La guerra lenta de Franco (II)

1 mayo, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

El primer post de esta serie no se pronunció sobre si a Franco puede reprochársele o no, desde el punto de vista político-militar, que obrase como lo hizo antes de llegar a Madrid. Mi impresión es que muchas de las críticas que se le han dirigido no han tenido en cuenta la complejidad de la situación que se abría ante quien, en verdad, no disponía de otra experiencia bélica que la guerra de Marruecos. En ella ni había sido un Aquiles ni tampoco un Alejandro Magno. Así, pues, no hay que pedir peras al olmo. Si, efectivamente, fue consciente de la inminencia de la llegada de la ayuda soviética no parece que ello afectara a sus planes. Para Gabriel Cardona, la decisión de no avanzar rápidamente fue una catástrofe estratégica, pero Franco la subordinó a sus necesidades políticas. Este argumento me parece muy correcto e, insisto, hay que determinar cuidadosamente las razones por las cuales podría ser manejado contra Franco. Se comportó más como político en ciernes que como militar. El problema no lo diviso en las decisiones de septiembre sino en si cuándo empezó, si lo hizo, a subordinar decisiones militares a consideraciones esencialmente político-estratégicas.

 

La imposibilidad de los sublevados en tomar Madrid a partir de noviembre de 1936 ha dado origen a numerosas controversias. Se ataca a Franco por su presunta incapacidad en reunir las necesarias fuerzas en número suficiente. Se le defiende porque se revelaron escasas frente a las tareas que se les encomendaron. Se le condena porque no dio muestras de habilidad estratégica. Se le defiende porque sí mostró flexibilidad.

En mis pobres entendederas había numerosas razones para tomar Madrid cuanto antes. Las potencias fascistas hubiesen reconocido su “gobierno”, es decir, su incipiente régimen tan pronto la hubiese capturado. En Londres no se le hubiese negado el derecho de beligerancia en el mismo momento. Es decir, la República hubiese quedado aislada de un golpe, antes de que los refuerzos soviéticos afluyeran en mayor volumen y con Madrid perdida la guerra hubiese terminado. ¿Estaba al corriente de tales posibilidades que se le abrían en el extranjero el nuevo Generalísimo? Según Serrat, no era un lince en interpretar el escenario internacional. Tampoco había sentido nunca tal necesidad. Hay que concederle la necesidad de realizar un cierto aprendizaje. FRANCO NUNCA FUE UN GENIO.

Hasta el 19 de octubre no firmó el plan de ataque contra Madrid.  Sus fuerzas eran, en parte, aguerridas. En parte, no. La artillería era escasa. Sobre su evolución no cabe fiarse demasiado de la literatura exaltadora de los vencedores. La monografía estándar, del coronel José Manuel Martínez Bande, es de calidad discutible. Yo no olvido las impresiones y rumores que, en Salamanca, recogió Serrat. Cuando el inicial avance, iniciado el 8 de noviembre, no prosiguió hacia dentro de la ciudad se contrapusieron dos argumentos: el primero, que era peligroso adentrarse por un vericueto de calles y callejones sin contar con la fuerza necesaria; el segundo que Varela se impuso con su confianza en la necesidad de continuar un ataque feroz que desmoronaría la capacidad de combate del enemigo.

Serrat no era estratega y nunca comprendió por qué el ataque se hizo por el lado del Manzanares en vez de por la llanura de Fuencarral y los Cuatro Caminos. Debió de ser un poco idiota, como él mismo reconoció, porque pocos autores se han planteado tal posibilidad, que a lo mejor no dejaba de plantear problemas logísticos importantes. En el mes de noviembre se alternaron ataques y repliegues tácticos. Pronto surgió una de las cuestiones clave. Si los atacantes contaban con escasa fuerza, ¿por qué se autorizó la primera e insuficiente embestida? Lo cierto es que de los 12.000 hombres pronto se pasó a 15.000 y luego a 18.000. Seguían siendo pocos y rápidamente se alimentó el ataque con nuevos elementos. Ahora bien, si Varela no tenía la suficiente capacidad para manejar una gran masa de hombres, ¿por qué le dio el privilegio de mandar los primeros asaltos? ¿Por qué tardó tanto en aparecer Orgaz, que tampoco demostró ser un genio, a pesar de que ya contaba con 50.000 hombres, que no eran precisamente una fruslería?

En mi opinión, Gabriel Cardona entre otros dio la clave. Franco confiaba en derrotar a los republicanos sin acumular una masa artillera ni reservas suficientes. El ya Generalísimo y Varela tenían un desprecio absoluto hacia el adversario. Y en cuanto a Orgaz se refiere, ni demostró gran inteligencia militar ni al principio ni al final.

No hay mal que por bien no venga. Si Franco, en realidad, había querido tomar pronto Madrid, es evidente que no lo logró, pero sus ángeles custodios volaron en su ayuda. De entrada, Hitler le envió la Legión Cóndor. A ella ya me he referido varias veces en este blog. En diciembre Mussolini le envió fuerzas de tierra. La literatura pro-franquista ha hecho mucho hincapié en que Franco no pidió ni una ni otras (ninguno menciona la GARIBALDI, que se adelantó a su tiempo) pero las aceptó. No se muerde la mano que da de comer. Ambas potencias le reconocieron en noviembre, es decir, cuando la batalla prácticamente apenas si había comenzado.

Es más que posible que todo ello produjera al Generalísimo una subida de ego. Si a pesar de su fracaso en conquistar la capital las águilas imperiales fascistas acudían presurosas a reconfortarlo es que su estrategia -si la tenía- no planteaba dificultades insuperables. También le ayudó probablemente que en noviembre la aviación soviética hubiese empezado a disputar el dominio del aire a los aparatos italianos y alemanes.

En contra de lo que suele afirmarse mi tesis es que Franco tenía todos los motivos para sentirse satisfecho, aun cuando el que los republicanos no hubieran rendido las armas le privaba de una victoria rápida. El problema para el historiador es si ya la quería. En el estado documental no me es posible responder ni sí ni no, aunque no ignoro que el reflejo pavloviano de numerosos autores estriba en inclinarse resueltamente por la afirmación. Existen razones que lo abonan. Por un lado, no podía desengancharse de Madrid, porque ello hubiese causado una gran desmoralización en el bando sublevado y quizá puesto en riesgo una posición política y militar que necesitaba consolidarse.  Pero también hay argumentos que cabe aducir en contra. El que la guerra se prolongase un poco induciría una dinámica de ayudas fascistas que políticamente no le venía nada mal.

No le venía nada mal porque Franco debía jugar por necesidad en dos frentes: el bélico, obviamente, pero también el interno. Se había visto elevado en un pispás a la suprema magistratura, pero sabía mejor que nadie que su ascenso se había debido en gran medida al azar y a su condición de general monárquico. Contaba con un amplio margen de maniobra, pero ¿cuáles eran sus masas? Los militares, ciertamente, pero no todos ellos aguerridos y duchos en el combate, y un partido enclenque antes del golpe que se había revelado muy útil después de él porque:

  1. Enganchaba a las masas, sobre todo a los jóvenes, y promovía un ideario en consonancia con el de sus apoyos exteriores
  2. Hacía con entusiasmo todo el trabajo sucio que se le pidiera
  3. Estaba descabezado y sin orientación estratégica clara
  4. Le permitiría reforzar su posición respecto a quienes le habían aupado, es decir, los generales monárquicos.

En definitiva, Falange era para Franco absolutamente indispensable, pero necesitaba tiempo para poder redondear a su gusto el papel que debía atribuirle. Es difícil que el joven y arrebatado Generalísimo no entreviera esta cuestioncita.

Con todo, Franco probó diversas tácticas para ganar la batalla de Madrid. De los ataques frontales se pasó a una maniobra envolvente después de incrementar considerablemente las fuerzas en el teatro. A comienzos de enero trató de romper el frente y luego contornear la capital cortando el ferrocarril y la carretera de La Coruña. Se aisló Madrid por dicho sector, pero a pesar de bajas importantes por ambos lados el objetivo estratégico no se logró.

Cardona fue implacable en su veredicto: enfrentamiento en campo abierto, mando aceptable en los escalones medios e inferiores, alto mando lamentable. En él figuraba obviamente el Generalísimo de los Ejércitos y sus más eminentes subordinados. El retraso en tomar la capital se compensó, no obstante, con la caída de Málaga.

Naturalmente, el debate se ha concentrado en el supuesto genio militar de Queipo y la importancia del apoyo de las recién llegadas tropas italianas, pero en cualquier caso desde su autoridad Franco intervino y ordenó parar el avance y la consiguiente explotación del éxito. Cardona afirma que “ya empezaba a ser una costumbre que frustrara las operaciones militares en su momento más favorable”. ¿Incompetencia? ¿Incapacidad? ¿Motivaciones político-estratégicas? Chi lo sà?

Nosotros lo dejamos aquí porque los tres interrogantes se entrecruzarán a lo largo de la guerra de Franco. Reservamos nuestra respuesta para aquella situación en la que nos aventuraremos a dar una respuesta respaldada documentalmente.