Sobre las justificaciones primarias del 18 de Julio (V). El Servicio Histórico Militar sienta cátedra para el futuro

12 abril, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hoy los historiadores sabemos que todas las afirmaciones del testigo Félix Maíz recogidas en los posts anteriores en relación al «vector kominterniano» o soviético no corresponden a los hechos. La cuestión es saber si: a) repitieron los esfuerzos de intoxicación de los conspiradores, militares y civiles, para mejor preparar el golpe y anudar voluntades en favor del mismo; b) los copió de algunos esfuerzos anteriores a sus «memorias»; c) se los inventó. Las tres posibilidades no se autoexcluyen. Quizá se trató de una combinación. En cualquier caso, como muestran los ejemplos de los profesores Suárez Verdeguer y Togores, tienen influencia hasta la más rabiosa actualidad.

Captura de pantalla 2016-03-21 a la(s) 11.21.08Sin haber realizado un análisis más en profundidad, que se escaparía de los propósitos de este blog, me inclino a pensar que la clave se encuentra en las dos primeras alternativas. En la primavera de 1936 es sabido que los conspiradores (quizá la trama civil esencialmente) circularon octavillas y papeles entre los militares. Algunos incluso se entregaron a diplomáticos británicos (en un caso, muy conocido, la embajada los transmitió a Londres en donde se manifestó un gran escepticismo). Probablemente se potenciaron las noticias que aparecían constantemente en la prensa de derechas sobre presuntos manejos comunistas. Más tarde, cuando estalló la guerra civil y se produjo una explosión propagandística en Francia para mantener en la más absoluta neutralidad al Gobierno de París, mucho de lo que se publicó en el país vecino se importó como «prueba» de los aviesos designios de Moscú sobre España. También se inventaron (probablemente de la ardiente fantasía de Tomás Borrás) los documentos que analizó Southworth y que pretendían probar definitivamente la conspiración comunista.

Como es sabido en Francia se los creyeron algunos militares. En el Reino Unido no tuvieron tanta suerte. Pero, para entonces, las máquinas propagandísticas nazi y fascista ya se habían lanzado a todo trapo denunciando los manejos moscovitas para encubrir su propia ayuda a Franco. Para defender, por supuesto, la civilización occidental. No lo olvidemos.

Todo esto nos lleva hacia el ámbito bien estudiado de la propaganda y contrapropaganda respectivas pero no es lo que nos interesa aquí. Gracias al Señor, existe la prueba concreta, firme, sin fisuras de que el mito de la revolución comunista, inspirada por Moscú, formó parte integrante de los primeros esfuerzos intoxicadores de alto nivel que llevó a cabo la dictadura tan pronto como terminó la guerra civil.

En el período de oscilación entre neutralidad benevolente a favor del Eje, no-beligerancia más benevolente aún y vuelta a la neutralidad en 1943, pero también con amplias concomitancias con el Eje, las autoridades militares, supongo que bajo el control de Franco o de sus inmediatos sicarios, se lanzaron con paso decidido y firme el ademán en sentar para el futuro lo que fue realmente la Guerra de Liberación y, en particular, sus antecedentes. Porque es en los antecedentes en donde estaba, y sigue todavía, la fuente de todos los males y, para enderezarlos, de todos los bienes que sobre la devastada España derramó Franco a manos llenas.

Así, el Estado Mayor Central del Ejército publicó en 1945 el primer volumen de lo que había de ser la historia del conflicto. Se trató de un tocho de 457 páginas en un formato mas bien grande. Impreso en rústica. Sin alharacas. Como correspondía a un régimen que, gravemente y consciente de la importancia de la obra, se aprestaba a describir lo que le impulsó a aparecer en la historia. Con mayúsculas.

De las 457 páginas nada menos que 243 (el 53 por ciento) se dedicaron a abordar los antecedentes remotos (es decir, la trayectoria histórica de España y las luchas civiles del siglo XIX —me complace señalar que no fue necesario remontarse a los tiempos visigodos) y los antecedentes próximos (la crisis europea entre 1876 y 1936, la Restauración, la Regencia y el Reinado de Alfonso XIII)—.

Las restantes páginas se dedicaron a la República y de estas el período crucial, el del Frente Popular, ocupó de la 423 hasta el final. Treinta páginas para poco más de seis meses. El análisis pormenorizado de sus tesis exigiría un largo artículo académico. Afortunadamente, no es el caso que que se examina en esta serie de posts. La apelación al vector soviético es prácticamente una constante. Medite el amable lector en, por ejemplo, los nueve puntos siguientes.

1.º Tanto el Gobierno de Azaña como el de Casares Quiroga carecieron de autoridad sobre las masas. Estas «solo obedecían las consignas de Moscú y aun en muchos casos las rebasaban para seguir únicamente a sus instintos depravados» (p. 423). La misma tesis la repitió Félix Maíz, como hemos visto. Por consiguiente, nuestro estimado testigo no hizo sino constatar, en su testimonio, la veracidad de aquellas aseveraciones de los militares franquistas. Cabe suponer que, entre ellos, habría habido incluso alguno que hubiese vivido el período de anteguerra. Al fin y al cabo, solo habían transcurrido nueve o diez años.

2.º El lector recordará las presuntas consignas de la Komintern de febrero de 1936. Como fueron las que «encauzaron» la evolución posterior Félix Maíz las destacó basándose en su experto conocimiento de los manejos de la III Internacional. Pues bien, podríamos establecer la hipótesis de que, en realidad, no hizo más que copiarlas de los heroicos historiadores militares que, con autoridad, decisión, sin pelos en la lengua, se hicieron eco de aquellas consignas en lo que habría de ser la obra magna del servicio (pp. 425s). Para que no hubiese la menor duda repitió tan malvada estrategia en 1976. No debe extrañar por consiguiente que tal apreciación histórica haya merecido todos los parabienes de, entre otros, el profesor Togores.

3.º Como es lógico, y en función de las directivas moscovitas, el Gobierno del Frente Popular no tardó mucho en atender a las instrucciones que llegaban de fuera. Los historiadores militares no se atrevieron a pensar de que a lo mejor los sicarios de las logias y los vendidos a Moscú podían sospechar de generales «patriotas». No. Lo que ocurrió es que hacia el mes de marzo «empiezan a cumplirse las consignas rojas acerca de la depuración de mandos del Ejército» (p. 427). Afectaron, no podían por menos de recordarlo con lágrimas de cocodrilo, a los generales Franco y Goded. Pero les salió, añado yo, el tiro por la culata. Lo tenían bien merecido por malvados. Goded, Franco y otros no se resignaron a cruzarse de brazos. Por el bien de España.

4.º Esto era lógico. Los inteligentes y agudos historiadores militares recordaron que Franco se había convencido desde hacía tiempo «de la locura que presidía la política española … Solo él conocía lo cerca que estuvo España… de la implantación del comunismo» cuando la revolución de Octubre (p. 428). Es decir, que en octubre de 1934 España estuvo en un tris de ser anegada ya por la marea moscovita. Si lo sabría él, que había pasado las noches en vela estudiando los telegramas que recibía de Asturias en su soledad en el Palacio de Buenavista.

(¡Ah!, que no se me olvide. Los «pelotas» del SHM introdujeron un dato de importancia capital. Era Franco quien había encargado a Mola de la dirección del Movimiento como su hombre de confianza (p. 429). En 1945 era de todo punto imprescindible dar un pellizquito a la historia porque con las oscuras nubes que se amontonaban en el horizonte era absolutamente preciso hacer todo lo posible para no reducir lo más mínimo la inmensa significación histórica del inmarcesible Caudillo).

5.º Pero es que, además, nada menos que un prohombre, un estadista, de la talla de Calvo Sotelo había denunciado el 16 de abril de 1936 «la progresiva sovietización de España» (p. 435). Y, como es obvio, Calvo Sotelo no podía estar mal informado. Sobre todo porque esa sovietización se palpaba en la calle.

6.º Coincidiendo con un período de desmanes lanzados por las turbas sedientas de sangre, el 21 de abril «la Komintern redacta un plan completo para reducir la resistencia del Ejército, único obstáculo serio que se atraviesa en el camino de los revolucionarios». El SHM lo extractó. Era del todo imprescindible dar a conocer al pueblo español y a los extranjeros que se interesasen por España hasta qué punto la vesania roja superaba todos los límites creíbles. Ese plan alumbró uno de los documentos que se entregaron a los británicos por la extraña vía del cónsul en Vigo, que lo remitió a la Embajada en Madrid. Era de chiste. El lector puede leerlo en mi obra La conspiración del general Franco, versión revisada de 2012, páginas 275-280, algo más ampliado.

7.º Es más. Todo estaba cronometrado exactamente. El SHM subrayó la importancia trascendental de la reunión del 16 de mayo en Valencia. Fue, sin embargo, algo menos preciso que Félix Maiz.

«Asistieron el delegado de la Tercera Internacional, Ventura, y en representación del Comité Revolucionario español (sic) los delegados Aznar y Rafael Pérez. En dicha reunión se acordó realizar en España para mediados del mes de junio un movimiento revolucionario simultáneo con otro que estallaría en Francia en el momento de hacerse allí cargo del Poder el Frente Popular. Entre otros acuerdos complementarios se tomó también el de eliminar a personajes políticos y militares destinados a jugar un papel de interés en la contrarrevolución, de cuya misión se encargaría en Madrid el radio comunista número 25, compuesto por agentes en activo de la Policía gubernativa».

Pero, añadieron, con toda la autoridad de los bregados historiadores militares que se suponían eran, en nota a pie de página: «véase como el asesinato de Calvo Sotelo se hallaba ya previsto con bastante anticipación hasta en sus menores detalles» (p. 444).

Exacto. Los comunistas lo tenían todo pensado. Calvo Sotelo molestaba. Así que había que liquidarlo sin compunción alguna. Lo que nos sorprende es que los tan bregados defensores de la ley y el orden, sabiendo lo que antecede y que Félix Maíz también reprodujo, a ninguno de los conspiradores se le hubiera ocurrido que más valía poner protección al valiente diputado.

8.º El SHM constató un hecho evidente. No se hizo problemas con los motivos. Afirmó, sobriamente, sin pestañear un segundo, que el PCE» es el único que sabe dónde va, o lo saben sus inspiradores moscovitas, que es lo mismo». Por eso experimentó un gran auge (p. 446). Como se ve, unos grandes analistas.

9.º Finalmente, el asesinato de Calvo Sotelo, «como el de otros significados Jefes de derechas, se hallaba, como ya hemos visto, decidido en las instrucciones de la Komintern» (p. 453). Es decir, que oscuros funcionarios habrían estado estudiando España y elevado sus malvadas sugerencias a sus superiores. A Calvo Sotelo se le liquidó como a un conejo, sin la menor compunción. Siempre había estado en el punto de mira de los asesinos manipulados por los planificadores moscovitas.

Todo lo anterior está tomado, no lo olvidemos de una historia oficial. Como el lector comprenderá, la primera justificación primaria de la sublevación está más que apuntalada. Que fuera falsa no tendría la menor importancia. En los años 1945 y siguientes nadie iba a leer en las escuelas, cuarteles y universidades de España algo que se apartara del punto esencial del canon franquista.

Por razones desconocidas, que lamentamos amargamente, el volumen I de aquella Historia de la Guerra de Liberación no tuvo seguimiento. No había peligro, desde luego, de que los españoles olvidaran la justificación del 18 de julio por la prevención de un golpe parasoviético. Quedaban treinta años para remacharlo y moldear a placer las jóvenes conciencias.