La sublevación militar y el congreso de Zamora

9 abril, 2019 at 9:19 am

Ángel Viñas

Tengo que reconocer un error. En el post precedente aludí al libro de Alfonso Camín porque recordaba vagamente de cuando lo leí el verano pasado que había muchas referencias a Castilla-León y pensé que en ellas aludió a la represión en la provincia de Zamora. Me equivoqué. Aludió a lo que pasó, según él, en Palencia, Valladolid y León con escenas que me dejaron estremecido. No mencionó la capital zamorana. Presentadas mis excusas, quisiera entrar en est post en algunas consideraciones que me sorprendieron gratamente en el congreso en su apartado referido a los aspectos militares.

 Estas consideraciones se desarrollaron esencialmente en tres planos. El más general corrió a cargo de Juan Carlos Losada. El más concreto, sobre el 18 de julio y su evolución, correspondió a Francisco Alía. Y el más específico, sobre la rebelión precisamente en Madrid, que presentó Ángel Bahamonde. Los tres han escrito ampliamente sobre la vertiente militar de la contienda, que nunca pudo disociarse de la política. A pesar de sus diferentes alcances todos ellos coincidieron en un punto crucial, que difiere de la historiografía pro-franquista que inunda las librerías de las grandes superficies.

La sublevación se concibió con un planteamiento destinado a asegurar rápidamente su triunfo, pero sin echarse atrás ante la posibilidad de que la contienda que de ella pudiera surgir fuese  más larga. En ambos supuestos, la intención fue la de exterminar por todos los medios la capacidad de resistencia republicana. Es decir, se planteó como la posibilidad única de arrojar a las tinieblas a la denominada anti-España. Las reiteradas instrucciones de Mola ya lo hacían ver. Son sobradamente conocidas, aunque no siempre bien interpretadas.

En todo caso, su puesta en práctica ilustra que lo que rápidamente se aplicó fue una estrategia que más adelante se caracterizaría de genocidio.  Este aspecto particular fue desarrollado ampliamente tanto por Alberto Reig como por Francisco Espinosa, que han escrito largamente al respecto. También Antonio Elorza, en las páginas de EL PAIS, se ha hecho eco de tal interpretación en los últimos tiempos.

De aquí se desprende que cuando la campaña no discurrió como se había previsto en el mejor de los casos de triunfo ultrarrápido las ideas generadas a lo largo de la conspiración encontraron un terreno fértil. Todo ello con independencia de que fuese Franco quien se aupara a las excelsas cumbres de la dirección político-estratégica. Tanto los generales como los altos mandos sublevados compartieron las mismas ideas. En el post anterior me he referido al caso específico del general Cabanellas, un asesino vulgar y corriente.

Francisco Alía publicó hace pocos años una monografía sobre el desarrollo militar del 18 de julio. Para ello hizo lo que un historiador normal suele hacer: sumergirse en los legajos en los que se remansa la documentación del período. Sus conclusiones se las han pasado por la entrepierna dos autores a quienes citó por su nombre: un periodista que hizo sus armas en los tiempos de la nada añorada Esperanza Aguirre que ya ha aparecido en este blog y, ¡cómo no!, un conocido profesor norteamericano. Ambos, ni que decir tiene, con escaso bagaje de EPRE y, en el segundo, absolutamente sin él. Tampoco destacan por haber basado su discurso en los descubrimientos de otros que sí se han esforzado por utilizarlo.

Ambas características son notables, cuando desde hace años y años numerosos historiadores españoles han venido clamando -siempre en el desierto- para que se abran de una maldita vez todos los legajos “secretos” que se encuentran en los archivos generales militares, tanto de Segovia como sobre todo de Ávila. Los que hay disponibles desde hace años son necesarios, pero insuficientes en cuanto se quiere profundizar un poco por debajo de la superficie.

No se conoce, o al menos servidor lo ignora, que tan esforzados autores se hayan distinguido en sus peticiones públicas para que la apertura sea, por fin, una realidad.  Claro que ello a lo mejor hubiese disgustado a los ministros Pedro Morenés y María Dolores de Cospedal, siempre atentos a seguir guardando los profundos secretos de la PATRIA, ya sea en la guerra civil como en la dictadura bajo el espurio pretexto de que lo que se calificó como “secreto” en 1936-1939 y 1939-1950 debe permanecer en la oscuridad.

Ciertamente, hay indicaciones de que la ministra Margarita Robles se ha dado cuenta que la aplicación de la ley de secretos oficiales de 1968 no debería hacerse con efectos retroactivos. Ahora queda que a los archivos se les dote del suficiente personal, porque la queja de los archiveros, pública y conocida, es unánime. En las condiciones en que se encuentran no es posible trabajar y manejar los legajos hasta ahora cerrados con las proverbiales siete llaves.

Como a quien esto escribe tan insonsables misterios le parece que pertenecen a otra época, he tratado de sacar a la superficie algunos incluso más tenebrosos en el libro que hoy se publica. A ver si, de una vez, los grandes exégetas del franquismo se ponen las pilas.

Alía observó en su intervención que la EPRE militar disponible muestra muchas lagunas y suscita abundantes dudas, no en vano los fondos -aunque voluminosos- son limitados. En consecuencia, destacó la importancia fundamental de la trama civil, sobre la cual hasta ahora se ha conocido bastante poco. Historiador puntilloso pasó revista a todos los aspectos que ya no se ignoran. El plan para el 18 de julio fue sistemático y está bastante estudiado, aunque con lagunas. El Gobierno estaba sobre aviso. Mencionó un caso que a servidor se le había escapado. No hay historiador infalible. Según la documentación del Juzgado Militar de Málaga el 27 de junio de 1936 el mando recibió noticias de que se preparaba un movimiento castrense. Como es notorio, no fue el único aviso.

Sobre esta perspectiva Ángel Bahamonde soltó su carga de TNT. Tras su detenida exploración de los fondos relativos a los consejos de guerra de los jefes y oficiales de la Primera y Tercera Divisiones Orgánicas tras la guerra civil planteó la cuestión de por qué Mola (jefe del Estado Mayor que preparaba la sublevación) no había pensado en un plan específico para Madrid. La versión tradicional debe mucho a los estudios de los historiadores militares franquistas que eludieron la cuestión de las razones que llevaron a desestimar la posibilidad de que pudiera pasar a la acción el 25 por ciento aproximadamente de los efectivos del Ejército peninsular que eran los que tenía la Primera División.

Cabe argumentar, y se ha argumentado, que Mola prefirió su estrategia centrípeta por oposición a la contraria, pero el resultado fue que casi todas las unidades en la capital y sus alrededores dispuestas a sublevarse (algunas incluso casi llegaron a hacerlo), se encontraron sin órdenes precisas. De haber existido un plan, habrían podido intentar un despliegue coordinado. Lo que ocurrió es que cada una fue por su lado. El episodio del Cuartel de la Montaña, con los efectivos en él autoencerrados, ha llamado mucho la atención pero no fue representativo. También llamó la atención sobre el hecho que durante el período precedente no hubiese habido cambios relevantes en los mandos. Suscitó otras cuestiones: ¿por qué no se utilizó el clima subversivo que alentaba, entre otros medios, el periódico ABC? Mola no era un general ineficaz. No podía tener en cuenta los ejemplos del siglo XIX. Su sublevación no fue un pronunciamiento de corte tradicional.  Si fracasaba en Madrid, ¿qué impediría llegar a una guerra?

Bahamonde planteó la cuestión de si Mola, conscientemente, se inclinaba hacia un conflicto. Es posible. Como espero haber demostrado en mi libro, que hoy se publica, los conspiradores de la trama civil contaban con él y habían tomado al respecto las disposiciones oportunas. Para entonces, además, ambas tramas llevaban tiempo estrechamente coordinadas y disponían desde hacía años de un órgano específico en el que estaba presente el teniente coronel Valentín Galarza, uno de los jefes que mejor conocía las interioridades del Ministerio de la Guerra.

El próximo libro de Ángel Bahamonde penetrará más profundamente que en su charla en este tipo de cuestiones. Podrá también basarse en mis propios hallazgos. Escribir historia es una tarea colectiva, cuando de lo que se trata es de abrir brecha o de echar por la borda interpretaciones malintencionadas u odiosas. No daré ejemplos aquí. Basta con señalar que alguno de los libros que ha salido al mercado en las últimas semanas me ha hecho ver, de nuevo, que una cosa es emborronar papel (que, como es notorio, aguanta todo lo que le echen) y otra investigar.