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La sublevación militar y el congreso de Zamora

9 abril, 2019 at 9:19 am

Ángel Viñas

Tengo que reconocer un error. En el post precedente aludí al libro de Alfonso Camín porque recordaba vagamente de cuando lo leí el verano pasado que había muchas referencias a Castilla-León y pensé que en ellas aludió a la represión en la provincia de Zamora. Me equivoqué. Aludió a lo que pasó, según él, en Palencia, Valladolid y León con escenas que me dejaron estremecido. No mencionó la capital zamorana. Presentadas mis excusas, quisiera entrar en est post en algunas consideraciones que me sorprendieron gratamente en el congreso en su apartado referido a los aspectos militares.

 Estas consideraciones se desarrollaron esencialmente en tres planos. El más general corrió a cargo de Juan Carlos Losada. El más concreto, sobre el 18 de julio y su evolución, correspondió a Francisco Alía. Y el más específico, sobre la rebelión precisamente en Madrid, que presentó Ángel Bahamonde. Los tres han escrito ampliamente sobre la vertiente militar de la contienda, que nunca pudo disociarse de la política. A pesar de sus diferentes alcances todos ellos coincidieron en un punto crucial, que difiere de la historiografía pro-franquista que inunda las librerías de las grandes superficies.

La sublevación se concibió con un planteamiento destinado a asegurar rápidamente su triunfo, pero sin echarse atrás ante la posibilidad de que la contienda que de ella pudiera surgir fuese  más larga. En ambos supuestos, la intención fue la de exterminar por todos los medios la capacidad de resistencia republicana. Es decir, se planteó como la posibilidad única de arrojar a las tinieblas a la denominada anti-España. Las reiteradas instrucciones de Mola ya lo hacían ver. Son sobradamente conocidas, aunque no siempre bien interpretadas.

En todo caso, su puesta en práctica ilustra que lo que rápidamente se aplicó fue una estrategia que más adelante se caracterizaría de genocidio.  Este aspecto particular fue desarrollado ampliamente tanto por Alberto Reig como por Francisco Espinosa, que han escrito largamente al respecto. También Antonio Elorza, en las páginas de EL PAIS, se ha hecho eco de tal interpretación en los últimos tiempos.

De aquí se desprende que cuando la campaña no discurrió como se había previsto en el mejor de los casos de triunfo ultrarrápido las ideas generadas a lo largo de la conspiración encontraron un terreno fértil. Todo ello con independencia de que fuese Franco quien se aupara a las excelsas cumbres de la dirección político-estratégica. Tanto los generales como los altos mandos sublevados compartieron las mismas ideas. En el post anterior me he referido al caso específico del general Cabanellas, un asesino vulgar y corriente.

Francisco Alía publicó hace pocos años una monografía sobre el desarrollo militar del 18 de julio. Para ello hizo lo que un historiador normal suele hacer: sumergirse en los legajos en los que se remansa la documentación del período. Sus conclusiones se las han pasado por la entrepierna dos autores a quienes citó por su nombre: un periodista que hizo sus armas en los tiempos de la nada añorada Esperanza Aguirre que ya ha aparecido en este blog y, ¡cómo no!, un conocido profesor norteamericano. Ambos, ni que decir tiene, con escaso bagaje de EPRE y, en el segundo, absolutamente sin él. Tampoco destacan por haber basado su discurso en los descubrimientos de otros que sí se han esforzado por utilizarlo.

Ambas características son notables, cuando desde hace años y años numerosos historiadores españoles han venido clamando -siempre en el desierto- para que se abran de una maldita vez todos los legajos “secretos” que se encuentran en los archivos generales militares, tanto de Segovia como sobre todo de Ávila. Los que hay disponibles desde hace años son necesarios, pero insuficientes en cuanto se quiere profundizar un poco por debajo de la superficie.

No se conoce, o al menos servidor lo ignora, que tan esforzados autores se hayan distinguido en sus peticiones públicas para que la apertura sea, por fin, una realidad.  Claro que ello a lo mejor hubiese disgustado a los ministros Pedro Morenés y María Dolores de Cospedal, siempre atentos a seguir guardando los profundos secretos de la PATRIA, ya sea en la guerra civil como en la dictadura bajo el espurio pretexto de que lo que se calificó como “secreto” en 1936-1939 y 1939-1950 debe permanecer en la oscuridad.

Ciertamente, hay indicaciones de que la ministra Margarita Robles se ha dado cuenta que la aplicación de la ley de secretos oficiales de 1968 no debería hacerse con efectos retroactivos. Ahora queda que a los archivos se les dote del suficiente personal, porque la queja de los archiveros, pública y conocida, es unánime. En las condiciones en que se encuentran no es posible trabajar y manejar los legajos hasta ahora cerrados con las proverbiales siete llaves.

Como a quien esto escribe tan insonsables misterios le parece que pertenecen a otra época, he tratado de sacar a la superficie algunos incluso más tenebrosos en el libro que hoy se publica. A ver si, de una vez, los grandes exégetas del franquismo se ponen las pilas.

Alía observó en su intervención que la EPRE militar disponible muestra muchas lagunas y suscita abundantes dudas, no en vano los fondos -aunque voluminosos- son limitados. En consecuencia, destacó la importancia fundamental de la trama civil, sobre la cual hasta ahora se ha conocido bastante poco. Historiador puntilloso pasó revista a todos los aspectos que ya no se ignoran. El plan para el 18 de julio fue sistemático y está bastante estudiado, aunque con lagunas. El Gobierno estaba sobre aviso. Mencionó un caso que a servidor se le había escapado. No hay historiador infalible. Según la documentación del Juzgado Militar de Málaga el 27 de junio de 1936 el mando recibió noticias de que se preparaba un movimiento castrense. Como es notorio, no fue el único aviso.

Sobre esta perspectiva Ángel Bahamonde soltó su carga de TNT. Tras su detenida exploración de los fondos relativos a los consejos de guerra de los jefes y oficiales de la Primera y Tercera Divisiones Orgánicas tras la guerra civil planteó la cuestión de por qué Mola (jefe del Estado Mayor que preparaba la sublevación) no había pensado en un plan específico para Madrid. La versión tradicional debe mucho a los estudios de los historiadores militares franquistas que eludieron la cuestión de las razones que llevaron a desestimar la posibilidad de que pudiera pasar a la acción el 25 por ciento aproximadamente de los efectivos del Ejército peninsular que eran los que tenía la Primera División.

Cabe argumentar, y se ha argumentado, que Mola prefirió su estrategia centrípeta por oposición a la contraria, pero el resultado fue que casi todas las unidades en la capital y sus alrededores dispuestas a sublevarse (algunas incluso casi llegaron a hacerlo), se encontraron sin órdenes precisas. De haber existido un plan, habrían podido intentar un despliegue coordinado. Lo que ocurrió es que cada una fue por su lado. El episodio del Cuartel de la Montaña, con los efectivos en él autoencerrados, ha llamado mucho la atención pero no fue representativo. También llamó la atención sobre el hecho que durante el período precedente no hubiese habido cambios relevantes en los mandos. Suscitó otras cuestiones: ¿por qué no se utilizó el clima subversivo que alentaba, entre otros medios, el periódico ABC? Mola no era un general ineficaz. No podía tener en cuenta los ejemplos del siglo XIX. Su sublevación no fue un pronunciamiento de corte tradicional.  Si fracasaba en Madrid, ¿qué impediría llegar a una guerra?

Bahamonde planteó la cuestión de si Mola, conscientemente, se inclinaba hacia un conflicto. Es posible. Como espero haber demostrado en mi libro, que hoy se publica, los conspiradores de la trama civil contaban con él y habían tomado al respecto las disposiciones oportunas. Para entonces, además, ambas tramas llevaban tiempo estrechamente coordinadas y disponían desde hacía años de un órgano específico en el que estaba presente el teniente coronel Valentín Galarza, uno de los jefes que mejor conocía las interioridades del Ministerio de la Guerra.

El próximo libro de Ángel Bahamonde penetrará más profundamente que en su charla en este tipo de cuestiones. Podrá también basarse en mis propios hallazgos. Escribir historia es una tarea colectiva, cuando de lo que se trata es de abrir brecha o de echar por la borda interpretaciones malintencionadas u odiosas. No daré ejemplos aquí. Basta con señalar que alguno de los libros que ha salido al mercado en las últimas semanas me ha hecho ver, de nuevo, que una cosa es emborronar papel (que, como es notorio, aguanta todo lo que le echen) y otra investigar.

Un congreso en Zamora en torno a la guerra civil

2 abril, 2019 at 8:40 am

Ángel Viñas

Tal y como estaba previsto, el congreso anunciado repetidamente en este blog sobre la guerra civil se ha celebrado la semana pasada a, creo, plena satisfacción de todos. Ciertamente de los organizadores y, por lo que sé, de los historiadores que en él hemos expuesto nuestras respectivas ponencias. El resumen de estas se había publicado en la red, gracias al concurso de varios colegas a quienes, arrogándome una representación que no me corresponde, deseo expresar aquí mi reconocimiento interpretando el colectivo de los organizadores. Se trata de los profesores Juan Andrés Blanco, director del Centro de la UNED en donde se celebró, y del profesor Jesús M. Martínez, de la UCM amén de servidor. La idea se le ocurrió al primero tras el trágico e imprevisto  fallecimiento del profesor Julio Aróstegui hace algo más de seis año. Ha llevado en torno a los dos últimos desde su concepción a su realización.

Este congreso no es el primero que tiene lugar este año que coincide con el octogésimo aniversario del final de la guerra civil. Le ha precedido otro, que yo sepa, organizado por la UCLM. Pero sí ha tenido lugar coincidiendo con el recuerdo de los últimos días de marzo de hace ahora ochenta años. La fecha no se escogió al azar. La preparación ha sido, en lo posible, concienzuda. Se quiso que los oradores representaran, por lo menos, cuatro generaciones de historiadores, todos españoles salvo Sir Paul Preston, en reconocimiento a sus aportaciones a la historiografía de la guerra civil desde años antes al cumplimiento de las previsiones sucesorias, como se decía alambicadamente para referirse al paso a mejor vida (o peor, según se mire) del otrora tan ensalzado Caudillo.

Por Zamora hemos desfilado historiadores académicos ya jubilados, otros que están en la plenitud de sus tareas docentes e investigadoras, varios que ya van haciéndose un nombre en las mismas e incluso alguno que está preparando su tesis doctoral (que despertó una atención inusitada al versar sobre la actuación de la quinta columna en el conflicto). En resumen, representantes de cuatro generaciones y de ambos sexos. ¿Por qué? Para demostrar que la llama de la investigación en la maltrecha Universidad española no se está apagando y que, previsiblemente, no se apagará.

¿Qué decir de los oyentes? Fueron más de un centenar. Las ponencias se emitieron también por streaming fuera del salón de actos que, en general, siempre estuvo lleno. Los presentes abarcaron todo el arco de edades posibles. Algunos, me consta, acudieron desde Madrid. Muchos de otras partes de Castilla-León.

La organización no falló en ningún momento y las tres jornadas fueron, me atrevo a decir, agotadoras. Ciertamente para los ponentes que estuvimos hablando de la guerra civil y sus secuelas desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche cuando menos. Pasamos en revista no solo la contienda, sino sus antecedentes y sus consecuencias e incluso su impacto memorial en la España de nuestros días.

¿Hubo sorpresas? La respuesta es afirmativa. Las ponencias estaban diseñadas para reflejar tanto el estado de la cuestión como la aparición de nuevas investigaciones. Quedó claro que si bien los contornos del fenómeno histórico que fueron la guerra, sus antecedentes y sus consecuencias, son ya conocidos y suficientemente contrastados, todavía quedan grandes huecos a la hora de aplicar nuevas preguntas, utilizar nuevos conceptos y suscitar nuevas cuestiones. Todo ello a medida que, como fue un deseo unánime, sigan abriéndose más archivos, en especial los militares y de Gobernación pero también los eclesiásticos. Las calas que en unos y en otros se han efectuado (en los últimos por el rodeo de los vaticanos) hacen prever que todavía queda mucho por descubrir y por analizar.

Quizá haya sido, imagino, la noción de que esto puede ser así lo que ha llevado en el tiempo estéril de los últimos gobiernos del PP a paralizar la apertura de archivos, a infradotar aun más los planteles de personal y, en general, a hacer más difícil la labor de los investigadores.

El capítulo mejor representado en las ponencias fue, naturalmente, el que ha sido el más vibrante de la historiografía española desde principios de siglo. El que ha puesto más nerviosos a las instituciones y a ciertos grupos sociales: la represión. Se abordó desde diversos ángulos: su historia, por sexos, por regiones (Andalucía, Extremadura, Castilla la Vieja, Galicia), por modalidades, en su dialéctica y, no en último término, en su cobertura conceptual y terminológica tanto en la dictadura como en la democracia. Se prestó particular atención a ciertos campos específicos: la violencia fundacional congénita en la concepción del golpe de Estado, la reacción de la SMICAR española, la modalidad económica que llevó a la desesperación y a la miseria a incontables familias en la guerra y tras la VICTORIA.

¿Descubrimientos? Para mi lo más impactante fueron los resultados que arroja la investigación en la provincia en que tuvo lugar el congreso: Zamora. En la época, una de las más subdesarrolladas pero en el que la mortalidad por clases, sexo y edades fue extraordinariamente elevada. (Escribo este apresurado post donde no tengo el texto de Camín al que he hecho referencia en otro anterior. Creo recordar que en él se describen horrendas escenas de la represión en Zamora. Si es así, no dejaré de dar cuenta de ellos en alguno próximo).

No menos impactante fue, para servidor, la ponencia del profesor Ángel Bahamonde sobre, básicamente, el 18 de julio en Madrid. Se ha pasado años investigando en los archivos militares del Paseo de Moret madrileño y analizado críticamente los expedientes de los consejos de guerra tras la VICTORIA. Sus resultados apuntan a que la versión tradicional (vehiculada por los historiadores militares franquistas desde los primeros tiempos de la dictadura) debe someterse a una profunda revisión.

Lo que antecede es solo una breve referencia a algunos puntos destacados. Ahora bien, como ya me imaginaba el año pasado, cuando se aceleró la preparación del congreso, que los resultados no podían por menos de ser abrumadores para muchos oyentes, al coincidir en Roma con la presentación de uno de los libros de la profesora Daniela Aronica sobre la intervención fascista en la guerra civil se me ocurrió invitarla. En los archivos de Berlín había hallado un magnífico documental italiano inédito sobre la campaña de Cataluña. Aceptó cordialmente y dicho documental, que ya había sido exhibido en Barcelona y algunas otras ciudades, se proyectó también en el congreso, precedido de un extenso comentario crítico sobre su gestación, sentido y significado.

Desgraciadamente, en las actas del congreso -que se ha pedido sean entregadas en versión revisada antes del 1º de septiembre del corriente año- no podrá incluirse un vínculo a dicho documental por razones de copyright pero sí se incluirá algún otro que sea libre. Lo más impactante desde el punto de vista no fílmico o técnico sino histórico es que en él el Duce, periodista al fin y al cabo y buen conocedor de los impactos generables por los medios de comunicación de la época, se autoproyectó como el único artífice, por así decir, de la “liberación” de Cataluña del yugo rojo y blabá. Me quedarán en el recuerdo las imágenes de los bersaglieri motorizados y perfectamente alineados en su desfile por las avenidas de la Ciudad Condal.

Termino este breve recuerdo agradeciendo a todos los oyentes que acudieron a Zamora el honor que hicieron a los organizadores al asistir con tanta atención -lo que demostraron con sus preguntas a diestro y siniestro- y con la esperanza de que hayan regresado a sus hogares con un grato recuerdo de su asistencia. No olviden: en contra de lo que dicen algunos historiadores de significación que no identificaré la historia nunca es definitiva. Es un proyecto siempre inconcluso. Nuevas fuentes, nuevos cuestionamientos, el imparable paso del tiempo y el relevo generacional hacen de ella un combate permanente. Quizá allá en el siglo XXII historiadores aun por nacer lleguen a una mejor comprensión de lo que significaron guerra civil y dictadura. Lo que las generaciones que hoy laboran pueden hacer es suministrarles materiales y reflexiones. Como hizo el conde de Toreno al abordar su historia del levantamiento, guerra y revolución en España en los albores del siglo XIX.

 

La guerra civil española, 80 años después

26 marzo, 2019 at 10:03 am

Ángel Viñas

En el post anterior hice una especie de recorrido por algunos de los actos colectivos que se han acumulado en este octogésimo aniversario del final de la guerra civil, que no de la campaña. He dejado para estos primeros días de abril la referencia a una obra colectiva que, confío, hará época. Su gestación ha llevado años. Su puesta a punto también. Sigue una tradición consolidada. También aparecieron obras colectivas con ocasión de los 50, 60 y 70 aniversarios y, en general, de su comienzo. Recuerdo que en la primera nos reunimos varios historiadores bajo la batuta del añorado Manuel Tuñón de Lara. Resumimos lo que se sabía de la contienda en las dimensiones fundamentales que hasta entonces se habían explorado después de la muerte de Franco. Se tradujo inmediatamente al alemán. Una auténtica proeza, gracias a la labor del profesor Walther R. Bernecker.

En 2006 se celebró un magno congreso internacional en Madrid, preparado bajo la supervisión de Santos Juliá y cuyas actas solo se publicaron en internet. Incluso del lado de los historiadores conservadores (por no decir pro-franquistas) se hizo un congreso paralelo en el que brilló la luz deslumbrante de su decano en edad, gobierno y fidelidad a los insondables principios franquistas, el profesor Ricardo de la Cierva. Hay más obras que reflejan tales efemérides.   

El libro que ahora nos ocupa es masivo, pero brillante y escasamente pro-franquista, porque ¿qué tienen que ofrecer los historiadores de esta cuerda en la actualidad en todo lo que se refiere a temas fundamentales relacionados con la guerra civil? Maryse Bertrand de Muñoz ha calculado que, hacia 2005, se habían publicado en torno a los 40.000 títulos. Hoy, en la presente obra, se estiman a finales de 2018 en unos 50.000.

Este monumental libro ha sido coordinado por los profesores Alberto Reig Tapia y Josep Sánchez Cervelló, que también han escrito sendos capítulos. Tiene su origen en un congreso celebrado en noviembre de 2016 en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona. En él se expusieron, entre otros actos, numerosas ponencias que, en una cuidada selección, posteriormente fueron sometidas a un proceso de actualización. La idea fue que pudieran servir de orientación no solo a los no especialistas en cada tema sino, con carácter general, a quienes siguen estando interesados en conocer el estado de la cuestión en materia de un conflicto tan preñado de consecuencias para la historia y el presente españoles. El subtítulo refleja los dos enfoques que han predominado en su elaboración: una guerra internacional y una fractura cultural, desarrollados en siete partes y un epílogo.

La primera reúne, bajo el epígrafe de “Holocausto, genocidio y masacre”, contribuciones de Sir Paul Preston, José Luis Ledesma y Francisco Moreno. La segunda parte contrapone los mitos que rodean a las dos grandes figuras de la guerra civil, Negrín y Franco, de la mano de Enrique Moradiellos y de servidor. Aspectos adicionales de la vertiente internacional de la guerra los abordan, en la tercera parte, especialistas extranjeros y españoles (entre estos últimos Juan Carlos Pereira, Josep Puigsech Farràs y Xavier Moreno Juliá) con un excurso en el exilio mexicano a cargo de Carlos Imaz. La cuarta parte explora tres grandes batallas  (Madrid, el Ebro y Cataluña) con Mirta Núñez Díaz-Balart, Josep Sánchez Cervelló y José Luis Martín Ramos. La quinta parte versa ya sobre el enfoque cultural: la literatura como fuente para la historia (Alberto Reig), los intelectuales y la guerra civil (Paul Aubert), la épica y la lírica de la misma (Maryse Bertrand de Muñoz) y cinco memorias (también Alberto Reig).  Los nacionalismos periféricos los estudian José Luis de la Granja (el caso vasco),  Josep Sánchez Cervelló (el catalán) y Justo Beramendi (el gallego). La séptima y última parte se dedica íntegramente a la mujer, algo novedoso en este tipo de obras, con sendos trabajos sobre milicianas y Mujeres Libres.

El libro, en su conjunto, representa un guante lanzado en desafío a  muchas de las versiones alicortas y desaliñadas que en los últimos años han ocupado abundante espacio en los medios de comunicación escritos y, sobre todo, en el inabarcable del internet.

La conclusión final es desgarradora: la guerra civil no resolvió los problemas reales del país y supuso un retroceso inaudito en todos los órdenes. En primer lugar, por su inmenso coste en vidas y padecimientos. En segundo lugar, por el que se produjo  en numerosas otras dimensiones, apenas si “compensados” por el crecimiento económico y la diversificación social de diez de los últimos años del franquismo, no tan tranquilos como suelen hoy presentarse.

No es exagerado afirmar que la España de nuestros días es hija de la guerra civil y de su secuela dictatorial. Ambas constituyen una unidad histórica. No la forman, en mi opinión, la República y la guerra civil, como señalan tantos manuales escolares, anclados en concepciones un tanto periclitadas. Pero no es de extrañar. En Estados Unidos hubo una época (a principios del pasado siglo y más tarde entre los años treinta y cuarenta) en que se puso de moda reverdecer las discusiones que acompañaron su propia guerra civil y sus motivaciones. La idea estribaba en negar el papel sustancial, genético, de la esclavitud. Todavía hoy existen discusiones enconadas acerca de su significado profundo. En una reciente obra, David Armitage (Las guerras civiles, Alianza) ha demostrado elocuentemente cómo tal tipo de querellas que remontan a la antigüedad griega, y más propiamente romana, han sido una constante en el pensamiento político y filosófico a lo largo del tiempo, con resultados entre sí muy diferentes.

En el caso español yo he sido ambivalente, y lo he expresado en este blog en alguna ocasión, respecto a la utilización de la fórmula habitual o de la más moderna, en la medida en que ha sido importada de la historiografía francesa o italiana, de guerra de España. Los editores de este libro, amigos y compañeros sin par, la han escogido. A mí, hace unos años, no me pareció mal. Hoy, después de haber investigado en el tema que es objeto de publicación en mi libro, ¿Quién quiso la guerra civil?, confieso que me inclino decididamente por esta acepción tradicional. No porque sobre mi gravite el peso de la historia y de la tradición intelectual que tan brillantemente ha resumido Armitage sino porque refleja, en mi opinión con exactitud, la lógica a que se atuvieron aquellos hechos sin los cuales es imposible comprender correctamente el pasado. Hasta hace unos años no tenía muy claro respecto a si la etapa republicana debía constituir una unidad singular, separada de la Monarquía y de la guerra civil. Hoy también lo dudo. He llegado a la conclusión de que el período republicano pertenece más bien a la época de la degeneración y delicuescencia monárquicas que a una unidad de tan solo cinco años de duración. No cambia el que la guerra fue en realidad la fuente bautismal de la dictadura y esta no es en modo alguno comprensible sin aquella.

Por supuesto, otros historiadores tendrán otra opinión. La respeto, pero el fenómeno -hoy evidente- de que los dictadores fascistas prestaron inmediatamente su ayuda a Franco y que con ello indujeron el proceso de internacionalización del conflicto, aunado a la no del todo imprevista retracción de las democracias en apoyar al Gobierno legítimo, no me parecen suficientes motivos para justificar tal denominación. Es preciso entrar en los propósitos y finalidades de quienes quisieron resolver una serie de problemas relacionados con el declive monárquico desatando un conflicto gracias a la ayuda prevista por quién podía apoyarles decisivamente en trasladarlo a hechos.

Nada de ello enturbia la importancia de la presente obra. Aparece ahora en el mes de abril, quizá antes de la Sant Jordi, y es de esperar que tenga una acogida muy favorable. Ójala se convierta en una auténtica referencia.

 

Historiadores e “historiadores” franquistas

19 marzo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unos días tuve ocasión de subir a este blog, via Facebook, la página que me había dedicado la Fundación Nacional Francisco Franco. No he pensado un segundo en pasarle factura por la publicidad. La considero un honor. En ella tan connotada institución reunió varios comentarios escritos por “historiadores”, entre comillas, sobre mi modesta persona. Anuncié una reacción. Una parte de ella está predeterminada (léase intuición): en mi próximo libro canto las verdades del barquero a uno de los escogidísimos autores que figuran en la página y cuyo nombre ha aflorado en este blog en alguna ocasión. No estoy demasiado seguro de que le agrade.

Cuando se habla de historiadores e “historiadores” franquistas la distinción es ineludible. Los primeros hacen su labor en las Universidades (por ejemplo, en el CEU). De los segundos no suele haber constancia de que hayan seguido una trayectoria académica. Más bien lo contrario. Ciertamente, las habituales técnicas de investigación (que no descienden del cielo como las lenguas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles) les son un tanto extrañas. Su parquet favorito es la reivindicación del pasado que toman por lo general  de los grandes autores franquistas. Al fin y al cabo, en estos últimos se encuentra la “verdad” impoluta, no mancillada por intereses que en el franquismo solían caracterizarse de “bastardos”.

Servidor no les presta demasiada atención, sobre todo a alguno de los más chillones y ya prácticamente jubilado a quien, valga el caso, nunca menciono. Ya se sabe, lo afirma el recio refrán castellano, “no hay mejor desprecio que no hacer aprecio”. Por lo demás, soy consciente del sabio consejo de una profesora de la madrileña Universidad Carlos III:  “en Comunicación hay un principio básico que dice que «de quien no se habla no existe». Lo aplicaba muy bien el PP de Mariano Rajoy cuando no pronunciaba el nombre de los corruptos: en vez de Bárcenas decía «ese señor a quien usted nombra» y dejaba de citar a aquél a quien se le pillaba robando”.

Sin embargo, por razón de edad, crecí a la distorsionadora sombra que proyectaban las numerosísimas publicaciones (fasciculares en frecuentes casos) del profesor. Siempre que he podido lo he evocado como ejemplo del historiador franquista convicto y confeso. En realidad, no hay mucho nuevo en sus no tan inteligentes emuladores que no hubiese escrito o intuido de la Cierva.

En tal sentido esta ocasión para recomendar a quienes deseen sumergirse en la insondable sabiduría de tal escuela los trabajos del profesor Alberto Reig. Analizan la fructífera siembra que De la Cierva practicó sobre los desiertos de la historiografía española durante la mayor parte de la dictadura. Destaca, en particular, su último libro: La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes, en Siglo XXI, una editorial en la cual difícilmente encontrarían acogida las obras de los epígonos del autor de ascendencia murciana. De la Cierva incluso llegó a acudir al artilugio de fundar su propia editorial, quizá para ganar más dinero -sin intermediarios-, pero tal vez también porque sus últimas obras ya eran inasumibles en editoriales normales.

Ricardo de la Cierva (1926-2015)

De la Cierva solo escribió una obra (gruesa)con criterios que podrían considerarse académicos. Lo hizo antes ganar una agregaduría en la Universidad de Alcalá de Henares y de que la KGB, según afirmó en alguna memorable ocasión, tuviera un éxito completo en lo que se refiere a copar las cátedras de Historia de España en las universidades de este santo país. Quizá por ello, en las universidades públicas los seguidores del eximio catedrático madrileño no se cuenten por docenas. Es, sin duda, lamentable que, a lo que parece, ningún otro historiador de su cuerda  haya denunciado públicamente tal éxito soviético.

Desgraciadamente, la democracia inorgánica española (con todos sus defectos) no es como la “democracia orgánica” franquista. Los historiadores que la defienden han contraatacado según su leal ver y entender, ya que las autoridades han sido muy reacias a tomar medidas contundentes contra los presuntos “topos” de la KGB. En consecuencia, aprovechando las ventajas que ofrece la recuperación de las libertades (que “el yacente de Cuelgamuros” siempre se preocupó de tener atadas y bien atadas), tales autores acuden a las redes, a la prensa digital, a connotadas cabeceras de la escrita y, no en último término, a los beligerantes brazos de la FNFF, siempre dispuesta a dar una batallita pour la gloire de quien toma el nombre.

Solícita, brinda sus puertas sin que se sepa con qué criterios escoge a unos u otros. Con tal de que hayan demostrado su pericia en las batallas (culturales) por enaltecer el pasado católico en los años de la (odiosa) República, la (santa) guerra civil y el (modernizador) régimen autoritario (pero benevolente, ayuno de cualquier contaminación fascista). Años todos en los que la (verdadera) España triunfante dio lo mejor que tenía para sus hijos (que en cuanto pudieron se forraron a tutiplén, como también lo hizo su “Caudillo”).

A mi me surten amigos y conocidos con muchos de los productos que tales “historiadores” e historiadores (del CEU) desparraman por las redes. Admiro su  potencia, contundencia y persistencia. Es una pena que la Universidad pública no les haga demasiado caso. Para hacerse notar no retroceden ante el insulto o las alusiones (e ilusiones) ad personam. Lógico, ya que su argumentación alberga una extraña resistencia a ofrecer contraevidencias a la obra de quienes no comulgan con su chispeante talento. Cuando dicen que ellos también acuden a las fuentes no hay que hacerles demasiado caso. Las interpretan “creativamente”.

Como más reciente ejemplo ofreceré una ilustración referida a un nombre que ha aparecido en este curso en el presente blog en el libro que me he permitido enunciar. Me he limitado exclusivamente a dos episodios significativos. Uno en relación con su análisis de un accidente que cambió el curso de los acontecimientos y potencialmente la historia de España. Otro en el que demuestro que Franco (ya lo hice con sus características de corrupto y asesino) fue también un impostor.  Los amables lectores posiblemente se reirán y yo me reiré con ellos. Es muy verosímil que la FNFF incluso tercie en el asunto. Al fin y al cabo, guarda con todo celo mucha documentación del inmarcesible Caudillo que gobernó dicen que sabiamente lo que en realidad fue, en el terreno internacional, un Estado cipayo.

Este calificativo no es mío: lo utilizaron personas tan dispares como el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado y el embajador Carlos Fernández Espeso. Siempre que puedo identifico a los autores, que tuvieron mucho más experiencia que servidor en corregir las “glorias” de tan excelsa y única personalidad.

Este post no podría eludir un ejemplo de referencia ad personam que me ha proporcionado  hace poco más de una semana uno de los amables lectores. En youtube cualquiera que se precie puede encontrar un programita en la cual uno de esos profesores del CEU alude a mi modesta persona de forma tal que pareciera que somos conocidos íntimos. Porque tan distinguido autor me califica nada menos de “senil” e involucra también a mi familia.

Con la mano sobre el corazón, puedo asegurar que tal característica no responde a la realidad constatable. Investigar en una amplia gama de archivos españoles y extranjeros a una edad otrora considerada como provecta demuestra más bien lo contrario.  Que yo sepa, solo nos hemos visto una vez y en público en los alrededores de Madrid, delante de un auditorio ante el cual, eso sí, me sentí en la ingrata obligación de ponerlo en ridículo. En los 32 años que mi familia y servidor hemos vivido en Bélgica, Estados Unidos, Inglaterra y Escocia es imposible que se haya topado con nosotros.

El lector observará que, congruente con mi actitud, ni siquiera menciono su nombre. Basta con decir que compadezco sinceramente a todos los alumnos que pasen por sus manos y que hago extensiva a sus respectivos padres, caso de que crean que sus retoños reciben una gran educación en Historia.

También aprovecho este post para hacer pública una sugerencia a la FNFF con la cual he terminado más o menos mi próximo libro: que ofrezca becas a las huestes de jóvenes graduados en Historia (y que quizá hayan pasado por las aulas en que diserta tan ilustre historiador) para que exploren los archivos moscovitas, ya que no lo ha hecho uno de sus mentores, el por algunos tan alabado y benemérito profesor Stanley G. Payne. Tal vez en un no distante futuro nos regalen con sus rompedores descubrimientos sobre el pilar básico de la interpretación franquista del pasado español: que la guerra civil fue absolutamente necesaria para prevenir una sublevación comunista que hubiese entregado a nuestra amada PATRIA a las garras estalinistas. Como implicaron los excelentísimos y reverendísimos señores Obispos en su carta colectiva, gracias al 18 de julio no solo se salvó la España católica e inmortal sino, con su imperecedero sacrificio, incluso la civilización cristiana. No extraña que haya gente, -y monjes de Cuelgamuros- que sigan entonando las preces correspondientes en honor de quien blandió triunfalmente la espada del Cristo de la Victoria.

P.S. No suelo leer lo que la FNFF publica en la red  (pecado que confieso haciendo el acto de contrición adecuado). Sin embargo, no me resisto a traer a colación  un reciente artículo que, quizá, no republicará la tan en ciertos círculos prestigiosa institución. A saber

https://www.publico.es/politica/vox-franquismo-son-vinculos-vicepresidente-vox-fundacion-francisco-franco.html

Es más: si así lo hace, ¿lo desmentirá?, ¿no lo desmentirá? En cualquier caso el “desmentizador” que lo desmienta buen “desmentizador” será.

Un episodio sintomático del Brexit

12 marzo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

 En este mes se dilucida en el Parlamento británico la cuenta atrás final de uno de los episodios más importante para Europa de los últimos cincuenta años. Muchos británicos y muchos europeos estarán ya hartos de las vueltas y revueltas que el Brexit ha dado desde el referéndum (algo que suele cargar el diablo) de junio de 2016. Que la sociedad británica está dividida es harto sabido. Suele ocurrir ante decisiones vitales. El mes pasado estuve pasando unas cortas vacaciones en Inglaterra en Somerset, región que típicamente se caracteriza como uno de los jardines del país y afamado productor de manzanas. Con ciudades y pueblecitos pintorescos, pubs acogedores y paisajes cambiantes, Somerset presenta con frecuencia una imagen idílica. Pero el demonio del Brexit también se ha infiltrado entre sus verdes campiñas. No resisto a la tentación de narrar un diminuto episodio que me parece sintomático. Con él me encontré en el pueblito de Winford.

Winford está situado en el valle del río Chew, al suroeste de Bristol. Es un pueblín antiquísimo que ya se menciona en el denominado Doomesday Book, una especie de inventario de la riqueza de Inglaterra y parte del país de Gales que data del siglo XI. Según Wikipedia la región de la cual Wiford es cabeza cuenta con algo más de dos mil habitantes, un número lo suficientemente reducido para que se conozcan casi todos.

Pues bien en ese pueblito, a una vecina octogenaria, la Sra. Bridget Smith, se le ocurrió dejar que varios de sus nietos pintaran en una pared de su pequeña casa que bordea la pequeña carretera que atraviesa Winford un mural con el siguiente letrero: “Europa dice: por favor, no os marcheís”. Habría que tener una mente tortuosa o atormentada para leer en estas siete palabras algo insultante o enervante, si se tiene en cuenta que un 48 por ciento de quienes votaron en el referéndum de 2016 se mostró favorable a que el Reino Unido permaneciera en la Unión Europea, mientras que el 52 por ciento restante lo hizo a favor de la salida de la misma. Y también que, desde entonces, las dos posturas se han debatido a todos los niveles de la sociedad británica, desde el Parlamento hasta el último rincón.

Según se cuenta el mural mantuvo su mensaje durante un par de meses sin que nadie dijera nada. Sin embargo un vecino, que sin duda votó por la mayoría en el referéndum, terminó sintiéndose incomodado. Se ignoran los motivos. Pudo imaginar, no lo sé, que el mural suponía un reto que arrastraría a las masas humanas del valle del Chew hacia un voto contrario a la salida en el caso, siempre hipotético, de que el Parlamento, saltándose la opinión del Gobierno, decidiera optar por la celebración de un nuevo referéndum. Lo que está claro es que tan diligente y patriótico vecino plantó a la señora Smith una denuncia.

A tenor de la prensa local las autoridades que reinan sobre la circunscripción electoral de Somerset Norte se lo tomaron muy en serio. No en vano uno de los diputados conservadores elegidos por la misma es el Dr. Liam Fox, ministro de Comercio Internacional. Es muy conocido porque, entusiasta del Brexit, se atrevió a decir durante la campaña del referéndum que la relación subsiguiente del Reino Unido a la salida de la Unión Europea se resolveria amigablemente en una tarde. Vamos, que como los innumerables “brexiteers” superparlanchines estaba muy enterado.

Así, pues, las autoridades, meses después de que los habitantes de la localidad quienes pasaban por la carretera camino de Bath se deleitaran contemplando el mural, enviaron sin más preámbulos una notificación a la Sra. Smith. El mural constituía un ejemplo de publicidad ilegal -como suena- por lo que debía retirarlo en el plazo de tres semanas o hacer frente a un juicio ante el tribunal correspondiente. Si este se ponía del lado de la autoridad municipal, la multa que tan osada infractora debería pagar ascendería a 2.500 libras de golpe y a 250 por cada día que transcurriera sin haberlo retirado. Claro está que ello presuponía que el tribunal competente la condenara.

La sorpresa de la octogenaria fue tremenda. Argumentó que ella ni vendía nada ni trataba de ganarse una miserable libra por exhibir la obra de sus nietos. El público que pasara por la carretera podría pensar lo que quisiera, pero era evidente que ella no anunciaba nada. Un caso de sentido común pero, a veces, también en la rubia Albión tal sentido es el menos común de todos. Señalo esto porque los munícipes constataron que, no menos evidentemente, la Sra Smith no había leído la sección 224 de la Ley de planeamiento urbano y rural de 1990 y las disposiciones que la misma contiene regulan el tema de los de anuncios de publicidad.

Ciudadana respetuosa, la octogenaria señora expuso sus motivos, pero como si se hubiese tratado de un diktat fascista o de un ukase soviético no obtuvo la menor respuesta. El periódico local intervino. Tampoco recibió contestación, por lo que presentó una demanda para forzarle al amparo de lo previsto en la famosísima Ley sobre la libertad de información. Que yo sepa, todavía no ha recibido la fundamentación en que se basaron las celosas autoridades municipales.  Está visto que la proverbial cortesía británica puede fallar un pelín en temas relacionados con el Brexit. Tampoco se ha dado a conocer el nombre del denunciante, aunque no es presumible que sufriera ninguna venganza a lo kukluskan.

El periódico local, The Chew Valley Gazette, prosiguiendo una encomiable labor informativa de cara a sus lectores, recabó la opinión de un experto, un profesor de la Universidad de Bristol, conocedor profundo de las peculiaridades del planeamiento urbanístico y rural de la región. Su respuesta fue que la definición de lo que debía entenderse por publiidad en la ley aducida era bastante opaca. Sin embargo, él no llegaba a comprender que el mensaje del mural pudiera caer dentro de las acepciones más comunes del término publicidad (¿cuál era el objeto de la misma?) y le parecía que el designado como anuncio publicitario era más bien un ejemplo de mero grafitti.  De lo contrario, argumentó,  los murales de Banksys – que valen millones – deberían también ser objeto de autorización administrativa. Y, lo que son las cosas, en el propio Bristol, una aglomeración de medio millón de habitantes, las autoridades municipales han tenido y tienen un enfoque mucho menos contundente que las que reinan sobre el diminuto Winford. En muchas de las calles de ciertos barrios de Bristol (por ejemplo, Montpelier, Stokes Croft y St. Paul´s) abundan las casas adornadas de murales, graffittis e incluso, ¡horror de los horrores!, slogans y mensajes políticos.

Hay más. El profesor en cuestión continuó afirmando que la orden emitida contra la osadía de la Sra. Smith podía muy bien representar una violación de su derecho a la libertad de expresión a tenor de lo establecido en el artículo 10 de la Ley sobre Derechos Humanos, ya que evidentemente restringía sus posibilidades de manifestarse en un tema de naturaleza esencialmente política. Algo que, añadió, los tribunales británicos tienen siempre mucho cuidado en proteger.

Pero, claro, mantener el mural significaba pleitear. Incluso en el Reino Unido es una aventura. ¿Qué hizo la Sra. Smith? No exponerse a ningún riesgo, por si las moscas. Cuando pasé por Winford en coche, uno de sus yernos estaba atareado tapando el mural. Mi cuñada paró el coche y le expresamos nuestra solidaridad. El hombre sonrió tristemente y dijo algo así como “es que hay gente que…”

Una anécdota minúscula. Pero representativa. Según las informaciones que, entre otros, viene divulgando el periódico The Guardian la extrema derecha británica experimenta un nuevo renacer. La consigna ahora es anti-Islam y el antisemitismo (que viene haciendo estragos en el partido laborista). Desde el hundimiento del British National Party no se había registrado nada similar. Incluso el desfondado UKIP vuelve a subir en ciertas localidades. Está visto que la salida de la Unión Europea ha desatado algunos pequeños (?) demonios en el corazoncito de una parte de la sociedad británica. Mala cosa.

No hay que tomárselo a broma. ¿O sí? Hace unos días el primer ministro danés Lars Lokke Rasmussen hizo varios comentarios poco diplomáticos sobre el “circo político” en el que se había convertido el Reino Unido, con un sistema que se cae a pedazos (melting down)  y en el cual los partidos más importantes están tan absortos en una guerrilla puramente táctica que ni siquiera se hablan entre sí, con unos líderes partidarios del Brexit que no son sino vulgares trileros (sic).

Cuando los amables lectores echen un vistazo a este post la solución estará a punto de caer, sin que quepa excluir una “milagrosa” salida, por la que tantos ciudadanos obnubilados han rogado a los sin duda fiables druidas británicos.

 

La exhumación de Franco, ¿una aberración teológica?

5 marzo, 2019 at 8:53 am

Ángel Viñas

 Me he permitido el lujo de darme unas vacaciones en Londres y Somerset (suelo hacerlo en esta época del año) para descansar un poco del desgaste físico y sicológico de los últimos meses. Ha culminado en la revisión final de las últimas pruebas de mi próximo libro: ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL? Mientras escudriñaba el pdf en busca de eventuales errores, expresiones poco afortunadas y los malvados e inradicables pleonasmos, en Inglaterra me han dejado aterrado dos temas: en primer lugar, la agudísima controversia política y parlamentaria en estas semanas previas al Brexit (sobre lo cual el martes que viene revelaré una anécdota que me ha parecido muy sintomática pero que no ha saltado, que yo sepa, a los grandes medios de comunicación). El segundo tema ha sido el batiburrillo que continúa despertando el tema de la exhumación de Franco.

 

Estaba sumergido en plena división cuando un amigo me envió un vínculo que me hizo pensar hasta qué punto son necesarios trabajos que documenten y analicen con los modernos enfoques  y las correspondientes técnicas de la historiografía crítica la colusión y las colisiones de la SMICAR (Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana) con el Estado franquista, naciente o consolidado, durante la guerra civil y la dictadura. Las aportaciones de José Ramón Rodríguez Lago, por ejemplo, me parecen admirables. En lo que a mi respecta, no puedo decir que sean temas que hayan atraido particularmente mi atención, pero debería haberles dedicado más tiempo del que les he otorgado.

El vínculo en cuestión, que reproduzco para información y eventual solaz, si no carcajadas, de los amables lectores, es el siguiente

https://cadenaser.com/programa/2019/02/26/hora_14/1551174335_951986.html

Se trata de una entrevista emitida por esta cadena de radio que se hizo a un monje de los que oran y velan en Cuelgamuros (me resisto a utilizar el término más frecuente). Según lo presenta el entrevistador  se trata de un caballero de 77 años que lleva en su puesto, la frente erguida y firme el ademán (probablemente con la mirada dirigida el sol durante el día y hacia los luceros durante la noche), la friolera de 57 años. Es decir, que ingresó en la O.B. a una edad bastante tierna. Fue también el organista que actuó en el funeral de Franco y, según afirma, ha sido  profesor (hemos de suponer que eminente) de Sagradas Escrituras. Por desgracia no dice dónde. En todo caso, desliza con rotundidad castellana su familiaridad con las mismas aunque esto puede entenderse como un mero ejercicio de la profesión. En alguno de mis destinos he conocido a un par de profesores de yeshivas (escuelas judías) que me dijeron que sabían prácticamente de memoria la Torah y, naturalmente, lo que los cristianos denominan Viejo Testamento.

Tan estimable teólogo hace afirmaciones relacionadas con la exhumación y, sin duda como destacado investigador entre los de su grey, algunas otras de carácter histórico, relacionadas con el pasado y su supuesta prolongación en el presente. Sin embargo, tengo la impresión de que es algo impreciso porque en tan corta entrevista ha incurrido en algunos errorcillos. Acude a la clásica dicotomía agustiniana entre la ciudad de Dios y la ciudad del mundo y no consideró oportuno referirse a la famosa carta pastoral del 30 de septiembre de 1936 del reverendísimo obispo de Salamanca Dr Enrique Pla y Deniel. Es muy conocida y recomiendo el análisis que de la misma hizo en su día el profesor Glicerio Sánchez Recio. Tan distinguido prelado se ilustró para la historia de la ideas con la contraposición entre el vandalismo de los hijos de Caín frente al heroismo y sacrificio de los hijos de Dios. Los lectores ya pueden imaginar quiénes fueron unos y otros. Pues bien, nuestro organista se ha puesto al día. Él contrapone la “España del frente republicano que provocó la rebelión de octubre de 1934” y la “España cristiana”. Ha elegido un episodio muy controvertido, sobre el cual existe una literatura muy abundantes y ha cortado por lo sano.

No en vano el Octubre del 34 ha sido siempre el comodín de la derecha más cerril, algon que aquí no nos interesa, pero el hecho evidente es que no lo provocó el supuesto “frente republicano” a que alude el probo organista. Si acaso segmentos del mismo, porque lo que es notorio y bien sabido es que su preparación se hizo durante un gobierno de trece miembros de los cuales nueve eran del Partido Republicano Radical, uno del Partido Republicano Liberal Democrático, otro del Partido Agrario Español con dos independientes. ¿Podría el profesor de Sagradas Escrituras ilustrarnos cuáles eran los que pertenecían a ese supuesto frente que luego “secuestró” la República.  Si nuestro dilecto historiador confunde “frente republicano” con el Frente Popular comete un error propio de un pardillo.

Añadamos: la afirmación de que el Frente Popular “provocó irremediablemente el alzamiento nacional” es de suspenso en el grado de Historia. Ni siquiera el profesor Stanley G. Payne llega a tal extremo. Desde luego, reconozco que se trata de un dogma de fé en los círculos más escorados hacia la extrema derecha, pero los dogmas de fé, al menos en lo que se refiere a Historia, pueden contrastarse. No es el caso de las alturas teológicas en que habitualmente se moverá nuestro buen monje.

De aquellos polvos tales lodos. Sentada su posición de partida, tan respetable caballero no es, en consecuencia, demasiado amable con el actual gobierno. A lo mejor es un potencial votante de VOX. Sin embargo, creo que se pasa un pelín al atribuir al minoritario gobierno del PSOE la cualidad de “fiera herida” que da zarpazos. ¿Cuáles, por ventura?

Que Franco (a favor del cual un compañero benedictino recogió en un bodrio de libro publicado por la Fundación Nacional que lleva su nombre testimonios de personas supercatólicas que hubiesen querido verlo elevado a las inconmensurables alturas de la santidad) hubiera pretendido “reconciliar a las dos Españas bajo los brazos pacificadores de la cruz” es una torpe exageración. No en vano quien sí se transmutó en fiera continuó dando zarpazos durante todo lo que le quedó de vida en aquella desdichada España. Que se lo pregunten, si no, a los procesados, condenados, presos y ejecutados entre 1959 (momento de la inauguración del supuesto monumento a la “reconciliación”) hasta su muerte en 1975.

Tan egregio conocedor de los últimos ochenta y tantos años de Historia se eleva luego a las cumbres de la trascendencia, por encima de cualquier vulgar posibilidad de comprobación empírica. Afirma, quizá sin pestañear, que la exhumación es una aberración teológica, pero desgraciadamente no da pista alguna para fundamentarla. A no ser que sus oyentes y eventuales lectores crean que las víctimas republicanas (entiéndanse los fusilados o asesinados que combatieron por la República) serán las primeras “en desear que Franco no salga del Valle”.

Utilizo, creo que propiamente, el tiempo verbal adecuado. Cualquier no ya historiador sino persona con un mínimo sentido común se preguntaría ¿y cómo sabe tan eminente teológo de tal supuesto deseo? ¿Ha viajado por ventura a la eternidad, las ha consultado -o hecho algún sondeo entre las mismas- y regresado a predicar la buena nueva? Si nos acercamos a los parientes próximos de varias de entre ellas, y que probablemente las quieren más que nuestro ilustre conocedor de las Sagradas Escrituras, lo que aparece es que desean trasladarlas del “templo de la reconciliación”, algo que no ha resultado nada fácil.

Tampoco está familiarizado el, sin duda, excelente organista con la literatura reciente. Hoy se sabe, documentalmente, que Franco no dejó dispuesto que se le enterrara en Cuelgamuros. Fue una decisión de su Gobierno, privado de su inmarcesible conductor. Ahora bien, parece bastante normal que lo que decide un Gobierno otro pueda revocarlo. Imagine el amable lector que tal no fuera el caso. Ello significaría que, Monarquía por Monarquía, algunas de las decisiones de los gobiernos de la Restauración tendrían todavía validez. A no ser que, sobrenaturalmente claro, Franco haya comunicado a sus celadores que desea permanecer en la sepultura en la que yace desde 1975. La historia eclesiástica está llena de milagros y muchos de sus hacedores han subido al peldaño máximo de la santidad.

Nuestro estimado historiador puede objetar. Recordaré, no obstante, que la sublevación militar de 1936 se hizo al amparo de la Ley Constitutiva del Ejército de 29 de noviembre de 1878. Esta fue un subproducto de la reordenación de la cadena de mando del Ejército de cara a eventuales operaciones a los dos años y medio de terminada la última guerra carlista y al amparo de la Corona y del Gobierno de S.M. Como es lógico en el año 1936 estaba totalmente fuera de juego. Los sublevados se saltaron a la torera el equivalente de la cadena en ella establecida que, en términos comparativos, había sido sustituida por las leyes de Defensa de la República de 21 de octubre de 1931 y de Orden Público, que la derogó, de 28 de julio de 1933.

El corte de la cadena de mando con la establecida por la legislación franquista no se produjo hasta la etapa democrática. En definitiva: lo que decidió un Gobierno en una Monarquía constitucional lo derogó un republicano, que a su vez fue abrogado por un régimen dictatorial no de “extraordinaria placidez”, como dijo alguien. Obviamente, no pasó la prueba del algodón en una Monarquía parlamentaria y democrática.

Comprendo que en una entrevista de no demasiados minutos no ha lugar para muchas sutilezas pero las expresiones utilizadas por el organista del histórico funeral rezuman las ideas acuñadas por el reverendísimo obispo de Salamanca (y luego eminentísimo cardenal) que se mantuvieron contra viento y marea en el franquismo por la jerarquía de la SMICAR. Hoy, elementos clericales y un cierto sector social, haciendo cuchufletas de la historia, todavían alaban los tiempos y la época de un caudillaje “por la gracia de Dios”. ¡Ahí si que se ocultan las grandes aberraciones de una cierta teología que no ha encontrado todavía su Karl Rahner!

 

Un testimonio, poco conocido, del horror en la zona sublevada

26 febrero, 2019 at 8:25 am

Ángel Viñas

 A lo largo de la preparación de mi próximo libro no he dejado en ningún momento de llevarme sorpresas. Algunas relacionadas directamente con la investigación. Otras, por motivos aleatorios. En este post quisiera rescatar de la oscuridad un libro -tirado a 500 ejemplares solamente- que me envió un colega por indicación de un amigo mío. Se trata del testimonio de un periodista y escritor asturiano, huido a México en 1937, y del que servidor no había oído hablar jamás. Confieso, paladinamente, me ignorancia. Como es lógico, tras leer el libro que es objeto de este comentario acudí en demanda de auxilio a Mr Google. Gracias a él, y a la magia del Internet, pude enterarme de algunas cosas sobre su biografía. Está incluso, con una entrada muy sosa, en es.wikipedia.org. Su libro se encuentra en alguna que otra biblioteca del Principado y hay referencias a él, desperdigadas, en un cierto número de obras. Tengo, sin embargo, la sensación de que quienes lo mencionaron no habían leído el libro en cuestión.

ESPAÑA A HIERRO Y FUEGO. Diez meses con los sublevados. Editorial Norte. México. 1938

 Se trata de la obra de un tal Alfonso CAMIN, titulada ESPAÑA A HIERRO Y FUEGO. Diez meses con los sublevados. Se publicó en México en 1938 en una editorial llamada Norte y, en edición facsimilar, se ha republicado en Asturias por una, supongo, pequeña editorial denominada Alto Nalón, en Pola de Laviana. Le acompaña un corto prólogo de un antiguo minero, Albino Suárez, admirador confesado de la obra -ingente- de su paisano y que, en mi modesta opinión, no pone suficientemente en valor la importancia del libro, sus afirmaciones y las cuestiones que sugiere. Terminó de imprimirse el 12 de diciembre de 2012 en el XXX aniversario, se afirma, del fallecimiento del autor.

La obra tiene 430 páginas y narra en estilo directo, sin florituras, las “aventuras” del autor desde el Madrid inmediatamente antes del estallido de la sublevación en julio de 1936 hasta su huida a Portugal, desde Galicia, diez meses más tarde. Sin sospechar nada de lo que se preparaba se había ido de la capital en coche, conducido por un chófer, a pasar las vacaciones en su tierra y se detuvo en Palencia a visitar a unos amigos. Es en esta adormecida ciudad donde le despertó el estruendo de las bombas y el crepitar de los fusiles y ametralladoras.

Fue el principio de un largo viaje a lo largo del cual pasó por León, El Ferrol, Coruña, Ribadeo, Burgos, Luarca, etc y en el que atravesó innumerables momentos de angustia y pocos de alegría. No sabemos si llegó a tomar notas -algo peligroso- en las circunstancias o si retuvo sus vivencias en la memoria. Tampoco si adornó el relato, en el que con múltiples señales y detalles recogió el horror que fue presenciando en los distintos lugares por los que pasó en la zona sublevada y, singularmente, en Asturias.

A pesar de la facilidad de la escritura, aunque de calidad poco arrebatadora, y de dar casi siempre cuenta de las personas con las que trató, se hace difícil -desde la salva distancia de más de 80 años- de comprender el cúmulo de barbaridades que describe. Si solo la mitad de lo que cuenta respondiera a los hechos, la ferocidad y salvajismo de los actos de represión contra los republicanos, liberales, masones, comunistas y socialistas supera fácilmente una gran parte de la literatura testimonial que conozco.

La impresión, muy nítida, que se desprende es que la sublevación militar y falangista (no olvidemos que Camín empezó a presenciarla en Castilla la Vieja) es que una especie de odio y de rabia acumulados durante años derrumbó todos los modos de convivencia ciudadana que habían regido hasta entonces. Burgueses de derechas, guardias civiles, soldados del remplazo y oficiales y suboficiales del Ejército, presas de un ansia asesina, empezaron a pasear, fusilar, detener y humillar a quienes creían enemigos de la PATRIA. Daba igual su edad, su sexo o su condición, muertos sin contemplación alguna por los guardianes de la futura nueva España.

La lectura de tales atrocidades, continua, sin compasión alguna para el lector, pronto se hace difícil y no tengo reparo en afirmar que, después de un centenar de páginas, hube de continuarla en pequeñas dosis.

Una reimpresión de la obra hubiera debido llevar, en mi opinión, una presentación crítica, hecha por algún historiador asturiano o castellano, que pudiera dilucidar hasta qué punto muchas de las atrocidades encajan con el comportamiento de los sublevados y cuáles podrían haber sido fruto de la imaginación del autor. En definitiva, una edición crítica.

Es posible que en los lugares por los que Camín viajó persistan memorias de las barbaridades cometidas en aquellos años, en general sobre víctimas presentadas como absolutamente inocentes.

Para mí, el texto de Camín corrobora lo que siempre he escrito acerca de las atrocidades cometidas por los sublevados. Siguiendo las instrucciones de Mola, se trataba de descabezar toda posibilidad de resistencia aniquilando a las autoridades políticas y administrativas republicanas, ya fueran provinciales o municipales; destruyendo la capacidad de reacción de las masas obreras mediante el asesinato de los responsables sindicales y de partidos y, no en último lugar, dando un sajo sangriento en el cuerpo social, de manera más o menos indiscriminada siempre que fuese entre las masas izquierdistas, para inducir un estado de shock paralizante e inhibidor de toda posibilidad de resistencia.

Curiosamente, Camín no apoda a los sublevados como era costumbre en aquellas fechas en plan de facciosos o fascistas, sino que utiliza constantemente un adjetivo desorientador: a todos ellos les calificó de “negros”.

Sería un tanto irresponsable reproducir varios de los episodios que narra Camín. Me contentaré con indicar dos. El primero se refiere a la toma de Luarca. En el combate cayó herido el comandante de Carabineros que defendía la plaza. Fue hecho prisionero y condenado a muerte, pero se le dejó en el hospital para fusilarlo apenas pudiera ponerse en pie. El comandante se extrañó. Curarle para después fusilarle era cosa de rufianes. El era un hombre y pidió que le fusilaran inmediatamente. Se le concedió su deseo. La ejecución tuvo lugar en domingo. Acudió a presenciarla la “buena sociedad”: el cura, los señoritos, el banquero, las beatas y las mocitas histéricas a la salida de misa. El comandante no podía moverse. Estaba herido en el vientre. Se le trasladó en una silla hasta las paredes del cementerio. Se le arrimó al muro. Entonces el pidió que se le diera permiso para mandar el piquete de ejecución y exclamó: “¡Yo no deshonro el uniforme! ¡Yo no soy un traidor! ¡Viva la República! ¡Viva el Ejército de la Nación! ¡Carguen!, ¡Apunten!, ¡Fuego!”. Es posible que haya quedado algún recuerdo. La memoria. Es difícil, aunque no imposible, que alguien escribiera algo al respecto.

El segundo se refiere a una de las visitas que Camín hizo a A Coruña. Había allí numerosos presos, lo lógico en una ciudad que los sublevados tildaban de “roja”. Por ella pasó en una ocasión el general Cabanellas. Al comunicarle los presos que había se mesó airado la “blanca barba masónica. ¿Y qué hacéis con ellos? Lo que usted diga, mi General. En cuanto yo me vaya, que no quede uno”.

Esto es congruente con una de las anotaciones que José María Iribarren, el primer narrador del golpe de Mola, escribió en el margen de su libro, secuestrado por la autoridad militar tal y como hemos descrito en EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO. Iribarren señaló que Cabanellas tenía la costumbre de viajar -no estaba ya al frente de tropas y había sido nombrado Inspector General del Ejército- y por los lugares que pasaba solía preguntar si había prisioneros. Cuando la respuesta era afirmativa, la orden que daba era siempre la misma. ¡Caramba con el general que había tenido fama de ser republicano!

En algunos de los posts del año pasado hice algunas sugerencias que, naturalmente, no espero que las autoridades a que iban dirigidas tomasen en cuenta. Ahora bien, teniendo en cuenta lo que va a pasar en Andalucía, con la derogación de la ley andaluza de Memoria Histórica, una de las más avanzadas en su género, pienso que tal vez los responsables de la Autonomía asturiana bien podrían encargar, en este año del ochenta aniversario del final de la guerra -que no de la campaña-, una edición crítica de esta obra de Camín. ¿Inventó cosas? ¿Describió correctamente lo que había visto? ¿Qué se recuerda, de nuevo la memoria histórica por medio, en las colectividades por las que hizo su gira en medio de las llamas y horrores de la España sublevada?

Y, en todo caso, como imagino que los 500 ejemplares de la editorial Alto Nalón estarán ya agotados, ¿no podría reimprimirse o -al menos- digitalizarse la obra del escritor asturiano?

Una militante comunista en Ravensbrück

19 febrero, 2019 at 8:29 am

 Ángel Viñas

 La literatura memorial sobre el universo concentracionario nazi es inmensa y se declina en numerosos idiomas. También en los nuestros. Por desgracia, así como en España se han traducido ejemplos, particularmente desde el francés, no me consta que muchos testimonios españoles hayan sido vertidos a otros. Haberlos, haylos. He tenido el honor de prologar algunos rescatados de la oscuridad por la escritora catalana Montserrat Llor Serra y publicados en CRITICA. Abundan más los de los hombres que los de las mujeres y entre estos últimos menos todavía los que combinan recuerdos de la resistencia en Francia con los de los campos nazis. De aquí que la editorial Renacimiento sevillana merezca un agradecimiento especial por haber dado a la luz, en castellano, hace años las memorias de Mercedes Núñez Targa. Una militante comunista que combatió en la Résistance francesa, que fue deportada al campo de mujeres de Ravensbrück y que regresó para contarlo.

Mujeres prisioneras del campo de concentración de Ravensbrüc

Debo el conocimiento de esta versión al hijo de Mercedes, Pablo Iglesias Núñez, que la tradujo con Ana Bonet Solé del original catalán, El carretó dels gossos (La carretilla de los perros), aparecida en Edicions 82 y que la reeditó en 2005. Su hijo le cambió el título por uno más expresivo: Destinada al crematorio con el subtítulo De Argelès a Ravensbrück: las vivencias de una resistente republicana española, aparecida en 2011. A esta edición se le añadió un prólogo del conocido escritor y filólogo gallego Xesús Alonso Montero, presidente de la Real Academia Galega hasta principios de 2017 y militante comunista en su época. En él se resume la vida accidentada de la autora, que falleció en Vigo (donde tiene dedicada una calle) en 1986. Su primer relato, Cárcel de Ventas, publicada en París en 1967, se tradujo al catalán y al gallego. Renacimiento la ha publicado en castellano en 2017. Confieso no haber leído esta obra primera. La segunda parte de sus memorias muestra, en todo caso, a una escritora de estilo simple y efectivo. Con garra. Es un bonito recuerdo de la conferencia que el 18 de julio pasado di en el centro cultural de Goián, cerca de A Guarda. Hasta estas vacaciones de Navidad no había tenido tiempo de leerlo.

En comparación con los grandes campos de exterminio nazis, Ravensbrück fue “simplemente” de concentración y se destinó, principalmente, a albergar mujeres, procedentes de todos los países sobre los cuales los nazis echaron sus miradas ávidas. No debe creerse, sin embargo, que fuese un campo de secundaria importancia.  Figura en lugar prominente en la mejor historia que conozco de los campos nazis (la de Nikolaus Wachsmann, publicada por CRITICA y ya en tercera edición). En ella puede seguirse la infame trayectoria de Ravensbrück desde sus comienzos, en 1os primeros meses de 1939, hasta su final. Tras la ocupación de Polonia en aquel año más del 70 por ciento de las internas eran polacas, lo que hizo que en el campo se extendiera la idea de si Hitler no habría decidido también exterminar, aparte de los judíos, a los polacos. Realmente los trató como a perros inmundos, de aquí tal vez el título original de estas memorias.

En su comienzo las condiciones de vida no eran mortales. Empeoraron después hasta llegar a la apoteosis catastrofista. En el campo estuvo detenida la conocida comunista alemana Margarethe Buber-Neumann, que llegó en agosto de 1940. Era una militante del KPD de gran prestigio a la que Stalin no le permitió que participara en el canje de prisioneros que él y Hitler autorizaron. Como para entonces Buber-Neumann ya había visto de cerca las condiciones del Gulag, en Karaganda, Ravensbrück le pareció mucho más tolerable. Recordaré que en 1980 fue condecorada con la Gran Cruz del Mérito de la República Federal de Alemania, la más alta distinción de su país. Está por ver que algo similar se haya hecho en España con algún deportado de después de la guerra civil, pero nunca es tarde para perder la esperanza, aunque fuese a título póstumo.

A medida que transcurrió la guerra, en Ravensbrück fueron deteriorándose las condiciones de vida e incluso de muerte de los internados. Sobre todo, a partir de 1942. Las “enseñanzas” de Auschwitz y campos similares en materia de asesinatos masivos y de “selecciones” para la muerte inmediata tras la llegada a ellos fueron expandiéndose por toda la red contaminándola “adecuadamente”. Mercedes Núñez llegó en el verano de 1944 a Ravensbrück en un período en el que el campo era una sombra de lo que había sido. Para peor.

La autora tenía tras de sí numerosas aventuras. Había caído prisionera después de la guerra al tratar de reconstituir el partido comunista en Galicia. Ingresó en la cárcel de Ventas, aunque salió de ella por un error administrativo, huyó a Francia, se adhirió a la Résistance, fue detenida por los franceses colaboracionistas y los alemanes cuando militaba en la 5ª Agrupación de Guerrilleros Españolas. En vez de mandarla al pelotón de fusilamiento de inmediato, su interrogador, un alsaciano que trabajaba para los nazis, sorprendido de su gallardía, la puso en el camino que la condujo a Ravensbrück después de pasar por dos campos en Francia y uno en Alemania. En su recorrido ya pudo observar que lo que se murmuraba de los nazis amenazaba con ser cierto. La realidad sobrepasó todo lo imaginado e imaginable.

A lo largo de sus memorias, de no más de 120 páginas, que se leen en poco más de dos horas, Mercedes Núñez trazó con vigor y realismo una multitud de retratos de los co-protagonistas de su relato, en la Résistance y en los campos, españoles, franceses, polacos, rusos, yugoslavos, alemanes nazis y no nazis. Añadió la descripción de los sistemas de degradación y humillación en el horror, la vida diaria, el temor a contraer algún tipo de enfermedad (casi inevitable) que condujera directamente al crematorio, las vejaciones diarias de las kapos, los esfuerzos para inutilizar obuses que en los talleres del campo las prisioneras más fuertes se veían obligadas a montar (pequeñas victorias en el balance general de la guerra pero cuán satisfactorias para quienes podían topar con el crematorio al intentarlas).

En Ravensbrück se vieron, como en otros campos, entremezclados el horror, el honor, la dignidad y la cobardía. En todo caso, la abyección. No sin cierto orgullo Núñez recuerda que las españolas solían despertar sentimientos de admiración en comparación con otras internas. Incluso entre los obreros alemanes que trabajaban con ellas en los talleres. Ciertamente no hubo muchas en el período que la narradora pasó en el campo. La mayor parte de los españoles “rojos” (tal era su apelación oficial) pasaron por decisión de Himmler a otros campos y, en especial, a Mauthausen. Pocos sobrevivieron.

Especialmente impresionantes son las descripciones que la autora hace de las kapos, es decir, de las vigilantes. Chocan un poco con la valoración de Wachsmann, para quien las guardianas de Ravensbrück retrocedían en términos de brutalidad con respecto a sus homónimos masculinos de las SS. Por lo que Núñez Targa vivió se trataba de prisioneras que colaboraban con el fin de obtener algunas migajas de “simpatía” por parte de los nazis y esto dependía de su disponibilidad para actuar con dureza, incluso extrema. Cierto es que Wachsmann hace su observación al principio de la vida del campo.

Tras haberse “empapado” de millares de impactantes escenas de humillación, miedo cerval y horror, destaca la significación del regreso a Francia en las circunstancias un tanto caóticas en que vivía el país vecino. Por suerte evitó que la pusieran en un convoy que probablemente la hubiese llevado a España. Se quedó en París y tuvo el placer de no recargar las acusaciones que pendían sobre el abyecto colaboracionista que la había puesto en la vía que conducía a los campos alemanes. El tipo remilgado, fino, elegante, pero no exento de ataques de una brutalidad que recuerda a las descripciones que han salido a la luz en los últimos años sobre las vejaciones y torturas que solían aplicar algunos especímenes notables de la Político-Social franquista, se había convertido en un auténtico guiñapo humano. Tampoco le sirvió de nada. Fue condenado en Carcassonne y fusilado en septiembre de 1945.  Uno más de los traidores a Francia que tuvieron que responder de sus actos ante los tribunales de justicia en una de las jurisdicciones de excepción creadas el año anterior y de composición especial. Según informaciones francesas, tales tribunales condenaron a muerte a 767 personas (hubo más que se enfrentaron a otras dos jurisdicciones).

Mercedes Núñez Targa fue condecorada con la Legión de Honor, la Medalla Militar, la Cruz del Combatiente Voluntario de la Resistencia, la Medalla de la Deportación e Internamiento por hechos de Resistencia, la Cruz de Guerra y la Cruz del Combatiente. Del libro que comento no aparece nada que haga pensar que en la España postfranquista se le diera ningún trato especial.

Nunca es bueno olvidar. El historiador Nikolaus Wachsmann es alemán, asentado en Londres. Nació en 1971. Miembro de una generación que no tiene el menor inconveniente en revisar los imborrables crímenes alemanes. Ha tenido acceso a archivos múltiples donde han quedado registradas las vergüenzas de una generación anterior. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para que el acceso libre a los archivos centrales de la represión franquista pueda hacerse en similares condiciones? Pregunto esto porque, según mis noticias, el anuncio hecho por la Sra. Ministra de Defensa, y publicitado a bombo y platillo, no ha pasado en realidad de una declaración de buenas intenciones. Ahora algún archivo me ha reconocido que no tiene funcionarios o empleados para dar abasto a todas las peticiones.

Polémica sobre Juan de la Cierva (y III)

12 febrero, 2019 at 8:27 am

Ángel Viñas

En la diversificación de actividades del ingeniero, que verosímilmente se acentuó en la segunda mitad de agosto de 1936, lo que ha podido documentarse (y que servidor reinterpreta) es que hizo caso, como era lógico, a una orden de Mola para viajar a la Alemania nazi con el fin de aclarar la situación en materia de suministros. Hitler había decidido apostar por Franco. Sus emisarios llegaron a Berlín mucho antes que los de Mola, que se había basado en viejos contactos monárquicos generalmente de tipo comercial e industrial. Franco, desde Tetuán, apostó por la línea del partido, tras una primera aproximación por la vía de un militar conocido suyo. Es un tema sobradamente conocido.

El resultado es que Franco recibió armamento desde el exterior por dos vías. La alemana y la italiana. Esta última esencialmente por razones logísticas pues era más fácil enviar a Marruecos por vía aérea y marítima. A Mola no le quedó más remedio que aguantarse, aunque tras hablar con algún militar italiano logró que una pequeña parte se le remitiera a Vigo.  Más tarde optó por hacer sus propios pinitos en Alemania. Lo que podía esperar era utilizar otras vías. No necesariamente las de los arsenales, sino las de los traficantes o mercaderes de armas. Las primeras las controlaba Göring rígidamente tanto en el plano militar como en el económico. Las segundas daban margen. ¿Quién era la persona de que Mola podía fiarse? Juan de la Cierva.

El hecho es que en septiembre Juan de la Cierva estuvo en Berlín. El 19, al día siguiente de su regreso a Londres, escribió a mano una carta a Mola en la que rindió cuenta de los resultados de su misión. Había sido un viaje azaroso que emprendió desde París y en el que, mientras dormía en el coche-cama del tren que lo llevaba a la capital alemana, intentaron robarle papeles y dinero. Es imposible saber si se trató de un caco o de otra alternativa.

Nada más llegar, de la Cierva se puso en contacto con Canaris. Lo identificó como la persona “que se encarga de la ayuda al Movimiento”. No creo que ya lo hubiera visto antes porque esta descripción fue totalmente inexacta. La ayuda dependía del operativo militar montado por Göring. El servicio secreto militar de Canaris (Abwehr) se ocupaba de otras materias colaterales. Por ejemplo, de la coordinación con la ayuda italiana. A principios de agosto se había encontrado en Bolzano con el general Mario Roatta, director del SIM (Servizio Informazioni Militare) que conocía perfectamente las circunstancias en las cuales Mussolini había decidido ayudar a Franco.

La carta de Mola no se ha encontrado en ningún archivo. Al menos que servidor sepa.  Tampoco es de extrañar porque después de su accidente mortal en junio de 1937 todos sus papeles, su diario de guerra y los materiales con los que al parecer estaba escribiendo una historia del “Alzamiento” se esfumaron por arte de magia -y de un pelotón de soldados- de su cuartel general.

Ahora bien, el informe de su enviado a Mola revela que estaba al tanto de los arreglos hechos tanto en Berlín como en la España controlada por Franco en relación con la ayuda alemana. Gracias a que Canaris lo puso en contacto con otras personas se enteró además de que el marqués de las Marismas del Guadalquivir (José Ignacio Escobar, posteriormente marqués de Valdeiglesias) había encargado cinco millones de cartuchos de 7 m/m. La entrega se había concertado para agosto, pero le dijeron que se trataba de un error y que la fecha prevista era realmente septiembre. Esto permite comprobar que, efectivamente, Escobar había contratado el suministro en uno de sus viajes cuando Mola intentaba, por su cuenta, allegar armamento. El señor marqués (un pronazi de cuidado) se expandió con multitud de detalles ya de difícil contrastación en sus propias memorias (pero sí indicó que el suministro previsto era de diez millones y que se fabricarían en Alemania).

La idea con que se topó de la Cierva fue que los nazis pensaban aprovechar el viaje de retorno a España de un barco a punto de llegar a Hamburgo, el Girgenti, cargado de cobre. Es un caso muy conocido ya que se trató del primer envío de Franco a cuenta de la deuda que representaban los primeros suministros de armas. De la Cierva insistió en que había que darse más prisa y convenció a sus interlocutores para utilizar otro barco en el que se cargaran inmediatamente cuantos cartuchos pudieran apañarse. De todas maneras, no era posible enviar las cinco toneladas. Con dos habría que aguantarse. Esto significa que el Estado alemán no estaba detrás de la operación.

La gestión del ingeniero resultó en que el 19 de septiembre salió para Vigo el Kamerun, con los dos millones de 7 m/m, dos mil fusiles del 7,92 con otros dos millones de cartuchos y 875.000 cartuchos de pistola.

Había otro pedido en tramitación que había hecho un exagregado naval, el capitán Génova, de 1750 fusiles alemanes y que de la Cierva aceptó a aumentar a 2.000. Abonó los gastos extra porque prácticamente todo lo demás ya se había pagado desde Londres. Los 3 millones de cartuchos de 7 m/m restantes saldrían para Vigo poco más tarde y el cargamento lo completarían 1500 toneladas de carbón.

La complejidad de estas operaciones clandestinas se manifiesta en que fue entonces cuando el ingeniero se enteró de que los cartuchos los suministraba una fábrica austríaca y no polaca como habían dicho los intermediarios. (Notó que la cosa no hacía gracia a los alemanes). Encargó, por si las moscas, otros cinco millones en Alemania a entregar en un plazo máximo de tres semanas. Hacia el 5-10 de octubre llegarían a Vigo. El pago también se efectuaría desde Londres.

Nada de lo que antecede tenía que ver con Franco. Canaris informó al ingeniero que a este se le enviarían semanalmente cinco millones de cartuchos, según había pedido, y que se tardaría de 10 a 15 días en hacer la primera expedición. De la Cierva insistió en la urgencia. La respuesta fue que si los españoles proporcionaban una muestra de cartuchería se ahorrarían dos o tres días pues pensaban enviar un aeroplano a España para recogerla. “Saqué del bolsillo lo que V. me dio y entonces me dijeron que estaban casi seguros de poder hacer el primer envío en una semana”, escribió de la Cierva. También se enteró de que alguno de los traficantes nazis de armamento había arreglado compras de armas en Finlandia para la República y que pensaba, tras cobrarlas, quitar algunas partes de su mecanismo para inutilizarlas. (Un ejemplo de sabotaje que se repitió innumerables veces)

Cumplida esta misión, el ingeniero se dispuso a cumplir otras que tanto Mola como Franco le habían encargado. Se puso a sus órdenes con un ¡Viva España! En diciembre Juan de la Cierva pereció en un accidente de aviación. Salvo que se demostrara que en aquellos cometidos no hubo hecho gala de su proverbial energía sería difícil argumentar que Juan de la Cierva no puso toda su lealtad al servicio del autodenominado “Movimiento Nacional”.

Por lo demás, hasta ahora se ignora que poco después de la entrevista Canaris se desplazó rápidamente a España, en donde habló con Queipo de Llano y Franco. Que sepamos fue su primera visita tras la sublevación. Un militar italiano lo escoltó a su partida. De lo que departieron no se ha encontrado constancia.

(La carta a Mola, escrita a mano, se encuentra en el Fondo Maiz, en el Archivo Real y General de Navarra donde la consulté. El Centro Documental del Bombardeo de Gernika guarda una copia. La reprodujo Maiz en sus memorias póstumas Mola frente a Franco, pp. 331-334, y le dio una interpretación delirante. La ligó a conexiones previas, nunca demostradas, de la Abwehr con los conspiradores antes de la sublevación, aunque nada de ello se desprende de la carta misma).

 

FIN

Polémica sobre Juan de la Cierva (II)

5 febrero, 2019 at 8:30 am

En relación con el aspecto fundamental de si el inventor del autogiro sabía o no sabía la finalidad para la cual se le pidió que procurase un avión inglés el autor o autores de la entrada de Wikipedia fueron unos merluzos, por decirlo suavemente. No solo ignoraron los resultados de la historiografía sino también los dos libros de memorias que han alumbrado, aunque no del todo, el episodio. Se citan una y otra vez, pero ya se sabe que no vale iluminar a quien no quiere ver. Así, por ejemplo, Douglas Jerrold contó lo que sabía de cómo se embarcó a de la Cierva y para qué en sus memorias aparecidas en 1937. También Bolín aportó su granito de arena en las suyas, aparecidas treinta años más tarde. Para quienes aspiren a nota podrían acudir igualmente a las del marqués de Luca de Tena, propietario de ABC, que siguieron un poco después. Es más, si “fuentes” lejanas en el tiempo hubiesen resultado difíciles para tan audaces autores, podrían haber utilizado el librito de un periodista, Peter Day, publicado en España hace pocos años. Resume, acríticamente por cierto, lo escrito por los dos primeros y muestra que sabrá mucho de Inglaterra, pero poco o nada de España.  

Entre los tres primeros autores mencionados puede reconstruirse la operación (aunque con lagunas, porque Jerrold no conocía el trasfondo español y los dos patriotas no quisieron contar todo lo que sabían). Aparte de lo que escribió Jerrold, las versiones de Bolín y Luca de Tena difieren algo (afán de protagonismo del periodista, deformación y cuidadoso silencio en el segundo), pero lo que está absolutamente claro es que Juan de la Cierva supo desde el primer momento para qué iba a servir el Dragon Rapide. Y, enemigo de la República como era, no le pareció nada mal. No pretendo en estas líneas darme autobombo, pero al tema le he dedicado parte de tres libros y para el avión he contado con la inapreciable ayuda de mi primo hermano y expiloto Cecilio Yusta. Sobre el trasfondo monárquico de la operación (de lo que algunos creen que ya se sabe todo) todavía queda bastante por decir. Dentro de unos meses daré a conocer un grueso libro en el que expondré los manejos de la trama civil de cara al 18 de julio.

Por el momento baste con decir que a Juan de la Cierva le llamó días más tarde Alfonso XIII para que se desplazara desde Londres a Roma. La misión, que no explicó pormenorizadamente en carta a Mussolini, estribaría en convencer a los italianos de que el golpe que esperaban desde hacía varias semanas era el preparado por los monárquicos. El 20 de julio anunció el viaje al Duce brevemente: “Le supongo enterado de la enorme importancia del movimiento español. Faltan elementos modernos de aviación y con objeto de adquirirlos van a Roma Juan La Cierva [sic] (inventor del autogiro) y Luis Bolín, personas de mi entera confianza. El marqués de Viana [ayudante] portador de la presente le explicará todos los detalles y la ayuda que espero nos prestará”.

Es una misiva que se conoce desde hace más de cuarenta años, pero no se ha encuadrado suficientemente. Implica una triangulación telefónica entre el exmonarca, de vacaciones en Austria, y sus dos mensajeros. Bolín le habría anunciado el viaje bien desde Lisboa o desde Biarritz mientras que de la Cierva probablemente seguía en Londres. Sus implicaciones no se han explicitado. Para hacerlo hay que recordar que Bolín silenció cuidadosamente la presencia del ingeniero, que tuvo que llegar a Roma después de él. A decir verdad, también puso en segundo plano a Viana, que según el intrépido periodista no pintó absolutamente nada. Solo él, Bolín, arrancó a los italianos el compromiso de enviar aviones a Franco. Una estupidez como un pino que ha teñido gran parte de la historiografía. Las ventajas de ser un embustero consumado y un cínico de gran calibre. Cuando publicó sus memorias (España: los años vitales) en español y en inglés (aunque, por motivos no explicados, las dos versiones no siempre coinciden) de la Cierva llevaba casi treinta años criando malvas. Quien pudo desmentir a Bolín no lo hizo por razones que ignoramos. Se limitó a escribir una gélida referencia solapada que experiodista no llegó a leer porque murió a los pocos años de publicar su panfleto. Es indudable que, como ya había hecho con el para él glorioso vuelo del Dragon Rapide, quiso llevarse para sí el triunfo histórico de desencadenar la ayuda italiana a Franco.

No sabemos si de la Cierva llegó a ver a las autoridades romanas. Es probable que no. Hasta ahora no se ha encontrado ningún papel que lo documente.  Así que no tuvo más remedio que regresar a Londres. Si informó al exrey del resultado de su viaje tampoco es conocido. En aquel momento era difícil que pudiera pensar que, treinta años más tarde, Bolín iba a tener el tupé de alzarse con todo el mérito.

En Londres, ya metido de lleno en las labores de ayuda a los sublevados, hizo lo que sabía hacer. Gracias a sus contactos con el mundillo del transporte aéreo procuró adquirir aviones civiles para pasárselos a Mola. La sublevación había estallado sobre una Europa bastante desprevenida (no en los casos de Italia e Inglaterrra), pero ya el 25 de julio Hitler había decidido enviar ayuda a Franco. Pocos días después dos aviones italianos tuvieron que hacer un aterrizaje forzoso en la zona francesa de Marruecos. La noticia apareció en grandes titulares en la prensa internacional. En el ínterin el consejo de ministros francés dudaba en si ayudar o no a la República y cómo. A principios de agosto, lanzó la idea de la no intervención, una forma de cordón sanitario para evitar que los países europeos apoyasen activamente a los contendientes. Con ello escondía la incapacidad francesa de ayudar al Gobierno legítimo de la República.

Alemania e Italia hicieron caso omiso y durante agosto procuraron retrasar la puesta en práctica de la no intervención mientras enviaban armas, municiones y militares a Franco y Portugal prestaba una preciosa ayuda diplomática, sobre todo en Londres. Aquí el gobierno tory incluso se adelantó y el 19 de agosto la proclamó unilateralmente. El ingeniero pudo apañarse, en un plazo sumamente corto de unas tres semanas, para según Gerald Howson adquirir unos diez aviones civiles (a Barcelona llegaron 14).  No le faltó dinero. Se ignora de dónde lo obtuvo. Pudo ser de March (que había pagado a toca teja los italianos). Tal vez del propio exrey. No en último término de monárquicos agradecidos.

Le ayudaron dos circunstancias: el nuevo embajador en Londres, Julio López Oliván, siguió una conducta sinuosa de doble juego. Demoró en todo lo posible los encargos que le hacía el Gobierno de Madrid (una forma de sabotaje) y pintó en negros colores al británico lo que pasaba en España. Mientras tanto, casi todo el cuerpo diplomático español asentado en Londres, incluidos los agregados militares, se pasó a los sublevados salvo contadas excepciones. A principios de agosto hubo que enviar a un jefe, el comandante Carlos Pascual Krauel. Sus comunicaciones fueron rápidamente descifradas por las autoridades británicas.

Sin duda a Juan de la Cierva la exploración del mercado inglés no le llevó todo su tiempo. Así que miró hacia el continente. Por fortuna, he encontrado un documento -conocido, pero mal interpretado- que permite echar luz sobre sus andanzas en la Alemania nazi. Lo expondré en el próximo y último post.

En el ínterin más detalles sobre lo tratado hasta ahora pueden encontrarse en tres de mis libros La soledad de la República, La conspiración del general Franco y El primer asesinato de Franco (escrito al alimón con Cecilio Yusta Viñas y Miguel Ull Laíta). Todos en CRÍTICA. Daré infinitamente mucha más información en el previsto para esta primavera.

(continuará)