Elecciones europeas

23 mayo, 2014 at 8:54 am

A los ciudadanos que no les gusta la UE de hoy, en parte con razón, hay que decirles y repetirles algunas de las verdades del barquero. La más importante es que la UE la han hecho los Gobiernos de los Estados miembros, es decir, los Gobiernos que desde Londres hasta Tallín, desde Estocolmo hasta Atenas, esos mismos ciudadanos han ido eligiendo cada uno en su país. La UE no es ajena a los Gobiernos eurominimalistas (el Reino Unido) o aparentemente eurooptimistas (Alemania, Francia, Italia, España), con variopintos matices entre uno, otros  y los restantes.

Si los Gobiernos de los Estados miembros de la UE son de derechas, lo lógico es que apliquen una política de derechas, no solo a nivel nacional sino incluso con mayor interés a nivel colectivo, en la medida en que a través de éste logran imponerse mejor a los países con Gobierno de signo diferente. Si los Gobiernos son de centro-izquierda (en general socialdemócratas porque los comunistas apenas si han tenido participación en ellos) podrán aplicar una política de centro-izquierda. A veces no la han aplicado, para su vergüenza, pero siempre tendrán la posibilidad de divergir, en la medida de lo posible, de la derecha. Los liberales (de contornos ideológicos más o menos precisos –o menos difuminados-  según los países) juegan un papel de balancín. Dicho esto, lo que hace a la política europea un campo para la teorización, la agitación y la propaganda es que el vector ideológico anterior SIEMPRE se entrecruza con los diversos intereses nacionales. Cada país tiene los suyos y su defensa la hace con medios, abiertos y no abiertos. En general, aunque no siempre, tales intereses gozan de amplia aceptación entre las correspondientes élites políticas, económicas y militares.

De aquí se deduce que si las poblaciones europeas se sienten más a gusto con una determinada dirección ideológica lo razonable es que voten por ella tanto a nivel nacional como europeo. Ahora toca el europeo.

Claro está que la riqueza de las opciones teóricas nacionales no puede tener un correlato inmediato en este último nivel. No la tiene, en general, en el Consejo Europeo, ni en el Consejo de Ministros, ni en la Comisión. ¿La tiene en el Parlamento Europeo?. Desde el plano institucional y operativo se han previsto colchonetas en donde se asientan los representantes de partidos que no cumplen con los requisitos establecidos para formar grupo parlamentario. Es lo que va a suceder, irremediablemente, con varios micropartidos españoles cuyos nombres no mencionaré aquí por simple decoro profesional pero que, vistos desde el exterior, dan para reir largo y tendido.

En el modelo de política, ciertamente perfectible pero ¿cómo?, a que se atiene la Unión Europea, estas elecciones parlamentarias servirán para despejar una de las primeras incógnitas del primer término de la ecuación estratégica que se implantará para el próximo quinquenio. Quedan por despejar otras nada desdeñables, como las que implica el resultado de las elecciones generales en el Reino Unido y España el año que viene.

Ese primer término es, sin embargo, muy importante porque gracias a la dinámica política que generen estas elecciones se escogerán a cuatro elementos básicos, los presidentes de la Comisión, del Parlamento, del Consejo Europeo y del Alto Representante para la política exterior y de seguridad común. Es decir, los polític@s sobre quienes caerá la responsabilidad de dirigir la Unión Europea hasta 2019. La elección habrá de tener en cuenta, en mayor o menor grado, las sensibilidades representadas en el nuevo Parlamento.

De entrada, dicha dinámica también permitirá medir el grado de compromiso democrático de los jefes de Gobierno (o de Estado, en algunos casos). El Consejo Europeo de la semana que viene podrá elegir al futuro presidente de la Comisión, cuya ratificación parlamentaria tendrá lugar en el mes de julio. El otro día, charlando con un insider belga, democristiano por más señas, me dijo que él pensaba que Juncker podría ganar pero que, de no conseguirlo, él no excluía que entrara en liza algún “fantasma”. Apostaba por Christine Lagarde, la directora general del FMI.

¡Ójala no se produzca este escenario! Sería el más indicado para fortalecer entre los ciudadanos el rechazo y el despego a la Unión. Resultaría, en efecto, que a nuestros jefes de Estado y de Gobierno les importaría un bledo la voluntad expresada en las urnas por los ciudadanos europeos.

Yo no he votado, indirectamente, por Juncker. Fue jefe del Gobierno de Luxemburgo y se resistió con uñas y dientes, como gato panzarriba durante años y años, a la eliminación de las facilidades que habían hecho de su diminuto país un paraiso fiscal en el seno de la UE. Pasaría a dirigir una de las instituciones, la Comisión, que últimamente más ha luchado, junto con el Parlamento, por la desaparición de tales refugios a favor de los escualos financieros y de los defraudadores y aprovechados fiscales. Ciertamente se cumpliría el dicho norteamericano del I stand where I sit (mi punto de vista depende es función de mi sillón), una de las marcas del profesional.

En el Parlamento Europeo cortan el bacalao cuatro grandes grupos: democristianos, socialdemócratas, liberales y el grupo de las izquierdas y ecologistas. resto hasta ahora ha chillado, clamado y maldecido ante la opinión de sus países de origen pero nuncha han podido conseguir nada por sí mismos, a no ser una cierta intoxicación de los grandes grupos. No entro en el caso hiriente de los conservadores británicos que, junto con ciertos grupúsculos poco recomendables, van por libres. Su comportamiento es la manifestación más palpable del inmarcesible genio estratégico de ese primer ministro que quizá no pase a las páginas de oro de la historia británica: David Cameron.

¿Podría ser diferente esta vez?  Los cuatro grandes grupos políticos tienen  interés en acorralar a esos nacionalistas eurófobos, a veces con incrustaciones fascistas y xenófobas, antitéticas del élan europeo, que han proliferado al socaire de una política de austeridad fomentadora del paro, la desigualdad y la debilidad del crecimiento. Siempre, claro está, en detrimento del método comunitario, protector de los más débiles, y sin el cual la UE no habría pasado de sus más tiernos balbuceos.