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Una placa en Capodistria

17 septiembre, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el anterior post me he referido a uno de los lugares de historia que no conocía y que visitamos en Trieste. Desde esta ciudad descendimos por una autopista,  que no tiene nada que envidiar a las que discurren cerca del litoral español, hacia el sur a lo largo de la costa adriática. En Eslovenia el litoral no llega a los cincuenta kilómetros pero cuenta con lugares turísticos muy conocidos como Prian, Porto Rosso, Isola y Kuper. Bajo un calor de infierno visitamos el primero y el último. Capodistria, hoy rebautizado como Kuper,  fue, en tiempos lejanos, capital de la península de Istria. De aquí su nombre en italiano, que utilizo para titular este post.

 

Se trata de una pequeña ciudad muy pintoresca, con catedral y todo. El núcleo urbano es antiguo. Lo rodean barrios modernos y, en parte, con industria ligera. La passeggiata al borde del mar estaba muy concurrida: una mezcla de nativos y de turistas de varios países europeos y, por supuesto, norteamericanos. La mezcla lingúística no tenía nada que envidiar a la torre de Babel. El centro del núcleo urbano es una plaza de tono italianizado. A un lado se encuentra una loggia reconvertida en café. Enfrente se halla una parte del ayuntamiento en un edificio medieval. A la derecha están las oficinas de una Universidad de la que no había oído hablar jamás. En esta esquina nos topamos con varias placas en las que se recuerdan los nombres de aquellos ciudadanos de Kuper y de pueblos adyacentes caídos en la segunda guerra mundial luchando por la liberación del yugo nazi-fascista. Pero, ¡sorpresa, sorpresa!, también en las filas de las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española. Esta última placa la colocaron en diciembre de 1970, año del jubileo (nótese la implicación católica) de Tito y de la Liga comunista de Eslovenia y de Yugoslavia, las organizaciones sociopolíticas de Kuper, Isola y Piran. Casi cincuenta años más tarde, allí siguen. Esto me parece que podría considerarse memoria histórica consensuada.

Los caídos de las Brigadas Internacionales, con nombre y apellidos, fechas y lugares de nacimiento y de muerte, fueron siete: Anton Babic, Ivan Debernardi, Nicola Depagner, Ivan Tremuli, Emilio Prioli, Salvatore Menis y Giordano Viezzoli. Sus nombres denotan la variedad de orígenes étnicos.

En España no abundan, que yo sepa, trabajos sobre la participación yugoslava en la guerra civil. Puede explicarse por la dificultad de acceso a los idiomas de la literatura que trata principalmente del tema: esloveno, croata y serbio. No he visto nada en macedonio. Las fuentes primarias no se encuentran, de nuevo que yo sepa, en francés, inglés, alemán o italiano sino en sus idiomas de origen. Hay, no obstante, traducidas memorias de políticos yugoslavos de las orientaciones más diversas. En lo que se refiere estrictamente a la participación yugoslava en las Brigadas y en la guerra civil, el libro más reciente -que se concentra en el impacto en Croacia- tiene una larga bibliografía en la que su contexto se explica por obras aparecidas, o traducidas, en inglés. La intrínsicamente yugoslava está disponible en los idiomas locales y un pelín en el último.

El autor es un historiador croata que en 2005 presentó una tesis doctoral en la Universidad de Washington sobre los comunistas y fascistas croatas y la guerra civil española. Hoy es profesor de la Universidad de Zagreb y ha colaborado con el profesor Juan Andrés Blanco y servidor en un libro colectivo en el que hemos pasado revista a la bibliografía reciente sobre la guerra civil tanto en España como en el extranjero.

En 2014 el Dr. Vjeran Pavlakovic, que tal es su nombre, publicó en Zagreb un libro basado en su tesis y en sus posteriores descubrimientos en archivos otrora yugoslavos. Lo tituló de manera muy sintomática: The Battle for Spain is Ours. Croatia and the Spanish Civil War. Aunque se concentra, obviamente, en el nuevo Estado croata surgido en 1991 de la desmembración de la antigua Yugoslavia, varios capítulos se refieren al Estado multiétnico creado tras la primera guerra mundial y que, tras la segunda, desembocó en la República Federativa Socialista de Yugoslavia (RFSY). No lo he visto citado en la literatura en castellano, pero quizá sea una omisión por mi parte.

La guerra civil española tuvo un impacto inmenso en la antigua Yugoslavia, no solo en su política exterior sino, y sobre todo, también interna. En esta última azuzó las tendencias anticomunistas de los partidos del establishment, con el comunista en primer lugar ya que había sido declarado ilegal. En la primera, acentuó la tendencia al acercamiento a las potencias fascistas que se había iniciado anteriormente.

Los antiguos combatientes yugoslavos en España gozaron de gran prominencia en la RFSY, en parte porque muchos participaron en puestos de organización y liderazgo en la guerra desencadenada por los partisanos contra los ocupantes nazi-fascistas, los yugoslavos partidarios de la Monarquía (chetniks) y las marionetas locales del Eje, en particular en Croacia con una brutal dictadura dirigida por un casi sicópata, Ante Pavelic, que murió en el exilio en Barcelona. El conflicto, iniciado tras la invasión italiana y alemana en 1941, tuvo pues una doble vertiente de guerra contra los extranjeros, pero también de guerra civil en la que los comunistas, dirigidos por Tito, lograron imponerse. Fue sumamente sangriento.

El impacto de los veteranos de España fue esencialmente cualitativo. Se ha estimado que cerca de unos 350 regresaron a Yugoslavia y que de ellos más de 250 se unieron a los partisanos. La diferencia se explica, en parte, porque había muchos gravemente heridos o discapacitados.  Otros, sin embargo, no aceptaron la visión ideológica de que en Yugoslavia se continuaba el combate iniciado en España.

Después de la segunda guerra mundial tales veteranos (generalmente caracterizados como “nuestros españoles”) ocuparon puestos de gran responsabilidad. En el Comité Central del PCY hubo no menos de veinte; varios fueron vicepresidentes de la RSFY  y/o ministros de Defensa y del Interior. Otros sirvieron como embajadores y altos cargos de los servicios de inteligencia. También hubo quienes se pusieron del otro lado tras el cisma entre Tito y Stalin y fueron encarcelados.

Cuando por edad dejaron de participar activamente en política muchos constituyeron la Asociación de Voluntarios del Ejército Popular de la República y redoblaron sus esfuerzos para promover la memoria de la guerra civil española y su propio papel. En el cuarto congreso que celebraron en 1971 en Ljubljana, uno de los participantes leyó una proclama ante Tito en la que afirmó que “en la guerra en las trincheras de España, con un fusil entre las manos, mostramos cómo ya luchábamos por la libertad e independencia de Yugoslavia. Nuestra guerra de liberación fue una continuación de la guerra española (…) En ambas y en la reconstrucción subsiguiente en Yugoslavia las diferencias entre sus naciones componentes nunca nos molestaron. Como hijos de ellas siempre luchamos en tierras extranjeras y en nuestro país tanto por nuestros derechos como por los de los demás. En la batalla siempre nos sentimos imbuidos, querido camarada Tito, del espíritu del yugoslavismo y del internacionalismo”.

No extrañará que en las pugnas internas intra-yugoslavas tales veteranos siempre sostuvieran sin vacilación la política del mariscal. Cuando Tito falleció en 1980 eran ya, sin embargo, muy pocos los que todavía estaban en activo, aunque algunos participaron en las controversias posteriores y se mostraron críticos con la deriva política. Todavía en 1986, al conmemorarse el cincuenta aniversario del estallido de la guerra civil, los veteranos tuvieron un último momento de exaltación, vinculándolo a las glorias de la tradición revolucionaria yugoslava. El último combatiente en España falleció en California en 2009.

Algo de lo que antecede es en lo que reflexioné al pasear por las calles de Kuper en una calurosa noche de agosto. El mismo día habíamos estado en Prian, abarrotado de turistas eslovenos y extranjeros bajo un sol abrasador. Eslovenia declaró su independencia en 1991, tras un breve conflicto con el Ejército Yugoslavo, pero todavía en las callejuelas del pueblito turístico cabe encontrar nombres de la tradición comunista, entre ellos a los fundadores, Karl Marx y Friedrich Engels.

Otro país. Otra memoria.

Un testimonio que desconocía de la barbarie nazi

10 septiembre, 2019 at 5:59 pm

Ángel Viñas

En la segunda semana de (cortas) vacaciones de este verano estuvimos en Trieste y Eslovenia. Desde hacía tiempo tenía gana de visitar la región. La primera y única vez que viajé a ella fue en 1968 (¡) acompañando al Profesor José Luis Sampedro y a Pedro Solbes para participar en un seminario internacional en Ljubljana organizado por los cuáqueros norteamericanos. Entonces Pedro y servidor éramos dos jovencísimos funcionarios que habíamos ganado las oposiciones en el mes de marzo anterior. Desde Ljubljana hice un largo recorrido por los que entonces se llamaban países del este (salvo la URSS y Albania) durante mes y medio. Por unos días no me sorprendió la invasión de Checoslovaquia. Por motivos profesionales había regresado varias veces a Croacia y Bosnia tras las guerras de la antigua Yugoslavia, pero no había vuelto ni a Trieste ni a Eslovenia.

 

En Trieste en la segunda mitad de los años setenta se ha recuperado el testimonio a que alude el título de este post y de lo que servidor no se había enterado. Se trata de un campo nazi de prisioneros un tanto especial. Fue establecido hacia 1943 para albergar a los soldados italianos tras la volte face del primer gobierno postmussoliniano. Se trata de unos edificios que habían sido primero una descascarilladora de arroz (de aquí el nombre de risiera), después un almacén del Regio Esercito y desde 1940 un cuartel. Estaba situado fuera de los estrechos confines de la ciudad, pero hoy se encuentra dentro del casco urbano.

En la jerga nazi fue un Polizeihaftlager (PHL), es decir, una serie de edificios en los que se encarcelaba a detenidos policiales (un eufemismo propio de la afición nazi-fascista -y franquista- a tender sobre la dura realidad el manto de la ambigüedad burocrática). Por él pasaron, aparte de soldados italianos que habían hecho armas contra los invasores, ciudadanos judíos desprovistos de sus derechos, partisanos contra el fascismo y el nazismo y resistentes de toda laya contra ambos regímenes, generalmente en tránsito hacia otros campos mucho más letales, pero con frecuencia también para ejecutarlos en Trieste.

Se trata, en realidad, del único PHL de los cuatro que existieron en territorio italiano. Los otros tres se encuentran en Fossoli (Emilia-Romagna), Borgo San Dalmazio (Piamonte) y Bolzano (Alto Adigio). Es también el único en haber contado con un crematorio. Naturalmente no por casualidad. A partir de 1949, remozado, sirvió de campo de alojamiento de refugiados procedentes de ciertos países del Este. En esta época dio acogida por término medio hasta 1.500 personas, pero el número de llegadas solía ascender a unas 8.000 al año. Fueron, en su mayor parte, yugoslavos y también rusos, búlgaros, rumanos y albaneses. Se mezclaron igualmente refugiados privados de su nacionalidad por los gobiernos respectivos. Muchos permanecieron en la Risiera hasta cinco años.

Según la historia oficial del campo lo que quedaba de sus edificios fue declarado monumento nacional en 1965. Lo hizo el presidente de la República, el socialista Giuseppe Saragat. Más adelante, se derribaron en su mayoría  (el crematorio lo habían hecho los propios nazis para ocultar sus crímenes) y se reconstruyeron como tal monumento con una estructura en la que la simbología desempeña un papel determinante. Hoy se conoce como Risiera di San Sabba y fue inaugurado oficialmente en abril de 1975. No extrañará que a mi no me sonara de nada durante mi primera corta visita siete años antes.

En la Risiera (arrocería) los detenidos no llevaban uniformes rayados, ni tampoco tenían un número tatuado en el antebrazo. No conocían los triángulos de colores (para judíos, políticos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, delincuentes de derecho común, etc.) que se usaban en otros campos. Como, oficialmente, no era un campo de “trabajo” propiamente dicho (Arbeitslager), los prisioneros solo estaban obligados a cortar leña, afanarse en talleres, hacer de carpinteros o mantener los edificios.

Se ha reconstruido en lo posible con los materiales originales toda una serie de micro-celdas (17) que en condiciones normales servirían para albergar a un prisionero pero en las que se metían hasta media docena e incluso a veces más. También se ha conservado la celda de los condenados a muerte, adonde iban a parar aquellos cuya estancia en el campo iba a ser muy corta. En el lugar del crematorio se elevan hacia el firmamento infinito tres largas flechas de hierro.

En mi “biblia” de los campos nazis, el conocido libro de Nikolaus Wachsmann (publicado por Crítica y ya en su tercera edición) la Risiera no figura. Tras larguísimas dilaciones en 1976 se realizó una investigación judicial en toda regla para determinar, entre otros aspectos, el número de víctimas y sus funciones en el mapa del universo concentracionario nazi a la vez que se buscaba depurar responsabilidades. Según la historia oficial, el juicio duró desde el 16 de febrero al 28 de abril y participaron casi doscientos testigos. De los dos grandes responsables, el llamado August Dietrich Allers falleció durante el procedimiento. El segundo, Josef Oberhauser, no compareció y, refugiado en la RFA, se quedó tan pancho.

En lo que se refiere a las víctimas las estimaciones varían entre un mínimo de dos mil y un máximo de cinco mil. Es evidente que en comparación con los “típicos” campos nazis la cifra es diminuta, pero no hay que olvidar que formaba parte del escalón (por así decir) más bajo en la escala de letalidad. En la Risiera se han identificado con nombre y apellidos tan solo unas 350 personas. No es de extrañar porque los nazis parece que destruyeron sus libros de “contabilidad”. Se trató, en su mayor parte, de elementos de la Resistencia (italianos, eslovenos y croatas esencialmente) aunque también civiles sospechosos de colaborar con los partisanos y, por supuesto, judíos, aunque de estos pocos porque la mayoría solo estuvieron en tránsito. Su destino eran los campos de exterminación, la gran “aportación” nazi a la barbarie y que ha manchado para siempre el nombre de Alemania.

Los encargados de las ejecuciones fueron miembros de las SS y sus auxiliares ucranianos. Se utilizaron todo tipo de procedimientos: piquetes, horca, gas y el palo limpio, en una mezcla de enfoques clásicos y modernos, pero siempre bárbaros. Se hacían generalmente de noche y al amparo de músicas marciales para ahogar los gritos de los prisioneros. La vecindad nunca supo muy bien lo que ocurría en aquellas sombrías construcciones, aunque la rumorología era abundante.

Más adelante, en 1944 se añadió a la guarnición del campo cerca de un centenar de soldados italianos que servían en las filas del ejército de la República mussoliniana de Salò. Dos de ellos se negaron a participar y fueron fusilados a la luz del día como ejemplo para los demás. En 1945 llegaron como prisioneros dos compañías de Alpini (montañeros).

Los prisioneros que quedaban en el campo fueron liberados el 29 de abril. Trieste fue ocupado por el Ejército Popular Yugoslavo el 1º de mayo. La guarnición nazi resistió hasta el día siguiente para rendirse a las fuerzas neozelandesas del Ejército británico, temiendo la cólera de los primeros ocupantes. No era de extrañar, habida cuenta de que Mussolini no sólo invadió Yugoslavia sino que, en busca de su ansiado Impero, se anexionó una parte de Eslovenia y Croacia, donde las exacciones y humillaciones de las poblaciones locales fueron continuas durante casi cuatro años.

Lo que más me impresionó fueron dos muestras. La primera, una gran sala de exposiciones en la que se exhibe la concepción subyacente a las leyes raciales italianas (un grotesco pero letal mejunje inspirado del nazismo). En los gráficos  los españoles aparecemos como ejemplos de la raza aria europea (los italianos constituían la raza aria mediterránea). No sorprenderá al amable lector que podría escribirse un artículo de lo más sugestivo en base a tales distinciones, pero a mi me falla la imaginación en que abundaban los académicos, antropólogos, genetistas y demás ralea que se prestaron a tales pantomimas (y hundieron la respetabilidad de la Universidad e investigación italianas). La persecución de los judíos se ilustra con ejemplos de la expulsión de los institutos oficiales de Enseñanza Media de los alumnos de “raza hebraica” y, en algunos casos, su destino ulterior (los crematorios, la emigración y, en ciertos ejemplos, su regreso a Trieste después de la guerra).

La segunda muestra es una colección de lápidas en recuerdo de los partisanos, soldados italianos, homosexuales u hombres y mujeres, con nombre y apellidos, que no lograron salir con vida del infierno nazi. La más emocionante es la que refiere el caso de un esloveno escrita en este idioma, en inglés y en italiano. Es una despedida fechada el 5 de abril de 1945 (poco más de veinte días antes de la liberación). Bajo el lema Dietro di noi una notte penosa. Davanti l´alba della libertà, figuran las palabras:

Cara Mamma,

Ti scribo per dirti che oggi

Verró fucilato.

Dunque addio per sempre

Cara mamma addio

Cara sorella addio

Caro papa addio

Un facsímil del original escrito a mano figura en la placa. Lo protege un cristal.

Quizá algunos lectores se sorprendan de este caso de un campo nazi ubicado en los alrededores de una ciudad. Sin embargo, la represión franquista -con harta frecuencia innovadora- había anticipado el caso. Como cualquier lector puede comprobar ojeando un libro reciente de gran éxito, Los campos de concentración de Franco, de Carlos Hernández de Miguel, campos similares (con celdas superabarrotadas pero sin crematorio) se habían instalado en la España “redimida del yugo marxista” en numerosas ciudades, pueblos y descampados. Por ejemplo, en Bilbao, Irún, León o Santander. En el primer caso incluso en los locales de la Universidad de Deusto. Las condiciones físicas de hacinación, mugre, miseria, sufrimientos, vejaciones y muertes por inanición no parece que fuesen muy disimilares. Anticipaban, evidentemente, el infierno sur terre.

En comparación, los jardines del castillo de San Justo, al lado de la catedral, son lugares de otra memoria. La de los caídos triestinos en la gran guerra (curiosamente denominada de liberación), la de los caídos en la aventura imperial mussoliniana del Africa oriental italiana, la de los caídos en la segunda guerra mundial y….. la de los caídos del “cuerpo de tropas voluntarias” en la guerra civil española.

Quienes deseen contemplar fotografías del campo de la Risiera di San Sabba pueden echar un vistazo al vínculo siguiente que he encontrado en tripadvisor.

https://www.tripadvisor.es/Attraction_Review-g187813-d592221-Reviews-Civico_Museo_della_Risiera_di_San_Sabba-Trieste_Province_of_Trieste_Friuli_Venezia.html

Sobre el Juzgado Especial de Prensa y la represión franquista

3 septiembre, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

¿FELIZ, EN TODO LO POSIBLE, NUEVO CURSO! PARA TODOS LOS AMABLES LECTORES. SERÁ INTERESANTE EN LO POLÍTICO, ECONÓMICO Y SOCIAL, CON CONSECUENCIAS QUE NO ME ATREVO A CALIFICAR. SOY DE QUIENES CREEN QUE, COMO AFIRMABA UN PRIMER MINISTRO JAPONÉS, YASUHIRO NAKASONE, EN LO QUE SE REFIERE A POLÍTICA AVANZARSE UN MERO CENTÍMETRO ES YA PENETRAR EN TERRITORIO DESCONOCIDO.

 

Poco después de cerrar este blog de cara al mes de agosto, y poco antes de salir pitando de nuevo de cortas vacaciones, la prensa anunció (El PAÍS, 31 de julio de 2019) que la Universidad de Alicante había, por fin, llegado a la conclusión de que la restricción temporal de la mención en los metadatos del nombre del secretario del consejo de guerra que condenó a muerte a Miguel Hernández, el alférez Antonio Luis Baena Tocón, debía revocarse. En consecuencia, la solicitud del hijo fue desestimada. Como se recordará, el caso había levantado en armas a numerosos historiadores, incluído servidor. El catedrático de dicha Universidad de Literatura Española Juan Antonio Ríos Carratalá, que lo había identificado en dos textos, se vio reivindicado y su honor de investigador puesto a salvo.

 

Lo que la prensa no destacó -tampoco era su papel- es que, a pesar de la explicable piedad filial del Señor Baena jr., al secretario judicial le corresponde un papel histórico por muchas otras actividades en la postguerra. Fue tan sintomático como el de haber participado en aquel consejo de guerra. Ese papel histórico el el que el profesor Ríos Carratalá había puesto de relieve abundantemente en un libro (Nos vemos en Chicote. Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista, Renacimiento, Los Cuatro Vientos, Sevilla, 2015). Agradezco al autor que me lo hiciera llegar. Lo he devorado durante las vacaciones.

El libro en cuestión es un estudio cuyo objeto principal lo constituye la represión realizada por el denominado Juzgado Especial de Prensa (JEP), uno de los múltiples órganos punitivos en que se materializaron los esfuerzos de los vencedores por salvar a España de los supuestos desastres ocasionados por el vencido “rojerío”. En la secuela, todo hay que decir, de aquellos textos tan salvíficos como los sucesivos Bandos de Guerra iniciales y, al final, en la Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo, entre otras cínicas disposiciones.

El JEP volcó su atención en las actividades de periodistas que hubiesen sido favorables a la República, al Frente Popular y/o que defendieron la causa derrotada. Lo hizo desde el punto de vista de que los vencidos no solo habían conculcado -anticipadamente- la “legislación” de los vencedores sino que además se habían hecho reos de “delitos” perseguibles por su propia naturaleza. A su frente se situó un juez acomodaticio y cuya trayectoria -que yo sepa- no había aflorado demasiado en la literatura sobre la represión franquista: Manuel Martínez Gargallo.  El fiscal del JEP se llamaba Juan Pérez de la Ossa y Rodríguez. El juzgado contaba, lógicamente, con un secretario: era, precisamente, Don Antonio Luis de la Santísima Trinidad Baena Tocón, antiguo quintacolumnista y alférez recién nombrado en circunstancias poco iluminadas. Su tarea estribó en ejercer “la instrucción de los sumarios” desde el 17 de abril de 1939 hasta el 3 de septiembre de 1941. En las pp. 150 a 156 de la obra figura un breve resumen biográfico con mención de sus actividades, siempre a las órdenes del juez Martínez Gargallo, tratando de buscar pruebas de los “delitos” cometidos por los periodistas sometidos a juicio, que “agravaba con resúmenes o comentarios cuyas consecuencias podían ser una condena a muerte”.

La represión de los periodistas republicanos ha sido objeto de varios trabajos. A tenor de los datos aportados por Almudena Sánchez Camacho y Mirta Núñez Díaz-Balart, y precisados o cualificados por Ríos Carratalá, once fueron fusilados o ejecutados (Julián Zugazagoitia, Francisco Cruz Salido, Manuel Navarro Ballesteros, Javier Bueno, Augusto Vivero, Luis Díaz Carreño, Federico Sánchez Monreal,  Fernando Mora, etc.), veintidós condenados a muerte (entre ellos Eduardo de Guzmán, Ángel María de Lera -su novela Las últimas banderas todavía la conservo-, Eduardo Haro, Federico de la Morena, etc.) y a quienes se les conmutó poner la espalda contra el paredón por penas de treinta años de cárcel (en 20 casos), o de veinte años (en 12) más otros represaliados con sentencias que oscilaban entre los doce y los treinta años de reclusión mayor.

Un aspecto que se destaca una y otra vez en el libro de Ríos Carratalá es el revoloteo del “ángel de los milagros” sobre la documentación generada por el JEP y la relacionada con las hojas de servicio de muchos de los militares o personajes y personajillos “militarizados” que intervinieron en las causas, en los procesos y en los consejos de guerra. Es algo conocido por los investigadores que han hurgado en los archivos en que se ha depositado (cuando se ha depositado) documentación de los condenados y de los perpetradores. Hay casos absolutamente flagrantes, en particular entre aquellos prohombres de la “Justicia” franquista que llegaron a alcanzar los más altos honores de la nueva Patria.

Si el profesor Ríos Carratalá ha logrado avanzar en la reconstrucción de ciertos aspectos, nada agradables, de la actuación del JEP y de su titular, Martínez Gargallo, ha sido por haber dispuesto del archivo familiar de uno de los procesados, Diego San José, al que se dedica todo un capítulo (“El expediente judicial de un periodista”, pp. 183-223). El autor contrasta este caso (en el que el acusado pudo salvar la vida) con la actuación de otros “compañeros”  hiperfranquistas, también periodistas cuyos artículos se leían en la prensa de los años cuarenta e incluso de los cincuenta. Deben figurar en todo fresco de la ignominia los nombres, por ejemplo, de Francisco Casares, Juan Pujol, Víctor de la Serna, Víctor Ruiz Albéniz, César González-Ruano, etc. etc. A las nuevas generaciones no les dirán nada. Servidor todavía  recuerda algunos de sus artículos.

Dos aspectos me gustaría resaltar. El primero es que el profesor Ríos Carratalá ha inscrito su análisis de la actuación del JEP en el marco del engranaje de las instituciones represivas dirigidas, manipuladas y cohesionadas por militares, con agentes civiles -luego militarizados- trabajando con la suavidad de un mecanismo bien engrasado, atentos a sus carreras profesionales, entregados al cumplimiento de las disposiciones de los dioses (iba a decir nazis, pero sustituiré este adjetivo por el de franquistas). En este sentido, el trabajo que comento me parece absolutamente fundamental para profundizar en el mundillo institucional, mental y anímico de los perpetradores, aunque solo fuesen de pluma. De los pelotones de ejecución ya se encargarían otros.

El segundo aspecto se refiere a las fuentes. De no haber podido consultar el archivo privado de Diego de San José no hubiera sido posible al autor de esta monografía ejemplificar el funcionamiento de la maquinaria represiva, cuya letalidad, falta de escrúpulos, desprecio del Derecho y sumisión a las órdenes del mando sirven para clarificar tanto el caso franquista como -aunque fue en más- el caso nazi y la perversión paralela de la “Justicia”. No en vano los vencedores la habían tomado como ejemplo nada despreciable y se habían asesorado con instructores sobradamente capacitados. Es una pena que poco de este “asesoramiento” por la Gestapo, las SS, los fiscales nazis, etc. se haya plasmado en papeles que hoy se encuentren en los archivos españoles.

Esto me lleva a subrayar lo que ya he escrito en más de una ocasión: la disponibilidad o no disponibilidad de archivos privados. Para mi último libro he echado de menos la documentación que hubieran podido conservar prohombres como Calvo Sotelo, Goicoechea, Mola o Franco y que, hasta ahora, no ha aparecido.

Sin citar nombres (por respeto a mis fuentes) terminaré con una anécdota. Hace unos meses me contó un colega que trató de reconstruir la actuación en la guerra civil de un distinguido militar (no daré ni su graduación). Localizó por fin a su hijo, también militar, y naturalmente le preguntó por ella. Se quedó paralizado de estupor al oirle decir que la había quemado en 1982, cuando el PSOE llegó al gobierno por primera vez desde la guerra civil. Pensaría, probablemente, que o bien se le decomisaría, o que se le detendría o que le vejarían de la forma que el mejor arbitrio de los amables lectores podrá suponer. El hecho es que se volatilizó una documentación preciosa no para condenar expost al militar en cuestión sino para ubicar su papel en el contexto histórico en que actuó y desgajar así otra veta del magma ignoto que constituye el pasado.

En el caso del JEP, y a pesar de todas las lagunas, el libro del profesor Ríos Carratalá ha extraído una de esas vetas y con ella los papeles del responsable, del fiscal y del secretario de la acción represiva. Quizá el hijo de  este último pueda contribuir a perfilarla mejor. Por el momento, la editorial Renacimiento ya está preparando una segunda edición de la monografía en cuestión.

Quien lo sigue, lo consigue (y II)

30 julio, 2019 at 1:31 pm

Ángel Viñas

Este es el último post de la temporada y en él me limitaré a reiterar dos ideas fundamentales: a) Como historiador empírico siempre he pensado que no hay historia definitiva. Nueva EPRE y nuevos enfoquen cambian nuestro conocimiento  e incluso nuestra percepción del pasado. Ayudan, naturalmente, otros autores. La visión del mismo nunca es unívoca; b) La intuición del investigador cuenta. No todo el mundo percibe de la misma manera las implicaciones de la EPRE. Los papeles no las ofrecen. Hay que interrogarlos críticamente y contextualizarlos de forma no menos depurada. Muchos de los principios que ya hace años argumentó E. H. Carr, un maestro de la gente de mi generación, siguen teniendo validez. De aquí que, a diferencia de lo que ocurre con muchos historiadores, yo no tenga el menor resquemor porque me critiquen. Como tampoco me siento inhibido a criticar. NADIE ESCRIBE HISTORIA A PRUEBA DE BOMBAS. De lo que servidor se precia es, sin embargo, de llegar hasta donde he podido llegar. Otros, sin duda, irán mucho a más.

 

En el caso de la participación fascista en los prolegómenos del GMN (“Glorioso Movimiento Nacional”), según consta en numerosísimas hojas de servicio de los militares que en él participaron, y que tan enérgicamente rechazó el profesor y técnico de Información y Turismo Don Ricardo de la Cierva, la lectura del artículo contenido en el post precedente me ha producido cierta satisfacción matizada. Muestra que ya hace cuarenta años tenía algunas ideas que no eran necias. En mi último libro hice referencia en los agradecimientos a un amigo de Bruselas que me envió el enlace de un programa de RNE en el que Javier Tusell y servidor participamos con José María Gil Robles. Ahora no recuerdo si Gil Robles la negó o no. En cualquier caso, en mi libro no he expuesto que los monárquicos le hubieran informado. No he encontrado ningún documento que lo avale. Es también muy verosímil que no le informaran con demasiadas precisiones por dos motivos. Era casi un secreto de Estado para ellos y Calvo Sotelo no se llevaba bien con él. Sin embargo, Gil Robles no desconocía en absoluto la preparación de la sublevación. La eliminación que hizo de ciertos temitas en sus no siempre fiables memorias, por no decir con frecuencia infiables, apunta a ello.

El documento que ví a mitad de los años setenta del pasado siglo en los archivos del Servicio Histórico Militar me puso en alerta sobre la verosimilitud de que hubiese gato encerrado en lo que se refiere a la intervención fascista en los prolegómenos de la intervención italiana. No fue esta la actitud de John C. Coverdale, en su libro de 1975, posteriormente traducido al castellano.  Así pues, cuando volví a abordar el tema  tras encontrar los contratos romanos, que estudié en un libro publicado en 2013, no tuve mucha dificultad en ver reforzada la intuición que muestra el artículo en INTERVIÚ. Ni decir tiene que de él ya me había olvidado.

Naturalmente,  después de publicado me impresionaron mucho las memorias de Pedro Sainz Rodríguez, aparecidas poco después. Alumbraban contactos previos. Recuerdo que insistí mucho en la vertiente fascista en una reseña que de ellas hice para un semanario de los muchos que existían por aquella época. Se llamaba LA CALLE (18 de abril de 1978). Me lo pidió César Alonso de los Ríos, en la época en la que coqueteaba con el PCE, si es que ya no era miembro del mismo. Incidentalmente, nunca logré enterarme de las razones de su copernicano giro ulterior.

El hecho evidente era que los italianos enviaron aviones a Franco muy pronto pero esto ya lo había anunciado la hagiografía José Gutiérrez-Ravé, jefe de relaciones públicas del Banco de España y al servicio de Antonio Goicoechea cuando era gobernador del mismo. Debió de conocer más cosas de las que escribió, no en vano habían coincidido en aquel nido de la conspiración monárquica contra la República que fue Renovación Española.  En mi entrevista de INTERVIÚ hice una oculta alusión a él, pero en aquel momento estaba muy lejos de conocer el proceso al término del cual se llegó a la escritura de la “Historia de la gestión realizada en Roma para adquirir aviones”, que Sainz Rodríguez enfatizó tanto.

Después, en su libro de 1986 Ismael Saz demolió el informe. Que dejaba flecos al aire los aventó al titular su libro Mussolini contra la II República. Fue un título perfecto, aunque ni Saz, viejo amigo mío, ni servidor supimos descifrar que el informe Goicoechea, como buena ruse de guerre, contenía aspectos ciertos pero presentados de tal forma que eludía toda referencia a la historia previa de la asociación fascista con el golpe del 18 de Julio desde mucho antes de que se produjera. Mis perplejidades aumentaron al aparecer mucho después el libro de Morten Heiberg, Emperadores del Mediterráneo. Era obvio que había tela marinera, pero que no se conocía.

Lo que antecede demuesta que la intuición no es suficiente para hacer una contextualización apropiada de un determinado documento. Lo que más cuenta es el conocimiento del, ¿habré de decirlo?, contexto mismo en que dicho documento deba insertarse.  Southworth, entre otros, me enseñó a poner en práctica el enfoque consistente en que siempre  hay que mirar detrás de los hechos y es a eso a lo que he dedicado los últimos años al ocuparme de facetas ocultas en la conspiración de Franco. No todas, desde luego, pero sí las que me parecieron operativamente las más importantes.

Tras bucear en los archivos italianos el año pasado encontré los elementos de complementariedad imprescindibles pero no para un contexto limitado al mes de julio sino otro que tuviera en cuenta la dinámica precedente.  Hoy reconozco que estuve demasiado tiempo obnubilado por la noción de que Mussolini podría haber seguido unos pasos más o menos en paralelo a los de Hitler en su ayuda a Franco. A ello contribuyeron lo que aparecen como relatos inexactos contenidos en la literatura de la época. No puedo olvidar el libro, tan primitivo como falaz, del entonces creo que coronel o teniente coronel Jesús Salas Larrazábal sobre la intervención extranjera. Lo publicó en 1974 una empresa tan por encima de toda sospecha que por fuerza resulta sospechosa: Editora Nacional. La había dirigido hasta 1973 nada menos que Ricardo de la Cierva y a quien sucedió José Antonio López de Letona, hombre de su máxima confianza, según EL PAÍS (28 de septiembre de 1976). No en vano ambos eran funcionarios del mismo Cuerpo de (entonces) Técnicos de Información y Turismo. Tampoco sabía, ni podía intuirlo, de lo que mucho más tarde Gregorio Morán revelaría en su obra El cura y los mandarines sobre alguno de los momentos estelares en la gestión por parte del primero en defensa de sus propios intereses materiales. ¡Como para olvidarse hoy!.

Sería muy interesante poder demostrar lo que pretendió Antonio Goicoechea, monárquico de flexible cervil, en particular con respecto al “Caudillo de España”, al permitir que Gutiérrez-Ravé publicara sus recuerdos. Desgraciadamente todos mis esfuerzos por saber dónde puedan estar los papeles del exconspirador han sido en vano. No se encuentran en un archivo público o privado de acceso reconocido. Hay referencias mismo en otros, pero no los he consultado. Tampoco sé de autores que hayan indagado demasiado en los puntos oscuros de su vida política durante la República. Eso sí, fue altamente condecorado por el régimen franquista a quien sirvió lo mejor que pudo.

Si se une la financiación fascista a Falange, que no he abordado en mi último libro, con lo que en él he descubierto gracias a varios archivos privados cabe pensar qué podría haber habido en los papeles de Calvo Sotelo, el marqués de Luca de Tena y algunos otros que tan afanosamente laboraron por laminar al régimen republicano, aparte de los inencontrables papeles de Franco y Mola. Como ya he señalado en los últimos años, a las dificultades de acceso a documentación que debiera ser pública, aunque en el fondo no lo sea, se une la poca estima de que en España goza la conservación de los papeles de los personajes y personajillos del pasado.  Aun así, es deber del historiador poner de su parte todo lo que pueda para contribuir al despeje del mismo.

Una reflexión algo melancólica, muy apropiada quizá al cerrar de un curso. Felices vacaciones de verano a todos, dentro de lo posible.

Quien lo sigue, lo consigue (I)

23 julio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Llevo varias semanas pensando en cómo terminar este curso en el blog. He manejado diversas posibilidades -algunas de las cuales las dejo para la próxima temporada. El otro día un amable lector me hizo llegar una entrevista que me habían hecho en la ya fenecida revista INTERVIÚ en 1978. En la época de la Transición, su combinación de desnudos, chicas guapas y artículos sobre la represión, la guerra civil e incluso el franquismo resultó imbatible. Personalmente me había olvidado de la entrevista. Han pasado cuarenta años. Con la autorización del amable lector, la reproduzco parcialmente. En un próximo post, el último de la temporada, la comentaré brevemente.

 

ANTES DEL ALZAMIENTO FRANCO Y MUSSOLINI YA HABÍAN PACTADO

EL HISTORIADOR VIÑAS HA DADO CON DOCUMENTOS QUE ASÍ LO PRUEBAN

por Salvatore Giannella

INTERVIÚ Nº86 (05-01-1978)

 

Los franquistas, en su afán por justificar su alzamiento, siempre sostuvieron que la guerra civil española había sido un asunto entre españoles y que no habían contado con ayuda de ninguna potencia fascista. Pues bien, el historiador español Ángel Viñas ha desenterrado pruebas que demuestran claramente lo contrario, evidenciando que Mussolini, varios meses antes de la contienda, ya había firmado pactos con la derecha española prometiendo el envío de ayuda aérea a los futuros insurrectos, y había subvencionado con grandes sumas de dinero a la Falange de José Antonio Primo de Rivera. INTERVIÚ ha adquirido en exclusiva para España a «L’Europeo» los derechos para publicar este apasionante informe.

 

Aviones y pilotos fueron, para la historiografía oficial, la primera ayuda de Mussolini y de Hitler a los rebeldes españoles del general Franco. Ayuda determinante, ya que con el puente aéreo puesto a disposición de los insurrectos, hasta entonces en situación difícil, se inicia la invasión de España y la guerra propiamente dicha. La fecha oficial de la primera intervención de las potencias fascistas es el 28 de julio de 1936, diez días después del inicio del levantamiento contra el legítimo Gobierno republicano de Madrid. Aquel día partieron de Cerdeña los 12 trimotores Savoia Marchetti destinados a transportar a los golpistas desde Marruecos hasta España. A cuarenta años de distancia, de los archivos militares de la España posfranquista surge un documento importante que permite reconstruir, con particularidades inéditas de gran valor histórico y político, los hechos que precedieron a la insurrección y las relaciones entre los conjurados y Mussolini desde mucho antes de la misma.

Según Vittorio Vidali –el legendario «Carlos», que dio vida al 5º regimiento, la primera unidad del ejército popular español-, este documento recién descubierto “podría haber cambiado el curso de la guerra civil”. «Carlos», uno de los héroes de la mitología comunista, tiene 77 años y vive en Trieste. Dice: «Si un documento como el presente hubiese ido a parar a las manos del Gobierno republicano en la búsqueda de pruebas que demostraran que la revuelta tenia dimensiones internacionales, podría haber variado la política de no intervención de los Gobiernos inglés y estadounidense, lo cual hubiese favorecido al Gobierno legal».

Antonio Goicoechea fue siempre la persona idónea para pactar con Italia.  Acabada la guerra, fue designado director del Banco de España.

Este documento contribuye a desmontar la teoría, sostenida por los franquistas, según la cual la guerra fue “un asunto puramente interno”, un asunto entre españoles y nada más, sin ninguna intervención preventiva (ni con dinero ni con armas) por parte de las potencias fascistas. En realidad, los conjurados sostenían relaciones regulares con los Gobiernos de Roma y Berlín. De Mussolini se recibía dinero y con él se formaban acuerdos y pactos secretos. Y al Duce italiano se apresuraron en comunicarle, con el fin de recibir las ayudas prometidas, la fecha exacta de la insurrección. Pero las ayudas, los aviones, no llegaron a tiempo. ¿Por qué? La respuesta está en el documento.

AVIONES PROMETIDOS QUE NO LLEGAN

El 13 de julio de 1936, cinco días antes de que se produjese la revuelta contra la República, los generales mandaron un enviado a Roma. La elección cayó sobre un agente secreto italiano (de quien no se da el nombre) que hacia regularmente el enlace entre los monárquicos y Mussolini. El espía fue encarcelado en Barcelona por las autoridades republicanas. Antes de ser detenido destruyó todos los documentos que debía hacer llegar al Gobierno italiano. Los hechos, después, siguieron su curso previsto. El asesinato del diputado de derechas Calvo Sotelo sirvió de espoleta para la insurrección, que explotó el previsto 18 de julio. Pero Mussolini no podía saberlo y no envió los aviones. La detención del espía había sido la causa. Del documento se desprende que el «comportamiento evasivo» demostrado por parte del Gobierno italiano era debido al hecho de que en Roma no habían sabido valorar (lo cierto es que no les había llegado ningún mensaje preventivo) si efectivamente la insurrección llevada a cabo el 18 de julio fuese verdaderamente la «justa», si contaba con el suficiente apoyo nacional o si eran simplemente aislados focos de revuelta.

El general Mola, con Franco como inspirador del golpe, se dirigió al más influyente líder monárquico, Antonio Goicoechea, para reemprender el contacto con Mussolini. Goicoechea voló a Roma para encontrarse con el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores, darle todo tipo de explicaciones sobre el fallido preaviso y apelar a fin de que Italia enviara rápidamente los aviones previstos. Pocos días después despegaban éstos hacia Marruecos para transportar las tropas de Franco. Era un paso decisivo en la guerra, guerra que, según los historiadores, habría sido ganada por los republicanos si los españoles hubiesen combatido sólo entre sí. El documento descubierto entre los archivos polvorientos de un edificio destacado por el Ministerio de Defensa en el barrio madrileño de Princesa es de dos folios y medio, con las siglas “A 13, L 3, C 5” y contiene un título adjunto: Nota sobre las conversaciones mantenidas en Roma en julio de 1936 para la adquisición de los aviones. La firma es ilegible.

Quien lo ha descubierto ha sido el historiador español Ángel Viñas, catedrático de Economía en la Universidad de Madrid y ex funcionario en la Embajada española en Bonn. Viñas ha podido acceder a los documentos secretos en cuanto encargado que fue, hace algún tiempo, por el Ministerio de Finanzas, de reconstruir las relaciones económicas y comerciales entre España y Alemania en los años treinta (a este respecto ya ha publicado un volumen, «Alemania nazi y el 18 de julio») y entre España y la Italia de Mussolini (estudio que está aún en sus inicios). Dice Viñas: «Sobre las relaciones entre los rebeldes y Mussolini, algunas particularidades ya han sido publicadas en una pequeña biografía de Antonio Goicoechea. En dicha biografía, sin embargo, no se indicaba la procedencia de las informaciones, por lo que los historiadores serios no prestaron en principio mucha atención al informe. El hecho de que este documento haya sido descubierto ahora en los archivos multares, permite dar a estos folios su justo valor histórico y político».

 

A CONTINUACIÓN SE REPRODUJO EL INFORME O PARTE DEL INFORME  CUYA TOTALIDAD PUBLICÓ MÁS TARDE SAINZ RODRIGUEZ EN SU TOTALIDAD EN SUS MEMORIAS BAJO EL TÍTULO “HISTORIA DE LA GESTIÓN REALIZADA EN ROMA EN JULIO DE 1936 PARA LA ADQUISICIÓN DE AVIONES”

 

Sabedor de que turbaba, con estas operaciones, el cuadro político internacional, el Gobierno italiano (imitado en este sentido por los alemanes) procuró salvar la imagen con burdos subterfugios. Mientras en Berlín se inventaban dos sociedades comodines, la Rowak y la Hisma (oficialmente compañías privadas de exportación, mientras que en realidad eran administradas por militares de paisano), los italianos sostuvieron que los Savoia Marchetti habían sido adquiridos, como si fueran pares de medias, por el periodista español Bolín. La edición clandestina de «L´Unitá» publicó la denuncia de un obrero que había visto colocar sobre las alas y el timón de los aeroplanos que partían hacia Marruecos las insignias de la nación italiana. Los pilotos italianos subieron a sus aparatos con atuendos deportivos. Todo era para encubrir la realidad. Ettore Muti había tomado el nombre de Gim Valen, Ruggero Bonomi el de Francesco Federici. Para regularizar su estancia en Marruecos, Franco los enroló en la legión extranjera. No se supo públicamente que los italianos estaban interviniendo en el conflicto hasta que 3 Savoia Marchetti cayeron accidentalmente; uno de ellos se precipitó sobre suelo argelino. Las investigaciones oficiales revelaron la presencia italiana.

HASTA AQUÍ LOS COMENTARIOS DEL PERIODISTA ITALIANO SALVATORE GIANNELLA

 

Mis declaraciones figuran a continuación:

Ángel Viñas: “Si la República lo hubiera sabido”…

por Lola Galán

El documento en cuestión y las consiguientes hipótesis pueden ser altamente reveladoras. Por eso INTERVIÚ ha querido conversar con Ángel Viñas, catedrático de Estructura Económica en la Universidad de Alcalá de Henares, quien, en su profundo estudio sobre nuestra guerra civil, ha dado con tan espectacular testimonio.

¿En qué consisten estos documentos reveladores que ha encontrado usted en los archivos militares de Madrid?

Ante todo querría aclarar que desde 1970 me intereso por la guerra civil española, desde que Fuentes Quintana, el actual ministro, me pidió que realizara un análisis económico de la misma. Desde entonces, no he dejado de recoger material sobre el tema. Estuve en Alemania, en Inglaterra, en USA, en Italia, pero ha sido en los archivos de Madrid donde he encontrado una serie de datos que me han permitido profundizar en ese análisis que yo realizaba y que se cristalizó en 1974 en mi libro «La Alemania nazi y el 18 de julio». Estos datos los he incorporado a la segunda edición del mismo, que acaba de salir a la venta. Aunque, ante todo, debo aclarar que estos documentos que permiten esbozar una nueva tesis sobre la intervención italiana en la guerra, no los he descubierto yo, figuran ya en una biografía de Antonio Goicoechea y de hecho eran conocidos, pero habían pasado inadvertidos y nadie los había interpretado.

¿Puede explicamos cuál es su interpretación de los hechos?

Mi tesis arranca de lo siguiente: existen unos documentos que son informes confidenciales sobre la adquisición de material de aviación en Italia para Franco en julio de 1936, y a ello se suman toda una serie de datos ya conocidos, todo lo cual vendría a demostrar que, contrariamente al caso alemán donde, aunque hubo contactos con banqueros, no se produjo un contacto oficial, en el caso italiano, los conspiradores del 18 de julio estaban en connivencia con las más altas jerarquías de ese país, y cuando digo las más altas me refiero al propio Mussolini. Esta tesis contradice totalmente a las de los historiadores clásicos de la guerra civil. Bolín y Luca de Tena, quienes afirman que los italianos a lo sumo conocían la marcha de la sublevación.

«EL APOYO ALEMÁN E ITALIANO LE DIO A FRANCO LA DIRECCIÓN DEL ALZAMIENTO»

El conde Ciano, cuñado de Mussolini y ministro suyo de Asuntos Exteriores, tuvo mucho que

ver en la ayuda militar y económica a los fascistas españoles.

¿Cree usted que su tesis queda demostrada con la existencia de estos informes?

Mi tesis no la puedo demostrar en su totalidad, pero desde luego me parece evidente que es preciso ligar estos documentos de que hablo con el interés que el conde Ciano, cuñado del Duce, había demostrado por financiar a la Falange Española hacia el año 1935, cosa que hacía además secretamente y sin que los diplomáticos fascistas en Madrid tuvieran el más mínimo conocimiento. Ciano atribuía a esta ayuda una gran importancia, pero a medida que se acerca el golpe, los italianos convencidos probablemente de la insignificancia de este grupo, abandonan a la Falange y pasan a entregar su ayuda económica a otras fuerzas más íntimamente relacionadas con el golpe; pienso en los grupos monárquicos y, concretamente, en las figuras de Calvo Sotelo, Mola, etc.

La República no tuvo por lo que parece ninguna posibilidad de acceso a estos datos, ¿piensa usted que habría cambiado mucho la Historia de haberlos conocido?

Pues, desde luego, un posible conocimiento por su parte me parece improbable, ya que lo habrían mencionado en algún momento. De todas formas y a través de los muchos documentos republicanos que yo he manejado, me consta que la República conocía la preparación del alzamiento y que de alguna manera se realizaba con el apoyo de italianos y alemanes, pero nunca supo de qué manera se otorgaba esta ayuda, ni qué significado podía tener. De haberlo sabido es muy probable que, efectivamente, las cosas hubieran sido muy distintas, aunque esto no es más que una hipótesis.

¿Cuál fue el papel de Franco entonces en relación con la ayuda nazi-fascista a la que usted alude?

Bueno, precisamente esta es la segunda tesis de mi libro. Franco recibe la ayuda nazi en Marruecos, entre otras razones porque es una zona mucho más estratégica para enviarla y porque Hitler, que no conocía a ningún general español, centra su interés exclusivamente en él. Al mismo tiempo recibe la ayuda italiana precisamente por encontrarse en África y esta doble ayuda potencia de manera decisiva la figura de Franco en el alzamiento, una vez muerto Sanjurjo. El general Mola, contra la opinión de todos los historiadores de derechas, no demuestra precisamente mucha inteligencia al establecer sus contactos con Alemania. Yo he encontrado numerosos telegramas en los que directamente le pide a Franco que interceda por él ante Hitler, lo cual demuestra una gran ineptitud por su parte, hasta el punto que podríamos decir que se autoexcluye a pesar de llevarle la delantera a Franco en la sublevación. En las primeras semanas de agosto de 1936, Mola ha perdido ya la batalla

 

Los subrayados se refieren a afirmaciones que, en mi opinión, no eran correctas. Figuran, en su mayor parte, entre los comentarios de Giannella. La alusión a Vidali no la conocía. Obviamente hay un error fáctico en la que mencionó las declaraciones a L´Unità, periódico comunista clandestino en la época fascista.

Franco y los poderes sobrenaturales (y II)

16 julio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Como es obvio, la apelación a Dios y al Ángel de la Guarda, que hemos visto en el post anterior, podría explicarse como producto de la exaltación del momento, aunque esta debió de ser duradera porque sus Apuntes personales no los escribió SEJE sobre la marcha. El hecho es que entre las controversias que la guerra civil sigue suscitando hay un debate abierto  entre los autores que bien apelan a los documentos (quizá porque no tienen demasiada fé ni imaginación) y quienes siguen remitiéndose a la intervención divina. No estoy en condiciones de hacer un recorrido por las afirmaciones hechas en este último sentido a lo largo del tiempo. Darían para un artículo quizá un tanto sarcástico. Prefiero remitirme a las más recientes, hechas en junio de 2019, por un destacado político español y distinguido miembro del último Gobierno del PP. Me refiero al exministro del Interior Don Jorge Fernández Díaz. Al parecer, también miembro del Opus Dei.

 

La prensa escrita, pero sobre todo digital, se hizo eco inmediatamente de unas declaraciones del Excmo. Señor Fernández Díaz a un períodico on line, El correo de Madrid, que las publicó el 24 de junio. El autor del artículo en cuestión, Javier Valenzuela, las introdujo de la siguiente forma:

La Divina Providencia designó a España para llevar a cabo una misión trascendental en la historia, llamándola a ser uno de los principales bastiones de la cristiandad y la evangelizadora del nuevo mundo. Pero no fue fácil al apóstol Santiago predicar en España a sus gentes testarudas, especialmente a orillas del Ebro, donde el apóstol encontró almas nobles, pero duras como el roquedal. Tuvo que venir la Santísima Virgen, trasladada por ángeles en volandas, a depositar su pilar, símbolo de que la fe nunca desaparecerá en nuestra patria, hecho insólito en la historia”.

Lectores más duchos en Historia de España “sacra” extraerán, sin duda, sus conclusiones al leer estas líneas introductorias. A mi me parece que desafían tanto el sentido común como la historia basada en fuentes, pero cada uno es dueño de creer en lo que quiera. En el Reino Unido, por ejemplo, uno de los grandes bastiones del imperialismo y colonialismo enfrentados a los de cuña española, vienen proliferando renovados cultos ancestrales, tanto de origen propio como de importaciones foráneas. Hay druidas, brujos, brujas y hechiceros que celebran o concelebran con la mayor naturalidad del mundo ritos antiguos. Hay ciudades, como Glastonbury, que constituyen una delicia óptica para el turista curioso (indígena o extranjero) que puede contemplar atavíos, escaparates, librerías y tiendas en donde se venden toda suerte de encantos y sortilegios, en general a precios módicos. Lo que de ello piensen los herederos de los empire builders de antaño no me ha interesado jamás. Así que, en contra de lo que pudiera creerse, el enfoque sobrenatural tan caro al Sr. Valenzuela no constituye, necesariamente, algo excepcional. Como tampoco España lo es.

En tal artículo el Excmo. Sr. Don Jorge Fernández Díaz, presentado como un estudioso de las apariciones de la Virgen, especialización muy oportuna y adecuada para un exministro de Interior, afirma en lo que se refiere a la guerra civil:

El hecho histórico de la Guerra Civil española es conocido desde el punto de vista político, económico, militar… Todo abundaba en que la República no corría serio peligro y el bando nacional no podía triunfar. En la gran mayoría de las zonas de España ese alzamiento no triunfó el 17 o el 18 de julio. Donde triunfó fue en el ejército de África, en el protectorado de España en Marruecos, pero en la península fueron contadísimas las localidades donde triunfó. Militarmente no tenía apenas posibilidades. Desde el punto de vista económico los grandes centros industriales, la propia industria de armas, quedaron bajo el gobierno de la República. Y políticamente en aquel momento, año 1936, el gobierno de la República tenía una intensa relación con el gobierno de la Unión Soviética y no era por tanto previsible en esas circunstancias que triunfaran los sublevados. Pero es evidente que hay que buscarle otras razones para que finalmente la Guerra Civil terminara con el fin que todos conocemos. Unos creeremos en la influencia extraordinaria y sobrenatural y otro no creerán, pero lo cierto es que humanamente era una empresa condenada al fracaso y así lo reconocieron significativos dirigentes de la República”.

Esta larga cita se inicia con una afirmación con la que estoy de acuerdo. La guerra civil es un hecho histórico conocido. Yo diría incluso que, desde la muerte del general Franco y la eliminación de la censura, el conocimiento de la misma ha aumentado de forma exponencial. Pero las conclusiones que extrae tan distinguido experto no son necesariamente correctas. En primer lugar, porque la idea de que la República no corría serio peligro es hoy ilusoria. Podrían haberla albergado algunos personajes republicanos, como el presidente Azaña y el del consejo de ministros y titular de la cartera de Guerra Casares Quiroga, pero otros políticos del arco de la izquierda republicana, catalanista y socialista no las tenían todas consigo y habían tratado de influir en aquellos próceres para que se lo tomaran en serio. Es más, la tesis que defiende la semana próxima en la Universidad de Salamanca el doctorando Carlos Piriz muestra que los servicios de inteligencia militar habían seguido las maniobras de los conspiradores en las Fuerzas Armadas. Una masiva documentación al respecto la ha encontrado en el Archivo General Militar de Ávila.

En segundo lugar, porque la sublevación sí triunfó en escasos días en amplias porciones del territorio peninsular y extrapeninsular (Galicia, Castilla la Vieja, León, Navarra, Rioja, Canarias, Marruecos, una parte de Baleares y partes de Andalucía -Sevilla, Cádiz, Huelva, Córdoba, Granada). Las Fuerzas Armadas y de orden público se dividieron con bastante rapidez. Pasaré por alto que el autor de tales declaraciones no parece haber estado al tanto de los compromisos asumidos por Italia ni de los malogrados contactos con Alemania ni de la rápida reacción de Hitler.  Un exministro del Interior, con responsabilidad sobre operaciones de seguridad que no siempre salen a la luz, no puede presumir, incluso sin haber llegado con experiencia profesional a su cargo, que una sublevación en toda regla pueda dirimirse en 24 o 48 horas. Así, pues, decir que la rebelión apenas si tenía posibilidades es desconocer brutalmente el pasado. El 25 de julio las potencias nazi-fascistas tomaron decisiones que dieron la vuelta a la situación radicalmente.

El Excmo. Sr Don Jorge Fernández Díaz demuestra lo que parece inquebrantable adhesión a uno de los primeros grandes mitos de los sublevados, y luego de la dictadura, al afirmar que el Gobierno de la República tenía “una intensa relación con el Gobierno de la Unión Soviética”. Es una afirmación total y absolutamente gratuita. No es verosímil que la haga por inspiración de más alto. Como es notorio, en 1934 se habían establecido relaciones diplomáticas bilaterales, pero no embajadas. Era una de las cuestiones pendientes que los gobiernos radical-cedistas habían ido dejando para largo, en parte porque la derecha -siempre ocurrente- veía en ello el comienzo de la supuesta “revolución comunista”.  Siempre tan enterados.

Por otro lado, parece increíble que hoy todo un señor ministro, de quien se supone debe tener algún conocimiento de política, pueda pensar que el potencial industrial sea convertible en capacidad militar casi por arte de la magia glastonburiana ¿No ha oído hablar, por ejemplo, de las reconversiones industriales?

Nuestro distinguido experto tiene otra explicación. Por supuesto no se le ocurre pensar en factores muy estudiados por los historiadores españoles y extranjeros tales como la retracción inicial de las democracias en correr en auxilio del Gobierno de Madrid, la casi inmediata política de no intervención, la ayuda casi simultánea a los sublevados por parte de las potencias nazi-fascistas, el retraso en la decisión de Stalin de enviar suministros de armas… Son temas que han hecho correr ríos de tinta pero que no despiertan el menor interés en el Excmo. Sr Don Jorge Fernández Días. Como estudioso de las apariciones de la Virgen él atribuye la derrota de los “malos” y la victoria de los “buenos” a la intervención, supuestamente decisiva, de la Virgen del Pilar. A la cual ofrendó la recién creada Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil en el año 2012.

Ahora bien, ¿cuáles son las pruebas de esta intervención de la Virgen del Pilar en el desenlace de la guerra civil? El Excmo. Sr. Don Jorge Fernández Díaz alude a que un bombardeo republicano, que no pudo ser sino minúsculo, no causó daños en la basílica zaragozana porque las bombas no llegaron a explotar. ¡MILAGRO! No se le ocurre pensar que en la guerra civil muchas bombas no explotaron por deficiencias de producción o por sabotajes. Tampoco identifica los bombarderos que realizaron tan vil acto. Imagino que no serían los equivalentes a las superfortalezas que destruyeron Dresde pocos años más tarde.

Así pues, me parece que el exministro del Interior sigue en la línea de la propaganda eclesio-militar de los vencedores de la guerra civil, de la generada y amamantada por el propio Caudillo y de la creencia de que los españoles y europeos, que más hemos escrito sobre la contienda, somos unos ignorantes o unos estúpidos.

Su devoción puede explicar su cariño por la Virgen del Pilar, pero ¿no hay en la teología católica centenares, incluso tal vez millares, de Vírgenes? ¿Qué le ha inducido a dar la preferencia a la primera? No puede ser a causa de las bombas o bombitas no explotadas, porque para ello tendría que haberse cumplido al protocolo que, afortunadamente, ya ha establecido la SMICAR para autentificar “milagros”. A no ser, claro, que en el Vaticano se haya llevado a cabo un examen pormenorizado del caso y que sus resultados se hayan mantenido en secreto. De no haberse realizado, o efectuado con resultados negativos, no se trataría de un “milagro”. Tengo la sospecha de que a veces la devoción a lo sobrenatural, a la manera de SEJE, supera la devoción a la EPRE en la que, eso sí, creen los expertos.

Mientras tanto, dejo para otros autores rastrear el continuismo entre la insólita credulidad de Franco, tan bien expuesta en los años sesenta del pasado siglo, y la del tan devoto exministro del Interior que, por cierto, la ha expuesto hace pocas semanas en un medio digital cuya declaración de principios dejo al mejor entendimiento de los amables lectores: La pueden fácilmente rastrear en su página web que recomiendo vivamente.

Franco y los poderes sobrenaturales (I)

9 julio, 2019 at 9:25 am

Ángel Viñas

El post anterior sobre Don Ricardo de la Cierva (qepd) lo escribí con toda seriedad. Sin embargo, desde que lo envié a la gentil administradora de este blog han ocurrido algunos hechos que me han hecho pensar, de nuevo, en la recomendación que en mis años mozos me hizo el siempre añorado profesor José Luis Sampedro, uno de mis maestros en la Universidad. “Ángel -solía repetirme a la vista de mis primeros trabajitos- hay que escribir con rigor, pero no con rigor mortis”. Suelo atenerme a su consejo y si algunas veces lo olvido es porque me he “embalado” al poner mis reflexiones en la pantalla del ordenador. En este post haré, sin embargo, con la seriedad que conviene al caso, una mini-parodia sobre el tema a que se refiere el título. No sin una sonrisa en los labios.

 

Que Franco se sentía protegido por la Divinidad es una perogrullada. Que la SMICAR estuvo convencida ella misma, también. Al menos durante la mayor parte de su régimen. De lo contrario no se comprende aquella identificación que figuraba en las monedas que circularon durante la larga dictadura: “Caudillo de España, por la gracia de Dios”. De haber disentido la Santa Madre Iglesia, es verosímil que se hubiera producido algún pequeño zafarrancho interno a los que tan proclive fue el franquismo. Si ocurrió, debo confesar que no me he enterado, aunque como ya he escrito en este blog no soy experto en las relaciones entre la Iglesia española (lo de católica, apostólica y romana huelga) y el poder político.

Con todo, el historiador no puede limitarse a la mera constatación de una perogrullada. Ha de indagar en la EPRE disponible, no sea que la perogrullada haya de ponerse a los piés de los innumerables “pelotas” que sirvieron en la corte de Franco y que él hubiese aceptado humildemente.

Se me ocurren dos posibles fuentes. La primera procede de su propia mano. Gracias al historiador hiperfranquista, miembro del Opus Dei y de la Real Academia de la Historia así como eminente biógrafo del Caudillo, profesor Luis Suárez Fernández, se conocen unos Apuntes personales que escribió el propio Franco. No está muy clara, en mi modesto entender, la fecha en que emborronó el papel. Después de darle muchas vueltas he establecido la tesis de que pudo ser al filo del comienzo de los años sesenta o a su mitad. En todo caso, después de la aprobación del plan de liberalización y estabilización de julio de 1959. Me baso para ello en la satisfacción a que aludió Franco (p. 43) por haber creado la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas en 1943, cuyas clases dieron comienzo al año siguiente. De ella salieron las cohortes de economistas profesionales que tuvieron  que ver en la preparación de dicho plan, que fue la única operación auténticamente estratégica que salvó a su amada España de la bancarrota en los pagos internacionales. Dejó de lado, y también lo hacen sus todavía numerosos panegiristas,  que hubo que extraérsele su aprobación con fórceps de titanio. Franco señaló en los Apuntes que su satisfacción la había ganado “al correr de estos veinticinco años de gobierno”. Para él podrían comenzar en 1936, lo que nos llevaría a 1961, o en 1939, lo que nos plantaría en medio del decenio del “desarrollismo”.

Tampoco se sabe si los Apuntes fueron un primer intento de empezar a redactar algún tipo de autobiografía o si lo hizo para autodeleitarse en sus recuerdos. Han sido utilizados, en todo caso, por numerosos autores para aclarar algunos puntos relacionados con su papel durante los años republicanos y para glosar algo de lo poco que dijo sobre la guerra civil. Aunque próximo a los setenta años de edad, cuando los escribió, es de suponer que se acordaría. No se ha demostrado que estuviera aquejado de la enfermedad de Alzheimer.

Como es sabido, uno de los puntos cardinales en la biografía de Franco fue su decisión, el 23 de julio de 1936, de enviar una misión a Alemania para que se entrevistase, nada menos, que con Hitler. En los Apuntes (p.  39) insinuó que fue debida a la aparición de un espontáneo al que designó como “el súbito”. Obedecía al nombre de Johannes E. F. Bernhardt y fue uno de los protagonistas de mi tesis doctoral y de mi primer libro. A mí me engañó como a un “chino” (con perdón por la expresión) porque lo que me contó respecto a su protagonismo no siempre concuerda con los hechos posteriormente documentados. También se conoce que Hitler decidió atender a la petición en la noche del 25 de julio. El primer avión alemán, en el que había viajado la misión, aterrizó de vuelta en Tetuán tres días más tarde. Un telegrama previo, enviado por Bernhardt a su esposa, había anunciado el éxito. Pocos son los que disputan que dicho avión empezó rápidamente a transportar soldados del Ejército de Àfrica a la península y que continuó haciéndolo incluso cuando llegó por mar la primera expedición enviada de Alemania con cazas y aviones de transporte.

Ahora bien, quizá a causa del cansancio que producía la tarea de gobernar, a pesar de los numerosos días que dedicó al asueto (caza, pesca, pintura, etc.) y que tanto disgustaron a su primo hermano y ayudante, el ulterior teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, Franco se “olvidó” de los aviones alemanes (e italianos) que formaron el puente aéreo sobre el Estrecho. En sus Apuntes  prefirió recurrir a la intervención sobrenatural. Reproduzco sus afirmaciones:

“El ángel de la guarda con nosotros. Ayuda escandalosa de Dios. El “Silvia”, el “Mar Negro”, etc. etc.” (p. 41). En la p. 43 repite: “La ayuda de Dios”.

Meter a Dios en el tema me parece casi blasfemo. El “Silvia” fue un mercante fletado con carga destinada para los republicanos pero que cayó en manos de los sublevados. Supongo que el  “Mar Negro” fue otro. En el caso del primero podemos asegurar que no intervino la mano de Dios. Miguel Íñiguez Campos lo ha estudiado pormenorizadamente en un próximo libro que ahora me toca prologar.

Sobre el “ángel de la guarda” también son permisibles las dudas (aunque la sonrisa en los labios se acentúa en este supuesto) por dos razones. La primera porque se conoce el volumen de la ayuda que las dos potencias fascistas hicieron llegar a Franco. La segunda, porque el paso de las tropas y, sobre todo, de la impedimenta del Ejército de África a la península  se hizo mayoritariamente en aviones nazis. No cabe suponer que con un Estado como el del Tercer Reich dicho ángel, en el supuesto que exista, tuviera comunicación alguna. Al menos no ha quedado constancia escrita.

Por el contrario, sí ha quedado reflejado el esfuerzo logístico de las dos potencias fascistas. A finales de agosto de 1936 el Tercer Reich había suministrado 26 Junkers de bombardeo con sus correspondientes tripulaciones, 15 Heinkel de caza sin ellas, 20 piezas y ametralladoras antiaéreas, 50 ametralladoras, 8.000 fusiles, 5.000 máscaras antigás más bombas y municiones. Los italianos, por su parte, no se habían quedado cortos y para hacer honor a sus compromisos anteriores al golpe habían remitido más de lo previsto: 12 cañones antiaéreos de 20 mm con 96.000 proyectiles, 20.000 máscaras antigás, 5 carros veloces con tripulación y armamento, 100.000 cartuchos para ametralladoras del modelo 35, 50.000 bombas de mano, 12 bombarderos y 27 cazas con radio, armamento y tripulaciones, 40 ametralladoras St Etienne con 100.000 cartuchos, 20.000 bombas de dos kilos, 2.000 de entre 50-100 y 250, 400 toneladas de gasolina y carburante, otras 300 por cuenta de Alemania y 11 toneladas de lubricantes. Como ocurre con toda contabilidad, siempre podrán discutirse algunos datos. Los aquí reproducidos están tomados del estudio nazi Unternehmen Feuerzauber, de obligada consulta, y de los Documenti Diplomatici Italiani (disponibles en red: no hay que ir a Roma ni buscar en la amplia literatura existente). El número del documento que identifica los suministros es el 819. Innecesario es decir que los autores profranquistas en general disminuyen los hechos a Franco y exageran los recibidos por los republicanos a la par que eliminan de su contabilidad las facilidades que encontró en las potencias nazi-fascistas el rebelde general y “olvidan” o “reducen”, según los gustos, las inmensas dificultades que, por razones ajenas y propias, encontrarían los agentes de la República.

En lo que se refiere al “angelical” apoyo logístico nazi, los aviones transportaron con prioridad fuerzas de regulares, legionarios e indígenas. En los primeros veinte días de actividad del “puente aéreo” pasaron unos 2.850 con su impedimenta y material (casi 8.000 kilos). Luego los alemanes centraron su atención (o se les pidió que lo hicieran) en este último, algo que no suele subrayarse en la literatura. Así, por ejemplo, en la semana del 17 al 23 de agosto pasaron 700 hombres solamente y 11.650 kilos. En la siguiente, 1.275 y 35.300 kilos respectivamente. Hubieran podido transportarse más de no haber sido por la falta de combustible, a pesar de los envíos hechos por las dos potencias fascistas.

El puente continuó, por parte alemana, durante todo el mes de septiembre, aunque los aviones nazis ya habían empezado quince o veinte días antes a participar en acciones bélicas directas (los italianos lo habían hecho desde el primer día). Dicho puente duró hasta la mitad de octubre. El total trasladado por aire ascendió a unos 13.500 hombres y a algo más de 270 toneladas de material de guerra, aunque Franco siempre pidió más y más a sus complacientes “ángeles de la guarda”. La comparación con el tan heroizado “convoy de la victoria” hará levantar las cejas a más de un lector.  Remito al futuro libro de Íñiguez Campos para comprobar los ínfimos suministros logrados por los republicanos en el exterior durante este período para compensar la pérdida de todo el armamento acumulado en el Protectorado y la nueva oleada de ayuda nazi-fascista a Franco.

Digamos, simplemente, que en sus tan elogiados Apuntes personales Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE, en términos coloquiales) pura y simplemente mintió. Como acostumbraba. Desde luego nada hace pensar que la ayuda fuese sobrenatural, ni de Dios ni del ángel de la guarda. Sin embargo, quizá el Señor Nuncio que ahora va a regresar al Vaticano y que ha hecho algunas declaraciones que me parecen indecorosas pueda confirmar que, en efecto, los poderes sobrenaturales volaron en ayuda de Franco.

(Continuará)

Un peán de victoria de Ricardo de la Cierva

2 julio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Para servidor es axiomático que no existe historia definitiva. Lo he escrito y repetido en innumerables ocasiones. También en este blog. Nuevos documentos, nuevas contextualizaciones, nuevos enfoques, nuevas preguntas al pasado, etc. arrojan, necesariamente, nuevos resultados, a veces sustancialmente diferentes. En otras ocasiones, no tanto. Todo avance que pueda registrarse en cuanto al conocimiento de un tiempo transcurrido e insondable se hace bajo la premisa de que otros historiadores, más afortunados o más inteligentes, pueden ponerlo en duda o superarlo en un cierto lapso del tiempo. De la misma forma que los hombres somos mortales, también lo son muchos de nuestros productos.  Naturalmente esto no debe desanimar a ningún historiador. Lo que se nos pide es que aportemos nuestro granito de arena. Con humildad.

 

He vuelto a pensar en estos temas, recurrentes en mis libros, porque hace unas semanas un colega y amigo mío, el profesor Francisco Rodríguez Jiménez, ha tenido la amabilidad de enviarme una fotocopia de dos artículos aparecidos en el diario HOY, de Extremadura, y que posiblemente fueron tomados del conocido, y ya extinto, diario católico YA. Como es sabido, fue uno de los referentes en la dictadura. Su fecha de aparición en HOY fue el miércoles 1º de abril de 1970, que coincide exactamente con el XXXI aniversario de la VICTORIA, así con mayúsculas, en la guerra civil.

Son dos artículos muy interesantes. Uno, titulado “Nuestra guerra civil aguarda la investigación histórica”, lo escribió un autor llamado A. J. González Muñiz. Una rápida consulta a Mr. Google indica que, cinco años más tarde, publicó en Ediciones Españolas un libro titulado FRANCO, DOLOR DE ESPAÑA. En el internet cabe encontrarlo por un precio irrisorio que, sin embargo, no estoy dispuesto a pagar. Se trataba de un periodista y colaborador habitual del YA, junto con lumbreras de la época tales como Jaime Campmany, Manuel Gómez Ortiz y José María García Escudero. Lo cual, para la gente de mi generación, lo sitúa en coordenadas sumamente precisas.

El segundo artículo lo firmó Ricardo de la Cierva, técnico de Información y Turismo y en plan de funcionario. Su primera publicación fue dedicada, con palabras delirantes a SEJE, y versó sobre la política turística. En el momento de aparición del artículo era jefe de la Sección de Estudios sobre la guerra civil en el Ministerio de (Des)Información. Lo tituló “Hechos incuestionables de la contienda: Balance histórico”. Obsérvese el primer adjetivo. Refleja una actitud contumaz en la obra de este autor sobre el pasado, de super-recias e inestimables actitudes pro-franquistas y que poseía la virtud esencial de comprender parcelas que no podían ponerse en duda porque, según él, reflejaban hechos “incuestionables”.  El problema, que nunca se planteó, es determinar qué es un “hecho” para el historiador. ¿Lo que sale a la superficie? Por ejemplo, Franco ganó la guerra civil. ¿También lo que explica el hecho? ¿Lo que está detrás de la superficie?

Ambos autores subrayaron, con énfasis vario, que lo que se había escrito sobre la guerra civil hasta aquel momento (recordemos, 1970) estaba distorsionado por la propaganda (izquierdista, naturalmente, y por la consabida enemistad hacia el régimen felizmente existente). Pero, eso sí, ya habían aparecido ínclitos autores españoles como el profesor Vicente Palacio Atard (dep) que habían empezado a poner la historia en su sitio. Afortunadamente existían archivos como los del Servicio Histórico Militar en Madrid y los de la Delegación de Servicios Documentales (DSD) en Salamanca en los que se encontraría la respuesta a muchos de los interrogantes que ya habían empezado a despejar historiadores españoles (mejor dicho, superespañoles). [De la Cierva no dijo que para entrar en ellos había casi que llevar una profesión de fé de fidelidad al régimen]. No me consta (pero estoy dispuesto a admitir mi ignorancia) que González Muñiz figurase entre ellos. El funcionario del M(D)IT mencionó a los hermanos Salas Larrazábal y al coronel Martínez Bande. Entre los civiles ensalzó solo a dos, ambos extranjeros: Burnett Bolloten y a Stanley G. Payne. Ojo a dichos nombres.

Había una pequeña historia detrás. El libro de Bolloten, publicado por primera vez en castellano  en 1962 en México bajo el control del autor con el título La revolución española: las izquierdas y la lucha por el poder, se había anticipado en una versión deformada para el gusto franquista. Sucedió en Barcelona el año precedente bajo el título El gran camuflaje. Que yo sepa la edición mexicana no se vendió, al menos legalmente, en España. La aderezada al gusto de los rectores de la propaganda de la dictadura fue uno de los habituales truquitos de Manuel Fraga Iribarne, entonces director del Instituto de Estudios Políticos, en connivencia probable con el Ministerio de (Des)Información y Turismo. Pocos años después, Herbert R. Southworth denunció la operación y las distorsiones subsiguientes en su El mito de la cruzada de Franco. A Bolloten se le hicieron decir cosas que no había escrito. Lo normal. Luego, las que sí dijo, sin distorsiones, formaron la base de las curiosas interpretaciones de Payne. Hasta el momento actual.

Ricardo de la Cierva había publicado en 1969 una obra masiva sobre los antecedentes de la guerra civil (la única de entre las decenas que escribió que puede aspirar a un cierto empaque académico). Así, pues, se pronunciaba con autoridad. Alcanzaría cotas altísimas en los años posteriores en una actividad propagandística pluriforme que, en lo que se refiere a la guerra civil, ha sido desollada por el profesor Alberto Reig Tapia. A tan en la época conocido autor la crítica le importó siempre un comino. Nunca respondió a ellas y siguió impertérrito su camino, sembrado de honores.

En su calidad de jefecillo en el M(D)IT se ocupó con tesón de vigilar y, en sus mejores momentos, controlar el acceso de investigadores españoles y extranjeros a los fondos de la DSD, no fuera que fuesen a descubrir cosas “inconvenientes”. Cuando ya era director de la Editora Nacional escribió el 7 de abril de 1972  al responsable de la custodia de los mismos, el almirante Jesús Fontán Lobé, recomendando a Payne. Dijo, entre otras alabanzas: “Conoce Vd., sin duda, la evolución de este gran hispanista, que en este momento acaba de publicar su libro (…) que coincide con nuestra tesis básica sobre la desintegración de la República y la necesidad de acabar con todo aquello…”  (La carta, y otras más que ilustran las manipulaciones selectivas del posterior director general de Cultura Popular, pueden leerse en mi libro La conspiración del general Franco). No sé si, quizá por primera vez en su vida, tan gran hispanista llegó a trabajar en los fondos de la DSD (hoy CDMH). Que yo sepa (pero puedo equivocarme) jamás ha hecho referencia a ninguno de ellos en su vasta producción sobre España.

No extrañará, pues, que ambos autores formaran parte del elenco de grandes figuras que, en la opinión de tan excelso velador de la inmarcesible figura de Franco, habían contribuido a desentrañar para un público extranjero la innata maldad de la República.

En su artículo de YA (y de HOY), de la Cierva señaló cómo toda una serie de historiadores habían reforzado las interpretaciones franquistas de la guerra civil. En lo que aquí más me interesa indicó lo siguiente:

“La gran conspiración contra el Frente Popular no fue un proceso homogéneo, ni puramente militar” -en lo cual no iba desacertado porque ya lo había escrito en su libro de 1969, pero cuidándose de no ahondar en lo no castrense. “Se ha restablecido -continuó- la preeminencia del general Emilio Mola como coordinador de múltiples esfuerzos generalmente mal enfocados y planeados”. Es decir, implicaba que en algún momento tal preeminencia había estado en duda. No subvertía los hechos con dicha afirmación ya que no afectaba a la megalomanía de Franco al afirmar que era él quien había estado al frente de la futura sublevación. Pongo, sin embargo, en mayúsculas lo escrito por el gran propagandista de los mitos franquistas:

“SE HA RECONOCIDO UNIVERSALMENTE LA ABSOLUTA DESCONEXIÓN DE LOS SUBLEVADOS CON LOS REGÍMENES FASCISTAS ANTES DEL 18 DE JULIO” y añadió: “Esta última tesis ha resultado ser una de las sorpresas del análisis de los documentos capturados tras la segunda guerra mundial”.

En pleno ensueño, y supongo que con alivio, de la Cierva arrimó el agua a su molinillo. Que yo sepa, ningún historiador franquista había buceado en tales documentos. Se había publicado una selección mínima en inglés y alemán veinte años antes (que ya es decir) y otra en francés, recortada, poco tiempo después. Era la que solían utilizar los historiadores pro-franquistas, cuando se dignaban recurrir a ellos, pero el peán de la victoria que entonaba y quizá danzase de la Cierva era muy prematuro. Parecía ignorar que los fondos de los archivos, alemanes, italianos, portugueses, no se reducían a los documentos publicados.

También ignoraba tan destacado funcionario que la historia de los intentos de los inspiradores del golpe del 18 de julio de 1936 con Alemania tenía una larga tradición que se remontaba a los contactos anudados en los años veinte y reverdecidos un pelín durante la etapa republicana antes del mismo. Al final, para casi nada. Pero en todo caso silenció y desestimó una notable tradición en cierta literatura de la izquierda española (en particular la que le parecía más desdeñable, que era la anarquista) porque lo que no se podía reconocer era la pertinencia de la propaganda republicana en la guerra civil sobre el acuerdo de 1934 con los italianos.

De la Cierva, imagino, hubo de sentirse muy reconfortado cuando el historiador norteamericano John C. Coverdale negó toda virtualidad a dicho acuerdo. No he explorado lo que de él dijo en sus escritos ulteriores a la mayor gloria de Franco. Pero como la historia no se detiene y es, por naturaleza, movediza, lo que negó tajantemente de la Cierva es lo que ocurrió. Claro que todavía hoy hay quien sigue negándolo. La tozudez es, a veces, una virtud pero en un enfoque científico y empírico puede resultar un estorbo. Lo que sí parece claro es que el peán de la victoria se ha quedado sin muchos de sus danzarines.

El caso del alférez secretario del consejo de guerra que condenó a Miguel Hernández

25 junio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Poco antes de irme de vacaciones este caso llegó a las páginas de EL PAÍS y de aquí se difundió viralmente por las redes sociales. Es sencillo: el hijo del alférez en cuestión, que no identificaré,  solicitó a la Universidad de Alicante que el nombre de su padre se retirara de los metadatos que permiten llegar a él en internet. En su opinión, por mor de la protección del derecho al honor. Numerosos historiadores se han pronunciado, alarmados, por las posibles repercusiones que la aceptación de tal petición por parte del gerente de la Universidad,  pueda tener sobre la libertad de cátedra y de investigación e incluso sobre la de expresión. Todas ellas bienes superiores amparados constitucionalmente.

 

Según he leído el hijo del citado alférez ha alegado que su padre no fue un personaje público. Su petición ha pasado a ser del dominio público. Ahora parece que en dicha Universidad (que hace años me concedió el honor de nombrarme doctor honoris causa) han aflorado disensiones y que muchos profesores (ciertamente los historiadores) no están de acuerdo con la decisión del gerente. Sin entrar en los pormenores del caso, que conozco solo por lo leído, en este post trataré de argumentar en favor de mis colegas ateniéndome a un razonamiento puramente epistemológico.

En primer lugar, la característica de haber sido, o no sido, “personaje público” en el pasado se me antoja estrictamente irrelevante. Basta con haber vivido y aparecer en documentos accesibles al investigador para tener la potencialidad de convertirse en objeto de investigación. Negar esta proposición es negar la historia, en la acepción en que hoy se la entiende en general. La historia es una reconstrucción del pasado y, en particular, de la acción humana en la inmensidad de este, que es por definición absolutamente incognoscible y aprehendible en su totalidad. El investigador lo que hace es proceder por cortes basándose en evidencias que le permitan iluminar alguna parcela, parcelilla o microparcela de ese pasado.

En este aspecto me limitaré a recordar un ejemplo que, en mis tiempos, me influyó poderosamente. En 1976 un historiador italiano llamado Carlo Ginzburg publicó un libro que lo hizo famoso en todo el mundo. Lo tituló de una manera llamativa: Il formaggio e i vermi, es decir, El queso y los gusanos. Pocos años después, en 1981, se tradujo al castellano. Ya le había precedido una edición en inglés. Desde entonces las reediciones han sido constantes y ha aparecido en muchos otros idiomas. Su protagonista fue un molinero italiano llamado Domenico Scandella y nacido en 1532. Ha afluído desde entonces mucha agua al Mediterráneo. Que más de cuatrocientos años después lo resucitara Ginzburg debe constituir, en mi modesta opinión, una llamada de alerta para la Universidad de Alicante. No puede haber personaje menos público y más desconocido hasta entonces que Scandella en una obra de alcance universal.

¿Por qué? Simplemente porque el autor, al estudiar los dos procesos a que la Santa Inquisición (algunos todavía la bendicen o la echan de menos en una forma más o menos adaptada a los usos y costumbres de nuestro tiempo) gracias a los documentos en que se reflejaron pudo identificar los rasgos fundamentales de la cosmogonía que sustentaba el molinero. Hoy nos parece absurda, grotesca, pero también habrá gente a la que la visión cosmológica de la Santa Madre Iglesia Católica asentada en el Concilio de Trento pocos años más tarde le parezca hoy no menos curiosa. Ginzburg puso en relación  la cosmogonía de Scanella con la aceptada comúnmente en la alta cultura del siglo XVI, muy dominada obviamente por la de origen greco-latino (mitología) y las creencias de la jerarquía eclesiástica, católica o protestante.  El libro se ha convertido en una obra de referencia metodológica para el estudio de la cultura popular particularmente en oposición a la de las clases dominantes, de la microhistoria, del peso de las tradiciones, etc y Scandella, que fue ajusticiado, es hoy una figura popular a pesar de su anonimato de más de cuatrocientos años. (Por lo demás, no hay que recordar aquí el caso de Galileo y los problemas que tuvo con la Santa Inquisición un puñado de años entrado el nuevo siglo).

Una consulta a Mr Google, siempre amable, permite a cualquier curioso que no haya leído el libro de Ginzburg que el gran problema de Scanella fue haber dicho a quien quisiera oirle que el mundo no había sido creado por Dios sino que parió de un caos primigenio. Se sirvió de una metáfora, la del queso y los gusanos. “Todo era un caos, es decir, tierra, aire, agua y fuego juntos; y aquel volumen poco a poco formó una masa, como se hace el queso con la leche y en él se forman gusanos, y estos fueron los ángeles; y la santísima majestad quiso que aquello fuese Dios y los ángeles y entre aquel número de ángeles también estaba Dios creado también él de aquella masa y al mismo tiempo, y fue hecho señor con cuatro capitanes Luzbel, Miguel, Gabriel y Rafael. Aquel Luzbel quiso hacerse señor comparándose al rey, que era la majestad de Dios, y por su soberbia Dios mandó que fuera echado del cielo con todos sus órdenes y compañía; y así Dios hizo después a Adán y Eva, y al pueblo, en gran multitud, para llenar los sitios de los ángeles echados. Y como dicha multitud no cumplía los mandamientos de Dios, mandó a su hijo …” Si Galileo, abjurando de sus “herejías” copernicanas pudo salvarse, es obvio que Sacanella no tuvo salvación posible. Lo cual no obsta para que la “teoría del caos” fuera resucitada en el siglo XX. (Los lectores interesados en saber más pueden acudir a la entrada Menocchio, apodo del molinero, en Wikipedia).

 

El caso anterior es una forma de decir que la caracterización como sujeto histórico depende, cuando menos, de dos factores: del descubrimiento de nuevas evidencias y, en segundo lugar, del uso que de ellas haga el historiador. Lo que para uno puede ser una figura marginal llega a ser, para otro, un protagonista de primera fila.

Servidor no llegaría a afirmar que el secretario del consejo de guerra que condenó a muerte a Miguel Hernández pueda ser, en el futuro, un personaje recubierto de significación histórica. Eso dependería de su papel en otros procesos, de las actividades que se desprendan de su hoja de servicios, de las menciones que de él puedan encontrarse en la amplia documentación relacionada con los consejos de guerra o de la represión y, no en último término, de los objetivos que persiga el investigador.

Lo que sí cabe afirmar es que recortar a priori la libertad de investigación sobre un pasado tenebroso, aunque no lo fue para todos por igual, es una actitud incompatible con los valores en los que se sustenta una sociedad democrática avanzada.

A tenor de lo difundido por los medios de comunicación, el investigador en cuestión, el profesor Juan Antonio Rios Carratalá, es un catedrático universitario, con una amplia obra a sus espaldas (dos de cuyos libros me he llevado para leerlos en vacaciones) y que en modo alguno ha pretendido insultar o vejar al señor alférez en cuestión.

Consideremos la alternativa: la represión franquista arrojó víctimas y para realizarse necesitó  protagonistas que la llevaron a cabo. En la Causa General, disponible en internet, no se han borrado -que yo sepa- los nombres de los victimarios republicanos. ¿Por qué, y en virtud de qué disposición legal, habrían de borrarse los de los victimarios franquistas? ¿No sería aplicar dos pesos y dos medidas?

No conozco la documentación de los consejos de guerra a que fue sometido Miguel Hernández (una gloria de las letras españolas y que ha dado su nombre a una universidad en la Comunidad Valenciana). Tampoco puedo saber si en ella se identifican acciones debidas a la actuación del señor secretario. Supongo que todos los miembros estarán protegidos convenientemente. Pero lo irritante es que se pretenda borrar de internet el nombre de uno de sus componentes.

¿Qué razones aduce el celoso descendiente del señor secretario? Porque imagino que, en los años de la guerra y de la posguerra, formar parte de un consejo que pronunciara penas capitales no podía figurar como desdoro y sí como un honor. Si imponían penas capitales la autoridad superior debía aceptarlas e incluso elevarlas a Su Excelencia el Jefe del Estado para que, en su sublime capacidad de jefe del Gobierno y fuente de ley por derecho seudonacionalsocialista, diese el “enterado”. O se pronunciara por una conmutación.

Con todo el respeto, y salvo mejor opinión, a mí me parece que la iniciativa hoy en discusión en la Universidad de Alicante puede abrir un avispero. En el caso más benévolo, quizá por precipitación. Pero si de él debiera derivarse un precedente es muy lógico que la grey de historiadores se pronuncie radicalmente en contra y que, llegado el momento, alguien considere la necesidad de que los tribunales decidan. Porque, de lo contrario, se obstaculizaría considerablemente la identificación futura de victimarios y esto, por un elemental sentido de justicia conmutativa, no debiera aceptarse. No estamos, que yo sepa, en tiempos de Inquisición.

Finalmente, ¿alguien podría decirme si, en un caso literalmente más sangriento, han aparecido susceptibilidades análogas? Siempre pienso, como paradigma, en el del capitán de la Guardia Civil Manuel Díaz Criado, el victimario preferido de aquel héroe de la guerra que fue el general Gonzalo Queipo de Llano, marqués de Queipo de Llano. Para los lectores que no conozcan el caso podrán familiarizarse en su entrada en Wikipedia con sus “ejemplares” hazañas. No se indica que nadie haya pedido que su nombre desaparezca de los metadatos.

Sobre la sentencia del Tribunal Supremo y la jefatura del Estado de Francisco Franco

18 junio, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

El tema objeto de este post ha generado una intensa polémica dirimida en los medios de comunicación a lo largo de las últimas semanas. La artillería de numerosos historiadores, individual y colectivamente, ha lanzado salvas de críticas contra los magistrados de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TS. Se han unido diversos juristas y varias asociaciones. La polémica ha saltado al extranjero. Incluso servidor ha participado en ella, sorprendido, aunque quizá menos.  En este post me atrevo a aventurar una hipótesis, que no tesis, ya que no tengo forma de contrastarla dado que, como es habitual, ninguno de los magistrados que se pronunciaron sobre la consideración de Franco como jefe del Estado desde el 1º de octubre de 1936 ha efectuado la menor declaración sobre lo que les impulsó a introducir tan innecesaria precisión.

Mi hipótesis es que encaja, en primer lugar, con la doctrina contencioso-administrativa sentada en algún precedente a instancias del escalón competente de la Administración franquista, en un tiempo en que hablar de la separación de poderes fue totalmente ilusorio. En segundo lugar, que también encaja también, aunque no se explicite, con una conocida sentencia del TC de hace ya muchos años. A ambas les una cierta inclinación ante la fuerza normativa de los hechos y la nula consideración de la historia o del contexto histórico. Pero reconozco no ser jurista.

Recordemos lo obvio. Los militares sublevados del 18 de julio de 1936 se levantaron en armas contra el régimen constitucional y democrático al que habían jurado obediencia. Desvirtuaron torticeramente la Ley Constitutiva del Ejército de 1878, ya sin efecto y legalmente superada. En términos estrictos se situaron fuera de la ley. Las formulaciones a que acudieron -bandos de guerra parciales y el general dictado por la Junta de Defensa Nacional el 28 de julio- solo se basaron en la fuerza de las armas. Sus acciones fueron “legitimadas” a posteriori por el mero imperio de la violencia. Son numerosas las hoy expresa y explícitamente derogadas.

Dentro de aquellas disposiciones ha de ubicarse el Decreto 138 de la Junta de Defensa Nacional de 28 de septiembre (Boletín de la misma del 30) que nombró a Franco “jefe del Gobierno del Estado”. No hubo referencia explícita a otra norma. ¿Cómo explicarlo? Simplemente por el deseo de crear un orden jurídico propio, alternativo y en oposición al vigente en aquellos momentos. Por otro lado, es obvio que el 1º de octubre de 1936 no existía un Estado franquista.  Este se creó a lo largo de la guerra. Su existencia como sujeto de derecho internacional apareció de forma paulatina, a medida que fueron reconociéndolo la mayoría de las potencias extranjeras.

La cuestión de la licitud en 1936 (postura de la mayor parte de los historiadores) o de la ilicitud del Estado republicano (defendida por parte franquista) se dirimió en la guerra y en la postguerra.  Naturalmente el triunfo de las armas fue decisivo. Las declaraciones en 1936 del propio Franco en su alocución de final de año así lo hacían prever:

No es un Estado de hecho que tiene condicionada su licitud y legitimidad limitada por el tiempo necesario para recuperar la “normalidad” alterada, sino que él es el régimen históricamente normal y legítimo. Desde el primer instante “Estado de derecho”, y como tal se asentó sobre la aclamación, el plebiscito, la adhesión, el asentimiento y el consenso del pueblo español.

Para entonces la Junta Técnica del Estado ya había dado algunos pasos en tal sentido. La intención fue siempre borrar a la República y su marco jurídico sustituyéndolo por uno alternativo. El Dictamen sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936 discurrió en el mismo sentido.  Los juristas de la dictadura actuaron dentro de un marco estricto, limitado y excluyente.

En el caso de las controversias en materia contencioso-administrativa existe un ejemplo de gran importancia. Ignoro si en las recopilaciones doctrinales habrá salido a la luz  o no. Quizá pueda servir, en mi escasamente jurídica opinión, para explicar la postura de la Sala del TS. Se dilucidó en 1959 en el seno del Consejo de Estado, órgano asesor del Gobierno e integrado por la guardia pretoriana del régimen, militar y civil. Sus dictámenes no eran, ni son, vinculantes. Tuvo que ver con la petición cursada por el ministro de Hacienda, Mariano Navarro Rubio, para que el Consejo examinara si la evacuación del oro depositado en el Banco de España a la entonces Unión Soviética en 1936 se ajustaba a derecho o no. La peregrina idea que habían tenido Franco y su fiel ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo (a mayor abundamiento secretario del Consejo en 1959) era la de reclamar su devolución, incluso mediante un recurso ante el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya.

Con independencia de las curiosas ausencias procedimentales (no se escuchó a la Abogacía del Estado ni a la Asesoría Jurídica Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores) la petición se abordó a los tres niveles habituales: el de la formación de un proyecto de dictamen, el de la discusión del mismo en el seno de la comisión competente y, por último, en su elevación al pleno del Consejo. En las sucesivas etapas interesa subrayar la postura del representante del Ministerio de Hacienda y director general de lo Contencioso José María Zabía Pérez.

Este distinguido caballero solicitó desde el primer momento que al dictamen final debía incorporarse nada menos que una afirmación tajante relacionada con la “ilicitud radical que […] tuvieron los actos del llamado Gobierno de la República”.  Es decir exhibió la postura franquista más dura. Mentes más preclaras que la mía podrán elucidar si el aserto de la sentencia de la Sala de lo contencioso-administrativo del TS no será quizá, mutatis mutandis, un trasunto. En la preparación del dictamen final Zabía lanzó con fuerza sus torpedos: los actos del Gobierno republicano era nulos, con ilicitud absoluta y plena. Se basó para ello en el decreto número 1 de la Junta de Defensa Nacional del 24 de julio que simplemente afirmó su constitución y su capacidad de representar al Estado español ante naciones extranjeras.

Sin embargo el pleno del Consejo de Estado aprobó, a pesar de las objeciones de Zabía, el proyecto de dictamen -que no las hizo suyas- y lo elevó al Gobierno con el voto contrario del director general.  ¿Y qué hizo el Gobierno? Desestimó totalmente el dictamen -lo cual era su buen derecho- y asumió por el contrario la postura de Zabía. Es decir, asentó la total primacía de las nuevas autoridades de 1936. No recurrió al hecho, bien conocido, que tras estas tronaba el general Franco con su capacidad, de tono nazi, de ser fuente del Derecho: su voluntad era ley, como reconoció la Orgánica del Estado de 1967 en su maravillosa disposición transitoria primera. Dado que tal norma superior fue derogada en los albores de la Transición el recurso a la misma y a sus antecedentes se me hace un poco cuesta arriba.

Es cierto que la Sala de lo contencioso-administrativo del TS podría acudir, aunque no lo hizo de manera explícita, a la de la Sala segunda del TC de 26 de mayo de 1982. A su tenor, “al término de la guerra civil, cuya proyección jurídica es precisamente la ruptura del ordenamiento, se integraron en este como únicas normas válidas las que efectivamente habían tenido vigencia en el territorio sustraído a la acción del poder republicano, a cuyas disposiciones no se les otorgó otra consideración que de puros facta, no solo carentes de fuerza de obligar, sino susceptibles incluso de ser considerados como hechos delictivos”.

No sé si esta bien conocida sentencia habrá dado origen a disputas entre expertos. No me parece que el haber reconocido, en dicho año, fuerza normativa a  hechos acaecidos entre 1936 y 1975 fuese una gran aportación pero Dios me libre de nadar en aguas ajenas. En qué medida pesó esta sentencia en la mente de los magistrados en junio de 2019 tampoco se ha explicitado. Por lo que se refiere a la argumentación de Zabía sesenta años antes, y a la adhesión del Gobierno a su postura (probablemente inducida desde el Ministerio de Hacienda), hay que constatar que no tuvo absolutamente el menor efecto.

El régimen de Franco jamás acudió al TIJ, pero es que ya el 1º de abril de 1939, en el momento dulce del día de la VICTORIA, el ministro de Asuntos Exteriores, teniente general Francisco Gómez-Jordana, dirigió una carta al Secretariado de la Sociedad de Naciones para denunciar  la adhesión de España al Acta general para el arreglo pacífico de las controversias internacionales. En 1959 carecía, pues, de la capacidad de pleitear contra la URSS, con independencia de que el oro hubiese sido vendido en su totalidad, tanto a ella como a Francia, durante la guerra civil.

La ley 52/2007 de 26 de diciembre, en su preámbulo, se remitió a la condena del franquismo contenida en el informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa de 17 de marzo de 2006. En él se denunciaron las graves violaciones de derechos humanos cometidas en España entre los años 1939 y 1975. Añadiré que al amparo de la normativa franquista  y con el beneplácito de las autoridades judiciales, incluido el venerable TS de la época. Sería, pues, de desear que la puesta al día y la adecuación de dicha ley -en mi modesta opinión deseables- a las condiciones creadas desde su entrada en vigor se utilizaran para actualizar la repulsa a los mismos y su reiterada condena. La idea estribaría en hacerla congruente con lo que a lo largo de estos últimos doce años los historiadores, sociólogos, politólogos, juristas y otros expertos hemos aprendido sobre el funcionamiento de la dictadura franquista, sus mecanismos y sus engaños, esos que siguen teniendo curso en ciertos sectores de una sociedad como la española que no termina de ajustar cuentas con el pasado común.

Dicho lo que antecede salvo mejor opinión.