«HA LLEGADO EL DÍA DE LA GLORIA»: DE FIESTAS NACIONALES Y OTRAS COSAS

14 julio, 2015 at 8:30 am

flagEstas líneas aparecen el 14 de julio. Una coincidencia de calendario. Es el día de la fiesta nacional francesa de cuyo himno revolucionario-patriótico por excelencia, La Marsellesa, extraigo el título del post. La domina. En la España de Franco el equivalente fue el 18 de julio. Y como vivo en Bruselas no puedo dejar de recordar que el 21 de julio se conmemora el juramento del primer rey del Reino de Bélgica. Por no hablar del 4 de julio y de la Declaración de Independencia aprobada aquel día en 1776 por el segundo congreso continental que formaban las trece colonias que aspiraban a emanciparse de la Corona británica.  
Quisiera, no obstante, centrarme en la comparación entre los casos francés, belga y español. Hoy, el 14 de julio, es una fecha marcada por el habitual desfile militar en los Campos Elíseos y multitud de bailes populares. Siempre recordaré la primera vez que la viví en 1958. Para ver el desfile, y a De Gaulle, me pasé la noche anterior en una comisaría parisina. No tenía un centavo en el bolsillo para regresar a la Ciudad Universitaria. Los policías me dejaron en una celda y al amanecer me invitaron a café y croissants.
No siempre se celebró en Francia el 14 de julio que recuerda el día de la toma de la Bastilla en 1789 y también la celebración de la Fiesta de la Federación del año siguiente. En la combinación de ambas la Tercera República, instaurada tras el derrumbamiento del Segundo Imperio a consecuencia de la guerra franco-prusiana, quiso unir el carácter revolucionario y la unión nacional. En 1880 tal carácter quedó implantado sólidamente. Antes, sin embargo, había habido mucho movimiento. En la Monarquía absoluta se celebraba el nacimiento de San Luis. En el primer imperio, el de Napoleón el 15 de agosto. Para ello se buscaron además connotaciones católicas, como la fecha del concordato de 1801 que restableció como oficial tal religión. La Monarquía de Julio celebró los días de la revolución de 1830 que a ella condujo. El golpe de Estado de Luis Bonaparte reanudó, hasta 1869, con el aniversario imperial.
De este somero relato se deduce el carácter altamente simbólico de toda Fiesta Nacional. Francia  tuvo un siglo XIX atormentado y desgarrado por las pugnas políticas y memoriales que desató la revolución por antonomasia. Los años más ambiguos fueron los del «Estado francés».  El 14 de julio no desapareció pero Vichy se esforzó por contrarrestarlo teniendo en cuenta los «nuevos valores» que representaba. Para ello retorció fiestas de origen republicano y creó otras.
En el mes de mayo, por ejemplo, adicionó a la fiesta del trabajo,  debidamente «petainizada», el día de las madres y el nacimiento de Juana de Arco. Incluso recuperó el 15 de agosto. Un historiador francés, Rémi Dalisson, ha hecho un magnífico estudio que muestra la refuncionalización de las celebraciones precedentes  al servicio de un régimen apoyado tanto sobre una interpretación profundamente reaccionaria del pasado francés como sobre las bayonetas extranjeras.
En Bélgica un historiador, Hervé Hasquin, ha mostrado cómo se inventó una historia ad hoc a lo largo de los primeros cien años de existencia del Reino. Había que mostrar, con el más elevado sentido patriótico, que no se trataba de un Reino sin raíces y que Bélgica no era un accidente de la historia sino que su creación como Estado respondía a una auténtica necesidad histórica. Nombres que esmaltan el callejero recuerdan a los defensores de la gran historiografía nacional. Al principio se conmemoró el 27 de setiembre, en recuerdo de la revolución que en 1830 terminó con el dominio holandés. Desde l890, Leopoldo II, el rey que explotó vilmente «su» finca del Congo, se traspasó a la fecha actual para ligar estrechamente nación y Corona.
El caso español es singular.  José Álvarez Junco ha explorado muy bien por qué en el siglo XIX no llegó a instaurarse una fiesta nacional de carácter patriótico. Las dos fechas más utilizadas (2 de mayo y 25 de julio) no ganaron aceptación general. No fue hasta el siglo XX cuando empezó a celebrarse el 12 de octubre, aunque la reina regente María Cristina ya lo había propuesto sin éxito, quizá para edulcorar el sabor italiano que Estados Unidos había empezado a dar al «Columbus Day». En realidad, la primera fiesta nacional laica por excelencia fue el 14 de abril, día de instauración de la República. No duró mucho.
Franco impuso la conmemoración del «Alzamiento Nacional». De hecho su dictadura solía autodenominarse como «el régimen del 18 de julio». Fecha correspondiente a un año cero de carácter palingenésico. Le añadió un motivo de celebración mucho más popular: la paga extraordinaria que esperaban como agua de mayo millones de trabajadores y empleados. La fiesta del 18 de julio duró tanto como su dictadura. Un estudio que no sé si alguien habrá llevado a cabo compararía los mensajes políticos, intelectuales, ideológicos y culturales que los medios de comunicación social bajo el franquismo emitían alrededor de tal fecha. Primero, al socaire de una censura propia de los tiempos de guerra y más tarde bajo el imperio de la ley de prensa Fraga Iribarne. Si no está hecho, podría ser un proyecto estimulante.
Ahora, cuando se acerca de nuevo el 18 de julio será interesante comprobar qué se dice acerca de él en la prensa escrita y, de forma más representativo quizá, en el ciberespacio. Porque si el 18 de julio es hoy como la historia merovingia para muchos de nuestros jóvenes, no es menos cierto que sigue proyectando su alargada sombra sobre estos tiempos que corren. La discusión que se ha levantado ante la idea de cambiar los nombres de las numerosas calles que continenen claras reminiscencias franquistas es buena prueba de ello.
Siguiendo con las coincidencias de calendario: el post de la semana que viene coincide con el aniversario de la aprobación por Franco en 1959 del denominado Decreto-Ley de ordenación económica. Para muchos esto estará tan alejado  de la actualidad como la historia merovingia pero tiene su importancia.  Ya lo verán.