Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (III)

14 abril, 2015 at 8:30 am

Las investigaciones realizadas en el Archivo Histórico del Aire (AHEA) en Villaviciosa de Odón y el General Militar de Ávila (AGMAV) ponen de relieve dos cosas. La primera es que el expediente sobre el bombardeo y destrucción de Gernika ha desaparecido. Solo un cretino podría pensar que se habrá tratado de una casualidad, o que, ¡milagro!, no se compilase uno. Aun así, varios historiadores, al frente Don Ricardo de la Cierva, han hecho mucho hincapié en que el documento más buscado por los historiadores «anti-españoles» no se ha encontrado. (Tampoco, por cierto, la orden de Hitler que puso en marcha la Shoah).

P1020180La desaparición en el caso español se explica por razones menos sofisticadas que en el alemán. En los archivos de la dictadura siempre han actuado sin compunción alguna bichitos fibrófagos que roen o destruyen papeles comprometedores, desde los años de la guerra civil hasta la Transición y, en mi opinión, incluso después.

Ahora bien, no siempre esos bichitos están bien dirigidos o teledirigidos. Con cierta frecuencia dejan restos. En el caso de Gernika muchos. De aquí que cualquier historiador que se precie trate de localizarlos. Un militar hiperfranquista, el general de Caballería ya fallecido Rafael Casas de la Vega (coautor de la infame reseña biográfica de Mola en el DBE, de la Real Academia de la Historia), escribió en un mamotreto sobre Franco publicado en 1995, para mayor dicha por la editorial que se decía propiedad de Ricardo de la Cierva, que había obtenido quinientas fotocopias de documentos conservados en Ávila y en los archivos militares alemanes. Quería ofrecer a los ávidos lectores interesados una amplia versión de lo ocurrido.

No lo hizo. Ignoro las razones. A mí me sorprendió leer tal propósito porque lo que hay en Ávila no da para comerse muchas roscas. Sí las suficientes para empezar a echar por la borda las interpretaciones franquistas. Quizá tan ilustre militar retrocediese espantado. En realidad cruzar documentos de varios archivos es lo normal y lo que se enseña a los estudiantes de historia. Supongo que el profesor Payne también lo habrá hecho cuando daba clases en la Universidad norteamericana. No puedo suponer nada de Palacios al respecto.

Pues bien, los documentos de Ávila y de Villaviciosa de Odón permiten reconstruir el contexto en el que tuvo lugar el bombardeo de Gernika y arrojar luz sobre el tipo de cooperación que se había establecido entre la Legión Cóndor alemana (coautora principal del bombardeo), la Aviación italiana, la franquista y las fuerzas del Ejército de Tierra de Franco. Es un aperitivo que despierta el apetito.

También existen documentos adicionales hasta entonces desconocidos exhumados en Alemania por la profesora Schüler-Springorum y de gran relevancia para aclarar el bombardeo. Finalmente, combinando unos con otros es posible explicar el jueguecito al que se entregaron Franco y Kindelán. Este último era el Jefe de la Aviación franquista. Se ha escapado de rositas en los centenares de trabajos sobre el bombardeo concentrados en la autoría de la Legión Cóndor. Sin embargo el inmarcesible Caudillo y el general monárquico que más contribuyó a su «exaltación» a la Jefatura del Estado se conchabaron para encubrir lo ocurrido de cara a un Hitler indignado y a quien el bombardeo y el escándalo universal que despertó cogieron absolutamente desprevenido.

No tenga cuidado el lector. Ni Payne ni Palacios dicen una palabra al respecto. Tampoco Salas ni Corum. Para eso hay que tener una cierta curiosidad y, sobre todo, apelar a la base documental que se ha conservado.

Una parte de esta última es conocida desde hace muchos años. Se refiere a las condiciones exigidas por los alemanes a Franco para el envío, en octubre de 1936, de la Legión Cóndor. El recién nombrado Generalísimo las aceptó encantado. La más importante es que la Legión actuaría a las órdenes de su propio comandante en jefe, obviamente alemán. Este, el general Hugo Sperrle, solo respondería ante Franco y actuaría como su asesor inmediato para temas relacionados con el empleo de la misma.

Lo que no se conocía (ningún historiador pro-franquista ha mostrado interés en ello) fueron las condiciones estratégicas, tácticas y operativas en que desde el principio se plasmó la inetracción entre la Cóndor y las fuerzas franquistas. Estas no eran, técnicamente hablando, una maravilla. Tampoco una panda de aficionados, como ocurrió al principio en el Ejército Popular de la República. Así pues se hizo lo que era inevitable hacer: establecer los oportunos protocolos de cooperación. Los españoles fueron puntillosos. Había que evitar roces, malos entendidos, despistes, etc. Tales protocolos se establecieron de inmediato. Ya se los utilizaba en diciembre de 1936. Las operaciones de los aviones alemanes se discutían con la Jefatura del Aire (Kindelán). Se definían las modalidades de actuación. Los tipos y número de aparatos. La relación con otras fuerzas aéreas, a saber, la franquista y la italiana. Los objetivos tácticos. La carga de bombas. Se redactaban informes inmediatamente después de las operaciones. Se analizaban los efectos. Lo normal. (Pero lo normal no siempre es la norma en la historiografía pro-franquista de la guerra civil).

Cabe suponer que este modo de proceder, que implicaba una coordinación continua y que insistimos ya empezó a rodarse en diciembre de 1936, seguiría efectuándose en los meses ulteriores. Y, en particular, en la campaña del Norte en la que a la Aviación le correspondió un papel estratégico, táctico y operativo fundamental. Sin embargo, ahí aparecen de nuevo los bichitos fibrófagos. Los protocolos han desaparecido salvo para los primeros tiempos. Una casualidad.

También se sabe (pero no ha penetrado aún en numerosos historiadores pro-franquistas) que dado que a Sperrle se le había conferido la responsabilidad directa por el empleo de la aviación alemana, la ejerció en todo momento. Cuando a Franco, que de operaciones aéreas no tenía demasiada idea, se le ocurrió pedir a Sperrle que utilizara sus aviones en apoyos tácticos a la infantaría, el general alemán se negó a ello. La Legión era más efectiva cuando se la empleaba en bloque. Tenía toda la razón. Pero Franco no se conformó. Sperrle recurrió a Berlín. Y hete aquí que desde Berlín le dieron la razón. Una carta cortés, pero firme, del ministro de la guerra mariscal von Blomberg a Franco puso las cosas en su sitio. Sperrle estaba autorizado a actuar como lo hacía, si bien podía determinar cuándo y cómo, bajo su responsabilidad, optase por otro modo de proceder.

Este intercambio, del mes de abril de 1937, tiene importancia porque muestra inequívocamente que Sperrle no dudó en acudir a sus superiores cuando las peticiones españolas no le agradaban. Se salió con la suya. Es difícil que Sperrle o Franco o Kindelán no estuvieran bajo el efecto de este intercambio epistolar unas cuantas semanas después. Que le gustase a Franco o a Kindelán es otra cosa. Probablemente ello alimentó la malquerencia del primero hacia Sperrle, porque lo cierto es que después de Gernika Franco continuó insistiendo en la ocasional disgregación de la Legión y el alemán continuó negándose.

¿No saben Payne y Palacios nada de esto?

(seguirá)