Franco y la rentrée (y II)

16 septiembre, 2014 at 7:24 am

Este post ofrece unos cuantos ejemplos de las opiniones que Franco despertó en su época a algunos de sus más íntimos colaboradores. Forman parte de las que daré a conocer, con sus referencias documentales, en dos próximos libros. Las más lejanas en el tiempo se basan en las memorias inéditas de un personaje hoy olvidado pero que siguió de cerca la actuación de Franco, y de su hermano Nicolás, en los  primeros meses de la guerra civil. Saldrá a finales del mes próximo. Las menos lejanas las reproduzco en el libro previsto para el XL aniversario del fallecimiento. Se basan en documentos conservados en archivos plenamente accesibles. Me llevaré una grata sorpresa, y felicitaré públicamente a sus autores, si pudiera leerlas en la nueva biografía que sobre Franco anunció Manuel Rodríguez Rivero en Babelia hace unas cuantas semanas.

 

Una de las características que destacan en los innumerables elogios que políticos de derechas, tertulianos, periodistas, plumillas de diversa índole y hasta historiadores siguen, de manera más o menos directa, vertiendo sobre Franco se refiere a su sagacidad galaica, a su “hábil prudencia”, a su capacidad por guiar con mano segura la nave del Estado en tiempos turbulentos, sobre todo en la segunda guerra mundial y en la postguerra. Las alabanzas, a veces babosas, abarcan una amplia gama, desde las menos matizadas a las que lo son en grado extremo. Hoy ya es extravagante, por ejemplo, considerarlo como un “enviado de Dios” o “el salvador de España” (a pesar de que ilustres prelados comulgaron con tales ideas), pero sigue aludiéndose a sus grandes logros: evitar que España cayera de cabeza en la trituradora de la segunda guerra mundial, “pacificar” a los españoles y abrir la puerta al crecimiento económico de los años sesenta. Sin este, se afirma, no hubiera sido posible la transición española. En definitiva, Franco fue un titán.

Los historiadores hemos hecho todo lo posible por identificar lo que hay detrás de esos logros, muchos de los cuales tienen que ver no tanto con él como con factores ajenos a su voluntad.  La comprensión del personaje puede y debe completarse desde otro ángulo. ¿Cómo vieron al Caudillo/Generalísimo/presidente del Gobierno/Jefe del Estado/líder del partido único (entre otras cosas más) algunos de sus más íntimos colaboradores?

El malogrado Javier Tusell fue uno de los primeros en abordar el tema desde la óptica de memorias, varias de entre ellas desconocidas hasta que él las consultó. Le siguieron más autores. Los escritos de, entre otros, Beigbeder, Gómez-Jordana, Kindelán, López Rodó, Navarro Rubio, Queipo de Llano, Serrano Suñer y una impresionante serie adicional para los años del tardofranquismo han arrojado luz, con frecuencia contradictoria. Cuando se ha tratado, como en varios casos, de ediciones preparadas por autores que de ellas se han responsabilizado no tenemos la seguridad de que no fuesen manipuladas. Hoy, por ejemplo, está muy de moda ensalzar a Gómez-Jordana. Yo no he trabajado en sus papeles pero me sorprenden, por ejemplo, las omisiones que figuran en su diario. Y eso que un diario, por definición, no equivale a memorias. De las de Queipo, mejor no hablar. Personalmente he seguido un enfoque distinto, gracias a la amabilidad de numerosas personas a quienes he consignado, donde corresponde, mi más profundo agradecimiento.

El resultado, a veces, cubre un vacío. Otras no. ¿Cuáles son, por ejemplo, los escritos que iluminen la atmósfera, el ambiente y las relaciones humanas en el Cuartel General durante la guerra civil? Quizá se conserven los de Antonio Barroso, Lorenzo Martínez Fuset, Blas Pérez González, Fidel Dávila, etc., pero si se conservan, no han salido a la luz.

Lo que se haya escrito en la biografía de Franco próxima a aparecer habrá que contrastarlo con lo que arrojan las memorias que escribió para su familia, y no para publicación, quien fue el primer secretario de Relaciones Exteriores de Franco. Por así decir el “proto-ministro” del ramo. Se llamaba Francisco Serrat y Bonastre y estaba a la cabeza del escalafón de la carrera diplomática antes del 18 de julio de 1936. El lector que eche un vistazo a su nombre en Wikipedia no encontrará muchos datos sobre él y los más importantes son erróneos. En lo que escribió para conocimiento exclusivo de su familia dejó constancia de algo de lo que había visto en Burgos y en Salamanca hasta que se eclipsó en circunstancias nunca esclarecidas.  Ningún historiador franquista o antifranquista ha sentido la menor curiosidad por hacerlo y un aficionado que a ello se atrevió se echó prudentemente atrás. La solución no dejaba en buen lugar al inmarcesible Jefe del Estado.

Franco aparece, en las memorias de Serrat, como un hombre vacilante, carente de toda formación para hacer frente a las complejidades del entorno internacional, manejado por su hermano Nicolás (un bribón corrupto de tomo y lomo), proclive a relajarse en discusiones interminables con sus amigotes (entre ellos Barroso), dependiente de los favores de alemanes e italianos, etc. ¿Y en el plano personal? Teniendo en cuenta lo que sucedió a Serrat, y que no se desvelaré aquí, Franco se revela como un tipo rencoroso, vengativo y mezquino. Documentable.

Otro próximo colaborador de Franco, en este caso militar, se refirió a él caracterizándolo de vanidoso, proclive a rodearse de aduladores, gustoso de que se le quemase incienso en cantidades tales que daba náuseas. Había llegado a creer que era un ser superior a los demás y que sus caprichos eran leyes. [Algo no del todo exacto: Franco copió a Hitler en ciertas aspectos importantes para él y su dictadura]. El colaborador, que no identificaré aquí, subrayó que Franco era por naturaleza desconfiado y rencoroso y que hacía caso de todas las insidias venenosas que le pusieran por delante. Bajo su mando la inmoralidad y la injusticia lo invadían todo y habían llegado a profesiones en donde nunca antes habían aflorado. No le agradaba en absoluto que le contasen la verdad y solía postergar a quienes se atrevían a hacerlo. ¿Resultado? El desastre, el imperio de la desvergüenza y la corrupción. En una palabra, la España de Franco.

Añadiré que tales observaciones respondían a una realidad documentable. El inmarcesible Caudillo, desde los años de la guerra civil, actuó como un corruptor nato. Sus palancas fueron las habituales: honores, favores y dádivas. No tanto en metálico como en especies que valían su peso en oro. Tal vez haya algo de eso en la próxima biografía.

Pronto lo veremos.