Sobre Largo Caballero y la actualidad

14 abril, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Interrumpo mi serie de exploraciones en archivos porque un lector ha subido a la página de FB que está conectada a mi blog un recuadro en el que señalan las cinco afirmaciones que figuran en el recuadro adjunto. El mismo recuadro me ha llegado por otros conductos. Procedimientos similares se siguen en libros de algunos autores más o menos reputados.

 

Lo que significa esta proliferación de acciones no es excesivamente difícil de discernir. A los noventa años casi de establecida la Segunda República este período de la historia sigue vivito y coleando. ¿Por qué? En mi modesta opinión confluyen varias razones, de tipo histórico y de índole presentista. En el primero porque un sector de la sociedad española sigue agarrado a los mitos fundadores del franquismo. En el segundo porque se enfoca el pasado con criterios enraizados en las pugnas políticas del presente. Como mitos son insensibles al análisis racional, es decir, al fundado en el análisis histórico. Representan una señal de identidad y, cosa harto sabida, con las identidades no se juega.

Naturalmente, como han señalado numerosos historiadores y pedagogos una de las causas de esa permanencia, aunque no la única, se debe a que la España democrática no ha terminado de ajustar cuentas con su pasado no democrático. De haberlo hecho, se habría preocupado de que las enseñanzas que, más o menos penosamente, hemos extraído los historiadores del análisis del pasado hubiesen sido transferidas al sistema educativo en sus tramos fundamentales de la ESO y del Bachillerato. Eso es lo que ha ocurrido en casi todos los países europeos occidentales que han pasado por circunstancias tan traumáticas, o más, como España. Si nosotros tuvimos la guerra civil, ellos sufrieron la segunda guerra mundial. En muchos hubo acciones de resistencia no solo contra los invasores nazi-fascistas sino también contra los propios. Ha costado mucho esfuerzo llegar a establecer grandes consensos sobre un pasado conflictivo e hiriente. En España no hemos llegado a eso pero, afortunadamente, desde el fallecimiento de SEJE, a trancas y a barrancas, han ido abriéndose los archivos, se han renovado las generaciones de historiadores, se han importado nuevas formas de ver el pasado y la discusión historiográfica sobre la guerra civil y el franquismo se ha asentado definitivamente en España.

Sobre la Segunda República se han publicado en torno a los 5.500 libros, según las estimaciones del profesor Eduardo González Calleja. Es más en los últimos años, la producción historiográfica no ha cesado de acelerarse. Hoy ese corto período (sin contar la guerra civil) constituye de por sí una especialización propia. Esto no quiere decir que ya se sepa todo, porque desgraciadamente quedan documentos por desclasificar, algún que otro archivo por abrir y numerosos archivos privados por explorar. E incluso en archivos abiertos hay segmentos en los que la investigación no ha aclarado todo. En parte, porque como el pasado en su totalidad es radicalmente inaprehensible, los historiadores nos fijamos en retazos del mismo y nos hacemos preguntas. Ni todos los retazos se han agotado ni todas las preguntas posibles se han suscitado.

Nada de lo que antecede significa que estemos hoy en la misma situación que en 1975, cuando el panorama historiográfico estaba dominado por unos cuantos nombres cuidadosamente seleccionados porque no ponían en cuestión el dogma básico de la dictadura: la guerra fue inevitable porque, de no haberse producido, España se hubiera despeñado por el abismo de una revolución impulsada y manipulada desde Moscú. Este dogma se reveló ilusorio, por mucho que en su momento fuera bendecido y sacralizado por la Iglesia Católica española.

Hoy la evolución del pensamiento anti-republicano (o, según otros, reaccionario o, para otros, de derechas pura y simplemente) ha desplazado de su posición central la supuesta amenaza comunista y la ha sustituído por las presuntas pulsiones no menos revolucionarias del PSOE. Es absolutamente irrelevante que casi toda la documentación socialista de la época esté hoy abierta de par en par, en los archivos de las Fundaciones Pablo Iglesias, Largo Caballero, Prieto, Negrín (sin duda hay más, pero solo me refiero a las que conozco) o en los archivos nacionales (CDMH y AGA, amén de en diversos archivos militares). Algunos autores extranjeros como el profesor Stanley G. Payne o Sir Antony Beevor han inspirado a autores patrióticos. No se han dado cuenta de que ambas luminarias de la historiografía anglosajona no han puesto sus pecadores pies en ningún archivo español, con la relevante excepción del primero en tres o cuatro ocasiones en la FNFF y, por añadidura, en ningún extranjero. Un récord absoluto.

Muchos de los personajes de mayor significación política e histórica de la Segunda República escribieron memorias, que sin excepción alguna hay que revisar con ojos críticos o supercríticos y contrastar con la EPRE correspondiente. Así, por ejemplo, puede destacarse que obras como las de Lerroux, Gil Robles, Largo Caballero (que no escribió él), Martínez Barrio y muchas otras son, en puntos cruciales, falaces. Incluso la fuente máxima, los diarios de Azaña, dejan bastante que desear a la hora de esclarecer puntos cruciales. Todo ello con independencia de que, en general, los grandes actores tienen un sesgo propio, porque escasos son los que proceden analíticamente y con el suficiente distanciamiento (una excepción, que confirma la regla, sería quizá Julián Zugazagoitia).  Tales y otros personajes han sido objeto de biografías. En el lado de los vencidos (los más desfigurados en el canon franquista) Santos Juliá y otros escribieron sobre Azaña, Enrique Moradiellos y otros sobre Negrín, Juan Francisco Fuentes, Julio Aróstegui y otros sobre Largo Caballero, Octavio Cabezas y otros sobre Prieto. Hay muchos más. ¡No se trata de personajes desconocidos!.

En lo que se refiere a las citas de Largo Caballero de la imagen me vienen a la memoria las referencias que a él ha hecho, desde la primera a la tercera edición,  Andrés Trapiello en su conocido libro Las armas y las letras. En el bien entendido que tal autor es un historiador de la literatura solamente por lo que la persistencia causa cierto asombro. También me llamó la atención las referencias que a Largo Caballero hizo otro autor, en este caso no historiador profesional. Les dediqué dos posts que se publicaron en este blog los días 9 y 16 de octubre de 2018 y que cualquier lector podrá recuperar con solo un par de clicks del ratón en el calendario de la derecha.

La obsesión en las actuales circunstancias con Largo Caballero es explicable, para mí, porque de todos los partidos políticos que existían en la Segunda República únicamente dos tienen una cierta continuidad histórica: el PSOE y el PCE. El segundo no es, obviamente, ni sombra de lo que fue ni representa hoy lo que representó entonces. El PSOE se convierte así en el enemigo (no adversario) en el enemigo a batir y, encima, porque está de nuevo en el Gobierno y en una emergencia nacional que afectará sustancialmente, todavía no sabemos cómo, la política, la economía y la sociedad españolas. Pero, así como en otros países europeos, se hace de la necesidad virtud y si bien no se crea un remedo de la “unión sagrada” a la francesa, sí por lo menos se suavizan las hostilidades políticas, en España, que ciertamente es diferente, no ocurre eso. Aquí la imagen del Largo Caballero revolucionario, con una supuesta tea roja y llameante con la que destruir las propiedades de los “buenos españoles”, tiene un cierto relente aprovechable para la actualidad. Los comunicadores “patrióticos” no la desdeñan. Espero y deseo que hagan lo mismo con mi próximo libro en el que podrán encontrar abundante EPRE de su cuerda, muy apropiada para los historiadores que les dan respaldo.

Bien: cualquiera que haya echado el menor vistazo a la evolución política de la Segunda República recordará que las elecciones de febrero de 1936 fueron las más disputadas de toda su corta historia. Ya en el mismo día Gil Robles (exministro de la Guerra) y Franco (jefe todavía del EMC) intentaron dar un golpe desde la legalidad. Fracasó, pero que no canten victoria los marisabihondillas de toda la vida: también encontrarán en mi libro nueva EPRE, no necesariamente a la mayor gloria de ambos personajes. El intento se explica por el temor a no ganarlas, cuando las proyecciones apuntaban a un triunfo de la coalición del Frente Popular. Pero también porque con el Frente Popular en el poder las reformas del bienio radical-cedista podrían revertirse. Como así ocurrió en buena medida. Y eso tocaba a sus bolsillos y sus idolatrías.

Los lectores de este blog que no estén convencidos de lo que afirmo -y es su buen derecho- pueden echar un vistazo a la biografía más reciente de Largo Caballero escrita por Julio Aróstegui y al tenor de la dialéctica de la campaña electoral de 1936 en la obra de Rafael Cruz, En el nombre del pueblo. Verán que, por ejemplo, las alusiones a la guerra civil fueron un tópico recurrente tanto por los actores mismos (de derecha e izquierdas) como por los comentaristas. Comprenderán así, quizá, que no conviene sacar de contexto, sin ton ni son, afirmaciones como las reproducidas en la imagen que si lo desean puedo comentar porque otros ya lo han hecho antes. ¡Ah! También verán una desconocida veta del incomparable, inmarcesible, supremo genio de Franco. Ya me deshago en ganas de ver al profesor Luis Suárez Fernandez o alguno de sus epígonos relacionados con  la FNFF tratando de explicarla.

Por supuesto, mis elucubraciones en lo que se refiere a la proyección actual son especulativas. Pero el fenómeno se produce y requiere una explicación. Habrá, sin duda, otras. Sobre la Segunda República, objeto predilecto del análisis del pasado, tal ejercicio está limitado por la historiografía, que no es un campo de Agramante en el que todas las teorías o afirmaciones disfrutan de curso libre. Sigue teniendo validez el recio refrán castellano de que antes se coje a un mentiroso que a un cojo.