De mitos e historia a la Résistance (II)

18 octubre, 2016 at 10:29 am

Angel Viñas

Cuando me disponía a escribir este post me he encontrado con la grata sorpresa de que uno de los periodistas culturales más conocidos de EL PAIS, Guillermo Altares, publicó en la edición del 10 de octubre un artículo titulado “La Resistencia no fue tan francesa” sobre el libro de Gildea. En él figura la noticia de que Taurus lo publica inmediatamente. Ya estará en las librerías cuando aparezca este post. Me evita tener que glosarlo en más post. Hay que felicitar a la editorial.

crowds_of_french_patriots_line_the_champs_elysees-edit2También debo lanzar otra idea por si cae en terreno fértil: de la misma forma que el libro de Gildea es fundamental, para el lector español sería conveniente complementarlo con la otra visión, la de la Francia combatiente en torno al general De Gaulle. En este sentido, creo que el todavía reciente libro (apareció en versión ampliada de bolsillo en 2013 en Gallimard) de Jean-Louis Crémieux-Bilhac, La France libre. De l´appel du 18 Juin à la Libération, sería también imprescindible. El propio Gildea, refiriéndose a otro de sus obras anteriores, ha calificado a Crémieux-Brilhac como el historiador/resistente con mayor autoridad de su generación (falleció, si no recuerdo mal, el año pasado).

¿Por qué sugiero esto? En primer lugar porque Gildea ha hecho un notable esfuerzo en comparar el mito y la realidad de la Résistance francesa. Parte del supuesto, que acepto plenamente, de que los mitos son narrativas que se construyen para definir la identidad y las aspiraciones de grupos sociales o de países pero que no tienen porqué basarse rigurosamente en los hechos que interpretan. En este sentido, la parte más enjundiosa del libro de Gildea es la introducción, en la cual retraza los orígenes del mito nacional de la Résistance. Una lucha heroica del pueblo francés contra el invasor y en la que no hubo prácticamente solución de continuidad entre el 18 de junio de 1940 hasta el desfile triunfal del mismo protagonista, el general De Gaulle, por los Campos Elíseos en agosto de 1944. El mito no tuvo solo un origen gaullista. La izquierda, y en particular el PCF, también contribuyó a tal noción. La colaboración quedó reducida a las actuaciones de un grupo de traidores o de desgraciados, en minoría frente a la masa del pueblo francés que, por activa o por pasiva, había resistido al enemigo alemán. Como todo buen mito, este enfoque combinó hechos e interpretaciones con una base ciertamente débil. Un mito que careciera de esta vinculación no habría sido sostenible a lo largo del tiempo. Del general De Gaulle pueden decirse muchas cosas pero no que fuera idiota.

De lo que se trató fue de acentuar unos hechos con respecto a otros y sombrear adecuadamente estos últimos. Que la Résistance fue, en gran medida obra de una minoría, aunque amplia, no se negó. Simplemente se hipertrofió el apoyo popular a la misma. ¿Por qué?

Gildea muestra las razones: porque De Gaulle necesitaba situar a Francia, de nuevo, en el concierto de las naciones vencedoras. Debía devolver a la mayoría de los franceses (humillados, ocupados, “engañados” por unos cuantos traidores) el orgullo de serlo. De aquí la relativa disminución del peso de la ayuda extranjera. No deja de ser sintomático que la primera obra de un autor también inglés sobre el apoyo británico a la resistencia armada a través del SOE tuviera escasa difusión en Francia y tardara en traducirse y publicarse una enormidad de años.

También muestra Gildea cómo la versión comunista fue distanciándose de la gaullista tan pronto como el PCF se vio privado de la participación en el poder gubernamental. Esta narrativa acentuó hasta extremos paroxísmicos el papel de los antifascistas y judíos extranjeros en la lucha armada. Sin embargo, las responsabilidades del “Estado francés”, sucesor de la Tercera República, no fueron asumidas plenamente hasta 1995 cuando el presidente Jacques Chirac dio el definitivo paso al frente. La historia de la Résistance es indisociable de la historia de Vichy, que es también una parte de la historia de Francia.

¿Qué lecciones extraer?

La primera es que por mucho entusiasmo y mucha veneración que en algunos de aquellos años sombríos pudiera despertar la figura del mariscal Pétain (menos su gobierno, sus adláteres, sus milicianos, sus juventudes) todos ellos fueron tan franceses como los resistentes, del interior o del exterior. Respondieron a pulsiones entroncadas en ciertos sectores de la sociedad de la anteguera (anticomunistas, antisemitas, fascistas o, simplemente, hiperreaccionarios).

La segunda es que si los franceses han ajustado cuentas con un pasado sombrío, ¿por qué no habríamos de hacerlo los españoles con otro pasado que ciertos sectores de nuestra sociedad, todavía en plena desconexión con el conocimiento acumulado por los historiadores e investigadores de múltiples disciplinas, siguen obstiándose en blanquear?

La tercera es que si, como reza el dicho evangélico, la verdad hace libres, toda actuación de las autoridades que impida, obstaculice y macule el derecho inmanente de los seres humanos a conocer su pasado, es rigurosamente anticristiana. Aparte de que conculca un derecho reconocido por numerosos instrumentos jurídicos de los que el Estado español es parte.

Nada de lo que antecede es nuevo. Pero ya nos gustaría a muchos historiadores ver si el sucesor del señor ministro de Defensa en funciones, Don Pedro Morenés, sabe lo suficiente del pasado común como para dejar de poner chinitas, más bien pedruscos, al esfuerzo social por continuar desmitificando las parcelas desfiguradas, tergiversadas y distorsionadas de un pasado colectivo que no termina de pasar.

Por el momento, me limitaré a subrayar lo conveniente y democrático que sería que se explicasen pública y autorizadamente las razones por las cuales la desclasificación documental preparada por la ministra Carme Chacón sigue siendo letra muerte cinco años más tarde.

Por no insistir demasiado en el silencio absoluto de la Jerarquía católica respecto a la necesidad de abrir sus propios archivos para disminuir, en lo posible, la dependencia de los historiadores españoles con respecto a los del Vaticano. Parecería que la conexión entre la central romana y la sucursal ibérica está un tanto gripada.