La guerra lenta de Franco (VII)

5 junio, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el post anterior me permití dejar a los amables lectores con la miel en los labios. Aspiré a que se preguntaran ¿qué habría dicho el César de la guerra de liberación al gran historiador del régimen sobre su decisión de no atacar Barcelona? ¿Podría haber sido, acaso, una estratagema destinada a confundir al odioso enemigo? El Jefe del Estado (SEJE, como suelo denominarlo para ver si consigo incorporar al léxico tal acrónimo) se dignó conceder una entrevista a Ricardo de la Cierva en 1972 y se lo desveló. Don Ricardo utilizó la casi sagrada versión de SEJE en numerosos escritos para oponerse a la “mareada roja” que, según él, anegaba las universidades españolas. Lo hizo en diversas variantes. Así que no sabemos con cuál quedarnos.

 

Lo que movió a Franco según de la Cierva fue, ni más ni menos, “el temor de suministrar un pretexto para la ya premeditada invasión francesa de Cataluña”. Lo leemos, en palabras que debían de haberse impreso en gruesa tipografía y en rojo, en su biografía Franco, publicada por Planeta en 1986, p. 240. Esta precisión es imprescindible porque para entonces hacía ya diez años que SEJE estaba criando malvas y su biógrafo habría tenido tiempo de reflexionar, documentarse, consultar otras obras y, quizá incluso, haber visitado algún que otro archivo, por eso de que tales ejercicios siempre revitalizan al historiador. De todas maneras, ruego a los amables lectores que recuerden tales palabras atribuidas a Franco. Naturalmente nadie sino su entrevistador pudo saber con precisión lo que SEJE dijo o no dijo, insinuó o no insinuó.

Algo más tarde, sin embargo (ya se sabe que la historia no es una ciencia exacta), de la Cierva modificó su argumento sutilmente. En un nuevo libro (era muy prolífico) con el atractivo título de Historia esencial de la guerra civil española. Todos los problemas resueltos, sesenta años después, (¡menos mal!), publicado en 1996 en su propia editorial, Fénix, en el pueblo, ciudad o villa de Madridejos, y ya transcurridos diez años de lo escrito anteriormente, afirmaría (p. 714) que de lo que se trató en 1938 fue de “no avivar el intervencionismo francés”. ¡Caramba! No es lo mismo. Esto significa que Franco sospechaba que los franceses, siempre enemigos de la PATRIA, estarían esperando el momento para, ¡zas!, hacer de las suyas, como en los años veinte… del siglo anterior.

Pero sigamos. Ricardo de la Cierva siempre fue un historiador “creativo”.  En 1999 (La victoria o el caos. A los sesenta años del 1 de abril de 1939), también aparecida en la misma editorial, p. 102, la versión volvió a modificarse. Solo habían transcurrido esta vez tres años. En tal ocasión la versión fue de naturaleza muy diferente y subrayó una actitud de prudencia y preventiva. Franco no avanzó hacia Barcelona para “evitar las complicaciones internacionales por el comprensible recelo de Francia ante la presencia de alemanes e italianos en el Pirineo” ¡Caramba otra vez! Dejemos de lado que la argumentación evidentemente tampoco era la misma que tres y trece años antes y que, de ser cierta, el futuro no pintaba brillante porque, alcanzada la VICTORIA, los franceses, que no eran tontos, podrían suponer que alemanes e italianos tal vez se vieran tentados a darse un paseo por las comarcas pirenaicas.

Sin embargo, no tema el lector, no es esta la última explicación de tan dilectísimo e ingeniosísimo historiador de la corte de los milagros franquistas. En 2003 (Historia actualizada de la segunda República y la guerra de España, 1931-1939. Con la denuncia de las últimas patrañas), p. 1.014 (un tocho), también publicada en Editorial Fénix, volvió a 1996, por eso de que hay que ser consistentes: Franco desistió “para no avivar el intervencionismo francés”.

Es decir, que no sabemos realmente lo que Franco contó a su estimado hagiógrafo en 1972.  Es posible, no obstante, que cualesquiera que fuesen los camelos que oyó de la boca de SEJE nuestro pundonoroso historiador se quedara, tal vez, algo confuso.

Así, pues, hay que acudir a lo que dijo Franco no a de la Cierva, porque ya se ve que de este no podemos fiarnos un pelo, sino a otra persona infinitamente más allegada a SEJE que el tan mencionado historiador de Corte. Lo que dijo Franco al respecto es mucho anterior. Nada menos que en 1957. Lo recogió, suponemos que con el respeto reverencial que exigía la ocasión, su primo hermano, exayudante, exjefe de la Casa Militar, exfactótum para todo y siempre confidente. Nos referimos al teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, en Mis conversaciones privadas con Franco. Las publicó Planeta con gran éxito en 1976 y las conoce hasta el apuntador. Pero, en este caso, de la Cierva se las pasó por encima limpiamente.

¿Qué confesó, pues, Franco a su primo? En lo que a nosotros nos importa le hizo tres afirmaciones. Todas mentiras, puras y duras:

  • “Nuestra guerra se ganó por un verdadero milagro, gracias a nuestra fe en la victoria, a los altos ideales que defendíamos y a la ayuda grande de la Providencia”.
  • “Tuvimos que importarlo todo y empezar a fabricar municiones buenamente como pudimos, pues todas las fábricas militares y la mayor parte de la industria nacional estaban en poder de los rojos”
  • “Por ello mi prisa (…) en conquistar el Norte, para apoderarme de la industria bilbaína y del carbón de Asturias; no quise apresurar la ocupación de Barcelona por no tener divisas para facilitar algodón a las fábricas catalanas. En cambio, antes ocupé Valencia para poder exportar las naranjas y demás fruta de su espléndida huerta” (p. 202).

Voilà! La esfinge habló, en confianza, con su pariente y le reveló el secreto de su estrategia. Dejemos de lado dos ucronías. No se apresuró a dirigirse contra el Norte y, desde luego, no ocupó Valencia. Con todo es fácil colegir que, si prestamos atención al eminente turiferario que fue Ricardo de la Cierva, este no supo, no quiso o no pudo, tal vez porque le diera el telele, integrar los razonamientos de Franco que no podía ignorar y se parapetó en no sabemos qué le dijo SEJE en 1972.

Nosotros nos tomamos muy en serio a Franco. Siempre lo hemos hecho. Destacamos, pues, que 19 años tras los acontecimientos -que no es un lapso de tiempo demasiado largo- y cuando SEJE, que sepamos, estaba en buena salud, confió a si primo un auténtico disparate. Sobre todo en términos militares, como no dejó de señalar con cierta mala uva, quizá, Ramón Salas.

Los motivos que en estos posts nos interesan y que hemos transcrito en itálicas son, con todo el respeto que merece tan excelsa figura como SEJE, razonamientos estúpidos, absurdos, grotescos. Ocupa Barcelona y no tiene divisas para dar algodón a las fábricas catalanas, ¿y qué? Tras la victoria habría podido importar, sin divisas, a crédito, algunos miles de balas de tan preciado producto. ¿No se había enterado todavía de que hacía su guerra a crédito?

Comprendemos que un jefe militar curtido en las campañas de Marruecos no tenía que tener mucha idea de los problemas económicos, pero ¿no se le ocurrió consultar a algún experto? Los tenía. Además, no conquistó la huerta valenciana. La campaña de Levante se saldó con un fracaso. Diecinueve años más tarde se le había olvidado.

Hoy diríamos que Franco aplicó argumentos “trumpianos” para esclarecer sus decisiones.

Naturalmente, no son muchos los historiadores que hagan uso de ese tipo de razonamientos, pero sí los hay que se refugian en el mensaje de 1972 y que, por desgracia, de la Cierva no transmitió íntegramente a sus ávidos lectores: el temor a una invasión francesa de Cataluña. Hay incluso gente que, nuevos Núñez de Balboa de la historiografía, lo redescubrieron no hace muchos años.

Claro que al explicar por tal motivo la decisión de SEJE se abre la puerta a todo tipo de posibilidades de contrastación empírica. Habría que ir, por ejemplo, a los papeles franceses y ver si los malvados vecinos tenían preparados planes muy avanzados para entrar en Cataluña. A priori, sería un poco raro, a no ser que tratara de un juego típico de Estado Mayor. Ya se sabe, conviene prepararse para el peor escenario posible, porque puede ocurrir. Y digo que es raro porque si los franceses no quisieron ayudar a la República en julio/agosto de 1936, cuando su intervención hubiera podido permitir salvar algunos muebles, no se ve por qué razón habrían de hacerlo casi dos años después cuando la guerra había ido consistentemente tan mal para ella mes tras mes.

O, ¡descubrimiento de otro Pacífico de la historiografía!, también podría acudirse a los papeles españoles. Claro, en el supuesto de que no se hubieran destruido porque como es sabido los vencedores, y sus sucesores, no siempre se portaron bien en materia de preservación de documentos para la historia.

Es, pues, hacia la combinación de papeles foráneos y los nativos a la que debemos prestar alguna atención y tratar de ver cómo puede torearse este toro que la historiografía franquista dejó sin torear.