DOS MIRADAS SOBRE EL FRANQUISMO TARDÍO PERO ¿EN EL MISMO PAÍS?

17 marzo, 2015 at 8:30 am

Terminado a todos los efectos mi trabajito sobre Franco, que aparecerá a finales de septiembre, me he lanzado vorazmente sobre un par de libros de los muchos que he ido dejando para más adelante. Llevo una semana en duda existencial, como decían antes los cursis. Los libros que he ido devorando son la relectura crítica de la biografía de Franco escrita por Payne y Palacios, a la que ya he hecho alguna referencia en este blog, y el ensayo de Gregorio Morán que tantas oleadas ha levantado y titulado El cura y los mandarines.

 Concil_Toled

Mi perplejidad (por utilizar un término neutro) se refleja en la pregunta que vengo haciéndome desde que los empecé a escudriñar en paralelo. ¿Escriben por ventura sobre el mismo país? Cualquier lector dirá que sí y que ese país es España. Pues bien, si se trata de España la respuesta se cae por su propio peso. A un lado están quienes enuncian sin comentario alguno que «el 80 por ciento de los españoles calificaron su muerte [de Franco] como una gran pérdida» y que añaden como punto final, de su propia cosecha, que bajo la lápida en el Valle de los Caídos se enterró «una milenaria tradición que hundía sus raíces en un pasado de trece siglos».

Me he llevado un shock. De ser cierto Franco habría representado nada más ni nada menos que el final de un viaje de mil trescientos años. O su culminación. No hay que acudir a la calculadora. Sustraer 1300 de 1975 lleva a 675, a los tiempos de los visigodos. Con exactitud cronológica a la fecha en que tuvo lugar el XI Concilio de Toledo. He ido corriendo a ver qué se escribe en Wikipedia. Siendo historia vieja es de suponer que lo que benévolos autores hayan redactado la entrada no la habrán alterado a causa de querellas presentistas o ideológicas.

El texto parece neutro. En el XI Concilio se trataron temas relacionados con la disciplina eclesiástica. Así, por ejemplo, continuó anatematizándose la simonía de los clérigos y se discutió qué hacer con los obispos «que hubiesen seducido a viudas, hijas, sobrinas y otros parientes» de nobles. Confieso que no veo la relación con Franco pero a mí tampoco se me hubiera ocurrido retroceder 1.300 años para llegar a quien fue inmarcesible Caudillo. En todo caso, que no se diga que los autores se mueven al compás de la historia acontecimental. Si lo que afirman no es una proposición de historia estructural, no es nada. Una historia «estructural», claro, un tanto peculiar.

Al otro lado está un periodista brillante e idiosincrático que considera que, en términos culturales, todo el período franquista fue un auténtico erial pero en el que se desarrollaron semillas sumamente venenosas como las del fascismo, un catolicismo enajenado y enajenante y otras (cobardía, resignación, deseo de venganza, envidia) que llevaron a la eclosión de un amplio colectivo de intelectuales muchos de los cuales, en la Transición, se rehicieron una virginidad a prueba de bomba.

Se dirá que Gregorio Morán ha escrito un livre à scandale y, ciertamente, no suele dejar títere con cabeza. Es muy fácil de comprobar gracias a un índice onomástico en el que están todos lo que son pero no son todos los que están. No he leído su obra anterior sobre los tiempos de Ortega y Gasset pero imagino que en ella habrá muchos más. Sus opiniones sobre varios de los personajes y personajillos que menciona y que he conocido personalmente coinciden con las mías. En otros casos, quizá por estar mal informado, disiento de él. A veces fuertemente.

Pero no hay duda. Los tres autores se refieren al mismo país y al mismo tiempo histórico (aunque como es lógico Payne/Palacios se remontan a finales del siglo XIX de la mano de su protagonista y sus incursiones por el siempre resbaladizo terreno cultural sean más bien ligeras cuando no condescendientes). Este es, para mí, uno de sus rasgos más característicos.

Cito, a título de ejemplo, uno de sus párrafos en el que demuestran su quehacer de historiadores. Al referirse a la «rebeldía de los estudiantes universitarios» de los años sesenta del pasado siglo, les sorprende que estos hubiesen descubierto

«una nueva ideología materialista en las ideas neomarxistas gramscianas (sic) y en lo que unos años se llamaría eurocomunismo, que importaron sin masa y sin sentido crítico de Francia e Italia».

¡Bravo! ¡Bravísimo! Añadamos que por las comparaciones se reconoce al historiador. Para ambos autores ese

«nuevo ´marxismo cañí´ (sic) no fue más que una mera traslación de ideas procedentes del extranjero, sin más contenido empírico o profundidad analítica que los cuentos de Washington Irving».

¡WOW!, que dicen los norteamericanos. Esta cita, que tomo de la página 519, me deja perplejo. No sé si a Morán le gustaría comentarla basándose en lo que afirma en varios espléndidos capítulos de su libro. Supongo que ni se molestará. Con toda razón. Yo no trabajo en historia de la cultura pero me pregunto de dónde las ideas que florecían en la Europa occidental en los años sesenta/setenta, como también en Estados Unidos, podrían haber surgido endógenamente en la dictadura, que es lo que Payne/Palacios parecen reprochar a aquellos deslumbrados por el «marxismo cañí» (científico concepto que veo en letras por primera vez).

Yo diría, sin embargo, que tras la experiencia acumulada de más de veinte años de continua ducha fría pasando del ideario fascista al nacional-católico y viceversa en un país de fronteras cerradas y de persecuciones sin cuento (con la nunca olvidada Brigada Político Social al frente y tribunales militares en retaguardia para «valorar» en toda su amplitud el grado de perversidad de la disidencia), con un país -repito- en que el profesorado en la enseñanza secundaria y universitaria había sido drásticamente depurado (a la mayor gloria de Dios, de la Patria y de Franco) y con una censura literalmente de guerra (aprobada por aquel genio de la raza que fue Serrano Suñer), ¿dónde diablos hubieran podido los jóvenes españoles encontrar maestros, hacer reuniones, aprender? Porque de lo que había en estos lares no cabía esperar mucho.

Claro que tampoco los estudiantes norteamericanos que no comulgasen con la sopa boba servida a calderadas en aquellos tiempos tan simples de macartismo y de guerra fría tenían el tipo de facilidades que encontraron en los años sesenta y setenta.

Por si acaso, y en lo que se refiere a España, Payne/Palacios no han prestado la menor atención a las embaucadoras prácticas de la guerra fría cultural que con tanto entusiasmo aplicaba la CIA y que también tuvieron su reflejo en España. Son temas calentitos en la historiografía y fue precisamente una norteamericana, Frances Stonor Saunders, quien tiró de la sonnette de alarma. Su aplicación detenida al caso español la ha hecho una historiadora polaca, Olga Glondys. Las obras de ambas están disponibles en castellano (la primera desde 2001). Entiendo que a un distinguido historiador norteamericano no le guste husmear por los bajos fondos de la política de su país pero que tampoco lo haga un autor español cuando se trata de escribir sobre el suyo hace sospechar.

En todo caso, como el progreso historiográfico no se detiene hoy contamos con un análisis preciso del reclutamiento de aquellos «maestros» universitarios en el período de más exaltado nacional-catolicismo. Tiene incluso la ventaja de poder consultarse en la red.

¡Ah! Los amables lectores habrán comprendido que la semana a que hice referencia no la he pasado preso de dudas existenciales sino riéndome de lo escrito sobre la figura a que abocó aquella historia milenaria que supuestamente arrancó en el XI Concilio de Toledo.