Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (y VI)

5 mayo, 2015 at 8:30 am

La exoneración de Franco alcanza su punto culminante con la curiosa noción de que «se equivocó al negarse a admitir la verdad» (p. 229). Que en 2014 esto lo afirmen Payne y Palacios es como para echarse a llorar. Revelan una superable ignorancia de cómo el Caudillo hizo la guerra civil. Franco, en efecto, no podía, con casi imposibilidad metafísica, reconocer lo que había pasado.

Guernica, RuinenLo que había pasado es que la Legión Cóndor destruyó Gernika. Y que al día siguiente, 27 de abril, el lendakari Aguirre lo denunció urbi et orbi. Y que la prensa británica y norteamericana recogieron la noticia de que aviones alemanes al servicio de los facciosos españoles eran los que habían bombardeado la villa foral. Pero Payne y Palacio eluden que ni Franco ni Hitler no reconocieron, en la guerra civil, que unidades alemanas regulares de tierra y aire intervenían en ella. Era el secreto de Polichinela. Todo el mundo lo sabía. Pero los países democráticos occidentales, en el marco de la no intervención, se hacían gustosamente ciegos y sordos. No «veían» soldados y aviadores alemanes sino algún que otro voluntario y sobre todo «técnicos». De aquí la famosa respuesta del Cuartel General, que Payne y Palacios se abstienen de mencionar:

«¡Miente Aguirre! Miente vilmente (…) No hay aviación alemana ni extranjera en la España nacional. Hay aviación española. Noble, heroica aviación española que lucha constantemente con aviones rojos que son rusos, franceses y conducen aviadores extranjeros (…) Guernica no ha sido incendiada por nosotros. La España de Franco no incendia. La tea incendiaria es monopolio de los incendiarios de Irún, de los que han incendiado Eibar, de los que trataron de quemar vicos a los defensores del Alcázar de Toledo».

Con ello Franco, porque fue Franco mismo quien reaccionó como un toro herido (Irujo ha recogido el telegrama que la embajada italiana en Salamanca envió inmediatamente a Roma), sentó las bases del mito de Gernika. Duró tanto como su dictadura.

Hubo un problema, que también eluden cuidadosamente Payne y Palacios y es que desde Berlín se preguntó a la Cóndor. Y von Richthofen contestó, sin faltar de todo a la verdad, en un sentido que «salvaba» el honor nazi (si es que lo había) y el honor de Franco. Habían sido unidades de primera línea, la infantería, las que habían pedido el bombardeo de Gernika.

Esto fue una pequeña distorsión de lo ocurrido pero satisfizo momentáneamente a Berlín que, obvio es decirlo, conocía al dedillo los mecanismos de coordinación hispano-alemana en el plano estratégico, táctico y operativo.

El problema es que la discusión internacional en torno a Gernika no solo no disminuyó sino que fue aumentando progresivamente. Era lógico. La rotunda declaración de Salamanca negaba lo que parecía evidente. Encima pronto dio paso a la patraña de que los propios vascos, ayudados amablemente por dinamiteros asturianos, habían pegado fuego a la villa con el fin de crear un ambiente desfavorable a los autodenominados «nacionales». Southworth, en la parte más sustancial de su obra, recreó el proceso fuera y dentro de España y que culminó, en un primer momento, en la constitución por Franco de una comisión de expertos encargada de preparar un informe que pudiera airearse ante el exterior

Esta fue la denominada Comisión Herrán que preparó, en efecto, un informe oficial publicado en Londres al año siguiente. Hizo maravillas, saltos malabares, prodigios de prestigitación y concluyó en favor, lógicamente, de la tesis de la autodestrucción. Southworth lo redujo a trizas pero, no tema el lector, el general Salas lo ha resucitado.

El 9 de agosto de 1937 se reunió en Gernika la comisión. En ese mismo día, ¡o milagro milagroso!, von Richthofen escribió una carta supercortés a Kindelán. Acompañaba un informe, también en alemán, sobre lo que había ocurrido en Gernika. Como los miembros de la comisión probablemente no entendían tal idioma, alguien la tradujo al español. Pero fue una traducción amañada.

ál informe han aludido el propio Salas, Morten Heiberg, Manuel Ros Agudo y Stefanie Schüler-Springorum. Se encuentra en Villaviciosa de Odón. Servidor lo ha estudiado a fondo y destacado las «charranaditas» de Salas y de los desconocidos traductores. Von Richthofen reconoció lo evidente y lo que era imposible ignorar, por muy amable que quisiera mostrarse con los deseos de Franco. El comienzo del informe fue rotundo: «La situación en tierra en el frente de Vizcaya el 26 de abril de 1937 que llevó a ordenar al mando del Ejército del Norte el bombardeo aéreo del puente pegado a Guernica por el este era…» Obsérvese, ahora ya no fueron las «unidades de primera línea». Como este comienzo es altamente inconveniente para Salas, ¿qué hace el «objetivo» general? Pues eliminarlo de un plumazo, seguro de que sus numerosísimos seguidores no irían a dudar de su palabra y consultarían el texto original en el AHEA.

El lector debe saber que para entonces lo que se afirmaba ya, y repetirían los autores pro-franquistas hasta poco menos que hoy en día, es el presunto objetivo de la operación Gernika. Cortar un puentecillo de piedra sobre la ría de Rentería que comunicaba el núcleo de la villa con este barrio. Siempre se ha omitido que el puente estaba, prácticamente, dentro de ella. Y ¿por qué diablos se utilizarían toneladas de bombas incendiarias para destruir un diminuto puente de piedra?

Innecesario es decir que en el informe de von Richthofen desapareció toda referencia a bombas incendiarias. Había que apoyar, en lo posible, la tesis de la auto-destrucción. Ya se sabe. Los «malos» vascos. Los horribles dinamiteros superrojos … No sabemos si, en su versión amañada, el informe se elevó a conocimiento de los componentes de la Comisión Herrán pero si, como suponemos, lo fue reforzaría la noción de que los republicanos, en retirada hacia Bilbao, habían quemado Gernika. Vilmente. Como solían hacer.

¿Por qué es hoy importante el atroz bombardeo de la villa foral? Por varios motivos:

a) La dictadura franquista mantuvo el mito creado en 1937. Al final, el Ministerio de (Des)Información fue permitiendo algunos cambios con cuentagotas. Incluso se llegó a no negarse del todo la autoría alemana, pero se cualificó. Lo hicieron sin que lo supiera Franco. El genio de la historiografía pro-franquista, de la Cierva, fue más allá. Una escuadrilla voló de Alemania a Gernika, la bombardeó y se marchó de nuevo a Alemania. Sin repostar.

b) Se silenció cuidadosamente el origen del mito. El propio Franco, no el Gobierno suyo como afirman Payne y Palacios. También que el invicto Caudillo lo mantuvo contra viento y marea no solo en la guerra civil sino también en la larga postguerra.

c) Se echó, en lo posible, la culpa a los otros. Un caso claro y evidente de proyección, característica típica de la historiografía franquista. Antes y hoy.

d) Nunca los autores de esta cuerda, empezando por los militares (a la cabeza de ellos el general Jesús Salas Larrazábal) y terminando por el más humilde de los historiadores «objetivos», han querido ir al fondo de la cuestión.

Por algo será. Yo, simplemente, me limito a rogar al profesor Stanley G. Payne y al periodista Jesús Palacios que, por lo menos, lean. Que lean sobre Gernika y sobre otros muchos puntos en los que su tan alabada biografía, «objetiva», no resiste la contrastación documental. Mis amables lectores podrán juzgar sobre lo que afirmo a partir del próximo mes de octubre. A ver si es posible darles unos cuantos elementos para que, aunque no derrumben del todo los mitos, puedan permitirles reducir su amplitud considerablemente.

FIN