Represalias: el caso francés tras la Liberación (I)

4 junio, 2019 at 8:13 am

Ángel Viñas

Fui amigo del coronel, luego general, Ramón Salas Larrazábal. Su Historia del Ejército Popular constituyó un hito en las postrimerías del franquismo. Su intención había sido escribir una historia del Ejército sublevado, pero los mandos no se lo permitieron. Así que tornó su atención al adversario. Después, se diversificó y, entre otras, abordó la represión franquista tras la guerra civil poniéndola en paralelo con la infligida en Francia a los colaboracionistas y sostenedores del régimen de Pétain. Como si fueran similares. La comparación tuvo cierto éxito en España, en la que el conocimiento de las obras francesas no ha calado demasiado. En ambos casos se encuentran, en efecto, similaridades. Sobre todo, en la sobreactuación de las derechas. En respuesta a un comentario de un amable lector trataré de sintetizar los resultados de las investigaciones más recientes en el vecino país, no sin advertir que se trata de un resumen muy rápido y que no pretende en modo alguno abordar toda la complejidad del tema.

 

Primera diferencia: en España las conocidas instrucciones del general Mola, jefe del Estado Mayor de la futura insurrección, ya ordenaban no tener piedad alguna con los compañeros que no se sublevaran. Debía tratárselos como lo que serían, enemigos.

Segunda diferencia: los sublevados subvirtieron torticeramente la legislación vigente y crearon una nueva figura “jurídica”. A saber, quienes permanecieron fieles al Gobierno republicano eran los “sublevados”, en tanto que los insurrectos eran los “leales”. La aberración no puede ir más lejos. El mundo, literalmente, al revés.

Tercera diferencia: antes del 18 de julio no había peligro de insurrección comunista. La única que existía era la que se preparaba, con ayuda italiana, desde 1932.

En Francia, por el contrario, coincidieron una guerra exterior y otra interior, esta como consecuencia de la primera, a partir del llamamiento (l´appel) del general De Gaulle, en el exilio, el 18 de junio de 1940. La segunda con un decalaje con respecto a la que llevó al derrumbamiento de la República tras la acometida de los Panzer nazis.

La guerra interior no se manifestó duramente hasta después de la invasión de la Unión Soviética por el Tercer Reich. Se dirigió contra el régimen colaboracionista de Vichy y lo que, en diversos círculos, se percibió como traición de su líder, el mariscal Philippe Pétain, héroe de la primera guerra mundial.

Los esfuerzos por unificar la resistencia interior contra el ocupante, liderados en gran medida por Jean Moulin, tardaron en cuajar, pero se desarrollaron rápidamente tras la implantación de un Consejo Nacional de la Resistencia. Se completó con las Forces Françaises de l´Intérieur (FFI), también en 1943. La presencia comunista fue notable en ambas formaciones.

Después de la invasión aliada de la Francia ocupada por Normandía y Provenza en junio de 1944, la resistencia interior -que había sido fuertemente apoyada por los británicos- cobró nuevos bríos y coordinó, hasta cierto punto, los ataques a las fuerzas alemanas y a sus colaboradores, en cuyo seno se había creado en 1943 una formación paramilitar (“la Milice Française”). Actuó vilmente al servicio de un régimen marioneta como había llegado a ser el de Vichy y en estrecho contacto con la Gestapo, las Waffen-SS y la Wehrmacht.

Si la guerra exterior, hasta el empuje territorial aliado de 1944, no presentó dificultades políticas y organizativas que siempre superó el genio militar y político de De Gaulle, la interior estuvo marcada por las rencilas entre las diversas fuerzas en pugna entre sí y con el ocupante, la aspiración a marcar puntos en la búsqueda de una cierta supremacía tras la liberación del territorio, las disparidades respecto al futuro de una República, cuya tercera versión había quedado deshecha por el régimen de Vichy, y la influencia de factores exteriores, ya preexistentes antes de la derrota de Francia.

Ninguna de las anteriores circunstancias se parece lo más mínimo a lo sucedido en España entre 1935 y 1939. Si algún lector la detecta le agradecería que me lo comunicase. Lo que tienen en común son dos rasgos. En primer lugar, la duración, aunque fue más larga en el caso francés (cuatro años y medio pero, en la práctica, algo más de tres). En segundo lugar, el ansia acumulada de venganza por parte de los vencedores, aunque sus raíces fueron muy diferentes en los dos casos.

Mi amable lector, dispuesto a darme una lección, ha subido a este blog en la página de FB varios artículos (no demasiado científicos) y una entrevista con Herbert Lottman, periodista y biógrafo norteamericano. En ellos se entremezclan diversas categorías de asesinatos, ejecuciones, emprisonamientos, en algún caso con llorosas lamentaciones por lo mal que trataron las autoridades francesas después de la Liberación a sus propios compatriotas.

No soy un experto en la depuración, pero tengo en mi biblioteca algunas obras de referencia. En Francia, como en España, ocurre que autores anglosajones dictan sentencias como si alcanzaran el “final de la historia”. No todos, desde luego, pero como si los historiadores franceses fuesen incapaces de arrojar luz sobre uno de los períodos más oscuros de su pasado. Aunque, todo hay que decirlo, como en la viña del Señor algunos de sus crudos son mejores que otros.

Durante muchos años Robert Aron fue el papa de tales estudios (en primer lugar con su masiva Histoire de Vichy, aparecida en 1954, y luego con sus Histoire de la Libération y, sobre todo, con su Histoire de l´Épuration, incluso más masiva). Afirmó que el número de muertos oscilaría entre 30 y 40.000.  En todo caso, lejos del “baño de sangre” ocasionado por los maquis o los furibundos “vengadores” y que llegaron a la formidable cifra de 100.000, propagada por ciertos periodistas norteamericanos y los círculos de extrema derecha franceses, emulados por los copistas franquistas en la senda de Ricardo de la Cierva.

Pocos años después, un joven historiador norteamericano, Peter Novick, desembarcó en Francia. Hizo su trabajo de campo, estudió archivos, se entrevistó con Aron, detectó sus fallos y en 1968 publicó The Resistance versus Vichy. The Purge of Collaborators in Liberated France. Introdujo una nueva contabilidad: el número de presos tras la liberación ascendió a unos 126.000 y hubo unas 87.000 condenados a penas que oscilaron entre la degradación nacional y la capital (esta, afirmó, en poco más de 8.000 casos). El general De Gaulle conmutó esta última, según Rioux, en un 63 por ciento, que cabe comparar con el 16 por ciento en Noruega y 50 por ciento en Dinamarca. Es más, el porcentaje de personas detenidas u objeto de investigación fue, en Francia, del 0,94 por mil habitantes en comparación con el 3,74 en Dinamarca, 4, 19 en los Países Bajos, 5,96 en Bélgica y 6,33 en Noruega. Posteriormente Bourdrel precisó que de las 7.037 condenas a muerte que contabilizó solo 791 fueron ejecutadas. Muchas menos que las calculadas por Novick. En cualquier caso, y sin entrar en detalles, no parece que, a diferencia de su contrapartida hispánica (SEJE), al triunfante general se le fuera la mano. Lo que ha escrito sobre el ansia de sangre de De Gaulle un amable lector al respecto, y las referencias por él utilizadas, son pura filfa.

Hablamos de la depuración legal. Hubo, obviamente, otra de carácter extra-legal, del tipo más o menos de tomarse la justicia por su mano. Algo difícil de impedir, por cuanto o no había autoridades o estas podían incluso estar bajo sospecha.  Aquí, simplemente, indicaré que el apéndice C de la obra de Novick contiene una detallada comparación de las exageradísimas cifras “pro-vichistas”. Sus cálculos oscilan entre un máximo de 5.234 de víctimas antes de la Liberación y de 4.439 y 3.724 después de ella. Con ejecuciones para las cuales no ha podido establecerse un móvil que se elevan a 1.532 y 423 respectivamente. En total, y en los máximos, 10.822. No obstante, podría llegarse hasta casi 15.000, según las cifras recopiladas por las fuerzas de la Gendarmería. En realidad, Novick terminó afirmando que no podría afirmarse nada seguro respecto a la cifra de las ejecuciones sumarísimas y extra-legales.  Algo que la investigación subsiguiente ha precisado dentro de los límites por él señalados.

No hay que fiarse, en todo caso, de una aparente exactitud y Novick lo enfatizó a lo largo de su libro. No me parece presiso detenerse en la rabia, el encono, la furia (y los ajustes personales de cuentas y los resultados de viejas y nuevas rencillas) con que los maquis de toda índole (comunistas y otros) procedieron contra quienes habían traicionado a Francia, colaborando con los nazis y la milice. Tampoco a las discordias entre fuerzas heteróclitas dentro de los movimientos de resistencia  He preferido, en este post, subrayar la depuración “legal” ya que, desde el momento inicial, los sublevados en España procedieron a sus sangrientas hazañas bajo el control de la autoridad militar y con conocimiento de esta. Las del entonces comandante de la Guardia Civil Manuel Díaz Criado en Sevilla son bien conocidas. Hubo otros militares y guardias civiles que no se quedaron atrás. Muchos de ellos han sido identificados y merecen ser puestos en el catálogo de la infamia en España.

En mi reciente libro he exhumado el testimonio de uno de los fascistas menos tolerantes, amigo personal del conde Ciano y a quién este envió a Marruecos y Andalucía, con la primera expedición de aviadores, como sus “ojos y oídos” para que le informase fuera de los canales diplomáticos y militares regulares. El entonces capitán de complemento de Aviación y luego coronel de la Milicia Fascista, Ettore Muti, cumplió su encargo y pronto se hizo eco de que en Sevilla se fusilaban diariamente al menos a 30 personas y que cuando llegó se estimaba que ya se habían liquidado al menos a unas 1.300. Evidentemente, se quedó corto, como muestran los detallados estudios de, entre otros, Francisco Espinosa. Fusilamiento implica participación de soldados. Los asesinatos a sangre fría, en los campos, en los pueblos “bajo la tiranía roja” (como se decía), no se cuentan en tal cifra. Recordemos algún testimonio directo como el de Antonio Bahamonde.

(Continuará)