La necesidad de enseñar a la RAH

25 febrero, 2014 at 3:02 pm

En un post precedente me he referido al inefable Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia (RAH). Un expurgo sistemático de sus entradas más significativas referidas a los generales de la VICTORIA  (hemos de utilizar esta terminología para aprehender la sintonía que las mueve) daría para numerosos y sabrosos comentarios. En este quisiera evocar el curioso caso del general de Caballería ya fallecido Rafael Casas de la Vega, antiguo combatiente en las filas franquistas y autor de diversas obras de temática militar (la única aprovechable, en mi modesta opinión, es su historia de la guerra de Ifni-Sáhara, como no se cansó de señalar el malogrado Gabriel Cardona). Casas de la Vega es autor de una entrada muy significativa: la de Queipo de Llano.

A mi parecer no debió de costarle mucho trabajo redactarla, a pesar de ser relativamente larga. Se le dedican cinco páginas, algo que no ocurre con demasiada frecuencia. De estas cinco páginas algo más de cuatro se dedican a medio copiar el extracto de su hoja de servicios hasta el 18 de julio de 1936. Cualquier lector puede pedirla a los archivos militares, que cuentan con un personal sumamente eficiente, y podrá comprobar que lo que digo no está muy desenfocado. Sobre su papel en la guerra civil, que obviamente es por lo que resulta más conocido, su compañero de arma no pierde demasiado espacio: con algo menos de media página va que chuta.

Es una forma un poco grotesca (por no utilizar un calificativo algo más hiriente) de justificar lo que la entrada dice de su aportación: “contribuyó de manera decisiva al triunfo de las armas ´nacionales´” (obsérvese que nuestro autor pone entre comillas tal concepto –otros colegas suyo de diccionario no lo hacen). Determinadas así sus credenciales de autor no prejuzgado, a lo Payne, Casas de la Vega se deshace en elogios: “Sin él hubiera sido muy difícil, quizá imposible, que las fuerzas sublevadas (ojo al término) en África pasaran a la Península y, sin ellas, la marcha hacia Madrid y el mantenimiento de Andalucía en manos ´nacionales´ (otra vez) no se podría haber realizado”.

Si esto fue así, se comprende mal que a su timbre de “gloria” no le dedique más que un párrafo. En él, es verdad, nos enteramos de que Queipo se portó como un héroe. “Con valor” se impuso en Sevilla  y se enfrentó “a las masas sindicales armadas que se le resistieron en algunas zonas”. (Suponemos que masas armadas de los más modernos medios de combate callejeros, sin duda de procedencia comunista). Casas de la Vega destacó la importancia de su biografiad  “en la utilización de la radio para movilizaciones y arengas” y lo califica de “precursor” de lo que “harían radiofónicamente los Aliados y el Eje en sus campañas propagandísticas”. Nada menos. Las naciones más avanzadas de Europa aprendieron del general sublevado. Toda una novedad.

Observamos, no obstante, una característica de una gran parte de la historiografía neofranquista que aparece en nuestros días. De la salvaje represión y de las matanzas que organizó Queipo, ni mu. Del contenido de sus “arengas”, generalmente cavernario, mucho menos. De los dislates económicos y políticos que causó en la zona bajo su contral, nada. De su inducción al asesinato de Federico García Lorca (explorada exhaustivamente por Ian Gibson) o de la ejecución del general Miguel Campins, por mera venganza contra Franco, el lector no se enterará. Tampoco, por cierto, de sus disensiones con el inmarcesible Caudillo. Eso sí, Casas de la Vega no se olvida de que el 20 de julio de 1939 “fue nombrado presidente de la Misión Militar Especial que habría de cumplir determinadas misiones en Italia”. Eso suena a extracto de hoja de servicios: “Allí se trasladó el 17 de diciembre de 1939 (¡vaya prisa!). En 1940 seguía en la misma situación”. Por cierto, aprovechó la ocasión para no copiar bien: “En los años 1945 a 1950 continuó en la misma situación”. Es decir, ¿en Italia?.

Menos mal que el autor nos cuenta que le dieron la Medalla Militar individual, en 1940, y la Cruz Laureada de San Fernando, en 1944. Muy a tono con sus proezas carniceras. Sobre Queipo de Llano existe una abundante literatura, claro que no de esclarecidos autores militares como sin duda lo fue el general Casas de la Vega. Pero de ello el lector no se enterará absolutamente consultando al  Diccionario Biográfico Español.

Preguntas: ¿quién y cómo seleccionó a tal autor?, ¿quién y cómo controló su aportación?, ¿quién y cómo dio el nihil obstat a la publicación de tan “objetiva” e “informativa” entrada? Teniendo en cuenta que en el Diccionario de marras se invirtieron cuantiosos fondos públicos, creo que los sufridos contribuyentes españoles tienen derecho a plantear tales cuestiones a la tan alabada y encomiada RAH.

Este es solo un ejemplo de cómo historiadores franquistas miran el pasado. No se preocupen los lectores. Hay muchos más y, poco a poco, algunos de ellos aparecerán en estos posts. Sin acritud. Simplemente exponiendo datos o, mejor dicho, la ausencia de los que realmente son relevantes.