Popular Tags:

En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (V)

6 diciembre, 2016 at 9:44 am

Angel Viñas

Con este post finalizo el relato que Serrano Suñer hizo al agregado de prensa adjunto de la Embajada británica en Madrid. En el relato del exministro destacan tres orientaciones: la primera, y más importante, la “justificación” en términos ligeramente racionales de su política; la segunda, sus omisiones -ni fue sincero ni pudo serlo en aquellos momentos de espera a lo que podría ocurrir en la escena internacional; la tercera, su odio malayo a los franco-falangistas que le habían dejado caer como una vulgar colilla. Lo significativo, sin embargo, de este pequeño episodio no es el relato de Serrano sino su acogida en Londres. Lo veremos en los próximos posts.

CITA

“Serrano no tardó en darse cuenta de que en Falange había señales “no oficiales” de actividades alemanas. No formaban parte de los acuerdos adoptados en Berlín[1]. La duplicidad de algunos de sus “amigos” falangistas y sus intrigas personales con la embajada alemana fueron uno de los recuerdos más amargos de aquel período para él. “Yo”, afirmó, “fui un amigo del Eje pero nunca un servidor suyo. Manuel Valdés, subsecretario del partido, fue un caso de escándalo”[2]. Mientras Serrano Suñer decía esto, yo pensaba en otros “casos de escándalo” de los que él sabía como ministro de Exteriores y a los que prestó todo su apoyo y aliento. Sin embargo, no había ido a entrar en controversias con él sino a escucharle y obtener toda la información que pudiera.

8117228250_e2e0b68487_o[No albergué la menor duda de que en junio de 1941, cuando Serrano Suñer estaba plenamente convencido de la victoria alemana, divisó una gran ocasión para cumplir su promesa a Mussolini y tomar alguna parte en el aspecto militar de la guerra. El ataque alemán contra Rusia lo explotó al máximo la máquina de propaganda y pronto se alentó un ambiente de odio. Mostró que España todavía se encontraba, moralmente hablando, en un estado de guerra civil. El resultado fue la creación de la “División Azul”. Por fin, España daba un apoyo militar a Alemania. Quizá fuese insignificante cuantitativamente pero era un “gesto”. Tenía el apoyo de todo el partido, el Ejército lo aceptó y recibió las bendiciones de todos los reaccionarios del país, clérigos y no, cuya única preocupación era salvaguardar sus bienes y personas][3]. Franco esperaba que ello le proporcionase alguna influencia al final y, por consiguiente, una participación en el botín. La idea consistía en entrar abiertamente en guerra tan pronto como la Gran Bretaña se doblegara. Los Estados Unidos, naturalmente, todavía no habían entrado en liza[4].

Hacia el verano de 1942 Serrano Suñer dijo que empezó a sentirse preocupado por la creciente potencia de la aviación británica y la determinación norteamericana de utilizar al máximo sus inmensos recursos. Al mismo tiempo las intrigas de Falange comenzaban a amenazar su posición como vice-presidente  de la Junta Política. Arrese, una mediocre criatura hecha por Serrano Suñer, se convirtió en gobernador civil de Málaga después de que se le condenara a muerte por traición[5] y pretendía ponerse en primera fila. Su ambición no tardó en verse cumplida cuando entró en el Gobierno como secretario general del partido.

Al acercarse la conmemoración de la fecha del “Glorioso Movimiento” (18 de julio), Serrano Suñer –quien dijo que durante meses no había estado en El Pardo excepto cuando se le llamaba por cosas de rutina- pensó que mejor sería visitar a Franco. Fue a verle y le preguntó por el discurso que el Caudillo iba a dar, como en años anteriores, el 18 ante el Consejo Nacional. Le respondió simplemente, y con un gesto infantil, que no necesitaba su ayuda. No le enseñó el borrador y cuando escuchó las alusiones a la guerra en él contenidas se quedó helado[6].

[Recuerdo que este fue el discurso en el que Franco afirmó que Mr. Churchill había vendido el Imperio británico por 50 destructores y dijo a los EEUU que los aliados habían perdido la guerra][7]. Desde aquel día, señaló Serrano Suñer, la ruptura salió a la superficie. Por lo que dijo parece ser que entonces él mismo se dedicó a todo tipo de intrigas, incluso las más bajas, en el partido y desafió a sus enemigos al jugar a su mismo juego. El resultado fue el atentado con bombas hecho el 15 de agosto contra el ministro de la Guerra, general Varela, y cuyo capítulo final fue la ejecución de Juan José Domínguez, esbirro de Serrano Suñer.

En este punto se me ocurrió pensar en que los apologistas de Franco acentúan, a favor de su “neutralidad”, el despido de su ministro de Asuntos Exteriores y el nombramiento de nuevo del anglófilo Jordana. Esto no es así. Sabemos que a Serrano Suñer le echaron las intrigas del partido[8] que se aprovecharon del desprestigio que le provocó su asociación con personajes como Domínguez, el autor material del atentado, y José Luna, el instigador y organizador. Las relaciones de Serrano Suñer con sus compañeros de Gobierno, Varela (Guerra), Galarza (Gobernación) y con varios prominentes generales eran ya muy tensas[9]. El general Espinosa de los Monteros, embajador español en Berlín, dimitió como consecuencia de una discusión con Serrano Suñer[10]. La versión del militar era que el ministro había negociado con Hitler sin consultar con él, un procedimiento irregular que solo podía llevar a su dimisión.

De la noticia sobre la formación de la “División Azul” se enteró el embajador en una recepción cuando Ribbentrop le invitó a levantar su vaso en honor de “la fuerza expedicionaria española” a Rusia. Era la primera vez que Espinosa lo oía[11]. Serrano Suñer afirma que Espinosa regresó a España con la idea fija en hacerle caer. Se puso en contacto con sus enemigos dentro del partido y en Burgos –el mando estratégico más importante en aquellos momentos- se dirigió a los oficiales y jefes de la guarnición y a las autoridades civiles el mismo día de su llegada y le atacó violentamente[12]. Esto significaba el cese del general o la dimisión del propio Serrano. Franco no estaba todavía dispuesto a prescindir de su cuñado. El mando de Espinosa terminó súbitamente y quedó arrestado durante algún tiempo[13]. Más tarde, en situación de disponible, tuvo tiempo suficiente para continuar su vendetta. Por último socavó la posición de su enemigo con rumores de que Serrano Suñer estaba intrigando para echar a Franco y ponerse en su lugar. “Esto” –añadió- “puede parecer absurdo pero a mi cuñada (la mujer de Franco) y a mi sobrina, la Srta. Franco, se les dijo algo así para envenenar su corazón contra mí cuando en realidad yo había dado al Jefe del Estado los mejores años de mi vida”.

En el curso de esta larga conversación –en realidad se trató casi de un discurso- tuve que rogarle en repetidas ocasiones que cerrrase las ventanas de la habitación porque hablaba demasiado alto. Serrano no dijo una sola palabra contra el carácter de su cuñado como persona,  pero era fácil advertir el intenso odio que sentía hacia la casta militar en todas sus alusiones a los generales[14]. Estaba convencido de que habían terminado para siempre los días de los “pronunciamientos”. “Franco” –dijo- “es el último de los generalitos”[15] (una expresión sudamericana). En relación con el Partido el volumen de ropa sucia que sacó Serrano Suñer solo puede caracterizarse de repugnante. No mencionó en ningún momento la guerra civil o a los “rojos”. No pude por menos de recordar las entrevistas con él que presencié. Siempre despotricaba contra los “rojos” y sus atrocidades. Ahora le tocaba el turno al Partido.

(Firmado) B. Malley”.

FIN DE LA CITA

Los lectores podrían pensar. ¿Y esto es todo? La respuesta es no. Serrano estaba en Babia y no era un buen conocedor de la escena internacional. No sospechaba lo que pudieran conocer los británicos de su política y la de su cuñado. Menos comprensible es que no se cuestionara acerca de lo que de ella pudieran contener los documentos alemanes capturados por los aliados. Se los pasó por el arco de triunfo en las memorias de 1947 y, lo que ya es el colmo, en las de 1977. Un “genio” de política exterior.

Abreviaturas: DDI: Documenti Diplomatici Italiani (Documentos diplomáticos italianos)

(Continuará)

[1] No hay la menor referencia a tales acuerdos en la documentación sobre su visita. Sí es cierto que los nazis emprendieron algunas actividades potencialmente subversivas para acelerar la entrada de España en guerra. Las estudió Hans-Jörg Rühl en su tesis doctoral, que se publicó en España en los años de la transición. Fueron, todo hay que decirlo, un tanto amateur.

[2] Correcto. Camisa “viejísima”, también destacó por su perruna lealtad a Franco.

[3] De la cosecha del agregado de prensa adjunto. Esta mezcla entre relato de una conversación y comentarios propios demuestra que Malley no era un profesional.

[4] Este párrafo también  constituye una interpretación de Malley y no una reproducción de lo dicho por Serrano. Las itálicas son mías.

[5] Ignoro si esta afirmación es atribuible a Malley o a Serrano. Si fuera a éste hubo que esperar a sus memorias de 1977 para que explicara lo sucedido. En ellas, pp. 190-194, Arrese, a quien criticó duramente, no aparece como condenado a la pena capital en relación con los sucesos de Salamanca que acompañaron la creación del partido único en 1937. Entre líneas puede leerse que Franco, después, no le tuvo mucho aprecio y que Serrano le salvó de que pasara un mal cuarto de hora con Queipo. Sorbre Arrese, un “pelota”  consumado, Paul Preston ha hecho comentarios muy apropiados en su biografía de Franco.

[6] Fue un discurso muy famoso en el que afirmó que Inglaterra, aliada con Rusia, había perdido la guerra.

[7] Confusión  total de Malley que se equivocó totalmente. En un post ulterior veremos cómo el Foreign Office rectificó el despiste.

[8] Esto es, más o menos, correcto pero el relato de Malley sobre lo que le habría dicho Serrano resulta  deshilachado y poco esclarecedor. En las memorias de 1977, pp. 364-372, Serrano reconstruyó con gran detalle su versión del episodio al que atribuye su cese. No se produjo, afirma, por razones de política exterior, lo que creo que es correcto. Destaca en ella su profundo disgusto con muchos de sus antiguos camaradas, en proceso acelerado de conversión en lacayos de Franco.

[9] Obviamente Serrano no hizo mención a nada de ello en sus memorias. Tanto el ministro de la Gobernación (Galarza) como del Ejército (Varela) recibían sobornos vía Juan March. El primero culpó del atentado a “agentes al servicio de una potencia extranjera” (obviamente falangistas hipergermanófilos) que habían tratado de asesinar al segundo.

[10] Serrano obró para provocar su dimisión con el fin de colocar en su lugar al conde de Mayalde, a fin de fortalecer su propia posición en Berlín. En un escrito de quejas a Franco,  Espinosa de los Monteros contó un par de casos curiosos. Dos secretarios de la embajada no custodiaron debidamente las claves y solicitó su relevo. Serrano se negó y trasladó de Berlín a otro secretario nombrado a petición del embajador.  En una segunda ocasión von Ribbentrop  convocó a Espinosa y le pidió que se desplazara a Madrid para comunicar a Franco lo que le había dicho. Escarmentado, Espinosa redactó por si acaso una nota de queja. Ignoro si vio a Franco pero parece que la entregó ya que se conserva en la FNFF.

[11] Evidentemente esta versión se trata de un añadido-comentario de Malley.

[12] Si esto es lo que efectivamente afirmó Serrano, no entró en detalles. El embajador italiano, Francesco Lequio, consideró a Espinosa como una persona ponderada y de sentido común. Informó a Roma que el general había acusado a Serrano de “traición y de deslealtad”. DDI,  IX, vol. 8, doc. nº 481. Un episodio más de los muchos que relató sobre los choques entre el ministro y los militares. Serrano contraatacaba con declaraciones a periodistas extranjeros y haciendo publicar artículos en la prensa que le era adicta.

[13] El mando de la VI Región Militar no lo tomó Espinosa hasta enero del año siguiente y lo mantuvo solo durante unos meses. En sus memorias de 1947, p. 258,  Serrano lanzó contra el general un dardo afilado. En sus conversaciones con Saña, p. 205, se ensañó y le atribuyó dar coba a los alemanes para que le protegieran y para que Serrano no le quitara de su puesto.

[14]  De manera diluída también lo expuso en sus memorias.

[15] Franco Salgado-Araujo, primo hermano de Franco, en sus con frecuencia poco fiables memorias subraya en repetidas ocasiones la actitud de Serrano ante los uniformados. Dos ejemplos: «Sentía cierta superioridad respecto a los militares profesionales…. su formación intelectual, el ambiente universitario de la época … y el desconocimiento de la técnica militar y de los planes de estudios de las academias del Ejército … contribuyeron a que tuviera de la oficialidad profesional un concepto no muy bueno en cuanto a cultura y estudios»; «nos consideraba como personal de ligera cultura; opinaba que no hablábamos más que de asuntos profesionales y que no sabíamos nada de ´derecho romano y humanidades´», pp. 220 y 302 respectivamente.

En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (IV)

29 noviembre, 2016 at 11:18 am

Angel Viñas

Continúo con la transcripción de la conversación entre el señor Serrano Súñer, abogado del Estado y número uno de su promoción, con el agregado de prensa adjunto de la Embajada británica en Madrid. En esta parte el cuñado de Franco aborda su primer viaje a Berlín en calidad de ministro de la Gobernación y algo de la famosísima e hipermitificada conferencia entre Hitler y Franco en Hendaya. Los lectores observarán que no se entretuvo demasiado en ella. Esto es muy significativo porque, como veremos en un post ulterior, llamó poderosamente la atención de quienes en Londres analizaron el memo de Malley.

CITA

“Serrano Suñer fue a Berlín a mitad de septiembre de 1940 (entonces era ministro de la Gobernación) como emisario personal de Franco en respuesta a una petición urgente de Hitler[1]. Se trató de la misión más difícil que hasta entonces le había tocado desempeñar[2]. Hitler dijo a Serrano Suñer que había decidido que  había llegado el momento de cerrar el Estrecho[3]. Llamó a sus generales para que mostraran a Serrano Suñer los planes previstos para distribuir las tropas alemanas en la península, propuestas para bases aéreas y de submarinos y para el asalto final a Gibraltar[4]. Serrano Suñer no pretende arrogarse todo el mérito de haber convencido a Hitler que no debía entrar en España pero sí piensa que contribuyó a ello[5]. Hizo todo lo que pudo por explicar que España ya ayudaba a Alemania en todos los aspectos que podía. Incluso hasta el extremo de sacrificar a su propio pueblo al enviar a Alemania alimentos que necesitaba una población semi-desabastecida[6]; que su industria, a pesar de estar medio desvencijada, funcionaba también a favor de la causa alemana; que los servicios de Prensa y Propaganda estaban en su totalidad a la completa disposición de Alemania y que Falange, la única fuerza política española, era totalmente pro-alemana[7].

serrano-sun%cc%83er-hitler-lqsomosSi Hitler invadía España –el “paso” sería en realidad una invasión- (también la invasión napoleónica había tenido el lugar bajo el pretexto de “cruzar” hacia Portugal)- Alemania perdería a su mejor amigo en Europa y el único centro conveniente para realizar operaciones “diplomáticas”[8] contra la Gran Bretaña. El prestigio de Franco en su propio país se vería disminuído al entrar en guerra y al aceptar la llegada de un ejército extranjero, la población en general se dividiría y en ocasiones hubiera habido que acudir a la fuerza[9].

Nada de esto resiste al análisis crítico[10]. Serrano Suñer argumentó que la amistad española era algo que merecía la pena conservar y, después de todo, ¿por qué una potencia amiga tendría que forzar a España a entrar en una guerra cuando todavía sufría amargamente bajo el shock de su propia guerra civil? Y, además, cuando la victoria de aquella potencia amiga sobre sus enemigos era absolutamente segura[11].

Fue el 17 de septiembre de 1940 cuando Serrano Suñer tuvo su primera entrevista con Hitler[12]. Duró dos horas. En aquel tiempo Inglaterra sufría durísimos bombardeos y el propio Mr. Churchill decía a los británicos que estuviesen preparados porque los planes de invasión por parte alemana ya estaban a punto. Al día siguiente Ribbentrop fue a Roma a informar de las conversaciones y el 19 tuvo una larga entrevista con Mussolini. El resultado fue que se envió a Ciano a Berlín donde el 27 comunicó a Serrano Suñer la opinión del Duce. Al día siguiente Ciano, Ribbentrop y Serrano Suñer tuvieron otra larga conversación después de la cual él partió para Roma  y Mussolini le concedió una audiencia de hora y media. Según Serrano Suñer el Duce le apoyó en sus esfuerzos para mantener a España fuera de la participación militar en la guerra en aquellos momentos pero sugirió que podría entrar en ella en una fecha ulterior de tal suerte que hubiera la voz de dos naciones latinas en la conferencia de paz que pudiera servir de contrapeso a la “influencia germánica” en el Mediterráneo (sic).

Tres días más tarde Hitler y Mussolini se encontraron en el Brennero. Ciano, Ribbentrop y el general Keitel –el hombre que estaría a la cabeza del ejército expedicionario en España- estuvieron presentes en las conversaciones[13]. El resultado de todo ello, continuó diciendo Serrano Suñer, fue un pacto por el cual España se convirtió en un aliado no militar del Eje y se comprometió a ayudar a Alemania e Italia en los planos económico y político por todos los medios a su disposición[14].

La dirección de los temas exteriores quedaría en manos de Serrano Suñer (asumió la titularidad del Ministerio a su regreso a España tras haber dado cuenta de todas sus negociaciones a Franco). Serrano Suñer tiene la seguridad que fue la falta de aprobación por parte de Mussolini de la invasión de España la que salvó la situación[15].

El histórico encuentro de Hitler y Franco en Hendaya el 23 de octubre, en el que estuvieron presentes Serrano Suñer y Ribbentrop, fue la confirmación de los acuerdos a que se había llegado en Berlín[16]. No fue en Hendaya, como se afirma habitualmente, cuando Franco “resistió a las demandas de Hitler”[17]. A Serrano Suñer le había nombrado Franco ministro de Asuntos Exteriores seis días antes (sic) y Hitler comprendió que los intereses de Alemania en España se encontraban en buenas manos. Cuando Serrano Suñer fue a Berlín encontró un cierto sentimiento de hostilidad por parte de Hitler. Este tenía enormes prevenciones contra la presencia de Beigbeder en el Ministerio de quien dijo que era anglófilo y que se había vendido a sir Samuel Hoare[18].

Las relaciones con España, afirmó el Führer, correrían peligro a no ser que Beigbeder saliera del Gobierno de Franco. El propio Serrano Suñer cree que, de haber continuado Beigbeder, Hitler habría podido llevar a cabo sus planes de entrar en España[19]. Con sir Samuel Hoare en Madrid el Führer no podía tolerar a un ministro de Asuntos Exteriores que no hiciera suya la causa del Eje.

[Serrano Suñer se sintió satisfecho de que en el Ministerio había hecho lo mejor que pudo a favor de su país. En realidad, hizo todo lo que Hitler quería[20]. La  maquinaria de propaganda estaba en sus manos[21]. Además de ser ministro de Exteriores era vicepresidente (sic) de la Junta Política (en la práctica presidente del Gobierno) y Delegado Nacional de Propaganda. También controlaba el Ministerio de la Gobernación. Durante diez meses mantuvo sin cubrir el puesto colocando al frente del mismo a un fiel servidor: José Lorente. Había trabajado con Serrano Suñer como subsecretario y siguió en tal Ministerio. El conde de Mayalde, otro fiel amigo, un sinvergüenza de la peor especie[22], se convirtió en director general de Seguridad e hizo todo el trabajo sucio de Serrano en el Ministerio hasta que su jefe lo envió a Berlín de embajador diez meses después].”

FIN DE LA CITA       

Lo que va entre corchetes es de la cosecha de Malley, evidentemente. A los madrileños, como servidor, su referencia al conde de Mayalde les sabrá a poco. No estará de más indicar que son muchos los historiadores, incluido quien esto escribe, que han echado de menos sus despachos de Berlín. No había rastros de ellos en el archivo de Exteriores. Un auténtico milagro que no ha excitado la atención de quienes continúan, dale que te pego, levantando panegíricos a la política de Franco y de su cuñado.

(Continuará)

[1] Falso. En ADAP, D, X, 3, doc. nº 87, se reproduce un telegrama de von Stohrer de 2 de julio de 1940. En él se mencionó que ya el 26 de junio precedente Serrano le había expresado su deseo de ir a Berlín, eventualmente de incógnito, para explorar la situación. Parece obvio que esto tuvo que ver con las gestiones de Vigón y la nota verbal de Magaz en la que se expresaban los deseos territoriales españoles junto con el de entrar en guerra.

[2] Supongo que esto lo dijo Serrano. Era cierto, porque hasta entonces solo había salido como ministro una vez al extranjero, a Italia, en un viaje que no tuvo resultados operativos pero que levantó muchos comentarios.

[3] En sus memorias (1947, p. 181) lo presentó de otra manera: “Nada tuvo todavía en su conversación un tono conminatorio o apremiante”. Lo que dijo a Malley, si lo dijo así, no es cierto.

[4] En sus primeras memorias la escena cambió. Hitler no le invitó a ver nada. El mapa (de África) se encontraba en casa de von Ribbentrop. Serrano afirmó que recordaba perfectamente la escena. Algo no cuadra.  Por lo que sabemos, los alemanes no querían todavía bases de submarinos pero sí una aérea en Canarias. De la distribución de tropas no hay la menor constancia. Serrano probablemente exageró ante Malley con el fin de proyectar una imagen de peligro inmediato por el lado nazi.

[5] Importante matización, que se eliminaría en las memorias. A Malley no le dijo nada de su entrevista previa con von Ribbentrop, cuidadosamente preparada, al igual que la que tuvo con Hitler, ya que él y von Stohrer habían estado en estrecho contacto previo. El lector curioso puede comprobarlo en ADAP, D, XI, 1, doc. nº 30.

[6] Esto desapareció en sus memorias en las que los temas económicos brillan por su ausencia. Como los británicos conocían perfectamente las dificultades de aprovisionamiento por las que España había atravesado, lo más verosímil es que Serrano aludiera a ellos para exagerar el coste de la “no beligerancia”.

[7] Todas estas afirmaciones son ciertas. Serrano podía hacerlas porque, en puridad, eran accesorias para justificar su objetivo principal: la defensa de la “hábil prudencia” propia –y del Caudillo.

[8] Las comillas son del original. Malley probablemente deseó indicar que las operaciones habían sido de una naturaleza muy diferente y más cortante.

[9] Una forma sutil de expresarse. ¿Se habría revuelto la población? ¿O quizá un sector del Ejército? ¿En quién pensaba Serrano como posibles “rebeldes” si el país se encontraba en estado de guerra permanente?

[10] Afirmación de Malley.

[11] Nada de ello figura en las minutas alemanas, pero Serrano hizo bien en dar coba. Franco y él la recibían a raudales. Lo mejor era dársela también a Hitler.

[12] El contenido de la misma no lo comunicó Serrano a Malley pero los documentos diplomáticos capturados lo revelan claramente. Las referencias a España que von Ribbentrop hizo a los italianos aparecen con toda nitidez (ADAP, D, XI, 1, docs. nº. 73, 79 y 87).

[13] La minuta de la reunión (ADAP, D, XI, 1, doc. nº 149) no menciona la presencia de Keitel que, además, no era la persona que llevaría a cargo la operación. Estaba al frente del Oberkommando der Wehrmacht y hubiese sido el colmo que Hitler aceptara desprenderse de él. El encargado era un militar supernazi, el mariscal Walther von Reichenau.

[14] Sería un pacto no escrito, porque el único que España suscribió (después de Hendaya) fue el de Acero.  Serrano quiso desorientar a los británicos como después continuó desorientando a sus lectores.

[15] En modo alguno planteó Hitler seriamente invadir España. Sí es cierto que Mussolini afirmó que las peticiones norteafricanas de España eran irreconciliables con los intereses franceses por lo que aconsejó esperar a ver qué pasaba.

[16] Correcto.

[17]  Significado oscuro. ¿Lo hizo Serrano antes en Berlín? ¿O fue después de Hendaya y Berchtesgaden?

[18] Esta última afirmación responde a la realidad. En el Brennero, Mussolini se lo dijo a Hitler. La hostilidad no está documentada.

[19] Hipótesis completamente inverificable.  Nada de ello aparece en las memorias de 1977. Parece obvio que Serrano quiso hacer la cama a su predecesor.

[20] Esto debió escribirlo Malley en plan interpretativo.

[21] En sus memorias (1947, p. 163) afirmó exactamente lo contrario. En la versión de 1977 ofreció más detalles en este mismo sentido. Todo falso.

[22] Caracterización de Malley.

En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (III)

22 noviembre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

Como he señalado en los posts anteriores la mejor forma de empezar a ver cómo el poderoso cuñado de Franco empezó a poner los ladrillos para fabricarse una leyenda a su medida ante la opinión exterior (en este caso británica) y ello como paso previa a la destinada al consumo interno (y luego externo por la vía de la traducción francesa de la primera versión de sus memorias) estribó en poner en conocimiento de su interlocutor, Bernard M. Malley, agregado de prensa adjunto en Madrid lo que habían sido sus propósitos y sus cuitas. Naturalmente es imposible tomar sus manifestaciones al pie de la letra. En primer lugar, porque fueron transmitidas por Malley que, imagino, no tomaría notas en la entrevista. Pudo hacerlo, desde luego, pero lo más normal es que pusiera sobre papel su memorización tan pronto como se encerrara en su oficina. Es una técnica que he utilizado millares de veces, al igual que innumerables colegas y amigos. En segundo lugar, porque al hacerlo probablemente se le deslizaron errores. Así que en la transcripción de la conversación señalaré en notas a pié de página mis observaciones más importantes. El memorándum que Malley sometió a su embajador y que este transmitió a Londres decía lo siguiente (que reproduciré en varios posts con el fin de no alargar cada uno).

CITA

“La línea principal del largo parlamento de Serrano Suñer fue su política a favor de Alemania durante los tres años en que fue ministro (1939-1942). Dejó absolutamente en claro que fue amigo de Alemania e Italia y que dirigió la política exterior de España con una orientación favorable a la causa del Eje. Fue pro-Eje porque estaba convencido, mientras fue ministro, de que Alemania iba a ganar la guerra[1]. En ningún momento su juicio estuvo oscurecido por los prejuicios de la guerra civil[2]. Sabía perfectamente que no había ningún general español que no estuviera seguro de que Alemania ganaría[3]. Mucho antes de llegar al Ministerio de Asuntos Exteriores el 17 de octubre de 1940, la gran mayoría de todos los sectores sociales en España creía que el Imperio británico estaba condenado[4]. El fue pro-alemán y estaba orgulloso de haberlo sido porque los intereses vitales del país no podían defenderse mejor de otra manera en aquel tiempo. Si en la perspectiva de un triunfo alemán España hubiese permanecido estrictamente neutral hubiera tenido escasas esperanzas de que se le escuchara favorablemente en relación con sus aspiraciones sobre Marruecos a expensas de Francia y el deseado retorno de Gibraltar no se habría convertido en realidad[5].

[No pude por menos de pensar que esta descripción inicial de la política pro-alemana de S. S. es la negación completa de la “perfecta” neutralidad española que Franco tuvo la arrogancia de exponer en su carta a Mr. Churchill[6] y que posteriormente sus ministros, su máquina de propaganda y sus apoyos eclesiásticos tanto se han esforzado en difundir. El rechazo de esta “neutralidad” española lo ha caracterizado recientemente el obispo de Orense como “una injusticia odiosa”. Sin embargo Serrano Suñer, cuyas funciones como ministro de la Gobernación y de Asuntos Exteriores fueron en gran medida equivalentes a las de un jefe de Gobierno, reconoce la política nada neutral que se siguió durante tres años y, de hecho, mantiene y trata seriamente de justificarla como algo indispensable para defender los intereses de España en el período anterior a los desembarcos aliados en el Norte de África][7].

Serrano Suñer continuó afirmando con rotundidad que fue la amistad, y solo la amistad, lo que impidió que Hitler pasara por España hacia Gibraltar[8], que España nunca fue neutral mientras él fue ministro. España no podía serlo porque habría sido una locura. Una política pro-alemana era esencial. Alemania tenía que estar contenta en todos los aspectos salvo el que implicaba la participación militar activa en la guerra[9]. Aparte del hecho de que Franco no estaba entusiasmado con la idea de tener a un gran ejército extranjero dentro de las fronteras españolas, la situación de España tras la guerra civil era difícil. Los consejos de guerra funcionaban diariamente[10]. Las cárceles estaban llenas de prisioneros políticos y los problemas de alimentación y transporte eran muy agudos. En tales circunstancias el país tenía que gobernarlo una Administración improvisada que se enfrentaba a inmensos problemas económicos y sociales y muchos  otros, complicados por la situación bélica europea[11].”

FIN DE LA CITA

Interrumpo aquí el memorándum de Malley sobre su conversación con Serrano. Ya en esta parte se observan dos notas típicas del exministro: egocentrismo y desprecio absoluto por las condiciones materiales en que se encontraba la sociedad española, en un período que fue de auténtica hambruna. Algo que, por lo demás, los británicos conocían perfectamente.

(Continuará)

[1] Esto, como es sabido, fue uno de los temas esenciales de sus ulteriores memorias.

[2] Tal afirmación desapareció en los escritos dirigidos al público y es rotundamente falsa.

[3] Falso. Quizá Serrano buscase la comprensión de sus interlocutores británicos. En sus memorias de 1977, p. 288, mencionó a Muñoz Grandes, Yagüe, Juan Vigón, que sí lo estuvieron. De Aranda dijo que lo fue solo al principio. No mencionó a los que no lo fueron. Esta es la única frase de Serrano que una historiadora británica, Jill Edwards, utilizó  en su libro al referirse a la entrevista.

[4] Falso. Los británicos, que habían hecho sus propios análisis durante la guerra, es difícil que creyeran tal exageración.

[5] Tal afirmación podría considerarse como representativa de la más cruda Realpolitik serranista. Pero en sus memorias (1947, pp. 151s)  escribió algo muy diferente: “Si no nos sumábamos al vencedor, ¿cómo librarnos de ser ocupados? (…) La neutralidad químicamente pura, una neutralidad sin palabras, sin actitudes, sin gestos de amistad, habría sido nuestra catástrofe”. Otro tipo de “Realpolitik”, esta vez de tendero.

[6] Enviada a través del duque de Alba con fecha 10 de octubre de 1944. Franco no le autorizó a que la entregara hasta el 21 de noviembre.  Alertaba del peligro comunista y proponía una especie de pacto europeo occidental en contra. Alabó al Reino Unido. La misiva generó un debate en el interior del Gobierno en el que, al final, se impuso la voluntad contemporizadora de Churchill con respecto al dictador. La respuesta tardó un mes, tras largas discusiones. Es un episodio bien conocido y analizado.

[7] Lo que va entre corchetes es, obviamente, un comentario de Malley. No es el tipo de técnica que yo seguiría.

[8] No es cierto, aunque es posible que Serrano lo pensara así. Lo que realmente ocurrió se ha descrito en la historiografía.

[9] Este fue el núcleo de la leyenda franquista y que Serrano utilizó para alzarse como el redentor de la “no beligerancia” española.

[10] En sus memorias (1947, p. 127) Serrano utilizó, sin embargo, otro de los motivos caros a la propaganda franquista:  el mayor problema, impedido por la guerra exterior, habría sido “el de la generosa y total asimilación de la masa vencida, el problema de la liquidación de la guerra civil”. La comparación con la caracterización en itálicas (mías) deja traslucir una notable falta de pudor.

[11] Correcto, pero nada de ello fue absolutamente dirimente. Tampoco apareció en sus memorias dos años después.

En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (II)

15 noviembre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

En el post anterior denuncié -siguiendo la pista abierta por Antonio Marquina y continuada por otros autores- el clamoroso escándalo que implica que en el Ministerio de Asuntos Exteriores no se halle prácticamente ningún documento que aclare la gestión de la política seguida de 1940 a 1942. En cambio sí contamos con numerosas apreciaciones personales de su protagonista. Realmente, todo un éxito que es imprescindible matizar.

franco-mussolini-y-serrano-sun%cc%83erSerrano comenzó a tomar posiciones para labrarse un papel en la historia en el momento mismo en que el régimen franquista aparecía poco menos que como un paria a la mayor parte de la opinión pública occidental. Sus opiniones, privadas y  públicas, no pudieron llegar en mejor momento. Es más, se situaron en paralelo a la orwelliana doctrina sentada por el Mando. Basta con rememorar la línea directriz que guió la fundamental obra de Agustín del Río Cisneros, aparecida en 1946[1],  un año antes de las memorias serranistas:

España cumplió su misión, absteniéndose en una guerra que no le competía, con la mayor corrección internacional. España defendió (sic) su territorio de la expansión germánica porque así lo exigía el imperativo de la independencia nacional, pero no violó ningún compromiso ni quebró ninguna alianza, ya que España no estaba atada por ningún convenio que le obligara a participar en la contienda[2].

Del Río no tuvo el menor empacho en copiar casi literalmente a Franco. Así iba seguro. En cuanto a Serrano se olvidó de las implicaciones del tratado de amistad hispano-germano de 1939, del Pacto de Acero y de lo que realmente había ocurrido. Se explica que suscribiera el mismo neolenguaje para referirse al pasado.

Pero ya antes de publicar la primera versión de sus memorias, Serrano se preocupó de poner en conocimiento de los británicos su interpretación de lo que había sucedido. Es un hecho curioso que ningún historiador español o extranjero ha explicado debidamente. ¿Por qué dirigirse a los enemigos de hacía tan solo tres años? ¿Por qué hacerlo subrepticiamente? Algunas explicaciones pueden darse. Serrano, cuando llegó a Exteriores en octubre de 1940, tenía ideas muy primitivas sobre la realidad internacional y ninguna cualificación especial para que Franco le destinara al Palacio de Santa Cruz. Sus escarceos con diplomáticos extranjeros habían sido lamentables, como algunos de ellos plasmaron en sus propias memorias o en sus informes a las capitales. Ante la sometida opinión pública española, Arriba (por él controlado) y el resto de la sumisa prensa ofrecían, naturalmente, una imagen muy diferente. Pero Serrano era, a pesar de todo, un hombre lo suficientemente inteligente para avanzar peones por los oscuros pasadizos de los contactos privados y personales.

Es lo que hizo nada más terminada la segunda guerra mundial, con una serie de declaraciones confidenciales a los británicos. No estuvieron pensadas para conseguir un impacto público sino, quizá, para influir en Londres por vía reservada. Es notable que se dirigiera a representantes del país que en 1947 consideró de forma pública y un tanto agresiva como uno de los enemigos seculares de España. Léase a título de ejemplo:

El grupo anglo-francés dominante durante nuestras peores etapas políticas había sentenciado a España a ser un pueblo de tercer orden, un mero satélite, un mercado, una fuente de contadas materias primas (…) Por donde quiera que se extendieran los anhelos de prosperidad de España aparecían los países dominantes: si por la propia Península, era Inglaterra (Gibraltar, la alianza peninsular y tantos otros intereses españoles eran objeto del veto inglés); si por Marruecos, Francia reinaba allí quia nominor leo…[3]

Para presentar las declaraciones de Serrano no públicas, conviene reproducir el despacho de remisión con que el entonces embajador británico en Madrid sir Victor Mallet las acompañó el 8 de octubre de 1945.

Tengo el honor de incluir un interesante relato de Mr. Malley, agregado de prensa adjunto[4], sobre una conversación que ha tenido recientemente con el señor Serrano Suñer. Mr. Malley, que solía servir de intérprete para mi predecesor en sus entrevistas cuando el señor Suñer era ministro de Asuntos Exteriores, se encontró con él en dos o tres ocasiones en 1944 en la Universidad y otros lugares. Hace unas cuantas semanas el señor Serrano Suñer dijo a Mr. Malley que había estado buscando una ocasión para hablar con él porque estaba muy preocupado por la seguridad de sus seis hijos, el mayor de los cuales solo tiene 13 años de edad. El señor Serrano Suñer también dijo que sabía muy bien que su propia vida y la de su mujer estaban en peligro pero que su preocupación principal era la seguridad de sus hijos en el caso de que pudiera producirse repentinamente una algarada en el país[5]. La conversación derivó después hacia la historia pasada y al final invitó a Mr. Malley a cenar en privado con él a fin de continuar la charla. No había motivo alguno para que Mr. Malley no aprovechara tal ocasión y la conversación que figura en el memorándum adjunto es, en mi opinión, de interés histórico. Arroja luz sobre la mentalidad de Serrano Suñer y sobre el papel que desempeñó en la primera parte de la guerra.

El señor Serrano Suñer no intenta en modo alguno negar su política de pleno apoyo al Eje por cuanto que estaba convencido de la victoria alemana y de que “los intereses vitales de su país no podían defenderse mejor de otra manera en aquel tiempo”. Esta confesión de la política pro-alemana del Gobierno español está, por supuesto, en total contradicción con las afirmaciones recientemente repetidas por parte de Franco de que España fue realmente neutral durante la guerra. Quizá en el futuro pueda presentarse la ocasión de llamar la atención del Generalísimo sobre el hecho de que su propio ministro de Asuntos Exteriores no comparte las opiniones que él ha manifestado en relación con la neutralidad española durante los importantísimos años entre 1940 y 1942[6].

Obsérvese que el nuevo embajador (llevaba tan solo unos pocos meses en Madrid[7] tras haber pasado por la embajada en Suecia, otro país neutral) no quiso meterse en berenjenales. Destacó el extremo más importante en 1945: la rapidísima vuelta a la tuerca de la propaganda que llevaba meses declinando el mismo tema. Los rasgos esenciales eran los previsibles: la neutralidad conseguida por el Generalísimo con el aplauso y consentimiento de todos los españoles, el haberse zafado de la gravísima amenaza que representaban los ejércitos beligerantes en las fronteras españolas, el valor de la conducta frente al hegemónico poder alemán, la no aceptación de cualquier compromiso internacional salvo con Portugal, etc[8].

Esta presentación sirvió también para apoyar la tesis de que en la España de la postguerra sobre la dictadura nazi y Alemania cayó rapidísimamente un espeso velo de silencio. La propaganda oficial ya había sentado las bases para reinterpretar y reescribir la postura ante el conflicto mundial. De la misma manera que la dictadura “plastilinizó” el pasado en la República y la guerra civil también aplicó los mismos mecanismos para  “plastilinizar” -a manera de historia instantánea- los años más recientes. Un pasado que del Río Cisneros presentó para el consumo de una población sojuzgada, hambrienta e idiotizada a fuerza de racionamiento y propaganda:

Desencadenada la guerra universal, España mantuvo una posición neutral y pacífica, esforzándose en localizar la guerra, evitando, con su hábil política exterior, que los países del Eje, totalmente victoriosos en los primeros años de la guerra, rebasasen sus fronteras, con daño para las naciones aliadas[9].

Hacía falta tener “papo”.

(Continuará)

[1] Viraje político español durante la II Guerra Mundial, 1942-1945, y réplica al cerco internacional, 1945-1946, Madrid, Ediciones Europa, 2ª edición, 1977.

[2] El autor (1909-1992) fue un conocido periodista, glosador de las insondables profundidades del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera y del no menos inmarcesible de Franco. Fue director de ediciones del Movimiento y jefe de su Gabinete de Estudios de Prensa. Algunas de sus numerosas obras están disponibles en la red, alojadas en portales de editoriales de sensibilidad, digamos, pro-nazi. Como corresponde.

[3] La traducción castiza sería “porque sí”. En el buscador de Google es fácil encontrar su origen.

[4] Malley había vivido la mayor parte de su vida adulta como profesor de inglés en España. Cuando estalló la guerra civil daba clases en un colegio en El Escorial. Se refugió en la embajada británica. Su conocimiento de la escena española le llevó a servir a las órdenes de sir Robert Hodgson, el primer agente británico en la zona franquista. Más tarde pasó a la embajada al establecerse las relaciones diplomáticas plenas en 1939. Era un católico ferviente. Se mezclaba bien con el pueblo llano e informaba de ámbitos adonde no llegaban habitualmente los diplomáticos. En 1951, ya era consejero. Fue ascendiendo poco a poco en el escalón de condecoraciones (el 1 de enero de 1942 y 1952 en la orden del Imperio Británico y en junio de 1962 en la de Saint Michael and Saint George como comendador –CMG o, en el argot, “call me God”. Escribió numerosos informes. Comparando los anuarios diplomáticos británicos uno se pregunta si había algo más detrás de Malley. Una vez nombrado consejero, siquiera fuese con rango local, pasó a ministro y luego descendió a primer secretario. No conozco la mecánica interna del escalafón del personal contratado en las embajadas británicas pero tales vaivenes parecen un tanto sorprendentes. Se jubiló a principios de los años sesenta.

[5] Naturalmente me es imposible saber si ese fue el motivo que llevó a Serrano a tomar contacto.  Si lo fue, es que consideraba muy crítica la situación interna española, lo cual no deja de ser significativo. No obstante, si preparaba el terreno para una eventual petición de, digamos, asilo el procedimiento parece, aunque no raro, sí un tanto extraño. No cabe descartar que se tratase de una excusa.

[6] Las itálicas son mías.

[7] Presentó credenciales a Franco el 27 de julio de 1945 y no dejó de contarle algunas verdades del barquero: en Inglaterra existía un sentimiento generalizado de desconfianza hacia el régimen, asociado con su amistad con las potencias fascistas, y no se olvidaba que había expresado su esperanza de una victoria alemana. Franco le interrumpió diciéndole que todo eso se había exagerado y que nunca había tenido la intención de aliarse con los enemigos del Reino Unido, ni siquiera en 1940. Lo de la División Azul no había sido sino una mera gota de agua. España no quería vivir aislada de sus vecinos y amigos. Mallet replicó que ya estaba bastante aislada y que lo estaría todavía más.

[8] La lectura de las páginas del semanario El Español de aquella época es sumamente instructiva.

[9] Serrano abundó en sus memorias de 1947, p 203: “España (…) sin romper sus relaciones con los aliados, poco, poquísimo, podía dañar los intereses de estos”.

En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (I)

8 noviembre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

El poderoso ministro de Gobernación y luego de Asuntos Exteriores plasmó su gestión en memorias que han atravesado por diversas versiones, directas o indirectas. Entre unas y otras existen numerosos cambios. A veces. un tanto minúsculos. Otras, de tono grueso. Casi siempre sorprendentes. Quien tergiversa de un momento a otro no inspira confianza. Sobre todo cuando están en juego intereses significativos (deseo de pasar a la Historia con una cierta imagen, necesidad de  autoexculpación, etc.).  Nunca se subrayará lo suficiente que en lo que al franquismo se refiere hay que andar con pies de plomo al abordar los recuerdos y testimonios de sus protagonistas. Es preciso pasarlos por un cendal crítico y mucho más en este caso. Algo que, bien o mal, intento hacer en este blog.

leibstspandelberlin1940Muchos de los mitos propalados por Serrano perduran, quizá porque es imposible contrastar algunas de sus afirmaciones. Ningún memorialista fiable estuvo en las reuniones que tuvo en  Berlín. Tampoco en Hendaya ni en Berchtesgaden. De entre sus acompañantes Tovar no escribió nada. El barón de las Torres mintió en lo que se refiere al famoso encuentro de los dictadores. Es incluso difícil saber si en sus presuntos últimos recuerdos Serrano continuó fabulando o lo hizo su entrevistador.  En la duda, hay que utilizar críticamente la evidencia primaria relevante de época.

Cuando esto se hace Serrano aparece como un auténtico precursor de la versión que sigue todavía propagándose en España sobre la “hábil prudencia“ de Franco. El exministro no se encerró en una actitud negacionista, como la dictadura, sino que supo soltar balasto para defender lo esencial. En ello, y poniendo en juego toda su autoridad como actor y memorialista, fue uno de los máximos adelantados en suministrar una, aparentemente, sólida base a la versión que constituye en la actualidad la ortodoxia neo y para-franquista.

A la hora de «deconstruir» su narrativa, lo primero a tener en cuenta es que desde muy temprano Serrano mostró un desmedido interés por labrarse una imagen adecuada. Se dedicó a ello, inteligentemente, desde los meses que siguieron al final de la segunda guerra mundial. Continuó en la primera versión de sus memorias cuando en 1947 se preocupó de subrayar que, “con la pura verdad –verdad limpia y sin jactancias, depurada de leyendas mixtificadoras-“, lo que se proponía era justificar sus actos de gobierno tal y como fueron.

Treinta años más tarde argumentó que en aquella ocasión no pudo decir toda la verdad. Tenía razón. La publicación de las cartas que Franco le escribió a Berlin (y que dio a conocer en 1977) no habría dejado al dictador bajo la mejor luz y así, desde su primera salida pública, Serrano terminó confesando cosas que no cabía ignorar ya que era previsible que en algún momento verían la luz los documentos alemanes de que se incautaron los aliados[1].

Para precisar los orígenes y la congruencia de la estrategia que Serrano puso en marcha es necesario acudir ante todo a  la evidencia que llegó a los británicos inmediatamente después del segundo conflicto mundial. Que sepamos, ninguno de sus hagiógrafos o panegiristas lo ha hecho. Tampoco el último por ahora de ellos, Ignacio Merino [2].

Siempre reconoció el exministro que no podían defenderse todos y cada uno de los mitos creados en torno a la “no beligerancia” española por la propaganda de la dictadura. Su estrategia estribó en dar migajas de evidencia a cuenta gotas y que llevaran a los historiadores del futuro a la conclusión con la que quería que su imagen quedase fijada. Lo más importante era defender el núcleo fundamental: fue preciso ser amigos de Alemania porque, de lo contrario, los nazis habrían invadido España. Este núcleo inspiró antes y continúa inspirando hoy las distorsiones neo y para-franquistas.

Obviamente Serrano no previó que en los archivos militares españoles pudieran hallarse documentos que permitiesen arrojar dudas sobre sus versiones, particularmente en lo que se refiere al año crítico que fue 1940. Es probable que tampoco le inquietara que, tarde o temprano, documentos españoles pudieran compararse de forma sistemática con los que figuran en los archivos británicos, alemanes e italianos. En 1977 se sorprendió de que uno de los papeles cruciales hubiera desaparecido de los fondos del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Quizá se tratase de una sorpresa fingida porque lo cierto es que no solo desapareció el documento por el cual España se adhirió al Pacto de Acero y prometió adherirse al Tripartito sino que también desaparecieron los papeles de casi todos los niveles importantes del Ministerio generados durante su gestión. En los años de la Transición y posteriores Antonio Marquina denunció este escandaloso hecho en múltiples ocasiones. Es algo que no he constatado en ningún otro caso en los archivos de política exterior de la dictadura y que no tiene paralelos, que conozca, en ningún otro país europeo occidental. Spain is different.

Bajo la apariencia de memorialista escrupuloso Serrano se construyó toda una leyenda. Franco no se opuso, pero es inevitable que se examinara antes en El Pardo con sumo cuidado [3]. Como muy tarde, debió de ser entonces cuando Franco apreció los “recuerdos” de su cuñado (sumamente ortodoxos en relación con los mitos franquistas sobre la República y la guerra civil hasta el punto que hoy causan vergüenza). Posiblemente pensaron ambos que serían un arma de contrapropaganda  muy útil en el período del “cerco”. Algo después apareció en francés la versión para el extranjero de sus memorias [4].

Era una época en la que a la dictadura se la contemplaba en el exterior como un último residuo del fascismo pero con respecto a la cual en el seno de los Gobiernos británico y norteamericano se habían producido –y continuaban- tensiones internas y bilaterales respecto a cómo tratarla. De cara al exterior todas las dificultades se  encubrieron con la declaración de los “Tres Grandes”  (US, URSS y Reino Unido) del 2 de agosto de 1945 por la que ninguno de ellos abogó a favor de la entrada de España en las recientemente establecidas Naciones Unidas.

Durante un cierto período ulterior británicos y norteamericanos mostraron acercamientos y discrepancias en torno a cómo lidiar con Franco, cuya posición internacional siguió sin ser demasiado agradable, aunque tampoco fue tan desesperada como se ha pretendido. No es un tema que toque abordar aquí. Cualquier vistazo, por somero que sea, a las múltiples declaraciones públicas de Franco muestra el agónico deseo de presentar su comportamiento en la guerra recién acabada como «modelo» (sic) de neutralidad, algo que “no es un regalo que suele hacerse (…) sino un respeto que el propio país se gana con su prudencia, su firmeza y el peso de su propio poder” [5].

Y a vivir que son dos días.

(Continuará)

 

[1] En el apéndice de sus memorias de 1977 facilitó detalles que no tenían nada que ver con su gestión como ministro. Habría ayudado a sus lectores de haber reproducido la traducción de los documentos alemanes más relevantes que ya se habían publicado en inglés y en el original.

[2] Se afirma en la contraportada de su último libro que es licenciado en Filología y diplomado en Psicología. No hay porqué dudarlo. Sí cabe dudar de que fuese “jefe de prensa” de la embajada en Londres (1986-1988). No existía tal cargo. Lo que existen son consejeros y agregados de Información. Merino debió de coincidir con el consejero Miguel de Santiago  (ABC, del 19 de diciembre de 1992).  Hechas las oportunas averiguaciones se me ha dicho que fue un mero auxiliar de la oficina de Prensa. Por razones de las que he sido informado, pero que no estoy autorizado a revelar, no parece que se conservara de él un buen recuerdo, incluso teniendo en cuenta la modestia de su puesto. Sus conocimientos de la vida británica dejan bastante que desear. En dos ocasiones se refiere a lord Thomas (el famoso historiador) llamándole sir Thomas,  fallo imperdonable. Según datos de la red es en la actualidad vicepresidente de la Fundación Serrano Suñer.

[3] El director de la editorial que las publicó era Alfredo Sánchez Bella, franquista de pro, ulterior embajador chisgarabís y ministro de (Des)Información y Turismo en el ocaso de la dictadura.

[4] La editorial en que se divulgaron estaba especializada en memorias de autores de la derecha extrema, fascistas y/o colaboracionistas (Georges Bonnet, Bertrand de Jouvenel, Alfred Fabre-Luce, Pierre Laval, Dino Alfieri, François Piétri, etc.).

[5] En la inauguración de la segunda legislatura de las Cortes, 14 de mayo de 1946.

Impresiones de una tournée sobre los mitos del franquismo

1 noviembre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

En la última semana he estado en España en varias ciudades haciendo una pequeña tournée con dos fines: inaugurar en Ciudad Real un congreso sobre la guerra civil y dar a conocer las tesis fundamentales de mis dos últimos libros. Regreso con dos impresiones muy vívidas: en el haber, y entre estudiantes y joven profesorado universitarios, he encontrado un gran interés por la guerra civil y sus consecuencias; lo mismo cabe decir de los círculos de las asociaciones memorialistas. En el debe, un cierto desconocimiento de los avances registrados por la historiografía durante los últimos años.

franco0001Lo más positivo figura, naturalmente, en el haber. Emerge una nueva generación de historiadores que, por razones de edad, ni siquiera habían nacido cuando falleció el general Franco. Para ellos la guerra civil y sus consecuencias podrían ser lo que la “guerra de Cuba” fue para la mía. Afortunadamente, no es así. La antorcha de la investigación y del futuro de los estudios sobre el período más reciente de nuestra historia estará muy pronto en sus manos. Regreso contento. No creo que los mitos y las falacias del pudorosamente todavía denominado por algunos “anterior régimen” vayan a aguantar un largo recorrido.

Las mentiras suelen tener, en efecto, las piernas cortas. Esta nueva generación cuenta con una formación mucho más aceptable que la nuestra. Se han movido por el extranjero. Hablan idiomas. Están al tanto de lo que se produce fuera. Aplican los métodos actuales de la investigación histórica. No desdeñan el contacto con otras disciplinas y se han dado cuenta de la importancia de las fuentes primarias, debidamente analizadas y contextualizadas. El profesor Payne y su “escuela” lo tienen mal. Sus enfoques no serán, me parece, perdurables, excepto como representativos de la defensa numantina de algunas de las tesis más influyentes de la dictadura.

Fuera del ámbito universitario -o de las asociaciones memorialistas- la situación es diferente. Da la impresión de que la voladura de los mitos pro-franquistas no logra hacer la mella deseable. La situación me recuerda, salvando todas las distancias, a la que entreví en Alemania en los años sesenta del pasado siglo. La Universidad y una parte de los medios iban por un lado. Una gran parte de la población por otro, con frecuentes “olvidos”, aunque por fortuna eran escasas las voces que clamaban en favor de la época nacionalsocialista (hay que recordar que la apología del régimen hitleriano caía dentro del ámbito del derecho penal).

salamanca_-_archivo_general_de_la_guerra_civilUna cosa me ha sorprendido. En mi visita al archivo de la guerra civil en Salamanca (lugar de peregrinaje obligado) no había demasiados investigadores. Me dijeron que muchos estudiantes de la Universidad de aquella ciudad no trabajaban en él. Abundaban más las preguntas por escrito que las visitas. Esto último no es sorprendente. Salamanca tiene en su contra la lejanía, aunque la reciente conexión con el AVE podría, para los pocos que disfrutan de una beca de investigación (“cortesía” del Gobierno en los últimos años) servir de estímulo.

Me encontré con temas nuevos. Por ejemplo, un profesor norteamericano que había estudiado el impacto comparado en la memoria de las dos grandes guerras civiles, como fueron la que nosotros denominamos de Secesión y la española. Es un aspecto para mí muy significativo y ya ardo en deseos de leer su libro. Personalmente, en Ciudad Real defendí la tesis de que a los norteamericanos, sobre todo en los Estados del Sur, les había costado casi tanto trabajo digerir “su” guerra como a nosotros la “nuestra”.

En general mi discurso, adaptado a las diversas audiencias, tocó tres ámbitos esenciales: la controversia sobre la responsabilidad inmediata en la sublevación que condujo a la guerra civil; el papel de Franco en la prolongación de la misma y algunos rasgos inferidos de su comportamiento. El primero que se aprovechara de la contienda para “forrarse el riñón”. El segundo, la deriva hacia la Alemania nazi de su política exterior e incluso de los mecanismos más repugnantes de su represión.

En ninguno de ellos encontré confrontación, pero sí advertí un cierto escepticismo. La figura del hábil militar, austero en sus costumbres y  sagaz político en el plano internacional -productos de la martilleante propaganda de su dictadura- sigue proyectando su alargada sombra sobre una parte de la sociedad, la menos joven y la más influida por el canon franquista y su continuada vehiculación por un sector de los modernos medios de comunicación social. Estamos todavía lejos de habernos reconciliado con nuestro pasado.

Como suele ocurrir, las discrepancias se polarizan en torno a hombres. Es inevitable. Para los no profesionales el papel de las “figuras providenciales” en la historia atrae la atención en su doble vertiente de admiración o de rechazo mondo y lirondo. Tres son las que más frecuentemente aparecieron en las discusiones: José Calvo Sotelo (el “proto-mártir”), Franco y, por último, su cuñado, el ministro Ramón Serrano Suñer. Este quizá porque es uno de los protagonistas de mi último libro y en el cual, naturalmente, puse algún énfasis.

Durante la “tournée” he estado pensando en Serrano con cierta regularidad. Cuando presenté el manuscrito de SOBORNOS a la editorial Crítica me encontré con que daba para llenar unas 750 páginas. Tales dimensiones lo hacían inviable así que no tuve inconveniente en recortar unas 200. No eran fundamentales para mi argumentación pero me pregunto si no serán interesantes para los amables lectores de este blog. No sirven excepto para pergeñar un artículo académico que pocos leerán.

Así que, contando con su buena voluntad, me propongo en los próximos posts presentar una visión complementaria sobre el quehacer de Serrano Suñer por labrarse una determinada imagen en la historia. Dado que uno de los propósitos de SOBORNOS estribó en alentar a quienes guardan celosamente sus papeles a que los abran al público, creo que es una manifestación de fair play (algo en lo que él no abundó) dar a conocer algunos de sus tempranos esfuerzos. Desde el primer momento tuvo la ambición de reducir el sambenito que se le colgó de querer orientar la política española hacia el Eje y, más particularmente, hacia el Tercer Reich.

Se tratará de una muestra de cómo ciertos temas son susceptibles de tratamiento en este blog. Lo he hecho con las “explicaciones” antisoviéticas del 18 de Julio, la leyenda de Guernica y la visión británica de las Fuerzas Armadas durante el franquismo, entre otros temas. ¿Por qué no hacerlo con una de las pocas figuras de la dictadura que tantas hagiografías ha merecido hasta el momento?

El olvido del general Francisco Patxot: un SOS

25 octubre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

¿A cuántos españoles les sonará hoy este nombre? A mí me abrió un interrogante cuando hace años leí las memorias de Francisco Serrat Bonastre, un diplomático catalán que no pudo aguantar vivir en la España proto-imperia franco-falangista. Era entonces el secretario general de Relaciones Exteriores de Franco, una especie de “proto-ministro” de Asuntos Exteriores, entonces olvidado en las brumas del pasado. 

1420916899_479279_1420918948_sumario_normalComo en esta semana estoy en Ciudad Real, Salamanca, Zamora y A Coruña dando conferencias, he releído lo que escribió Serrat. Sus memorias las edité y publiqué hace un par de años y, por lo que sé, tuvieron buena acogida entre los lectores. Me alegro porque la atmósfera del Burgos y de la Salamanca que pintó Serrat no es como aparecía en la prensa de la época o como describieron muchos de los turiferarios de Franco, entonces y después.

Uno de los pasajes que más me impresionó fue el que Serrat dedicó a una visita que le hizo Pepita Patxot (utilizo el nombre del marido). Este se había sublevado en Málaga. No tuvo éxito. Fue malherido, ingresado en el hospital y sacado a la fuerza de él. Ni que decir tiene que le pegaron cuatro tiros. Algo similar ocurrió en otras guarniciones, si bien en las más conocidas (Madrid, Barcelona) los mandos que intentaron sublevarse fueron traducidos ante sendos consejos de guerra que adoptaron las decisiones correspondientes, con frecuencia la pena capital en aplicación de los principios del Código de Justicia Militar vigente en la época.

2914c02bc1ce467f57cef4a54e1b98eeEl general Patxot Madoz no corrió la misma suerte. Fue asesinado. Se afirma que en represalias por un bombardeo de Málaga por las tropas rebeldes. Su esposa, que pudo salvarse trasladándose al Protectorado donde tenía amigos, tardó meses en llegar a las capitales de la “España nacional” y en Salamanca trató de entrevistarse con Franco. Había leído un artículo sumamente despectivo para con su marido escrito en Sevilla, entonces bajo el contro, del general Gonzalo Queipo de Llano, un asesino miserable.

Pepita Patxot buscaba la rehabilitación del buen nombre de su difunto esposo. Explicó pormenorizadamente a Serrat lo que este le había contado en el hospital cuando iba a visitarle. El relato difiere muy sustancialmente de la versión propagada en Sevilla (e incluso de la que ha cristalizado en la historiografía). La viuda confesó que ambos generales no se llevaban bien. Serrat no dejó constancia de que ella u él conocieran un vitriólico artículo del propio Queipo de finales de julio en el que tachó a Patxot de sinvergüenza, entre otras lindezas. Este artículo ha pasado a la historiografía.

Serrat hizo lo que pudo, que no fue mucho. Trató de convencer a la viuda de que sería difícil ver a Franco. Quizá, sin embargo, él podría dejarle un escrito. Sugirió alternativamente que se entrevistara con el teniente general Francisco Gómez-Jordana, que conocían de su época de Tánger, y que era entonces presidente del Tribunal Supremo de Justicia Militar. Intervino en el cotarro el asesor diplomático del ya pomposo jefe del Estado naciente, compañero de Serrat, que también conocía a Patxot de Tánger. Digamos que era otro indeseable. Su nombre merecería haberse perdido en las brumas del pasado salvo porque fue la persona que suministró a Franco en Santa Cruz de Tenerife un pasaporte diplomático para que pudiera pasar al Marruecos francés cuando se sublevara. Más conocido es que fue largos años embajador en Venezuela e Italia. Totalmente desconocido era que también fue la persona que tendió una trampa a Serrat para desembarazarse de él, pero esto es otra historia.

Pepita Patxot se quedó sin ver al jefe del Estado. Como Serrat dio tanta importancia a este episodio, he querido indagar un poco más en él. Me he encontrado con dos dificultades:

La primera es que ignoro el apellido de soltera de su viuda,  Josefina o María José. Parece como si la tierra se la hubiese tragado. Con ello me ha sido imposible rastrear su pista. ¿Tuvieron hijos? ¿Quedará algún familiar? De aquí que este post contenga un SOS por si algún amable lector pudiera darme noticia.

La búsqueda tiene, sin embargo, un interés histórico objetivo. Cuando por diversas razones he vuelto a ocuparme del tema,  lo primero que he hecho ha sido consultar la hoja de servicios del general Patxot. Como muchos lectores sabrán estos documentos administrativos suelen plasmar el recorrido de sus titulares a lo largo de su carrera militar, desde el principio al fin. A veces, incluso, contienen informaciones complementarias con ella relacionadas que pueden tener un interés algo más que personal. Son útiles imprescindibles para cualquier historiador interesado en temas militares. Sin que por ello quepa ignorar sus limitaciones.

Pues bien, la hoja de servicios del general Patxot no defrauda. Plasma su recorrido por el ejército de la época y se detiene en su larga estancia en Tánger, en donde coincidió con Serrat que era a la sazón el ministro de España (el representante oficial de mayor rango). Por cierto que  no glosé ni reproduje las partes de las memorias que dedicaba a su gestión en la ciudad internacional. Son, en mi modesta opinión, las más significativas (sin excluir las que edité) porque arrojan una luz novedosa sobre la atmósfera de la comunidad diplomática, las intrigas entre los representantes de los distintos Estados con intereses en Tánger y en el Norte de África y porque no estaban destinadas a su publicación.

Afortunadamente, el embajador Juan Serrat ha pasado esta parte a uno de los más distinguidos conocedores españoles de Tánger y del Marruecos del primer tercio del siglo XX, el profesor Bernabé López García, que las publicará con los debidos comentarios. Al menos el destino historiográfico de Serrat en puestos sensibles no se habrá perdido para la posteridad. Tampoco se perderán sus impresiones sobre Patxot: sin desconocer que no tenía demasiados amigos entre sus compañeros, Serrat le levantó un monumento. Hablaba perfectamente el árabe, muy fluídamente el francés, conocía  a la perfección las dimensiones políticas, militares y diplomáticas, la idiosincracia marroquí y tangerina y pasó catorce años lidiando con ambos registros. Así que leí la hoja de servicios con avidez.

Es obvio que se trataba de un arabista entregado. Entre 1911 y febrero de 1924 prestó servicios en el Tabor de la Policía Marroquí de Tánger. Su carrera posterior le llevó a la Oficina de Marruecos en la Presidencia del Directorio Militar y luego a la jefatura de Tropas Indígenas. Mandó el Regimiento de Infantería Wad-Ras nº 50. Combatió en Marruecos. Sin embargo, su hoja de servicios empieza a flaquear a partir de 1928. Los detalles desaparecen. Esto no pudo ser por casualidad.

Lo que quedan son tres certificados firmados por el propio Patxot. En uno recoge que en julio de 1928 fue ascendido a general de brigada. En otro enuncia los servicios prestados en 1930. Por el tercero y último, relativo a 1931, sabemos que mandaba la primera brigada de la primera División, en Madrid; que fue cesado el 25 de mayo y que hasta el 29 julio no se le nombró general de la XII Brigada de Infantería. Ya a mano, y como apresuradamente, se menciona fuera de certificado que permaneció al frente de la misma hasta que, por Decreto del 8 de enero de 1935, pasó a mandar la IV Brigada. Esta tenía dos regimientos, uno en Algeciras y otro en Málaga.

De su destino en Andalucía no hay más rastro. Tampoco sobre sus actividades relacionadas con la conspiración y su triste suerte. La burocracia militar, sin duda por orden del mando, decretó que el fin de la carrera e incluso de la vida de uno de los sublevados del 18 de julio quedara en el más oscuro e impenetrable de los vacíos oficiales.

En estas condiciones, ¿sabría alguien cómo dar con eventuales descendientes del general Patxot o de su viuda Pepita?

De mitos e historia a la Résistance (II)

18 octubre, 2016 at 10:29 am

Angel Viñas

Cuando me disponía a escribir este post me he encontrado con la grata sorpresa de que uno de los periodistas culturales más conocidos de EL PAIS, Guillermo Altares, publicó en la edición del 10 de octubre un artículo titulado “La Resistencia no fue tan francesa” sobre el libro de Gildea. En él figura la noticia de que Taurus lo publica inmediatamente. Ya estará en las librerías cuando aparezca este post. Me evita tener que glosarlo en más post. Hay que felicitar a la editorial.

crowds_of_french_patriots_line_the_champs_elysees-edit2También debo lanzar otra idea por si cae en terreno fértil: de la misma forma que el libro de Gildea es fundamental, para el lector español sería conveniente complementarlo con la otra visión, la de la Francia combatiente en torno al general De Gaulle. En este sentido, creo que el todavía reciente libro (apareció en versión ampliada de bolsillo en 2013 en Gallimard) de Jean-Louis Crémieux-Bilhac, La France libre. De l´appel du 18 Juin à la Libération, sería también imprescindible. El propio Gildea, refiriéndose a otro de sus obras anteriores, ha calificado a Crémieux-Brilhac como el historiador/resistente con mayor autoridad de su generación (falleció, si no recuerdo mal, el año pasado).

¿Por qué sugiero esto? En primer lugar porque Gildea ha hecho un notable esfuerzo en comparar el mito y la realidad de la Résistance francesa. Parte del supuesto, que acepto plenamente, de que los mitos son narrativas que se construyen para definir la identidad y las aspiraciones de grupos sociales o de países pero que no tienen porqué basarse rigurosamente en los hechos que interpretan. En este sentido, la parte más enjundiosa del libro de Gildea es la introducción, en la cual retraza los orígenes del mito nacional de la Résistance. Una lucha heroica del pueblo francés contra el invasor y en la que no hubo prácticamente solución de continuidad entre el 18 de junio de 1940 hasta el desfile triunfal del mismo protagonista, el general De Gaulle, por los Campos Elíseos en agosto de 1944. El mito no tuvo solo un origen gaullista. La izquierda, y en particular el PCF, también contribuyó a tal noción. La colaboración quedó reducida a las actuaciones de un grupo de traidores o de desgraciados, en minoría frente a la masa del pueblo francés que, por activa o por pasiva, había resistido al enemigo alemán. Como todo buen mito, este enfoque combinó hechos e interpretaciones con una base ciertamente débil. Un mito que careciera de esta vinculación no habría sido sostenible a lo largo del tiempo. Del general De Gaulle pueden decirse muchas cosas pero no que fuera idiota.

De lo que se trató fue de acentuar unos hechos con respecto a otros y sombrear adecuadamente estos últimos. Que la Résistance fue, en gran medida obra de una minoría, aunque amplia, no se negó. Simplemente se hipertrofió el apoyo popular a la misma. ¿Por qué?

Gildea muestra las razones: porque De Gaulle necesitaba situar a Francia, de nuevo, en el concierto de las naciones vencedoras. Debía devolver a la mayoría de los franceses (humillados, ocupados, “engañados” por unos cuantos traidores) el orgullo de serlo. De aquí la relativa disminución del peso de la ayuda extranjera. No deja de ser sintomático que la primera obra de un autor también inglés sobre el apoyo británico a la resistencia armada a través del SOE tuviera escasa difusión en Francia y tardara en traducirse y publicarse una enormidad de años.

También muestra Gildea cómo la versión comunista fue distanciándose de la gaullista tan pronto como el PCF se vio privado de la participación en el poder gubernamental. Esta narrativa acentuó hasta extremos paroxísmicos el papel de los antifascistas y judíos extranjeros en la lucha armada. Sin embargo, las responsabilidades del “Estado francés”, sucesor de la Tercera República, no fueron asumidas plenamente hasta 1995 cuando el presidente Jacques Chirac dio el definitivo paso al frente. La historia de la Résistance es indisociable de la historia de Vichy, que es también una parte de la historia de Francia.

¿Qué lecciones extraer?

La primera es que por mucho entusiasmo y mucha veneración que en algunos de aquellos años sombríos pudiera despertar la figura del mariscal Pétain (menos su gobierno, sus adláteres, sus milicianos, sus juventudes) todos ellos fueron tan franceses como los resistentes, del interior o del exterior. Respondieron a pulsiones entroncadas en ciertos sectores de la sociedad de la anteguera (anticomunistas, antisemitas, fascistas o, simplemente, hiperreaccionarios).

La segunda es que si los franceses han ajustado cuentas con un pasado sombrío, ¿por qué no habríamos de hacerlo los españoles con otro pasado que ciertos sectores de nuestra sociedad, todavía en plena desconexión con el conocimiento acumulado por los historiadores e investigadores de múltiples disciplinas, siguen obstiándose en blanquear?

La tercera es que si, como reza el dicho evangélico, la verdad hace libres, toda actuación de las autoridades que impida, obstaculice y macule el derecho inmanente de los seres humanos a conocer su pasado, es rigurosamente anticristiana. Aparte de que conculca un derecho reconocido por numerosos instrumentos jurídicos de los que el Estado español es parte.

Nada de lo que antecede es nuevo. Pero ya nos gustaría a muchos historiadores ver si el sucesor del señor ministro de Defensa en funciones, Don Pedro Morenés, sabe lo suficiente del pasado común como para dejar de poner chinitas, más bien pedruscos, al esfuerzo social por continuar desmitificando las parcelas desfiguradas, tergiversadas y distorsionadas de un pasado colectivo que no termina de pasar.

Por el momento, me limitaré a subrayar lo conveniente y democrático que sería que se explicasen pública y autorizadamente las razones por las cuales la desclasificación documental preparada por la ministra Carme Chacón sigue siendo letra muerte cinco años más tarde.

Por no insistir demasiado en el silencio absoluto de la Jerarquía católica respecto a la necesidad de abrir sus propios archivos para disminuir, en lo posible, la dependencia de los historiadores españoles con respecto a los del Vaticano. Parecería que la conexión entre la central romana y la sucursal ibérica está un tanto gripada.

De mitos e historia a la Résistance (I)

11 octubre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

El juego dialéctico entre los dos primeros conceptos ha generado una discusión interminable que se remonta a la antigüedad clásica, si no antes. En la actualidad siendo siendo tan relevante como hace casi tres mil años. Naturalmente ha habido cambios. Hasta el siglo XIX los historiadores no tenían pretensiones científicas. Hoy las cuidan -o cuidamos- con celo. Nos referimos, para ello, a evidencias. Deseamos decir algo sobre el pasado que sea verdadero. Somos conscientes, sin embargo, de que el pasado es un país lejano y que en él las cosas se hacían de forma muy diferente.

sten_gun_france_ww2-102La discusión se ha visto arropada por el cambiante papel del historiador en el espacio público. Incluso en los períodos de más acendrado culto al positivismo, un sinnúmero de historiadores se comportaron como servidores del poder. ¿Hay que recordar nombres? Los historiadores forjaron interpretaciones del pasado que venían a robustecer la concepción que de sí mismos fueron fabricándose los modernos Estados nacionales. La historia ha sido, desde el XIX, uno de los puntales del nacionalismo, desde el moderado al más extremo, al servicio de una determinada idea de la “construcción nacional” y de la “nacionalización” de las clases sociales en apoyo de la defensa de los intereses inmanentes del Estado ya nacido o, incluso, por nacer.

En la época contemporánea, y en el contexto europeo, ese juego dialéctico entre historia y mito se advierte con particular claridad en el caso de un país que nos es muy próximo: Francia. De él recibieron impulsos intelectuales los historiadores españoles decimonónicos. En él fueron a estudiar muchos de los alevines de historiadores, profesionales o aficionados, que pusieron su granito de arena a la construcción de una “épica nacional” española.

El análisis historiográfico de estas aportaciones ha generado en los últimos veinte o treinta años discusiones sin cuento. Pero, como quien esto escribe es un modesto contemporaneista, no puede llegar a abordar la vertebración histórica ni del XIX ni del primer tercio del XX. Con intentar aprender algo a partir de los treinta treinta del pasado siglo me conformo.

Vienen estas mini-reflexiones a cuenta porque en un reciente viaje a Londres me ha subyugado uno de los últimos productos de la historiografía británica sobre un país que siempre está de moda: Francia. Y no la Francia eterna, cara a De Gaulle, sino la Francia forjada en el crisol de las pugnas políticas de los años treinta en los estertores de la Tercera República y en la bajada a los infiernos que representó su derrota en el primer año de la segunda guerra mundial.

Es una historia que los británicos han contado muchas veces aunque, lógicamente, mucho menos que los franceses mismos. La pieza fundamental que articula las reconstrucciones del pasado efectuadas por unos y otros es el juego entre el pretendido “Nuevo Estado” francés, es decir, la Francia de Vichy, y sus soportes políticos, económicos y sociales (la “colaboración”), y la Francia combatiente que jamás tiró la toalla, ya fuese en el interior (la Résistance) o en el exterior (los franceses libres liderados, no sin dificultades, por el general de Gaulle).

51qdbturvtlRobert Gildea, catedrático de Oxford, enamorado de Francia a la que ha dedicado trabajos de referencia, acaba de publicar en libro de bolsillo (la edición en cartoné apareció el año pasado) una nueva historia de la Résistance, bajo el sugestivo título de Fighters in the Shadows, es decir, Luchadores en la sombra.

Es una empresa gigantesca. La segunda guerra mundial y el papel de Francia en ella es, para los franceses, el equivalente de nuestra guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias. La literatura existente es inmensa. Los franceses, claro, tienen la nada desdeñable ventaja de haber podido comenzar a escribir su historia inmediatamente después de retornada la paz, en 1945. Nosotros tuvimos que aguantar hasta 1975, cuando empezaron a aflojarse los tentáculos de la censura. En suma, los franceses nos llevan no solo treinta años de ventaja sino también treinta años de libertad, una libertad para discutir, interactuar y debatir tanto en términos nacionales como internacionalmente.

No nos será fácil ponernos a la altura epistemológica y metodológica de los contemporaneístas franceses o, ¿por qué no decirlo?, también de los británicos. Pero cualquier observador más o menos objetivo habrá de concluir que a lo largo de los últimos cuarenta años los españoles hemos hecho nuestros propios pinitos y, bien que mal, hemos “nacionalizado” en buena medida una historia que nos fue arrebatada por la dictadura.

Gildea comienza su reconstrucción de la epopeya de la Résistance como haría cualquier historiador que se precie. Ha trabajado en primer lugar en una amplia gama de archivos contemporáneos (todos abiertos, a diferencia de lo que ocurre en el país del Señor Rajoy) y ha absorbido un impresionante volumen de literatura secundaria, predominante -aunque no exclusivamente- francesa. Y, ¿de qué punto de partida sale? Pues, precisamente, de la contraposición entre mito y realidad. Es decir, entre la construcción ideológica que da sustento a una determinada interpretación de la historia, ya sea gaullista, comunista o vichyista, y lo que cabe desprender de masas de documentación que examina críticamente y que contextualiza como es debido. Los grandes enfoques del profesional, no de los aficionados.

El tema de Galdea es Francia pero su metodología es aplicable a otros países. No es nueva, pero sí poderosa. No elude la calificación ética. Tampoco la valoración moral. No es lo mismo escribir sobre los resistentes que sobre los nazificados, fascistizados o neutralizados.

El estudio de las diversas formas en que se ha conceptualizado el fenómeno de la Résistance a lo largo del tiempo, desde 1945 hasta nuestros días, da juego a Gildea para emitir un mensaje universal para el trabajo del historiador y para continuar descifrando la eterna contraposición entre mito e historia. Abundaré en ello en los próximos posts y así me tomaré un respiro del atosigante trabajo sobre la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias.

(Continuará)

Sobre la «hábil prudencia» de Franco (y V)

4 octubre, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Con este post termino mis comentarios sobre SOBORNOS. Estoy ya metido, hasta el cuello, en la aventura del año que viene. Reconozco que un libro que combina medidas convencionales con otras de espionaje da para mucho más. Pero no me dedico a la autopropaganda. Así que en este último post quisiera simplemente llamar la atención sobre el espacio que doy en mi libro a una de las figuras que más han llamado la atención de numerosos historiadores y aficionados: el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la Inteligencia Militar alemana, la famosa Abwehr.

Scherl: Der s¸dafrikanische Vertreidigungs- und Sicherheitsminister Pirow verliess gestern abend Berlin. UBz: ihn beim Abschreiten der Front der Ehrenkompanie der Luftwaffe vor dem Anhalter Bahnhof; rechts von ihm Admiral Canaris, der in Vertretung f¸r Generaloberst Keitel erschienen war und links der Kommandant von Berlin Generalleutnant Seifert. Fot. Wag   27.11.1938

Scherl:
Der s¸dafrikanische Vertreidigungs- und Sicherheitsminister Pirow verliess gestern abend Berlin.
UBz: ihn beim Abschreiten der Front der Ehrenkompanie der Luftwaffe vor dem Anhalter Bahnhof; rechts von ihm Admiral Canaris, der in Vertretung f¸r Generaloberst Keitel erschienen war und links der Kommandant von Berlin Generalleutnant Seifert.
Fot. Wag 27.11.1938

Confieso que nunca me he sentido fascinado por Canaris. Recuerdo que en los lejanos tiempos en que andaba preparando mi tesis doctoral, allí por 1972, hice una larga visita a los archivos militares alemanes de Friburgo. Ya tenía escrito el 90 por ciento. Entonces se buscaban papeles gracias a un catálogo establecido según los cánones de la época. Utilizando palabras clave, y cubriendo un amplio abanico, dí con un grueso legajo en el que, inesperadamente, me encontré con las andanzas de Canaris en la España en los años veinte y principios de los treinta. Ello me obligó a rehacer la orientación de la tesis. Los documentos ilustraban que el origen de  la apelación que Mola hizo a los alemanes después del 18 de julio de 1936 hundía sus raíces en contactos anudados en aquellos años y no cuando Canaris había estado brevemente en Madrid en plena primera guerra mundial. Me adelanté, por cierto, a su afamado biógrafo alemán, Heinz Höhne, un periodista que se había hecho un gran renombre en Der Spiegel y que, naturalmente, me ignoró.

En los años en que José Antonio Martínez Soler dirigió la revista HISTORIA INTERNACIONAL al comienzo de la Transición la cubierta de uno de sus números exhibió una de las poquísimas fotos de Canaris en España durante la guerra civil. Me la dio un exagente suyo. Canaris fue la persona encargada por Hitler de informar a Franco, a finales de octubre de 1936, de la inminente llegada de la Legión Cóndor. En el artículo sobre Canaris demostré con documentos de la Abwehr que al famoso servicio alemán la sublevación de los militares españoles le había cogido en mantillas.

Hoy todavía, en una recientísima biografía de Sir Michael Oldfield, uno de los jefes de MI6 durante la guerra fría, su autor, Martin Pearce,  afirma de que el mismo Canaris ya llamó la atención de Franco en 1938 sobre los planes de agresión de Hitler el año siguiente, por lo que el astuto Caudillo ya estaba en guardia y pudo así inhibirse de entrar en guerra al lado de Alemania. Sería una historia estupenda si fuese cierta. El problema es que no está basada en la menor evidencia, en tanto que los británicos sí recogieron pruebas abundantes de que Hitler no se esperaba el estallido de la conflagración en 1939. Pelillos a la mar.

Los ingleses han tenido siempre una atracción particular por Canaris desde los tiempos de Ian Colvin, periodista que sentó cátedra en 1951. ¿Su tesis? Gracias a los consejos de Canaris, traicionando a Hitler, Franco no entró en guerra. Innecesario es decir que esta afirmación sigue vivita y coleando hasta el día de hoy aunque no está apoyada en ningún tipo de documento.

La misma tesis la resucitó un experiodista de The Times que se pasó a la City, Richard Basset, en un libro que apareció en 2005 y que al año siguiente tradujo Crítica. Se ha considerado el no va más. Por desgracia, y para el caso de España, Basset no se basa en ninguna evidencia ni vieja (que no existe) ni nueva. Es más, como no tiene la menor idea de España, no extraña que cometa algún dislate que otro. Que yo conozca, nadie ha llamado la atención sobre ellos pero, en cualquier caso, y en lo que se refiere a temas españoles dicho autor  no constituye la menor autoridad.

Por el contrario, la mejor biografía de Canaris, debida a un autor alemán, Michael Mueller, pone seriamente en duda el papel que al almirante se le ha atribuído en sus relaciones con Franco. Dicha biografía se ha traducido al inglés pero todavía no al castellano. Una lástima.

Pues bien, si se utilizan los hallazgos de Mueller y se les combina con algunos documentos españoles que ha publicado nada menos que la benemérita Fundación Nacional Francisco Franco, es posible llegar a conclusiones más próximas a Mueller que a Basset y, en último término, a Colvin.

 

Russland, Wilhelm Canaris, v. BentivegniEl análisis crítico demuestra una vez más el dicho de que “el papel aguanta todo lo que le echen”. Un señor afirma, tan pancho, una cosa inventada, se copia y reproduce como si fuera no el va más hasta sentar cátedra. Desmentirla cuesta después sangre, sudor, lágrimas y un montón de dinero.  Y, en este caso, podemos llegar a que un señor que no deseo identificar se pregunte, y no dude en inclinarse por la afirmativa, si Franco no llegó a tener en Canaris un espía al lado del Führer.

La pregunta invita a la contrapregunta: ¿Y dónde está la evidencia? Pues ya puede buscar el lector que no la encontrará. Sí hallará en cambio, como señala Mueller, que lo más que puede afirmarse tras compulsar la evidencia circunstancial existente es que Canaris no puso toda la carne en el asador para convencer a Franco para que echase su cuarto a espadas con Hitler.

Pero, para ese viaje, no se necesitaban tantas alforjas. Ni Basset, influenciado por Colvin, ni Mueller podían conocer lo que después ha salido a la luz, gracias a la desclasificación de los papeles británicos que alumbran la operación que he denominado SOBORNOS.

El tema, por el que he pasado un poco sin profundizar en él en mi libro, tiene alguna trascendencia. La supuesta traición de Canaris a Hitler se exhibió, prometedoramente, en una época en que algunos alemanes buscaban con cierta desesperación algún héroe que, por mor de la salvación de la PATRIA, hubiese sido lo suficientemente agudo como para inducir en un error fatal al causante de todas las desdichas del pueblo alemán.

En aquella época, finales de los años cuarenta y principios de los años cincuenta, todavía no se había reconocido plenamente el papel de la resistencia a la dictadura nacionalsocialista en lo que ya era la República Federal de Alemania, recién subida a la pila bautismal por los vencedores occidentales en la segunda guerra mundial. Costó mucho esfuerzo que ese reconocimiento progresara y lo hizo, claro, por los grupos que no planteaban demasiados problemas: los círculos eclesiásticos (católicos, pero también protestantes), los civiles (no muchos), los militares (empezando por Canaris y sus muchachos). Lentamente se fue progresando hasta reconocer la importancia de la oposición de derechas, conservadora y nacionalista entre los militares. Quedó un poco de lado la de izquierdas, aunque la de los socialdemocrátas no podía taparse. Se olvidó cuidadosamente la comunista, al fin y al cabo enemiga existencial.

En este proceso hay que distinguir, obviamente, entre los avances en la historiografía y los que se filtraban hacia la cultura popular o se generaban en esta. Los primeros empezaron por chocar a grandes sectores del buen pueblo alemán hasta que se convirtieron en el cauce principal. Hoy podemos leer que el vocabulario nazi vuelve a introducirse en ciertas manifestaciones del discurso político de Alemania y vemos que algún que otro nuevo partido, populista y de extrema derecha, ya empieza a querer revisar una historia de horror. No es para llorar. Es para prestar atención, mucha atención, a esa nueva efervescencia. Hay historia que no es inocente.