistas y del Ejército Popular.

La Generalitat y el Gobierno vasco (también asentado en Barcelona) aprovecharon, sin embargo, la presentación de sus memorándos para hacer valer cuatro reivindicaciones específicas:

  • Presencia propia en una conferencia de paz
  • Respeto por todas las partes que intervinieran en la misma a sus estatutos de autonomía.
  • Plebiscitos separados en cada territorio sobre la naturaleza de su futuro régimen político.
  • Desmilitarización del País Vasco y de Cataluña.

Los catalanes vocearon su preocupación por el establecimiento de la autonomía gallega, que eliminaría el riesgo de que sus rías y puertos “pudieran utilizarse como bases de operaciones navales que amenazasen las rutas marítimas atlánticas”.

Tales añadidos, todos de gran calado estratégico y político, merecen un análisis pormenorizado que dejo para el siguiente post. Este no sería el de fin de año si no aprovechara la ocasión para expresar mi esperanza de que todos los amables lectores hayan tenido unas felices fiestas de Nochebuena y Navidad. Con el deseo de que repitan la experiencia en el próximo fin de año y que, dentro de lo que cabe, el 2018 les sea todo lo próspero que ambicionen. Será, previsiblemente, un año duro y a todos nos hará falta algo más sustancial que el regocijo al uso en estas fiestas.