Exploraciones en archivos (VIII)

12 mayo, 2020 at 7:44 am

Ángel Viñas

Voy a seguir dando un poco la tabarra con Franco y los orígenes del “milagro económico español”. Fue, en parte, español y desde luego fue económico, no político. Lo del “milagro” se tergiversa habitualmente. El “milagro” consistió en doblegar la testuz del general Francisco Franco. No suele comentarse ni mucho menos documentarse. Aquí me permitiré hacer un par de consideraciones, ligadas a la exploración de archivos, que es en la perspectiva desde la cual escribo esta serie de posts.

 

En primer lugar quisiera dar a los amables lectores mi palabra de honor (personalmente me la tomo muy en serio) que comienzo este post con, exactamente, lo que me contó el profesor Manuel Varela, secretario general técnico del Ministerio de Comercio y a las órdenes directas del profesor Alberto Ullastres en el período que antecedió y siguió al plan de estabilización y liberalización de la economía española de julio de 1959.

Este plan cambió de forma bastante radical la estrategia preconizada por Franco tan solo dos años antes tal y como la había expuesto en su desaparecido discurso ante la Comisión Delegada del Gobierno de Asuntos Económicos. Como si hubieran transcurrido veinte, pero telescopados en, como máximo, veinticinco meses cruciales. Lo que me dijo Varela  lo presento aquí en plan de aperitivo.

En el Ministerio de Comercio de aquella época, como en muchos otros antes y después, se reunían todas las semanas, o casi todas, los altos cargos del Departamento. Pues bien, en tales encuentros un tanto formales desde el primer momento o inmediatamente después, esto ya no lo recuerdo, el ministro Ullastres cogió la costumbre de no llamar a Franco por su nombre, su título o su cargo. Se sirvió de una fórmula elíptica: “ese señor”. Varela nunca supo por qué. Hay que imaginar escenas del tipo “he ido al Pardo y ¨ese señor” me ha dicho que…”. O “esta mañana en Consejo, “ese señor” ha indicado que… “.

Así, dale que te pego, semana tras semana. Al año y pico o dos años tras la puesta en marcha del plan, que tuvo un éxito inimaginado, de la noche a la mañana Ullastres sin la menor explicación cambió de tono: “he ido al Pardo y me ha dicho el Generalísimo…” Por razones nunca explicadas, o que al menos Varela no conoció, el señor ministro había visto la luz.

Debió de ser que el Ángel del Señor descendió sobre su la augusta cabeza de SEJE, porque lo que el historiador puede documentar es otra cosa.  El discursito a que me he referido en el post anterior tuvo consecuencias. El señor subsecretario de la Presidencia, almirante Carrero Blanco, dio órdenes a sus servicios, entre los que destacaba la primera promoción del entonces diminuto cuerpo de Economistas del Estado recién creado, para, en posición de firmes ante las taumatúrgicas ideas de Franco, que las mismas se desarrollaran adecuadamente. Los funcionarios (supongo que también hubo de otros Cuerpos) lo hicieron a conciencia, aunque para mí tengo que también el señor almirante debió de poner algo de su propia cosecha.

El resultado se plasmó en tocho (destinado poco después a la papelera, ¿quién lo hubiera pensado al confeccionarlo?) que llevaba el rimbombante título de INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE UN PLAN COORDINADO DE AUMENTO DE LA PRODUCCIÓN NACIONAL. La longitud era casi germánica.

En el Archivo de la Presidencia del Gobierno, donde lo encontré, no me pusieron objeciones a que lo fotocopiara. Encajaba perfectamente con el tema económico que me había llevado hasta aquel santo de los santos. Por ello no me sorprendió un año o año y pico después leer el discursito de Franco. Comprendí que aquella introducción probablemente fue un intento de poner en práctica las alucinantes ideas primigenias de SEJE o de sus lejanos mentores nazis. Más o menos así lo insinué cuando un extracto de aquel esfuerzo titánico de Carrero y de sus muchachos vio la luz del día (por primera que yo sepa) en el libro conmemorativo de las bodas de oro del Banco Exterior de España. He de decir que la mala uva que en el libro afloró  (y de la cual servidor se hizo únicamente responsable) no parece que topase con demasiado entusiasmo entre historiadores y economistas. Quizá pocos llegaron, exhaustos, a la página mil del libro donde lo desarrollamos. El hecho, ¡ay!, es que no se cita con frecuencia.

Por desgracia, en el archivo no encontré documentación sobre las circunstancias en que se produjo dicho engendro, pero sí hallé un oficio en el que el profesor López Rodó se lo transmitió a su homónimo, el profesor Varela Parache, el 10 de diciembre de 1957. Afirmó claramente que la autoría correspondía a su jefe, el señor subsecretario. Como el oficio lo había visto antes de que saliera el libro del Banco y a él lo incorporé no tuve ningún reparo en dar la signatura de ambos. No sé si habrá seguido en el mismo archivo o si fueron también víctimas del hambre de alguna serpiente venenosa. Servidor los había localizado en la serie SG, caja 4, Expediente 115/7, tel tan mencionado archivo.

La introducción al estudio del que se sintió dueño y responsable el ilustre almirante  se inició con una proclama de una densidad conceptual y científica tal que uno casi se caía rendido ante la sapiencia del señor subsecretario de la Presidencia del Gobierno. Por ejemplo,

La política social que el Régimen persigue tenazmente, tiene, en el orden material, un objetivo perfectamente claro, asegurar el bienestar de todos los españoles, lo que, en un orden práctico, estará logrado cuando, existiendo trabajo para todos, el jornal del obrero tenga poder adquisitivo para satisfacer las necesidades de vida de su familia. El problema que esta política entraña está, pues, en lograr un equilibrio entre la capacidad adquisitiva de la masa de la población española y las disponibilidades de artículos de consumo y la solución de este problema hay que buscarla aumentando la producción y no reduciendo la capacidad de compra de la masa trabajadora”.

Casi se me paraliza el corazón al reelerlo cuarenta años después. Desde que Marx y Engels denunciaron la miseria de los trabajadores del sector textil en el Manchester del capitalismo británico decimonónico varias organizaciones sindicales (algunas de infausta memoria para el régimen como la UGT y la CNT -CCOO todavía no había aparecido-, sabia y sangrientamente desmanteladas) habían procurado mejorar la más que deplorable situación obrera en el primer tercio del siglo XX en España. Sin duda, en la autocomprensión que de sí tenía el Régimen (con mayúscula) no habían logrado nada, pero ahí estaban quienes ganaron la guerra, redentores, para aliviar la situación en 1957, casi veinte años después de la VICTORIA. Como dice el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena.

La cuestión estribaba en cómo llevar a la práctica aquellos sanos propósitos. Arrinconada por decreto, y con la preciosa ayuda de la Brigada Política-Social, la lucha de clases, era obvio que para lograrlo no eran precisos grandes conocimientos técnicos. Siguiendo los preceptos de economía cuartelera tan apreciados por SEJE, lo que era preciso era forzar a todo trapo la producción agrícola nacional una vez que, gracias a la generosidad del camarada Girón de Velasco (debidamente decapitado en el Gobierno precedente como ministro de Trabajo), se había acelerado más de la cuenta el proceso inflacionista. ¿Qué para ello se necesitaban insumos que la economía española no generaba? No problem: se importaban. ¡Ah! pero había que pagarlos. Los países extranjeros no regalaban mucho y la US Aid no satisfacía todas las necesidades alimenticias españolas. ¿Con qué se pagarían, pues, aquellas importaciones tan necesarias? No problem tampoco: con las exportaciones. ¡Ah!, pero estas eran raquíticas. No generaban las divisas suficientes para financiar las necesidades de importación. ¡Ah!, ¡en qué cosas pensabann los economistas!  El camino estaba claro y era evidente. El señor subsecretario había descubierto la lámpara de Aladino y cuadrado el círculo:

“Cuando se hayan agotado todos los recursos, de la técnica y del trabajo, en poner al máximo de producción el total de la superficie explotable del pueblo español, podremos hablar de si España es rica o pobre, pero para llegar a esto queda aún  mucho camino que recorrer y nuestro deber está en recorrerlo lo antes posible y con el máximo rendimiento”.

Se transparenta a la luz de tan rotunda afirmación la sombra ominosa y alargada del guayule. Exportaciones, sí, pero solo las indispensables. Lo ideal: la economía cerrada, solita en el amplio mundo. Es decir, Carrero Blanco seguía al pie de la letra las prescripciones del sumo sacerdote, perdón, de Su Excelencia el Jefe del Estado. Claro, la economía no podía cerrarse totalmente:  “habrá que importar todo cuanto haga falta para satisfacer sus necesidades, aunque esto sea una pesada servidumbre para el comercio exterior”. ¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!

 

(continuará)