Cuando a Castiella se le negó el placet como embajador en Londres (I)

13 mayo, 2014 at 8:03 am

No conozco, indudablemente por ignorancia, ninguna biografía de Castiella. Mi buen amigo Manuel Espadas Burgos señaló hace ya mucho tiempo que en 1951 Franco le propuso como embajador en Londres pero que la Corte de San Jaime se negó a darle el placet. Las razones se desvelan en un expediente de los Archivos Nacionales británicos (PREM 8/1532) que, en principio, debía estar cerrado hasta el año 2020. Por razones no explicadas su apertura se adelantó a 2002. Esto significa un plazo de cierre de cincuenta años, en mi opinión escandalosamente largo y sin que haya sido capaz de divisar ninguna justificación racional. El expediente suscita, de entrada, dos imágenes contrapuestas. Por un lado la dictadura metió escandalosamente la pata (lo más probable). Por otro, Franco podría haber intentado jugar un farol y sondear las intenciones británicas. Si fue el caso, le salió mal.

1951 fue un año pivotal. El mes de noviembre anterior la Asamblea General de la ONU había levantado las cosméticas “sanciones” al franquismo, de las que tanto provecho propagandístico interno extrajo la dictadura. Aquellos países que habían retirado sus embajadores de Madrid (no fueron todos) pudieron enviarlos de nuevo (sus embajadas las habían desempeñdo hasta entonces encargados de Negocios, como si tal cosa). Londres propuso a un diplomático hispanófilo, John Balfour. Madrid sugirió a Castiella y creó un problema.

La petición la presentó formalmente el encargado de Negocios José Ruiz de Arana y Bauer [grande de España, duque de Sanlúcar, duque de Baena, conocido durante la guerra civil como vizconde de Mamblas y con larga trayectoria diplomática en el Reino Unido] el 16 de enero de 1951. Dijo que no la entendía. Martín Artajo, el ministro, le había escrito informándole que la decisión se había tomado por razones de “oportunidad política”. Ruiz de Arana estaba desilusionado porque unas cuantas semanas antes había visto a Franco y este le había dado a entender que el puesto de embajador sería para él. No hay que ser mal pensados y aducir que Baena/Sanlúcar  “hacía la cama” a Castiella porque señaló el pasado falangista, el servicio en la División Azul y la co-autoría de las Reivindicaciones. No reveló ningún secreto. Todo ello era bien conocido en Madrid y no podía mantenerse oculto.

Como es lógico, el Foreign Office solicitó informes a la embajada británica. El encargado de Negocios en Madrid, Robert Hankey, telegrafió que Castiella se había ocupado en 1940 de las representaciones falangistas en el extranjero; que parte de su tiempo en la División Azul lo había pasado en Berlín y que se le había condecorado con la Cruz de Hierro [el lector puede colegir de este dato lo que quiera, yo no tengo evidencia en ningún sentido]. Hankey señaló también que Reivindicaciones de España era un libro que defendía ardorosamente el deseo de recuperar Gibraltar y de promover la expansión en el norte de África [eran objetivos centrales de Franco desde el final de la guerra civil y había tomado medidas para, en su momento, ponerlas en práctica]. El texto, afirmó Hankey, estaba salpicado de las habituales críticas a las democracias que formaban parte del repertorio falangista de la época. Había tenido una difusión inmensa, incluso en el bachillerato y la enseñanza universitaria [fue también Premio Nacional] pero se retiró de la circulación en 1944. [Hoy es una rareza]. El entonces embajador británico, sir Samuel Hoare, tenía, continuó informando el encargado de Negocios, buena impresión de Castiella. También Walter Starkie, el famoso director del Instituto Británico. Como buen diplomático, Hankey expuso varias razones a favor y en contra del otorgamiento del placet.

En el Foreign Office se interpretó la decisión de Franco como un intento de forzar la mano a los británicos. Con solo tres años en Perú de embajador [un puesto entonces nada pero que nada difícil], y dados sus antecedentes, era obvio que Castiella carecía de experiencia diplomática de altura. Ello no obstante, en Londres se examinaron minuciosamente los pros y los contras y se entrecomillaron los argumentos suministrados por Hankey.

A favor del rechazo a Castiella militaba el hecho de que “Franco hubiese podido encontrar otra persona con un pasado menos controvertido, caso de haber querido hacerlo”. Por consiguiente, era verosímil que deseara ignorar de antemano las eventuales reacciones británicas. Londres se exponía a perder prestigio no solo con la oposición española sino también con el propio régimen [tomaría a los británicos como el pito del sereno], Francia y, probablemente, Estados Unidos. En el Reino Unido se produciría un movimiento de indignación generalizada. Castiella lo tendría difícil a la hora de realizar una labor útil. Quizá sesgase su información en el sentido de lo que Franco quisiera oir [una inclinación en la que cayeron más de unos cuantos diplomáticos de la época]. En varios círculos oficiales no sería bien visto e incluso podría actuar en sentido contrario a los intereses británicos hacia España. Por otro lado, Franco podría haber prometido el puesto a un falangista pensando que Londres no otorgaría el placet.

Los argumentos a favor de Castiella eran de doble índole, negativa y positiva. Podía por ejemplo aducirse que el no dar el placet quizá obstaculizara la mejora de las relaciones bilaterales. Esto haría el juego a los falangistas que podrían presentar a los británicos como dispuestos a negar el pan y la sal a la “nueva España” [ya menos “imperial” que tras la guerra civil]. Tal vez contribuyera a aumentar la influencia falangista, cuando lo deseable era que disminuyese. A lo mejor Franco se negaba a encontrarle un sustituto y dificultaba el placet de Balfour. Entre los argumentos positivos figuraba que un embajador político como Castiella podría tener mayor peso en El Pardo que un monárquico con no demasiado peso como Ruiz de Arana. Es más, Hankey había indicado que, según sus fuentes en Madrid, el Gobierno franquista no esperaba el rechazo. En el Foreign Office se pensó, por último, que las dificultades personales que suscitaba Castiella podrían atenuarse. El tiempo, en definitiva, había pasado desde los años de la División Azul. Tal fue, en resumidas cuentas, la contraposición de argumentos. ¿Qué decidió la cosa?

(Continuará)