Represión, ¿pero de quién?

2 mayo, 2014 at 10:50 am

En primer lugar hay que señalar que la represión republicana ha sido objeto de análisis muy detallados tanto en el plano cuantitativo como cualitativo. Se inició tras el fracaso relativo de la sublevación y se desarrolló en los primeros cinco o seis meses de las hostilidades. A principios de 1937 ya no era ni sombra de lo que fue y fue reduciéndose hasta llegar a mínimos. A diferencia de lo que ocurrió en la zona franquista.

Numerosos historiadores desde los pioneros (Francisco Espinosa, Francisco Cobo, Francisco Gómez Moreno) hasta la más rabiosa actualidad (Encarnación Barranquero, José Luis Ledesma –de quien se espera ansiosamente una tesis doctoral que lleva diez años en elaboración) pasando por Paul Preston con su Holocausto español han aportado conocimientos indispensables. Por mucho que se desgañiten los historiadores neofranquistas ninguno de ellos ha efectuado percées tan importantes como las hechas por quienes no lo son.

El lector que quiera echar un vistazo a este tema no puede hacer mejor que acudir a un libro reciente, coordinado por Peter Anderson y Miguel Ángel del Arco, Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la guerra civil y el franquismo. Acaba de aparecer en Comares, una editorial granadina que se ha hecho una reputación en estudios académicos muy innovadores sobre la guerra civil y la dictadura.  Dividido en cuatro partes (La violencia en la zona rebelde, La violencia en la zona republicana, Represión y resistencia de posguerra y Afrontando al pasado) contiene diez ensayos que son diez auténticas joyas. No se escamotean los temas difíciles. Paul Preston ha escrito un iluminador ensayo sobre un general terrorista y asesino, hoy todavía yacente en nada menos que la catedral de Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano, y una relativamente recién llegada a la gran historia, Maria Thomas, aborda con un abundante aparato conceptual y sustentado en evidencia primaria la gran mancha de la República, el asesinato de una parte sustancial del clero regular y secular. Lucía Prieto y Encarnación Barranquero estudian las características esenciales de la violencia republicana y su aplicación al caso de Málaga (también la venganza, con la figura actuando en el trasfondo de Carlos Arias Navarro), con nuevos descubrimientos que ponen de relieve hasta qué punto la justicia republicana jugó un difícil papel entre la legalidad y los principios por una parte y la exaltación de las masas por otro.  Peter Anderson estudia cómo el Gobierno de SM británica quiso cerrar, y cerró, los ojos ante la violencia franquista y se refugió en la acometida por los republicanos aunque siempre estuvo al tanto de lo que pasaba en la zona ocupada por el Ejército de Franco (y en donde algunos de sus cónsules hicieron gala de un comportamiento algo más que indigno para disimularla en todo lo que pudieron). Tres especialistas muy conocidos Gutmaro Gómez Bravo (para la implicación eclesiástica en la represión penal –esa que siempre se olvida y a la que nunca, en lo que yo sé, ha hecho la menor referencia ese cruzado redivivo que es el cardenal Rouco Varela), Jorge Marco (innovador estudioso de una guerrilla abandonada a su suerte desde el extranjero, a diferencia de lo que ocurrió en la Europa ocupada por  el nazi-fascismo) y el propio Miguel Angel Blanco con un estudio de las pequeñas y, ¡oh!, cuán simbólicas, pequeñas resistencias tras la sangrienta VICTORIA de 1936) entran en los duros años de la postguerra. Por último Michael Richards aborda el debatido tema de la memoria de la guerra y Antonio Míguez la cuestión de la impunidad por los crímenes del franquismo.

Todos los ensayos, insisto, están basados en la aplicación de los conceptos heurísticos, epistemológicos y analíticos más modernos pero nada de ello serviría de nada si no se sustentaran sobre una poderosa base empírica.

Reseñar cómo se articulan unos y otra no es algo que pueda hacer en este post. Sí puedo lanzar un desafío a mis amables lectores para que busquen y encuentren algo similar por el lado de los autores que han encontrado una mina de oro en la denigración constante de los vencidos.

Por cierto, como ya he señalado en alguna otra ocasión, nada de lo que antecede empaña el tema de las responsabilidades. ¿Quién se preparó para una guerra desde febrero/marzo de 1936?, ¿quién ha estado dando cobijo a las patrañas y exageraciones de una primavera tumultuosa al término de la cual debía haberse creado la sensación de un estado de necesidad que justificase una sublevación? Siempre volveremos a la misma cuestión.