Sobre la carta de Franco a Casares Quiroga de junio de 1936

23 junio, 2020 at 12:11 pm

Ángel Viñas

Interrumpo mis posts sobre cuándo perdió la República la guerra porque un amable lector hizo referencia en uno de sus comentarios al primero de ellos a tan famosa carta. Se apoyó en un despacho enviado al Foreign Office por el embajador británico en España Sir Henry Chilton (él lo presentó como encargado de Negocios, así que podría tratarse de este y no del embajador mismo, refugiado en Francia). La alusión despertó de inmediato mi vocación didáctica y metodológica. De aquí estos comentarios. Señalo que no he visto el despacho o, si lo vi alguna vez, no le di la menor importancia. La explicación la ofrezco en este post.

 

Que la embajada enviara la carta de Franco no tiene nada de extraño. Las representaciones diplomáticas sirven para informar sobre la situación de los países ante los cuales están acreditadas y dar análisis  -los suyos- sobre lo que haya detrás de la evolución que en los mismos se registra en sus diversas facetas: políticas, económicas, sociales, militares, culturales, etc. Todo ello con la esperanza de ofrecer un plus a lo publicado en la prensa o vehiculado de una u otra forma por los medios de comunicación. En ciertos puestos incluso lo que se trata es adelantar acontecimientos que vayan a producirse.

En 1936 no existían muchos canales alternativos para explorar los acontecimientos que ocurrían en otros países: se contaba, evidentemente, con la prensa, por supuesto, pero muchas embajadas recurrían a sus contactos con políticos, intelectuales, analistas, etc. para profundizar algo más. En el caso británico  la embajada, por ejemplo, rebatió con argumentos, sobre todo en el período anterior a Chilton, las en ocasiones sesgadas informaciones que transmitía el corresponsal en España del famoso The Times, Ernest De Caux. Como es sabido, en dicho medio los artículos de los corresponsales no llevaban firma.

Para el caso que aquí nos ocupa el valor probatorio del despacho en cuestión depende de dos variables fundamentales: el momento de su envío y la explicación al mismo dada por la embajada. Ambos están relacionados.

  1. Supongamos que el despacho se envió antes del 18 de julio de 1936. Esto implicaría que la embajada se habría hecho con el texto de la carta por medios confidenciales. Normalmente haber estado en contacto con círculos próximos a Franco o a Casares Quiroga. Deberíamos, pues, otorgarle un valor anticipatorio.
  2. La situación cambia drásticamente si el despacho se remitió una vez que la carta se hizo pública. En ese caso, los comentarios habrían tenido un valor meramente histórico. La diferencia es muy notable y debería tenerla en cuenta cualquier alevín de historiador.

Respecto a 1): la embajada sabía que el golpe de Estado llevaba preparándose desde hacía tiempo. No por méritos propios esencialmente. Un sector de los conspiradores le “soplaba” informaciones porque lo que se pretendía era que el Reino Unido se inhibiera de dar cualquier apoyo a la República cuando llegara el momento. Por consiguiente, la carta abonaría cuando menos la interpretación de que incluso uno de los generales más prestigiosos del Ejército español alertaba al Gobierno de lo que podría ocurrir en España.

Las informaciones sobre España ya desclasificadas que llegaban al Foreign Office en la primavera de 1936 de todas las procedencias (embajada, consulados, servicios de inteligencia e interceptaciones de las comunicaciones de la Komintern con el PCE) las analicé, en sus rasgos generales, en mi libro La conspiración del general Franco, capítulo II. Nunca pude obtener (ni, a lo que yo sé, ningún otro autor lo ha conseguido, excepto un historiador oficial del organismo) sumergirme en los archivos del Secret Service (servicio de inteligencia exterior o MI 6). Siguen cerrados a cal y canto con excepción de algunos relacionados con España en la segunda guerra mundial que se encuentran en los Archivos Nacionales. Hube de contentarme con los del Servicio de Inteligencia Naval.

También cabe preguntarse cómo hubiera podido obtener la embajada la carta en cuestión. Hay dos posibilidades: a) que alguien se la diera en Madrid o b) que la consiguiera el cónsul británico en Santa Cruz de Tenerife. Si bien los fondos de la primera están ya abiertos, los del segundo han desaparecido casi en su totalidad. Es un misterio profundo. Faltan en puntos esenciales y los huecos se notan por los saltos en la numeración. Por consiguiente no veo muy claro cómo mi amable lector o algún otro historiador hubiera podido ver el despacho si fue anterior al 18 de Julio.

Respecto a 2): en este caso la situación se aclararía enormemente. La embajada no hubiera hecho sino cumplir con su deber. No le corresponde ningún mérito salvo el de la mayor o menor profundidad del análisis histórico. He de señalar a mis amables lectores que la carta se difundió enormemente por la zona sublevada. Se publicó, detalle importante, en las propias islas Canarias, en La Gaceta de Tenerife, el 26 de agosto de 1936. Este periódico la presentó como un “documento histórico del que toda la Prensa mundial habla”. El cónsul hubiera faltado a su deber de no haberla enviado.

Desde entonces hasta la más rabiosa actualidad raro es el autor que haya escrito sobre Franco y la guerra civil que no haya mencionado la carta (pinchar aquí y leer comentarios: https://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/2016/06/23/576c0098468aeb05268b467a.html). En general los de querencias profranquistas como muestra de hasta qué punto Franco se habría preocupado de evitar la guerra con su invocación para que el Gobierno cambiase su curso de actuación. Los que no tienen tales querencias se hacen luces sobre lo alambicado de su estilo y llegan a plantearse si Franco no hubiera querido convertirse en el espadón del régimen republicano. Hay más y cualquier trabajo de fin de curso en un postgrado de historia podría pasar revista a las diversas categorías de explicación esgrimidas.

De los millares de comentarios que ha suscitado subrayo el del ayudante, primo hermano, íntimo colaborador y confidente del futuro Caudillo, junto con él en aquellos tiempos, el posterior teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo. Según esta impecable fuente, obró “impulsado por su patriotismo y buena fé”, al expresar “la inquietud de la oficialidad por las arbitrariedades que se estaban cometiendo”. De aquí a derivar la conclusión de que quiso evitar la catástrofe solo hay un paso.

Quisiera, no obstante, señalar que su principal y más importante hagiógrafo que fue el periodista Joaquín Arrarás dio una explicación que ya no suele tener curso, pero que es también muy verosímil:

“Inquieta y preocupa especialmente a Franco la poda que el ministro de la Guerra viene haciendo en la oficialidad del Ejército y de la Guardia Civil; desmoche que va reduciendo las posibilidades de resistencia, pues la mayoría de los excluídos y postergados son partidarios del movimiento que cada vez se ve más ineludible e inmediato. Entonces el general Franco se decide a escribirle (…) una carta con la secreta intención de contener aquella carrera de destituciones y de remociones, que ponían en evidente riesgo el éxito del movimiento en alunas capitales y regiones”.

La carta suscita, además, tres cuestiones fundamentales: a) ¿la envió o no la envió?; b) si la envió, ¿cómo?; c) ¿con qué texto?.

Salvo error u omisión no conozco a ningún autor (con lo cual revelo mi propia ignorancia) que las haya abordado sistemáticamente, por ejemplo como hicimos en el libro escrito con mi primo hermano (qepd) Cecilio Yusta y el Dr. Miguel Ull bajo el título El primer asesinato de Franco. Basándonos, entre otras indicaciones, en las memorias de Franco Salgado-Araujo ya lanzamos la idea de que Franco estaba pensando en su sublevación desde, certificadamente, el 27 de mayo anterior al menos.

Las tres cuestiones anteriores coinciden en una. A tenor de lo que Franco escribió a Mola (en carta reproducida por Tusell) había enviado una misiva a Casares Quiroga y le incluyó una copia de aquélla. Decía así:

Nada te digo de asuntos de política. Estoy conforme con tus apreciaciones y precisamente comulgando con ellas y en evitación de los estragos que en la moral y virtudes del Ejército están produciendo las disposiciones oficiales, consecuencia de la labor de una docena de militares tendenciosos y sectarios que engañan al ministro, le he escrito esta carta cuya copia te adjunto con la que estoy convencido estarás conforme.

He puesto en itálicas lo más importante. Mola estaba metido de pies a cabeza en la conspiración y Franco pensaba como él. Desde Canarias echaba la culpa de lo que pasaba a la supuesta “camarilla” que rodeaba a Casares, monigote de la misma. Pregunta: ¿envió Franco a Pamplona la carta que dio a conocer dos meses después?

Posteriormente, conocedor de la carta ya divulgada por toda España y parte del extranjero,  uno de los factótums de Azaña, el coronel Juan Hernández Saravia, confesó a Antonio Cordón, incorporado tras el golpe al Ministerio de la Guerra, que Franco “había enviado recientemente una carta muy respetuosa, en la cual hacía protesta de fidelidad a la República y aseguraba que eran falsas las noticias que circulaban sobre un supuesto complot del Ejército”.

El amable lector comprenderá que tal texto, desconocido, difícilmente sería el mismo que se publicó en agosto y que Franco, tal vez, envió a Casares. Salvo que comentara posteriormente a Mola algunas de sus razones para hacerlo, algo francamente difícil de tragar. De lo contrario es de suponer que este no se hubiera apeado de su berrinche. ¡Caramba con “Franquito”, intentando jugar a dos barajas! Es lo menos que hubiese podido pensar en la línea que luego escribió Franco Salgado-Araujo.

Arrarás se anticipó: “Franco consiguió en buena parte lo que se proponía pues al recibo de la carta amainó la furia demoledora del ministro”. Ni fue así ni se modificó a causa de Franco la política, insuficiente, de remoción de peligros.

Por lo demás, no entramos en investigar cómo envió Franco la carta a Casares Quiroga. Nadie lo ha hecho. Exceptuando el uso de palomas mensajeras o un telegrama oficial y cifrado, no había muchas posibilidades a una carta personal que solo podría remitirse por: a) mensajero o b) conducto oficial en sobre cerrado y lacrado. En este caso únicamente por dos medios: correo aéreo o la vía mucho más lenta de la Compañía Mediterránea que aseguraba el enlace marítimo con la península. El lector puede elegir, porque nadie ha documentado la cuestión hasta el momento de manera satisfactoria.

Ahora ya pueden los amables lectores situar adecuadamente el abanico de interpretaciones posibles sobre la importancia, grande, chica o rutinaria, del despacho de la embajada británica al Foreign Office.

¡Ah! Por falta de tiempo no me he molestado en buscar en mis papeles dicho despacho. Si le atribuí alguna significación estará entre ellos. Si no, es que no le atribuí importancia y me doy los imprescindibles golpes de pecho. Guardo todos los despachos y telegramas políticos de la embajada británica al Foreign Office desde poco antes del 14 de abril de 1931 hasta finales de 1936. A ver si algún día me decido a buscar ellos. No tengo tiempo.