Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (II)

16 junio, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Es posible que, para algunos lectores, la afirmación de que para el presidente de la República en septiembre de 1936 la República ya no tenía posibilidades de victoria les parezca inaudita. No era el único que así pensaba. Si sus Apuntes son dignos de crédito, otros políticos republicanos no diferían mucho de su diagnóstico. Debo destacar entre ellos el nombre del destacado dirigente socialista Julián Besteiro. Uno podría argüir (quien esto escribe no lo hace) que quien entraba en la guerra con tales ánimos difícilmente saldría de ella con los opuestos. En este post demostraré, con EPRE que creo desconocida, que un testigo importante de la guerra de España también auguraba una derrota de la República y que lo hacía poco más o menos al mismo tiempo que Azaña.

 

El 26 de septiembre de 1936 el nuevo agregado militar francés, el teniente coronel Henri Morel, llegado a España el 18 de julio, envió una nota importante a su superior, Edouard Daladier, a la sazón  ministro de Defensa Nacional y de la Guerra en el Gobierno Blum del Frente Popular francés. Morel suele aparecer en los informes políticos y militares relacionados con la contienda y, desde luego, en lugar destacado en el caso de las relaciones bilaterales. Como agregado militar no solo estaba a cargo de las tareas de información político-militar habituales que pudieran interesar al Gobierno de París. También coordinaba en España la actividad de los agentes del Deuxième Bureau sobre el terreno y de sus colaboradores. Es decir, tenía una visión más en profundidad como la que procedía de los servicios secretos militares, con frecuencia erróneos. En muchas otras ocasiones, no.

Morel había experimentado la guerra en vivo y una guerra más encarnizada que la española: la  mundial. En ella había logrado la codiciada Legión de Honor y sobrevivido, que ya es, a los combates en torno a Verdún. Después, había caído prisionero de los alemanes que lo habían deportado a Alemania. No regresó a Francia hasta 1919. De orientación monárquica nada menos que en la muy poco monárquica República Francesa, ingresó en la Escuela Superior de Guerra y, tras brillantes estudios, entró después, ya capitán, en el Deuxième Bureau, donde se le consideró como un oficial altamente prometedor. Pasó por la sección inglesa y en 1933 se hizo cargo de la Sección del Mediterráneo. En este puesto muy delicado no dudó en criticar la política mussoliniana y tampoco tardó en romper con la Action Française.

A lo largo de su estancia en España, prácticamente hasta casi el final de la guerra, fue desarrollando primero una comprensión y luego una clara simpatía hacia la causa republicana que no siempre encontró buena acogida en el EM parisino. Mantuvo en lugar primordial una concepción constante de los intereses franceses. A pesar de algunos roces, no se le llamó al orden. Cuando llegó el conflicto mundial, del que sus interlocutores republicanos tanto le habían prevenido, estaba destinado en Africa del norte. Amigo de larga fecha del posteriormente famoso general de Lattre de Tassigny, fue detenido por la Gestapo en junio de 1944 y deportado a Alemania. Murió tres meses después en el campo de concentración de Neuengamme.

Existe una excelente biografía sobre él y yo mismo me hecho eco de algunos de sus despachos en varias de mis obras.  Es necesario que el lector tenga en mente lo que antecede, porque  desde el primer momento de su llegada a España dio muestras de un espíritu crítico que no siempre fue del gusto de la colonia francesa, de su embajador (que veía los acontecimientos desde la barrera, instalado en Francia) y a veces de sus superiores.

En su informe del 26 de septiembre de 1936 Morel expuso cómo veía el futuro de la guerra desde el punto de vista militar, teniendo en cuenta la evolución de las operaciones hasta aquel momento. Consideraba como posible, si no probable, la victoria de los rebeldes. En esto su valoración no fue muy diferente de la del presidente de la República. No tenemos, sin embargo, constancia de que se hubiesen encontrado y mucho menos de que Azaña le hubiera hecho objeto de ninguna confidencia. La distancia jerárquica era tal que a pesar de sus conocidas proclividades hacia Francia no creo que Azaña en aquella época lo hubiera pensado.

Morel dejó sentado de entrada que no era un ignorante del marco general de las relaciones hispano-francesas. “Dejando de lado las naturales simpatías de orden político y social que Francia pueda tener en favor de un Gobierno análogo al suyo y por una organización social que tiende a aproximarse a la organización propia mediante el desarrollo progresivo de una clase media urbana y campesina era evidente que, desde el comienzo de la crisis, la actitud de las potencias en Europa trataría de afirmarse y que las simpatías de origen no servirían sino para encubrir las pugnas de interés en el plano internacional”. Así empezó su despacho.

Esto no significaba sino afirmar que en el momento mismo del estallido de la sublevación la fundamental variable internacional iba a hacer acto de presencia. Morel, por supuesto, ignoraba que un sector de  los futuros rebeldes ya llevaba conspirando desde hacía años con Mussolini precisamente para orientar en su favor el resultado de su futuro recurso a las armas. Queda por ver si hubieran sido menos diligentes de haber creído que, con sus propias fuerzas, hubieran podido derrotar fácilmente al Gobierno republicano. Lo cierto es que casi toda la literatura ulterior, salvo la de origen izquierdista o ultraizquierdista, así lo presentó. Con fuerzas italianas y alemanas sobre el terreno Morel tenía ya la impresión de que el hundimiento del régimen republicano constituiría para las potencias fascistas un éxito de amor propio y de prestigio que, naturalmente, tratarían de explotar al máximo. Como así fue.

Lo que Morel trató de hacer llegar a sus superiores fue que, en su opinión, tal éxito permitiría que el Ejército sublevado albergase inicialmente sentimientos muy favorables hacia italianos y alemanes. Por el contrario, a la desconfianza tradicional de los sectores conservadores españoles para con Francia se uniría la procedente de los partidos de derechas, falangistas y tradicionalistas que los republicanos solían denominar genéricamente como “fascistas”. Morel no creía que este movimiento de simpatía fuese duradero. En aquellos momentos (recordemos que Morel no podía saber que Franco estaba ya inmerso en una pugna por convertirse en Generalísimo y Jefe del Estado, haciendo todo tipo de promesas a los italianos en el sentido de seguir, ¡cómo no!, sus orientaciones) tampoco suponía que fuese un sentimiento muy profundo. Los militares, “superada la primera represión ciega y sin límites”, reservarían su ferocidad contra sus adversarios tachados de marxistas, de socialistas comunistizados y de comunistas puros y duros. Sin embargo, los anarquistas, una vez que se deshicieran de los elementos criminales que se habían introducido entre sus filas, podrían encontrar algo en común con los militares. (Precisemos que si no entre los militares, más bien entre los falangistas).

Italia no tenía, en la opinión de Morel, grandes posibilidades de ejercer una influencia duradera en España y sería probablemente la primera víctima del nacionalismo español. Los vencedores se negarían a reconocer la superioridad italiana porque en España existía un menosprecio profundo hacia Italia. Una vieja nación guerrera no podía sentir otra cosa hacia un parvenu como el fascismo. La idea italiana de dominar, gracias a España, el Mediterráneo occidental [recordemos: una de las ideas maestras del dúo Mussolini-Ciano] podría ser un sueño de la política, pero chocaría frontalmente contra el sentimiento casi unánime del Ejército y del pueblo españoles. Morel veía perfectamente lo que iba a producirse: Franco se arrastraría un poco en demanda de ayuda, pero no estaría dispuesto a enajenar la soberanía española (y su propia soberanía) por deferencia hacia Mussolini. Le fortalecería en ello el comportamiento italiano en Baleares.

Otra cosa era la influencia alemana. Los nazis no se esforzarían demasiado por influir en España.  Se concentrarían en obtener ventajas en campos menos susceptibles de despertar el orgullo y el nacionalismo españoles. A los alemanes se les respetaba mucho en los campos intelectual, económico, militar. Por eso, en todos ellos su influencia se dejaría sentir en mayor medida.

Hasta entonces la guerra civil había puesto de manifiesto la pobre calidad estratégica y táctica del Mando español, tal y como la juzgaba Morel. Una de las lecciones que cabría esperar sería que Francia no tenía demasiadas razones de temer o desarrollar un sentimiento de grave amenaza sobre su frontera sur en el caso de una victoria rebelde. Porque, y esta fue la conclusión del flamante agregado militar, lo que había que esperar era que los sublevados se alzaran con la victoria. Tras ella las buenas relaciones con Francia que habían caracterizado los años republicanos se disiparían. El Ejército español no era germanófilo en sí salvo porque tradicionalmente había sido antifrancés.

Hacer pronósticos a largo plazo, cuando el fenómeno observado solo tenía dos meses de antigüedad, siempre es peliagudo. Morel no podía anticipar hasta qué punto la ayuda material y técnica alemana penetraría en un ejército que solo tenía como experiencia bélica las campañas un tanto pedestres de Marruecos. También creyó que la contienda no tardaría mucho tiempo en dirimirse.

Mucho de lo que atisbó al poco tiempo de llegar a España fue cumpliéndose. Minusvaloró el deslumbramiento que algunos generales, incluído Franco, sintieron por el Tercer Reich, pero lo que es significativo de este informe fue que, en contra de lo que se afirmaba en la propaganda de los contendientes y en la prensa de la época, de uno y otro signo, el nuevo agregado militar tenía claro que la República difícilmente iba a ganar la guerra y que los condicionantes internacionales tendrían un impacto decisorio sobre la evolución de las hostilidadesEn este sentido, Morel -aunque llegando a sus conclusiones por una vía diferente a la de Azaña- alcanzaba un resultado similar.

He querido acercar, en lo posible, las posturas de ambos, un jefe del Estado sin la menor experiencia militar y un observador extranjero que había hecho sus armas en las batallas de la primera guerra mundial y en el mundo de los servicios de espionaje, porque los dos apuntaban a un denominador común: la influencia del vector exterior sobre los acontecimientos que se producían en España. Lo hicieron prácticamente en el mismo período de tiempo.  A tales análisis, que prefiguraban la derrota republicana, les faltaba otro vector: la posibilidad de una intervención soviética. La pregunta que ha de hacerse todo historiador a la altura del mes de septiembre es doble: ¿cómo se llegó a tal situación? ¿cómo se salió de ella?

(continuará, pero atención a la siguiente advertencia:

En mi próximo post voy a plantear un jueguecito. Daré a conocer unas reflexiones metodológicas elementales sobre cómo enmarcar la famosa carta de Franco a Casares Quiroga de junio de 1936. Me incita a ello la afirmación un tanto rotunda hecha por un amable lector de que su texto fue conocido por los ingleses. Espero no tener que tragarme mi interpretación. Pero si hay que hacerlo, hay que hacerlo.)

 

Referencias:

La única biografía de Morel que conozco (pero que no menciona el anterior despacho) es la de Anne-Aurore Inquimbert, Un officier français dans la guerre d´Espagne. Carrière et écrits d´Henri Morel (1919-1944), Presses Universitaires de Rennes/Service Historique de la Défense, 2009.

El informe de Morel se encuentra en los archivos del Service Historique de la Défense, Vincennes, París, pero afortunadamente no hay que ir allí (aunque servidor lo ha hecho por otras razones). El Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika dispone de un ejemplar.