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De vueltas con la República

3 octubre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Para haber sido un régimen que duró solo ocho años y de ellos casi tres totalmente sumergido en una cruenta guerra civil que dejó chiquitas a todas las anteriores en la historia de España la República ha generado una masa de publicaciones que no tiene equivalente aplicable a cualquier otro período de la historia contemporánea de nuestro país. Raro es el aspecto de la vida colectiva en aquellos años que haya escapado a la atención de los historiadores. Hoy sabemos que la República no estaba condenada irremisiblemente a la guerra civil, pero incluso esta proposición es discutida. Está bien que sea así porque en historia, a pesar de lo que digan profetas e iluminados, no hay verdades absolutas.

Viene esto a cuenta de la aparición de un libro, en el que he participado, que aborda uno de los aspectos que no suelen excitar la emoción del público en general: las dimensiones internacionales de la experiencia republicana durante los años de paz, entre 1931 y l936. Es el resultado de un simposio que tuvo lugar el año pasado en el Ateneo madrileño. No es una transcripción del mismo, sino una reelaboración de algunas de las ponencias que en él se presentaron. Es también el producto de la inexhaustible tenacidad de la profesora Ángeles Egido, catedrática de historia contemporánea de la UNED, organizadora del simposio, y del Centro de Investigación y Estudios Republicanos (CIERE) que lo patrocinó.

En aquel momento de lo que se trató fue de ver, esencialmente, cómo el entorno internacional recibió la proclamación de la República el 14 de abril de 1931. En el libro ulterior se ha ampliado el punto de vista. Quizá se pensó que el escudriñamiento de las posturas de un elenco seleccionado de países (Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Portugal, URSS y Estados Unidos) de cara al advenimiento del nuevo régimen no daba para un tomito que despertara la curiosidad del público.

En cualquier caso, hoy tenemos a la disposición de los lectores LA SEGUNDA REPÚBLICA Y SU PROYECCIÓN INTERNACIONAL bajo el sello de Los libros de la Catarata. Acaba de salir y se presentará en Madrid el jueves 19 de octubre. Cuando se acerque la fecha reproduciré en este blog un tarjetón para recordarlo ya que me han hecho el honor de solicitarme que participe.  Tiene 220 páginas y puede leerse de un tirón.

Quizá los amables lectores puedan pensar que con este post trato de hacer publicidad de mi capítulo. Si es así, se equivocarían. No pienso decir de él una sola palabra. Como he introducido algunos elementos que hasta ahora no figuraban en la literatura, prefiero que quienes se interesen por ellos los descubran.

Me interesa mucho más reflexionar, brevemente, sobre algunas de las características del libro que ha editado la profesora Ángeles Egido (por cuyo trabajo siempre he sentido una gran debilidad). Me parece que puede ser de mayor utilidad para quienes siguen este blog. Son cuatro.

La primera es que, como ocurre con frecuencia en los libros en los que participan diversos autores, la calidad y el desarrollo de las diferentes aportaciones son muy dispares. Es lógico que así sea. No todos los historiadores parten de los mismos presupuestos ni tienen las mismas inclinaciones. Los resultados de sus trabajos son, necesariamente, variopintos. Queda para los expertos y los lectores la imprescindible tarea de valorar su calidad. En el mejor de los casos ofrecen para ello los elementos necesarios. En otros la organización, la argumentación, las referencias y las conclusiones se encargarán de ponerlos en su sitio.

La segunda característica es que el libro revela cómo la interpretación del pasado no es, ni puede ser, unívoca. El lector atento observará diferencias importantes entre los distintos capítulos. También es lógico que así sea. Solo en las dictaduras (el ejemplo de la franquista viene inmediatamente al recuerdo) se impone una determinada interpretación. La disparidad interpretativa es una manifestación de que la profesión sigue estando viva.

La tercera es que los autores nos diferenciamos sobre los límites de nuestra argumentación. Del análisis de las circunstancias del reconocimiento del nuevo régimen varios son los que se han adentrado, en consonancia con el título, en los avatares de la República en la escena internacional desde su nacimiento hasta el estallido de la guerra civil. Y hay, incluso, quien se ha metido de lleno en la contienda misma.

La cuarta es que de entre todos los capítulos los más destacables para mí son, por un lado, la introducción y el referido a las relaciones con Francia, a cargo de Ángeles Egido, y por otro el que atañe a las relaciones con Portugal, escrito por uno de nuestros más eminentes lusófilos, el profesor Hipólito de la Torre.  La comparación entre ambos muestra cómo se pueden conjuntar una valoración en general positiva de las ambiciones de política exterior del presidente del Gobierno republicano Don Manuel Azaña (Ángeles es una experta reconocida en el estudio de su trayectoria) y otra francamente negativa en lo que se refiere a sus percepciones sobre la posibilidad de influir, desde el ejemplo español, en la vecina República.

Quizá por mi experiencia profesional durante muchos años soy de aquellos autores que no pueden negar sus tendencias lusófilas. Y, para mí, Hipólito de la Torre ha sido un guía esclarecedor en lo que se refiere a los escollos que, en el pasado y hasta hace relativamente pocos años, ha habido que superar para llegar a una intelección franca, abierta y muy positiva entre los Gobiernos de ambos países. Infinitamente mejor que durante la República y el franquismo.

El relato de la proyección internacional de la República, tal y como aparece dibujada en este libro, sirve también de contrapunto hacia ciertas percepciones de algunos de los protagonistas del período. En general los autores que lo mencionan suelen ensalzar, por ejemplo, la figura de Luis de Zulueta como uno de los mejores ministros de Estado del período. Sin embargo, no aparece así en las memorias de uno de los conocedores de las interioridades del Palacio de Santa Cruz como fue Francisco Serrat.

Quizá esta diferencia sea el resultado de dos factores: las impresiones de los coetáneos no son siempre un buen rasero para medir el perfil con el que los protagonistas quedan en la historia y, por otro lado, el que quienes escriben esta, que no son los protagonistas sino los historiadores, aplican criterios que superan la inevitable subjetividad de aquéllos.

Sin embargo, casi todos los autores que aluden a la gestión de una de las figuras más descollantes del período, el exministro y exembajador Salvador de Madariaga, han tendido a reducir el protagonismo desmedido que él se atribuyó en sus memorias. No destinadas a la familia, como fue el caso de Serrat, sino a levantarse un monumento a sí mismo.

No quisiera que estas líneas, forzosamente limitadas, se entendieran como desconocedoras de las distintas aportaciones. La de un experto reconocido y amigo, Ismael Saz, sobre Italia es siempre sugerente (aunque yo no comparta todas sus afirmaciones). Y ha sido para mi muy grato encontrar que David Jorge, una de las jóvenes promesas de entre los historiadores de las relaciones internacionales de la época y que no han vivido el franquismo, ha abordado el no menos interesante capítulo sobre las relaciones hispano-británicas.

En definitiva, si la política exterior de la República no es un terreno que haya levantado las pasiones que suscita la política interior, el meritorio trabajo de la profesora Ángeles Egido y del CIERE permite llevar a conocimiento del lector apresurado algunos elementos esenciales para enjuiciarla sine ira studio. Este es el objetivo fundamental de la labor del historiador hoy. ¿O es que los historiadores habríamos de escribir solo para los profesionales en libros mamotréticos cuyo destino son los anaqueles de las bibliotecas universitarias?

Contra la distorsión en historia

26 septiembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

En este verano he leído, aparte de varias novelas, algunos libros de historia. Uno de ellos ha sido objeto de un comentario muy atractivo en EL PAÍS (29 de julio de 2017) por parte de un crítico, a quien no conozco, pero de cuyos juicios me fío: Manuel Rodríguez Rivero. Es un comentario que me ha agradado sobremanera porque el autor de dicho libro es un colega, compañero y amigo. Nos conocemos desde hace casi cuarenta años, cuando empezó a hacerse un nombre entre los jóvenes historiadores y politólogos españoles. Hemos coincidido en muchas aventuras. Desde, en particular, aquella inolvidable serie de TVE España en guerra para conmemorar el cincuenta aniversario del estallido de la guerra civil hasta una revisión colectiva de la curiosa biografía de Franco efectuada por el ahora nuevamente laureado profesor Stanley G. Payne con la inapreciable colaboración de alguien que estuvo ligado al CEDADE.  Todos elegimos a nuestros amigos y colaboradores.

Desde hace muchos años Alberto Reig, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, ha dedicado especial atención al fenómeno de la regresividad en el relato sobre la República, la guerra civil y el franquismo. Entiendo por regresividad la vuelta hacia atrás, desdeñando los progresos realizados en la recuperación documentada y contrastable de todo ese pasado agónico y controvertido.

Cualquier obra de historia es, por supuesto, una construcción. En general se basa en la combinación de factores hermenéuticos y heurísticos perfectamente determinados. Cuentan, en particular, la personalidad del investigador, su trayectoria, su formación técnica, su experiencia y, no en último término, su ideología; la naturaleza de los temas sobre los que proyecte su atención; el mayor o menor cuidado en la identificación, selección y tratamiento de las fuentes; la comparación de su relato con el de sus pares y, no en último término, su curiosidad por enriquecer en la mayor medida posible el acervo de conocimientos contrastables. No todo lo que se escribe sobre el pasado es historia ni tampoco coincide con la aplicación de protocolos o cánones reconocidos en la profesión. El vínculo con las fuentes es, en ellos, fundamental.

Alberto Reig ha publicado hace unos meses, en la prestigiosa editorial Siglo XXI de España, un nuevo libro contra las distorsiones en los relatos de varios autores (algunos son incluso historiadores profesionales) que más que historia escriben “historietografía”, un neologismo por él acuñado y que servidor a veces se lo ha tomado prestado. Con él denota la pervivencia de los miasmas que se esparcieron en los relatos acuñados en la mitología aceptada por el franquismo y mantenida hasta la fecha con artilugios conceptuales y de estilo para salvar de ella lo que en la actualidad puede parecer mínimamente salvable. Esto significa la negación del progreso en materia de conocimiento histórico, ya sea por capas, estratos o etapas sucesivas, y la subsistencia de una supuesta “verdad” supra-temporal, tal y como la definió la necesidad de Franco y sus adláteres de explicar los orígenes de la guerra civil, los determinantes esenciales de su evolución y su imbricación con una dictadura de casi cuarenta años.

Tal regresividad es algo que no constata solo Alberto Reig. Santos Juliá, por ejemplo, ha escrito abundantes páginas al respecto, reconociendo que los acuerdos centrales a los que parecíamos haber llegado los historiadores hace quince o veinte años han saltado por los aires. Si algún lector acude a los DVDs de “España en guerra” y escucha los comentarios que acompañan las imágenes podrá tener una idea de cuáles eran. No en vano el equipo de redacción insistió en que la imagen debía ajustarse al texto y tal texto fue consensuado entre los catorce o quince historiadores que participamos. Nunca se ha publicado -una lástima- y quizá no estaría de más que alguien lo pusiera al día porque es un hecho que la investigación histórica no ha dejado de progresar en los últimos treinta años.

Se han enhebrado numerosas explicaciones de por qué ha sucedido lo que ha sucedido y se ha explicado desde múltiples ángulos: sociología, ciencia política, sicología social, sicoanálisis y, por supuesto, la historia misma. En el bien entendido de que España no es un país extraño en el que ocurran esas cosas extrañas. Ejemplos hasta cierto punto similares han figurado de forma prominente en los últimos tiempos en Italia o Estados Unidos, que también atravesaron por guerras civiles desgarradoras y que tienen la ventaja de no ser casos demasiado exóticos. El hilo común son los cambios políticos y parapolíticos acaecidos en las respectivas sociedades: los triunfos de Berlusconi o de Trump han reabierto grietas que parecían cerradas. El del PP en las elecciones de 1996 favoreció la regresividad autóctona e incluso foránea, entre algún que otro historiador extranjero. Pero lo que en España desató una contraofensiva fue el incesante goteo de informaciones, que han calado en un amplio sector de la sociedad, sobre los horrores, hasta entonces silenciados, de la represión franquista en la guerra y en la postguerra. El fenómeno de las tumbas olvidadas, los relatos sobre ejecuciones sumarias y la farsa de los consejos de guerra (incluido el TOP de años posteriores) han lastrado para siempre las versiones unilaterales franquistas sobre los “desmadres” de la represión republicana, reducida a la mitad o a un tercio del volumen propagado por los cuentistas de la dictadura.

El objeto de la ira para Alberto Reig es, pues, el mal llamado “revisionismo” patrio. Digo mal llamado porque la investigación histórica genuina es siempre revisionista. No puede ser de otra manera. Los progresos en historia dependen del descubrimiento de nuevas fuentes y de la aplicación de construcciones conceptuales y metodológicas que se encuentran en proceso de cambio. Entre ambas variables existe una interacción constante. Hace años surgió la preocupación por el factor género en los estudios históricos. Su aplicación abrió toda una serie de fuentes nuevas o permitió “revisitar” las ya conocidas. Hoy las construcciones culturales están de moda. Han permitido generar nuevos conocimientos y nuevas interpretaciones. La historia se mueve y del pasado puede decirse que hoy ya no es lo que era ayer. Es la demostración del auténtico revisionismo en la investigación.

Lo que en el discurso vulgar  suele pasar por “revisionismo” es el intento de volver, en la medida posible, a los orígenes: la República fue un desastre; la guerra civil fue inevitable; se ganó gracias al genio de Franco; el régimen subsiguiente fue una dictadura rápidamente atemperada; el franquismo favoreció la evolución económica y social de España; creó una amplia clase media y, en definitiva, sentó las bases de una última “regeneración” (a veces se dice que sin proponérselo conscientemente) que acomodó una transición más o menos inevitable, ya que “no podía haber franquismo sin Franco”. En una aplicación del método más tautológico posible se afirma que sin Franco no es concebible la España de nuestros días. Algo como decir que sin Hitler no se comprende la Alemania de hoy.  ¿Conclusión? Habría que elevar a ambos todas las estatuas posibles, aunque en el segundo caso con extremo cuidado y solo metafóricamente porque en Alemania sería un delito previsto en el código penal. Por su parte, en España han ido desapareciendo las razones que hubo en su momento (aunque, algunos pensarán, siempre quedan los corazones y la necesidad de oponer una “contramemoria” o un contra-relato que sirva de baluarte para los convencidos, aquéllos a quien se refería Ricardo de la Cierva como los que no deseaban que les robaran “nuestra historia”). Todo para ganar puntos en la pugna político-ideológica de nuestros días.

Alberto Reig, estudioso preciso e inmisericorde del historiador de cámara de Franco, ha leído la extensa obra de numerosos “revisionistas” y camelistas. Aplica un método de análisis y contextualización implacable para poner al descubierto sus miserias, sus contradicciones y su desprecio por los hallazgos según los protocolos metodológicos generalmente aceptados. No deja títeres con cabeza y sigue a rajatabla la máxima de “al pan, pan y al vino, vino”. ¿Por qué andarse con elucubraciones y palabras de buen tono para quienes falsean ese pasado que en su totalidad es incognoscible, pero del que conocemos un retazo cada vez más amplio, incluido su lado más sombrío?

Los afectados (siempre con menos títulos) se quejarán, tal vez, del sarcasmo y de la ironía del profesor Reig. Pero, ¿por qué deberían extrañarse? Han elaborado con denuedo su aportación a la regresividad en las condiciones creada por unas autoridades que no han sido capaces de proseguir la desclasificación de fuentes todavía cerradas a la investigación. Con excusas grotescas o, ahora, simplemente sin excusas. ¿Conocen los lectores alguna manifestación de, valga el caso, la señora ministra de Defensa explicando razonablemente porqué no continúa con la política de apertura de archivos que se detuvo con su nunca olvidado predecesor? ¿Y qué decir de los archivos del Ministerio de la Gobernación?

Si los lectores quieren pasar un buen rato, reírse (o llorar, según se mire) de la regresividad de autores que suelen mostrarse muy activos en las redes sociales y en ciertos medios de comunicación, perfectamente identificados con sus escasas grandezas y abundantes miserias tendrán pocas posibilidades más entretenidas de hacerlo que si repasan las suculentas páginas que Alberto Reig nos ha entregado. En ellas verán reproducidas muchas de sus afirmaciones en una amplia gama que va de la idiotez pura y dura a una incomprensible autosuficiente metodológica. Sin el menor recato declaro ser un admirador de la inmensa paciencia de que el catedrático de Tarragona ha hecho gala para no estallar y sí para escribir una obra sardónica y divertida. No se la pierdan.

Alberto Reig Tapia: La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes, Madrid, Siglo XXI de España, 2017.

Un patriota republicano olvidado

19 septiembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Muchos patriotas yacen en las cunetas. Ni siquiera se conocen sus nombres. Otros han ido saliendo a la luz. Un alto porcentaje combatió la sublevación militar con las armas en la mano. En los últimos años se han identificado otros: políticos, sindicalistas, educadores, intelectuales. En este primer post de la rentrée, después de dos series temáticas, quisiera romper una lanza por otra categoría. La de los sufridos funcionarios. No es que se la haya ignorado. Funcionarios fueron los maestros y maestras fusilados o represaliados (servidor tuvo la suerte de beneficiarse de las enseñanzas de uno de estos últimos). También lo fueron los jueces o fiscales. Sin embargo, pocos investigadores se han ocupado de una categoría minúscula pero influyente. Los diplomáticos. La atención se ha concentrado en los embajadores en grandes puestos (París, Londres, Moscú, Washington, México, etc.)

Ha correspondido a un profesor e historiador marroquí, el Dr. Mourad Zarrouk, rescatar a uno de estos patriotas que ha permanecido injustamente olvidado. Su nombre no dirá nada, o casi nada, incluso a los iniciados. Se llamaba Clemente Cerdeira. Formó parte del pequeño grupo de funcionarios diplomáticos que no se pasó a los sublevados. Esto ya sería notable. El profesor Zarrouk ha escrito, sin embargo, una biografía muy completa y ha puesto a Cerdeira en el centro de una trama que demuestra (como hará Íñiguez Campos en un libro en el que está trabajando) el desbarajuste, desconcierto, improvisación y fallos garrafales que caracterizaron la respuesta gubernamental a la rebelión militar. Como para pensar que los ministros, subsecretarios y directores generales habrían estado dormitando a la bartola, esperando pacientemente (cuando no alentando) el estallido de esa revolución socialista, anarquista o comunista que pinta la historiografía pro-franquista y que tanto reverdece hoy el profesor Payne.

Cerdeira no fue un diplomático cualquiera. Procedía de la carrera de intérpretes, desde la cual podía darse el salto -aunque no frecuencia- a la consular y diplomática. Siempre lo adornaron cualidades especiales. Nacido en 1889 en Port Bou pero, trasladado a edad temprana a Tánger por su padre que era guardia civil, fue desde niño a una escuela coránica (aparte de a la cristiana, que era obligada). Creció hablando el árabe dialectal tan bien como el castellano; estudió en profundidad el derecho musulmán, de una cuyas instituciones más importantes era el mejor especialista español, y escribía el árabe estándar como si fuese un nativo.

Inquieto y deseoso de prosperar, cursó estudios superiores en instituciones del Protectorado francés, en el Líbano y en Egipto. Desde muy joven prestó relevantes servicios a las autoridades civiles y militares de la zona española. Participó en negociaciones extremadamente confidenciales, en particular con El Raisuni, y aportó a la tarea su conocimiento íntimo de la mentalidad marroquí y de sus múltiples facetas.  Ello le despertó lógicos deseos de prosperar como funcionario en un páramo como el Protectorado español en el que diplomáticos, militares, funcionarios civiles e intérpretes no siempre estaban bien avenidos. Discrepaban en el sentido de la colonización, en la forma de tratar a los indígenas y en cómo hacer frente a las asechanzas francesas.

La Administración española siempre fue a remolque. Careció de una política consistente e inteligente hacia los marroquíes, maniatada por una inmensa falta de medios culturales, humanos, intelectuales y económicos. Civil hasta la médula, Cerdeira casi siempre tropezó con militares de alto rango y con diplomáticos que creían conocer Marruecos mejor que él, pero que iban a lo suyo (entre lo que figuraba hacerse ricos, como ya ilustró en sus “memorias” Arturo Barea). Eso sí, a patriotismo decían que no les ganaba nadie.

Los franceses pronto identificaron a Cerdeira como un contendiente temible. Sus andanzas fueron notadas escrupulosamente por los servicios de información. Metido hasta el cuello en las discusiones sobre cómo pacificar el territorio, Cerdeira se vio acorralado in situ. A los militares se les llamaba “africanistas” pero de África sabían en general bastante poco. Tampoco gozó, en ocasiones, de grandes apoyos en Madrid. Era aquí, y en particular en la Dirección General de Marruecos y Colonias, dependiente de la Presidencia del Gobierno, donde se diseñaba, con frecuencia a salto de mata, la política hacia el Protectorado.  Un diplomático cuyas memorias el profesor Bernabé López García y servidor hemos editado en relación con dos diferentes etapas de su carrera, Francisco Serrat, (que no tenía buena impresión de Cerdeira), lo expuso sobradamente.

Cerdeira no careció de ayudas. Fueron numerosas las personas que, conociendo su valía, trataron de echarle una mano tras beneficiarse de sus servicios. Zarrouk detalla parsimoniosamente los obstáculos burocráticos con que tropezó en sus aspiraciones funcionariales y las zancadillas que se le pusieron. Nada de ello le arredró. Era consciente de la importancia de sus conocimientos y, cuando hubo que empezar a pensar en cómo hacer frente a los primeros brotes del nacionalismo marroquí, su papel se acrecentó. A su labor de intérprete añadió sus servicios como agente de información. El suyo era el patriotismo que no se voceaba. Se ejercía.

Oficialmente Cerdeira accedió a la carrera diplomática como primer secretario de embajada en marzo de 1933 pero esta nueva condición no le acompañó en uno de sus desafíos más acentuados: cómo contribuir a defender los intereses españoles en el nido de espías y de intrigas que era entonces la ciudad internacional de Tánger. Los franceses, por supuesto, estaban al acecho. Fue un agente “quemado” antes de llegar.

Cuando estalló la sublevación de julio de 1936 Cerdeira, que tenía su familia en Ceuta, no dudó en permanecer fiel al Gobierno. Inmediatamente se dio cuenta de que la retaguardia de los sublevados podría, tal vez, convertirse en un punto débil. También se movió en las aguas movedizas tangerinas con el fin de obstaculizar las maniobras de Franco para situarse en una posición cómoda en la plaza. Cerdeira fue la mano derecha del cónsul Prieto del Río a quien, por cierto, daba mil vueltas.

Su labor puso a Cerdeira en el punto de mira de Franco y, por ende, en el de la plana mayor de la sublevación. El desbarajuste republicano no permitió elaborar una línea de conducta coherente para aprovechar el incipiente nacionalismo marroquí, que pasó a alinearse con los rebeldes. Los agentes de Cerdeira en el Protectorado fueron pasados por las armas y el extraordinario arabista y novel diplomático se convirtió también en un objetivo al que había que liquidar.

El Ministerio de Estado, en pleno caos, no acertó nunca a identificar cómo aprovechar de la mejor manera posible los conocimientos de Cerdeira. Servidor ya fue hace muchos años extremadamente crítico de la gestión administrativa del Departamento. Su titular, Julio Álvarez del Vayo, se ganó bien la vida como periodista. Fue un buen embajador en México. De ministro estuvo muy por debajo de la naturaleza de los desafíos de la cartera. El hecho es que, después de varias fintas de traslado de Cerdeira a Turquía (muy poco en el centro de los acontecimientos que afectaban a España), la Superioridad (con mayúscula) optó por enviarlo de cónsul a Liverpool. Quizá porque estuvo unas semanas en el consulado de Casablanca, donde pronto se enfrentó con el vice-cónsul, un médico sumamente ideologizado que no tenía la menor idea de por dónde iban los tiros.

En enero de 1937 Cerdeira abandonó definitivamente el norte de África, a su familia en manos de los sublevados y sin un céntimo y puso rumbo al Reino Unido. Desde el punto de vista de gestión de los recursos humanos, diríamos hoy, era como echar perlas a los cerdos. Profesional hasta el tuétano, Cerdeira cumplió sus tareas a la satisfacción de todos. Incluso desenmascaró a un sujeto que servía a Franco bajo la cobertura de cónsul republicano en Newcastle.

En la derrota se portó con absoluta dignidad. Ansiaba volver a Marruecos para, al menos, estar cerca de su familia. Nadie le echó una mano. Ni sus colegas arabistas ni los diplomáticos franquistas. Era un apestado. Murió de un ataque al corazón en Niza en mayo de 1941. Tenía 52 años. Se conservan los papeles que se llevó consigo. A su familia no le pegaron cuatro tiros.

Este libro del profesor Mourad Zarrouk tiene para mí dos incentivos. El primero es personal: completa y amplía el conocimiento de los miembros de la carrera diplomática republicana a la que hace años dediqué un libro. El segundo es profesional: el autor, en passant, ha identificado dos claves que arrojan nueva luz sobre la conspiración en Canarias del general Franco. Se afirma que ya se conoce de ella todo lo que hay que conocer. Un brindis al sol.

Me permito invitar a todos aquellos que crean en tal enfoque a que lean esta biografía de Cerdeira y traten de determinar cuáles son dichas claves. Una es relativamente sencilla. La segunda es algo más complicada. Si lo hacen me rendiré ante su sabiduría y lo reconoceré públicamente. No tengo que señalar que aparecerán dentro de unos meses con todos los detalles en un libro que ya hemos terminado de escribir tres colegas y un servidor. Con nuestro agradecimiento al profesor Zarrouk y al profesor López García, uno de nuestros más eminentes arabistas, que lo ha prologado.

Mourad Zarrouk: Clemente Cerdeira. Intérprete, diplomático y espía al servicio de la Segunda República, Madrid, REUS editorial, 2017, 224 páginas.

Las duraderas privaciones españolas

12 septiembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Fuentes informativas sobre las condiciones reales de vida en la España de la postguerra y, adicionalmente, de los desvaríos imperiales franco-falangistas las constituyen el control postal ejercido por las autoridades británicas y los informes analíticos derivados que preparaba el Ministerio de Guerra Económica. En el crucial año 1941, cuando el pivote de la guerra europea se enriqueció con la invasión nazi de la Unión Soviética que, a la postre, contribuyó decisivamente a la destrucción del Tercer Reich, ambas fuentes arrojan fogonazos de gran interés. En este último post de la presente serie pasaré revista a algunos datos que conviene no olvidar, siquiera por eso de la atribución a Franco de la inmarcesible cualidad de espíritu elevado preocupado por el bienestar de los españoles.  

El 28 de febrero un informe de los servicios competentes británicos recogió, por ejemplo, que en España la obsesión por la comida había eclipsado cualquier otro tipo de preocupación política. En una carta se afirmaba que la situación no solo era trágica sino que causaba una vergüenza profunda porque era evidente que los ricos nadaban en la abundancia mientras que los pobres se morían de hambre.

Un escritor portugués, de la misma clase social a la que criticaba, plasmó sus impresiones de la siguiente manera:

“Madrid es un lugar de miseria y desesperación. Los pobres padecen de inanición y los ricos ni siquiera quieren enterarse de ello. No han aprendido nada de la última guerra civil. Lo único que les preocupa son ellos mismos y sus comodidades”.

Una percepción que, cuando menos, hay que comparar con el omnipresente lema falangista del “por la Patria, el pan y la justicia” o las sempiternas invocaciones a la “revolución nacionalsindicalista” pero a los que habría que contraponer la dura realidad: ¡para algo se había hecho la guerra!

Un sacerdote que se desplazó a Portugal escribió:

“A pesar de todas las carencias y el hambre quien tiene dinero puede conseguir cualquier cosa que haya disponible (…) En cuanto a los pobres trabajadores ya puedes imaginarte cómo les va y esto es lo que resulta verdaderamente terrible y la injusta distribución que sigue funcionando…”

Naturalmente estas condiciones creaban resentimiento y odio. Para controlar toda posibilidad de revueltas se intensificaban las delaciones, la actividad policial, las torturas y una represión generalizada. Pero el malestar salía en cuanto era posible. Véase la siguiente referencia:

“Pasé unos días en casa de un franquista en Madrid y me dijo que temía que más pronto que tarde se produjese una revolución, esta vez no de carácter político, y de todo el país contra el Gobierno.

La gente tenía una pinta horrible, con rostros que traslucían el hambre, los desharrapados se esforzaban en tirar de un baul en la estación y la policía les pegaba con las porras que llevan.”

Entre los comentarios que este control postal suscitó a los británicos destaca que la Administración, falangistizada, era un fracaso total. Carecía totalmente de ideas y estaba en la más absoluta y completa desorganización. El país se encontraba en una situación peor que la que la gente recordaba de cualquier régimen precedente.

El ministerio de Guerra Económica recibió igualmente informes analíticos sobre las causas de la tristísima situación alimentaria. Uno de los más interesantes la retrotrajo a la interconexión de cuatro factores: falta de alimentos; carencias de otros suministros; dificultades de transporte y distribución y fracaso de los controles de precios.

La falta de trigo no solo se debía a las malas cosechas (a su vez fruto de los caprichos climáticos y la ausencia de instrumentos, maquinaria y abonos) sino a la incapacidad de las autoridades por conseguir captar todo lo que se producía. Los incentivos monetarios no funcionaban porque los campesinos no sabían qué hacer con ellos. En muchas regiones se había recurrido de nuevo al trueque. Los jornaleros se negaban a trabajar por dinero y querían pagos en especies. Las pésimas comunicaciones acentuaban las carencias. Los ferrocarriles no tenían material rodante y combustible suficientes. A la industria del acero le faltaban la chatarra, el níquel y las ferroaleaciones. Quienes en la zona centro quisieran adquirir aceite por trigo no podían hacerlo. Los mineros asturianos que deberían estar trabajando con la máxima eficiencia desfallecían por docenas en el tajo. El control de precios era, en tales condiciones, un chiste. Los precios se habían disparado a nivel tal que el hombre de la calle solo podía soñar con comprar ciertos productos.

No extrañará que empezaran a producirse epidemias de tifus, incluso en Madrid, en donde las autoridades sanitarias carecían de medios para combatirlas. No había desinfectantes ni jabón. La tasa de mortalidad era muy elevada. Como ha señalado Moreno Gómez, la dictadura se empeñó siempre en minimizar el problema. En Córdoba, por ejemplo, no se reconoció su existencia hasta el 25 de mayo de 1941. Las zonas más afectadas, fuera de las mencionadas, se ubicaron en Sevilla, Málaga, casi toda Andalucía y la España al sur de la capital. La embajada norteamericana obtuvo medicamentos para su personal. El embajador británico pidió el envío inmediato por avión con el fin de poder tratar al menos 200 casos graves. Desde el War Office se instó la posibilidad de estudiar si la Cruz Roja británica estaría en condiciones de enviar ayuda. En Murcia se habían producido numerosos fallecimientos. Un funcionario del Foreign Office se sintió impelido a anotar sus impresiones:

“No puedo por menos de pensar que, bien mirado todo, el pueblo español podría estar mejor bajo una administración alemana eficaz que como se encuentra en la actualidad.”

¡El colmo! pero no podría haber habido un juicio más certero ya que la dictadura quería precisamente crear en España un remedo de la política terrorista del Tercer Reich. Esto es algo que han observado autores tan distintos como Harmut Heine, Eutimio Martín y el propio Moreno Gómez.

No deseo cansar al lector con repeticiones innecesarias. Por el momento merece la pena reseñar que el 7 de junio de 1941, por orden del gabinete de Guerra británico, se envió un telegrama supersecreto a Washington, en el que pongo en itálicas un punto de vista suficientemente expresivo.  Decía así:

El ministro español de Asuntos Exteriores [Serrano Suñer] está esforzándose todo lo que puede en poner obstáculos a la política británica y norteamericana de ayudar económicamente a España y crear así una situación en la que pueda inducirse una mayor y más activa colaboración con el Eje. A pesar de la fuerte oposición interna a la política de [Serrano] Suñer, podemos vernos confrontados con una situación crítica en las próximas semanas. Es por tanto muy importante que se llegue a un acuerdo para que se nos dé mayor publicidad…»

Se comprende esta percepción, fuese correcta o no. En aquellos momentos Serrano Suñer luchaba por su supervivencia política y bien podría entenderse que lo menos que quería era que la ayuda anglosajona interferiese con sus intenciones de entrar en guerra al lado del Eje. Que los “rojos” –y otros que no lo eran- pasasen hambre (mejor dicho, que corrieran el riesgo de morir de inanición) no entraría en sus preocupaciones primordiales. No se trata de atacarlo gratuitamente porque ¿reflejó siquiera mínimamente en sus memorias aquella situación espeluznante? Para eso hubiese necesitado tener alguna fibra moral.

En aplicación de la estrategia seguida los británicos continuaron mostrándose más generosos que los alemanes. En abril de 1941, por ejemplo, se firmó un nuevo acuerdo de préstamo suplementario, a pesar de las reticencias del titular del Palacio de Santa Cruz, que sí bloqueó otras iniciativas norteamericanas con un comportamiento que, profesionalmente hablando, solo cabe caracterizar de penoso cuando no de traidor.

¿Y qué decir de los nazis? Un telegrama de von Stohrer del 6 de febrero de 1941 arroja luz sobre cómo los alemanes juzgaban la situación.

En las semanas precedentes se había agravado considerablemente. En muchas partes no había pan en absoluto. Se temían revueltas. Aumentaban los delitos contra la propiedad. Incluso el Ejército no recibía lo suficiente ni en comida ni en vestimenta. Reinaba mal ambiente. La amargura de la población estaba tanto más motivada cuanto que todavía había detenidos entre uno y dos millones de rojos (sic). Mal alimentados. Sus familias pasaban hambre. Los casos de corrupción y la falta de sentido social de los acomodados incrementaban la desazón.

Permítanme los amables lectores que me detenga un momento en esta última afirmación. La hacía un alemán acomodado, miembro del partido nazi y al servicio de la dictadura nacionalsocialista. Una dictadura que había declarado el fin de la lucha de clases y su sustitución por la Volksgemeinschaft (comunidad racial) al servicio de un afán imperialista marcado por la biología. Sin embargo, le chocaba que en la “España imperial” que cantaban los falangistas y que llenaba los discursos de Franco y de sus adláteres no existiera el menor sentido social.

Es una formulación que permite intuir que si eso ocurría con la élite dirigente, los vencidos ya podían morirse de hambre tranquilamente con tal de que no molestaran. El Caudillo no hubiese variado un ápice sus planteamientos imperiales de haber tenido la menor oportunidad de materializarlos. Como no fue así, el hambre fue refuncionalizado en pretexto inexcusable para diferir la entrada en la guerra y luego para levantar un monumento a la genialidad del Caudillo gracias al cual habríamos llegado a la España de hoy.

FIN

REFERENCIAS

En general me he basado en documentación conservada en los legajos FO371/24513, 24509, 26890 y 26946, en los Archivos Nacionales británicos de Kew (Surrey), pero esto no quiere decir que no haya disponibles otras fuentes. Quizá la más importante sea el artículo de Miguel Ángel del Arco Blanco,“´Morir de hambre´”. Autarquía, escasez y enfermedad en la España del primer franquismo”, en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, vol. 5, 2006.

Datos relevantes se encuentran en:

Manuel González Portilla y José María Garmendia Urdangarín: «Corrupción y mercado negro: nuevas formas de acumulación capitalista», en Sánchez Recio, Glicerio y Julio Tascón Fernández, (eds.), Los empresarios de Franco. Política y economía en España, 1936-1957, Barcelona, Crítica, 2003.

Jordi Maluquer de Motes, Jordi: La economía española en perspectiva histórica, Barcelona, Pasado&Presente, 2014.

Francisco Moreno Gómez: La victoria sangrienta, 1939-1945. Un estudio de la gran represión franquista, para el Memorial Democrático de España, Madrid, Alpuerto, 2014

Así como en numerosos trabajos de Carlos Barciela y Ricardo Robledo que, ¡vaya por Dios!, no parece que sean conocidos del profesor Payne.

El trabajo de Ángeles Arranz Bullido no está publicado.

A todos ellos, mi agradecimiento.

De vueltas con el hambre en la postguerra

5 septiembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

El 9 de mayo pasado publiqué un post más en una una serie que pretendía alumbrar la situación concreta de hambre que reinó en España después de la guerra civil y el comienzo de la europea. Utilicé documentación española y británica como instrumentos fiables para enmarcarla. Cuando ya me acercaba al final de la serie surgió la necesidad de realizar unas cuantas aclaraciones y puntualizaciones sobre las responsabilidades compartidas entre franquistas y nazis en la dinámica de guerra y de colaboración que condujo a la destrucción de Gernika. Un tema en el que siguen subsistiendo tesis opuestas a las mías. Dicha interrupción me tuvo ocupado hasta finales de julio, algo más de lo que preveía. Después llegó la temporada de vacaciones en la que siempre he interrumpido este blog. ¿Cuántos se preocuparán por temas del pasado en medio de los atractivos y alicientes del verano? Nadie podía pensar en el shock de los atentados yihadistas en Cataluña. Ahora, al plantearme la reanudación del blog, me cuesta un poco de trabajo dejar sin terminar la serie sobre el hambre. De aquí que en este post y en el próximo la concluya. En las vacaciones, que por cierto continúo en Grecia, he tenido tiempo de pensar en temas adicionales que espero poder ir desgranando progresivamente. En cualquier caso trataré de mantenerme en el pasado sin caer en la tentación de referirme a tiempos actuales. Este es, esencialmente, un blog de historia.

Volviendo a la posguerra lo primero que hay que señalar que no solo los británicos o los norteamericanossino también los nazis sabían perfectamente que bajo Franco reinaba el hambre. Era una realidad inocultable. Así, por ejemplo, el embajador alemán Eberhard von Stohrer, que llevaba años representando al Tercer Reich en España, envió el 15 de noviembre de 1940  a Berlín un desgarrador despacho sobre la situación alimenticia. No la describió como próxima a la hambruna sino prácticamente como tal. Había empeorado desde la famosa visita de Serrano para escuchar los cantos de sirena de los jerifaltes nazis.

El déficit de trigo, para la alimentación y la siembra, superaba el millón de toneladas, según el embajador. En estas condiciones era evidente que el descontento popular no podía sino aumentar. Tal descontento se manifestaba no solo en una creciente crítica al régimen sino también en el deseo, cada vez más ferviente, de evitar la entrada en guerra. Se echaba la culpa a Alemania por las carencias alimenticias dado el chorro de exportaciones que se enviaba a tal país. No necesitó señalar que era la más dura y pura realidad porque en Berlín el tema no despertaba la menor preocupación. Los nazis siempre tan simpáticos…

Habría que añadir, para ser exactos, que los británicos seguían sin fiarse un pelo de Franco. Temían que si, por ejemplo, levantaban la mano en la concesión de navicerts para que el cereal argentino pudiera llegar en grandes cantidades a España correrían dos riesgos: dar un respiro al dictador y permitirle acumular stocks. No era posible ser demasiado generosos. Lo que estaba en juego era la supervivencia del Reino Unido y la necesidad de evitar por todos los medios que España basculara del lado del Eje. El control de los ritmos de tolerancia para los suministros de ultramar se había convertido en un arma de guerra. Tampoco, claro, había que mantener a los españoles en la hambruna. Mientras tanto, era tolerable que los falangistas gritaran a porfía su desprecio por la hipócrita Albión. El coste real era mínimo.

Franco se sentía incómodo. O hacía como sí. Tuvo ocasión de exponer su berrinche, más o menos fingido, al embajador portugués a finales de enero de 1941.  En una de sus entrevistas se lanzó a un feroz ataque contra los británicos. Los acusó de tratar de doblegar a España (susurremos, por lo bajines, al “Imperio en formación”) gracias al hambre que fomentaban (sic). No le faltó el toque de paranoia. Habían ocupado España con millares de espías (sic) que excitaban a los «rojos» a la revolución.

El portugués, muy sorprendido, replicó que le extrañaría mucho pero Franco insistió tanto que su interlocutor, consciente del dicho de que “cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar”, llegó a pensar si los británicos no harían algo parecido en Portugal. El embajador inglés le explicó que tales inculpaciones servían de mero pretexto a Franco para explicar la negrura de la situación alimenticia  y achacarla no a la propia incompetencia sino a la mala fé británica. No le faltaba razón. La naciente dictadura no se prodigaba demasiado en hacer de vez en cuando algún ejercicio de introspección (y cuando lo hacía se guardaba en el más cerrado de los secretos). Prefería vehicular las ideas de la propaganda pro-nazi que, naturalmente, esquivaba cualquier mención de la desviación española de comercio hacia el Tercer Reich. Por si fuera poco, en los primeros meses de 1941 la maquinaria de guerra nazi parecía imbatible.

La política de cuentagotas británica en el suministro de alimentos es inseparable de la valoración de los numerosos informes de que en Londres se disponía sobre el hambre reinante en aquella España que, como los falangistas no se cansaban de gritar, tenía voluntad de Imperio (aunque Payne diga ahora que era un tema del tiempo y que esencialmente era espiritual). ¡Ja, ja!

Los informes que se manejaban en Londres abarcaban todas las dimensiones. Eran de tipo local, regional y general.  Al escarbar entre los primeros lo realmente notable es que destacaran que solo en Vigo la situación había mejorado un pelín. Se había distribuído aceite y pan (tras la llegada de una carga de maiz argentino) pero apenas si había carbón. Además, las diferencias siderales entre España y Portugal habían inducido a las autoridades a permitir que la población gallega se desplazase al país vecino a hacer compras. Este contrabando esparcía sus bendiciones por toda la región. No extrañará que el consulado británico señalara que probablemente la situación en Galicia era mejor que en otras partes debido a sus circunstancias particulares.

Fuera de Galicia,  las condiciones seguían siendo horribles. Un ejemplo. En la zona de Cartagena no había aceite ni café. Los suministros eran muy irregulares. Las cantidades, mínimas: 150 gramos de pan cada semana o diez días; en los casos del arroz, garbanzos, azúcar, judías y lentejas se repartían entre 100 y 200 gramos en intervalos infrecuentes. Los precios de otros productos eran muy elevados. Lo único que había en cantidad suficiente eran las frutas. El jabón se conocía solo de memoria. La última distribución, de 250 gramos por cabeza, databa de principios de diciembre. Apenas si se disponía de carbón vegetal.

Este tipo de informaciones permitía apreciar la situación realmente existente. No bastaba con acudir a los datos oficiales. Así, valga el caso, en lo que se refería al azúcar oficialmente se distinguía entre población civil, economatos mineros, hospitales, barcos y otras colectividades. Teóricamente,  las asignaciones (en 1943) eran de 250, 300, 450 y 250 gramos ¡al mes! Son datos que en su momento recogió en su trabajo sobre la CAT María Angeles Arranz Bullido. La realidad era muy diferente. En cuanto al jabón, que naturalmente servía para no ir de pordioseros por la vida, se preveían 200 gramos mensuales, pero los informes del consulado muestran que en la práctica ni se veían.

En Cataluña la situación agrícola no mejoraba. Faltaban ganado, tractores y utensilios de labranza. La ayuda prometida por el Ejército no se había materializado. Se había pasado a practicar un cultivo extensivo, pero la carencia de fertilizantes imposibilitaba el aumento de las cosechas. En Sevilla la desnutrición afectaba negativamente a la producción, en particular la minera. Muchos de los fallecimientos en los hospitales se debían a la falta de comida. Se habían observado casos de muerte en la calle por inanición. Algo que ya se conocía en otras partes desde tiempo atrás.

Ante los barcos británicos se apiñaba la gente mendigando alimentos. La policía tenía que intervenir y dispersar las multitudes a porrazo limpio. Cariños de los vencedores. La Junta de Abastos era un ejemplo de ineptitud total. ¿Conclusión? Nada de ello contribuía a minorar el odio que la clase obrera experimentaba hacia la dictadura. Pero, en el interín, los panegiristas del régimen justificaban, con gran éxito de lectores y premios oficiales, las eternas e inmarcesibles “reivindicaciones de España”.

(Continuará)

Para concluir: Manos misteriosas ofuscaron las responsabilidades por la destrucción de Gernika

25 julio, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Como ahora ya se acercan las vacaciones y, en lo posible, quien más y quien menos ya estará pensando en ellas (servidor lo está) creo que hay que cerrar la presente serie de posts sobre las responsabilidades en torno a la destrucción de Gernika. En este último post quiero felicitar a los militares y/o historiadores franquistas por su éxito en haber logrado emborronar en todo lo posible las huellas de la connivencia con los nazis tanto en los antecedentes como en el hecho mismo. Desgraciadamente, para todos ellos, fracasado. Dado que he tenido el placer de prologar el libro del profesor Xabier Irujo, no me extenderé en otro tema. Tal vez, al regreso de vacaciones, si algún lector estuviese interesado podría volver, pero once posts sobre un aspecto central como es el de las responsabilidades me parece que son ampliamente suficientes. Lamento, eso sí, que ni Ricardo de la Cierva ni el general Jesús Salas (qepd) hayan podido leerlos. Quizá sus sucesores hayan aprendido algo.

En el Archivo Histórico del Ejército del Aire (AHEA), que supongo Salas conocería como la palma de su mano, existe abundante documentación sobre las relaciones entre la Legión Cóndor y el mando franquista. Que yo sepa, pocos son los gacetilleros que los han explorado. Vicente Talón entrevió algo, pero se echó rápidamente para atrás. Lo que hay machacaba su redentora tesis.

En tal documentación figuran numerosos resúmenes sobre las actuaciones de los pilotos nazis que, naturalmente, se comunicaban a la Jefatura del Aire y a la Misión italiana. No las hay en lo que se refiere al bombardeo de Gernika, salvo a  posteriori y debidamente desfiguradas. Este último es un tema conocido, aunque subsisten los emborronadores de papel (no daré nombres) que siguen interpretándolo con escasa luz. Paciencia.

Así, por ejemplo, restringiéndonos a algunas muestras aleatorias de los bombardeos efectuados antes de la ofensiva en el Norte podríamos destacar los informes del

  • 15 de marzo. Ataque la noche anterior de 14 Junkers 52 con 14.480 kilos de bombas sobre Alcalá de Henares y Guadalajara. Sin incendiarias.
  • 23 de marzo. Vuelo desde Zaragoza. Bombas de 50 kilos (que eran las normalitas, salvo mención en contrario) La tercera escuadrilla y dos Henschel 123 atacaron al norte de Titulcia, en vuelo muy bajo. Una escuadrilla del grupo VB/88, con Heinkel 111, lanzó 16 bombas sobre el aeródromo de Alcalá. Sin incendiarias.
  • Noche del 24 al 25 de marzo. Ataque a Brihuega, Alcalá de Henares y vías de comunicación. Brihuega, Torija y Trijueque bombardeados por dos aparatos. Los restantes, por falta de visibilidad, se dirigieron contra Guadalajara y las carreteras hacia Torija y Alcalá. Los primeros aviones salieron a las 22.10 con intervalos de 20 minutos. La última salida se produjo a las 00.33 y la última llegada tuvo lugar a las 2.33. Volaron ocho aviones de la primera escuadrilla. Se lanzaron 16 bombas de 250 kilos además de 128 de 50. Sin incendiarias.

En la misma noche la segunda escuadrilla bombardeó Alcázar de San Juan. El ataque se preparó saliendo dos aparatos uno tras otro seguidos por los demás con intervalos de 1.15 horas. Esto permitía intensificar el efecto sorpresa.  La distancia entre las pasadas se calculó para inducir a las autoridades de la ciudad a que encendieran de nuevo las luces. Ello facilitó la orientación de los cuatro aviones de la segunda escuadrilla con lo que se potenciarían los resultados. La primera salida tuvo lugar a las 21.00. Los dos aviones que la hicieron debían informar sobre las condiciones meteorológicas y la defensa antiaérea. Última salida a las 23.10. Última llegada a las 02.50. Sin incendiarias. [Me he detenido en esta operación porque en ella se utilizarían añagazas más o menos similares a las que después se aplicaron en Gernika, con la sustancial diferencia de que aquí la acción fue durante el día].

  • 25 de marzo. Ataque de dos Heinkel 111 al puerto de Santander con 32 bombas. Otro, con el mismo objetivo, con un segundo avión del mismo tipo y 16 bombas. Ataque de un Dornier 17 en Ocaña y un Junkers 86 contra la estación de Aranjuez, con 10 y 16 bombas respectivamente. Nuevo ataque con tres Dornier 17 sobre puentes al lado de Aranjuez con 30 bombas. 10 bombas más dieron en la estación. 20 bombas arrojadas sobre la línea de ferrocarril con Madrid. Un Heinkel 111 destruyó tres aparatos en el aeródromo de Madrid. El grupo A/88 operó desde Zaragoza: dos aviones contra la presa de Tremps con 12 bombas. Buenos resultados. Un nuevo ataque posterior la destruyó totalmente. Sin incendiarias.

Y así una larga, a decir verdad larguísima ristra. Siempre que era posible se informaba a la Jefatura del Aire (Kindelán) de que se aportarían más detalles sobre los efectos de las operaciones una vez que regresaran los aparatos de reconocimiento. Con frecuencia los partes eran muy breves. De lo que se trataba era, probablemente, de dar una primera impresión. Aparte de ello la Cóndor remitía numerosísimas informaciones sobre el adversario que se obtenían por los más diversos medios.

En la campaña de Vizcaya este tipo de comunicaciones se intensificaron así como las actividades de coordinación, pero ¡oh, cielos!, una mano misteriosa las ha hecho desaparecer en el entorno de Gernika. En la documentación de la 3ª Sección de la Jefatura Regional Aérea del Norte hay que denunciar la friolera de un hueco de mes y medio entre el 1º de abril y el 17 de mayo. Por lo que queda sabemos que las escuadrillas españolas del teniente coronel Rubio figuraban entre los destinatarios. Las órdenes de operaciones de la Cóndor se remitían escrupulosamente. A veces eran de un detalle considerable.

La Jefatura del Aire emitía, por su parte, Boletines de Información. No hemos encontrado la colección completa pero sí algún número significativo. Es el que corresponde al 22 de abril de 1936, es decir cuatro días antes de la acción sobre la villa foral. Lleva el número 33. En el apartado referido a la información propia, al abordar los efectos de “nuestras actuaciones”, puede leerse lo siguiente:

“Se han llevado a cabo con pleno éxito todos los servicios ordenados por el Alto Mando de esta Jefatura. Hoy han sido derribados e incendiados en el frente de Vizcaya dos aviones de caza nuevo tipo muy rápidos por nuestros Messerschmitt”.

¿Qué significa esto? Los Messerschmitt eran aparatos muy avanzados para la época. Formaban parte de la dotación, ¡cómo no!, de la Cóndor. No pertenecían, que yo sepa, a las fuerzas aéreas franquistas. Era, sin embargo, el Alto Mando español quien marcaba sus servicios. Los alemanes ejecutaban. Es decir, tal y como se había previsto antes de la ofensiva.

Al día siguiente, 23 de abril, el boletín nº 34 indicó:

“En el frente de Vizcaya nuestra Aviación ha cooperado con grandísima brillantez y eficacia al avance victorioso de las fuerzas de tierra”.

Es decir, la cooperación funcionaba. Se trata de una información escueta pero no menos significativa. ¿Qué pasó después? El 26 de abril no hubo boletín. Una casualidad. El siguiente, nº 35, del 27 afirmó contundentemente:

“Se ha continuado prestando eficacísimamente la colaboración a las tropas de tierra en su arrollador empuje en el frente vasco”.

Es decir, en el contexto más inmediato a Gernika no hay nada que haga sospechar que la cooperación tierra-aire sufriera el menor sobresalto. Dos preguntas se imponen: ¿por qué los boletines fueron parquísimos en el caso de la villa foral? ¿No sería por el temor a dejar cualquier tipo de constancia por escrito?

Naturalmente, todo el pasado previo al bombardeo de Gernika se borró de los documentos tipo. Si se abrió un expediente sobre la destrucción de la villa foral, y es bastante inverosímil que no se hiciera, también ha desaparecido. Una mano misteriosa se encargó de “procesar” la documentación relevante.

El problema es cuándo. Tal vez no fuese en aquel período mismo. Hasta los mandos, militares y civiles, más tontos necesitaban conocer algo de lo realmente ocurrido. Además, ¿quién iba a pensar que el franquismo naciente no iba a ser eterno? Es significativo que el Archivo Histórico del Ejército del Aire no fue de los que más rápidamente se abrieron en la Transición. Cuando servidor era un joven investigador y entró por primera vez en el Servicio Histórico Militar allá por el año 1974, gracias a una recomendación del profesor Fuentes Quintana, ya tenía una cierta experiencia del trabajo en archivo. En aquella época la primera regla consistía en hacerse amigo del equipo que servía a los investigadores desde el mando intermedio hasta los mozos de almacén. Siempre me dio buenos resultados.

Pues bien, uno de los soldaditos que allí trabajaban, y a quien solía dar buenas propinas para que me preparase rápidamente la documentación, se alegró mucho de que me comportara así porque era el único y no como “esos jefes y oficiales” que no daban ni las gracias y encima se llevaban papeles a su casa. Me dio los nombres, que silencio por una cuestión de mero pudor, algo de lo que andan sobrados sus correligionarios.

Otros investigadores (conozco al menos dos, íntimos amigos míos, y de los que tampoco daré el nombre porque si quieren pueden hacerlo ellos) tuvieron experiencias similares, no en el SHM pero sí en el “santo de los santos” de aquellos años: el archivo de la guerra civil en Salamanca.

No debería, pues, extrañar que hubiese sido tal vez en aquellos años febriles de la Transición cuando la mano misteriosa arramplase con todo lo que pudo encontrar en relación con el bombardeo de Gernika. Lo que queda es suficiente, sin embargo, para apuntalar firmemente la tesis de la corresponsabilidad hispano-alemana en la destrucción de la villa foral.

Esta es una tesis que he argumentado por activa y por pasiva desde los años setenta. La documentación posterior que ha salido a la luz no ha hecho sino reforzarla. Así, pues, con un pequeño ¡que se enteren! a los gacetilleros de pro, que siguen poniendo el peso de la responsabilidad en los hombros nazis para exculpar a los gloriosos “cruzados”,  cierro esta serie. No sin antes recordar a los lectores que lo deseen que consulten el ABC de Sevilla del 29 de abril de 1937 en el que se recoge el parte oficial que emitió el inefable Boletín de Información del Cuartel General del Generalísimo. Solo hay que ir a la página de la hemeroteca de ABC con unos cuantos clicks del ratón del ordenador.

A todos mis lectores les deseo un feliz verano, dentro de lo posible dadas las actuales circunstancias. Prometo volver al blog pasadas las vacaciones. Hacia el 5 o 12 de septiembre.

REFERENCIAS

Las obras no identificadas que he utilizado en esta serie de once posts han sido las siguientes:

Corum, James S., Wolfram von Richthofen: Master of the German Air War, Lawrence, University of Kansas, 2008.

*Irujo, Xabier: 26 de abril de 1937. Gernika, Barcelona, Crítica, 2017.

Kindelán, Alfredo, La verdad de mis relaciones con Franco, Barcelona, Planeta, 1981.

*Maier, Klaus A., Guernica. La intervención alemana en España y el “caso Guernica”, Madrid, Sedmay, 1976.

Raymond L. Proctor, Hitler´s Luftwaffe in the Spanish Civil War, Westport, Connecticut, Green Wood Press, 1983.

Ries, Karl y Ring, Hans, Legion Condor, 1936-1937. Eine illustrierte Dokumentation, Mainz, Verlag Dieter Hoffmann, 1980.

*Schüler-Springorum, Stefanie, Krieg und Fliegen. Die Legion Condor im Spanischen Bürgerkrieg, Paderborn, Ferdinand Schöning Verlag, 2010 (hay una edición abreviada en castellano en Alianza).

*Herbert R. Southworth, La destrucción de Guernica. Periodismo, diplomacia, propaganda e historia, Granada, Comares, 2013 (edición de Ángel Viñas)

(Las señaladas con * tienen una abundantísima bibliografía y están basadas en fuentes primarias relevantes de época).

Lo que hubo tras la queja de Kindelán a Franco

18 julio, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el anterior post vimos que Kindelán, como general jefe del Aire, tenía la vara alta sobre la aviación franquista y la aliada. La fecha que no llegó a determinar el coronel de Montoto sobre cuándo esto ocurrió puede determinarse en el contexto de los preparativos para la ofensiva contra Vizcaya. Pero lo importante es señalar que la queja de Kindelán a Franco no estuvo relacionada con las operaciones en el Norte. Estuvo relacionada con la postura de Sperrle de negarse a desviar aviones hacia el frente central. Punto. En ello se vio respaldado directamente desde Berlín. Ni que decir tiene que esta circunstancia no aparece ni en sus memorias ni ha sido abordada por ninguno de los numerosos historiadores pro-franquistas.

Esta omisión se explica fácilmente. Combinada con la ignorancia o distorsión de los arreglos operativos y tácticos para la utilización de la aviación en estrecha coordinación con la artillería y la infantería a fin de hacer progresar el frente en dirección a Bilbao, el bombardeo de Gernika -como el de Durango el 31- conlleva directa e irremisiblemente la responsabilidad española. Esto es, afecta al núcleo central de las mentiras vertidas sobre la destrucción de la villa foral y que explotaron cual carga de trilita tan pronto como en el extranjero estalló la controversia sobre su autoría. Gracias afortunadamente a los esfuerzos de George Steer y de sus compañeros periodistas y la impagable contribución del propio general Franco y de su propaganda al echar la culpa a los “rojos separatistas”, incluidos mineros asturianos. Bajo la batuta, no hay que olvidarlo, de Luis Bolín, de inmarcesible fama por el turbio asunto del Dragon Rapide sobre el cual no tardará en aparecer un nuevo libro que -de esto no tengo la menor duda- no hará las delicias de los gacetilleros, periodistas de medio pelo e incluso cultos historiadores neo-franquistas.

Sin embargo, está fuera de toda duda que el coronel Juan Vigón, jefe de EM de las Brigadas de Navarra y el hombre de brega de Franco, Mola y Solchaga en la coordinación con los alemanes, no se llamó a engaño sobre la capacidad de Kindelán de mover la aviación extranjera.

Mucho antes de la queja de Kindelán a Franco, tan distinguido coronel, siempre gran admirador de los militares nazis, había escrito al jefe del Aire una carta que Muñoz Bolaños ya citó. Por razones que se me escapan lo hizo solo parcialmente. El lector debe tener en cuenta que está fechada el 29 de marzo, un día importante y significativo, como ya hemos indicado en el post anterior.

En tal carta Vigón también escribió lo siguiente:

“No sabíamos aún vuestra idea. Yo desearía que de no tener tú el mando, lo conservasen v. Sanders (sic, Sperrle) y v. Richthoffen (sic) con quien espero ir muy bien”.

Cualquier lector podrá advertir que Vigón se expresó en el pasado (“no sabíamos”). Esto significa que el 29 de marzo ya lo supieron. Es decir, para ese día Franco ya había confirmado el mando a Kindelán. A no ser que servidor juegue una mala pasada a la gramática castellana. Lo que implica que el retraso en decidir no correspondía a Sperrle sino al Generalísimo teniendo en cuenta las condiciones de utilización de la Cóndor tal y como se expresaron en el documento 113.

Ahora bien, lo que nos extraña sobremanera es que, al argumentar lo contrario, Muñoz Bolaños dejase de lado que, en la misma carta, Vigón explicó a Kindelán algunas propuestas, como si fuera a este a quien correspondiera decidir. Nada mejor que citarlas extensamente para que los lectores juzguen si mi apreciación es correcta o no:

“Quería decirte: 1º Que me parecía indispensable [subrayado en el original] que contribuyésemos a rehabilitar el crédito de las armas italianas, por razones buena política externa; 2º Que para ello deberíamos facilitarles las cosas, asignándoles misiones sin riesgo; utilizarlos solo en apariencia; 3º Asociarlos a nuestros éxitos -si Dios nos los otorga- con la máxima generosidad. Todo ello, sin exponerlos, ni exponernos, a un paso atrás poco elegante”.

Es decir, lo que Vigón proponía no era, ni más ni menos, que hacer uso de la Aviazione Legionaria de cierta manera, comprensible tras el desastre de Guadalajara. Los fascistas podían gritar y autoalabarse en su prensa todo lo que quisieran, pero no podían evitar que los gloriosos guerreros (perdón, “cruzados”) de Franco les consideraran de poco peso en comparación con los brillantes aviadores germanos.

Es obvio, con todo,  que Vigón no se hubiera dirigido así a su superior y amigo de no haber tenido Kindelán capacidad de disposición. Otra cosa es que, por razones fácilmente comprensibles, el general jefe del Aire optase por poner a los italianos bajo el mando operativo alemán.

No creemos que sea necesario profundizar más en este tema. Lo que nos interesa ahora es ver cuál era la posición de Kindelán después de Gernika. Como es sabido, tras el escándalo internacional, que no hizo sino acrecentarse en las semanas siguientes a la destrucción de la villa foral, Franco prohibió el bombardeo de ciudades sin autorización previa. El general Salas, que fiel a sus principios heurísticos y metodológicos, ya había tergiversado una orden anterior ya comentada, exultó y reprodujo la nueva (anexo 61, p. 337, de la última edición de su magno opus). La dirigió Kindelán, como general jefe del Aire, a Sperrle el 10 de mayo de 1937, quince días después de lo ocurrido. El telegrama decía así:

“Por indicación del Generalísimo participo a V.E. que no deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias militares sin orden expresa del Generalísimo o del General Jefe del Aire. Quedan exceptuados naturalmente los objetivos tácticos inmediatos del campo de batalla”.

¿Quién se reservaba la posibilidad de emitir tal autorización? Pues, según los términos de tan “bondadosa” orden, fueron Franco o Kindelán. Tan tajante instrucción, que no puede hacer salivar demasiado a los historiadores neo-franquistas ya que se produjo después de los hechos, serviría al menos para evitar tal tipo de bombardeos. Podría argumentarse, claro está, que Bilbao no caía dentro de las categorías indicadas (no era ciudad abierta, tenía tropas y también objetivos militares). El terrorista sin fisuras que era Mola desde el primer momento de la campaña había deseado arrasar la capital vizcaína, a lo que se habían opuesto duramente los alemanes que ganaron la partida. Es un tema conocido. Por lo demás, no hay que insistir en que tras Gernika los bombardeos de Bilbao continuaron como si tal.

La cuestión que se suscita es cómo reaccionaron no ya los alemanes sino los propios franquistas. Los historiadores “cruzados” (es decir, de la “cruzada”) son extrañamente silentes en este tema. Conviene ilustrarles, siguiendo la práctica evangélica de enseñar al que no sabe.

El 25 de junio, poco después de caído Bilbao y a los dos meses del bombardeo de Gernika, Sperrle planteó a Kindelán

“¿Existen objeciones al traslado a Palma de la escuadrilla de hidros de reconocimiento que se reforzará hasta llegar a seis aparatos?”

Parece clara la relación de subordinación establecida. Kindelán, muy amablemente, dijo que no y afirmó:

“Me interesa en efecto mucho concentrar en la Isla de Mallorca sus hidros de reconocimiento, que serán aumentados de seis”.

Vamos, que ambos generales estaban, como se dice, a partir un piñón. Sin embargo, en aquel mismo día, Sperrle telegrafió a Kindelán:

“La Aviación Legionaria se interesa por el aeródromo de Calahorra al S. de Herrera. Este campo está previsto para la Legión Cóndor. Rogamos informe y pase órdenes por escrito a los legionarios ya que en caso contrario no podría cooperar la Legión Cóndor con las fuerzas nacionales en su ataque”.

Es verosímil (no lo sabemos) que los italianos plantearan objeciones. El hecho es que el 6 de julio Sperrle escribió al Cuartel General por mediación de Kindelán:

“Una división de fuerzas de la Legión Cóndor es imposible. Si la situación lo requiere se encuentran dispuestas todas las fuerzas aéreas de la misma en los aeródromos para el ataque en parte E. de Ávila”

Es decir, que la subordinación prevista en el documento 113 no implicaba que Sperrle, empeñado en la campaña del Norte, estuviera dispuesto a dividir sus fuerzas. ¿Y qué hizo el mando franquista? Suponemos que se aguantó.

El lector podría pensar que las relaciones entre españoles y alemanes se habían deteriorado. No. No en el plano operativo. Esto se demuestra en la aplicación de la orden del 10 de mayo de Franco.

Hemos encontrado un telegrama de Sperrle a Kindelán, sin indicación de fecha, que decía así:

“Sobre bombardeo del puerto de Santander y del vapor Montemar. En su tiempo ordenó el Generalísimo al Jefe de la Legión Cóndor no bombardear los barcos ni el puerto de Santander. Ruego por tanto orden escrita del Generalísimo al Jefe de la Legión Cóndor autorizando dicho bombardeo. Un servicio de la Legión Cóndor para bombardear un solo barco no puede ser efectuado”.

¿Qué significa este telegrama? Evidentemente que había habido una orden de Franco prohibiendo un determinado bombardeo. Sin embargo, también parece obvio que Kindelán quería que se llevase a cabo y que el alemán dio a conocer sus objeciones. Las razones (un solo barco) no nos interesan. Lo que nos interesa es la respuesta. Dado que Sperrle quería una orden por escrito debió de recibirla porque hemos localizado también una comunicación suya del 5 de julio a Kindelán:

“Bombardeo de represalia no se efectuó hoy por causa del mal tiempo. Para mañana espero nueva orden por telegrama. Confirmación por escrito”.

Nos parece bastante claro que a Sperrle no le gustaban las instrucciones de Franco/Kindelán y que quería moverse con pies de plomo. Por ello insistió hasta que recibió una nueva confirmación:

Ratifico orden bombardeo represalia Santander en la misma forma que estaba acordada. Contesto su comunicación hoy”.

Queda, pues, demostrado que la cadena de mando Franco-Kindelán-Sperrle, establecida antes de Gernika, subsistió después. ¿Cómo, en estas condiciones, puede disociarse la responsabilidad alemana por la ejecución del bombardeo y destrucción de la villa foral de la responsabilidad franquista en el planteamiento estratégico, operativo y táctico de la campaña del Norte?

Aportemos ahora el propio testimonio de Kindelán, tal y como figura en sus -por lo demás, poco fiables- memorias:

“Debo declarar que no tuve serias quejas de los mandos extranjeros…Con los jefes profesionales… no tuve el menor roce. Con los jefes de la Legión Cóndor, Sander y von Richthofen, estuve identificado y compartí, a menudo, los observatorios avanzados”.

¿Hemos de concluir que Kindelán, posteriormente feroz opositor a Franco, receptor de cuantiosos sobornos británicos durante la segunda guerra mundial y a quien SEJE, en una muestra de inigualable soberbia, hizo marqués, fue un mentiroso?

Es hora de ir concluyendo…

Hacia el 18 de Julio: una pequeña reflexión

16 julio, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Esta semana, excepcionalmente, añado al post sobre las responsabilidades por el bombardeo de Gernika una somera reflexión sobre las incurridas hace ahora 81 años. Es más que verosímil que las revistas de historia y los periódicos dediquen algún espacio al recuerdo. Suele ser algo habitual casi todos los aniversarios. El 18 de julio de 1936 es una fecha señera en la historia de España. Punto. Un poco como también lo es el 2 de mayo de 1808 que tanto celebró una de las expresidentas de la Comunidad de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme.

En realidad, a los historiadores franquistas no les pasó desapercibido el carácter de ruptura que ambas fechas significaron en relación con la evolución precedente. Todavía recuerdo un horrible panfleto (creo que fue premio extraordinario del doctorado en Ciencias Políticas) de un teniente general llamado Chamorro. Trazó un paralelo entre ambas fechas forzando todo lo que cabía forzar. Naturalmente, el libro fue declarado de interés para el Ejército. Lo cual supondría, imagino, que las bibliotecas militares lo comprarían a espuertas. Quizá hasta lo hicieron segmentos de la oficialidad.

Aquí quiero traer a colación un aspecto particular. Todavía no se han apagado los ecos de una reciente obra que ponía a caldo las elecciones de febrero de 1936 y deslegitimaba al Gobierno salido de ellas. Tal obra prosigue una tradición que se remonta a los comienzos mismos del golpe y está en el surco abierto por el infame dictamen sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de aquel año. A la Fundación Nacional Francisco Franco no se le escapó el hilo conductor que, eso sí con la boca pequeña, negaron sus autores. ¡Faltaría más! No en vano se presentan, en su propia autoconcepción, como historiadores “científicos” y en modo alguno “de combate”. Alguna revista académica prepara ya una larga reseña sobre los esfuerzos de tan denodados “científicos”. La han precedido comentarios de varios historiadores que han subrayado la inanidad de numerosas afirmaciones de quienes, en realidad, son “combatientes por la verdad de las derechas”.

Personalmente tengo curiosidad por saber cuántos esforzados historiadores o gacetilleros pro-franquistas, neo-franquistas, para-franquistas o, simplemente, en la misma cuerda que los autores del mencionado libro han encontrado tiempo, ganas y documentos para  derrumbar y hacer pedazos otra tesis, que ya arrumbaba otro de los mitos centrales de la versión pro-franquista del “18 de julio”.

Tal tesis es que no fueron los falangistas (lumpen o no lumpen) los que más se preocuparon de debelar por las armas al Gobierno republicano sino los políticos y militares alfonsinos, reaccionarios, de Renovación Española, que habían ido calentando motores y ambiente. Todos, ni siquiera hay que decirlo, monárquicos de pelo en pecho.

Lo hicieron mediante una campaña de propaganda que presentó al país al borde del abismo. Exageraron a todo trapo las violencias de la primavera de 1936 y OCULTARON que ya desde el mes de marzo contaban con una sustanciosa donación del banquero Juan March (medio millón de libras de la época) para adquirir material aeronáutico en Italia. No para hacer ejercicios de vuelo que tanto agradarían a algunos conspiradores como Kindelán.

También cabe esperar con expectación si alguno de tantos y tan eminentes investigadores está teniendo más suerte que servidor y ha descubierto (probablemente en archivos particulares) documentación que permita aclarar las negociaciones que en aquella primavera tuvieron los conspiradores monárquicos con los fascistas italianos. Los resultados se conocen hoy y para contrastarlos no hay que desplazarse a Roma, Berlín o Washington. Basta con darse un pequeño garbeo por un conocido archivo sito en la madrileña calle de Alcalá, casi enfrente de la estatua ecuestre del general Espartero. Cabe, incluso, compatibilizarlo con otro no menos interesante paseito por el Parque del Retiro que ya ha reencontrado su antiguo esplendor.

Mientras tanto, ¿ha explicado algún historiador o gacetillero pro-franquista, neo-franquista, para-franquista o simplemente de derechas cómo se llegó al compromiso fascista de suministrar bombardeos, cazas y transportes amén de unos cuantos hidroaviones -que supongo interesarían a March para proteger su feudo insular? Porque la primera hornada, que se pagó a toca teja, estaba prevista para el mismo mes de julio.

Personalmente no conozco a ningún autor que haya hecho incursiones en terreno tan poco propicio. A mi humilde entender no es nada sorprendente. El resultado contractual explica que los superpatriotas monárquicos no tuvieron el menor empacho en llegar a acuerdos con los fascistas italianos mientras su propaganda (¡oh, páginas del venerable ABC de la época!) se deshacía en “informaciones” sobre la inminencia de una revolución izquierdista amparada, ¡cómo no!, por los brazos de la hidra que emanaba de la Komintern. (Posteriormente, según el profesor Payne para quien el comunismo ya no tiene atractivo, la hidra en realidad habría sido socialista-revolucionaria).

Ni siquiera el más eminente hagiógrafo de “San” José Calvo Sotelo parece haber hecho progresos en la aclaración de las conexiones operativas con los fascistas del tan idolatrado “proto-mártir”. Una pena. Pero quienes ni lo idolatran ni tampoco lo consideran proto-mártir están en su derecho al especular en lo que hubiera podido pasar de haberse enterado el Gobierno de lo que a todas luces era una conspiración que caía dentro de los supuestos del código penal de la época y estaba, además, amparada por una potencia extranjera. No la URSS sino la Italia fascista.

En lo que a mí respecta, reconozco que los antecedentes del 18 de julio de 1936 me han llevado siempre por la calle de la amargura. En mi tesis doctoral abordé el análisis de los antecedentes de la intervención nazi en la sublevación y en la guerra civil. Hace de eso más de cuarenta años. Se dice pronto. Casi otros tantos pasé estrujándome las meninges por si habría habido o no alguna conexión operativa por parte fascista, aparte de la financiación a la Falange joseantoniana. Tras abordarla, he seguido “machacándome” para indagar algo más de lo que ya se conoce en lo que se refiere a las vetas todavía oscuras del 18 de julio de 1936.

El año próximo aparecerá un libro colectivo en el que se reflejarán los progresos. Pero ya adelanto que son insuficientes. Para avanzar será preciso entrar en archivos privados. De quienes dejaron testimonio (los marqueses de Luca de Tena, el expreceptor del rey Juan Carlos, Eugenio Vegas Latapié, Pedro Sainz Rodríguez, Juan Antonio Ansaldo, etc.) no cabe fiarse del todo. Hubo personajes más prometedores.

¿Cuál es mi impresión al día de hoy? La de que los monárquicos con Sanjurjo al frente preparaban una restauración de la monarquía, quizá tras un período de subsistencia de la forma republicana de gobierno mientras asentaban un régimen militar fuerte, con Sanjurjo. Pero su idea era que Calvo Sotelo se pusiera a la cabeza del Ejecutivo. Esto tenía la ventaja de atraer a Mussolini para que pensase en un trasunto español de Italia: un régimen fascistizado, de tipo monárquico, con un rey como figura bastante hueca y un dictador civil en la figura de Calvo Sotelo.

Tengo que decir que algunos papeles dispersos en un archivo privado, pero de acceso público, apuntan en esa dirección, pero son insuficientes. ¿Adónde habrán ido a parar los documentos de un contrabandista de postín, hoy desconocido, como el posterior marqués de Desio? Él debería haber sabido mucho de tales temas.

(Este pequeño post aparece exactamente el 16 de julio. Tiene su explicación en el manuscrito ya en manos de Crítica).  

Kindelán se queja a Franco

11 julio, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el post anterior dejé al lector en suspenso acerca de la significación atribuída por el profesor Roberto Muñoz Bolaños a una carta de Kindelán a Franco. Reconozco la importancia de su aportación. Es una carta que se ignoraba hasta la fecha en que él la dio a conocer. La carta se encuentra en el Archivo Histórico del Ejército del Aire en donde se halla depositada la documentación de Kindelán entregada por su familia no hace mucho tiempo. Una copia está en el Centro Documental del Bombardeo de Gernika donde la encontró dicho autor. Debemos estar agradecidos a la familia Kindelán y al profesor Muñoz Bolaños y yo lo estoy sin reserva alguna. Es obvio que la investigación empírica avanza con la aparición de nuevos documentos, en definitiva de nueva evidencia primaria relevante de época.

Ahora bien, esta EPRE tiene que ser analizada internamente en cuanto a su consistencia y contextualizada cuidadosamente para descubrir su significación profunda. Es lo que haré en este blog. En su carta, del 12 de abril de 1936, el general jefe del Aire se quejó a Franco de los aliados italianos y alemanes. En estos términos:

“Pero es un deber inexcusable, en el Jefe que suscribe, hacer presente un defecto, que la realidad ha puesto al descubierto; defecto que aminora el rendimiento de tan magnífico instrumento de guerra [la Aviación] y puede ser causa, en el porvenir, de algún suceso desagradable. No existe la necesaria unidad de mando de las Fuerzas Aéreas, que proceden con excesiva autonomía, con perjuicio, en muchos casos del Ejército de Tierrra (…)”.

Muñoz Bolaños subraya en itálicas parte del párrafo siguiente, que también dejo como él:

Ocurre, Excmo. Sr., que a veces por la autonomía excesiva de las aviaciones italiana y alemana se desaprovechan excelentes ocasiones de actuar desde el aire y en otras se deja en situaciones difíciles o incómodas a algunas tropas, por no obedecer los mandos aliados las indicaciones V.E. por mi transmitidas, juzgando la situación general con arreglo a su propio criterio, fundado en las informaciones fragmentarias o insuficientes que poseen, o deformado por prejuicios doctrinales. Así ha sucedido recientemente, con ocasión de las reiteradas órdenes de acción de cooperación con las tropas de la División Reforzada de Madrid, duramente atacadas, órdenes hasta hoy incumplidas”.

Curiosamente Muñoz Bolaños, buen historiador que no corta documentos a lo Salas, no subraya esta segunda frase. No cabe reprochar a Kindelán que no adujera ejemplos en sustento de su queja. Pero el caso es, y a su descubridor desgraciadamente parece que se le ha escapado, que el ejemplo citado por el Jefe del Aire no correspondía ni a la ofensiva sobre Vizcaya ni a la campaña del Norte entonces en sus comienzos. Kindelán se refirió, exclusivamente, al frente central. La redacción no admite duda.

Tampoco cabe pasar por alto la referencia de Kindelán a los “prejuicios doctrinales” por lo que se impone un comentario mínimo. Kindelán había sido uno de los primeros pilotos españoles. Había llegado a ser Jefe Superior de Aeronaútica a finales del reinado de Alfonso XIII. Como buen monárquico, no había aceptado la República. Se había dedicado a conspirar, con viajes a Roma en donde se entrevistaba con el exrey en su exilio. Mi particular sospecha sobre sus actividades en dicho terreno (no documentadas) es que probablemente estaba al corriente de las negociaciones en Italia sobre el suministro de material aéreo fascista que se concluyeron el 1º de julio de 1936 con los “contratos romanos” firmados por Pedro Sainz Rodríguez, que de aviación tenía  la misma idea que servidor tiene de filosofía medieval tibetana. Alguien, pues, tuvo que dar luz verde al resultado por parte de los conspiradores. El “técnico” de la conspiración era el teniente coronel Valentín Galarza era de Tierra y me cuesta trabajo pensar que lo hiciese. [Incidentalmente, me gustaría que alguna vez algún historiador neofranquista o parafranquista se atreviera a destruir con pruebas documentales que las inferencias que extraje de tales contratos, que cualquiera puede encontrar en un archivo de la calle de Alcalá madrileña, porque lo cierto es que han ignorado el tema].

Tampoco está documentado que Kindelán siguiera los avances en la utilización del arma aérea durante la primera mitad de los años treinta o que estuviera familiarizado con los desarrollos teóricos alemanes e italianos. Probablemente se había sentido más que satisfecho con las actuaciones de la Cóndor (y de la Aviazione Legionaria) en su papel de apagafuegos. Los bombardeos aislados, el apoyo a las tropas de tierra en acción y la lucha contra la caza y los bombarderos enemigos le habrían parecido de perillas.

No se ha encontrado que yo sepa, al menos todavía, que antes de la campaña de Vizcaya hubiese expresado Kindelán ante Franco críticas por el comportamiento de sus aliados. Es más, tampoco había dudado en dirigirse a Sperrle el 18 de enero de 1937 exponiéndole el problema que creaban los tanques rusos a las tropas “nacionales” al utilizarlos como anticañones. De aquí que le preguntara si no sería posible ensayar, contra ellos, el avión anticañón (sic) que tenía la Cóndor.

Sin embargo el 12 de abril Kindelán prosiguió en su queja a Franco afirmando que

“esta situación equívoca, no debe prolongarse un día más, por el riesgo que entraña, a juicio del General que suscribe. Precisa que exista un mando único, clara y plenamente aceptado por todas las Fuerzas Aéreas colaborantes (….) No se trata de cuestión de personas, todas dignas del máximo respeto, sino de principios militares; ni el Jefe del Aire pretende recabar la suprema autoridad indicando, como posible solución, de la que los Generales Sander [Sperrle], Manzini [Roatta] y Kindelán manden respectivamente las aviaciones alemana, italiana y española, bajo las órdenes del Generalísimo, transmitidas por intermedio de un general jefe del Estado Mayor del Aire”.

Al parecer el documento, que no he transcrito en su totalidad, se comenta por sí solo. Pues no. Para ello es necesario ponerlo en contexto.

Poco antes de que empezara la ofensiva en el Norte Sperrle hizo presente a Franco que era preciso contar con dos o tres brigadas más que las previstas y dotadas de la suficiente artillería para alcanzar la deseada ruptura del frente. Franco no aceptó. Con obligada sobriedad, el análisis posterior alemán de la campaña recogió tal carencia que, señaló, tuvo lamentables consecuencias. Fue una primera discrepancia.

El 2 de abril de 1937 Sperrle se dirigió a Kindelán indicándole que si las tropas no avanzaban con mayor rapidez no se entraría en Bilbao en el plazo previsto. El tan alabado historiador militar franquista, coronel Martínez Bande, en su narrativa de la campaña consideró que el juicio era un tanto sombrío, aunque con un fondo de verdad. Tuvo incluso la amabilidad de reproducir el escrito alemán. No comentó sin embargo los datos fácticos. ¿Había sido renuente la artillería? ¿Disparó poco o mucho? ¿Existía fuerte resistencia o no? ¿Hizo caso Franco de la invitación a visitar el frente?

El 11 de abril Sperrle subrayó, esta vez ante Franco, que si las operaciones llevaban tanto tiempo era porque no se había contado desde el primer momento con fuerzas suficientes. Es decir, Sperrle  se sintió obligado a “pasar” de Kindelán.  No estaba solo porque incluso el teniente coronel Antonio Barroso, jefe de la Sección de Operaciones del Cuartel General, pidió a Franco el refuerzo de las brigadas. No entro a enjuiciar si habría sido posible o no aumentar los efectivos. Martínez Bande se inclinó por la negativa con un argumento capcioso. No se disponía entonces de la gran masa de maniobra necesaria para estas operaciones.

Representativo de la forma en que los historiadores militares franquistas escribían la historia es el hecho de que tan distinguido coronel, regurgitando la documentación que entonces monopolizaba el Servicio Histórico Militar y a la que era difícil, cuando no imposible, acceder, se “olvidó” de abordar un aspecto fundamental. ¡Otro pillín!

Me expreso con un toque de ironía porque Martínez Bande ignoró la reacción de Franco al repetido “toque” de Sperrle, en el supuesto de que a Kindelán no se le hubiera olvidado dar cuenta del primero. Fue inmediata. Al día siguiente, 12 de abril, Franco solicitó al mando alemán que enviase al frente de Madrid todos aquellos aviones de que la Legión Cóndor pudiera prescindir en el Norte pues se necesitaban con urgencia en la región Centro.

Sperrle respondió el día 14 por escrito en alemán. Dejó absolutamente en claro, sin la menor sombra de duda, la relación entre el Caudillo y él en cuanto al empleo de la Cóndor.  Decía -en mi propia traducción- así:

Le informo nuevamente que tengo órdenes tajantes de utilizar la Legión Cóndor solo en bloque, de acuerdo con sus instrucciones, y no en partes aisladas. En estas condiciones se puso la Legión Cóndor bajo mi mando a disposición de V.E. en noviembre del pasado año”.

Es decir, después del período de bomberos, la primera condición del documento 113 subsistía plenamente. También la cualidad de Franco de emisor de órdenes, pero sujeta a la restricción ya conocida.  Sperrle comunicó a Berlín lo sucedido, es decir, consideró el episodio suficientemente grave. Esto es lo único que puede explicar que en el choque interviniese nada menos que el propio ministro de la Guerra alemán, el mariscal Werner von Blomberg. Es la única ocasión que conozco en que lo hizo. Se plasmó en un escrito dirigido a Franco. El mismo día en que recibió el telegrama de Sperrle, 14 de abril, von Blomberg envió una comunicación que nunca han mencionado los autores pro-franquistas, que yo sepa. Decía así:

En el interés de la tropa y de un éxito militar debo insistir en que la Legión Cóndor actúe siempre en bloque bajo las órdenes de su general en jefe, siempre y cuando este no decida de por sí y bajo su responsabilidad hacer una excepción”.

Es decir, existía una cierta flexibilidad. Sperrle podía autorizar una utilización algo menos estricta de la unidad bajo su mando, siempre y cuando pudiera defender tal excepción ante Berlín. No se trataba de imponer a Franco un ultimátum. Llama la atención que el mensaje se enviara en excelente castellano. Quizá no se quiso dejar al azar de una traducción local la eventualidad de una mala interpretación por parte del glorioso Caudillo.

Lo que antecede significa que Sperrle quería superar el período de apagafuegos. Su apuesta había sido por la desviación hacia el Norte. No se contaba con fuerzas suficientes y por ende no quiso o no pudo prescindir de aviones de la Cóndor. A Kindelán le dijo que en cuanto le fuera posible hacerlo, lo haría. En resumen, la carta Kindelán refleja que se había cogido un “pique” y que fue lloriqueando a Franco, quien sin pensárselo dos veces ordenó a Sperrle que obedeciera. Sperrle se negó. No estaba dispuesto a desviarse de los planes acordados conjuntamente.  Ni que decir tiene que tampoco Franco hizo caso a Kindelán en su propuesta de reordenar los canales de transmisión de sus órdenes. No era necesario. Ni lo fue días antes del bombardeo de Gernika. Ni lo fue después. Podemos afirmar, salvo demostración documental en contrario, que en marzo de 1937 Kindelán asumió el control operativo de toda la aviación, española y extranjera. Lo veremos en el próximo post.

Kindelán y la ofensiva de Vizcaya

4 julio, 2017 at 8:35 am

Ángel Viñas

En fiel aplicación de sus objetivos de exoneración de los mandos de Franco, el general Salas Larrazábal ocultó en todo lo posible las implicaciones de la coordinación de las fuerzas aéreas (alemana, italiana y española) en la preparación del avance contra Vizcaya en la medida en que pudieran afectar al Alto Mando franquista. En la edición 2012 de su magna obra reprodujo en el anexo 10 (pp. 218s) una orden para la colaboración y apoyo de las Fuerzas Aéreas con las Brigadas de Navarra como si procediera de la propia Legión Cóndor según podría desprenderse de su membrete (Libro 11, documento 352, Legión Cóndor I/a). Reconozco humildemente ignorar tal tipo de signatura.

Afortunadamente en el Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika se encuentra una selección de documentos de la Jefatura Regional Aérea del Norte, 3ª Sección, Operaciones. Esta Jefatura dependía del general jefe del Aire, Alfredo Kindelán. No es una selección demasiado amplia. Comienza con una copia de la anterior orden mencionada por Salas. Tiene como fecha la el 29 de marzo de 1937. Esto es, el mismo día en que Vigón firmó por orden de Mola la orden general para iniciar la invasión. Sorprende que Salas, al reproducirla, pusiera bajo su título este último día como fecha. ¿Quiere con ello indicar que fuera de la Cóndor se recibió en el mismo momento en que comenzaba la ofensiva?

Esta pregunta debemos contestarla con una rotunda negativa. El día 29 ya era, ciertamente, tardío pero puede explicarse por las discusiones que sabemos generaba la utilización del arma aérea, al menos la alemana, y que von Richthofen reflejó en su diario. El que la segunda orden se emitiera coincidiendo con la firmada por Vigón nos hace pensar que se trata de un indicio de que no emanó de la Cóndor sino del mando español o, como alternativa, que los mandos inferiores se hubiesen puesto ya de acuerdo previamente sobre las especificaciones. Lo cual no significa que dejaran en la ignorancia a sus mandos respectivos. Ni los españoles ni mucho menos los alemanes eran ejércitos tribales.  Es decir, es imponsible pensar que  Mola no estuviese de acuerdo con Kindelán y con los mandos de las aviaciones extranjeras.

Ahora bien, este era, precisamente, el procedimiento que se había seguido con la Cóndor a tenor de los “protocolos de actuación” que hemos señalado en un post anterior y cuando la Legión actuaba de bombero desde por lo menos diciembre de 1936.

Mola, general del Ejército del Norte, refrendó (a no ser que introdujera algunos cambios) el resultado de las negociaciones a nivel de Estados Mayores y en las cuales había estado representado por, entre otros, el coronel Juan Vigón.  Suponemos que la Jefatura del Aire cursó la orden a la Legión Cóndor que se encargó de distribuirla entre los mandos operativos de las fuerzas aéreas que actuarían en el teatro. Nos parece imposible que la Cóndor pudiera dictar una orden que también implicaba, y mucho, al Ejército de Tierra español. A este le correspondía, en efecto, la puesta en práctica del plan de ataque centrado en la ruptura del frente, combinando antes fuego artillero y el avance inmediato de la infantería.

Nuestra tesis, aparte de que es lógica (¿iban a dejarse dar órdenes Franco y Mola por los alemanes gracias a acuerdos aceptados simplemente por Vigón?), tiene también confirmación en otro documento. Afortunadamente Salas lo reproduce. Es el anexo 7 de su obra (pp. 212-214). Anterior a los del 29 de marzo.

Curiosamente, ¿o no por curiosidad?,  Salas se abstiene de fecharlo pero en esta ocasión no hay la menor duda de que se trata de un documento de procedencia franquista. Se inició con una rotunda afirmación: “Las instrucciones del Mando Superior establecen como rasgos esenciales” y sigue un largo detalle en relación con tres operaciones sucesivas. Contenía un apartado específíco sobre la “cooperación de las Fuerzas del Aire”.  El Mando Superior, obvio es decirlo, no podía ser Sperrle. Tampoco Kindelán. Sería o bien Mola o Franco. En cualquier caso, ¿puede pensar el amable lector que este último no estuviese al corriente? ¿Qué se hubiera tumbado a la bartola?

A tenor de tan interesante documento, “el detalle de la intervención de las Fuerzas Aéreas deberán (sic) regularse por acuerdo directo entre los mandos ejecutantes”. ¿Y quiénes eran estos? Pues los del Ejército de Tierra y de la Aviación. Es decir, Mola y Kindelán. Lo normal.

El documento también señaló que “no es posible establecer de antemano un plan completo de cooperación de las Fuerzas del Aire, aparte de la misión de vigilancia…” Para el día D se preveían “bombardeos previos de acuartelamientos y depósitos. Reiterados, si es posible, sobre Elorrio y Durango”.  Obsérvese que el conocido bombardeo de Durango tuvo un origen claro: el mando franquista.

¿Qué significa esto? Pues, simplemente, que dicho mando era flexible. Estableció un cuadro general y poco después reiteró los procedimientos plasmados en los “protocolos de actuación” que ya conocemos. Las fuerzas aéreas intervendrían a petición del  Ejército de Tierra.

Había correspondido a los mandos inferiores poner a punto los detalles. Salas, siempre “técnico”, escamoteó la reunión crítica que el 26 de marzo sostuvieron von Richthofen y Vigón, a pesar de que ya la citó Maier: entre sus resultados cabe destacar la determinación en común de la hora del ataque que dependería del tiempo, es decir, de los factores meteorológicos. También convinieron que la concreción del arma aérea dependería de la luz verde que diesen la artillería y la infantería, informando de que ya se encontraban en las posiciones de ataque y prestas para pasar a la ofensiva. Si Vigón dio el OK es obvio que no pudieron ignorarlo Solchaga (al frente de las Brigadas de Navarra), Mola, Kindelán y Franco. ¿O es que un coronel tenía carta blanca para asumir compromisos con una fuerza extranjera sin que se enterasen sus superiores?

Nosotros postulamos que existió una estrecha coordinación en el plano estratégico, operativo y táctico. Se había preparado, evidentemente, desde antes del comienzo de la ofensiva y si bien es cierto que los mejores planes pueden chocar con la realidad, lo que en parte ocurrió el 31 de marzo, ¿iban españoles, alemanes e italianos a desechar todo el trabajo efectuado hasta entonces?

No es pues de extrañar en absoluto que la orden del 29 de marzo sobre el apoyo a las Brigadas de Navarra, con la que hemos iniciado este post, previera la más estrecha colaboración de la aviación con las tropas de tierra. El lenguaje no deja lugar a dudas: “tiene que actuar en el día del ataque en estrecha colaboración con las tropas de tierra. Es preciso que la infantería propia con la mayor rapidez posible y sin pérdida alcance las posiciones enemigas”.

Después del ataque habría que actuar con el más fuerte fuego posible de ametralladora sobre movimientos reconocidos en los objetivos y en las posiciones. Salas distorsiona esta frase y, prudentemente,  elimina todas las referencias a que las unidades, después de los bombardeos y de regreso a sus bases para recargar bombas, tenían que dar cuenta de estar preparadas para actuar de nuevo. También elimina (ignoro porqué) la participación de los Junker en acciones con otras escuadrillas, que sí menciona. Pequeños detalles…

Todo lo que antecede muestra que Muñoz Bolaños exagera al afirmar que Vigón, “ocho días antes del inicio de la ofensiva, no tenía ningún conocimiento del papel [de la Aviación] y lo que resultaba más extraño, quién la iba a mandar”.

Tal papel, no hay que olvidarlo, se había abordado desde el primer momento una vez que los alemanes incitaron el desplazamiento hacia el Norte. En cuanto a lo segundo, Franco no se retrató hasta el último momento pero cuando lo hizo se decantó, naturalmente, por Kindelán.

Muñoz Bolaños ha aportado un documento (pp. 177-179) que esgrime como la prueba definitiva de “que no existía un mando unificado en la aviación sublevada, más allá de la jefatura suprema que Franco ejercía, actuando la Legión Cóndor y la Aviazione Legionaria con “autonomía excesiva” “ (p. 181).  Los documentos anteriores apuntan en sentido contrario. Lamento tener que corregirle la plana. El hacerlo es un tema que queda para el post siguiente. No por mantener en suspenso a los lectores sino porque los posts de esta serie gernikesa están resultando demasiado largos.