Exploraciones en archivos (V)

7 abril, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

A pesar de lo que cuentan muchos historiadores, generalmente de derechas, sobre los resultados benéficos de la dictadura (perdón, “el régimen”) de Franco cualquiera que sea el ámbito de su historia en el que servidor se haya movido mis resultados, basados en EPRE pura y dura, son diferentes. No es una postura apriorística.  En un libro titulado SOBORNOS encontré evidencia en principio creíble para alabarle por su sangre fría cuando mucha gente en torno suyo perdía la cabeza ante el temor de una posible intervención aliada. No la suprimí. Incluso la realcé. Desde luego es la única nota positiva que he encontrado. Ahora, en estas exploraciones, deseo aludir al ejemplo paradigmático, repetido  con singular tenacidad, de que Su Excelencia el Jefe del Estado fue el gran muñidor del “milagro económico” español de los años sesenta. Esta es una falacia que solo creen los crédulos, los convencidos y los impermeables al razonamiento empírico. Y no es por falta de testimonios ni de papeles.

 

Siempre estaré agradecido al profesor Rafael Martínez Cortiña por haberme deparado la posibilidad de entrar en los archivos del franquismo en fecha tan temprana como 1976/77 para coordinar el libro Política comercial en España, 1931-1975. Ya he hecho referencia a él, cuando descubrí la cláusula secreta de activación de las bases norteamericanas en España y todo lo que había detrás. Sin embargo, desde el punto de vista de la desmitificación de SEJE el capítulo más importante me parece que fue el estudio de la larga gestación del giro copernicano que su dictadura dio en 1959 con el plan de liberalización y estabilización de la economía. Sin ella no se habría producido como se produjo el “milagro económico”. Que algo similar, pero quizá en peores condiciones, se hubiera hecho más tarde es algo para mi bastante incontrovertible. Podemos estar absolutamente seguros de una cosa: Franco nunca tuvo ganas de perecer con su régimen.

La idea de que a Franco le forzaron algunos de sus ministros, en particular los del Opus Dei, es algo que, con las debidas cautelas, ya se dijo en la época. El ministro de Hacienda Mariano Navarro Rubio lo explicó, como se debía, en algunos de sus escritos. Por supuesto, inclinándose ante el patriotismo, la sagacidad, la visión y la grandeza de miras del Caudillo. En realidad, no fue así. A Franco hubo que confrontarlo con la dura realidad y arrancarle el nihil obstat con el mismo tipo de grandes tenazas que probablemente se usen para extraer los dientes podridos de los hipopótamos. Mientras fuera de las fronteras españolas media docena de países vecinos empezaban a echar a andar por un sendero común de liberalización de los intercambios y de creación de un futuro mercado entre ellos, la dictadura seguía aferrada con uñas,dientes, alicates, harpones de titanio y demás instrumentos  a una estrategia radicalmente opuesta.  Y ello, a pesar de que todos los intentos por suavizar el estrechísimo corsé que atenazaba la economía española, y que se remontaban a los primeros años cincuenta, habían fracasado. Sin paliativos mientras, eso sí, muchos con los adecuados enchufes se ponían las botas.

Mi tarea, al abordar la investigación en fuentes primarias en los archivos de Exteriores, Banco de España, Hacienda, IEME y Comercio, estribó en documentar cómo fue gestándose el cambio de estrategia. Tuve la suerte de contar con la orientación de algunos protagonistas de aquella empresa. Por ejemplo, los profesores Enrique Fuentes Quintana, Manuel Varela Parache y Fabián Estapé. Hubo muchos más, pero quienes me proporcionaron informaciones más valiosas fueron los tres mencionados. A ellos recurrí cuándo ya tenía un borrador. Las memorias son frágiles (lo he dicho ya) y los papeles quedan. Uno puede equivocarse en la interpretación de uno, dos, cuatro o veinte. Es más difícil equivocarse cuando se manejan, digamos, quinientos u ochocientos y de lo que se trata es de reconstruir una línea de actuación política. Esto lo aprendí a la hora de escribir mi tesis doctoral y lo he vuelto a poner en práctica a la hora de escribir mi próximo libro.

Una de las razones que siempre se adujeron para el cambio de política en 1959 fue que la posición de divisas de España era insostenible. Mucha gente de mi edad recordará, quizá, que cuando por la prensa, la radio o la incipiente televisión se daba cuenta de los acuerdos del Consejo de Ministros de los viernes había casi siempre una referencia al ministro de Comercio, el profesor Alberto Ullastres, miembro eminente del Opus Dei, de que había informado sobre dicha posición. Las “noticias” se abstenían cuidadosamente de cualquier calificativo. Ullastres era, en aquel Gobierno, uno de los pocos ministros que daba una imagen diferente a todos los demás.  Hasta parecía moderno.

Para mí conocer cuál había sido la secretísima posición de divisas de verdad se convirtió en una obsesión. Evidentemente se habían hecho reconstrucciones estadísticas pero nadie había dado con la EPRE de la época. Al escribir cómo la encontré me temo que algunos de los lectores de estas “aventuras en archivos” no se lo creerán. Pero fue como lo cuento. Lo hice en dos etapas. La primera fue consultar los documentos del IEME que se encontraban en el Banco de España. Ningún historiador o economista de fuera de la casa, que yo sepa, los había visto hasta entonces. Dieron mucha luz porque el IEME redactaba una memoria anual supersecreta que conocían muy pocas personas fuera del círculo que la preparaba y, naturalmente, de la Superioridad. Pero carecían de “chicha”, es decir, esos vericuetos previos que encandilan a los historiadores que desean saber algo más sobre el policy-making previo.

El IEME dependía del Ministerio de Comercio en aquella época, así que pasé algún tiempo preguntando a unos y a otros si recordaban dónde se encontrarían papeles que no estuvieran en el Banco de España. Al final, quien era entonces  (o lo había sido) vicesecretario general técnico, un compañero técnico comercial del Estado llamado Ramón Boixareu (por cierto fallecido no hace muchos años, DEP), recordó que había dado órdenes de quemar papeles que había en un almacén sito en la calle de Bravo Murillo en Madrid. Con el fin de hacer espacio.

Naturalmente me apresuré a ir al almacén donde un inmenso volumen de documentación, sin orden ni concierto, se acumulaba en estanterías y se prolongaba en decenas de extensos montones en el suelo. Ver aquello era desolador.  Nunca me he sentido tan desamparado como en aquella ocasión. ¿Qué hacer? Algunos elevarían sus preces al Señor. Otros se darían la vuelta. Yo probé a intentar suerte. ¿No es cierto que a los que se atreven les sonríe la fortuna, según escribió Virgilio? Dediqué quince días a husmear por aquí y por allá y, al menos en lo que mi respecta, se cumplió lo predicho por el escritor latino. En un montoncito, separado de muchos otros, hallé una parte de los documentos que, evidentemente, habían servido para preparar las memorias anuales del IEME. También vi, en algunas estanterías, las órdenes de pagos en divisas por operaciones de diversos tipo de comercio durante la guerra civil. Ojeé unas cuantas y me retiré espantado. Entonces no había programas de ordenador para tratar de clasificar o categorizar aquella masa de papel.

Con lo que pude rescatar en el almacén y la documentación de alto nivel del IEME reconstruí, bien que mal, la evolución de la posición de divisas de la dictadura desde los años de después de la guerra civil hasta, prácticamente, la llegada del plan de estabilización y liberalización. Invertí en ello varios meses. Era obvio que en 1958 la situación de divisas era tal que resultaba absolutamente imposible mantener la vía de introversión económica. O se abría la economía o llegaría el colapso ante la imposibilidad de importar productos para la industria, el comercio e, incluso, para comer. Esto se había insinuado antes. Se afirmó después. Lo articularon economistas competentes pero una cosa era leer a autores prestigiados y otra muy diferente ver los datos brutos, que nadie del público había conocido y que se habían tratado, no era de extrañar, como un auténtico secreto de Estado.

En el próximo post daré algunos datos y contaré otras anécdotas. Seguro que algunos pensarán que exagero. En absoluto. Si mis informaciones no son incorrectas, el almacén de Bravo Murillo se vació y al menos una parte de sus montañas de papel emigró hacia el archivo histórico del Banco de España. No lo he verificado. Pero también es posible que su destino fuese la incineradora. Cosas más raras se han visto.