Un capitán traidor a la República

7 octubre, 2014 at 7:34 am

En los días de ocio de las ya casi olvidadas vacaciones me dediqué esencialmente a leer. Entre los libros que me ocuparon figura uno que me parece ser un excelente aperitivo para el plato fuerte que nos promete en un próximo futuro el profesor Ángel Bahamonde. Está relacionado con las discusiones en torno a las razones por las cuales los republicanos perdieron la guerra, unas discusiones que han levantado sangre en el pasado y que, verosímilmente, continuarán levantándola en el futuro.

Ángel Bahamonde ha partido de una idea brillante. Examinar los expedientes de los consejos de guerra incoados a los militares republicanos del Ejército de Tierra terminada la guerra civil. Su hipótesis, perfectamente plausible, es que en ellos aparecerían datos sobre actividades anti-republicanas en el curso del conflicto. La noción de que el Ejército Popular  albergó a numerosos traidores en su seno se remonta a los días sangrientos de la guerra civil y desempeñó un cierto papel en las querellas del exilio. Se vio, claro está, estimulado por el traicionero golpe del coronel Segismundo Casado.

El tan denostado SIM fue una de las piezas claves montadas (lo hizo Indalecio Prieto en su época de ministro de Defensa Nacional) para atajar tal tipo de actividades subversivas. Las repetidas llamadas de los dirigentes comunistas sobre su proliferación en las filas del Ejército Popular han solido achacarse a la paranoia estalinista y, ciertamente, en los informes de los asesores soviéticos enviados a Moscú las quejas sobre traiciones, reales o inventadas, son continuas.

Ahora, gracias al profesor Bahamonde, pueden precisarse aspectos poco conocidos o totalmente desconocidos. De él tomo el ejemplo que más me ha impactado. Por ejemplo, cuarenta ocho horas antes de que los republicanos lanzaran la ofensiva sobre Brunete sus planes habían llegado a conocimiento del Cuartel General de Franco. Es un tema importante, porque a la luz de esta nueva información habrá que examinar la actuación comandada por el tan ensalzado Generalísimo. No es lo mismo hacer frente a una ofensiva sin saber a ciencia cierta lo que persigue el enemigo que tener en mano sus planes de batalla. Aun así, y por razones que en algún momento se descubrirán, si es que han quedado papeles, el ejército franquista se vio sorprendido e, inicialmente, desbordado.

Recordemos que tanto los plumillas franquistas y neo-franquistas, amén de algún que otro historiador, han atribuido la ofensiva de Brunete a incitaciones soviéticas. Uno de los últimos en hacerlo es el conocido autor británico Antony Beevor. Está ya demostrado que no fue así y que fue el Gobierno republicano, compuesto de civiles, el que preconizó la acción. Tras la caída de Bilbao, la moral estaba por los suelos. Brunete fue, en puridad, la primera gran ofensiva republicana. Se saldó más bien con un empate y no logró su proclamado objetivo estratégico de detener el arrollador avance franquista en el Norte. El consejero militar jefe soviético recomendó a Moscú un estudio detenido de la operación, que plantea toda una serie de cuestiones tácticas y logísticas de la mayor importancia.

Ahora bien, ¿quién, de entre los lectores, ha oído hablar del capitán Agustín Delgado Cros? Este caballero, nos dice Bahamonde, era próximo a Falange. Conocía la trama conspirativa de cara a julio de 1936. Fue considerado desafecto y estuvo incluso detenido en la cárcel de Ventas, en Madrid, hasta enero de 1937. Se reincorporó, gracias a los buenos oficios de un familiar suyo, al Ejército Popular y sus jefes inmediatos no ignoraron sus predilecciones. ¿Hicieron algo para neutralizarlas? Parece ser que tal no fue el caso. Gracias a su amistad con alguno de ellos Delgado se hizo con documentación reservada y, ¡zas!, en cuanto se perfilaron los planes de la ofensiva de Brunete los hizo llegar al otro lado. En diciembre de 1937 el SIM lo detuvo. Las acusaciones probablemente hubieran debido llevarle al paredón pero, por razones que ignoro, el hecho es que pasó el resto de la guerra en la cárcel. Terminado el conflicto se incorporó tranquilamente a los vencedores. Tan tranquilo. Incluso combatió en Rusia.

El capitán Delgado Cros es un mero ejemplo. Por las páginas del libro de Bahamonde (Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado, ediciones Cátedra) desfilan otros caracteres que le superaron con mucho. Entre ellos figura el general Manuel Matallana, íntimo de Rojo, del que algunos investigadores ya examinaron su expediente personal hace varios años. Tras ello llegaron a la conclusión de que igualmente había traicionado a sus compañeros. Pour la bonne cause. Bahamonde lo ratifica.

La traición no hizo estragos solo en el Ejército de Tierra. También se dedicaron a ello muchos de los no muy numerosos mandos profesionales de la Flota que se quedaron con la República. Uno de sus objetivos estribó en reducir las actividades de la Armada al mínimo imprescindible y alejarla en lo posible de las zonas de riesgo. Encontraron una excelente coartada en la imperiosa necesidad de proteger los convoyes que transportaban armas, medicinas, alimentos, petróleo y materias primas para el esfuerzo de guerra republicano. En cuanto se refugiaron en Bizerta, tras la doble traición de Buiza a Casado y a Negrín,  se apresuraron a hacer valer sus méritos a los vencedores. Los lectores no ignorarán que, durante la primera parte de la segunda guerra mundial, uno de los papeles más importantes de la Royal Navy fue proteger las rutas marítimas en el Atlántico por las que transitaba el apoyo material (en armas, materias primas y alimentos) norteamericano.

Naturalmente, nada de ello significa que la República perdiera la guerra solo a causa de la traición pero si se tiene en cuenta que, como ya señalaron en su día muchos combatientes, los emboscados y sospechosos tendían a concentrarse en los Estados Mayores y mucho menos entre los mandos combatientes, es verosímil que el daño fuese considerable. Stalin tomó nota y la aplicó con fruición y salvajismo inaudito a sus sangrientas purgas del Ejército Rojo.

La única arma en donde, al parecer, menos traidores hubo fue la Aviación. Era la más joven y más tecnificada y sus integrantes atravesaron en gran medida por los cursos de aprendizaje en la URSS. Los aviadores republicanos se batieron con arrojo hasta el amargo final. No extrañará que la furia de los vencedores se desatara sobre sus componentes.

Aviso a futuros investigadores: en el archivo histórico del Ejército del Aire, en Villaviciosa de Odón, próximo a Madrid, se conservan todos los expedientes de los consejos de guerra montados a los aviadores. Constituyen la materia idónea para, en relativamente poco tiempo, preparar una tesis doctoral sobre la represión de la postguerra en las FARE. Por desgracia, nunca he tenido tiempo de emprender un estudio sobre tal tema. A buen seguro que daría lugar para interesantes conclusiones.

¿Se anima alguien?