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CALUMNIA …. QUE ALGO QUEDA (I)

1 febrero, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

El 20 de enero pasado un amable lector me escribió a la dirección que figura en este blog con una consulta. Recibo muchas y procuro contestar a todas, en particular cuando no llegan por Facebook que es un sistema que nunca he logrado dominar. En principio había pensado no dar su nombre, pero no ha tenido la menor dificultad en que lo haga y, además, me ha ayudado en la búsqueda de algunos artículos que me ha enviado por si pudieran ser de mi interés. Los dejo en reserva. Mi respuesta a Don Francisco Javier Pino no me ocupó más de dos renglones. Después he recapacitado y me he dicho que quizá conviniera ampliarla y dar a conocer mis resultados en este blog.

El texto de la consulta decía así:

Leo en un monográfico titulado » Secretos de la Guerra Civil» lo siguiente: «había pactado [D. Juan Negrín] con Stalin para instaurar una dictadura de partido único llamada «Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas». No sé si podrá decirme si es cierto o falso, pues es la primera noticia que tengo y apareciendo en un medio de divulgación me parece serio. Espero no robarle mucho de su preciado tiempo.

Más tarde me hizo llegar el contexto:

Caminó Negrín hacia la tribuna […]. Comenzó entonces un largo discurso para maquillar la trágica realidad de lo que ocurría […]. Aún así expresó su deseo de seguir combatiendo y hasta obtuvo el voto de confianza de los presentes. La verdad es que fue un acto de cierto cinismo, ya que había pactado con Stalin, tiempo atrás, la desaparición del sistema democrático para instaurar en España una dictadura de partido único a la que llamarían Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas o Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas

El autor de tales afirmaciones referidas a Negrín es un periodista. Su nombre aparece en internet como licenciado en Historia por la UCM y master en periodismo. Se señala que, tras trabajar como arqueólogo algunos años, pasó a dedicarse a escribir sobre historia. He comprobado que varios de sus artículos de prensa se mencionan en la red. Ni lo conozco ni creo que su nombre venga al cuento.

En principio, debería contar con mi simpatía. Siquiera por la simple y sencilla razón de que mi hija también estudió Arqueología, que le gustaba mucho. Sin embargo, después de varios escarceos en trabajos de campo no tardó en ver que, fuera de la Universidad, tal ocupación tenía, allí donde ella vive que no es España, un futuro poco seguro. Así, pues, cambió de orientación. No son vidas paralelas porque mi hija, ciertamente, no se dedica ni al periodismo ni a lo que en algunas manifestaciones de esta actividad pasa por historia, como demostraré en el presente caso.

Tampoco puedo saber si el periodista objeto de este comentario aprendió bien o no los rudimentos del oficio. En la UCM (que es mi alma mater y de la que soy profe emérito) había y hay excelentes expertos en Historia Contemporánea (en tiempos ya lejanos hubo otros que estaban demasiado escorados hacia el filo-franquismo, pero es verosímil que no disfrutara de sus “enseñanzas”).

Ignoro, por último, si en el medio que habitualmente escribe le imponen anteojeras. O si, por el contrario, los encargados de montar nada menos que un especial sobre “Secretos de la guerra civil” las tienen. En cualquier caso, la denominación es contradictoria. Un secreto, por definición, no se conoce. Si se conoce, no es secreto.

Cabe fácilmente imaginar que de la guerra civil, de la anteguerra y de la posguerra existan todavía numerosos secretos. Es decir, aspectos, personajes, acontecimientos que los historiadores no hemos iluminado aun. Bien porque no hemos caído en ellos o bien porque no hay forma de documentar parcelas de un pasado que, por definición, ya no existe. Se ha esfumado. Lo que quedan son residuos, a veces palpables, a veces no, y representaciones.

El artículo en el que aparecen las afirmaciones que dan pie a este post no revela, en principio, absolutamente ningún secreto. Es una muy somera descripción de parte de un suceso bastante conocido: el discurso que pronunció ante las diezmadas Cortes de la República el presidente del Consejo de Ministros Juan Negrín en la última reunión que celebraron el 1º de febrero de 1939 en los sótanos del Castillo de Figueras. Es decir, poco antes de que se produjera el colapso total de lo que quedaba de la Cataluña republicana.

Existen varios testimonios al respecto (entre ellos alguno que dicho periodista no menciona: para ello hay que optar a nota) y, como es natural, numerosas interpretaciones. La reunión suele figurar en toda historia que se precie del final de la guerra civil. En los últimos años han aparecido varias. En cuanto al discurso en sí cualquier lector con un ordenador y un ratón puede descargarlo de internet. No se exige nada más que acudir en demanda de auxilio a Mr Google, quien para este tipo de cuestiones ofrece gratuitamente una ayuda inmediata e inestimable:

http://www.fundacionjuannegrin.com/weblog/2019/08/28/intervencion-ante-el-pleno-de-las-cortes-reunido-en-el-castillo-de-san-fernando-de-figueras-1-de-febrero-de-1939/.

Fácilmente se observará que, como no podía menos de ocurrir, Negrín no hizo referencia en su discurso ni a Stalin ni a la Unión Soviética en ningún momento. Es el periodista que describe parte de la sesión de Cortes quien introduce, como de paso, la referencia. Es decir, en virtud de su muy libre albedrío. Y este es, precisamente, el punto que deseo destacar, dado que no viene a cuento, excepto como clarificación del supuesto papel de Negrín en la guerra civil que se le atribuye. Como veremos, con sinigual desparpajo.

Dado que el historiador, como es notorio, al interrogar un documento selecciona lo que le parece más significativo del mismo, pretendo detenerme en lo que hay, o puede haber, detrás de tales afirmaciones que indudablemente para el autor que las hace no son gratuitas. Si no las hubiera introducido, el articulo descriptivo, que no analítico, de la reunión de Cortes no hubiera sufrido gran cosa. El que tan atrevido periodista incluyera sus apostillas induce a especular sobre las razones por las cuales lo hizo tal y como aparecen.

Todo estudiante de historia aprende, bien en la licenciatura (hoy grado) o en el más somero máster sobre técnicas de investigación, que cualquier documento (también un artículo) es susceptible de análisis. Este puede ser interno y/o externo. El primero examina la coherencia del texto. El segundo lo contextualiza. En el caso que aquí nos ocupa se impone un análisis del segundo tipo.

La cuestión, digámoslo de entrada, lo amerita. El periodista en cuestión afirma rotundamente que hubo un pacto entre Stalin (nada menos) y Negrín para crear un Estado de nuevo tipo en España. Salvo que las palabras no quieran decir lo que dicen es de suponer que hubiera sido un Estado parecido a la URSS (¿con o sin Portugal?). No se me ocurre otra interpretación, aunque naturalmente puedo equivocarme. Sin duda, aprovechando que el autor en cuestión escribe habitualmente en un medio de amplísima difusión podrá corregirme y responder, de paso, a algunas preguntas que le dirijo por este medio, que supongo leerá o le harán llegar. Siempre hay voluntarios.

Porque, ¿qué hace, en general, el historiador? En primer lugar, buscar pruebas, documentación, “papeles” o, al menos, identificar a otros autores que le permitan sustentar su relato. La que aquí nos ocupa tiene mucha, si no muchísima, enjundia. Se trata, nada menos, que de un pacto de carácter internacional para imponer en España, incluso a la gloriosa España, a la España que combatía por llegar a la VICTORIA, un régimen de tipo soviético. ¡Ahí es nada!

Así, pues, entre las preguntas mínimas que se imponen no pueden faltar las siguientes:

  1. ¿Dónde se encuentra plasmado dicho pacto? ¿Fue público o secreto?
  2. ¿Cómo se hizo? ¿Vino Stalin a España? ¿Fue Negrín a la URSS?
  3. Dado que tales viajes obviamente no ocurrieron, ¿quién lo firmó por parte soviética?, ¿quién por parte española?
  4. Podría suponerse que los soviéticos actuaron a través de algún plenipotenciario. ¿De quién se trató? ¿Fue el embajador o el encargado de Negocios? ¿Un agente especial enviado desde Moscú? ¿Rosita la pastelera? ¿Estuvieron autorizados formalmente o se pasaron, en los dos primeros casos, la autorización por montera, con los riesgos que ello implicaba en la época?
  5. ¿Cuándo, dónde y cómo lo firmó Negrín? ¿Hubo testigos? ¿Dejaron testimonios? ¿De qué naturaleza? ¿Dónde se encuentran?
  6. Dado que la afirmación aparece en un medio titulado “Secretos de la guerra civil”, es de suponer que se trató de un pacto “secreto”
  7. Si lo fue, ¿cómo se ha enterado de dicho pacto tan denodado periodista? ¿Lo ha buscado en archivos? ¿Cuáles? ¿Lo ha leído en algún libro o en algunos libros?
  8. Si fuera así, ¿Cuál o cuáles? ¿Escrito o escritos por qué autor o autores? ¿Dónde está o están publicados?

Naturalmente son preguntas modestas, prácticas, elementales. No hace falta, en realidad, ser historiador para plantearlas. Son de sentido común.  Muchos lectores pensarán, sin duda, que de fácil respuesta.  Permítanme, sin embargo, que lo ponga en duda. Quizá esté un poco atolondrado (cosas de la pandemia y del autoaislamiento, en mi caso muy rígido), pero lo cierto es que todas las que se me ocurren a dichas preguntas y otras parecidas no van en la dirección que cualquier historiador o cualquier periodista de investigación, por muy normalitos que sean, considerarían adecuada.

Ciertamente, hay ignorancias culpables. Otras no lo son. Si el periodista en cuestión tuviese la bondad de airear a todos los vientos sus fuentes, por ejemplo, en el periódico en que suele escribir, y presentar pruebas irrefutables de que no se trata de un exceso de imaginación propio o, ¡cielos!, del responsable de la publicación en que apareció el notición, no me quedaría más remedio que reconocer mi atolondramiento.

Si se tratara de fuentes a las que solo dicho autor ha tenido acceso por la gracia de su intuición, de sus esfuerzos y/o de la bendición divina y que todavía no ha publicado esperando escribir el SCOOP del siglo entre los secretos de la guerra civil, no me declararía culpable. Al contrario, le felicitaría efusivamente porque habría descubierto algo que hasta ahora nadie había documentado. Lógicamente, también una interpretación de la gestión de Juan Negrín que a ninguno de sus biógrafos (cito, de memoria, a Manuel Tuñón de Lara, Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Gabriel Jackson) se le había ocurrido tras todo el tiempo que dedicaron a investigar la trayectoria de dicho personaje ..

Esta pregunta, que ahora y aquí hago pública, podría tener efectos inmediatos. El presente post se publica el martes 1º de febrero. Le seguirá otro, una semana más tarde, en el que indicaré algunas de las hipótesis explicativas de que en diciembre de 2021 tal SCOOP, si lo es, haya aparecido, como de tapadillo, en un número de una revista dedicado precisamente a los “secretos de la guerra civil”.

(continuará)

UN EJEMPLO ILUSTRATIVO DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA: EL CASO DEL AGENTE DE MOLA Y FRANCO QUE FUE JUAN DE LA CIERVA (y II)

25 enero, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

De entrada cabe señalar que, a pesar de que la parte transcrita en el post anterior de la hoja de servicios del teniente general Barroso es genuina, al situarse en el punto de vista del reflejo fiel de lo que hizo a partir del 18 de julio de 1936 no nos vale ni puede valernos. En ella lo que se afirma es que estalla el “glorioso Movimiento Nacional” (GMN), como solía llamárselo, y ¡zas! Barroso se precipita a unirse a él a través de Quiñones de León.

¿Qué implica esto? Un lector ingenuo podría pensar que Barroso ignoraba la conspiración en marcha pero que, al estallar la sublevación contra la malvada República, supo donde el deber lo llamaba. ¿Es creíble tal deducción? No. No lo es en absoluto. Entre otras por las siguientes razones:

  1. Quiñones de León había estado en la génesis de la conspiración monárquica contra la República prácticamente desde 1932, si no antes. Los servicios franceses le espiaban. La embajada republicana, también. Los diplomáticos republicanos contaba con un agente de policía en ella y, además, habían contratado los servicios de una agencia de detectives francesa. En mi libro ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL? he relatado algunos de los resultados de tal vigilancia. Tenía como principales objetivos al exrey Alfonso XIII, al propio Quiñones (exembajador en París de la Monarquía), al exteniente general Emilio Barrera (monárquico a machamartillo y personaje más audaz o animoso que lo prudente en un conspirador) y al futuro proto-mártir, el exdiputado José Calvo Sotelo. A medida que la fecha de la sublevación se acercase parece razonable pensar que la actividad de Quiñones habría ido in crescendo.
  2. En la embajada todos se conocían. Es más Barroso había hecho una gran parte de su carrera militar en conexión con los franceses. Mero comandante, había asistido durante dos años a los cursos de la Escuela Superior de Guerra francesa. No puedo imaginar que, ya como agregado, no estuviese en contacto oficial con el Deuxième Bureau (el servicio de información del Ejército de Tierra francés, cuyo agente principal en España formaba parte de su personal). Aunque Quiñones no apareciera por la representación diplomática republicana, me parece imposible que ni el embajador Juan Francisco de Cárdenas (monárquico de corazón) ni Barroso no tuvieran ningún contacto con él.
  3. En enero de 1936 Barroso fue a Londres con el general Franco. Este era entonces el jefe del Estado Mayor Central del Ejército de Tierra y, como tal, responsable último de la Sección Servicio Especial (SSE), el modesto equivalente hispano del Deuxième Bureau. Las informaciones de inteligencia procedentes del exterior pasaban por la mesa de Franco. Es decir, en temas que interesasen a la SSE la información que Barroso enviaba a Madrid llegaría a sus manos. Franco no ignoraba la conspiración. Otra cosa es que después lo disimulase o minimizase. Lo he descrito en mi libro EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. Cabría también especular si existía la necesidad imperiosa de que a Franco lo acompañase Barroso. En la embajada en la capital británica trabajaban también un agregado militar y un adjunto. ¿Seríamos tan ingenuos como para pensar que ni Franco ni Barroso cruzaron una palabra sobre la situación política española en víspera de las elecciones de febrero? ¿Para qué quería Franco llevar consigo a uno de los grandes expertos militares españoles en temas franceses?
  4. En 1937 los servicios de inteligencia republicanos compilaron un listado de nombres (desde generales a sargentos) que, con independencia de su situación en activo, retirados o jubilados, formaban parte de la Unión Militar Española (UME), la gran baza de los conspiradores monárquicos para impulsar la futura sedición de las Fuerzas Armadas. Franco la seguía también, a pesar de que luego se hizo el loco al respecto. Y, casualidad de las casualidades, Barroso estaba en ella, aunque con pocos datos (como comandante de E M disponible y solo como Barroso Sánchez). Esto podría significar que solo tenían datos de antes de ir a estudiar a la Escuela de Guerra francesa y supone que se le detraía el óbolo para financiar a la UME en el período anterior al estallido de la guerra civil.  Es decir, no se trataba de un agregado militar au-dessus de la mêlée y atento tan solo a sus labores profesionales. De lo que antecede se desprende lógicamente (aunque falte EPRE) que Barroso seguiría la conspiración y que cuando estalló el “Glorioso Movimiento Nacional” se apresuró a darse el bote. En París.
  5. Barroso contribuyó, junto con otros diplomáticos desafectos -empezando por Cárdenas y seguido por el ministro consejero, Cristóbal del Castillo- a agitar la prensa de derechas parisina (con la cual se habrían mantenido, imagino, los necesarios contactos previos) para echar a pique los esfuerzos del recién instaurado gobierno Giral por adquirir, en toda legalidad, las armas necesarias para combatir la sublevación. El barullo se ha descrito muchas veces. Para mí es de gran agrado anunciar que dentro de un mes saldrá a la calle el libro de un exalumno mío, Miguel I. Campos, ARMAS PARA LA REPÚBLICA, en el que se pasa en revista, con nueva documentación, el jaleo que se armó en París para evitar que el gobierno francés las vendiese al español.
  6. Por la hoja de servicios podemos intuir que los franceses no pusieron inmediatamente a Barroso de patitas en la frontera. De aquí que tuviera tiempo de recibir a un oscuro personaje que ya ha salido repetidas veces en mi blog, un rico norteamericano casado con una francesa supercarlista y supermonárquica (incluso para Francia). Se llamaba William H. Middleton. Este quiso convencer a Barroso de que se desplazara a Berlin a hablar con el consejero áulico de Hitler para asuntos británicos Joachim von Ribbentrop (no tardaría en nombrarlo embajador en Londres), Debía informarle de  que el golpe en España era lo que ya se  le había anticipado. Barroso no le hizo caso o, al menos, no hasta el punto de ir a Berlín en donde tenía entrada. Eso sí, se puso (¿de nuevo?) en contacto con Mola.
  7. En este trasfondo encaja perfectamente que el ya exagregado se desplazara al cabo de unos días a Amberes. ¿Por qué? Pues, simplemente, porque Barroso también tenía contactos en Bélgica, donde también se le conocía y él conocía a mucha gente porque también, en régimen de acreditación múltiple, era agregado militar de la embajada. En su hoja de servicios se relata que estuvo presente en años anteriores en varias maniobras del Ejército belga. Ahora bien, fue a Amberes con JUAN DE LA CIERVA. La hoja no dice cuándo tuvo lugar este viaje. No pudo ser cuando estalló el “pitote” en Francia, porque el ingeniero había ido, a instigación de Alfonso XIII, de Londres a Roma, donde coincidió con la conocida, y muy tergiversada, misión de Goicoechea y Sainz Rodríguez. Luego volvió a Londres. Fue entonces, en algún momento, cuando, siguiendo instrucciones de Quiñones de León (que a su vez ya había estado en contacto con Alfonso XIII), Barroso acompañó a de la Cierva después de haber estado algún tiempo en Francia cogiditos de la mano para, imagino, conseguir armas con destino a los sublevados. Se trata de un tema que, naturalmente, podría aclararse si se conservaran todos los papeles relevantes de los servicios de seguridad franceses. Resulta bastante difícil pensar que hubiesen dejado a Barroso que campara por sus anchas.
  8. El tiempo que de la Cierva y Barroso pasaron juntos en tales y otros menesteres no se deduce de la hoja de servicios, pero cabe pensar que debió de ser cuando menos un par de semanas. Las autoridades dieron 48 horas a Barroso para que saliera de Francia por una frontera que no fuese la española y él se trasladó de nuevo a Amberes a fin de tomar un barco con destino a Lisboa. Desde aquí fue a incorporarse al Cuartel General de Franco en Cáceres a principios de septiembre. En consecuencia, suponemos que la amable -o entrañable- camaradería entre ambos pudiera haber durado entre dos y tres semanas. Barroso estableció con Franco contacto telefónico o telegráfico, por paloma mensajera, por medio de algún propio o de alguna otra forma. No es, pues, de extrañar que de la Cierva contase más tarde a Mola que había obrado por cuenta de él y de Franco.

En lo que antecede he establecido algunas hipótesis. Son razonables y no chocan con la evidencia empírica. Se desprenden más bien, por deducción, de los datos para los cuales se dispone de algún asidero en forma de papel. Aunque su hoja de servicios hasta principios de los años cuarenta está escrita con el mismo tipo de letra, la razón es que hubo de rehacerse porque el original había desaparecido en el barullo del archivo del EM durante los años de la guerra civil. La explicación la ha encontrado Loreto Urraca en el AGMAV.

¿Qué cabría hacer ahora? Doy estas sugerencias a los responsables del Gobierno de la Región de Murcia. No pretendo cobrar nada. Actúo libre y, espero, generosamente.

  1. Tras haber malgastado dinero y otros recursos en financiar dos informe a sendos historiadores (uno de los cuales tuvo la amabilidad de enviarme el suyo, como ya he señalado en este mismo blog) quizá fuera interesante que aflojaran algo más las cuerdas del talego de denarios. A no ser que la retribución para conseguir que bien el segundo u otro especialista buscara y rebuscara las pistas que abre la hoja de servicios del teniente general Barroso. Es una vía que servidor no conocía y que a lo mejor él tampoco. Con ello quizá mejorase las posibilidades en su navegar en pos de su vellocino de oro: la prueba documental que muestre que el ingeniero Juan de la Cierva solo colaboró con los generales rebeldes en un rapto de temporal enajenación y que todo lo que servidor, y otros, hemos escrito son meras pamplinas.
  2. Item más, que ya subido Franco a la cima de su Everest particular el 1º de octubre de 1936, el ingeniero murciano se negara a seguir colaborando con él, por eso de haber dado un golpe de mano para hacerse cargo de las funciones de Jefe del Estado que correspondían al exrey.
  3. Y después, si logran demostrarlo, tienen mi bendición para maldecirme adecuadamente. Mientras tanto me permitirán que siga riéndome.

FIN

UN EJEMPLO ILUSTRATIVO DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA: EL CASO DEL AGENTE DE MOLA Y FRANCO QUE FUE JUAN DE LA CIERVA (I)

18 enero, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

NO HAY HISTORIA DEFINITIVA. Con esta tajante afirmación empieza un libro en el que estoy trabajando y que no saldrá hasta el año que viene, es decir, en 2023. Espero terminarlo dentro de unos meses, en cuanto me lleguen documentos que he tenido que encargar un poco a ciegas, porque en estos tiempos de pandemia viajar me parece un tanto arriesgado.

La misma afirmación se aplica a un tema que ha salido ya repetidas veces en este blog, que ha aparecido en una serie de artículos que publiqué en InfoLibre el año pasado y que me ha granjeado las iras de algunos lectores. Puede que sepan más del mismo que servidor, aunque nunca han justificado sus razonamientos ni, por desgracia, conozco sus publicaciones. Es más, he “desafiado”, modestamente, a los responsables del Gobierno de la Comunidad de Murcia para que hagan público el informe que encargaron a un historiador (con quien comparto pocas ideas) y que, al parecer, se pronunció en contra de mis tesis. Sus argumentos han quedado en la oscuridad de la alta burocracia de aquella comunidad. Tampoco el notabilísimo historiador en cuestión se ha dado por aludido.

Una de las razones por las cuales NO HAY HISTORIA DEFINITIVA es porque los historiadores somos tributarios de las evidencias que van descubriéndose. A veces de golpe, con frecuencia poco a poco. Servidor basó su afirmación de que el inventor del autogiro y distinguido retoño de una ilustre familia murciana había laborado no solo en favor de la conspiración que llevó al 18 de julio de 1936 sino que, y sobre todo, continuó después. Y, naturalmente, apoyó por lo menos las gestiones del general Mola para obtener armamento de aquellos grandes adalides, no precisamente de la cristiandad, que fueron los gobernantes nazis. Al parecer, la carta que Juan de la Cierva escribió al sanguinario general Emilio Mola y cuyo original se reprodujo en uno de mis artículos en InfoLibre no fue suficiente. Tampoco era una pieza desconocida, aunque nunca había aparecido la copia fotográfica de tan revelador documento.

Ahora, meses después, una amable lectora, Doña Loreto Urraca, con un desprendimiento digno de todo elogio, me ha enviado un documento pensando que me interesaría. Le he pedido permiso para, naturalmente, dejar constancia de mi agradecimiento y, generosamente, me lo ha concedido. Está, tengo entendido, buscando papeles para hacer una biografía de corte documental sobre uno de sus antecesores, Pedro Urraca Rendueles (de no muy buena fama, pues fue el inspector de policía encargado de acompañar a la frontera franco-española al expresidente de la Generalitat Lluis Companys (véase, por ejemplo, https://www.sapiens.cat/temes/personatges/pedro-urraca-l-espia-que-va-detenir-companys_202466_102.html)  y de localizar a varios distinguidos políticos republicanos a los que en el Madrid de todas las desdichas también aguardaba el paredón  en 1940 (https://elpais.com/diario/2008/09/28/domingo/1222573955_850215.html)

Tras este imprescindible agradecimiento he de entonar, ante todo, la palinodia. Debería haber conocido el documento en cuestión, pero confieso que lo ignoraba. Una ignorancia culpable. Se trata, en efecto, de la hoja de servicios de un militar muy distinguido. Se sabe que desempeñó un papel importante al lado de Franco durante la guerra civil, que tuvo un destino diplomático envidiable en Francia, que llegó a ser teniente general y ministro del Ejército durante la dictadura. Lo he citado en numerosas ocasiones en varios de mis libros, incluso en el más reciente (El gran error de la República). No se me ocurrió solicitar la dichosa hojita, como hice con otros militares, a la hora de preparar con varios colegas un volumen sobre diplomáticos y guerra civil (Al servicio de la República).

Pero, y aquí viene lo de la palinodia, no me había preocupado de abordar la hoja de servicios de tan ilustre militar. ¡Error! ¡Craso error! ¿Su nombre? Antonio Barroso Sánchez-Guerra.  Era muy conocido. Votó contra la Ley de Reforma Politica que abrió la puerta a la transición y falleció en 1982 (dato que tomo de su entrada de Wikipedia que, por cierto, contiene varias afirmaciones no demasiado exactas y numerosas omisiones importantes).

Pues bien, la hoja de servicios del teniente general Barroso, al referirse al año 1936, contiene los siguientes párrafos que, en primer lugar, transcribo literalmente, en itálicas y en negritas.  Dejo para un segundo post su análisis y contextualización, en el bien entendido que servidor no es sino un aprendiz de biógrafo y que muchas de las hojas de servicio de militares que sirvieron en la dictadura hay que tomarlas con varias toneladas de sal. Es algo que ya aprendí, con mis añorados Dr. Miguel Ull y mi primo hermano Cecilio Yusta Viñas, en El primer asesinato de Franco, y que corroboraré en un libro que se publicará dentro de algunos meses y al que ya me he referido en el post anterior. Transcribo, pues:

1936. Continúa prestando servicio como Agregado Militar. En el mes de enero acompañó a la comisión presidida por el Excmo. Sr. General Don Francisco Franco Bahamonde a los funerales de S.M. el Rey Jorge V de Inglaterra. El 19 de julio de dicho año, enterado del levantamiento nacional presentó inmediatamente la dimisión de su cargo de Agregado Militar, poniéndose a las órdenes primero del general Mola, con el que pudo comunicar directamente y después a las del General Franco. Por orden expresa del General Mola se encargó de unas gestiones de compra de material de aviación en Francia y Bélgica, gestiones que realizó en compañía del ingeniero Don Juan de la Cierva, bajo la alta dirección del Excmo. Sr Don José Quiñones de León. Regresado a París se le ordenó por el Ministerio del Interior que saliera en un plazo de 48 horas del territorio francés, indicándole que no podía hacerlo por las fronteras de Irún o de Vera, por lo que marchó a Amberes donde embarcó para Lisboa, incorporándose al Ejército Nacional en los primeros días de septiembre de 1936, cuando el Cuartel General del General Franco se ocupaba de instalarse en Cáceres. Se hizo cargo a su llegada a dicho Cuartel General del mando de la 2ª Sección del EM, y el 1º de octubre del mismo año, cuando se organizó el Cuartel General de S. E. el Generalísimo, pasó a desempeñar el cargo de Jefe de la Sección de Operaciones (3ª Sección) de su E. M….”

El resto no es interesante para nuestros propósitos. Queda por decir que la letra manuscrita con que está escrito lo que antecede es extraordinariamente pulcra y legible, algo que no siempre ocurre en tales hojas de servicio.

A Doña Loreto Urraca le llamó la atención, naturalmente, la referencia a Juan de la Cierva y repito que tuvo la amabilidad de enviarme una copia de la página en la que figura la anterior transcripción.

Tenemos, pues, una pieza de EPRE que, como toda EPRE, hay que explorar, analizar y contextualizar. De por sí, esta parte del documento dice poco para lo que nos interesa. Es espartana en su sencillez. Hay que interrogar al papelín en cuestión. Esta es, precisamente, la labor del historiador.

Ante todo, nadie podrá negar que es EPRE genuina. Todo lo transcrito está tal cual en una hoja de servicios y, a diferencia de lo que ocurre con otros documentos de tal porte, a primera vista no nos suscita dudas en cuanto a su carácter. Esto, que puede parecer una afirmación de rutina, no lo es. Hay hojas de servicio que contienen, claro está, las vicisitudes profesionales de los oficiales, jefes y generales a que se refieren, pero de cuyo contenido que cabe dudar. Conozco un caso en el que las vicisitudes de su titular, expuestas someramente a lo largo de los antecedentes y el curso de la guerra civil, están escritas en el mismo tipo de letra. Es decir, por la misma persona, probablemente un soldado destinado en Mayoría, pero que teóricamente a lo largo de tres años no se movió de su puesto tampoco del jefe sobre quien escribía. Algo más que sospechoso y que permite pensar que el texto -anodino- de la dichosa hojita se redactó a posteriori, probablemente con fines de ocultación. Hay cosas de las que es mejor no dejar constancia.

(continuará)

SOBRE UNA NUEVA INVESTIGACIÓN QUE APARECERÁ EN 2022 EN RELACIÓN CON LA REPRESIÓN FRANQUISTA EN LA GUERRA CIVIL

11 enero, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

Las vacaciones de finales de año suelen estar repletas de alegría. Llegan las Navidades, el “Gordo”, las uvas, las reuniones familiares, Noche vieja y, para el postre, Reyes. Esta vez han estado tintadas de intensa preocupación  casi en todas partes. No es la primera vez. Ocurrió en la temporada anterior. En la presente la alegría por la vacunación masiva contra la Covid se ha visto matizada por la propagación de su última variante. En Bélgica, donde vivo, un gobierno ha tenido que dar marcha atrás ante la cólera ciudadana por haber cerrado los espacios de manifestaciones culturales, pero se ha impuesto la semana de cuatro días de teletrabajo y el uso de las mascarillas es ya algo habitual. En Francia, el presidente Macron ha descalificado duramente a quienes se obstinan en no vacunarse. Gran alboroto mediático y en la clase política, pero pocos han ofrecido otras soluciones alternativas.

Para servidor estas pasadas vacaciones han sido también el momento de llamar a rebato. Poco antes de que empezaran escribí dos artículos en InfoLibre sobre las falacias y mentiras con las que VOX presentó en septiembre de 2021 en el Congreso de los Diputados una moción contra la Ley de Memoria Democrática y pidió la devolución al Gobierno. Curiosamente, no la ha aireado, que yo sepa, en su página web. Quizá porque el Congreso no tardó en rechazarla con una clara mayoría. ¿O es que se avergüenza de ella? ¿O tiene temor a que la lea el gran público y, sobre todo, los expertos e historiadores? No especulé en mis artículos sobre qué fines perseguía con ello si luego no iba sacar alguna astilla propagandística de su acción. Porque pensar que tendría éxito era como sin jugar a la lotería de Navidad esperar ganar el primer premio.

Servidor suele seguir a VOX en sus arrebatos supuestamente de historia y por ello deseo empezar este nuevo año con una información que quizá interese a los amables lectores.

 Con dos queridos colegas, expertos máximos en el tema, he pasado buena parte de 2021 tratando de revisar y de poner al día una indagación en las aguas, siempre turbias, del franquismo, en la guerra y en la postguerra. Para tales colegas y amigos ha sido la continuación de una bien esmaltada carrera de estudios sobre la represión franquista. Para quien esto escribe, una consecuencia natural tras haber publicado EL GRAN FALLO DE LA REPÚBLICA y ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL?

La gran tragedia española del siglo XX no fue una cuestión del azar ni el resultado de maquinaciones izquierdistas o, como se dijo en la época, comunistas. Alguien la quiso y alguien no supo evitarla en la primavera de 1936. Estas dos afirmaciones, apoyadas por una amplia base documental, tuvo consecuencias que han sido muy desvirtuadas.  

Los tres compañeros de ordenador creemos, naturalmente, en la necesidad imperiosa de que todo relato histórico se base en la evidencia primaria relevante de época. Los tres nos hemos descornado en la pugna intelectual que suele reforzarse con el descubrimiento y la interpretación o explicación de los hechos que en tal evidencia se reflejan. Sabiendo, por supuesto, que interpretaciones hay muchas, que muchas son con frecuencia sesgadas y que políticos, periodistas y mercenarios de variado pelaje atienden más a las “necesidades” del presente que a la reconstrucción fundamentada de lo que hubo detrás de los procesos y decisiones que marcan el pasado. 

En esta ocasión hemos trabajado con el corazón amargado por el peso de una evidencia documental que alumbra una época trágica. Hemos examinado lo que da de sí un documento no del todo desconocido, pero si incompleto hasta el momento. Ahora hemos explorado en su totalidad las setenta páginas de que consta, lo que dan de sí, su origen, su autor y su carrera salpicada de sangre inocente.

¿Y qué cabe descubrir? Algo bastante simple, pero en torno a lo cual no ha cesado la polémica. Simplemente porque a muchos políticos e “influencers” eso de poner patas arriba las miserias de los vencedores en la guerra civil no les encaja con la basurilla ideológica que siguen propugnando. No es nada nuevo. Lo hicieron durante cuarenta años de dictadura.

El hecho es que, indagando en lo que dan de sí esas setenta páginas, nos hemos concentrado en alumbrar las bases filosóficas, ideológicas, jurídicas y, en último término, político-operativas que, en buena medida, “justificaron” los asesinatos que inmediatamente lanzaron los sublevados en julio de 1936 y que continuaron durante toda la contienda. A lo largo de la cual tuvieron tiempo, dada la lentitud de Franco en conducir las operaciones militares, de ir ganando y acumulando experiencia.

Aquella “filosofía”, la perversión del derecho y las necesidades de amedrentar, acoquinar y, en último término, liquidar al adversario se aplicaron, en primer lugar, contra sus compañeros de uniforme; en segundo lugar, contra quienes “mal dirigidos” por doctrinas perniciosas (comunismo, socialismo, anarquismo, liberalismo y masonería, entre otros pecados nefandos) se habían enseñoreado de España para hacer de ella poco menos que un sucedáneo de república soviética.

No ignoramos, por supuesto, que sobre el tema se ha escrito mucho y bien. Sin embargo, un amplio sector de la sociedad española, manipulado, teledirigido y ofuscado, sigue creyendo en las numerosas patrañas que los conspiradores de 1936 propagaron desde antes de su sublevación y que “justificaron” pasar a miles de conciudadanos por los pelotones de ejecución y dejar a una parte sustancial de los mismos en las fosas del olvido.  No es una casualidad que todavía hoy continúen machacando sus patrañas como la única “verdad” en redes, en periódicos muy connotados, en la prensa digital y en libros que dicen que se venden como rosquillas.  

Con CASTIGAR ROJOS, tal es el título que hemos puesto a nuestro trabajo, intentamos descifrar una de las guías para inquisidores, versión siglo XX, que tanto influyó en los militares franquistas a la vez que bebió de ellos, de sus consejos de guerra y de su implacable persecución de los vencidos.

La guía no provino de la nada. Provino de toda una serie de teorías filosóficas, políticas y penales que se remitieron a la actividad, nada dulce, de la Santa Inquisición; que renegaron de la Reforma (no en vano la monarquía española fue uno de los brazos armados de la Ecclesia militans e incluso de la Ecclesia triumphans en las guerras de religión de los siglos XVI y XVII), de la Ilustración y de los combates contra los avances políticos, económicos y sociales de una gran parte del siglo XIX. Teorías que apelaban a los instintos grupales, narcisistas, excluyentes, de una buena porción de españoles. Eso sí, teorías que se actualizaron con las concepciones schmittianas del derecho penal nacionalsocialista y con la regresión que, en un sector de la autodenominada justicia militar, había provocado la práctica seguida en el bienio radical-cedista.

Aquella guía tuvo un autor de excepción, figura citada -aunque no demasiado estudiada- en numerosas monografías sobre la represión franquista en la guerra y en la posguerra. Llegó a ser general de División y pasó por toda una serie de puestos, algunos ya alumbrados, otros no, que hicieron de él un personaje esencial para comprender la inspiración a que se atuvo la represión franquista desde 1936.

Lo hemos caracterizado como “el último inquisidor de España”, en la esperanza de que su caso no vuelva a repetirse. Si bien, de juzgar por lo que suele leerse en ciertos medios, sus tesis no parece que hayan perdido demasiada validez para un sector, afortunadamente reducido, aunque en lamentable expansión, de la sociedad española de nuestros días.

Dado que en círculos próximos a dicho sector los mitos franquistas sobre la vesania “roja” siguen despertando interés, a pesar de los cuarenta años de infamia historiográfica “nacional” (lo atestiguan, entre otros, el éxito editorial del Avance de la Causa General y la obsesión con Paracuellos) nos embarga una esperanza: seguimos, en efecto, con impaciencia los esfuerzos para dar a la luz los equivalentes de esa guía “para inquisidores” que hubiera pergeñado algún jurista o militar republicanos. O mejor todavía, algún jurídico-militar.  Por desgracia, en la única historia de este Cuerpo que conocemos no se dice nada al respecto. ¿Por qué será?

Ahora bien, que en 85 años nadie haya descubierto ningún nombre quizá no sea razón para que no se intente durante otros tantos en el futuro. Como la localización de EPRE es impredecible, a lo mejor incluso algún historiador filofranquista del que todavía no conocemos el nombre da con un documento parecido al que nos hemos decidido a examinar. Hasta el momento, todo lo sabido hace pensar que lo tendrá difícil. Pero no hay que desesperar. Siempre habrá autores anglosajones, o franceses, o alemanes, o incluso (¡oh, dicha!) españoles que intenten dar con él. ¿Para qué?  Para coronar con el éxito la desesperada búsqueda del particular vellocino de oro que se colgarían los todavía defensores del 18 de Julio.

Mientras tanto, seguiremos esperando a conocer las hazañas intelectuales de su Jasón. Ya cuentan con algunos pre-argonautas.

LOS ARCHIVOS DE LA CORONA: UNA INCÓGNITA

14 diciembre, 2021 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Me mueve a escribir este post, ya casi pre-navideño, una cuestión que ha venido asaltándome regularmente en los últimos meses. Los amables lectores saben que escribo sobre evidencias primarias relevantes de época, Luego, después de haberlas contextualizado y analizado debidamente, acudo a la literatura secundaria. Esto me permite establecer una narrativa más amplia, o al menos diferente, que puede retocar o ampliar, confirmar o desautorizar interpretaciones previas elaboradas por otros autores.

Se trata de una metodología que ayuda a aclarar, completar o iluminar mejor algunas vetas del pasado con mayor autoridad que la que se deriva del comentario, crítico o elogioso, de las aportaciones previas de otros historiadores. No entiendo otra forma de investigar. Ya sé que este énfasis en la EPRE puede molestar a mucha gente, pero vengo aplicando dicho método desde mi tesis doctoral en 1973 y que, debidamente recortada, se publicó en 1974.

Entonces desmonté una de las falacias de la historiografía comunista en general y de otras izquierdas sobre la supuesta colusión entre los conspiradores contra la República y el Tercer Reich. He seguido manteniendo dicha tesis, a pesar de que me ha sido posible documentar algunos otros contactos entre los enemigos del orden constitucional y elementos nazis (que entonces no había logrado identificar). Como debería ser obvio, la EPRE no es estática: hay que buscarla, En el mejor de los casos se encuentra. En otros no. Lo que es imperdonable es inventarla, como hacen muchos desaprensivos.

Años después, de la mano de otra EPRE, me he visto obligado a desmontar las falacias, más abundantes y persistentes, de la historiografía pro-franquista y he negado cualquier complicidad entre la izquierda española y la URSS de cara a una superimaginada  revolución comunista a punto de estallar y para prevenir la cual fue imprescindible levantarse en armas contra la República.  

Afortunadamente, desde que murió Franco los archivos españoles han ido abriéndose. Las últimas piezas de EPRE que me han ayudado a destruir tal leyenda las he encontrado, por ejemplo, en el de Ávila.  Es cierto que el proceso ha ido produciéndose con lentitud desgarradora, pero los archivos se han abierto. De no haber sido por ellos tampoco me hubiera sido posible ir poniendo sobre la cuerda las estupideces que, empezando por Joaquín Arrarás, se han dicho y han venido repitiéndose hasta la actualidad sobre el tema de la no concesión a Franco de la Laureada en 1917 en las páginas del libro de un general de brigada que no es del caso volver a mencionar en este blog.

En los archivos españoles que han ido abriéndose hasta el momento hay materiales que tendrán ocupados a los historiadores durante quizá dos generaciones. Quedan algunos reductos por abrir. Es de esperar que en la futura ley de secretos oficiales no se incluyan “elasticidades” que permitan a las autoridades mantener en la sombra partes de la documentación de hasta 1975. Por propia experiencia pertenezco a ese grupo de investigadores que están convencidos de que la actual democracia española no tiene absolutamente nada que temer del conocimiento documentado en fuentes primarias sobre cualquier episodio anterior a dicho año. Me alegraría mucho que alguien me convenciera de que estoy equivocado. Los argumentos esgrimidos públicamente por varios de los últimos ministros de Defensa de los gobiernos de Don Mariano Rajoy no valen ni siquiera el papel en que se airearon. Fueron mera basura.

Para bien o para mal han transcurrido ya 46 años de la muerte del conducator español. Tradicionalmente en los países europeos occidentales el período de entre 45 y 50 años se ha considerado casi siempre como el mojón a partir del cual se desclasificaba la documentación, por lo menos en su mayoría. Las excepciones, muy motivadas, suelen desclasificarse hacia los 75, pero no son muy abundantes en los países de nuestro entorno. Siempre pongo como ejemplo a emular el caso de Portugal.

Desde luego no soy de quienes afirman que la experiencia española en materia de apertura de archivos ha sido gloriosa. Con todo, tampoco es desdeñable. A pesar de las quemas masivas que en la Transición algunos políticos, a la sazón imbuidos de incontrolables e incontrolados resabios franquistas, ordenaron practicar con respecto a la documentación de ciertos Ministerios, el palmarès de la dictadura fue tan negro que blanquearlo me parece prácticamente imposible.

En todo este proceso hay, sin embargo, algunos archivos que por motivos que solo cabe sospechar se han mantenido cerrados a cal y canto. Me refiero a los archivos de la Corona. No de la instaurada o restaurada a partir de la muerte del dictador, sobre cuya pertinencia podría discutirse, pero siempre con escaso conocimiento de causa. Me refiero a la de los años anteriores. A la Corona por así decir en el exilio.

Mi interés por ellos data desde que los papeles de Don Pedro Sainz Rodríguez se abrieron al público. Con ellos también los de algunos de los destacados políticos, monárquicos o no, que tuvieron relaciones con el pretendiente. Se sabe que Don Pedro, tras refugiarse en Portugal, actuó de asesor áulico del hijo de Alfonso XIII. Incluso escribió un libro. Un joven historiador se basó en tales papeles y otros para escribir una tesis doctoral allá por los años ochenta. Después cayó una cortina de silencio.

Mi curiosidad se ha encendido a lo largo de los últimos años, es decir, cuando he ido acercándome a las intrigas monárquicas contra la República en la primera mitad de los años treinta. El perfil de las mismas está suficientemente asentado con la documentación que ido logrando localizar en algunos archivos españoles, franceses e italianos, pero por desgracia quedan muchos recovecos por alumbrar.

Mi tesis es que el entonces exrey Don Alfonso XIII estuvo bastante al corriente de los planes de los conspiradores. Aparte de lo que en su momento escribió el teniente coronel, y acendrado monárquico, Juan Antonio Ansaldo en su libro de memorias Para qué…, aparecido en Buenos Aires a principios de los años cincuenta, no conocemos muchos de los detalles operativos del apoyo del exrey a los militares, políticos y financieros implicados en la conspiración contra la República. Algo se encuentra, no obstante, en los archivos de la Universidad de Navarra, abiertos a los investigadores.

Menos aún se conocen los inputs que incidieron en la actitud que el pretendiente a la Corona fue recibiendo en su  autoimpuesto exilio en el extranjero (facilitado sin duda por la impertinencia del mayor traidor a la misma, un tal Francisco Franco). Primero durante la guerra civil y luego durante la mundial. La selección de documentos de Sainz Rodríguez en el segundo tomo de sus memorias fue muy incompleta y se refiere demasiado a su propia actividad cuando se refugió en Portugal para huir él, exministro, de la malquerencia de su viejo amigo el prepotente caudillo. Los fondos que se conservan están demasiado relacionados con sus propios consejos y sugerencias. No tanto con los que sin duda llegarían a Don Juan por otros conductos.

Estos últimos es muy posible que sean significativos. Hacia Don Juan afluyó toda una serie de personajes que eran conscientes de dos aspectos. El primero, que Franco se había “colado” como Jefe del Gobierno y del Estado al amparo de una situación de emergencia creada por la desaparición de Calvo Sotelo y del teniente general Sanjurjo, almas política y militar de la conspiración. El segundo, que Franco no tuvo jamás la menor intención de restaurar la Monarquía aprovechando la feliz circunstancia de que en la guerra había creado un Ejército que mayoritariamente le era fiel y no tanto al hijo de Alfonso XIII.

Hoy esto es suficientemente conocido en líneas generales. A lo escrito al respecto podrían añadirse los resultados que arroje un análisis pormenorizado de los documentos más relevantes de procedencia portuguesa, británica, norteamericana o francesa. Los alemanes llevaban abiertos desde los años cincuenta. Los de la posguerra han ido desclasificándose a un ritmo natural.

Me pregunto, pues, si en el esfuerzo realizado por la Corona por distanciarse del anterior titular de la misma (hoy acosado ante los tribunales británicos y cuya credibilidad personal está, irrevocablemente me parece, hecha trizas) no cabría introducir una apertura de archivos. Es verosímil que en ellos se conserven las informaciones que fueron afluyendo a Suiza y Portugal sobre la “cocina” interna de la dictadura y las esperanzas que fue depositando el abuelito del actual monarca. Mantenerlas en secreto equivaldría a no romper la relación histórica de la institución con la propia dictadura.

Que el denominado “pretendiente” no tuvo éxito es de todos sabido. Franco le hizo una pirueta como también la hizo a millones de española para autopresentarse como el hombre providencial, salvador de la Patria, constructor de la España moderna y demás pamemas que tanto agradan a sus aduladores, historiadores o ciudadanos de a pie.

Lo que no se conoce con seguridad documental, valga decir con EPRE, es el chorro de informaciones noticias, proyectos y situaciones que fueron desarrollándose a lo largo del tiempo desde los círculos monárquicos. Solo una parte estará en archivos extranjeros, pero la “chicha” más significativa es de suponer que Don Juan de Borbón no la tiraría a la basura.

Si en los Estados Unidos se abren, con mayores o menores dificultades, documentos relativos a la presidencia Trump, no veo la razón por la cual en una democracia moderna, alineada con la Unión Europea y crecientemente internacionalizada cabría justificar la subsistencia de la ignorancia sobre las relaciones entre la Corona en el “autoexilio” y la dictadura franquista.   

Con esta reflexión, que otros historiadores quizá puedan prolongar, aprovecho la ocasión para desear a todos los amables lectores unas felices fiestas de Navidad y Año Nuevo. Dentro siempre de lo posible y de las limitaciones que imponga la evolución de la pandemia.

Sir Paul Preston y los embustes tras el golpe de 1936

7 diciembre, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Ha salido hace unas semanas, justo para los regalos de Navidad y Reyes, el hoy por hoy último libro de Sir Paul Preston. En esta ocasión ha acudido a una fórmula que ya habia utilizado con éxito en otras obras previas: un conjunto de pequeñas biografías enmarcadas en un análisis inicial y unas conclusiones sobre el tema general al que los biografiados se refieren. Son dos: Fake news y guerra civil y Una guerra civil interminable. Tiene la gran ventaja de poder saltar de una figura a otra o leerlas por delante o por detrás. Los biografiados no aparecen  con sus nombres en el índice sino en el texto mismo. Así, el policia resulta ser Julián Mauricio Carlavilla del Barrio. El sacerdote el reverendo padre Juan Tusquets (que difícilmente llegará ya a los altares). El poeta facilón, pero Toisón de oro, José María Pemán. El mensajero, y asesino guillado, Gonzalo de Aguilera. El genocida del Norte Emilio Mola y el sicópata del Sur Gonzalo Queipo de Llano

Todos ellos han aparecido, de una u otra manera, en la extensísima obra de Preston. Ahora lo hacen en función de dos variables: sus comportamientos antes de la guerra de 1936 y su influencia asesina después (salvo en el caso de Mola que murió en accidente de aviación en junio de 1937). Son representativos de su tiempo y del país que querían crear. Todos lo consiguieron, con gran “éxito” en el primero y último casos, y como manipuladores también de las circunstancias que contribuyeron a configurar el segundo. Todavía vivimos bajo sus efectos mefíticos. Son, en su totalidad, viejos conocidos del autor, presentados ya en portada como “artífices del odio” o “arquitectos del terror”. Sin excepción, deberían figurar por derecho propio en una historia española de la infamia en el siglo XX, aunque todavía hay gente en este país que se resiste. No hay que perder la esperanza.  

A servidor nunca le ha llamado la biografía. Si el año que viene publico un libro con dos colegas en el que me hago cargo de la parte biográfica de otro de los desalmados de la época ha sido porque alguien debía hacerla y mis dos compañeros tenían ya otros temas de que ocuparse. Así que he leído con interés las sucintas biografías de los personajes elegidor por Sir Paul, en algunos casos con mayor curiosidad que otros.

Me ha llamado la atención la combinaciónn de fuentes primarias cuando ha sido necesario con las secundarias. En este particular libro las secundarias son extremadamente importantes. Se publicaron en los años de la preguerra, en la guerra y a lo largo de la dictadura. Constituyen una serie de gran continuidad y consistencia argumentales. Versan sobre un tema central, el más importante para la historia del siglo XX español: ¿Quiénes fueron los responsables de la guerra civil?.

La respuesta que da la bibliografía secundaria escrita por los vencedores y sus asociados es unívoca: fueron los comunistas, los judíos y los masones. No es nueva. Lo que Preston muestra es la continuidad en un relato, penoso de leer, que abarca desde los albores de la República al principio de los años treinta hasta el final de la dictadura franquista. Con el añadido en esta, bien conocido, de las plumas de prohombres de la misma fuera de toda sospecha: un tal Francisco Franco y un tal Luis Carrero Blanco.

Ahora bien, aquella argumentación, bendecida y “milagreada” con frecuencia por ciertos príncipes de la Iglesia Católica española, siempre fue falsa de toda falsedad. La mantengan (adaptada) instituciones tan señeras como la FNFF, elementos ligados a movimientos tan “progresistas” como los falangistas residuales o militantes de VOX y parte del PP, destacados o no, desde sus muchachos pero también sus viejitos y militantes o votantes de edad intermedia.

El libro de Preston puede leerse en paralelo con mis dos últimos trabajos (¿Quién quiso la guerra civil? y ¿El gran error de la República?). Los tres representan análisis de la gran estafa, de proporciones épicas, que sigue sobreviviendo a pesar de todos los pesares, sobre las responsabilidades involucradas en el estallido de la mayor y más duradera catástrofe española del siglo XX. No fueron los comunistas, judíos apenas si había y, naturalmente, no tenían nada que decir al respecto, y de los masones ya se cuidaron las derechas católicas en el período 1933-1935, con la complacencia de los autodenominados radicales, de apartarlos en todo lo posible de las posiciones de mando en el Ejército.

Preston es muy generoso al afirmar que incluso algunos de entre ellos se lo creyeron. Como si eso les eximiera de responsabilidad. ¿Acaso no tenían informaciones al respecto? ¿De dónde podrían proceder estas? Naturalmente de los órganos de seguridad. Sobre todo los de naturaleza interior. Es decir, la policía, la guardia civil y los elementos responsables en el Ministerio de la Gobernación. En este sentido, hace muy bien el autor en poner en primer lugar de entre sus personajes a un policía corrupto, asesino y mentiroso como fue Carlavilla, más conocido con el seudónimo que manejaba de “Mauricio Karl”.

Personalmente recuerdo, cuando era un chaval de 17 o 18 años, el éxito que tuvo uno de sus libros (en este caso sobre Malenkov) que incluso llegué a comprar. Debió de ser allá por los tiempos tras la revolución húngara y, si mi memoria no me es infiel, lo tiré a la papelera. Innecesario es decir que yo no sabía de “historia” de España mucho más de lo que me habían enseñado en el colegio pero ya había salido al extranjero y entrevisto otros horizontes. Preston es muy duro con Carlavilla. Servidor lo habría sido infinitamente más.

El capítulo dedicado a Pemán es todo un “poema”, como corresponde a un político, asesino por inducción y embustero impenitente que también se dedicó a la poesía y ocultó sus discursos de la guerra civil. En mi juventud era un personaje importante. Recuerdo que fui a ver su obra El divino impaciente (si mi memoria no me es infiel al Teatro Lara). No sé si figuraba en él o no un versito que no he podido olvidar: “Veremos si es igual hacer la guerra a Jesús cuando está junto a su cruz la espada de Portugal”. A lo mejor fue de otro, pero yo siempre lo entendí como una llamada, antes de la guerra, a la posterior Cruzada. Que a los japoneses no les interesaba el cristianismo, peor para ellos. Había que imponérselo por la fuerza. Y si no querían, a espadazo y tente tieso. Como a los descreídos republicanos, masones, comunistas, liberales, etc. y gentes de similar ralea. La religión verdadera se imponía así, fueran las víctimas indios sin cultura o portadores de una cultura mucho más antigua que la española. Años después lei a Southworth y sus análisis sobre el Poema de la bestia y el ángel. Literalmente vomitivo. Este capítulo debería ser objeto de comentario en las escuelas públicas del Ayuntamiento de Cádiz.

Por el contrario no sabía mucho más del reverendo padre Joan Tusquets que lo que Sir Paul había escrito en algunos de sus libros anteriores. ¡Vaya personaje! Fiel exponente del pensamiento más repelente de la Iglesia española de la época. Hay que tener un estómago a prueba de bombas para leer sus escritos. ¿Por qué habrá desaparecido su nombre de entre las glorias de la Iglesia católica?

En cuanto a Mola y Queipo ¿qué más podría decirse? Para la preparación de uno de mis libros releí la magna obra del primero “El pasado, Azaña y el porvenir” (se adquiere fácilmente en Internet, porque ya no figura -sin que se hubierda dado explicación alguna- en sus denominadas Obras Completas) . Siempre me he preguntado acerca de las razones por las cuales cuando tras febrero de 1936, cuando Azaña tuvo que asumir rápidamente la presidencia del Gobierno, se le ocurrió enviarlo al frente de la guarnición de Pamplona. ¿Pensó que convendría mostrarse generoso para que no le acusaran de buscar una venganza torticera?

Ahora la pregunta del millón: ¿por qué los autores de derechas y de extrema derecha no acometen la tarea, ingente desde luego, de rebatir a todos aquellos que como Sir Paul Preston vienen desgranando desde hace más de cuarenta años una visión de la República que está en las antípodas de tales personajes, infumables, arteros, embusteros, mentirosos, con frecuencia criminales de hecho o de inducción, y siempre engrandecidos, y de los cuales se  desparramó durante tantos años su ponzoña para “educar” a las sucesivas generaciones de españoles en las “verdades” eternas de la dictadura de Franco?

Es una pregunta sin respuesta, ya lo sé, porque de lo que se trata es de contrarrestar los motivos que indujeron a un sector, minoritario, de la sociedad española de la época. El autor los indica ya en la primera página del texto:

“Tras esta idea fraudulenta de amenaza mortal a la nación, el alzamiento militar ocultaba el objetivo menos apocalíptico, y materialmente más rentable, de revertir las numerosas reformas con las que la Segunda República había planeado modernizar España”. No en vano “había desafiado a la Iglesia católica, los militares, la élite terrateniente, los banqueros y los industriales con un ambicioso programa de reformas sociales, económicas y educativas”.

La contrarreforma había, pues, de correr a cargo de los militares, los policías, los eclesiásticos y los últimos llegados, los falangistas y, como en los mejores tiempos de las guerras de religión, ahogarlas en la sangre y en el fuego. Todo por la España inmortal que ya inspiró a Viriato.

Un pensamiento final: ¿hasta cuándo yacerán los restos del general Queipo de Llano en su tumba de La Macarena en virtud de su condición de antiguo cofrade? ¿Es que los partidos políticos andaluces siguen sin tener la menor pizca de vergüenza después de transcurridos cuarenta años?

Recomendación en este puente de la Constitución: para quienes no hayan leído antes a Preston, un excelente compendio de una parte de su obra. Para quienes la conozcan, un recordatorio. En ambos casos, pongan un ejemplar en el belén o bajo el árbol de Navidad, según gustos, para alguno de sus seres queridos.

DE 1930 A 2021: EN EL FALLECIMIENTO DE JULIA BALMES, HIJA DEL GENERAL AMADO BALMES

30 noviembre, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unas semanas me llegó la noticia del fallecimiento de la hija del general Amado Balmes. No pude reaccionar de inmediato porque este blog tiene una cadencia semanal y no es fácil alterar la secuencia prevista para él. Los posts suelo escribirlos con anticipación y los  últimos se han dedicado al programa que Netflix ha puesto en pantalla sobre Franco,  su dictadura y el recurrente aniversario de su fallecimiento. Confío en que los amables lectores excusarán tal retraso.

Doña Julia Balmes fue una persona fundamental en mi larga investigación sobre la conspiración del futuro Caudillo en Canarias para sublevarse contra la República en 1936. Allá por el año 2010, al estudiar el trasfondo del famoso vuelo del Dragon Rapide y sus conexiones, empecé a darme cuenta de que el relato clásico de Luis Bolín no cuadraba del todo. Había “casualidades” inexplicables. De hecho, el recuerdo del avión me ha perseguido hasta hace poco tiempo. Ahora conectado con la cuestión de la participación, y hasta qué punto, del ingeniero Juan de la Cierva en la trama golpista, negado por algún que otro colega.

En 2011 publiqué un primer ensayo titulado La conspiración del general Franco, recopilando todas las informaciones que pude y contando con la inapreciable ayuda de mi primo hermano Cecilio Yusta Viñas y del Dr. Miguel Ull. El primero era un piloto de larga experiencia y que había empezado su carrera en IBERIA destinado en Canarias. Conocía los aeropuertos canarios y los de los países de la región como la palma de su mano. Fue él quien me alertó sobre la sacrosanta idea de que el Dragon Rapide no podía aterrizar en Los Rodeos (Tenerife). Pura filfa. Naturalmente que podía hacerlo.  El segundo, anatomopatólogo de renombre, me llamó la atención sobre una carencia singular. No había autopsia que confirmara en buena y debida forma y con los requisitos de rigor que exigía la legislación vigente que el general Balmes hubiese fallecido a consecuencia del tiro que se le habría escapado al intentar desencasquillar la pistola con la que hacía prácticas. Varios expertos, que no quisieron que les identificara, me dijeron que era imposible que con aquel tipo de pistola sufriese tal percance.

El libro se publicó y causó cierto revuelo al aparecer su tesis en El País. Si el “accidente” no se produjo como tradicionalmente se había afirmado, alguien tuvo que disparar al general. Una compañera de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, la profesora Rosa Faes, pariente de la familia Balmes, me puso en contacto con su hija y nietas. Innecesario es decir que inmediatamente me desplacé a verlas, tras enviarles un ejemplar de mi libro. Así dio comienzo una buena amistad.

Cuando el general fue asesinado su hija Julia tenia seis años. Recordaba poco de aquellos días en Canarias pero tras el traslado de su madre a Oviedo, donde pasaron parte de la guerra, sí tenía presentes los apuros financieros por los que atravesaron, el súbito corte de relaciones con la familia Franco, con cuya hija había jugado en algunas ocasiones, y cómo, andando el tiempo, la situación económica mejoró. Doña Julia guardaba algunos recortes de periódicos, papeles, fotografías y, enmarcadas, las condecoraciones de su padre.

He de confesar un trauma.  En los años setenta del pasado siglo, uno de los emisarios de Franco a Hitler en julio de 1936 me contó su testimonio, algo más que pasivo, en la reunión en la que  el dictador alemán decidió acudir en ayuda de un general desconocido que apelaba a él desde  Marruecos. Los recuerdos de Johannes Bernhardt llenaban un hueco y no se veían contradichos por ninguna evidencia escrita. Los acepté, falto de otras referencias.

Afortunadamente estas aparecieron muchos años más tarde en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las encontró el profesor Carlos Collado Seidel. Demostraban, inequívocamente, que Bernhardt había exagerado y distorsionado su misión.  También que me había engañado como a un chino, valga la expresión. Ambos escribimos al alimón un artículo en inglés para poner en claro lo sucedido en base a aquella evidencia. Por supuesto, ignorada convenientemente hasta el momento en la literatura profranquista.

Las conversaciones con Doña Julia Balmes me obligaron a revisar mi libro en una nueva edición ampliada en la que mejoré la ubicación del “accidente” sufrido por su padre. Tras 2013 seguimos en contacto.  La prudencia, y el respeto que desde siempre le he tenido, me inducen a no dar cuenta de algunas informaciones que me contó, en presencia de una de sus hijas, relativas a la forma en que en ciertos sectores intentaron manipularla tras su aparición en público a través de mi libro.

Después de 2013 pasé a ocuparme de otros asuntos relacionados con la influencia de la trama civil en la conspiración. Documenté cómo los monárquicos alfonsinos contrataron con una empresa aeronáutica en la Italia fascista el suministro de aviones de combate, de transporte e incluso hidroaviones para inmediatamente después del golpe (lo que antes no hubiera sido posible, aunque algún descerebrado incluso lo pensó). Más tarde comprobé la aplicación del Francoprinzip (trasunto castizo del Führerprinzip nazi) y cómo Franco se hizo millonario mientras sus soldados morían o se desangraban en el frente o en los hospitales. La desclasificación, en 2013, de abundante documentación británica relacionada con lo que denominé OPERACIÓN SOBORNOS, la compra de voluntades de militares españoles próximos a Franco para que le convencieran de que no convenía a los supremos intereses de la PATRIA entrar en guerra al lado del Eje, me dio pie para una investigación que me entretuvo un par de años más.

En medio de todos estos ajetreos apareció un librito con la ignorada “autopsia” de Balmes y con una serie de declaraciones juradas de supuestos conocedores de lo que había ocurrido en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de julio de 1936. Desde Bruselas telefoneé a Miguel Ull y se la leí. Se echó a reir. Era infumable, grotesca, estúpida. En primer lugar no se trataba de una autopsia ni en segundo lugar los datos anatómicos registrados en el papelín coincidían con la tesis de un autodisparo en el vientre del general.

Ahí empezamos a escribir EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO. No fue difícil, pero sí llevó tiempo desenmascarar, documentalmente, la farsa con la que el posterior Jefe del Estado lo había disfrazado. Mi primo hermano Cecilio me contó que uno de sus compañeros de IBERIA, exmilitar, le había dicho y repetido que desde 1936 había corrido el rumor en los medios de Aviación de que Franco había hecho asesinar al general Balmes. Yo ya tenía la mosca tras la oreja porque el profesor Manuel Medina Ortega me había dicho que el cuñado de Balmes, muy conocido en la Universidad de la Laguna, se descomponía literalmente cuando se le preguntaba por el caso. Los rumores respondían a la realidad. Las hojas de servicio de algunos militares, desde el chófer testigo hasta los de algunos oficiales y jefes de la guarnición, habían sido alteradas, las declaraciones tomadas a supuestos “conocedores” de los hechos eran espurias, las memorias de uno de los principales implicados en el asesinato (disponibles, además, en la red) no respondían a los hechos.

La clave de lo sucedido se encontraba en el expediente de pensión concedida de entrada a la madre de Doña Julia, como si el general hubiese fallecido en acto de servicio previo a su incorporación a la sublevación. Su esposa había rogado a compañeros de su marido que intercedieran para que se revisara lo que los funcionarios encargados de tramitar el expediente habían afirmado y que era, simplemente, que no podría considerarse como tal la tamaña imprudencia en apoyarse la pistola en el vientre.

Por el hilo se saca el ovillo y la EPRE (evidencia primaria relevante de época) puede ser, cuando se encuentra y se analiza interna y contextualmente, implacable. Sugerimos los nombres de media docena de posibles asesinos, pero Franco encubrió bajo su manto protector solo a uno de entre ellos, a pesar de que en la guerra civil no destacó por nada “positivo”, antes al contrario. El general Varela, ministro del Ejército tras la VICTORIA, ordenó que cualquier acto de disposición referido a tal caballero y no distinguido militar tuviera que consultarse previamente con el Ministerio. Incluso las condecoraciones semiautomáticas de la campaña se le denegaron (aunque por razones no documentadas al cabo de un tiempo sí se le reconocieron; también se las habían otorgado sin ninguna dificultad al chófer, que jamás visitó un frente si su adulterada hoja de servicios es mínimamene fiable).

Fuimos dando cuenta a Doña Julia de toda la basura que se había acumulado en los sucesivos actos burocráticos. Cecilio estudió pormenorizadamente el vuelo del Dragon Rapide que, por supuesto, podría haber aterrizado no en Telde (como lo hizo) sino en Los Rodeos, al ladito de Franco. Este, sin embargo, ya dijo anticipadamente que  lo quería en Las Palmas, aunque no explicó las razones. Miguel Ull y servidor pasamos tres meses reescribiendo, para la comprensión de los no médicos, la impugnación formal, técnica, de la supuesta autopsia. No era sino la mera copia de una supuesta transcripción de unas declaraciones orales de dos forenses civiles que, “auxiliados” por dos médicos militares de brillante ejecutoria profesional posterior, hicieron a un mero secretario del Juzgado de Instrucción del distrito de Triana, el día del entierro, 17 de julio. Eran completamente diferentes de una de las informaciones, correctas, que llegaron a aparecer en la prensa de la tarde de la vispera en Las Palmas. No se repitieron.

Dejamos en el aire varios interrogantes pero sobre todo uno muy chistoso. El juez militar encargado del caso, y naturalmente implicado en el asesinato, consignó en sus memorias (hoy disponibles en red) lo que el general Balmes habría hecho antes de dirigirse al campo de tiro. Visitó el varado cañonero Canalejas y los cuarteles de Ingenieros e Infanteria. A su entrada se le rindieron los honores como estaba mandado. Esto se ha tomado por unos y por otros como palabra de Evangelio. Después se fue a hacer prácticas de tiro.  

Sin embargo, al hacerse cargo del caso el dia del asesinato el mismo juez militar identificó las prendas que llevaba el general. Entre ellas figuraban la guerrera kaki, un pantalón corto del mismo color con grandes manchas de sangre en la parte posterior y de barro seco sin que presentase orificio alguno y  una camisa de seda listada con dos agujeros

Nos preguntamos, pues, al final del libro si era costumbre entre los oficiales generales españoles inspeccionar cuarteles en shorts, como los que solían llevar en los tórridos veranos sus equivalentes británicos en el Ejército de la India. Desgraciadamente nunca encontramos una respuesta. Tampoco lo lamentamos mucho. La entrada del disparo, su trayectoria, los daños internos reflejados en la copia de la transcripción de la información oral al secretario del juzgado civil dejaban ver que el disparo lo hizo alguien situado en la proximidad del general. Entró por el hipocondrio izquierdo hacia la derecha y discurrió de arriba abajo y ligeramente de adelante hacia atrás. Un disparo, pues, hecho a traición por una persona conocida del general. No sabemos si llegaron a hablar o no. El testimonio del chófer fue amañado adecuadamente y vale menos de una perra gorda de las de antes. Se le recompensó evitando que tuviera que exponerse a los azares de la guerra.

¡Ah! Durante dos años mi primo hermano Cecilio Yusta trató de acceder al archivo del Consejo Supremo de Justicia Militar, dependiente del poder judicial, en el que se  conserva documentación relativa al asesino. En su época fue un personaje conocido por diversas razones porque, tras hacer la pelota,  SEJE continuó mostrándole sus favores. A Cecilio durante dos años le dieron largas. La funcionaria encargada del expediente tenía que consultar, al parecer, a un señor juez para que autorizase la consulta. Tan egregio representante del respeto debido a la ley nunca tuvo tiempo para hacerlo. Siempre he lamentado no poder ofrecer a Doña Julia Balmes uno de los posiblemente últimos documentos que quizá todavía existan, si no se ha destruído, para redondear el perfil del muy verosímil asesino de su padre.

En mi último libro, El gran error de la República, he tocado marginalmente el caso. Uno de los militares que fue llamado a declarar en el expediente amañado para arreglar la pensión declaró que el general llevaba cuenta de los elementos izquierdistas en Gran Canaria y de ello concluyó que apoyaba al futuro Movimiento. Nadie ha visto el fichero. Yo lo expliqué porque  toda la documentación que había en su despacho desapareció misteriosamente. Pero al “testigo” se le olvidó un detalle que yo ignoraba: en Gran Canaria funcionaban los agentes del Servicio Especial como en todas las demás guarniciones con el fin de detectar elementos subversivos de cualquier tipo, de izquierdas y de derechas. En el Archivo General Militar de Ávila se encuentran ejemplos de su actividad en la guarnición de Las Palmas, pero solo para años anteriores a 1936. Todos los demás, al igual que en muchos otros casos, han desaparecido. Podemos pensar que algunos de los izquierdistas lo pasaron mal. Y los fascistas o parafascistas respirarían aliviados.

Descanse en paz Doña Julia Balmes. No la olvidaré.  

TRAS EL 20 DE NOVIEMBRE

23 noviembre, 2021 at 8:30 am

Angel Viñas

Este año las “celebraciones” del 20 de noviembre me han ilusionado poco. Había pensado que, como en algunos aniversarios precedentes, las masas derechistas se lanzarían a la calle en recuerdo del inmortal Caudillo que, según dicen, forjó la España moderna. No he encontrado muchas noticias al respecto. Todo parece indicar que el duelo se ha mantenido en límites estrechos. La FNFF, cuya misión es conservar, enaltecer y favorecer la obra inmensa del Caudillo en sus más variados matices, se vio obligada, según informa en su página de Internet, a cambiar de lugar su cena habitual porque el restaurante en que iba a celebrarse renunció a albergar a los sin duda ilustres comensales que acudirían. Eso sí, anunció la celebración de misas en diez capitales de provincia más Ceuta “por el alma de Francisco Franco y los Caídos por Dios y por España”. Muy poca cosa en comparación con la tradición del nacionalcatolicismo. Más interesante me parece que tan connotada Fundación haya publicado un interesante artículo de don Gonzalo Fernández de la Mora, hijo, en el que se afirma que él no coincide del todo con la enmienda que VOX ha presentado a la totalidad del proyecto de Ley de Memoria Democrática y en el que la República se caracteriza de “antidemocrática, ilegal, sectaria, guerra civilista, golpista y asesina”.

El citado señor aduce para mostrar su desacuerdo tres salvedades: 1) La enmienda afirma que la monarquía de Alfonso XIII se «autodisolvió» para dar paso a la II República, cuando es obvio, afirma, que se trató de una rendición ante la gravísima amenaza de la violencia izquierdista; 2) VOX minimiza la relevancia del libro de Alvarez Tardío y Villa García [este segundo historiador es quien escribió un informe todavía desconocido contra mis afirmaciones sobre la participación de Juan de la Cierva en la sublevación de 1936], en el que se demuestra un fraude electoral masivo en las elecciones que llevaron al poder al Frente Popular, y lo reduce a un simple «probables fraudes en no pocas circunscripciones«; y 3) Afirma que el gobierno del Frente Popular no estuvo implicado en el asesinato de Calvo Sotelo, cuando se trata de un hecho histórico aún no resuelto”.

Evidentemente VOX no es ya, para algunos, lo que era o debería ser.

A mi, sin embargo, me gustaría que se informara al pueblo soberano, representado en Cortes, acerca de las publicaciones que durante el largo período comprendido entre 1939 y 1976, en el que España entera (en los años bélicos, solo la autodenominada “nacional”) estuvo sometida a una censura de guerra o casi de guerra (esto último gracias al padre fundador del PP, profesor Manuel Fraga Iribarne), hubiesen aparecido para, por lo menos, impugnar las acusaciones que se prodigaron contra la República, entre ellas en particular las que sugiere don Gonzalo Fernández de la Mora, hijo.

En el rastreo por la literatura generada en la “gloriosa” España de Franco lo que servidor encuentra es mas bien ecos del infame Dictamen de la Comisión sobre Ilegitimidad de Poderes actuantes en 18 de julio de 1936, publicado por la Editora Nacional del orgulloso Estado Español  [denominación oficial] bajo la tutela del Ministerio de la Gobernación en el “Año de la Victoria” con 244 páginas de apretado texto. Como es lógico, muchos de los eminentes autores que colaboraron en tal tarea habían sido conspiradores contra la República antes de aquella fecha y algunos desde su advenimiento.  

Hay ejemplares que pueden adquirirse por internet al módico de unos 38 euros, pero un repaso a las páginas de Mr Google no da muchas opciones de consulta. El Dictamen se halla en algunas bibliotecas pero, ignoro por qué, durante los cuarenta años de “gloriosa” dictadura no llegó a republicarse. Tampoco después, que yo sepa, lo ha hecho ninguna de las editoriales especializadas en libros de derechas o de extrema derecha que pululan por este santo país. Creo que sería muy conveniente que un equipo de historiadores hiciera una edición crítica.

Los alemanes, tan pronto como Mein Kampf quedó libre de derechos de autor, se apresuraron a preparar una edición comentada. Servidor se apresuró a adquirirla, pero la verdad es que meterme entre pecho y espalda el contenido de dos tomos de gran formato (22×28,50 cm)  con  947 y 1966 páginas respectivamente lo he ido dejando para algún verano en el que no me sienta tan hundido por la pandemia. En lo que se refiere al Dictamen, lo tengo en casa y en algunas ocasiones en la mesilla de noche. Quizá pudiera pensarse para 2029 en su republicación en una edición crítica que, sin llegar a las enormes dimensiones de la alemana, familiarizara a los lectores sobre la distorsión de los hechos que se hizo entonces y que continúa hoy gracias al empeño de VOX y también de alguno de los colaboradores de la FNFF.

Para otra ocasión dejo la posibilidad de comentar la, sin duda, interesante enmienda de VOX, sobre todo después de leer a don Gonzalo Fernández de la Mora, hijo, que afirma que ha sido “redactado sin lugar a dudas por uno o varios historiadores de primer nivel”, por desgracia no identificado(s).

Por el momento quisiera reproducir el texto del artículo que servidor escribió para PUBLICO con el fin de que se diese a conocer el mismo día 20N. En FB y en Twitter subí ese mismo día el artículo que el profesor Julián Casanova, buen amigo mío, publicó en InfoLibre con un título absolutamente neutro: FRANCO. Recomiendo encarecidamente su lectura. Yo fui más modesto y me limité a señalar que, como todos los años precedentes, 2021 tiene su 20 de noviembre.

Claro que los que lo recordamos por haberlo vivido seremos cada vez menos. En paralelo, aumentarán los que no lo hicieron. Para estos, que al menos tendrán ya más de la cuarentena y verosímilmente se preocuparán por la educación de sus hijos, conviene señalar que se trata de una fecha inscrita con alegría en el corazón de muchos. Ciertamente, en el de quien esto escribe.

Después de casi tres años de guerra y cuarenta de posguerra, de los cuales la mitad se pasaron en el autoaislamiento económico (autarquía se decía entonces) y en una represión inmisericorde y con suma frecuencia cruenta para republicanos, liberales, socialistas, anarquistas, comunistas, masones, librepensadores, ateos, todos globalmente incluidos en el concepto de la “Anti-España”, una modesta prosperidad alentada por la emigración, el turismo y la inversión extranjera en medio de una continuada violencia estructural, algo más sofisticada, el 20 de noviembre de 1975 entreabrió las puertas a la esperanza. No sin temores. La Transición también tuvo sus víctimas, de muy diverso tipo. De violencia etarra y de violencia policial, pero alumbró un rayito de luz.

Hoy, como en ocasiones anteriores, representantes escasamente reciclados de los pilares ideológicos de la dictadura, volverán a invadir las redes -e incluso quizá algunas plazuelas- para reclamar una vuelta a aquellos tiempos en los que, sin rastro de vergüenza aparente, afirman que “con Franco vivíamos mejor”. Sin duda hay gente que se lo cree. Algunos porque se lo han dicho en casa. Otros porque lo oyen y leen en las redes. No faltarán los ignorantes.

¡Ay! El sistema educativo español, en buena parte en manos privadas, no ha hecho su deber y, en general, tampoco se le ha obligado a ello. No es lo que pasa en países de nuestro entorno en los que  hay un pasado del que tampoco pueden sentirse demasiado orgullosos, sea porque  en ellos afloraron dictaduras (no tan largas como la española) o bien porque, invadidos, tuvieron que sobrevivir bajo la bota de la ocupación.

¿Por qué, sin embargo, España es un caso un tanto particular en la Europa occidental? Con el paso del tiempo va aclarándose el pasado. Se toma distancia hacia él y, bien o mal, los historiadores hacemos nuestra labor. Es modesta, porque hagamos lo que hagamos no es posible cambiar el pasado. Lo que los historiadores sí podemos es contribuir a modificar las representaciones de ese pasado. Esto es lo que fastidia a mucha gente que, en general, se encuentra del lado de aquéllos que todavía tienen una visión positiva de Franco, hoy fallecido hace 46 años, e incluso de su dictadura. 

Naturalmente a nadie le gusta que le digan que está equivocado. Sin embargo, desde 1975 a esta fecha los historiadores españoles hemos cumplido con nuestro deber. Hemos explorado archivos, hemos leído libremente a los colegas extranjeros ya no censurados, nos hemos puesto al día con los progresos de la disciplina y otras afines, hemos contribuido a interpretar las fosas del olvido, hemos sido un fermento social incansable. Y hemos mostrado algunas cosas que deberían haber sido evidentes sin necesidad de realizar los grandes esfuerzos que hemos realizado individual y colectivamente.

  • La guerra civil no fue irremediable. Fue producto de circunstancias concretas y preparada por actores concretos: monárquicos alfonsinos, carlistas, un sector de las fuerzas armadas debidamente manipulado y siempre contando con el apoyo, que llegó, de la Italia fascista.
  • Se preparó y se hizo con argumentaciones espurias. En modo alguno se trató de evitar que la PATRIA cayera en las garras de masones, judíos, comunistas y demás ralea (en este sentido recomiendo la lectura del último libro de sir Paul Preston, Arquitectos del terror, que acaba de publicarse).
  • No la quisieron los republicanos liberales, ni los socialistas, ni los anarquistas, ni los comunistas ni, en general, la “Anti-Patria”, que aspiraban a una España modernizada en lo político, en lo económico y en lo social.

¿Y Franco?

Franco se “coló” porque la sublevación del 17/18 de julio quedó descabezada tras el asesinato de José Calvo Sotelo (cabecilla civil del golpe) y la muerte en accidente del teniente general José Sanjurjo, rencoroso. No tuvo rivales. Se aprovechó de la prevista ayuda mussoliniana y se encontró con el “chollo” de una ayuda nazi que consiguió en circunstancias que servidor desveló, más o menos, un año antes de su óbito. Como hacemos los historiadores: con evidencias documentales, debidamente analizadas y contextualizadas. Franco traicionó no solo al juramento de lealtad que había hecho a la República, también incluso a la Corona después de haber camelado durante tantos años a Alfonso XIII. Por eso hubo monárquicos que jamás se lo perdonaron, aunque como buenos monárquicos se acomodaron de una dictadura que jamás tomó medidas contra ellos. Las que se tomaron lo fueron contra la “Anti-España”.

¿Y el terror?

En lo que se refiere al que se desató en la zona leal al Gobierno no se hubiera producido si el golpe hubiese tenido éxito o, mejor aún, si no se hubiera ocurrido. En el que se desató en la zona sublevada fue consustancial con el golpe. Estaba previsto. Estaba articulado. Irrumpió con una violencia feroz, porque de lo que se trataba era precisamente de aniquilar a la “Anti-España”, es decir, a quienes representaban un desafío para el orden económico, político y social de la parte feliz de la España, no menos “feliz”, que apoyaba a la monarquía: la Iglesia, las Fuerzas Armadas, la Judicatura más todos los que vivían contentos en aquellos tiempos de modernización controlada.

Es penoso que todavía hoy una parte de la sociedad española siga creyendo las mentiras, camelos y mitos que propagó la dictadura para justificar su nacimiento y su existencia. Pero es comprensible, porque las representaciones del pasado afectan al presente y quienes controlan ambos pueden pensar que también controlarán el futuro. Manipular la historia no es nunca una ocupación inocente”.

Tras reproducir el artículo en cuestión añadiré en este blog que el que tales representaciones tengan éxito o no dependerá de numerosas circunstancias. Políticas, en primer lugar. Ya sabemos lo que pasó con la Ley de Memoria Histórica, secada hasta el punto de apergaminación en tiempos “marianistas”, a pesar de sus aspiraciones más bien modestas. Pero también técnicas. Los historiadores tenemos nuestro granito de arena que aportar. En estas semanas finales de año estoy tratando, con cierta impaciencia, de poder dar el carpetazo a un nuevo libro y ¿saben Vdes. lo que puedo comunicarles?: es una refutación en toda regla de algunos de los mitos centrales de la dictadura. Pero no como hacen los aficionados. No, eso no. Con muchas notas a pié de página, con abundantes documentos extraidos de media docena de archivos, españoles y extranjeros y, para que los lectores profranquistas no se enfaden, con multitud de referencias a libros, también españoles y extranjeros, de muchos de los cuales apostaría doble contra sencillo que no tendrán la menor idea el historiador o los historiadores que auxilian a VOX.

LA VERDAD SOBRE FRANCO: EL QUE DIFUNDE NETFLIX

16 noviembre, 2021 at 8:30 am

UN COMENTARIO MÍNIMO (Y III)

Ángel Viñas

Los comentarios en los dos posts anteriores no son especialmente perceptivos. No abordan lo que, desde un punto de vista global resulta más interesante. Que yo sepa ningún comentarista español ha captado o, si alguien lo ha hecho, no le ha dado mayor importancia. Pero no hay que olvidar que se trata no de un documental hecho para españoles, sino en primer lugar para alemanes. Y que, en segundo lugar, gracias a la plataforma Netflix, cabe captarlo en el amplio mundo. Desde esta doble perspectiva, alemana y mundial, hay dos aspectos que me gustaría subrayar.

El primer aspecto es la relevancia de uno de los términos con que el guion se refiere a Franco. Se le trata de “Despot” a lo largo de todo el programa. La traducción inmediata sería “déspota”. No es una denominación demasiado utilizada en nuestro idioma (incluso, en ciertos contextos y en lenguaje coloquial puede reducirse su acepción primigenia: “este niño es un déspota; no nos deja tranquilos un segundo”)

Sin embargo, Despot y déspota tienen en ambos idiomas una acepción común. En alemán es alguien que gobierna sin limitación alguna (unumschränkt Herrschender) Lo dejo escrito tal y como lo define el Duden, el diccionario de referencia en los países de aquel idioma. Pues bien, en castellano “déspota” es quien gobierna sin sujeción a ley alguna. Lo copio del DRAE.

¿Qué significa esto? Simplemente que los dos países, Alemania y España, han estado sujetos a períodos bajo figuras que en ambos idiomas corresponden a la misma tipología. En el primero durante los doce años en los que Hitler aplicó el Führerprinzip.  En España, mucho más tiempo y en el que Franco se sirvió de lo que, con cierta sorna, he denominado el Francoprinzip. Los juristas de la dictadura, siempre “pelotas”, sumisos y muy bien retribuidos, tradujeron en términos más almibarados con el concepto, para mí un tanto raro (pero no soy jurista) de “leyes de prerrogativa”. ¿Qué prerrogativa?

En definitiva, los dos conceptos se refieren a lo mismo. Hitler y Franco fueron la última fuente de ley. Esto es algo que en la democrática España no suele subrayarse pero que servidor sí lo hace en el programa. 

El segundo aspecto es que a lo largo del mismo se mantiene la caracterización de la dictadura de Franco como Schreckensherrschaft.  Este término, si volvemos al Duden, significa régimen de terror. Pero, ¿cómo se utiliza en este idioma, que es en el que se ha preparado originalmente el programa? Pues, simplemente, para caracterizar, entre otras, a la dictadura nacionalsocialista. Es decir, un oyente alemán se ve alentado a divisar en el caso de España una similitud con la gran dictadura del siglo XX en Alemania que tanto ayudó a Franco.

Por supuesto que la española reviste caracteres propios y no es equiparable a la nacionalsocialista. Siquiera por una razón: esta se basó en la primacía absoluta a dar a la “sangre”, a la “raza”. Una estúpida creencia en una biología incipiente se convirtió en el mecanismo que posibilitaría, tal era la mitología nazi, acceder a la supremacía primero europea, luego universal. Se era ario o no se era. Se formaba parte de la Herrenrasse o no se formaba. Judíos, eslavos, gitanos no eran hombres o mujeres. Eran subhumanos. Untermenschen.  

Es obvio que, a lo largo del tiempo, surgió el concepto de los “asimilados”. Entre ellos los italianos fascistas (“arios del sur”) y los españoles. Luego, en la segunda guerra mundial, el concepto se estiró aún más hasta comprender a indios (de la India) y musulmanes. Algunas Waffen SS se convirtieron en una mezcolanza de “razas”, pero desde luego los judíos sufrieron un holocausto, la Shoah, de seis millones de personas. Una mancha indeleble sobre Hitler y su dictadura que no se borrará fácilmente.  No dice nada, pues, en favor de la franquista el verse asimilada en alguna medida a la nacionalsocialista y el programa subraya que lo fue desde el principio.

He leído algunos artículos en la prensa española en los que los autores se han congratulado de que por fin la verdad sobre Franco se haya proyectado en un programa de televisión hecho por alemanes.  Se les ha olvidado señalar, o quizá no lo sepan, que para el oyente alemán puede tener otra connotación. Durante muchos años las derechas de la República Federal propiciaron en el largo periodo de la guerra fría gestos cordiales o muy cordiales en favor de Franco. El contrapunto que ofrece este programa es, pues, muy de agradecer, porque hoy da un poco de vergüenza leer las declaraciones que en su momento hicieron destacados políticos de la CDU y de la CSU. Aquí también el guion ha fallado un pelín porque podría haber preguntado al efecto a alguno de los académicos alemanes (Aschmann, Bernecker, Collado Seidel) a los que han acudido y que, de seguro, no hubieran tenido empacho en traer a colación varios ejemplos.

Una pequeña objeción. En el último capítulo, potpurri-resumen, hay una referencia al temor a una guerra civil que habría habido en España durante la transición, sobre todo después del 23-F. Me deja sorprendido. No lo  percibí. También es verdad que me dediqué más a trabajar en los archivos del franquismo (Presidencia del Gobierno, Banco de España, Ministerio de Hacienda, etc.), amén de algún extranjero, que a preocuparme de una eventualidad que me parecía extraña. ¿Quiénes y con qué medios la habrían desencadenado frente al formidable aparato militar y de sguridad de la dictadura? ¿Dónde estaban los equivalentes de Hitler, Mussolini, Salazar y Stalin para echar una manita a unos y otros? ¿Qué hubieran hecho los dirigentes franceses, británicos, italianos, alemanes, portugueses (tras la revolución de abril),  belgas, etc.?  Tal vez podría haberse postulado que los norteamericanos no hubiesen reaccionado. ¿Qui lo sà? Con los hacedores que había en el Washington de entonces, ¿qué les hubiera importado más? ¿Democracia en España? ¿O seguridad para sus bases?

El programa finaliza con una invocación:  ESPAÑA TIENE UN PROBLEMA CON SU HISTORIA.

Es verdad. Pero, ¿qué historia? Sin duda no con la Reconquista, aunque algunos sigan defendiendo sus leyendas y otros echándolas abajo. Tampoco con el descubrimiento,  conquista, colonización y explotación de América, aunque ahora haya resucitado tras los centenarios redondos de la caída de Tenochtitlán y de la independencia de México. ¿Con la leyenda negra?, que ya empezó a desmontar Julián Juderías, entre otros, hace bastantes añitos?. ¿Con la pérdida del Imperio en el pasado siglo, a pesar de la abundante literatura generada a ambos lados del Atlándico? No hablemos de la interminable guerra de Marruecos, objeto último de la “misión civilizadora” de la PATRIA.

¿Imaginan los lectores a las masas españolas, tras uno u otro estandarte, saliendo a las calles para echarse ladrillazos en favor de alguna de las interpretaciones de una historia tan larga y accidentada? Evidentemente, no. Todo con lo que ciertos periódicos, programas de TV y numerosas redes cuatreriles nos atiborran ahora sobre tales y otros periodos son trampantojos para reactivar una renovada “Formación del Espíritu Nacional”. Lo hacen con fines bastardos, aunque no similares a aquellos de “por España hacia Dios” (nadie sugiere, en el siglo XXI, el “Imperio”).

España no tiene un problema con su historia. España tiene, por el contrario, un PROBLEMAZO MAYÚSCULO con su guerra civil y con su dictadura subsiguiente. No ha pasado por la experiencia formativa de la mayor parte de los paises europeos occidentales a partir de 1939.  No es extraño que sobre guerra civil y dictadura sigan tejiéndose leyendas, unas más absurdas que otras, pero siempre leyendas.

No es explicable de otra manera que el programa alemán en cuestión haya suscitado tanta repercusión, al dejar ver en la pequeña pantalla lo que innumerables historiadores españoles y no españoles venimos diciendo desde que se restablecieron la libertad de prensa y las demás libertades democráticas.

Las representaciones del pasado son difíciles de cambiar y, naturalmente, se mezclan con las luchas políticas y sociales del presente. Pero no hay que confundir los períodos. Franco no salvó a España. Salvó, si acaso, a una parte de SU España, aunque es difícil pensar que de no haber habido sublevación hubiese existido tal necesidad.

El golpe de Estado se hizo con argumentos espurios, inventados, para restaurar la Monarquía y destrozar las reformas modernizadoras de la República, similares a las de otros países occidentales en el mismo período.

Franco traicionó a la Corona y hundió a España en un pozo profundo tras hacer fusilar a decenas de millares de compatriotas por haber sido republicanos, liberales, socialistas, comunistas, anarquistas, protestantes, librepensadores, masones, ateos, etc. Es decir, todo lo que se dijo que era destructor de las esencias patrias. ESPAÑA, DEBÍA VOLVER A LOS TIEMPOS DE UNA INQUISICIÓN RENOVADA, ENLAZANDO CON UNA ÉPOCA GLORIOSA.

Desde hace unos veinte años se resalta de nuevo el “terror rojo” (como si no se hubiera hecho nada al respecto entre  1936 a 1975), pero ¿por razones históricas? ¿O más bien para acallar o justificar el “terror blanco”, salvador, porque no se decía que España iba a caer en las garras moscovitas?. ¿La muestra?: Paracuellos, otra vez en las redes por estas fechas. En realidad, el objetivo es contraponer algo a los resultados que arrojan las FOSAS del olvido que van abriéndose poco a poco.

Estos ´ultimos son aspectos que a algunos sectores de la clase política y mediática española les cuesta trabajo admitir. ¿Por qué? No porque de pronto hayan recuperado una memoria olvidada, sino porque las concepciones dominantes sobre el pasado influyen sobre el presente y, por consiguiente, sobre el futuro. En las pugnas por el pasado lo que está en juego, en parte, es el futuro de la democracia en España.

Aquí ha sido posible documentar hasta cierto punto lo que fue nuestro pasado INMEDIATO, a pesar de las masivas destrucciones documentales ordenadas por algunos gerifaltes en la Transición, bien conocidos y que seguramente están tan tranquilos con su dios y con su conciencia. Quedan, sin embargo, muchos más papeles. QUE SE ABRAN CUANTO ANTES LOS ARCHIVOS TODAVÍA CERRADOS Y, SOBRE TODO,  QUE SE LES DOTE DE LOS MEDIOS PERSONALES Y MATERIALES NECESARIOS PARA ATENDER A LAS DEMANDAS DE INFORMACIÓN que irán en aumento.

¿Para qué seguir teniendo en cuenta los embelecos con los que algunos siguen rodeando a un dictador narcisista, cruel, embustero, traidor y no en último término muy interesado en llenarse los bolsillos mientras sus soldados se desangraban en los frentes o en los hospitales? Como émulo del Führer, sí,  pero ¿no han ajustado las cuentas con sus pasados respectivos los países que se desembarazaron, o fueron desembarazados, de la bota nazi?

FIN

LA VERDAD SOBRE FRANCO: EL DOCUMENTAL QUE DIFUNDE NETFLIX

9 noviembre, 2021 at 8:30 am

UN COMENTARIO MÍNIMO (II)

Ángel Viñas

Antes de escribir este post he visto de nuevo el primer capítulo porque me habían llamado la atención algunas cosas y quería cerciorarme de no haberme equivocado. Al volver a visionarlo me he dado cuenta de que ahora se ha alterado en comparación con lo que vi hace un mes. Al menos en este país.  En la primera ocasión se presentaba a Mola como cabeza de la conspiración. Ahora esto ha desaparecido. En otra ocasión servidor intervenía por primera vez para hablar de la conspiración de Franco en Canarias y que inició con el asesinato del general Balmes. Ahora también ha desaparecido. Esto no lo había soñado porque en uno de los artículos de prensa que me han llegado al ordenador leí un artículo publicado en un diario catalán en el que el autor, que quizá sepa del tema mucho más que servidor, afirma que tal asesinato no se ha demostrado. Es bueno, en general, ser descreído, pero ¿también ante pruebas anatómicas y fisiológicas?

Más serio me parece que el documental siga afirmando que el asesinato de Calvo Sotelo fue la chispa que prendió la sublevación. Tanto Bernecker como Collado Seidel podrían haber rectificado este camelo que todavía continúa difundiéndose en el extranjero. Por otro lado, teniendo en cuenta que lo que más suena a los alemanes es la victoria de Franco en la guerra civil gracias, entre otros factores, a la intervención nazi, creo que esta debería haberse cuidado un poco más. Ciertamente, el profesor Bernecker lo expresa con claridad rotunda en su intervención. Por ejemplo, cómo se mantuvo a lo largo del tiempo, cómo los nazis fueron satelizando a la economía española, primero lentamente, luego más de prisa. Hay abundante literatura al respecto de historiadores alemanes, españoles y británicos, más que sobre ningún otro período de la historia contemporánea de España. Comprendo que sintetizar es difícil.

Sin embargo, me pareció un descuido importante identificar al teniente coronel (coronel en España) Wolfram von Richthofen nada menos que como jefe de la Legión Cóndor. En 1937 era su jefe de Estado Mayor. El responsable de la misma era, en aquel momento y desde el principio, el general Hugo Sperrle, un aviador un tanto brutal que después se hizo muy famoso en la segunda guerra mundial. Ya en 1940 ascendió al más alto escalón militar que era el de mariscal del Aire. Ciertamente, también lo hizo von Richthofen. Los dos estuvieron implicados en la destrucción de Gernika. Ahora todo esto también ha desaparecido. No se dice, y esto me parece muy mal, que según dispuso Hitler en octubre de 1936, la Legión Cóndor actuaría a las órdenes directas de Franco, con Sperrle a su cabeza y responsable solamente ante él. El ukase del Führer lo transmitió Canaris. También es muy lógico que cineastas alemanes recojan escenas de una película de propaganda alemana de 1936. PERO NO ES LA CORRECTA. En ella el locutor habla de la Legión Cóndor y de la ayuda material a Franco. Durante toda la guerra civil de esto no se dijo nada en público. Se hizo después. Tanto desde el punto cinematográfico como histórico se trata de un error garrafal.

En el programa hubiera debido participar más extensamente, en mi opinión, Stefanie Schüler-Springorum, que escribió una notable monografía sobre el papel de la Cóndor en la guerra civil y también en la destrucción de la villa foral y los ligó a una evolución del arma aérea en la cultura y sociedad germanas de la época y que, por consiguiente, debería sonar más a los espectadores alemanes.  A muchos de los oyentes quizá se les haya pasado un detalle: a apagar los fuegos que los aviones nazis y fascistas ocasionaron en la villa foral no fueron los bomberos de San Sebastián, en la otra zona. También esto ha desaparecido. En definitiva, me da la impresión de que he visto dos versiones ligeramente diferentes del programa para mercados diferentes,  

No entraré en algún que otro pequeño error sobre la guerra civil. Sí me ha llamado la atención que se afirme que Barcelona, al igual que Madrid, soportó durante muchos meses el cerco de Franco. Aparece un señor que estuvo en la caída de la Ciudad Condal y dice algo así como que fue tan súbita que ya no se pudo tirar un tiro al día siguiente. ¿Alguien lo había pensado realmente? La entrada fue un paseo militar.  

Se dicen cuatro cosas, archisabidas, de las Brigadas Internacionales, quizá porque en Alemania todavía quedan antiguos ciudadanos de la parte oriental en la que durante años y años se difundió largo y tendido la actuación de las mismas. Incluso altos cargos del régimen comunista militaron en ellas.  La literatura en alemán es, por consiguiente, no pequeña. Sin embargo, lo que se subraya es la participación de los intelectuales, que fueron cuatro gatos. Y se muestra a Hemingway quien nunca estuvo en ellas. Se presentan totalmente desconectadas de la ayuda a la República por la URSS.

Los restantes capítulos siguen la trayectoria de Franco desde 1939 hasta su final, con una referencia al 23-F en un resumen de la totalidad en el quinto y último episodio. Aunque creo que pudieron haberse dicho algunas cosas más respecto a tan largo período cambiando ligeramente los acentos, no he detectado errores graves (no mencionaré los leves), aunque sí algunas afirmaciones quizá un tanto pintorescas (Beevor destaca, muy convencido, que como quiera que se exportó mucho ganado de cerdo y vacuno al Tercer Reich, los españoles se acostumbraron a comer pescado; otra persona dice que todo catalán era sospechoso para el régimen, olvidándose de los muchos que apoyaron a Franco; un tercer interviniente afirma que la autonomía de Cataluña como en la II República ya se solicitó en los años sesenta,  pero, ¿quién la solicitó con vistas a recuperarla).

Hay que reconocer que en el programa no se han suavizado las referencias a la multirepresión que el déspota Franco condujo sin piedad (erbarmungslos), con ejecuciones a la orden del día (an der Tagesordnung). Es de agradecer que, en particular, se haya dedicado tiempo a evocar una actuación tan monstruosa como fue el Kinderraub,  con un número de afectados estimados en unos 300.000 (la España de Franco dejó chiquita a Argentina en su época más oscura. Fue también muchísimo más larga la etapa que duró la sustracción sistemática de recién nacidos a sus padres, diciéndoles que habían fallecido). Toda una operación supersecreta para atender las demandas de los turiferarios del régimen, con la colaboración de médicos, enfermeras, monjitas de la caridad, etc.  ¿No se enteró la Jerarquía católica española? ¿Ha dicho algo la Conferencia Episcopal? No sigo el tema y me alegraría conocer si  en alguna ocasión lo han lamentado públicamente.

En el cuarto episodio se deja en claro que el crecimiento económico de los años sesenta no se debió a Franco (de hecho él intentó mantener todo lo que pudo su autarquía que generaba grandes ventajas a ciertos círculos del poder muy allegados). Luego se aprovechó de sus resultados y los gacetilleros, más los franquistas redivivos, siguen presentándolo como su gran éxito: FRANCO CREÓ LA CLASE MEDIA. Abundan las supercherías sobre la dictadura. Ninguna tan boba como esta. Desgraciadamente, alguien retiró del Archivo de la Presidencia el discurso en el que Franco anunció a sus nuevos ministros en la Comisión de Asuntos Económicos, tras el cambio de gobierno de febrero de 1957, cuáles eran sus ideas en materia de estrategia para la economía española. Se resumen en las siguientes pregunta y respuesta: ¿No hay gasolina? ¡Utilícen el guayule!.

Más énfasis explicativo se pone en el boom del turismo en los años sesenta. Recoger que en Mallorca había flamencos huídos de su país por haber sido de las SS y que lo hablaban en su refugio anecdótico. ¿Significativo? Por supuesto, no falta el drama: emigración, sí; divisas, también. Toda la afluencia de moneda extranjera generadas por ambos fenómenos, imprevistos en las batallitas internas del régimen a lo largo de los años cincuenta (porque la lanzada en favor del aflojamiento del dogal de la autarquía precedió en varios años a la llegada al poder de los tecnócratas del Opus Dei) fue lo que permitieron, durante una decena de años, echar al cajón de los trastos rotos los mecanismos, intervenciones y obstáculos que habían convertido a la economía española en el hazmerreir de Europa. ¿Un mérito de Franco?

Sin embargo, el programa no toca el tercer elemento de la tríada salvadora: la inversión extranjera. Hasta 1959 España estuvo cerrada a cal y canto. No era atractiva. Sobre todo, como consecuencia de la visión hipernacionalista del régimen, para contentar a la oligarquía que le había apoyado y a las gritonas masas falangistas:  la nacionalización de las líneas ferroviarias en RENFE, la cuasi-colonial presencia británica en las minas de Riotinto y la no menos afrentosa actitud de Telefónica, cuando era casi de propiedad norteamericana y había cometido el gravísimo error de servir también a la República. A partir de 1945, la inversión extranjera nunca se vio demasiado atraída por España. Con la liberalización de la economía los capitales extranjeros pronto afluyeron a contribuir lo suyo a la por algunos denominada “década prodigiosa”, aunque sus resultados se distribuyeron muy desigualmente.

(continuará)