Carta de un antiguo alférez provisional al general Franco en abril de 1963

20 noviembre, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

La semana pasada di pública expresión a mi sorpresa de que antiguos altos mandos del Ejército, ya jubilados, hubiesen considerado oportuno loar al general Franco, de cuyo fallecimiento se cumple hoy un nuevo aniversario, utilizando como uno de sus argumentos, aunque no el único, el carácter supuestamente instructivo para las nuevas generaciones de su desconocida hoja de servicios salvo en la parte que antecedió a su odiada República y que ya fue objeto de análisis (no necesariamente en plan de alabanza) por un jefe del Ejército, también jubilado e historiador conocido, el coronel Carlos. …..

He dejado expresamente para este 20 de noviembre el dar a conocer una carta que un conocido amigo mío encontró años ha en el archivo de la Casa Civil de Su Excelencia el Jefe del Estado y que me envió por si pudiera interesarme. En aquellos momentos estaba escribiendo LA OTRA CARA DEL CAUDILLO y no vi la forma de incluirla. Me contenté con poner de relieve la forma y manera en cómo, a las tres semanas más o menos de ser cooptado por sus pares a la máxima magistratura, empezó a mover uno de los instrumentos que le permitió, en los tres años de guerra, hacerse con una fortunita considerable. Algo en lo que tan ilustres soldados no parecen haber reparado todavía. Hay que comparar, claro está, el tono moral que rezuma de tales manipulaciones con el espíritu de abnegación y sacrificio que tantos y tantos mostraron mientras morían en las trincheras o se desangraban esperando a que les enviaran a los hospitales de retaguardia. Pelillos a la mar.

Hoy creo que es imprescindible que tal carta salga de la oscuridad. Se trata de una misiva, con firma garabateada, escrita a máquina en 1963. Por razones no explicadas en el expediente, alguien decidió guardarla. En muchas otras ocasiones tal tipo de comunicaciones va directamente a la papelera. No fue este el caso. En el próximo post haré algunos comentarios al respecto, pero antes desearía que mis amables lectores leyeran el texto de la carta. Ni que decir tiene que el tono fue extremadamente respetuoso. La puntuación, que no era el fuerte del autor, es mía.

 

“Mi General: el español que le dirige esta carta fue oficial a sus órdenes durante la guerra civil española. En la misma perdió a su padre y derramó su sangre por la Patria en diferentes operaciones estando en posesión de varias condecoraciones a las que renuncié voluntariamente por los mismos motivos que informan ésta.

Como tantísimos españoles luché por Dios y por la Patria, por lo menos luché con este convencimiento y verdadera fe. No saqué en consecuencia ningún provecho personal de esta privilegiada situación, creyendo siempre que, aun cometiendo errores, íbamos a crear una nueva España mejor y auténtica madre de todos los españoles.

Siempre, y en cuantas ocasiones se me han presentado, lo he defendido a Vd. y a sus políticas; inclusive en momentos en que la pura razón me parecía estar de nuestra parte.

Después de más de 25 años observo con verdadero horror que lo que en principio creí era un mal inevitable, conocedor de las pasiones desatadas y de los sufrimientos de la guerra, y que el paso del tiempo y la inteligencia de Vd. borraría para siempre de la faz de nuestra Patria, se ha convertido en norma.

Escribo, pues, ésta bajo el dictado de mi conciencia y para que nunca se diga que un español calló cuando debía haber hablado. Todavía después de tanto sufrimiento y tanta sangre vertida hay que escribir HABER en vez de PODER.

Mi General: los últimos juicios militares contra personas civiles son a todas luces monstruosos. No hay ley humana o divina que en este año de 1963 pueda justificarlos, ni tampoco los métodos empleados para montar los mismos, mucho menos teniente presente la hora actual del mundo.

Las largas condenas impuestas, inclusive la pena de muerte, y las torturas son impropias de un país que se dice civilizado y por demás católico. Por ello la opinión mundial nos mira con repulsión y seguirá la leyenda negra. Todo este horror caerá sobre nuestras conciencias este día y sobre las de nuestros hijos en la eternidad.

No podremos, como no podemos ya, acusar al mundo y proclamar con lágrimas de fariseo que no se esfuerza nadie en comprendernos cuando nosotros, después de más de 25 años de terminada nuestra guerra civil, seguimos aplicando normas de represión y odio contra hermanos nuestros, que podemos considerar como equivocados, obcecados y sin salvación pero hijos de Dios y a quienes tenemos la sagrada obligación de comprender y convencer, y no se puede convencer a nadie aplicando medidas de odio, aparte de que pecamos gravemente a los ojos de Dios y de los hombres.

Hay que tener presente, mi General, que la inmensa mayoría de esos hombres se mueven a impulsos de verdaderas injusticias y que, si no hubiese en nuestra Patria necesidades, hambre y tantas injusticias irritantes, en perpetuo contraste con un lujo y ostentación de riqueza desmedidos, no serían captados por las ideas marxistas. Al fin y al cabo, estas son una nueva mística que, aunque en teoría, ofrecen una esperanza de redención.

¿Qué esperanzas tiene el que en España sigue pasando hambre de pan y de justicia, después de más de 25 años de promesas?

Cúlpese, pues, a los que lo han tenido todo en sus manos y solo han pensado en enriquecerse desmedidamente, restregando diariamente su orgullo y despotismo por las narices de los oprimidos.

No podemos engañar a nadie presentando sus delitos de rebelión militar

(sigue al dorso)

lo que solo es un sagrado derecho del explotado. La protesta contra dicha explotación, contra la injusticia que con él se comete.

Que pedir justicia, en la forma que fuere, no es delito, cuando uno no es escuchado por quien debiere. Y, en último término, tengamos también presente que al juzgar a un ser humano juzgamos su actuación ante la sociedad de acuerdo a la ley considerando solo los hechos probados y de ninguna forma sus ideas, pues aun condicionando unas a otros es lo cierto que orden de los hechos pertenece a los hombres y el de las ideas a Dios.

Son muchos más, mi General, los argumentos que en pleno Derecho podría invocar, pero no lo hago, en orden a la brevedad y también convencido de que su preclara inteligencia ya los intuye, y convencido de que para argumentaciones de esta carta ya son suficientes.

Solo me resta, mi General, pedirle clemencia y caridad para ese comunista condenado a muerte el día 18 de abril del corriente llamado Julián Grimau, juzgado por un tribunal militar donde se conculcaron todas las normas del Derecho, desde el principio al fin, y que de cumplirse será baldón y vergüenza para varias generaciones de españoles (fui testigo presencial).

También, mi General, clemencia y caridad para todos los que el momento actual son reos y cumplen penas larguísimas por sus opiniones políticas o sus protestas laborales.

En sus manos está, mi General, el corregir tanto desafuero y odio, en beneficio de España, de nuestros hijos y de nosotros mismos; que la Historia está ahí para que nos juzguen y, por encima de todo y de todos, Dios, que también nos ha de juzgar.

Si así lo hace, mi General, Dios se lo premie; si no, Dios y los hombres se lo demandan.

Escrito en Valencia, a 20 de abril de 1963

Un alférez provisional

 

(un garabato como firma, en el que se distingue una inicial)”

 

Fuente: Archivo General de Palacio, Casa Civil de Su Excelencia el Jefe del Estado, legajo 3410.