UNA PUNTUALIZACIÓN SOBRE LA EXHUMACIÓN/INHUMACIÓN DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA (I)

25 octubre, 2022 at 8:30 am

A LA MEMORIA Y EN EL RECUERDO DE MI GRAN AMIGO VICENTE ABAD, DOCTOR EN HISTORIA, CONOCEDOR COMO POCOS DE LA EVOLUCIÓN EN LA  EXPORTACIÓN DE LA NARANJA, PIEZA FUNDAMENTAL DE LA CONEXIÓN DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA CON EL EXTERIOR DURANTE TANTOS Y TANTOS AÑOS. UNIDO AL DOLOR DE SU FAMILIA Y LAMENTANDO PROFUNDAMENTE EL VACÍO QUE NOS DEJA. 

ÁNGEL VIÑAS

Reconozco abiertamente que no me hubiese agradado escribir este post. La noticia de que la familia del fundador de Falange ha expresado el deseo de que tras la exhumación de sus restos prevista en la LMD (BOE del 20 de octubre de 2022) se inhumen de nuevo  sus restos en terreno sagrado -algo que servidor respeta, aunque la dictadura no lo hizo con los deseos de los deudos de miles de otros enterrados en Cuelgamuros- ha dado origen a comentarios muy diversos. En ellos han intervenido incluso primeras espadas de la política española. He leído las afirmaciones efectuadas por, entre otros, los Señores Feijóo y Abascal. No cito a otros menores.

También ha habido algún que otro docto comentario en el que se ha presentado al entonces marqués de Estella como arrepentido de lo que había contribuido a poner en marcha. Expresó su sentimiento en esta dirección en su, para algunos, inmortal testamento, antes de comparecer al juicio soberano e inapelable del Altísimo. En sus propias palabras: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la patria, el pan y la justicia”.

Confío en que nadie me acuse del pecado infame de denostar a los muertos. No es mi estilo como historiador. Me pregunto, sin embargo, hasta qué punto ciertas líneas de su testamento -para algunos inmortales- perseguían propósitos menos dignos. Planteo esta cuestión porque pedir perdón y desear ante el 20 de noviembre de 1936 (fecha de su ejecución) que su sangre fuera la última derramada por España también podría haber sido una última jugarreta para difuminar las propias responsabilidades en tal derrame. Escrito esto, naturalmente, con el debido respeto.

El historiador, de derechas o de izquierdas, si es historiador, debe plantear una cuestión. ¿Estaría José Antonio Primo de Rivera (en lo sucesivo JPdR) tan afectado por el resultado de su proceso ante el Tribunal Popular que ya había olvidado lo que él refrendó con su nombre unos cuantos meses antes cuando preparaba la sublevación de una parte del Ejército y de sus propios seguidores contando con la ayuda de una potencia extranjera?

En la familia de Wikipedia (fuente de la que más adelante diré algunas palabras) figura el testamento:

https://es.wikisource.org/wiki/Testamento_de_Jos%C3%A9_Antonio_Primo_de_Rivera

De esta fuente deseo destacar dos frases:

1ª “Entre los distintos párrafos que se dan como míos, desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con “mercenarios traídos de fuera”. Jamás he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en África heroicos servicios”

Y 2ª: “Que [se] coleccionen todos mis discursos, artículos, circulares, prólogos de libros, etc., no para publicarlos —salvo que lo juzguen indispensable— sino para que sirvan de pieza de justificación cuando se discuta este periodo de la política española en que mis camaradas y yo hemos intervenido”.

No conozco a muchos colegas que hayan examinado críticamente las citas anteriores a la vista de lo que ya sabemos documentalmente de la biografía de JPdR, ni tampoco a los enaltecedores ex post, y los ha habido a millares incluso después de la inhumación del inmortal “Caudillo”, a quienes les haya pasado por la mente. Si me equivoco presento mis excusas a mis amables lectores. Confieso no haber leído todas las biografías de JPdR ni tampoco las de SEJE. Me he preocupado más bien de descubrir nuevos papeles.

Sí algunos, por el contrario, no me permiten dar un ego te absolvo (laico, evidentemente) al líder falangista.

Viene al caso Julián Casanova, ahora lejos del ruido de la prensa española pero que la sigue desde Estados Unidos. Su opinión la ha reiterado recientemente en uno de sus últimos twits que circuló el año anterior (22 de noviembre de 2021). En él previno, y ha repetido ahora, de la tentación de llegar a creer que habría que exonerar a JAPdR, por lo mucho que quiso la paz y la reconciliación en su repito, inmortal testamento, al que sus descendientes se remiten.

En historia, ¡ay!, existe otro relato. Es, exactamente, al contrario: el hoy por algunos (muchos, al decir del PP y VOX) todavía añorado líder falangista no buscó ni la paz ni mucho menos la reconciliación. Antes del 18 de julio estuvo plenamente al corriente de lo que se tramaba con la ayuda de una potencia extranjera y contribuyó a ello en lo que pudo (que no fue mucho).

Desde el primer momento, al igual que los monárquicos alfonsinos, en cuyas filas militó al principio (nobleza obliga), JAPdR voló tan pronto como pudo a abrevar en la fuente nutricia (ideológica y financiera) del fascismo. Cabe discutir en qué medida las ideas de Mussolini entraron a formar parte del mapa político y sicológico del hijo del antiguo dictador. No soy un exégeta de lo que en alguna ocasión he denominado su insondable pensamiento, a la manera en que se hizo durante muchos años durante la larga dictadura de Franco.

¿He de recordar aquí al inefable Centro de Estudios Joseantonianos en el que trabajó un tal Agustín del Río Cisneros? Me permito señalar que su desciframiento dio de comer -y mucho más- a incontables comentaristas en aquellos tiempos difíciles para una gran mayoría de españoles.  Los amables lectores podrían echar un vistazo al siguiente artículo https://elcorreodeespana.com/historia/869953025/Ser-joseantoniano-hoyMe-presento-como-prueba-testifical-Por-Enrique-de-Aguinaga.html para hacerse una idea de lo que algunos todavía consideran necesario no recordar.

Existen tantas biografías del entonces marqués de Estella que no sabría por dónde empezar. Pero sí me acuerdo de uno de los libros sobre él que leí y que todavía conservo en mi biblioteca. Tenía como título El trovador de Falange Española (nada menos) y su autor era un tal Bernd Nellessen. Los lectores que lo deseen pueden echar un vistazo a lo que de tal biógrafo dice su entrada en Wikipedia en alemán (tal vez en ciertos temas algo más fiable que la española) : https://de.wikipedia.org/wiki/Bernd_Nellessen  . Como muchas de las entradas biográficas en tan importante referencia, a veces oculta más de lo que dice.

Ahora bien, para edificación de algunos periodistas, comentaristas de todo y tertulianos de pro me permitiré recordar la significación profunda, incluso para los más iletrados, del informe adjunto a una carta que envió al Duce del fascismo redentor, el 14 de junio de 1936, Don Antonio Goicoechea, líder de Renovación Española.

Fue un personaje del que hoy poco se habla, pero sobre cuyas espaldas recae una responsabilidad monumental. No me refiero a su gestión como comisario de la Banca Oficial durante la guerra y posteriormente gobernador del Banco de España en la postguerra. Su entrada en Wikipedia la amortigua considerablemente y está bastante desfasada: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Antonio_Goicoechea Evidentemente ningún lector ha considerado importante actualizarla. Un descuido.

Pues bien, tal caballero, español por los cuatro costados como Dios manda, ya había avisado al Duce en octubre de 1935 (algo que sigue ocultándose cuidadosamente) de que, si las izquierdas llegaban al poder, aunque fuera por medio de elecciones, ellos, los monárquicos y un sector del Ejército, se sublevarían. Podría decirse que quien avisa no es traidor y, ciertamente, de Goicoechea no cabría afirmar que traicionase a Mussolini. Que no lo fuera con respecto a la España que llevaba dos años gobernada por una coalición radical-cedista, implícita y luego explícita, es otra cosa.

En febrero de 1936 la consulta al pueblo soberano dio una corta mayoría a la coalición electoral del Frente Popular (aviso a navegantes: según algunos doctos historiadores,  ello ocurrió gracias al engaño, a la coacción y a las malas artes típicas de las izquierdas,  como quedó registrado en páginas inmortales en el Dictamen sobre la ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936, pero a cuya versión actualizada por dos eminentes autores cabe oponer la valoración que han recibido, sin dar respuesta, en https://ojs.ehu.eus/index.php/HC/article/view/19831).

También se han silenciado las implicaciones que tuvo el hecho, quien avisa no es traidor, que la confidencia de Goicoechea a Mussolini se puso en marcha casi de inmediato. Por si las moscas.

El caso es que Goicoechea, Calvo Sotelo y JAPdR (sí, el señor marqués de Estella) hicieron honor al estimulante proyecto transmitido a Mussolini nueve meses antes.  El informe, sucinto, de sus actividades durante la primavera de 1936  lo envió a Roma el posterior gobernador del Banco de España, siempre adicto a las “pelas”.

Subrayo que no me corresponde el mérito de haber descubierto carta e informe. Lo hizo un historiador italiano, Massimo Mazzetti. Los dio a conocer en 1979 (hace más de 40 años), no sin cometer algún que otro error. Los analizó y comentó mi buen amigo el profesor Ismael Saz en su libro Mussolini contra la Segunda República, publicado por la Fundación Alfons El Magnànim de Valencia en 1986. Lógicamente se refirió a Mazzetti.

¿Y qué ha ocurrido en España? Pues que son escasos los historiadores de derechas, y sobre todo ningún político de tal orientación, por no hablar de la ultraderecha, o que ningún periodista de las mismas, se han dignado echarles un vistazo crítico y, como es obvio, encuadrarlos debidamente. Son, por cierto, títulos muy conocidos en la Universidad española.

Sin embargo, como la historia nunca es definitiva casi siempre es posible decir algo más o sea dar un paso hacia adelante. Es lo que servidor intentó hacer con una monografía titulada expresivamente ¿Quién quiso la guerra civil? (Crítica, 2019).  Nadie podrá acusarme de querer dar gato por liebre con el título.

(continuará)

Nota: el próximo martes es el 1º de noviembre, día de todos los santos. No quisiera que la continuación de este post coincidiera con tal fecha. No deseo que ello pueda llevar a comentarios extemporáneos. Por ello, se publicará el 8 de noviembre.

Alfred Rosenberg y temas españoles (y II)

31 mayo, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Los diarios de Rosenberg también permiten especular sobre un tema delicado. No sé si algún historiador se habrá dado cuenta de la posible significación de una de sus no muy numerosas anotaciones en las que menciona a España y a los españoles.

Bundesarchiv_Bild_183-1985-0723-500,_Alfred_RosenbergEn el post precedente cité a Rosenberg en 1940 afirmando que había tenido un encuentro con José Antonio Primo de Rivera. El único que menciona en sus diarios se halla en la entrada correspondiente al 23 de agosto de 1936. En ella alude a que el general Franco no quería saber nada de antisemitismo (otros generales, por ejemplo, Queipo de Llano) y numerosos publicistas (como ha recordado Paul Preston en  El holocausto español) sí. Es más lo defendieron explícitamente (un aspecto que, naturalmente, hoy ciertos autores pro-franquistas quieren olvidar en todo lo posible). La explicación de Rosenberg sobre la conducta de Franco fue de las de nota: tendría respeto a «sus» judíos marroquíes y no había comprendido que la abominable raza se estaba vengando de Isabel y Fernando (aquéllos de la canción falangista del «espíritu impera».

En aquel contexto Rosenberg escribió:  «Hace un año el joven Primo de Rivera vino a visitarme. Un tipo inteligente y claro: católico (pero no clerical); nacionalista (pero no dinástico). Tampoco él se pronunció sobre la cuestión judía».

En esta, al parecer, inocua e incluso elogiosa referencia hay un dato que me ha sorprendido. Si el engolado ideólogo nazi y el joven jefe de Falange se vieron en 1935, ¿dónde habría sido?. Como de Rosenberg no consta que viniera a España en este año, se verían o bien en Alemania o en otro país. Sin embargo, cuando preparé mi tesis doctoral ya recalqué que de la única visita de Primo de Rivera al Tercer Reich de la que hay (o encontré) constancia en los archivos alemanas tuvo lugar en marzo de 1934.

Dos posibilidades: o bien Rosenberg se equivocó de año (lo cual es muy posible) o bien la visita del líder falangista  fue secreta. Y esto me escama. No hay que olvidar que solía ir a París a recoger a la embajada italiana la subvención mensual que le pasaban los fascistas italianos y que, naturalmente, ningún historiador falangista o profalangista había tenido a bien documentar. ¿Habría mantenido  Primo de Rivera contactos ocultos de tal tenor, o similares, con los dirigentes nazis? No especulo. Pregunto. A una gran parte de la derecha española el Tercer Reich le encandilaba. Todavía no se han documentado muchas de las visitas que, por ejemplo, líderes monárquicos, aunque de segunda fila, hicieron a la nueva Meca del antibolchevismo militante.

Otras referencias de Rosenberg a temas españoles no tienen tanto morbo. Quizá la que más destaque, en mi opinión, es la entrada del 26 de septiembre de 1936. En ella señaló que la víspera había regresado a Berlín el corresponsal del Völkischer Beobachter (cabecera del partido nazi) Ronald von Strunck. Llevaba un informe urgente. Robert H. Whealey ya llamó la atención sobre este periodista cuyas misiones en España, aparte de las periodísticas, están envueltas en un cierto misterio. No llegaré a decir que era el equivalente nazi del periodista soviético Koltsov (corresponsal de Pravda) pero, en realidad, no lo sabemos. Tal informe, por ejemplo, no lo encontré pero a lo mejor ya ha aflorado en algún libro del que no tengo noticia.

El hecho es que el asesino consumado que fue Rosenberg se espantó (tan delicado que era) de los relatos que le hizo von Strunck. «Ha sido testigo de terribles mutilaciones a los nacionales, a veces en formas que revelan patologías sexuales imposibles de describir». Se le cayó el alma a los piés, sin duda, al escribir que «el estado en el que se ha encontrado a las monjas asesinadas es terrible. Y resulta difícil hacerse una idea del modo en que se han profanado los altares…»

¿Moraleja? Los nazis no harían eso. Por supuesto, tampoco los «nacionales».  Si Rosenberg llegó a leer los informes del representante en España del Ejército de Tierra alemán, teniente coronel barón Hans von Funck, se habría llevado alguna sorpresa. También lo hacían los últimos, precisamente tras la toma de Toledo, operación que el corresponsal alemán había seguido antes de regresar rápidamente a Berlín por unos cortos días.  Von Funck pensó, ingenuo él que había vivido la guerra en el frente francés, que los soldados alemanes se desmoralizarían viendo semejantes salvajadas, cometidas por Dios y por la Patria. No anticipaba los horrores en los territorios del Este en los que Rosenberg tuvo tanto que decir pocos años más tarde.

De la forma en que von Strunck veía la guerra da cuenta su creencia de que los generales obtendrían la victoria y que el conflicto se resolvería en unos dos meses más. Curiosamente, esa misma impresión es la que dominaba en Moscú y la que tenía el presidente Azaña. La República estaba con el agua al cuello.

Rosenberg procuró adelantarse a los acontecimientos. El corresponsal  del Völkischer Beobachter debía explicar a Franco y a los líderes falangistas que en cuanto alcanzaran la victoria la Iglesia católica se apresuraría a lanzar «una salvaje campaña de difamación contra nosotros, la «Alemania pagana» «. Ya entonces  anunció que los nazis reconocían el catolicismo como religión del pueblo español y nadie deseaba inmiscuirse en ese terreno.

Es una de las pocas cosas en que Rosenberg demostró cierta intuición. También en el cuadro estratégico que hoy todavía no penetra en cierta literatura pro-franquista.  Lo reproduzco con sus propias palabras: «Una España aliada de Alemania significaría, a ojos de París, el desgarro de un flanco que siempre ha considerado seguro. Para Inglaterra supondría la posibilidad de que a las espaldas de Gibraltar gobernase en estas circunstancias un amigo de Italia». Las consecuencias que de ello extrajo fueron muy erróneas: «Los franceses y los ingleses harán todo cuanto esté en sus manos para, al menos, convertir a Cataluña en un estado de contención». Rien de rien.

Rosenberg era entonces el director de la Oficina de Política Exterior del partido nazi (APA) y se encontraba en una relación de fuerte competencia, típica de la organización del Estado hitleriano, con el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Auslandsorganisation (AO) u Organización para el Exterior del partido  -que fue el canal por el cual los emisarios de Franco llegaron a Hitler en julio de 1936- y los agentes de von Ribbentrop, convertido en asesor aúlico de Hitler en materia de política internacional.

A juzgar por lo que en sus diarios escribió sobre la escena exterior Rosenberg no era un genio. Su destino apuntaba a otras latitudes. Por lo demás, mucho antes de ser ministro ya tenía una categoría igual a las eminencias que formaron el Gobierno nazi pero que Hitler no reunía en Consejo de Ministros.

Rosenberg conoció al pelota Johannes Bernhardt. Era el hombre de Göring en España y director de la HISMA. Se convirtió en la cabeza visible de los esfuerzos nazis por penetrar en las fuentes de la riqueza mineral española. Ya había asentado un sistema «moderno», explotador, de trueque comercial que implicaba la parca utilización de divisas escasas.  Con la bendición, lógicamente, de Franco, que nunca pudo superar su dependencia estructural de los suministros bélicos del Tercer Reich. Pues bien, según la entrada del 27 de noviembre de 1936, Bernhardt sugirió  que convendría traducir al español la segunda biblia nazi, El mito del siglo XX. Rosenberg dijo que no, que todavía era pronto para distribuir su opus magnum en el extranjero, aunque podría pensarse en traducirlo por si había que hacer uso de él rápidamente. Como es natural se tradujo y hoy está incluso disponible en internet, con descarga gratis y todo. Para interesados por las catacumbas intelectuales del Imperio de los mil años.

Alfred Rosenberg y temas españoles (I)

24 mayo, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

La editorial Crítica tuvo la amabilidad de enviarme hace algunos meses un ejemplar de los diarios de Alfred Rosenberg que publicó el año pasado. Reconozco que me ha costado trabajo echarle un vistazo. Rosenberg fue, junto con von Ribbentrop, uno de los personajes más repelentes del nacionalsocialismo. No es que este sistema se caracterizase por una élite amable. Asesinos monstruosos, sicópatas, borrachos, gánsteres de todo tipo abundaron en sus filas. Sin embargo, Rosenberg nunca se quedó atrás. Los vencedores lo ahorcaron tras el juicio a los grandes criminales de guerra en Nuremberg.

portada_alfred-rosenberg-diarios-1934-1944_jurgen-matthaus_201506011615Quizá por deformación profesional lo primero que he ojeado en los diarios es si hay referencias a temas españoles. Como es notorio, la dictadura franquista tuvo una especial relación con la Alemania nazi. De esta relación no todo se ha contado por falta de documentación relevante. Esta carencia es particularmente importante en ciertos aspectos sobre los cuales franquistas y neofranquistas han tendido a echar un velo pudoroso. ¿Dónde están, por ejemplo, las evidencias que demuestren las manifestaciones de la cooperación operativa entre las fuerzas represivas de la dictadura nazi y sus equivalentes de la española? Es obvio que debieron existir pero nadie las ha encontrado. Una casualidad.

Cuando en Alemania preparaba mi ya lejana tesis doctoral, aparte de consultar  Mein Kampf y el segundo libro de Hitler, eché un vistazo a la obra cumbre de Rosenberg, El mito del siglo XX. Si se me permite la expresión coloquial, un pestiño de mucho cuidado, difícil de leer, incoherente y a veces incomprensible, una entremezcla amarañada de estupideces, antisemitismo primario y «reflexiones» que pretendían continuar en el sendero de la obra de un pensador racista inglés H. S. Chamberlain, «El mito del siglo XIX». Desde entonces reconozco que tengo una aversión particular a Rosenberg.

Hay de él una biografía muy voluminosa escrita por Ernst Piper, hijo del famoso editor del mismo apellido, que a lo que parece agotó, más o menos, el tema. Confieso no haberla leído pero dado que Rosenberg fue uno de los pilares de la creencia nazi en una especie de religión de la sangre, que fue uno de los impulsores «intelectuales» de la Shoah y que además se empapó las manos en el horror como ministro a cargo de los territorios ocupados en el Este (amén de depredador consumado de cuantiosas riquezas artísticas), me parece muy adecuado que los diarios aparezcan ahora en versión castellana. Al fin y al cabo, en estos lares hay todavía excolaboradores del extinto CEDADE que campan por sus respetos como «historiadores» y que ya se han olvidado del pasado y/o de su pasado neonazi.

Rosenberg, aparte de antisemita furibundo, era profundamente anticatólico. No deja de tener su morbo que en los albores de la dictadura española hubiese falangistas (siempre tan modernos) que se confiaran a él mostrando su disconformidad con el tradicional dominio clerical en nuestro país.

En este sentido recomiendo la lectura de la entrada en los diarios correspondiente al 7 de octubre de 1938. Fue un momento interesante porque los franquistas estaban a punto de ganar la batalla del Ebro, Franco se había bajado literalmente los pantalones ante los nazis en demanda de más aviones, más armas, más municiones, !hasta pólvora!, y los alemanes se hacían los locos e insistían en que tenía que aceptar las solapadas inversiones en minas que ya habían efectuado mediante testaferros pero en contravención de las disposiciones «legales» vigentes. Un capitulito de las relaciones hispano-alemanas que, desde siempre, los historiadores pro-franquistas han distorsionado cuidadosamente.

Pues bien, en aquellos momentos visitó a Rosenberg un líder falangista no identificado. No sería difícil hacerlo acudiendo a la prensa de la época. Seguro que mencionaron su nombre. Naturalmente este probo falangista hizo la pelota al líder nazi. También dijo que el futuro de Falange descansaba en los obreros muchas de cuyas reivindicaciones podía aceptar.  Ya se sabe: «la revolución pendiente». Rosenberg se puso muy contento: la mezcla de nacionalismo y socialismo era el futuro. Con todo, no se recató de responder que las tradiciones alemanas tenían implicaciones muy diferentes a las españolas y que los nazis no querían ejercer influencia en estas últimas. Pero como en España siempre ha habido más papistas que el Papa o, en este caso, más nazis que los nazis mismos, el prohombre falangista soltó la idea de que el Papa (a la sazón Pio XI) era un viejo rojo-liberal y que lideraba una Internacional como la de los masones y los marxistas. La Falange, continuó, era católica pero no tenía la intención de someterse al papa de Roma. ¡Faltaría más!

Las estupideces de Rosenberg no merecen reproducirse en este blog (los lectores pueden consultar el libro en cualquier momento) pero el engolado dirigente nazi no olvidó el tema. En la entrada del 16 de septiembre de 1940 recogió algunos rasgos de una conversación que había tenido con Hitler. Era un momento en el que se esperaba la visita de Serrano Suñer en Alemania. Se trataba de la primera ocasión en la que el todavía ministro de la Gobernación (que obviamente tenía a sus órdenes a los policías que con entusiasmo suponemos delirante se dedicaban a cooperar con la Gestapo y las SS) visitaría el Tercer Reich, algo por lo que había suspirado un par de meses antes aun cuando fuese en secreto (en mi próximo libro abordaré el contexto que no fue como muchos historiadores pro-franquistas y pro-serranistas han descrito).

Rosenberg preguntó a Wilhelm Frick, la contraparte nazi de Serrano, cómo era el ministro español. Frick (compañero de horca Rosenberg en 1946) respondió que había tenido una educación jesuita. No lo sé. Serrano pasó su niñez en Castellón pero en ninguna de las biografías que de él tengo aparece a qué colegio fue). Entonces Rosenberg adujo que un falangista le había escrito durante la guerra civil diciéndole que por orden de Serrano le habían detenido por tener sus obras en casa. Hitler se echó a reir. «!Ah!, sus escritos!», exclamó.

Rosenberg debió de sentirse picado y replicó que él siempre se había entendido muy bien con José Antonio Primo de Rivera. Habían mantenido una conversación en la que había dicho a este último que el Tercer Reich no quería entrometerse en asuntos religiosos españoles. A Primo la idea le pareció excelente pero subrayó que el Papa era semejante a un líder masón y que España elegiría el suyo propio. ¡Caramba! Reconozco que es una veta del fundador de Falange que, en mi ignorancia, no conocía. Al menos no la encontré cuando ojeaba sus a veces incomprensibles escritos. Ello dio pie a Hitler a afirmar que sería muy deseable que todos los Estados católicos lo hicieran también. Sin duda, aparte de su anticatolicismo profundo, tenía muy en cuenta sus querellas con la Iglesia católica e incluso con la evangélica (la «Bekennende Kirche», BK)  que habían llevado a que los nazis favorecieran en todo lo posible un previo «movimiento» denominado de «cristianos alemanes» («deutsche Christen»).

Hay que recordar que la BK se había fundado en 1934 y que se consideraba como la auténtica Iglesia evangélica. En ella militaron figuras de gran relevancia histórica y teológica como los pastores Martin Niemöller y Dietrich Bonhoeffer (asesinado en un campo de concentración poco antes de que terminara la guerra en Europa). Los «cristianos alemanes», más nazis que cristianos, trataron de hacer la «machada» de conciliar una especie de «cristianismo» a su medida con los preceptos racistas oficiales. No lograron demasiado éxito, a pesar de todas las ayudas que recibieron. Alguno de los personajes nazis con más influencia en la España de Franco participó de esta mezcolanza contra natura, lo cual no impidió que su esquela lo silenciase cuidadosamente. Ya se habría, supongo, reconciliado con la Iglesia católica. Cosas que pasan.