Cuando a Castiella se le negó el placet como embajador en Londres (y II)

16 mayo, 2014 at 8:04 am

El 18 de enero de 1951, 48 horas después de la presentación oficial de la petición de placet, la burocracia del Foreign Office había llegado a la conclusión que el sentido último de la política británica no se compadecía demasiado bien con el rechazo a Castiella pero aue, lógicamente, la decisión estaba en manos de la Superioridad. El 22 de enero, el ministro, el laborista Ernest Bevin, consideró que el tema suscitaba toda una serie de engorrosos problemas y que era lo suficientemente importante como para elevarlo a la consideración de Clement Attlee, el primer ministro. Attlee no había estado demasiado de acuerdo con la política de Chamberlain hacia la guerra civil, había visitado la España republicana  y era un  hombre que tenía escasas simpatías personales o ideológicas para con Franco.

La decisión final se tomó en una reunión entre Attlee y Bevin el 24 de enero. Fue claramente negativa. Castiella no parecía la persona adecuada y se le denegó el placet. La noticia se filtró y la publicó el Daily Telegraph londinense. El periódico conservador, si no claramente de derechas,  indicó por error que la decisión se había tomado el 27. Fue a raiz de su publicación cuando la embajada española se enteró. Por razones que no están explicadas en el expediente, pero que probablemente tenían que ver con la delicadeza del tema, la decisión no se había dado a conocer previamente a los demás miembros del Gobierno.

No sabemos cómo se lo tomó Franco. Sí se sabe lo que hizo.  A los pocos días, no conocemos tampoco las razones, decidió sugerir el nombre de Miguel Primo de Rivera, hermano del fundador de la Falange. Esto nos hace pensar que tal vez había llegado a la conclusión de que si los británicos se negaban a aceptar a un falangista como Castiella, quizá mostrarían sus auténticas luces respecto a Falange de cara al sustituto.

Nuevamente, el tema del placet para el duque de Primo de Rivera se elevó al primer ministro. Ya era el 9 de febrero. En esta ocasión, la información que se le proporcionó fue que las razones personales que se daban cita en contra de Castiella no lo hacían en el segundo caso. Obviamente el nuevo candidato era un hombre del régimen y, encima, falangista preeminente. Falange, según noticias, había apoyado el nombramiento. Ahora bien, era evidente que para un puesto como el de Londres no iba a nombrar Franco a alguien de quien no pudiera fiarse. Esto, en sí, no era negativo ya que desde el punto de vista británico era mejor contar con un embajador al que verosímilmente Franco escuchara.

En esta ocasión, el Foreign Office tenía la impresión de que la decisión de Franco había recaído sobre una persona que probablemente fuera aceptada en Londres. Dado que para entonces ya se había solicitado el placet español para Balfour, de no aceptar a Primo de Rivera podría pensarse que el Gobierno británico no tenía interés en intercambiar embajadores y ello podría conducir al no restablecimiento de relaciones diplomáticas normales con España.

Por lo demás, había que tener en cuenta que a Primo de Rivera lo había salvado de su ejecución en 1936 el cónsul británico en Valencia en circunstancias muy dramáticas. La Royal Navy lo había evacuado de España. Desde entonces había mostrado simpatía hacia los británicos durante la segunda guerra mundial. En 1941, en un momento difícil, había seguido cultivando sus contactos en la embajada y colonia británicas en España.

El Foreign Office examinó sus dosieres. Primo de Rivera había, al parecer, solicitado participar en la División Azul pero, como ministro de Agricultura, no había podido hacerlo. Tampoco había salido de España hasta el final de la segunda guerra mundial. Un periódico había publicado que los alemanes le habían condecorado pero no podía haber sido con una medalla de carácter militar, como era el caso de Castiella. [Imagine el lector el alborozo y mordacidad de la izquierda británica si la noticia de su cruz de hierro se hubiera divulgado en Londres].

En esta ocasión Attlee siguió la sugerencia. Miguel Primo de Rivera fue el embajador  que Castiella no pudo ser.

¿Qué conclusiones pueden extraerse de este incidente? En primer lugar, que no hay materia que justifique, en mi opinión, los plazos de cierre, ya sea el original o el recortado en veinte años. No nos imaginamos, por lo demás, a Castiella exhibiendo la cruz de hierro en la Corte de San Jaime. Ahora bien, tampoco parece que la “hábil prudencia” de Franco refulgiera esplendorosamente. A pesar de que el Foreign Office se inclinó, por la mínima, a favor de la aceptación de Castiella, el primer ministro se negó de inmediato. La cruz de hierro era una alta condecoración militar y  para los británicos equivalía a mentarles la bicha.

Whitehall no estaba solo. También los alemanes tuvieron que echar marcha atrás. Cuando por aquellas fechas, el Auswärtiges Amt parecía inclinarse por un determinado diplomático como embajador en España y éste, en una fiesta privada, prorrumpió medio borracho un ¡Heil Hitler!, los alemanes se echaron atrás inmediatamente.

No solo había que ser buenos [que la dictadura casi nunca fue]. También había que aparentarlo. En los años cincuenta, y sobre todo después de los “Pactos de Madrid”, el “régimen del 18 de julio” emprendió una marcha presentada como “triunfal” en política exterior. Suele indicarse que Castiella fue uno de sus adalides. Pero siempre hubo una cortina sutil que separó a la política franquista de la del resto de los países de la Europa occidental.  Muchos de ellos no querían recordar mucho acerca de los años oscuros que habían pasado bajo la bota nazi.  Los norteamericanos tuvieron menos escrúpulos. Otra historia.