La Fundación Nacional Francisco Franco escribe al papa. Un comentario.

22 octubre, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

El 2 de octubre pasado la FNFF dio a conocer en su página web (www.fnff.es) una carta abierta titulada “Santidad, no abandonen (sic) a los católicos españoles”. Confieso que la vi por casualidad. No suelo frecuentar dicho lugar donde tienen por costumbre incluir graciosos comentarios a mi nombre y mis trabajos. Me pareció tan interesante y sugestiva que inmediatamente, aunque estaba en el extranjero hurgando en archivos, la subí a Facebook gracias al móvil. Anuncié que, si tenía tiempo, haría un comentario sobre ella. El tiempo, por fortuna, no me sobra, pero una circunstancia me obliga a emprender la tarea. El objetivo de la carta era impedir (vía la intercesión del Sumo Pontífice) el “desafuero” que representaría la exhumación de los restos mortales del inmortal Generalísimo. Sin embargo, tan piadoso deseo no parece que vaya a cumplirse (escribo estas líneas antes de que el evento haya tenido lugar).

 

A diferencia del Excmo. Sr. Don Francisco Vázquez, exalcalde de A Coruña y exembajador ante la Santa Sede, que ha regalado a los historiadores vía las páginas del venerable diario ABC con su particular sapiencia de temas del pasado sobre los que diserta con una por escasos colegas míos reconocida autoridad, servidor no ha entrado en el Vaticano sino como mero turista a las zonas abiertas. Supongo, no obstante, que quienes proyectaron la carta sabrán mucho más del mismo y, si no, siempre habrían podido consultar al prior (“heroico”, según ellos) de la “Abadía Benedictina del Valle de los Caídos”. Yo no cuento con tal autoridad. Sin embargo, aparte de leer masivamente cartas y despachos diplomáticos desde 1971 para escribir alguna que otra cosilla sobre el pasado, también los he redactado. Recuerdo que en algún momento me encomendaron que pergeñase un proyecto de misiva del presidente Jacques Delors al presidente George H. W. Bush sobre un tema entonces políticamente muy sensible como era la situación en El Salvador en plena guerra civil. Lo pasé por toda la jerarquía de la Comisión Europea (era obligado) y nadie cambió ni una sola coma.

Hay que suponer que en un tema no menos sensible como es el de recabar abiertamente una intervención directa de la Santa Sede en los asuntos políticos de un Estado soberano con el que existen plenas relaciones diplomáticas, los redactores de la carta abierta se habrían atado los machos en concordancia con la importancia del asunto y, en consecuencia, medido al milímetro sus palabras. Cuestión de mera profesionalidad. Por desgracia me asalta la sospecha de que no ha sido tal el caso. La carta, por no tener, no tiene ni encabezamiento (el título no vale: podría aplicarse a un artículo de prensa). Claro que esto es una mera objeción formal y, si se me apura, de mera educación. Lo más significativo es el contenido. Daré unos pocos ejemplos.

Para argumentar la necesidad de la intervención de Su Santidad en un asunto político español como es el de la exhumación de los restos mortales (“res sacra”, según la reconocida autoridad del “heroico” prior) a los redactores no se les ocurrió otra cosa que presentar la guerra civil exclusivamente como dirigida contra la religión. Para ello no dudaron en apoyarse en la frase tópica de Don Manuel Azaña (a quien le hacen presidente de la República) de que “España ha dejado de ser católica”. Olvidan que la pronunció el 13 de octubre de 1931 en uno de los debates sobre los artículos de la Constitución referidos a la Iglesia y en su calidad de ministro de la Guerra del Gobierno Provisional. La Presidencia no la ocupó hasta mayo de 1936. Es cuestión de echar un vistazo a Wikipedia. Él mismo Azaña explicó lo que quería decir con tan manoseada formulación y que, supongo, cualquier monseñor en la Curia podrá haber comprobado en el propio discurso (sugiero a los amables lectores que echen un vistazo al siguiente enlace: http://www.filosofia.org/hem/dep/sol/9311014.htm). Hay muchos otros.

La referencia en la misiva a la Carta colectiva del Episcopado Español (1º de julio de 1937) podría considerarse como una impertinencia, en lenguaje suave.  No da la impresión de que los redactores de la misiva se hayan molestado en leerla. Tampoco parece que estén demasiado familiarizados con su significado. En realidad, ha generado una copiosísima bibliografía. Contiene afirmaciones rotundamente falsas, como ya observó uno de los historiadores pro-franquistas, católico a machamartillo y jurídico militar de reconocido prestigio en la dictadura y postdictadura (fue general auditor del Ejército del Aire y juez especial para la instrucción del sumario relativo al 23-F, amén de historiador y director general de Cinematografía y Teatro). La FNFF, dirigida por un general, puede leer su conclusión al respecto en https://asambleadigital.es/wp-content/uploads/2019/06/CARTA-COLECTIVA-EPISCOPADO-ESPA%C3%91OL.pdf, por no remitir a alguno de mis propios trabajos o de los títulos más descollantes de la abundante literatura, en la que brillan los nombres de clérigos especializados. No parece verosímil que en el Vaticano se preste en 2019 demasiada atención a aquel escrito de intención meramente propagandística y con escasos impactos políticamente efectivos fuera del mundo católico y en Estados Unidos y Bélgica.

Tampoco veo que los ejemplos anteriores tengan demasiado que ver con el asunto en cuestión, que es -repito- rogar la intervención del Sumo Pontífice en los asuntos soberanos de otro Estado, pero parece sintomático que la FNFF haya aireado algunos de los (numerosos) “logros” tras la guerra “contra la Iglesia” de su largo dirigente impuesto por las armas y la cooptación de otros generales (ejecuciones, sí, pero solo para delitos de sangre; numerosos indultos; labor descomunal de generosidad y clemencia; seguimiento de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo -aunque no afirman que lo hiciese al pie de la letra-, etc.) para robustecer la “necesidad” de dicha intervención. Todos aspectos y otros han sido convenientemente matizados, cuando no rebatidos, por una amplia literatura que ha esclarecido el debe y el haber del difunto y que, como es lógico, la FNFF jamás ha aireado en sus páginas. En lo que se refiere a los aspectos económicos de la fase de “desarrollismo”, y que no tienen nada que ver con el asunto, dado que he escrito algo al respecto prefiero abstenerme de todo comentario, pero estoy a la disposición de la FNFF en seguimiento del mandato del enseñar a quien no sabe, una de las más importantes obras de misericordia.

A cualquier historiador que se precie puede parecerle muy sesgado que la FNFF haya introducido en su escrito que “el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) -el mismo que entre 1934 y 1936 había permitido, si no impulsado, la revolución que llevó a la guerra civil”. Esto es falso de toda falsedad y deja en mantillas incluso las tesis del profesor Stanley G. Payne, que ya es decir. Es más, me atrevo a asegurar que hubiese encendido de ira a su Generalísimo. Que en una misiva de alto contenido político a su Santidad de sus fieles seguidores no aparezca ni una sola vez el término “comunismo” o “comunistas”, los auténticamente malvados que según SEJE iban a despeñar a la Patria en los abismos de la revolución, le hubiese probablemente enervado. No sin razón. Después de más de cuarenta años enfatizando el peligro comunista que había hecho “imprescindible” un “alzamiento” liberador, después de centenares si no millares de libros, artículos y columnas pintándolo con los trazos más negros (por así decir, la vanguardia de la “escoria de la Nación” en frase inmortal ante el Consejo Nacional del Movimiento) que a la Fundación que ostenta su nombre y se dice guardiana de su inmortal memoria se le ocurra olvidarse del maligno por antonomasia le llevaria a preguntarse “pero, ¿adónde han ido mis fieles?”. No sabemos si lo hará desde la eternidad.

También cabe especular en qué mundo habita la FNFF al informar al Su Santidad de que “en España no se hablaba de la guerra”. ¿Cuándo, por ventura, ha dejado de hablarse de ella? La dictadura no dejó jamás de referirse a la misma. A los españoles se nos restregó el “muertos por Dios y por España” hasta en la sopa. Se habló siempre y también con connotaciones y explicaciones que, eso sí, jamás se permitieron desde 1939 (o desde julio de 1936 en las zonas en que triunfó la sublevación). ¿Hemos de recordar en qué años se abolió la censura, primero de guerra y luego en su versión fragairibarnesca?

La carta induce dudas existenciales. ¿Podría decirse, con un mínimo conocimiento de hermeneútica, que la Ley de Memoria Histórica tiene por objeto reescribir la historia de España entre 1931 y 1978? Que servidor sepa, la historia la escriben en primer lugar los historiadores y luego los pueblos. No los Gobiernos, salvo si son dictaduras, de derechas o de izquierdas. La de Franco, por ejemplo, generó un canon en el que todavía cree un sector de la sociedad española, ayuno de lecturas y de conocimientos. Además, no la escriben únicamente los historiadores españoles. También quienes no viven en el país en el que, según se recuerda al Sumo Pontífice, “se han profanado templos, se ha insultado, acosado o incluso agredido a sacerdotes, se han retirado Cruces, se ha prohibido la enseñanza de la religión católica en los colegios y se han eliminado todos los crucifijos”. Es decir, lo mismito que en una dictadura comunista cualquiera o en la nacionalsocialista  de pro (con la que, en su momento, bien pactó el correspondiente concordato el secretario de Estado y entonces cardenal Eugenio Pacelli el 20 de julio de 1933). Es cierto que, a lo que parece, tal magna obra sigue teniendo validez (https://de.wikipedia.org/wiki/Reichskonkordat), pero este es un tema de los alemanes, no de los españoles.

Después de tres páginas repletas de lo que a un lector no particularmente prejuzgado podría parecerle un dechado de errores históricos (de nuevo el suave lenguaje se impone) los autores de tan impresionante escrito entran en materia: hay en marcha, informan a Su Santidad, una estrategia “de demolición de la esencia y el fundamento cristiano de nuestra Patria” (me pregunto cuándo se abrirán los despachos de la Nunciatura Apostólica que se refieran a esta singular misiva y cuáles son las evidencias documentales que encierra la FNFF en las que, sin duda, se apoyan). Tengo, sin embargo, la impresión de que entre los autores que han osado dirigirse al Papa Francisco no han abundado los juristas porque en una envolée retórica, que ya quisiera servidor ser capaz de emular aunque fuese en otro contexto, la reciente sentencia del Tribunal Supremo se califica de “incomprensible”. Por el contrario, muchos legos pueden incluso comprenderla.

Al final destaca una información: la FNFF acudirá al TC y, de ser necesario, al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.  [Mi interpretación: una advertencia -quizá exagerada- al  Estado español que ya podría echarse a temblar. Franco tiene la mano larga, pues previsiblemente estará en contacto con un ejército de ángeles custodios]. En una nueva muestra de savoir faire, los autores concluyen su misiva con otra advertencia: si la Santa Sede cede “a las pérfidas pretensiones del Gobierno español se convertirá(n) en colaboradores necesarios de un hecho de imprevisibles consecuencias, todas malas”. En claro:  “el Santo Padre se la juega”. Una forma extraña de implorar su intervención.

No me consta que públicamente se haya dado reacción alguna de la Curia o de la Nunciatura. Es lo más lógico y natural. Me parece -pero puedo equivocarme- que para los redactores de la misiva no se trata de influir en la postura del Sumo Pontífice. Si esta hubiese sido realmente su intención su falta de éxito es algo que cabe calificar de sobresaliente siquiera porque la sentencia del Supremo es inconmovible.

Lo que puede haber inducido tal esfuerzo “diplomático” y mediático es la esperanza de ganar un micropunto en la batalla no por la historia sino por el relato sobre el pasado, hecho con fines presentistas y futuristas.  Ya en el mismo día de la publicación de la carta la habían firmado, nos cuenta el periódico LA RAZÓN, más de 2.000 personas. Después habrá habido muchas otras. Es conocida la máxima atribuída al maestro Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Con los modernos medios digitales puede multiplicarse por un favor inimaginable.

Como según saben los tramposillos del Brexit el relato se riega a base de libras esterlinas e incluso dólares, tampoco cabe descartar que con la carta se pretenda dar más vida a una acción de propaganda que contribuya a rellenar caja. Los lectores aficionados a consultar a Mr Google no tendrán dificultades en identificar la procedencia de un proverbio no español: “con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver”. Y así, cuanto más numerosas sean las mentiras, más multiplicarán tal posibilidad.