La exhumación de Franco, ¿una aberración teológica?

5 marzo, 2019 at 8:53 am

Ángel Viñas

 Me he permitido el lujo de darme unas vacaciones en Londres y Somerset (suelo hacerlo en esta época del año) para descansar un poco del desgaste físico y sicológico de los últimos meses. Ha culminado en la revisión final de las últimas pruebas de mi próximo libro: ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL? Mientras escudriñaba el pdf en busca de eventuales errores, expresiones poco afortunadas y los malvados e inradicables pleonasmos, en Inglaterra me han dejado aterrado dos temas: en primer lugar, la agudísima controversia política y parlamentaria en estas semanas previas al Brexit (sobre lo cual el martes que viene revelaré una anécdota que me ha parecido muy sintomática pero que no ha saltado, que yo sepa, a los grandes medios de comunicación). El segundo tema ha sido el batiburrillo que continúa despertando el tema de la exhumación de Franco.

 

Estaba sumergido en plena división cuando un amigo me envió un vínculo que me hizo pensar hasta qué punto son necesarios trabajos que documenten y analicen con los modernos enfoques  y las correspondientes técnicas de la historiografía crítica la colusión y las colisiones de la SMICAR (Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana) con el Estado franquista, naciente o consolidado, durante la guerra civil y la dictadura. Las aportaciones de José Ramón Rodríguez Lago, por ejemplo, me parecen admirables. En lo que a mi respecta, no puedo decir que sean temas que hayan atraido particularmente mi atención, pero debería haberles dedicado más tiempo del que les he otorgado.

El vínculo en cuestión, que reproduzco para información y eventual solaz, si no carcajadas, de los amables lectores, es el siguiente

https://cadenaser.com/programa/2019/02/26/hora_14/1551174335_951986.html

Se trata de una entrevista emitida por esta cadena de radio que se hizo a un monje de los que oran y velan en Cuelgamuros (me resisto a utilizar el término más frecuente). Según lo presenta el entrevistador  se trata de un caballero de 77 años que lleva en su puesto, la frente erguida y firme el ademán (probablemente con la mirada dirigida el sol durante el día y hacia los luceros durante la noche), la friolera de 57 años. Es decir, que ingresó en la O.B. a una edad bastante tierna. Fue también el organista que actuó en el funeral de Franco y, según afirma, ha sido  profesor (hemos de suponer que eminente) de Sagradas Escrituras. Por desgracia no dice dónde. En todo caso, desliza con rotundidad castellana su familiaridad con las mismas aunque esto puede entenderse como un mero ejercicio de la profesión. En alguno de mis destinos he conocido a un par de profesores de yeshivas (escuelas judías) que me dijeron que sabían prácticamente de memoria la Torah y, naturalmente, lo que los cristianos denominan Viejo Testamento.

Tan estimable teólogo hace afirmaciones relacionadas con la exhumación y, sin duda como destacado investigador entre los de su grey, algunas otras de carácter histórico, relacionadas con el pasado y su supuesta prolongación en el presente. Sin embargo, tengo la impresión de que es algo impreciso porque en tan corta entrevista ha incurrido en algunos errorcillos. Acude a la clásica dicotomía agustiniana entre la ciudad de Dios y la ciudad del mundo y no consideró oportuno referirse a la famosa carta pastoral del 30 de septiembre de 1936 del reverendísimo obispo de Salamanca Dr Enrique Pla y Deniel. Es muy conocida y recomiendo el análisis que de la misma hizo en su día el profesor Glicerio Sánchez Recio. Tan distinguido prelado se ilustró para la historia de la ideas con la contraposición entre el vandalismo de los hijos de Caín frente al heroismo y sacrificio de los hijos de Dios. Los lectores ya pueden imaginar quiénes fueron unos y otros. Pues bien, nuestro organista se ha puesto al día. Él contrapone la “España del frente republicano que provocó la rebelión de octubre de 1934” y la “España cristiana”. Ha elegido un episodio muy controvertido, sobre el cual existe una literatura muy abundantes y ha cortado por lo sano.

No en vano el Octubre del 34 ha sido siempre el comodín de la derecha más cerril, algon que aquí no nos interesa, pero el hecho evidente es que no lo provocó el supuesto “frente republicano” a que alude el probo organista. Si acaso segmentos del mismo, porque lo que es notorio y bien sabido es que su preparación se hizo durante un gobierno de trece miembros de los cuales nueve eran del Partido Republicano Radical, uno del Partido Republicano Liberal Democrático, otro del Partido Agrario Español con dos independientes. ¿Podría el profesor de Sagradas Escrituras ilustrarnos cuáles eran los que pertenecían a ese supuesto frente que luego “secuestró” la República.  Si nuestro dilecto historiador confunde “frente republicano” con el Frente Popular comete un error propio de un pardillo.

Añadamos: la afirmación de que el Frente Popular “provocó irremediablemente el alzamiento nacional” es de suspenso en el grado de Historia. Ni siquiera el profesor Stanley G. Payne llega a tal extremo. Desde luego, reconozco que se trata de un dogma de fé en los círculos más escorados hacia la extrema derecha, pero los dogmas de fé, al menos en lo que se refiere a Historia, pueden contrastarse. No es el caso de las alturas teológicas en que habitualmente se moverá nuestro buen monje.

De aquellos polvos tales lodos. Sentada su posición de partida, tan respetable caballero no es, en consecuencia, demasiado amable con el actual gobierno. A lo mejor es un potencial votante de VOX. Sin embargo, creo que se pasa un pelín al atribuir al minoritario gobierno del PSOE la cualidad de “fiera herida” que da zarpazos. ¿Cuáles, por ventura?

Que Franco (a favor del cual un compañero benedictino recogió en un bodrio de libro publicado por la Fundación Nacional que lleva su nombre testimonios de personas supercatólicas que hubiesen querido verlo elevado a las inconmensurables alturas de la santidad) hubiera pretendido “reconciliar a las dos Españas bajo los brazos pacificadores de la cruz” es una torpe exageración. No en vano quien sí se transmutó en fiera continuó dando zarpazos durante todo lo que le quedó de vida en aquella desdichada España. Que se lo pregunten, si no, a los procesados, condenados, presos y ejecutados entre 1959 (momento de la inauguración del supuesto monumento a la “reconciliación”) hasta su muerte en 1975.

Tan egregio conocedor de los últimos ochenta y tantos años de Historia se eleva luego a las cumbres de la trascendencia, por encima de cualquier vulgar posibilidad de comprobación empírica. Afirma, quizá sin pestañear, que la exhumación es una aberración teológica, pero desgraciadamente no da pista alguna para fundamentarla. A no ser que sus oyentes y eventuales lectores crean que las víctimas republicanas (entiéndanse los fusilados o asesinados que combatieron por la República) serán las primeras “en desear que Franco no salga del Valle”.

Utilizo, creo que propiamente, el tiempo verbal adecuado. Cualquier no ya historiador sino persona con un mínimo sentido común se preguntaría ¿y cómo sabe tan eminente teológo de tal supuesto deseo? ¿Ha viajado por ventura a la eternidad, las ha consultado -o hecho algún sondeo entre las mismas- y regresado a predicar la buena nueva? Si nos acercamos a los parientes próximos de varias de entre ellas, y que probablemente las quieren más que nuestro ilustre conocedor de las Sagradas Escrituras, lo que aparece es que desean trasladarlas del “templo de la reconciliación”, algo que no ha resultado nada fácil.

Tampoco está familiarizado el, sin duda, excelente organista con la literatura reciente. Hoy se sabe, documentalmente, que Franco no dejó dispuesto que se le enterrara en Cuelgamuros. Fue una decisión de su Gobierno, privado de su inmarcesible conductor. Ahora bien, parece bastante normal que lo que decide un Gobierno otro pueda revocarlo. Imagine el amable lector que tal no fuera el caso. Ello significaría que, Monarquía por Monarquía, algunas de las decisiones de los gobiernos de la Restauración tendrían todavía validez. A no ser que, sobrenaturalmente claro, Franco haya comunicado a sus celadores que desea permanecer en la sepultura en la que yace desde 1975. La historia eclesiástica está llena de milagros y muchos de sus hacedores han subido al peldaño máximo de la santidad.

Nuestro estimado historiador puede objetar. Recordaré, no obstante, que la sublevación militar de 1936 se hizo al amparo de la Ley Constitutiva del Ejército de 29 de noviembre de 1878. Esta fue un subproducto de la reordenación de la cadena de mando del Ejército de cara a eventuales operaciones a los dos años y medio de terminada la última guerra carlista y al amparo de la Corona y del Gobierno de S.M. Como es lógico en el año 1936 estaba totalmente fuera de juego. Los sublevados se saltaron a la torera el equivalente de la cadena en ella establecida que, en términos comparativos, había sido sustituida por las leyes de Defensa de la República de 21 de octubre de 1931 y de Orden Público, que la derogó, de 28 de julio de 1933.

El corte de la cadena de mando con la establecida por la legislación franquista no se produjo hasta la etapa democrática. En definitiva: lo que decidió un Gobierno en una Monarquía constitucional lo derogó un republicano, que a su vez fue abrogado por un régimen dictatorial no de “extraordinaria placidez”, como dijo alguien. Obviamente, no pasó la prueba del algodón en una Monarquía parlamentaria y democrática.

Comprendo que en una entrevista de no demasiados minutos no ha lugar para muchas sutilezas pero las expresiones utilizadas por el organista del histórico funeral rezuman las ideas acuñadas por el reverendísimo obispo de Salamanca (y luego eminentísimo cardenal) que se mantuvieron contra viento y marea en el franquismo por la jerarquía de la SMICAR. Hoy, elementos clericales y un cierto sector social, haciendo cuchufletas de la historia, todavían alaban los tiempos y la época de un caudillaje “por la gracia de Dios”. ¡Ahí si que se ocultan las grandes aberraciones de una cierta teología que no ha encontrado todavía su Karl Rahner!