Historia: empujan las nuevas generaciones

15 julio, 2014 at 8:21 am

Son tres los fenómenos detectados, todos positivos y muy estimulantes. El primero es que la historiografía sobre la contemporaneidad española avanza con fuerza, adentrándose en nuevas temáticas y nuevos tiempos. La guerra civil, aunque siempre presente de alguna u otra manera, se ha convertido en un punto de partida, no de llegada.

El segundo es la absorción, por parte de una nueva generación, de un principio por el que algunos autores de la mía hemos pugnado durante muchos años. Es preciso disociar analíticamente República y guerra civil. Esta última, por el contrario, debe formar núcleo con el franquismo. Los libros y manuales que tratan en el mismo golpe República y guerra civil están desfasados.

El tercero fenómenos se deriva del enriquecimiento que supone la coexistencia de tres o cuatro generaciones de historiadores, como ocurre ahora en España, que trabajan sobre los períodos que definen nuestra contemporaneidad: República, guerra civil, franquismo, transición.

De entre las nuevas temáticas la que más me ha impactado en El Escorial es el estudio de los mecanismos de control social utilizados durante la larga dictadura. Que de los aplicados en la guerra civil se pasó a los que se emplearon sin solución de continuidad en la segunda es evidente. Lo mismo ocurrió en otras áreas de las políticas públicas: educativa, cultural, represiva y agraria, por no citar sino unas cuantas.

Un joven doctorando ha empezado a estudiar los mecanismos de control social en Madrid en la inmediata posguerra. El volumen de documentación que ha encontrado es, sencillamente, asombroso. Lo que escriba, que no conozco, es difícil que no esté en consonancia con mi insistencia de que sin EPRE no habrá avances historiográficos profundos. Para el caso en cuestión debe combinarse la de naturaleza militar, política, social y policial.

La disociación del tan abroquelado binomio guerra-República también promete avances interesantes. Plantea, entre otros temas, los fundamentales: la legitimidad o ilegitimidad del “régimen del 18 de julio” y la responsabilidad inmediata en el descenso a los infiernos que fue la guerra civil.  A los políticos y funcionarios (también historiadores) que se socializaron en la dictadura o que no han logrado evadirse del canon que tan visceralmente promovió, ambos temas les provocarán urticaria. No en vano apuntalan una conceptualización que se ha abordado, sin menos EPRE, en muchas obras modernas: el franquismo como régimen rupturista en la evolución “normal” de la historia de España. Las consecuencias son aterradoras para los historiadores de derechas, españoles y extranjeros (que de todo hay en la viña del Señor). No extraña que se hayan lanzado a combates de retardamiento.

Para los historiadores de la generación más senior, es decir la de quien esto escribe, el futuro no tiene por qué ser preocupante. Sin ir más lejos, dos jóvenes historiadores (David Jorge y Miguel Íñiguez) están rastreando detenidamente los mil y uno escollos por los que hubo de atravesar la fenecida República a la hora de enfrentarse, sin el menor, con el cerco internacional que formó la política de no intervención. ¿Un tema manido? Quizá, pero nueva documentación pondrá en aprieto a quienes siguen, erre que erre, disminuyendo la eficacia de ese cerco entre los factores que condujeron a la derrota republicana. (Citar nombres equivaldría a darles una publicidad que, en mi opinión, no merecen. Quizá estén haciendo méritos para convertirse en los nuevos porta-estandartes extranjeros de una versión que no choca demasiado con las interpretaciones de la derecha autóctona).

Mi generación no está en la misma situación en que se encontraron los historiadores de la que nos precedió. Observen los lectores que no menciono a “nuestros maestros”. No lo fueron, por lo menos en los temas relevantes de la que para muchos de nosotros era entonces historia contemporánea (es decir la que se inicia tras la quiebra del sistema de la Restauración). Yo  nunca aprendí nada de ellos. ¿Qué podían enseñarnos si se habían estancado en las delicias, goces y honores académicos que les proporcionó la dictadura? En el mejor de los casos, prefirieron revisar algunos ámbitos del siglo XIX y de sus continuidades en la primera parte del XX. Siempre fue más seguro.

El decano de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, Luis Enrique Otero Carvajal, ha dirigido un equipo pluridisciplinar que se ha especializado en el estudio de las quiebras en las distintas ramas del quehacer científico en España. Un primer avance de su trabajo se publicó hace un par de años sobre la destrucción de la ciencia en España. Hace unos cuantos meses se ha publicado un masivo estudio por él coordinado sobre la Universidad nacional-católica. La perspectiva analítica escogida ha estribado en el desbrozamiento y contextualización de los expedientes de oposiciones a cátedras universitarias en el decenio de los años cuarenta. Nombres “gloriosos” de la Universidad española de la postguerra pasan por la trituradora de la confrontación con la EPRE en aquel momento culminante de su trayectoria que era el espaldarazo que suponía obtener una cátedra. He de confesar que en Historia el resultado confirma lo dicho. Salvo excepciones, como la de Vicens Vives, posteriormente un tanto exagerada, no hay grandes nombres. El franquismo nos descoyuntó de la evolución que la disciplina seguía en el exterior.

En el seminario de El Escorial las críticas a la llamada “Ley de Memoria Histórica” fueron constantes. No es de extrañar. Sus defectos son numerosos. Sus pretensiones nunca se tradujeron consistentemente en hechos. “Zapaterismo ligero en estado químicamente puro” fue una de las lindezas que se le soltaron. La pérdida de una oportunidad.

También salió a relucir el continuismo en las percepciones de algunos altos cargos del aparato judicial de nuestros días. Ya habían hecho sus primeras armas en la represión franquista. El tratamiento del caso Puig Antich que promete el profesor Gutmaro Gómez Bravo en un  libro a él dedicado será apasionante y sumamente revelador. Un crimen de Estado sin reparar.

En resumen: no hay nada que deba incitarnos a la tristeza. A pesar de todas las dificultades objetivas (en particular de las interpuestas por el actual Gobierno con su negativa a desclasificar nueva documentación y el cierre de un sector de la que ya se conocía), las generaciones que vienen empujando mantendrán a la historiografía española en el recto camino.