Hay que contener la expansión del fascismo (y III)

8 marzo, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

La estrategia estalinista de contener el fascismo fue anterior a la guerra civil española pero en retrospectiva (solo en retrospectiva) podría argumentarse que estaba destinada al fracaso. En este último post (cabría escribir más pero es preferible leer los diarios de Maisky y los comentarios de Gordodetsky) señalaré algunos de los motivos que explican por qué. La historia siempre se escribe a toro pasado pero de lo que no puede prescindir es de las percepciones que en él dominaban y a tenor de las cuales actuaban hombres y mujeres, decisores, ejecutores o testigos pasivos. No se escribe dando preferencia a las necesidades político-ideológicas del presente. Volveré a esta tema en futuros posts.

Mayskiy_I._M.-P001.Antes de la guerra civil española la ocupación principal de Maisky estribó en ganar para la política de seguridad colectiva, apoyada decididamente por la URSS, al Gobierno londinense. Era consciente de que en la sociedad británica había fuerzas que militaban en dicha dirección y no solo en la izquierda. Se había entrevistado con Austen Chamberlain, exministro de Asuntos Exteriores y hermanastro del ulterior primer ministro. Austen había negociado en favor de que Francia y Alemania acordasen dirimir sus diferencias en Europa occidental por medios pacíficos. El Pacto de Locarno, en 1925, por el que ganó el Premio Nobel de la Paz, así lo consagró.

En 1935/36 Chamberlain seguía manteniendo que solo una Sociedad de Naciones robusta, apoyada por el Reino Unido, Francia y la URSS, sería capaz de preservar la paz en Europa. Para entonces, claro, Hitler ya proyectaba su ominosa sombra fuera de sus fronteras.

En aquel empeño Maisky no tuvo éxito. Mientras trataba de convencer a Eden, ministro de Asuntos Exteriores, ignoraba lo que este repercutía hacia adentro en el Foreign Office: no se fiaba un pelo del embajador, él quería buenas relaciones con la URSS pero no que fuesen demasiado estrechas, sería mejor que los soviéticos dejaran de hacer propaganda en el Reino Unido, etc.

Esta vertiente interna, doméstica, ha sido siempre sobrevaluada en un sector de la historiografía británica (también en la neofranquista en el caso de España). La diferencia estriba en dos circunstancias que suelen olvidarse:

a) El Reino Unido, a través de los telegramas enviados por la Komintern a los diferentes partidos comunistas nacionales y que se interceptaban sistemáticamente, conocía perfectamente los planes formales de la misma, tanto en su caso como en el de otros países (incluida España).

b) A mayor abundamiento, el servicio de seguridad y contraespionaje británico (MI5) había logrado colocar a una de sus agentes como secretaria personal y confidencial del secretario general del PCGB, Harry Pollitt.

La embajada británica en Moscú y el director general para el Departamento de la Europa del Norte, Laurence Collier, seguirían muy de cerca las maniobras soviéticas en el ámbito internacional mientras que MI5 controlaba las que se desarrollaban en suelo británico. Otra cosa era lo que pudiese afirmar el SIS, que al parecer veía amenazas soviéticas por todas partes.

Pero, en cualquier caso, la postura del primer ministro, a la sazón Stanley Baldwin, quedó reflejada en cuanto Hitler se cargó el Pacto de Locarno con la militarización de Renania. Suponía que entre Francia y la URSS podrían derrotar, llegado el caso, a los agresores nazis pero esto no sería una buena cosa necesariamente. El resultado podría ser la bolchevización de Alemania y él prefería más bien que las miradas codiciosas de Hitler se concentraran en el Este.

La minimización del peligro nazi y la sobrevaloración del peligro soviético fueron dos de los hilos conductores de la política de apaciguamiento que se había estrenado con Japón, acentuado con Italia y que llegaría a su paroxismo en los siguientes jalones de la marcha hacia la guerra europea: España, Austria (marzo de 1938), los Sudetes (septiembre/octubre del mismo año).

Los soviéticos no se llamaron a engaño. Inmediatamente después de Renania, el comisario de Asuntos Exteriores, Maxim Litvinov, dejó totalmente en claro que la postura británica significaba:

a) recompensar al agresor

b) romper el sistema de seguridad colectiva

c) el final de la Sociedad de Naciones.

En términos puramente estratégicos, desprovistos en lo posible de cualquier connotación ideológica, aferrándose a aquella realpolitik mítica de que los británicos habían sido practicantes exitosos, no puede por menos de reconocerse que tales manifestaciones (apuntadas por Maisky el 10 de marzo de 1936 en su diario) preludiaban el futuro.

También añadió las inmediatas consecuencias operativas:

a) la confianza en el Reino Unido podría ir evaporándose.

b) la Sociedad de Naciones perdería su importancia como instrumento al servicio de la paz.

c) para evitarlo la URSS tendría que apoyar cualquier actividad en tal sentido que pudiera adoptarse en Ginebra.

Gorodetsky señala que único de los pocos solaces de Maisky en aquella época se lo dio el gran defensor del continuado esplendor del Imperio Británico: Churchill.

Sobre Churchill podría escribirse largo y tendido desde otras perspectivas que no son las dominantes en la historiografía británica (el alcalde de Londres, hoy pro-salida de la EU, aspirante todavía no declarado pero seguro al puesto de primer ministro si Mr. Cameron tropieza en su referéndum, ha escrito una hagiografía con gran éxito y que en España pocos se han atrevido a criticar).

Maisky, en abril de 1936, invitó a almorzar a Churchill en tête-à-tête y este no tardó en comunicarle que compartía la opinión soviética de que la paz era «indivisible» y que el peligro alemán era el más inmediato. Añadió que los británicos «seríamos unos idiotas si nos negáramos a apoyarla por razón del hipócrita peligro de que el socialismo pueda amenazar a nuestros hijos y nietos».

En este panorama, la noticia de que a principios de mayo el Negus (rey de Abisinia) había huido de su país, tomado por la fuerza por los ejércitos y Aviación fascistas, llevó a Maisky a comentar «este es, pues, el clavo final en el ataúd de la Sociedad de Naciones y Europa se encuentra ante una encrucijada terrible».

Se equivocaba. Un mes y medio más tarde otra encrucijada mucho más terrible apareció no en África, no en América Latina sino en la propia Europa: un sector del ejército español se levantó en armas contra el Gobierno de la Segunda República. El golpe de Estado se había anticipado en Londres y si Londres había dejado en la estacada a los chinos, a los franceses, a los abisinios, ¿cual iba a ser su reacción? También la de dejar en la estacada a los españoles, a los austriacos, a los checos y, finalmente, a los soviéticos. Con la innovación de que se quitó toda posibilidad de acción a la Sociedad de Naciones y se pasó, a iniciativa francesa, al Comité de No Intervención, asentado en el Foreign Office.

No es de extrañar que los años treinta hayan dado origen a una abundantísima historiografía. Tampoco es de extrañar que haya que saludar, alborozados, la aparición de todo tipo de material que pueda arrojar luz complementaria para alumbrarlos.

En lo que se refiere al caso británico podría empezarse, por ejemplo, con la desclasificación de los documentos del Servicio Secreto de Inteligencia (SIS/M16), todavía cerrados para España no solo en los años treinta sino también en su continuación, cuando lo que estuvo en juego fue la supervivencia del propio Imperio Británico.

 

HAY QUE CONTENER LA EXPANSIÓN DEL FASCISMO (II)

1 marzo, 2016 at 8:33 am

Ángel Viñas

Las memorias de Maisky deberían ser de lectura obligada para los estudiosos de las relaciones internacionales, en particular las de los años treinta y cuarenta del pasado siglo. También para los que quieran aprender algunas técnicas diplomáticas que no suelen alumbrarse en libros convencionales. En ellas aparecen, por lo demás, las interioridades, vistas eso sí por un observador exterior, de una de las políticas, la de apaciguamiento de los dictadores fascistas, que mayores controversias ha despertado, y sigue despertando, en la historiografía. Maisky no pretendió escribir historia. Simplemente pretendió escribir un diario y lo hizo, como era lógico, con cautela y las debidas alabanzas a Stalin. Cuando cayó en desgracia, los diarios no podían ser, en principio, una prueba automática de su presunta deslealtad.

Soviet-finnish-nonaggression-pact-1932Con todo, el lector no debe llamarse a engaño. Maisky escribió como un diplomático soviético creyente. Defendió a ultranza el sistema soviético y, como buen marxista, anticipó su triunfo, prácticamente casi irremediable, para el siglo XXI. Eso sí, sin que necesariamente ello supusiera el colapso total del capitalismo. También creyó que este disponía de mecanismos que favorecerían su adaptación a circunstancias cambiantes.

Por ello, cuando tuvo que explicar a sus interlocutores británicos, y en especial a Eden, con el que siempre tuvo una buena amistad, que la política soviética hacia la guerra de España no se orientaba por conseguir el triunfo de un sistema para-soviético en la península y que, desde luego, una revolución comunista no estaba a la vuelta de la esquina, no traicionó ni a sus creencias ni a la orientación que entonces seguía el Kremlin.

Lo que estaba en juego en España era la posibilidad de establecer un muro de contención contra la expansión fascista. A decir verdad, la necesidad de este muro se había hecho sentir mucho antes. El profesor Gorodetsky, gran editor y comentarista de los diarios, señala que en sus actuaciones en Londres, el embajador siguió la pauta que marcaba Litvinov, comisario de Relaciones Exteriores. Litvinov había detectado el peligro fascista desde 1931 pero le costó más de un año convencer a Stalin de que la subida de Hitler al poder en 1933 hacía que, en último término, una guerra europea resultase inevitable. La primera manifestación del giro autorizado por Stalin tuvo lugar en diciembre del mismo año, cuando Litvinov empezó a abogar por la conclusión de un pacto regional de defensa mutua dentro del marco de la Sociedad de Naciones. Encontró un alma gemela en el entonces secretario de Estado permanente en el Foreign Office, sir Robert Vansittart, jefe del servicio diplomático de SM.

Ambos, señala Gorodetsky, compartían la creencia en que las relaciones personales desempeñaban un papel señero en la diplomacia de la épca. De Vansittart aprendió Maisky la importancia de hacer filtraciones orientadas con el fin de ejercer presión. Pronto dominó a la perfección tal arte y lo aplicó tanto hacia los eventuales receptores británicos como hacia su propio Ministerio y, en particular, hacia Stalin.

Ideas que él tenía y que sabía que compartían algunos de sus interlocutores británicos (Vansittart, Eden, Churchill, etc.) las pergeñó en sus despachos y telegramas como si hubiesen procedido de estos últimos. Su objetivo no era engañar a sus superiores sino convencerlos de la necesidad de practicar adaptaciones tácticas, singulares, en momentos determinados para mantener firme la estrategia de contención del fascismo. Incluso, en la segunda guerra mundial, cuando estaba en albis de lo que deseaban Stalin y su nuevo comisario de Relaciones Exteriores, Molotov. Nunca abandonó la idea de que, en la pugna contra el fascismo, los intereses británicos y soviéticos coincidían en lo esencial. Gorodetsky ha hecho un señalado favor a sus lectores al comparar los diarios, los despachos y las ideas que circulaban en la capital soviética.

Aunque Maisky llegó a Londres el 27 de octubre de 1932 los diarios empiezan en julio de 1934. El 16 de noviembre ya anotó que todo lo que estaba ocurriendo en Alemania apuntaba hacia una guerra europea, la quisiera Hitler o no. El Tercer Reich se había convertido en el foco de mayor peligro en Europa. Toda su labor se dirigió, desde entonces, a despejar el camino para un posible pacto británico-soviético. No lo logró hasta los años de la segunda guerra mundial.

Maisky siempre creyó que la élite británica, con su acusado pragmatismo, terminaría comprendiendo que, más allá de las discrepancias ideológicas, los hechos, tozudos, hablarían un lenguaje contundente. Lo hicieron, pero demasiado tarde. Y, desde luego, cuando España había dejado de ser un irritante para la política de apaciguamiento.

El embajador soviético fue siempre muy crítico de Chamberlain. También de sus antecesores, Ramsay MacDonald y Stanley Baldwin. Cuando la guerra civil no era ni siquiera una vaga posibilidad en el horizonte, ya señaló el 10 de febrero de 1935 que la política de ambos estadistas había estribado en decir a Hitler: déjanos en paz a nosotros y a los franceses y haz lo que quieras en la Europa del Este. El problema, para los soviéticos, es que la Europa del Este se encontraba pegada a sus fronteras. Desde entonces las medidas hitlerianas más importantes apuntaron, para Maisky, en solo una dirección: la guerra.

La diferencia con sus anfitriones radicó siempre en que estos, como Eden llegó a admitir ante Litvinov, que los británicos no se creyeron del todo el carácter esencialmente agresivo de la política nazi. Gorodetsky no escatima críticas a los mandarines del Foreign Office que recomendaban, en aquellos años anteriores a la guerra civil española, la necesidad de hacer concesiones al Tercer Reich. El fallo británico no fue solo de los políticos. También lo fue de los «expertos». Quien esto escribe salvaría, sin embargo, a un diplomático que no aparece en las páginas de Maisky. Quizá no lo trató o tal vez se encuentre en la versión completa de los diarios.

No era, desde luego, un desconocido y los soviéticos tuvieron que tener muchos contactos con él, siquiera a un nivel inferior al del embajador. Fue el director general del Departamento de la Europa del Norte, un eminente sovietólogo hoy completamente olvidado. Se llamaba Laurence Collier. En plena guerra civil española alertó a sus colegas y superiores que en la Península la URSS estaba dando una batalla contra el peligro fascista y que no entraba en su política entonces buscar un asentamiento en España.

Naturalmente, no le hicieron el menor caso (tampoco a Vansittart a quien Chamberlain terminó enviándolo a un retiro dorado a principios de 1938). Se conservan, no obstante, apuntes de alguno de los colegas fascistizado de Collier que, con esa suavidad característica de la prosa diplomática interna de la época, se hacía preguntas acerca de sus lealtades. ¿No se trataría de un «infiltrado» del Labour Party? Ni que decir tiene que, cuando estalló la guerra europea el destino de Collier no fue de los más rutilantes. Embajador ante el Gobierno noruego en Londres en el segundo conflicto mundia y después. Casi diez años. Había cometido el pecado mortal de tener razón.

Por lo demás, Maisky no tardó en exponerse a otra de las convenciones de la época, en particular cuando sir Samuel Hoare (más conocido como posterior embajador de SM en la España vacilante de la segunda guerra mundial) fue ministro de Exteriores. Le rodeó de tantas melosidades que había que ponerse en guardia necesariamente porque el mensaje iba a ser, con toda seguridad, desalentador. Pero Maisky, el 6 de noviembre de 1935, no se dejó engañar. Si la Unión Soviética se oponía a la agresión italiana en Abisinia era porque quería dar una advertencia a posibles sucesores en el futuro. Italia no era un agresor muy serio pero en Europa había otros que sí lo eran…

Bajo este signo la guerra civil y la intensificación del apaciguamiento fueron los dos obstáculos en los que Maisky tuvo que poner a prueba su habilidad, tenacidad y correosidad, cualidades que nunca vienen mal a un diplomático en tiempos difíciles.

HAY QUE CONTENER LA EXPANSIÓN DEL FASCISMO (I)

23 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

He elegido para este y los próximos posts un título deliberadamente ambiguo. No me refiero a la actualidad. Tampoco deseo entrar si hay hoy fascismo o alguna extraña mutación de esta fracasada ideología. Me refiero al de los años treinta del pasado siglo. Aunque está estudiado exhaustivamente, con cierta periodicidad salen libros y artículos que abordan nuevas facetas, reelaboran los conocimientos adquiridos y escudriñan rincones todavía oscuros. La contención del imperialismo fascista planteó grandes interrogantes en aquel período y enormes desafíos a las políticas de las democracias occidentales pero también a las de la Unión Soviética. Las primeras han sido investigadas pormenorizamente, si bien no de manera exenta de evidentes sesgos. Las segundas lo han sido mucho menos. La interacción entre ambas siempre se ha resentido del acceso libre a los antiguos archivos soviéticos pero también del enfoque ideológico de numerosos historiadores occidentales. En el caso de España no hay sino que remitirse a Bolloten, Payne y a su escuela.

Captura de pantalla 2016-02-20 a la(s) 11.06.32Afortunadamente hace unos meses se ha publicado en el mundo anglosajón por Yale University Press (YUP) un libro excepcional. Extraordinario. YUP ha dado a conocer numerosas obras documentales que han aclarado aspectos esenciales de la política soviética, interna y externa. Pinchó de forma estrepitosa con el libro dedicado a la guerra civil española, dejado en manos de unos cuantos autores liderados por el profesor Ronald Radosh, excomunista o casi y posteriormente renegado activista. El pinchazo no fue tanto por los documentos mismos, que no fueron numerosos, sino por la interpretación, los comentarios y el hilo argumental que intentó trabarlos. Incidentalmente, en los países de habla inglesa consiguió numerosas y gratificantes reseñas, académicas y periodísticas. En España, muy pocas y de fuentes de probadas anteojeras ideológicas. Una casualidad.

Hablamos de hace unos quince años. Ahora YUP se ha redimido con la publicación de la versión abreviada de los diarios de Ivan Maiski, embajador en el Reino Unido entre 1932 y 1943. Lo ha hecho en una edición sumamente cuidada a cargo del profesor Gabriel Gorodetsky de la Universidad de Oxford. Se trata de un sovietólogo eminente, de trayectoria académica brillante y que ha dedicado años a la tarea de comentar, situar y elucidar el contenido de dichos diarios.

La versión abreviada no es corta. Tiene casi 600 páginas que son, en general, oro puro. Está prevista la publicación en tres volúmenes de los diarios completos con el necesario aparato crítico que en el libro que aquí se comenta está reducido al mínimo necesario para que no se pierdan sus, es de esperar, numerosos lectores que ni son especialistas ni están decididos a invertir la suma que presumiblemente necesitarían para adquirirlos.

La contraportada del libro lleva comentarios firmados por Paul Kennedy, Niall Ferguson, Antony Beevor y Richard Overy. Todos reconocen el gran valor de esta edición abreviada. En dos de ellas se ha deslizado alguna pequeña puya (no en vano, afirmaba un dicho muy querido del corresponsal de Le Monde en Moscú en los años setenta, Michel Tatu, nunca se era suficientemente antisoviético). Yo me quedo con la de Kennedy: «¡Asombroso! … Quizá el mejor diario político del siglo XX». No estoy en condiciones de aceptar sin más tal afirmación. Hay muchos otros diarios que podrían también optar a tal calificativo, pero en cualquier caso es significativa.

Maiski no es un desconocido para los historiadores de la guerra civil española. En su condición de embajador en Londres fue el representante soviético en el Comité de No Intervención y publicó en ruso una pequeña monografía que se tradujo al inglés con el título de Spanish Notebooks y también al español (Cuadernos españoles). Esta última, y supongo que también la primera, por la editorial Progreso en Moscú. También publicó unas memorias, muy adaptadas a las exigencias de la censura soviética, que se tradujeron inmediatamente al alemán y al inglés. En este caso creo que solo para el período de la segunda guerra mundial. Tras dejar el servicio diplomático al final de la contienda pasó a la Academia de Ciencias. Dedicado a la historia impulsó, entre otros aspectos, el interés por España. Una de sus discípulas fue la conocida hispanista Svetlana Pozhárskaya. Casi al final de la dictadura estalinista fue condenado a seis años de prisión «por espionaje». Se le rehabilitó totalmente en 1955.

Gorodetsky ha tenido la fortuna de trabajar sobre los diarios originales de Maiski, conservados en el archivo del Ministerio ruso de Relaciones Exteriores, y con el permiso de los herederos. Ha invertido más de diez años. No es de extrañar que haya levantado un monumento a Maiski pero, si se me permite la expresión, también a sí mismo y al valor de la investigación académica, más necesaria que nunca en temas que siguen siendo altamente sensibles. Tras haber editado quien esto escribe las memorias de la posguerra civil de Pablo de Azcárate y las de los comienzos de la guerra misma de Francisco Serrat, no tengo inconveniente alguno en postrarme simbólicamente ante Gorodetsky. Solo quien ha editado memorias complicadas tiene idea del inmenso trabajo que conllevan.

Me apresuro a señalar que ni España ni la guerra civil figuran en lugar prominente en esta versión abreviada. No sé si aparecerán, al menos en lo que se refiere a la segunda, en la versión completa. La edición de YUP está pensada, esencialmente, para el mundo de habla inglesa.

Así, por ejemplo, se explica que el lector anglosajón no identifique con facilidad el significado de las idas y venidas de Maiski durante los años de la segunda guerra mundial a Bovingdon, un pueblo al noroeste a unos 60 kms de Londres y en el que residió Juan Negrín. Maiski solía ir a verle los domingos y fue tras hablar largo y tendido con Juan Negrin cuando prácticamente le cogió la noticia del ataque nazi a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Le llegó a las 8 de la mañana el día siguiente. Por cierto que, como muestra de una cierta insularidad, las páginas dedicadas a Bovingdon, que es fácil localizar en la red, no indican nunca, entre los residentes famosos del pueblo, al expresidente del gobierno republicano.

Maiski tuvo ocasión en los años de su larguísima embajada en Londres de penetrar profundamente en la vida política, diplomática, cultural y social inglesa. Su relación con los políticos, periodistas, intelectuales y medios económicos más influyentes fue intensísima. En una ocasión, cuando las purgas soviéticas se cebaron en los cuadros del Ministerio de Asuntos Exteriores y el servicio diplomático quedó prácticamente descabezado, una de las nuevas estrellas ascendentes en la central moscovita (y luego, en 1943, su sucesor en Londres), criticó severamente los métodos de trabajo de Maiski. Era el director general para Europa Occidental, nada menos. Ordenó a principios de 1940, ¡pásmese el lector!, que restringiera sus contactos a los funcionarios británicos de más alto nivel y que obtuviera sus informaciones de la prensa y de la radio. Como suena. Gorodetsky reproduce algunos extractos de la «pequeña» lección sobre diplomacia en el Reino Unido que le impartió Maiski. Para poder hacer algo, era preciso, indicó, conocer bien por lo menos a un centenar de diputados de los distintos partidos. A ellos habría que añadir otros cuatrocientos más de diversos ámbitos de la vida política, diplomática, mediática, económica, militar, etc.

Y todo ¿para qué? Para suministrar a los servicios centrales el mínimo de información necesario para que juzgasen la situación y perspectivas de la política británica. Algo que solo podía hacer un embajador muy bien enterado y apoyado por los diversos miembros de su misión.

¿Y cuál fue el objetivo de Maiski? Mejorar las relaciones bilaterales, influir lo más posible en la política británica, evitar que los servicios centrales cometieran pifias y limar las inmensas dificultades que se interponían en tal tarea.

El resultado es un libro esencial para conocer ciertas interioridades de la política exterior soviética en la época de Stalin y las percepciones que un analista inteligente pudo extraer de sus contactos íntimos con una muestra amplia de la élite británica en aquellos años de expansión, aparentemente imparable, del fascismo.

Seguirá.

¿UN MINISTERIO AMABLE? El Ministerio de la Gobernación, ese desconocido (y II)

16 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Con los presupuestos conceptuales evocados en el post anterior cualquier lector estará anhelante por conocer cómo se autoretrata dicho Ministerio en dos etapas que no fueron amables: la guerra civil y la dictadura franquista. Lo que destaca, ante todo, es una pretendida voluntad de equidistancia. La historia se esboza en términos formales y en omisiones glamorosas. Ya se sabe, una historia oficial -u oficiosa- debe ser rigurosamente «objetiva». Así, por ejemplo, se habla del «bando republicano» y del «bando nacional», pero no tema el lector. En alguna ocasión también hay referencias al «Gobierno legítimo de la República» y el contrario recibe el adjetivo de «denominado». ¿Quién lo desnominaría?

Captura de pantalla 2016-02-05 a las 11.03.24La voluntad de «objetividad» alcanza extremos desusados. Por ejemplo, no se afirma en ningún momento que los servicios de seguridad republicanos estuvieran controlados ya fuese por los malvados comunistas o los sicarios de Stalin. ¡Caramba! Esto sí que es una sorpresa porque tales afirmaciones forman parte integral de las autojustificaciones franquistas y de la controversia intra-republicana. ¿No lo dijeron y repitieron hasta la saciedad anarquistas y poumistas? Entre otros. La cuestión quizá se explique, en términos puramente formales, porque en justa correspondencia la historia del Ministerio omite toda referencia a la penetración nazi-fascista en la España «nacional» y, sobre todo, en los cuerpos de seguridad del «nuevo Estado».

Item más. La guerra es la guerra es la guerra pero en el caso de esta apasionante historica casi aparece como un picnic. ¿Quién habla de violencia en ella? ¿Qué fue eso de la represión? Rien de rien. A lo sumo pequeñas divergencias entre españoles que, eso sí, compartían gustos comunes como los toros, el cine y el fútbol. A veces, no puede evitarse, aparece la referencia al carácter fratricida de la contienda pero aun así había hermanos que se escribieron cartas en el curso de la misma, por ejemplo los Machado. Sobre las razones de la explosión, el desarrollo, la duración, tampoco rien de rien.

Una pequeña decepción la ofrece el golpe de Casado. Parecería que hubiese sido el resultado de una actitud casi patriótica para lograr un acuerdo entre militares que limitase las anunciadas represalias de los vencedores y, ¡qué espíritu nacional!, «evitar el intento del Gobierno de Negrín de prolongar el conflicto hasta enlazarlo con la inmediata conflagración europea» (p. 141). ¡Una intención muy, pero que muy aviesa!

Por cierto, si no hay la menor referencia a la represión tampoco la encontrará el lector al carácter internacional de la guerra. Los españoles parece que se dieron de mamporros ellos solitos. Y, además, absurdamente.

Las mejores perlas se dejan, claro está, para la dictadura. Sí, se utiliza este término pero, tampoco tema el lector, no se la adjetiva salvo en una ocasión. ¿Por qué? Porque, en el fondo, de lo que se trató era de crear «una especie de versión española del antiguo ideal alemán del Estado administrativo autoritario basado en el Derecho» (p. 149). Ni Linz lo hubiese expresado mejor. ¿Imitación foránea? Sí, un pelín, pero a lo Bismarck. El lector no debe pensar en regímenes abominables como los nazi-fascistas. Franco, eso sí, se esforzó mucho. ¿Para qué? Pues para «presentar al régimen como un sistema limitado de Gobierno sometido a Derecho y a no llamarlo «dictadura» sino «democracia popular orgánica» (DPO).

Admire el lector cómo los historiadores del Ministerio del Interior han descubierto un nuevo concepto. La única DP que he conocido un pelín fue la denominada República Democrática Alemana y no me suena que a ningún tratadista se le ocurriera añadirle la O. Puede ser ignorancia supina. O no. En cualquier caso felicito efusivamente al equipo del ministro Fernández Díaz por haber efectuado una percée conceptual que habrá, cuando se conozca mejor, de dejar admirados a centenares de historiadores, sociólogos y politólogos. Ahora bien, reconozcamos, objetivamente, que los autores son conscientes de que Franco no respondía «ante instituciones jurídico-políticas de raíz y composición democráticas».

En realidad, los funcionarios del Ministerio del Interior bajo el PP blanquean todo lo que pueden. Destaca un ejemplo antológico al aludir a la famosa ley de 8 de marzo de 1941 sobre reorganización de los cuerpos de seguridad en una tríada compuesta por el General de Policía, el de Policía Armada y de Tráfico y el Instituto de la Guardia Civil. Al lector despistado no le sorprenderá demasiado, sobre todo si recuerda a los escasamente añorados «grises». Hay que acudir al BOE (8 de abril del mismo año) para saber lo que había detrás: nada más, ni nada menos, que un planteamiento fundamental establecido por tan augusta disposición.

A saber, «la victoria de las armas españolas, al instaurar un Régimen que quiere evitar los errores y defectos de la vieja organización liberal y democrática, exige de los organismos encargados de la defensa del Estado una mayor eficacia y amplitud». En consecuencia, la «nueva policía española» debía realizar «una vigilancia permanente y total para la vida de la Nación que en los Estados totalitarios se logra merced a una acertada combinación de técnica perfecta y de lealtad». Para lo cual, previsoramente, ya en 1938 se habían firmado acuerdos de cooperación con la Gestapo y las SS, sin duda hábiles transmisores de técnicas apropiadas y «profesionales» en consonancia con aquellos tiempos que, ¡oh, cielos!, desaparecen en la historia presentada por el ministro Fernández Díaz.

Los alemanes indican esta forma de proceder de hablar a través de las flores. Es una técnica que, al parecer, no se ha olvidado en la capital madrileña. El terrorismo etarra se configura como «independentismo radical vasco» (p. 163), aunque el sustantivo indicado aparece como tal o en forma adjetivada en otras ocasiones. No creo que sea una manifestación de «corrección política».

Una perla mucho más blanca y valiosa. ¿Qué pasa con la inolvidable Brigada Político-Social (BPS), lo más parecido a la Gestapo que nunca ha habido en España? Pues que solo se la menciona una única vez, mal y de tapadillo. En la misma página, al indicar que la actividad terrorista se inició en agosto de 1968 «con el asesinato del jefe de la Brigada Social de Guipúzcoa». ¡Pobre hombre! Claro que no se le identifica con su nombre, no sea que entre la vieja generación evoque recuerdos amargos. Se llamaba Melitón Manzanas, de profesión torturador. Se le concedió, por cierto, a título póstumo una medallita como víctima de ETA.

Sobre los comisarios y jefes de la BPS (Yagüe, Blanco, los hermanos Creix, Billy «el niño», etc.) existe ya una abundante literatura pero sus servicios al Ministerio de la Gobernación de la época hoy ya no se hacen valer. Sic transit….

En definitiva, debemos saludar alborozados la demostración de la probidad investigadora, del celo por la objetividad y de la capacidad de eliminar aspectos hoy no del todo agradables. Esperemos que bajo un nuevo equipo ministerial en los próximos años los funcionarios del Ministerio del Interior hagan algún esfuercillo adicional para poner la historia de tan importante organismo en consonancia con la relevante historiografía, teniendo en cuenta que la opinión pública parece tener en mayor estima hoy a los policías y guardias civiles que a los políticos que los mandan.

¡Ah! No he logrado resolver una duda existencial. Aquel paradigma de insigne servidor del Estado que fue el durísimo ministro de la Gobernación Don Blas Pérez González, ¿llegó a ser presidente del Tribunal Supremo? No me suena, a pesar de haber sido catedrático de Derecho Civil y miembro del glorioso cuerpo jurídico militar. En realidad no es cierto, pero es lo que, en una finta final, se afirma en esta curiosa historia (p. 153). No quiero pensar que tenga mucha importancia porque después de algunas de las omisiones e interpretaciones creativas que he identificado en estos dos posts un tanto apresuradamente, un errorcillo factual de tal porte no significa mucho. ¿O sí?

ERRORCILLOS CON BENEPLÁCITO DE LA AUTORIDAD Y UN GAZAPITO DEL SEÑOR MINISTRO (I)

9 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Nadie podría pretender que la historia es una ciencia exacta. Sobre su naturaleza se ha discutido largo y tendido desde la antigüedad clásica. No existe ningún elemento que haga pensar que la discusión haya llegado a un estadio final. Sabemos, eso sí, que la historia no es como la física, las matemáticas o la química. Sin embargo, tampoco es una ocupacioncilla en la que vale todo. Esto, que a mi me parece una verdad de Perogrullo, quizá porque no doy para más, no parece que sea cierto para algunos. Por ejemplo, para el ministro del Interior (que Dios guarde) de este Gobierno en funciones del PP. Y, en mayor medida, para algunos de sus eminentes funcionarios.

Captura de pantalla 2016-02-05 a las 11.03.24Un amigo y colega, cuyo nombre me reservo pero que bucea mejor que yo por los turbulentos meandros de la red, me sugirió ya hace tiempo que echase un vistazo al portal oficial del Ministerio del Interior. Su titular ha bendecido un proyecto que llevaba algunos años dormitando el sueño de los justos y, probablemente eufórico, no ha tenido el menor inconveniente, antes al contrario, en presentar el resultado de las, sin duda, largas investigaciones que subyacen a tal proeza. Le felicito efusivamente por dar su sanción suprema a lo que es, esencialmente, una historia de la evolución burocrática de su Ministerio desde los tiempos si no de Maricastaña sí del nunca olvidado monarca Fernando VII (alias «El Deseado»). Sin olvidar algunos antecedentes. El producto final se encuentra en la siguiente dirección:

http://www.interior.gob.es/documents/642317/4854067/Ministerio_del_Interior_Dos_siglos_de_historia_126150530.pdf/7c72fb1c-daf1-4306-9a09-c40cad7105d2

Sugiero al inteligente lector que le eche un vistazo y, si le parece bien, que me diga si me equivoco mucho en resaltar algunos «errorcillos» relativos al período que menos desconozco, es decir, la República, la guerra civil y el franquismo.

Mi experiencia en la Administración de cerca de 40 años me ha enseñado desde luego que los ministros suelen poner su firma a lo que se les pone por delante en materia de presentaciones. A lo mejor corrigen algo. O nada. A veces ni tienen tiempo de leer las obras a las que honran con su prez y su nombre. Es normal. Para eso están los Gabinetes y los asesores. Como en alguna época ya lejana colaboré en tan modestos menesteres sé de lo que hablo. También he escrito algún que otro trabajo de historia burocrática. Siguen siendo, por lo que sé, de referencia. Naturalmente en ambos casos me preocupé de ensartar la evolución concreta en el marco más amplio en que se desarrolló. Y cuando, en una ocasión, el tiempo apremiaba y no podía empaparme todo lo que debiera del correspondiente contexto no tuve el menor inconveniente en llamar en auxilio a historiadores más conocedores que servidor de los temas en cuestión.

En historia, sobre todo contemporánea, la especialización es de rigor, si es que se quiere decir algo mínimamente novedoso.

Lo primero que sorprende al ojear, con agrado e interés eso sí, la historia del Ministerio del Interior es que al excelentísimo ministro saliente Don Jorge Fernández Díaz su equipillo probablemente haya querido gastarle una pequeña broma. O a lo mejor es que tampoco han leído detenidamente el trabajo para el cual se ha solicitó el superior endoso. Solo así puede comprenderse que bajo la docta firma del señor ministro figure como uno de sus antecesores en el cargo nada menos que una desconocida figura como fue el Dr. Juan Negrín. Véase página 9. Un fallo, claro, lo tiene cualquiera.

La cosa no tendría mayor trascendencia si no fuera por el texto que requiere alguna que otra apostilla. No me detendré demasiado en que el marco general en el que se inserta la evolución burocrática del entonces Ministerio de la Gobernación es harto endeble. La cuestión es que toda historia de lo que los británicos denominan, con acierto, uno de los grandes organismos del Estado («a great Office of the State») ha merecido siempre, en los viejos países europeos, todos los honores. Como los Ministerios de Hacienda, Asuntos Exteriores y Guerra.

En el caso que nos ocupa ese marco general es bastante endeble: sucintas referencias a la conflictividad laboral, al fracaso de la reforma agraria, a la fallida «Sanjurjada», al triunfo de las derechas en las elecciones de 1933, etc. sirven de marco. Sin explicar jamás los porqués. Nos enteramos, eso sí, de que la CEDA quería reformar el sistema desde dentro (p. 131). Pero, ¿en qué sentido? De la época del ministro Salazar Alonso aprendemos que la norma más importante en su gestión fue la aprobación del Código de Circulación. Algunos historiadores han visto más bien que el papel de tan insigne ministro consistió en azuzar a las izquierdas para desmontarlas tan pronto como dieran comienzo su muy anunciada rebelión. Nada de ello es importante. Es mejor hacer recuento de las disposiciones, algo que cualquiera que tenga la paciencia de ojear la Gaceta en Internet o en el socorrido Aranzadi de tiempos pretéritos podría también realizar con sosiego y sin sobresaltos.

Las consecuencias políticas de la «revolución de octubre» ni se mencionan. Incidentalmente, tampoco sus causas pero, claro, el folleto es una historia del Ministerio mas bien de puertas adentro. Con todo no tarda en salir alguna que otra perla. Así, por ejemplo, en la p. 137 leemos que «tras la victoria del Frente Popular el presidente Niceto Alcalá-Zamora fue destituido y se nombró en su lugar a Manuel Azaña Díaz. Este nombró ministro de la Gobernación a Amós Salvador Carreras (del 19 de febrero al 2 de mayo de 1936)». La precisión lingüística no es el fuerte de los autores. pero ¿quién se detiene en tales naderías? Alcalá-Zamora fue, sí, destituído pero no inmediatamente después de las elecciones de 1936, como el lector poco precavido podría pensar leyendo lo que antecede. Tras ellas Don Manuel Azaña fue durante dos meses y pico presidente del Gobierno hasta el 10 de mayo cuando las Cortes le proclamaron presidente de la República. Pelillos a la mar.

¿Cómo se presenta la marcha hacia el estallido de la sublevación? Dentro de una renovada ortodoxia que, por vergüenza, no me atrevo a calificar. Veámoslo en la misma p. 137:

«La inseguridad ciudadana y el deterioro del orden público se sucedían sin que las fuerzas de orden público pudieran impedirlos. En este estado de preguerra se produjo el asesinato del teniente José Castillo destinado en el Cuerpo de Seguridad por extremistas contrarios al régimen. Dos días después sus compañeros atentaron contra Gil Robles, que se salvó, y contra José Calvo Sotelo, que había asumido el papel de jefe de la oposición en el congreso, que resultó muerto. El 18 de julio se produjo la sublevación militar».

O sea que las FOP estaban desbordadas, que había una situación de «preguerra», que algunos desconocidos asesinaron a Castillo, que Gil Robles se salvó (había salido de viaje de Madrid poco antes), que Calvo Sotelo (conspirador compulsivo con los fascistas italianos) ya era jefe de la oposición (¡caramba!) y que, aunque no se afirma, sí se insinúa que la cadena acción-reacción que llevó a la sublevación (venía preparándose desde, por lo menos, el mes de marzo) fue dicho asesinato (técnicamente un homicidio).

Así, pues, subliminalmente se avanza un poco más, en 2015, con respecto a las teorías y construcciones franquistas. Ya no es que la República llevara (¿fatalmente?) a la guerra. Es que en la «primavera trágica» (Ricardo de la Cierva dixit) existía una auténtica situación de preguerra civil.

Así que uno va corriendo a la bibliografía a ver de dónde proceden tales afirmaciones. Hay varios especialistas que han trabajado muy bien el tema de la violencia en la Segunda República. No tema el lector. No verá la menor mención de ellos. No figuran, por ejemplo, Rafael Cruz ni Eduardo González Calleja (bueno, este sí, pero referido a la época de la Restauración) ni Francisco Sánchez Pérez. Es una bibliografía poco al día. Quizá el período no merezca detenerse mucho en la exploración de la literatura. Incluso ni se nombra a Stanley G. Payne, lo cual es un tour de force mucho más subido.

Con estos presupuestos, paso decidido y firme el ademán, los autores avanzan hacia la guerra civil y el franquismo. Veremos algunos hitos en el próximo post.

ARCHIVOS E HISTORIA

2 febrero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Una de las máximas elementales en política y en administración es no reinventar la rueda. Ya en la remota antigüedad se entendió que los hechos de reyes y emperadores debían conservarse en piedra. En la Edad Media empezaron a formarse archivos que en el siglo XIX fueron convirtiéndose en estatales. Hoy no se concibe un Estado que, mejor o peor, no tenga políticas definidas de preservación de lo que suele denominarse el “patrimonio documental”. El Reino de España no es una excepción a la regla y sus archivos son extremadamente ricos.

portada_operacion-impensable_efren-del-valle_201503280204Acceder a la documentación de, digamos, anterior a 1936 no plantea problemas. Está abierta, disponible y consultable. A partir de la de 1936 empiezan los problemas. No es un tema de conservación, que también, sino de política. Nuestros políticos parecen creer que en los archivos anidan serpientes venenosas, que abundan esqueletos ocultos y que hay ciertas cosas en ellos guardados que es mejor no conocerlas.

Esta situación debería compararse con la del Reino Unido. Lo señalo para no reinventar la rueda y porque según una abundante literatura académica de tal procedencia, escasamente recibida en España, el moderno Estado británico tal y como se configuró a partir de los años treinta del siglo XIX ha tenido una tendencia especial a favorecer los secretos oficiales.

Las modernas tendencias a la desclasificación que se iniciaron en Estados Unidos se recibieron con recelo. Una serie de factores, sin embargo, coadyuvaron a reducir y limitar dicha tendencia. Quizá en un futuro post me atreva a señalar algunos. Nuestros dilectos e “ilustrados” gobernantes harían bien en ver cómo los británicos han abordado la cuestión de cohonestar la necesaria prudencia a la hora de desclasificar información gubernamental y la avidez de un público deseoso de conocer los intríngulis de las políticas del pasado.

Los Archivos Nacionales de Kew, en Surrey, en los alrededores de Richmond son la muestra más evidente de los esfuerzos de desclasificación actuales que se remontan no muy lejos en el tiempo –datan de la época del Gobierno de John Major- pero que en treinta años han dado resultados espectaculares.

Para mí uno de los capítulos más significativos de esta saga, que ya ha empezado a tener sus propios historiadores, es el de la desclasificación de los planes que, poco antes de que terminara la segunda guerra mundial en Europa, Churchill ordenó que se prepararan para estudiar las posibilidades de un ataque armado contra la Unión Soviética.

Es un tema del que siempre se había hablado pero pocas veces reconstruido documentalmente. Lo hizo hace unos años un historiador militar inglés en un libro titulado OPERACIÓN IMPENSABLE. Me pareció tan importante que sugerí a la editorial Crítica si no sería conveniente que se publicara en castellano. Afortunadamente me hicieron caso y ya está disponible desde el año pasado. Que yo sepa no ha suscitado la menor controversia.

Pareciera –como dicen los latinoamericanos- que los contemporaneistas españoles estamos demasiado absortos en los meandros de nuestra propia historia y en nuestras batallas a favor de la apertura de archivos. Actividades, todo hay que decir, imprescindibles.

Y, sin embargo, el Gobierno británico no vio dificultad alguna en desclasificar unos documentos considerados como un secreto de Estado hasta fecha relativamente reciente. Innecesario es decir que la política exterior y de seguridad británica no se ha tambaleado lo más mínimo. Como, sin duda, no se tambaleará la del Estado español por mucho que se ilustren nuevas canalladas y canalladitas del régimen de Franco. LA HISTORIAGRAFÍA NO DETERMINA EL FUTURO.

Los planes de Churchill no condujeron a nada. El que sin terminar aun la segunda guerra mundial la opinión pública británica y norteamericana pudiera apechar con la apertura de la tercera fue siempre una posibilidad remota; el que una Unión Soviética aliada en la derrota del nazismo –y uno de los factores más importantes si no decisivo- pudiera aparecer de pronto como el próximo enemigo a batir no era muy realista; el que un país exhausto y arruinado como el Reino Unido pudiese convertirse en la punta de lanza de una nueva cruzada, esta vez contra el comunismo, era más que dudoso. Los planificadores militares mismos subrayaron las enormes dificultades logísticas, tácticas y estratégicas de la apertura de nuevas hostilidades. Más aun cuando para ello se requería utilizar a la fuerza anticomunista por excelencia, los restos de la derrotada Wehrmacht hitleriana. Por suerte, los británicos decidieron, con sabiduría, que Churchill no era el líder adecuado para la paz y en las elecciones de 1945 decidieron abrir una nueva etapa.

No he leído todavía la hagiografía escrita por Boris Johnson, el hoy alcalde de Londres y, según se dice, uno de los futuros candidatos a la lucha por determinar el candidato conservador a sucesor de David Cameron cuando este se retire. Es posible que el alcalde, o sus negros, hayan encontrado hermosas palabras para explicar las aviesas intenciones de uno de los mayores estadistas de la historia británica. Y si no cita tal episodio, me imagino que no habrá querido arrojar sobre él la sombra correspondiente.

Lo que quiero es señalar que, incluso en un país en el que ha dominado la cultura del secreto durante tanto tiempo, se ha reconocido que el público tiene derecho a la información. La política de desclasificación documental continúa. Es masiva. También, todo hay que reconocerlo, son abundantes las excepciones. A mí, extranjero, siempre me han cautivado las motivadas teóricamente por razones de seguridad nacional y de protección de ciertos aspectos de las relaciones exteriores.

Este año se cumple el plazo de 75 años previsto para la desclasificación de documentos relacionados con 1940, el período en que el Imperio británico combatió solo contra la arrolladora Alemania hitleriana. Aunque fue “su más valiente momento” (“the finest hour”) y se ha estudiado por activa y por pasiva todavía quedan zonas de penumbra. Veremos si la desclasificación de 2016 las reduce o no.

En cualquier caso no cabe duda que el público británico está habituado a que las desclasificaciones se aireen en los medios de comunicación social y a que los historiadores se lancen como tigres a lo que aparece nuevo. Continúa la desclasificación de documentos de la presidencia del Gobierno de los años 1986-1988 y entre ellos la de las actas de las reuniones de los consejos de ministros correspondientes al primer año. Tal vez la baronesa Thatcher se revolvería en su tumba. O quizá no. Las actas no reflejan adecuadamente el tenor de las discusiones, siguiendo una costumbre inmemorial que se remonta a la Edad Media.

Pero es mejor que lo que ocurre en España, ya que en nuestro país ni se han abierto las correspondientes al período franquista. Por algunas calas podemos, sin embargo, suponer que no serán muy instructivas pero siempre el historiador saca lumbre de donde no hay fuego.

En el ínterin, y antes de cesar, ¿por qué no hace algo el todavía ministro Señor Morenés por ponerse al tono del Gobierno conservador británico? Supongo que no es más patriota que sus colegas.

Mientras tanto esperemos que el próximo Gobierno, además de favorecer la reforma de la Constitución, se decida a aplicar de verdad el artículo 105b de la misma y modifique, como corresponde, la Ley de Secretos oficiales heredada del franquismo.

LA PATRIA DEL OLVIDO (y II)

26 enero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Si los historiadores conservadores o neofranquistas hubiesen puesto tanto entusiasmo en convencer a sus amigos del PP de la conveniencia colectiva de abrir los archivos sobre los tiempos oscuros de ese pasado que suelen presentar en términos tan apacibles, a lo mejor el Sr. Morenés les hubiese hecho caso. Hubieran tenido una oportunidad única, creo, de poder revalidar sus afirmaciones sobre el pasado régimen y dejar con la boca abierta ante su presciencia al resto del gremio. Porque, me pregunto, ¿cómo negar al ínclito profesor Luis Suárez o al «darling» de la derecha española, profesor Stanley G. Payne, la oportunidad de apoyar sus tesis con nuevos documentos? Que yo sepa, y aquí descubro paladinamente mi ignorancia que en este tema no es culpable, no han hecho nada. Tampoco, por cierto, la RAH bajo la dirección del profesor Gonzalo Anes (qepd).

Carmen ChacónLo que antecede es una auténtica pena, porque la sinopsis a que me referí en mi post de la semana pasada no se limita tan solo a la documentación del Estado Mayor de la Defensa o del Ejército de Tierra. También ofrece posibilidades muy excitantes la que procede del Arma más aristocrática, la Armada.

Como la guerra civil en el mar, o la segunda guerra vista desde la óptica marítima española, no son temas demasiado bien explorados documentalmente, no puedo sino lamentar que se prive a los historiadores de la posibilidad de echar una lucecita (siquiera sea como la del Pardo bajo el inolvidable Caudillo) sobre aspectos tan interesantes como es, para la guerra civil, el fondo documental producido por las Armadas de ambos contendientes o, para los años 1940 a 1946, otra documentación adicional, presumiblemente no menos enjundiosa.

En este último caso los fondos, según la sinopsis, versan sobre informaciones en torno al conflicto europeo o sobre movimientos e incidentes de buques de guerra y mercantes ingleses, italianos y alemanes en aguas españolas, entradas en puertos españoles por averías, hundimientos, varadas, recogida de náufragos, informaciones relativas a las dotaciones de buques de guerra italianos y alemanes, relaciones de internados en puertos de España, paraderos, repatriaciones, traslados, hospitalizaciones y desertores.

Pero, lloremos todos juntos en unión, el proyecto desclasificatorio de Carmen Chacón llegó también en aspectoss navales hasta la frontera de 1968, año de la Ley de Secretos Oficiales. En todo el período, cuya fecha de iniciación no se determina en la sinopsis pero que podría ser 1936, los documentos todavía inaccesibles pero perfectamente identificados cubren temas tales como

– Claves y material criptográfico

– Estado de vida y eficacia operativa de moral de las unidades de la Armada

– Plantillas de personal

– Informes y datos estadísticos sobre situación y movimiento de los buques de la Armada, entradas y salidas, situaciones, obras, servicios

– Entregas de mando

– Órdenes y partes de comisiones

– Información sobre buques mercantes, movimientos e incidentes entre los españoles y extranjeros.

– Auxilios marítimos, hallazgos, abordajes, averías, naufragios, hundimientos, siniestros y salvamentos.

– Ejercicios navales: informes relativos a planificación y ejecución, también en colaboración con Marinas extranjeras, ejercicios combinados antisubmarinos y antinaval, de desembarco, de rastreo y caza de minas, de dragaminas, de minadores, de cañoneros, de Infantería de Marina.

– Munición y armamento: adquisición, producción, suministro y transporte.

– Informes y evaluaciones del personal militar, incluidos informes reservados de los miembros de la Armada.

¿Quién podría decir que lo que antecede no es nada interesante? No olvidemos que se trata de documentación que, a lo que parece, solo han visto los miembros de la comisión de desclasificación cuyos trabajos no sirvieron para nada, excepto para hoy sacar los colores al señor ministro de Defensa del PP.

También planeó Carmen Chacón la desclasificación de documentación relativa al Ejército del Aire hasta 1968. Los legajos revisados contienen información sobre:

– Documentos referidos a sistemas de armas que no se encuentran en servicio en las FAS

– Despliege de unidades, fortificaciones, obras defensivas, orden de batalla (con la excepción de las referencias a las ubicaciones de elementos del sistema de mando y control)

– Operaciones militares, planes estratégicos y logísticos, movimientos de fuerzas o aeronaves militares (con la misma excepción que la anterior)

– Estados de eficacia operativa y moral de la unidades (con la misma excepción que las anteriores)

– Plantillas de personal, de medios y equipos de las unidades (con la misma excepción que las anteriores)

– Ejercicios desarrollados por las unidades del Ejército del Aire (con la misma excepción que las anteriores)

– Deliberaciones de los Consejos Superiores del Ejército del Aire.

– Información sobre desactivación de explosivos.

Y una novedad absoluta: Estudios y asesoramientos de las FAS sobre proyectos de normativa legal relativos a la anterior a la Constitución de 1978.

!Tres hurras a la comisión y otras tres a la ministra Chacón! Cero patatero a su sucesor.

Hélas, como ya advertí en el anterior post, el proyecto desclasificador ha quedado, cuatro años más tarde, en eso: en proyecto, en una fantasía, en un arcoiris, en un oasis en el desierto documental.

Las preguntas se agolpan: ¿Por qué no haber tomado alguna decisión positiva? Y si fue negativa, ¿por qué no darla a conocer con los fundamentos pertinentes? [Además, el Sr. Morenés hubiera podido ponerse una toga de indignado ante la desfachatez de una connotada ministra socialista, impelida probablemente por intereses tan espurios como permitir que los investigadores de derechas y de izquierdas puedan consultar una documentación que encierra tesoros informativos de gran interés para la PATRIA]. En esta ocasión hay que escribir el término con mayúsculas.

Ahora bien, puestos a hacer preguntas, ¿tendría acaso el señor ministro algún vested interest no aireable públicamente que le haya impedido poner su granito de arena para evitar que el Reino de España se ponga a la cola de los esfuerzos de desclasificación habituales en los países occidentales de la Unión Europea?

Esta última consideración es apropiada porque en casi todos ellos en los últimos años se han registrado avances inconmensurables. Si el señor ministro, como parece haber insinuado, se preocupa por la repercusión que el contenido de ciertos documentos pueda tener sobre las relaciones internacionales de España, lo lógico hubiera sido:

– consultar con el Ministerio de Asuntos Exteriores que, durante la etapa del actual ministro Sr. García-Margallo, tampoco ha sido la punta de lanza de la liberación de archivos, pero que no obstante podría haberle informado de buena fuente de que la Francia de Vichy ya no existe, de que la Italia mussoliniana se desmoronó, de que el Tercer Reich pertenece a la historia y de que el Protectorado se extinguió hace mucho tiempo.

– haber ordenado a los agregados de Defensa en los diversos países de la EU, y también en EEUU, que se enterasen de cómo se gestionan en ellos las políticas de desclasificación. Me atrevo a asegurar que su precioso tiempo no se hubiera visto limitado porque, en general, un par de llamadas por teléfono hubiesen sido suficientes.

– encargar a algún equipo civil y militar, o incluso solo militar, pero que domine idiomas, que navegue por internet para enterarse de las informaciones disponibles en la red acerca de la documentación militar y de política exterior en nuestras contrapartes más allegadas.

En realidad, hoy es posible trazar a grandes líneas las políticas exteriores y de seguridad españolas durante el franquismo recurriendo a la documentación extranjera pero solo, en general, desde el punto de vista de la interacción con los países más afectados o interesados por ellas. Los guisos de la cocina interna están remansados en los archivos españoles. Aun así, lo que ha salido y va saliendo en modo alguno permite sostener los mitos creados, amamantados y mantenidos durante la dictadura. A no ser que se trabaje en los archivos como han hecho los ínclitos biógrafos de Franco, el profesor Payne y el periodista Palacios.

En todo caso puedo asegurar al señor ministro de Defensa, con la mano sobre el corazón, que nada de lo que los historiadores españoles y extranjeros hemos escrito sobre la guerra civil y el franquismo ha conmocionado los pilares de la defensa exterior española ni, mucho menos, los intereses permanentes del Estado.

Es verdad que, como dijeron al unísono algunos militares y diplomáticos españoles en los años setenta, el régimen de Franco había convertido a España en un «Estado cipayo», pero gracias a la demolición de la dictadura, y no sin cierto esfuerzo, la verdad es que no tardó demasiado en dejar de serlo.

Lo que sí ha quedado claro es que, mal que les pese a muchos historiadores conservadores o neofranquistas, en último término el cambio de coordenadas estratégicas en que esas políticas cambiaron drásticamente no lo consiguieron los partidos de derechas ni de centro-derecha. Atentos a un próximo trabajo del catedrático de la Universidad de Copenhague Morten Heiberg que lo demostrará cumplidamente en inglés, para que se enteren por ahí los extranjeros interesados.

Lo demás es miedo al pasado y no la atención alguna la preservación de los intereses inmanentes y permanentes de la PATRIA entre los cuales no figura el mantenimiento de unos mitos que van siendo derrumbados irremisiblemente.

Y atentos también a eventuales órdenes de la Superioridad sobre la quema de documentos en estos momentos de cambio en las coordenadas dentro de las cuales, a partir de construirá, se hará, casi inevitablemente, la formación de la voluntad política entre las nuevas Cortes y el nuevo Gobierno.

LA PATRIA DEL OLVIDO (I)

19 enero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

El ministro de Defensa tiene importantes responsabilidades en cualquier país. En lo que se refiere al actual español es muy probable que no le hayan dejado dormir en los cuatro años en que ha desempeñado el cargo. Ahora ha anunciado que no figurará en el próximo Gobierno (supongo que pensando que el próximo será también del PP). En todo caso, es en él muy comprensible. El esfuerzo titánico de poner el aparato y la base industrial de la defensa de España en condiciones de hacer frente a los retos de los próximos decenios del siglo ha debido dejarlo exhausto. No en vano el panorama tecnológico de la guerra está cambiando a un ritmo vertiginoso. Lo que servía ayer, no servirá para mañana. Además, en su alocución en la reciente Pascua Milita, que ya sonó a despedida, lanzó algunas ideas que no han suscitado demasiados comentarios. En ella aludió, como es lógico, repetidamente a la Patria. Como en otras ocasiones lo han hecho sus demás compañeros de Gabinete.

Pedro_MorenesPero, ¿qué Patria? ¿Una Patria manejada por un Gobierno que, en base a su mayoría parlamentaria, ha hecho literalmente lo que le ha venido en gana, con las comprensibles limitaciones emanadas de Bruselas a efectos económicos? ¿Una Patria en la que su celoso cancerbero se ha visto asaltado por una multiplicidad incomprensible para el común de los mortales de casos de corrupción, con el extesorero a la cabeza? Y, en lo que a un historiador respecta, ¿una Patria en la cual el señor ministro ha considerado de muy buen tono hacer todo lo posible para que la ciudadanía deseche la mal costumbre de no querer olvidarse del pasado?

Hace ahora cuatro años que D. Pedro Morenés se encontró al llegar a su nuevo despacho con un modesto expediente. Una comisión compuesta de funcionarios de Defensa, militares, archiveros e historiadores había venido estudiando miles de legajos para proponer una desclasificación documental en bloque. Ya que ninguno de los Gobiernos de la democracia ha tenido las agallas suficientes para enviar a las Cortes un proyecto de Ley de Secretos Oficiales radicalmente distinta a la aprobada por su sumisa incarnación franquista en 1968, me cuento entre quienes saludaron alborozados la brillante idea de Carmen Chacón, antecesora del Sr. Morenés, y a la que no tengo el gusto de conocer, de abordar una desclasificación masiva de los fondos de Defensa. En plano totalmente ortodoxo. Desde finales de los años setenta poco a poco, y con Gobiernos de distinto color, la apertura de los archivos del franquismo ha ido haciéndose sin prisas pero sin pausas. Dejando, eso sí, numerosas lagunas.

El procedimiento adoptado por Carmen Chacón fue muy claro y sencillito: se elevaría el proyecto de desclasificación a la comisión de subsecretarios, donde se discutiría o no, y luego al Consejo de Ministros. En este excelso foro no habría suscitado debate si los «subses» hubiesen dado luz verde. El nuevo ministro, sin embargo, no movió un solo dedito. El esfuerzo debió de parecerle colosal. Tan colosal que cuatro años más tarde el proyecto sigue durmiendo el sueño de los justos. ¿Desidia? ¿Desinterés? Probablemente. También algo más: miedo.

Por aquella época un amigo me hizo llegar una sinopsis del paralizado proyecto de desclasificación. Aludí a él en mi prólogo a las memorias de Francisco Serrat, exprotoministro de Asuntos Exteriores de Franco entre octubre de 1936 y abril de 1937. En ellas Serrat traza una imagen del dictador que no coincide con la que divulgó la hagiografía franquista y a la que siguen acudiendo algunos historiadores de esos que se autoglorifican como no de combate. Como si la búsqueda de la verdad documentable fuese un mero capricho de deleznables colegas izquierdistas, antifranquistas y, por consiguiente, poco creíbles.

Creo que, para sacar los colores al Sr. Morenés antes de que su gestión pase a la Historia (el futuro dirá cómo), es conveniente glosar mínimamente el proyecto de desclasificación. Afectaba a documentación procedente del Cuartel General del Estado Mayor de la Defensa, del Ejército de Tierra, de la Armada y del Ejército del Aire y estaba limitado por la fecha mágica de 1968.

Su contenido permite desarrollar una teoría que pone el énfasis en dos elementos: miedo al pasado y desprecio, cuando no altanería, respecto al esfuerzo desarrollado bajo la predecesora. Que no se diga, y que por favor no lo digan historiadores a lo Payne o Suárez Fernández, que el pasado español bajo Franco fue tan rutilante y tan glorioso que no necesita esclarecimientos adicionales porque, más o menos, ya se conoce todo.

Ahora bien, ¿qué han dicho arrogantes historiadores neofranquistas, que los hay, o simplemente conservadores, que incluso abundan más, de los temas expuestos en la sinopsis? ¿Acaso se atreverán a poner negro sobre blanco que no son temas sugestivos? ¿Qué no merecen consideración? ¿Qué no añadirán nada nuevo al conocimiento?

El lector juzgará pero para eso es preciso saber, en primer lugar, de qué temas se trata en la todavía inaccesible documentación. Para ello hay que dividirla entre la que procede del actual Estado Mayor de la Defensa y la referida a las distintas Armas.

En lo que se refiere al primero tenemos: 1. Doctrinas de empleo de las unidades en operaciones y desarrollo de los conceptos tácticos o procedimientos de empleo; 2. Reorganización de las FAS o de unidades específicos de los Ejércitos así como de sus órganos directivos; 3. Documentación de las Juntas Interministeriales y Consejos Superiores en la que se exponen problemas y soluciones que interesan a diversos Ministerios; 4. Proyectos y programas para la construcción de armamento, materiales y equipamiento de las FAS y modernizaciones; 5. Planes de contingencia para hacer frente a posibles amenazas para la defensa nacional, etc. Todo ello anterior a 1968. Ya ha llovido desde entonces y, como podrá apreciarse, son temas de importancia o significación nada desdeñables.

Si se desciende al nivel de Armas tendremos para el Ejército de Tierra dos grupos de documentación. El primero cubre la guerra civil y el segundo el período adicional limitado por el corte del año 1968. Sobre la guerra, dado que ahora se cumple el LXXX aniversario de su estallido, habría sido muy reconfortante que ya se hubiera efectuado la desclasificación sobre temas tales como

6. Capitanía de Aragón y Gobierno militar de Logroño: Juntas de Defensa, movimientos de fuerzas, claves y cifrados, bandos, justicia militarm descruocuibes geográficas y topográficas; detención de extranjeros, censura; 7: Cuarteles Generales, Capitanías y Grandes Unidades: organización y despliegue de unidades, orden de batalla, estados de fuerza, movimientos de tropas, partes de operaciones, organización y planes de defensa, cartografía; 8. Gobierno militar de Logroño: orden público, censura, movimiento insurreccional, movientos de tropas; 9. Gobierno militar de Sevilla: 2ª División Orgánica, operaciones y orden público, justicia, tribunales de honor, sentencias, prisioneros desterrados, órdenes de operaciones, organización, disolución de cuerpos; 10. Capitanía de la V Región Militar y Gobiernos Militares de Zaragoza y Lérida: organización y planes de defensa, incidentes, orden público, operaciones; 11. Lo mismo con referencia a las Capitanías Generales de la VI y VIII Regiones Militares, Gobiernos militares de Lugo, Navarra y Guipúzcoa; 12. Comandancia General de Baleares: organización y planes de defensa, rebelión militar, espionaje; 13. Capitanía General de Canarias: incidentes, orden público, claves y criptografía; 14. Comandancia General de Ceuta y Cuartel General de las Fuerzas Militares de Marruecos: fortificaciones, convenios y tratados con Francia y Marruecos, desembarcos alemanes, gastos de armamento, memorias de la defensa de Melilla, política en el Protectorado de España en Marruecos, movimiento y reorganización de fuerzas, información Zona Española, Francesa y de las cabilas; información políticos militar, protegidos y agentes franceses, contabilidad del Servicio Secreto del Ejército, operaciones de la guerra civil.

El segundo grupo de documentación que llega hasta 1968 comprende adicionalmente: 15. Subsecretaría del Ejército: justicia, campos de concentración, batallones de soldados trabajadores, arrestos, denuncias, deserciones, sospechosos, sabotajes; 16. Comandancia de Obras y Fortificaciones de la IV, V y VI Regiones militares: línea de fortificación del Pirineo, documentación téncia de las Comandancias de Ingenieros, actas de las Juntas de Defensa y Armamento, elección y construcción de asentamientos, croquis, fotografía (en todos estos casos aunque la documentación fuese posterior a 1968 podría desclasificarse por completo); 17. 2ª Sección del Estado Mayor Central: boletines de información interior y exterior sobre la actividad de las Capitanía, Ejército Pirineos, Marruecos; 18. Capitanías Generales y Gobiernos Militares: justicia, campos de concentración, batallones de soldados, trabajadores, arrestos, den ¿uncias, deserciones, sospechosos, sabotajes; 19. Comandancia General de Baleares: organización defensiva y planes de defensa, incidentes, orden público, operaciones.

El mero enunciado de la anterior documentación, todavía no disponible para el público, hará salivar a más de un lector. Y también a los historiadores cuyo oficio es desentrañar el pasado aprovechando cualesquiera nuevas evidencias. Por ejemplo: ¿Qué guardarán los papeles respecto a la sublevación en Sevilla de un criminal consumado como fue el general Queipo de Llano? ¿O qué nueva luz arrojarán sobre la represión en Navarra, Galicia, La Rioja, León y gran parte de Castilla la Vieja, es decir, en zonas en donde no hubo, o apenas si hubo, operaciones militares? Es obvio que ello permitiría contrastar las tesis profranquistas sobre el carácter de su amable justicia, orientada a castigar a los malvados «rojos» culpables de todo tipo de culpas, entre ellas las de haberse «sublevado» contra el Glorioso Ejército Nacional, salvador de España.

También es posible establecer la hipótesis de el conocimiento de tal documentación permitiría apreciar en su auténtico valor el de numerosas obras de inmortales autores (Arrarás, Aznar, Salas Larrazábal, etc.), glorificadas por la historiografía franquista y de las que han «chupado» sin pudor alguno historiadores como de la Cierva, Payne, Suárez y tantos otros. El riesgo, evidente, es que tal vez sufrirían correctivos importantes. ¿Y en qué lugar dejarán esas masas de papel los tan exaltados fondos de la FNFF? Por no hablar de la todavía muy oscura posguerra, en la que los autores de aquellas cuerdas entran de puntillas. ¿Por qué será?

ANIVERSARIOS E HISTORIA: 1936 y 1986

12 enero, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Reanudo, como había prometido, mis posts. Estamos en un tiempo de incertidumbres y me pregunto si la historia sirve para algo, aparte de satisfacer el deseo de conocer y de confrontar los mitos del pasado con lo que, más o menos penosamente, los historiadores van descubriendo y escribiendo. En los últimos años, al hilo de ciertos aniversarios han salido libros que han puesto al descubierto vetas desconocidas y generado reinterpretaciones que no casan con las «verdades» aceptadas. Podemos pensar que en 2016 ocurrirá lo mismo. Dentro de mis modestas posibilidades trataré de contribuir a ello.

GCE_1026_Anon_GN1201En este nuevo año coinciden dos aniversarios con números redondos. Son los que más llaman la atención. También son importantes. El más destacado es, sin duda, el que hace el año LXXX del estallido de la guerra civil. En el segundo se conmemorará el año XXX del ingreso de España en las entonces Comunidades Europeas, hoy Unión Europea.

Son dos aniversarios totalmente antitéticos. En el primer caso se abrió el camino por el que hubo de transitar una España al margen de lo que fue ocurriendo en Europa e incapaz de participar en la gran aventura de la reconstrucción de la parte occidental del continente. Es cierto que el aislamiento no fue total. Geográfica y geoestratégicamente no podía serlo. Tampoco fue para lanzar las campanas al vuelo. Salvando las distancias también eso ocurrió con la Yugoslavia titista. La España de Franco, además, estuvo dominada en los aspectos esenciales de la seguridad nacional por una vinculación bilateral con Estados Unidos. No ocurrió con Yugoslavia, algo que suele olvidarse en la habitual perspectiva etnocéntrica de la literatura que se ha encargado de loar vehementemente los logros de la dictadura. En el segundo caso España inició el proceso de reordenación de sus grandes orientaciones estratégicas con una política de balanceo en el que se complementaron de tal manera que el juego resultante fuese de suma positiva.

Aniversarios parecidos han sido recordados. En el primer caso el entonces Ministerio de Cultura promovió hace diez años un primer congreso internacional sobre la guerra civil. Se celebró en Madrid con asistencia de decenas de historiadores, españoles y extranjeros, bajo la dirección de un comité de expertos entre los que figuraba, que recuerde, el profesor Santos Juliá, de la UNED. Llevó un tiempo considerable de preparación. Al fin y al cabo era el LXX aniversario. En comparación, los recuerdos organizados por una Universidad confesional que invitó a, por lo general, historiadores neofranquistas o parafranquistas quedaron totalmente deslucidos. Para mí, sin embargo, es inolvidable la grotesca ponencia de Ricardo de la Cierva con sus referencias al ya difunto Herbert R. Soutworth. No seguiré su desagradable ejemplo siquiera sea por simple elegancia.

Ninguna de ambas experiencias parece que se repetirá este año, aunque sobre la segunda alternativa no estoy en condiciones de pronunciarme. El Gobierno del PP, con su proverbial desprecio por el pasado a no ser que sea desfigurado a su gusto, no ha mostrado el menor interés al respecto. Así que todo hace pensar que serán de nuevo la iniciativa académica y periodística y el interés de algunas editoriales los que permitan que salgan, posiblemente, a la luz nuevas obras que reflejen o recojan los progresos en el conocimiento.

En este primer post de 2016 sí puedo reseñar que en los últimos meses he ido montando, con la ayuda del profesor Juan Andrés Blanco de la Universidad de Salamanca, una versión actualizada del trabajo de crítica e interpretación bibliográficos que, sobre la guerra civil, se publicó en la revista STUDIA HISTORICA. Dicha puesta al día implica revisar y ampliar lo entonces escrito e incorporar nuevas tradiciones historiográficas. A este respecto tenemos ya las de Australasia y Japón y están encargadas la holandesa y varias latinoamericanas.

Ya han empezado a llegar los primeros artículos que muestran que, como no podía ser de otra manera, en los últimos tiempos ha habido de todo un poco. Junto con nuevas investigaciones coexisten auténticos engendros. En varios casos tengo la impresión de que alguna editorial no ha sabido distinguir el trigo de la paja, con errores e «interpretaciones» de categoría.

Teniendo en cuenta el éxito de difusión de que ha gozado el número extraordinario de la revista académica digital HISPANIA NOVA sobre Franco, en esta ocasión la versión actualizada se hará en formato de e-book. Ello permitirá la difusión en la red.

Sobre la incorporación de España a la hoy Unión Europea se dispone de estudios sesudos y concienzudos (no el tipo de estupideces que han difundido ciertos biógrafos de Franco). Lo que no abundan son los libros o artículos escritos por protagonistas.

Personalmente no he dejado de lado totalmente tales aspectos. En 2003 publiqué un mamotreto en el que me apañé para cohonestar mi experiencia en la Comisión Europea con la formación de ciertas políticas en las que tuve el privilegio de participar, bien como oyente o como protagonista. Algo más tarde me esforcé en que el Ministerio de Economía y Comercio publicara un número monográfico de la revista académica INFORMACIÓN COMERCIAL ESPAÑOLA con artículos de funcionarios españoles que habían prestado también servicios en la Comisión.

De lo que en ambos casos se trató de hacer ver a los lectores que las políticas comunitarias las idean hombres, que las empujan hombres con intereses dispares y que quienes las ejecutan o supervisan, bien o mal, tienen nombres y apellidos. La noción, tan cara a los euroescépticos británicos, de los «faceless bureaucrats» de Bruselas es tan poco aplicable a la Unión Europea como cuando se aplica al estudio de la formación de las políticas nacionales.

En términos de aportaciones a la actividad de la Comisión me congratulo, además, en resaltar que varios compañeros también han plasmado sus memorias o sus análisis de lo que en ella hicieron o vieron. Los libros de Pablo Benavides (qepd) y del profesor Manuel Sanchís i Marco me vienen ahora a la memoria.

Sé, al menos, de dos proyectos editoriales que saldrán a la luz en este nuevo año. En el primero un grupo de expertos con conocimiento directo de la Unión Europea expondrá lo más granado de sus experiencias y reflexiones acerca del proceso de incorporación de España, al talante con el que políticos (entre ellos Enrique Barón, que llegó a ser presidente del Parlamento Europeo) y funcionarios españoles (entre ellos mis queridos amigos los profesores Francesc Granell y Manuel Sanchís) acometieron tal incorporación y cómo se desenvolvieron en sus nuevos cometidos.

El segundo se reflejará en un número especializado de la revista STUDIA HISTORICA, de la Universidad de Salamanca, dirigido por los profesores Sigfrido Ramírez de la Universidad de Copenhague y gran experto en la historia de la Comisión Europea y Víctor Fernández Soriano, de la Universidad Libre de Bruselas que acaba de publicar un libro sobre los derechos humanos en Europa y las dictaduras en el área mediterránea (1949-1977).

En tal número de STUDIA HISTORICA, que aparecerá probablemente en marzo, participo con un documento desconocido. Tras el referéndum sobre la permanencia en la OTAN en 1986, me encargué en el Ministerio de Asuntos Exteriores de diseñar un plan de acción a través de las Comunidades Europeas (Comisión y Consejo) para impulsar el interés de estas hacia América Latina. No sabía que con ello estaba sentando las bases para un giro copernicano de mi trayectoria profesional que duró más de veinte años.

El plan se condensó en una nota de una quincena de páginas que se comunicó oficialmente a la Comisión y al Consejo en el marco de la entonces Cooperación Política Europea. Fue el fruto de varios meses de trabajo intensivo en el que me dejé la piel. Ahora lo he retraducido del inglés original y aparecerá en ese número de STUDIA HISTORICA. Será un testimonio de hasta qué punto acertamos o no en nuestro enfoque. Muchas de las cosas en él expuestas se llevaron a la práctica. Otras, no. Obedecía a la máxima de que para alcanzar un cierto porcentaje de objetivos hay que ser ambiciosos porque, en la Unión, ya los recortarían.

En el segundo proyecto participamos no solo funcionarios y políticos como que terminamos desembocando en las Instituciones o que permanecieron en Madrid. Para ello el embajador Juan Antonio Yáñez-Barnuevo, a la sazón director del Departamento de Internacional del Gabinete del Presidente del Gobierno Felipe González, y quien esto escribe hemos reunido fuerzas. Nuestra idea ha sido la de condensar en el menor espacio posible los puntos fundamentales de la estrategia seguida para alcanzar en el mínimo de tiempo imprescindible la ansiada incorporación.

Naturalmente, los historiadores no nos movemos al compás de los aniversarios. Eso no sería sensato ni casa con la metodología histórica pero, ¿por qué no celebrar los aniversarios redondos, referidos tanto a desastres como a glorias?

No hay que reinventar la rueda. Lo que hacemos en España también se hace en el extranjero. A lo largo de los próximos meses intercalaré algún que otro ejemplo.

UN NUEVO LIBRO PARA LAS VACACIONES: VIOLENCIA EN LA SEGUNDA REPÚBLICA

22 diciembre, 2015 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hay gente que en estas próximas vacaciones o semi-vacaciones de Navidad y Año Nuevo corta con la rutina y se dedica a leer ese libro del que nunca ha tenido tiempo de ocuparse. EL PAÍS ha publicado por estas fechas los títulos que han parecido más interesantes a algunos de sus lectores. Ya he dado los míos. Cuando lo hice no había ojeado, por falta de tiempo, un libro que me había llegado pero que he tenido ocasión de leer después. Mea culpa. Como no es verosímil (¡ojalá me equivoque!) que alguien lo elija, me apresuro a anunciarlo en este último post antes de las Navidades, que es cuando en la Europa del norte suelen hacerse regalos.

cifras-cruentasEl libro en cuestión se titula CIFRAS CRUENTAS. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la segunda República española (1931-1936). El autor es el profesor Eduardo González Calleja. Lo ha publicado la Editorial Comares, de Granada, y es de aparición muy reciente.

El tema es absolutamente vital. Una de las justificaciones que siempre se aducen para «explicar» la sublevación militar del 17/19 de julio es la presunta situación de «anarquía», «desorden», «violencia», «asesinatos», incendios, algaradas, ataques a la Iglesia y a la propiedad que caracterizó la primavera de 1936 tras las elecciones de febrero que dieron la victoria a la coalición del Frente Popular.

De las versiones que nos incrustaron a los niños y a los estudiantes que padecimos el franquismo es difícil olvidar las visiones apocalípticas que dos de los grandes prohombres de la derecha española, José Calvo Sotelo y José María Gil Robles, expusieron ante las Cortes en junio de aquel año. Presentaron un país que se caía bajo el peso de la iniquidad de las izquierdas y de la inseguridad que se había apoderado de sus calles. En esta «preparación» de los espíritus de cara al golpe ya en acelerada gestación nunca faltó el énfasis en la «lógica» conclusión de aquel conjunto de circunstancias: el vil asesinato de Calvo Sotelo, ordenado por el Gobierno y ejecutado por agentes de la policía.

A mi, cuando hacía las prácticas de milicias, en 1964, en los cuarteles del Goloso (próximos a Madrid) me tocó exponer con todo lujo de detalles aquella teoría ante los oficiales del regimiento en que las hice y ello por orden conminatoria de su coronel. Es una experiencia que me dejó una huella tan vívida que jamás se me ha borrado de la memoria. Otras cosas, buenas y malas, sí. Aquella no.

Pues bien, ahora, en este libro González Calleja (coautor de la también reciente Historia de la Segunda República Española, publicada la pasada primavera por Pasado&Presente) ha llevado hasta los límites posibles todo un conjunto de investigaciones empíricas. Estas las ha venido realizando a lo largo de los últimos diez años en artículos, capítulos de libros y de forma transversal en numerosas publicaciones en una obra fecunda e inesquivable. El de ahora es un libro que, dentro de la problemática que se ha autoimpuesto, hará autoridad en el futuro.

Por varias razones:

La primera, y nada desdeñable, es que contiene un catálogo de los actos de violencia con consecuencia letales que se produjeron desde el 14 de abril de 1931 hasta el 17 de julio de 1936. Es un catálogo numeroso que abarca de la página 309 hasta la 424. Una obra de hormiga y de expurgo de fuentes primarias y secundarias abrumadora. González Calleja es lo más opuesto al ejemplo del duo Payne/Palacios que quepa imaginar. En este libro el lector encontrará un ejemplo rutilante de la mejor historia empírica.

La segunda, y no menos importante, es que la acumulación de hechos sin teoría conduce directamente hacia la nada. La teoría puede subyacer al relato (es lo que suelo hacer en mis propios libros) o abordarse de manera clara en el texto. El autor, en este caso, ha acudido a una serie impresionante de sociólogos, politólogos e historiadores para exponer desde las primeras páginas los conceptos, métodos e hipótesis que le servirán para adentrarse en la frondosa jungla de los datos.

La tercera, y también muy destacable, es que González Calleja arremete educadamente, pero arremete, contra muchos autores, más o menos aficionados, de estudios previos sobre el tema sin importarle demasiado que sean nombres que a algunos pueden parecer inmarcesibles o de meros diletantes.

¿Qué resulta de todo ello?

Pues la desmitificación de las glosas o afirmaciones, a lo Payne, que siguen imperturbables, erre que erre, defendiendo el mito fundamental de la cosmogonía histórica franquista.

Muchos de los resultados son refinamientos de los que el propio González Calleja ya ha venido avanzando en trabajos previos. Otros traducen una voluntad de explorar situaciones no suficientemente iluminadas a la luz de investigaciones empíricas parciales. Estamos, en consecuencia, ante una obra esencial que defiende, sin complejos, la historia empírica con una base teórica relevante. Los hechos, de por sí, no dicen nada. Hay que mirar detrás de lo que ocultan. De todas maneras, a quienes les guste la historia cuantitativa estarán contentos.

Estadísticamente hablando la República no fue un régimen tranquilo. Entre 1931 y el 18 de julio se produjeron, cuando menos, 2.629 víctimas mortales de la violencia sociopolítica. De ellas, sin embargo, 1.550 las causaron las fuerzas del Estado que, a su vez, sufrieron no menos de 455 bajas fatales (p. 88). Esto representa unas tres cuartas partes del total. De aquí podría afirmarse que la República (en sus diferentes formatos político-ideológicos) no se anduvo con mano blanda. González Calleja ha identificado la adscripción política de, al menos, 530 víctimas (sin contar las de Asturias que representan un caso específico). Pues bien, de esas 530 no menos de 484 pertenecían a la izquierda. Es decir, la violencia del Estado parece que se dirigió contra esta galaxia, que iba desde los partidos republicanos (IR, UR y PRRS) hasta la JNT, FAI y Juventudes Libertarias. Y, entre las fuerzas del orden, ¿quién se llevó la peor parte, en esta ocasión incluyendo Asturias? Pues la guardia civil y los carabineros en primer lugar, seguidos por los cuerpos de seguridad e investigación y los militares. Apenas si hubo víctimas entre los guardias municipales y afines (p. 89).

Pero no fue una violencia de ritmo constante. En la etapa de los gobiernos provisionales se dio un 7% de las víctimas; en el bienio republicano-socialista se produjo un 13,5. El porcentaje ascendió al 65% en el bienio negro y durante el Frente Popular al 14,5% restante. Es decir, en términos cuantitativos esta última etapa fue la más mortífera.

Si de la historia cuantitativa se pasa a la interpretación, los datos de la violencia en tal período permiten inducir que «no se abrió una coyuntura revolucionaria porque los poderes emergentes de carácter popular no tenían un proyecto político común capaz de tomar decisiones y asumir el control a escala nacional, o siquiera regional, provincial o comarcal» (p. 49).

La guerra civil no encuentra, pues, su origen en la violencia de la primavera de 1936 sino en la acción facciosa de un sector del Ejército y en la frustración política de las derechas (desde los más importantes a tales efectos, los monárquicos, hasta la CEDA y los fascistas incipientes o declarados) que se dedicaron con frenesí a crear «su» ventana de oportunidad.

¿Y el anticlericalismo, contra el cual protestó una Iglesia anclada en los cánones de Trento? Apenas si ocasionó víctimas. Desde los enfrentamientos del 10 de mayo de 1931 en Madrid, pasando por Alicante, Málaga y Córdoba. Las víctimas fueron revoltosos. Solo se registran dos religiosos muertos y ninguna de ellos por algo ligado al anticlericalismo popular o la política laica. Únicamente en las circunstancias excepcionales de Asturias fueron asesinados 33 religiosos (el 56% de los muertos por la violencia revolucionaria).

Hablando de Asturias las páginas 220 a 244 se dedican a recordar y cuantificar las víctimas de la revolución de octubre de 1934, apoyándose en numerosos autores que también los han investigado. En Madrid se produjeron 45, en Cataluña 83 y en Asturias en torno a los 1.200 de los cuales unos 256 fueron gubernamentales. La represión subsiguiente, no hay que olvidarla, fue feroz.

En conclusión, a Payne el autor de esta obra le da una pequeña pasada dialéctica. Lo normal cuando alguien va a los datos en tanto que otros se dejan llevar por prejuicios y copian lo que pueden y quieren. Lo mismo cabría afirmar de un historiador italiano que ha acudido en auxilio de la «reserva espiritual de Occidente», es decir, la derecha española de la época.

En definitiva, un libro fundamental y sobre el que convendrá meditar. A pesar de todo, ¡felices Navidades!. ¡Feliz Año Nuevo! Todo, dentro de lo posible. Volveré inmediatamente después de Reyes.