¿Por qué se dejaron engañar los alemanes por Hitler? (VI)

12 julio, 2016 at 12:37 pm

Ángel Viñas

Hitler subió al poder en virtud de un horrendo cálculo de las cliques reaccionarias en torno a Hindenburg capitaneadas por von Papen. El error fue monumental. Pero más aún el que tan encumbrados próceres no hubiesen captado que Hitler no era un nacionalista de la extrema derecha como ellos. Y si lo captaron, se autoengañaron pensando que podrían domarlo. En realidad, Hitler fue uno de esos líderes que no engañaron a muchos. Sus deseos, aspiraciones e ideología figuraban en su autobiografía, ahora recientemente publicada con anotaciones y comentarios efectuados por un plantel de historiadores. Parece que se ha convertido en un best-seller.  Me pregunto cuántos la leerán de cabo a rabo. Y, ¡cómo no!, Hitler también desgranó sus principales proyectos en discursos y artículos. Algunos públicos. Otros en círculos restringidos.

1024px-ReichstagsbrandEs difícil, no obstante, que los millones que compraron las ediciones de la época de su magna autobiografía no ojearan al menos las primeras páginas. Siquiera por curiosidad. En ellas Hitler ya anunció claramente sus anhelos: integrar a Austria con Alemania (se realizó en 1937); cuando todos los alemanes de sangre se hubiesen reunido en un solo Estado (aviso a los checoslovacos), ejercer el derecho, que nadie podría disputarles, de adquirir tierras para que todos los “camaradas de sangre” (en la terminología al uso, Volksgenossen) en su conjunto pudiesen alimentarse. Y, piense el lector dos segundos, ¿cómo hacerse con ellas? Difícilmente negociando. Tenemos en consecuencia que el factor “sangre”, es decir, una raza pura y dura (aria, por supuesto), sería el presupuesto para conseguir Lebensraum (espacio vital). Pero, claro, no África o en Asia, ya ocupadas por las potencias coloniales. Los territorios que interesaban se encontraban en el este europeo. Aviso, pues, a polacos y soviéticos.

Es más, frente a los generales de la Reichswehr Hitler fue desusadamente franco con respecto a sus planes de expansión futura. Es un episodio que, en su totalidad, solo salió a la luz en 2001. Antes había habido rumores (desde 1954) sobre lo que había dicho pero sobre sus planteamientos exactos no se disponía de fuentes fiables.  Como el tema no es muy conocido voy a aclararlo un poco (lo tomo del tomo número tres del año 2001 de la revista académica Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte  y del estudio efectuado por Andreas Wirsching que, entre otras, corrige las interpretaciones que de la exposición hizo el, con razón, afamado biógrafo de Hitler, el profesor sir Ian Kershaw).

Se juntaron el hambre y las ganas de comer. El alto mando de las Fuerzas Armadas, y en particular el jefe del Ejército de Tierra, general barón Kurt von Hammerstein-Equord, tenían interés en conocer los planteamientos del nuevo presidente del Gobierno. Este, por su parte, también deseaba tranquilizar a los militares. En el doble sentido de que no mezclaría a la Reichswehr en conflictos internos y de que confirmaría su privilegio de ser la única organización con  derecho a portar armas. Algo imprescindible puesto que las milicias del partido (SA) las habían utilizado en sus frecuentes encontronazos con socialistas y comunistas.

El 3 de febrero de 1933, a los tres días exactamente de asumir la presidencia, a Hitler le invitó von Hammerstein a una cena privada en su casa para celebrar el 60 cumpleaños del ministro de Asuntos Exteriores, barón Konstantin von Neurath. Es decir, este distinguido caballero no hubiera podido alegar desconocimiento de lo oído.

Hitler subrayó que, ante todo, era preciso consolidar el Estado (léase la dictadura todavía por establecer) y cerrar las heridas internas. Las FAS no tenían por qué preocuparse de ello. Eran asuntos de la competencia de la dirección política (de él) y del partido nacionalsocialista. Alemania estaba infectada por el espíritu marxista y democrático, algo que era preciso eliminar. Al tiempo había que rearmarse y fortalecer las FAS en un entorno hostil (si los franceses eran listos tomarían medidas cuanto Alemania era todavía débil). Tras seis (sic) u ocho años realizando tales tareas  cabría ya pensar en procurarse espacio, porque era el espacio lo que podía germanizarse y no sus habitantes. Obsérvese:  tan embriagadora aventura podría dar comienzo en 1939 o 1941. ¡Qué precisión para el oeste y, sobre todo, para el este de la Gran Alemania!

Nadie levantó, que se sepa, la menor objeción. El generalato estaba imbuido de la experiencia en la primera guerra mundial en la que los ejércitos rusos habían sido diezmados y vencidos. ¿Por qué iba a ser diferente la próxima vez? A los generales debió de encandilarles la esperanza de nuevas victorias y de nuevo botín.

Por el texto que conocemos Hitler no habló el 3 de febrero de 1933 del “factor racial”, fundamento de todos sus ensueños. Lo había hecho en muchas otras ocasiones. Auschwitz no estaba predeterminado en Weimar, pero sí, de cierta manera, en Mein Kampf. Sus alusiones a la “raza judía”, siempre despectivas, encajaban con el antisemitismo de la época pero encerraban el potencial de ir mucho más lejos. Este potencial empezó a desplegarse inmediatamente tras la llegada al poder, aunque fue un tanto prematuro. Llevó a un boicot de productos alemanes en el extranjero y aconsejó, tácticamente, dar un paso hacia atrás. La pausa, claro, no duró mucho. La acometida contra los judíos radicados en Alemania fue haciéndose de manera insidiosa, a través de disposiciones administrativas que recortaron los derechos civiles de los afectados hasta llegar, en solo dos años y medio, a las leyes raciales de septiembre de 1935, oprobiosas, ignominiosas, terribles. En esta ocasión no hubo muchas protestas en el extranjero.

El lector podría pensar ¿cómo se conocen los planes, muy a grandes rasgos, que expuso Hitler a sus futuros generales? La respuesta es de thriller. Las dos hijas del jefe del Ejército de Tierra tenían conexiones comunistas. Estuvieron escuchando lo que Hitler dijo junto con dos oficiales que, por encargo de sus respectivos jefes, tomaban notas. Todos detrás de una cortina. Tomaron notas. Una de las dos hijas debió de hacer una copia y la pasó a su enlace con el servicio de inteligencia del partido comunista. Está fuera de toda duda que un informe formal de lo que Hitler expuso lleva fecha del 6 de febrero (aunque situando el evento en el Ministerio de la Guerra) y que este informe se transmitió inmediatamente a Moscú. Su recepción está fechada: 14 de febrero. Sería impensable que los líderes soviéticos no lo tuvieran en cuenta. La línea de la política exterior de la URSS empezó a moverse buscando un acercamiento a Francia.

Que los soviéticos otorgaron credibilidad a la amenaza pudo verse alentada porque poco más tarde Hitler puso fin abruptamente a la cooperación secreta que se había desarrollado entre las FAS alemanas y el Ejército Rojo. Sus antecedentes se remontaban al verano de 1920 y, con acentos cambiantes, duró tanto como la República de Weimar. Hitler no la necesitaba. Por lo demás, la conferencia del desarme que se desarrollaba en Ginebra ya había reconocido el derecho alemán al rearme en diciembre de 1932. Lo que Hitler añadió fue crear un Ministerio de Aviación bajo Göring (28 de abril de 1933) y retirarse de la Sociedad de Naciones y por tanto de la conferencia tras un referéndum en noviembre. Coincidió con las nuevas elecciones legislativas al Reichstag. Prohibidos los partidos políticos (el KPD en febrero, el SPD en junio de 1933 y los demás obligados a autodisolverse entre tal mes y el siguiente, descabezados los sindicatos (2 de mayo), instaurado un régimen de intimidación masiva y declarado el culto al Führer no es de extrañar que el 92 por ciento de los votos emitidos fuese a parar al NSDAP. ¡Qué cambio!

¿Habían variado los alemanes sus opiniones políticas e ideológicas?. Probablemente no tanto como para alcanzar tal resultado. Lo que sí habían cambiado eran las circunstancias. De una democracia débil e imperfecta se había pasado a una dictadura en expansión creciente. Si Hitler no había tanto engañado a las élites como estas se habían dejado engañar, una cosa era clara. Había que adoctrinar y endoctrinar a los alemanes. Otra tarea.

(Continuará)