La guerra lenta de Franco (III)

8 mayo, 2018 at 8:20 am

Ángel Viñas

La toma de Málaga fue, sin duda, un gran éxito para las “armas nacionales” (que pongo entre comillas). Tuvo un lado oscuro. La idea flotaba en el ambiente, pero no se había realizado por diversas razones, entre ellas la falta de medios. Los italianos, antes de desembarcar en fuerza en Cádiz en diciembre de 1936, ya la habían considerado. Empezaron a trabajar en ella cuando las tropas franquistas apenas si hacían progresos en el frente de Madrid. Ni Franco ni Queipo de Llano mostraron demasiado entusiasmo, pero que sepamos el primero no ordenó que se detuvieran los preparativos conceptuales. Los italianos eran conscientes de que Franco era reacio a dar demasiado papel a las tropas extranjeras (el lector recordará la forma a la que se atenía el empleo de los aviones italianos y alemanes ya en el mes de diciembre). Pensaban que también podía ser un reflejo de las críticas que se le hacían sobre la utilización de los marroquíes. En este post no nos interesan las operaciones en sí, sino la concepción estratégica para su guerra que el Generalísimo ya había desarrollado. 

 

Tras la toma de la capital andaluza el 7 de febrero los italianos estaban ansiosos de hacer cosas más grandes y decisivas. Mussolini era consciente de que de lo contrario podría exponerse demasiado en el plano internacional. No es de descartar que quisiera un triunfo rápido para demostrar urbi et orbi el vigor, la fortaleza, el espíritu de combate y la agresividad fascistas. Con todo, sin el respaldo alemán que no se decidió en Roma en el mes de enero, en contra de lo esperado, hay que relativizar en aquel momento sus deseos de gloria. El caso es que se habían previsto varias operaciones alternativas.

El 11 de febrero de 1937 el jefe de EM del cuerpo expedicionario italiano (CTV), coronel Emilio Faldella, jefe del Servizio Informazioni Militare (SIM) en España antes de la guerra civil disfrazado de vicecónsul en Barcelona, se desplazó a Salamanca. El Generalísimo no se encontraba en la capital castellana por lo que dejó una amplia nota-resumen con los proyectos italianos al jefe de la Sección de Operaciones del Cuartel General, teniente coronel Antonio Barroso. Con Franco no pudo entrevistarse hasta el anochecer del 13.  No fue, por expresarlo suavemente, una reunión cordial.

Franco se mostró enojadísimo, por no decir durísimo, al opinar sobre la nota italiana, en la que se explicaban los pros y los contras de las alternativas sugeridas desde la perspectiva de explotar el éxito de Málaga. Esencialmente eran dos: la primera era avanzar desde Teruel hacia Valencia y la segunda tomar Guadalajara y continuar hacia Madrid.

Aprovechando la inmensa diferencia de nivel, es bastante probable que Franco quisiera ante todo desestabilizar a Faldella. De entrada, no tuvo ni una sola palabra de agradecimiento por el papel italiano en la toma de Málaga, algo sorprendente puesto que en la zona republicana su pérdida había sentado como un tiro a la par que modificado la situación estratégica en la Andalucía oriental. Se mostró descortés al abstenerse de ofrecer cualquier forma de reconocimiento al general Roatta que le había enviado una preciada reliquia que ya no abandonaría jamás durante toda su vida: el brazo incorrupto de Santa Teresa. Estas dos omisiones encerraban un claro mensaje.

Inmediatamente se lanzó a una diatriba rememorando los roces, cuando no enfrentamientos, que habían precedido a la llegada de las tropas italianas que, recordó, él no había solicitado. Era cierto, pero no hay constancia de que hubiera pedido a Mussolini que las retirara. Un jerifalte nacionalista español podía evidentemente mordisquear la mano que le daba de comer, aunque no llegar a morderla del todo. Luego señaló que no aceptaba ninguna imposición. Al afirmar esto caracterizó como tal los proyectos que se le habían sometido. Esto fue, verosímilmente, la aplicación de una técnica negociadora de manual. No está claro que los italianos presentaran sus planes con tal intención, pero naturalmente puso a sus interlocutores a la defensiva. Así se transparenta de las respuestas de Faldella al negarlo.

Acto seguido Franco se dedicó a demoler el proyecto de atacar Valencia desde Teruel. Adujo problemas reales: aspereza del terreno, malas comunicaciones, dificultades para los vehículos blindados, etc. A Faldella no pareció convencerle porque su respuesta puso el dedo en una de las llagas a las que no sabemos si Franco era sensible, pero que se transparentaron para algunos observadores extranjeros. Con toda la cortesía militar de que fue capaz replicó que la idea no era  de utilizar fuerzas con objetivos limitados y un tanto desperdigadamente, sino de hacerlo en masa, con el concurso de todos los medios disponibles, a fin de romper los equilibrios existentes. El objetivo buscado era decidir el resultado de la lucha. No de otra manera pensarían los alemanes, en tierra o en el aire (como ya he indicado repetidamente en este blog en relación con los aviones de la Cóndor).

Faldella comprendía que era una concepción diferente a la de Franco. Disciplinadamente, sometió sin embargo al superior criterio del Generalísimo si no sería conveniente aprovechar la existencia de una masa de hombres y medios en condiciones de exponer unos frentes entonces estabilizados a la presión de la guerra de movimiento. ¡Se armó la morimorena! La respuesta del gran estratega en que las leyendas convirtieron a Franco nos parece muy indicativa de su forma de pensar en aquel momento. Faldella, afirmó, se equivocaba. Necesitaba, dijo, hacer muchas cosas a la vez. Por ejemplo, arrebatar al enemigo los recursos mineros de Vizcaya; apoderarse de los de Almadén y disminuir la presión sobre Toledo. Sin duda pudo exhibir otros. En una guerra siempre hay cosas que hacer.

Llamo aquí la atención de mis amables lectores sobre las dos primeras necesidades que Franco evocó: Vizcaya con sus minas y Almadén con su mercurio. Sin duda objetivos loables, pero, ¿decisivos en aquel momento de la guerra? Como escribo -no lo oculto- con cierta mala intención, advierto que volveré sobre esta supuesta preocupación por la captura de recursos económicos en vez de encarar la forma más eficiente de llegar a la derrota lo más rápida posible del enemigo. No sé si tal preocupación era un subproducto de sus experiencias en Marruecos, de su concepción de la guerra deseable o de la impermeabilidad ante una estrategia estrictamente militar que le superaba.

Lo que es obvio es que Franco no apostaba por movimientos rápidos que pudieran destruir las posibilidades de resistencia del enemigo. Subrayó, en cambio, lo mucho que le dolía no poder emplear sobre diversos frentes la masa de fuerza disponible.  TAL Y COMO HABÍA PENSADO. Quizá temeroso de haber ido demasiado lejos, apuntó que con toda probabilidad decidiría utilizar a los italianos para atacar Guadalajara.

Hay que suponer que Faldella dejó traslucir algún escepticismo. Fue entonces cuando Franco reveló, al menos en parte, el fondo de su pensamiento. En una guerra civil más valía una ocupación sistemática del terreno, acompañada de la necesaria limpieza, que un avance rápido que dejase el territorio infestado de enemigos.

Franco pasó por alto un detalle que suscitamos aquí y que volveremos a suscitar más adelante: la alternativa a la estrategia que él planteaba no era incompatible con la aniquilación del enemigo. Si un avance rápido aumentaba las posibilidades de victoria, después de conseguida habría todo el tiempo del mundo para practicar la limpieza, elevada al podio de fin en sí mismo.

La minuta italiana que seguimos permite pensar que, aunque no los reconociera Franco, también existían otros motivos detrás de su respuesta. Correspondió a su jefe de Operaciones, el teniente coronel Barroso, enunciar al menos tres. En tono agresivo se dirigió a Faldella. “Vd. tiene que tener en cuenta que el prestigio del Generalísimo es el aspecto esencial de esta guerra y que es absolutamente inadmisible que Valencia la ocupen tropas extranjeras. La acción contra Valencia no debe efectuarse hasta que se hayan liberado, tras la conquista de la capital, las tropas que ahora operan en torno a Madrid y que luego puedan dirigirse contra Valencia”.

En claro: Franco no podía permitirse aceptar la menor derrota. Su prestigio (militar, político, estratégico, táctico) debía ser y permanecer inmaculado y sin tacha. Lo de Málaga no podía repetirse. En cuanto a Valencia, no había prisa. Ya caería en su momento.

Naturalmente, algo había que dar a los italianos, imbuidos de sus extrañas concepciones de guerra celere en comparación con las un tanto pedestres visiones estratégicas de Franco. Así que, dadas las dos alternativas propuestas, su decisión fue evidente. Operar hacia Madrid, desde Guadalajara.

Me he detenido en este pequeño intercambio de ideas, bastante conocido, porque me parece que representa un punto de inflexión en el pensamiento de Franco sobre el tipo de guerra que deseaba. Que quería ganarla, es evidente. La cuestión era cómo y en qué lapso de tiempo. En el intercambio con Faldella están presentes todos los elementos que necesitamos para avanzar la argumentación hasta el punto en que la EPRE permita despejar las dudas.

En el plano táctico, Franco todavía no había dejado de pensar en Madrid. Lógico cuando se recuerda que la operación contra la capital en lo que pronto se convirtió en la batalla del Jarama había comenzado una semana antes de la entrevista, con éxitos de las tropas propias y atacantes. Ahora bien, el mismo día en que tuvo lugar el encuentro con Faldella los republicanos habían iniciado el contraataque.

Franco había planteado la nueva maniobra envolvente de la capital según los cánones que conocía bien: los coloniales, como dice Cardona “basados en briosos ataques de infantería”. En esta ocasión, febrero de 1937 y en el frente central, la guerra mostró una nueva faz. No solo contaba el valor temerario en la acometida a pecho descubierto, sino que también empezaban a ganar enteros la cantidad y calidad del material y las decisiones acertadas; también en cuanto al empleo del primero. Confrontado con el contraataque, Varela intentó contener la operación, pero Saénz de Buruaga, sigo a Cardona, “avanzó como si fuera un imberbe teniente de Marruecos impulsando sus hombres hacia adelante”. A las bravas y a por ellos. Carecía, sin embargo, de los suficientes apoyos y sus flancos se quedaron al aire. El contraataque republicano deshizo sus aviesas intenciones, aunque los carros soviéticos no los empleó su comandante de la mejor manera. El mando republicano pasó a Miaja y a Vicente Rojo, como jefe de EM. La batalla empezó a languidecer tras furiosos combates. Los franquistas lograron cruzar el Jarama, ocupar parte del territorio al sur de Madrid, pero no cortaron la carretera de Valencia que era el objetivo más importante.

Pelillos a la mar. Para la guerra que iba intuyendo Franco, a pesar de estos altos y bajos y que el resultado de la batalla fuese un empate, el Generalísimo había hecho valer su autoridad y mostrado la dirección en que quería que los italianos procediesen. Así fue.