PENSANDO, AMABLEMENTE, EN LA ÚLTIMA OBRA DE UN ACADÉMICO DE LA HISTORIA

24 noviembre, 2015 at 8:30 am

Ángel Viñas

Unas cuantas consideraciones sobre fuentes y metodología

Imaginar que en cuarenta años de intensa dedicación al tema «Franco y su tiempo» el profesor Luis Suárez Fernández, miembro eminente de la RAH, no haya dicho nada válido es, naturalmente, absurdo. Separar el trigo de la paja en su abundante y prolija obra tampoco es tarea para investigadores de escasa energía («faint-hearted«). Ignoro si ya se le habrá dedicado alguna tesis doctoral. La merece. La suya es una obra reveladora en numerosos aspectos. Más que sobre él, que también, lo es sobre su generación, sobre la dictadura y sobre la cultura oficial de la España en que desarrolló su carrera política. Está basada en una metodología extraña: en la creencia de que basta con compilar (ciertos) hechos sin, supuestamente, la menor interferencia opiniática para llegar a conclusiones válidas intemporalmente. Una auténtica proeza en el plano hermeneútico que, de ser correcta, habría de permitir a nuestro ilustre autor ascender a los altares de la más gloriosa historiografía patria.

ARCHIVO guerra civilSu obra última, publicada a la provecta y envidiable edad de 91 años (¿llegará a verlos quien estas líneas escribe?), ha sido valorada, desinteresadamente sin duda, por la editorial como «un alarde de independencia (sic) [que] rompe con las líneas predominantes en nuestra historiografía, de uno y otro lado (sic), para presentar una visión meditada y casi ‘revolucionaria’ que a todos sus lectores va a sorprender».

Esta valoración conjuga elementos ciertos y otros, en mi entender, menos ciertos. Entre los primeros he de destacar el de la sorpresa. Me he quedado literalmente helado leyendo numerosas cosas. Son tan «revolucionarias» como «revolucionario» fue el GAN. (Para quienes no se muevan bien en el terreno de los acrónimos se trata del «glorioso alzamiento nacional»). No me parecen ciertas las afirmaciones de que se trata de un «alarde», tampoco que sea «independiente», que «rompa» y que la visión sea «meditada».

Desbrocemos unos cuantos detalles de poca monta.

El libro tiene 568 páginas de texto y una notabilísima característica. Está totalmente desprovisto de notas y de referencias. El autor afirma que se basa en obras anteriores. Las relevantes son dos: una referida a la guerra civil que data de 1999 y otra a la segunda guerra mundial de 1997. Son a su vez reelaboraciones de otras anteriores, que tengo en mi casa pero que no suelo ya consultar pensando que todo autor mejora en sus obras posteriores las precedentes.

Bien. En los últimos quince o veinte años la historiografía ha registrado avances muy considerables. Sin embargo, la bibliografía que menciona el profesor Suárez es extremadamente parca. Tiene solo 50 títulos, casi todos de autores españoles. De ellos unos 20 son posteriores a 1999. Se mencionan tres archivos públicos (el militar de Ávila, el del MAEC y el de la FNFF) y cuatro privados (de Muñoz Grandes, Varela, Vega Latapié y Yagüe). El autor no se ha molestado en consultar absolutamente ningún archivo extranjero y tampoco pone en su lista ninguna obra que no sea en castellano. Dado que trata un tema con más que evidentes conexiones internacionales sorprende un pelín que no parezca estar al día de lo que en los últimos años se ha publicado en francés, inglés, alemán o italiano. Puede deberse a varios factores: ombliguismo, desconfianza en autores extranjeros (solo menciona siete, entre ellos a Payne), monolinguismo o, simplemente, algún «ligero» sesgo personal.

De todas maneras, dado que la obra carece, insisto, de toda referencia es imposible saber lo que hay en ella de la propia cosecha o de la de otros autores. Tampoco cabe identificar si los utiliza bien o mal o, ¡cielos!, no los utiliza. Estos interrogantes son permisibles porque, como ya he mostrado en alguno de mis artículos y más recientemente en La otra cara del Caudillo, el profesor Suárez no es demasiado fiable en cuanto al uso de las fuentes que dice haber utilizado.

El autor se escuda (p. 17) en que las fuentes ya las dio en sus obras previas. Es una mala argumentación. ¿Quién va a comparar las fuentes indicadas en ambas con lo que escribe en su último producto literario? Hay que saber, además, que las escasas referencias a fuentes primarias que figuran en aquellas obras son muy escasas en la que versa sobre la guerra civil y que las signaturas han cambiado en las que utilizó para la segunda guerra mundial y que corresponden, exclusivamente, a los fondos de la FNFF. ¿Cómo es posible, se preguntará el lector? ¿No ha utilizado el archivo militar de Avila, el del MAEC o los privados?

Para responder a estas preguntas he tenido la santa paciencia de recorrer las notas y referencias de las obras de nuestro preclaro autor de 1997 y 1999. Salvo que mis ojos y mis entendederas no sean ya lo que fueron, ¿se creerá ese lector incrédulo que he encontrado una sola referencia a los archivos privados, militar de Ávila o del MAEC? La respuesta es no. No las hay. Punto. Las únicas indicadas son los fondos de la FNFF. Quienes quieran descender por el pozo de conocimientos del profesor Suárez tendrán que ir a la misma, cotejar las referencias que él dio con las actuales, leer los documentos y comprobar si algo de lo que dice no será, ¡oh, cielos!, alguna tergiversación.

Es más, sospecho (por las pocas calas que hasta ahora he efectuado en esta magna obra última) que el autor, siguiendo el imperecedero ejemplo del profesor Payne, practica con entusiasmo el bien probado método del copiar y pegar, pero en esta ocasión sin referencia alguna a fuentes.

En mi modesta opinión (y siguiendo la no menos imperecedera máxima de que antes se coge a alguien que tergiversa que a un cojo) es preciso abordar Franco y el III Reich con ciertas prevenciones en cuanto atañe a fuentes, metodología, análisis y contextualización.

Si escribo así es porque en estos momentos estoy, por fin, aproximándome al final del libro que seguirá a La otra cara del Caudillo y que para tratar de uno de los temas centrales que también aborda el opus del distinguido académico de la Historia he rastreado documentos por una decena de archivos españoles y extranjeros y porque mi bibliografía, en seis idiomas, supera ya los 200 títulos. Ni que decir tiene que todos ellos los he consultado y que los referencio debidamente allí donde los utilizo. Cualquier lector podrá seguir mi argumentación sin muchas dificultades.

Admito que nada de lo que antecede garantiza calidad. Fuentes, primarias o secundarias; las referencias apropiadas; el análisis crítico de las mismas (los documentos no hablan); su contextualización y una metodología apropiada son lo que permite, quizá, mejorar la comprensión de lo que ocurrió en un segmento del pasado, por definición incognoscible en todas sus vetas.

En el caso que aquí nos ocupa nuestro insigne académico pide a sus lectores:

– Que le crean en virtud de su mera palabra.

– Que acepten la proposición de que con innominadas e innominables fuentes ha podido explicar «unos hechos tal y como sucedieron en la realidad».

– Que ha rehuído, al hacerlo, «cualquier clase de juicio de valor»

– Que él no ha pretendido juzgar «sino explicar» para informar al lector de que «así fueron las cosas».

Bien, habrá que tomarle la palabra. En los próximos posts haré unas cuantas consideraciones ligeras sobre algunos de los aspectos que más me han llamado la atención de la obra del profesor Suárez desde el comienzo de la guerra civil hasta el comienzo de la europea. Solo pretendaré poner de relieve los más fundamentales, es decir, los que permitirán a terceras personas apreciar la calidad del gigantesco esfuerzo que ha llevado a cabo nuestro eminente autor.

(Este post está cerrado el 7 de noviembre ya que tres días más tarde me habré ido de viaje).

CORRIGIENDO A UN ACADÉMICO DE LA HISTORIA

17 noviembre, 2015 at 8:30 am

Ángel Viñas

El lema de este blog es «con mitos no se construye la historia». Es lo que lo justifica o, para mí, justifica la inversión en tiempo que reclama. Y, como es sabido, el tiempo es un bien precioso. Pasa y no se recupera nunca. ¿Es necesario deshacer mitos? En la medida en que el mito es una manipulación o adaptación manipuladora del pasado, la respuesta para mi es afirmativa. Cabe vivir de mitos pero yo todavía no estoy convencido de que en el siglo XXI algunos de los postulados de la Ilustración o de las Luces hayan perdido relevancia. Dejar atrás el mito es dar un paso hacia adelante en la toma de conciencia de nuestra cualidad como seres humanos pensantes y racionales.

Captura de pantalla 2015-11-06 a las 16.18.38En general no utilizo este blog, del que soy único responsable, para criticar sin motivo a otros colegas. Lo he hecho, sí, en el caso del profesor Payne en su tratamiento del tema de Gernika. Me ratifico en ello. Ahora ha surgido una de esas situaciones con las que sueña todo «desmitógrafo». La confrontación entre verdad y no verdad. La contrastación documental contra el mito. La manipulación contra la no manipulación. Lo blanco contra lo negro.

En una notable entrevista publicada el pasado 6 en el periódico EL MUNDO consultada en internet el mismo día, y bajo la presentación «El historiador que más ha trabajado los archivos personales del dictador (autor de su muy criticado retrato en el Diccionario biográfico) entrega su último libro, Franco y el Reich, afirmó ante la pregunta siguiente:

«¿Vio el libro de Ángel Viñas de este año? Dice que Franco se hizo millonario en la guerra?» Es una pregunta correcta, clara, que responde a una realidad constatable.

¿Cuál fue la respuesta que reproduzco en itálicas y en negrita?

«Eso es absurdo. Yo he visto las cuentas de Franco. Tenía algún dinero ahorrado, pero lo de millonario no tiene fundamento«.

Se podrá estar de acuerdo o no con lo que afirma el profesor Suárez en otros aspectos en dicha entrevista. En lo que al tema de los millones de Franco resulta obvio que su respuesta es clara nítida… pero, desgraciadamente para él, es falsa con total falsedad.

Es absurdo: no lo es en modo alguno. Franco entró en guerra sin un duro y salió de ella con muchos millones de pesetas.

Yo he visto las cuentas de Franco: no las que yo sí he visto.

Tenía algún dinero ahorrado: depende de lo que se entienda por «algún». Para mi el tener en cuentas, el 31 de agosto de 1940, 34, 3 millones de pesetas no es el proverbial chocolate del loro.

Lo de millonario no tiene fundamento: ¿no ha estudiado los documentos que constan bajo la signatura 24577 en los archivos de la Fundación Nacional Francisco Franco?

De estas sencillas contraposiciones cabe extraer ciertas conclusiones.

1ª El interrogado afirma una cosa que es falsable por referencia a los documentos de época

2ª La afirmación de haber visto los documentos de Franco se queda corta. Hay centenares de documentos de Franco que el profesor Suárez ni ha visto ni, a lo que parece, se le ha pasado por la mente ver.

3ª No ha visto, por ejemplo, en relación con la fortuna de Franco, los que se han conservado (después de varias quemas) en lo que queda de los archivos de la Casa Civil de Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE).

4ª No ha tenido la menor curiosidad por acercarse a los archivos históricos del Banco de España que, aunque no muy reveladores, sí contienen datos de interés.

5ª Evidentemente no ha leído mi libro porque, de haberlo hecho, podría haberse enterado que el documento con la signatura 24577 está en él reproducido fotográficamente.

6ª Tampoco se habrá dado cuenta de que dicho documento se encuentra digitalizado en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

7ª Se pasa por la pernera de los pantalones el dato, constatable, de que una parte de dicho documento se reprodujo en la revista Tiempo el 11 de junio de 2010.

8ª Al negar la mayor, el tan ilustre académico de la Historia se comporta de forma perfectamente adjetivable. El adjetivo correspondiente se lo pueden imaginar mis amables lectores.

Con lo que antecede es obvio que ya no se puede pedir al tan alabado profesor Suárez que indague en los procedimientos por los cuales Franco se hizo con dicha fortuna. Dos están documentados y uno de ellos contiene el expediente bastante completo.

Como el interrogado se empeña en no ver, no leer ¿cuál es su respuesta a la siguiente pregunta, también correcta y clara?

«¿Diría que el franquismo nació corrupto

La respuesta, que reproduzco en itálicas y negrita, es de una simpleza sobrecogedora:

«Si no había dinero, mucha corrupción no podía haber… En todo caso, había mercado negro«.

Una respuesta en dos partes. No hay dinero, ergo no hay corrupción. No llego a aprehender la lógica. Circulaban pesetas. La masa monetaria era cuantificable. Cualquiera que fuese el estado de la economía, los españoles no se habían dedicado al trueque. Mis padres tenían una tiendecita y, aunque a veces tenían que dar crédito, recibían dinero en efectivo.

¿El mercado negro no generaba corrupción? Lo más que puede decirse es que no está demostrado, documentalmente, que SEJE acudiera a él en su insospechada, insólita y sorprendente condición de vendedor de café (que habría que añadir a sus numerosos cargos). Cuando recibió 600 toneladas del mejor café del Brasil (regalo del dictador Getúlio Vargas), lo traspasó a la CAT (Comisaría de Abastecimientos y Transportes) al correspondiente precio de tasa (inferior al del mercado negro) para que lo vendiese.

El producto de la venta, 7,5 millones de pesetas de la época, se transfirió a las cuentas personales del Caudillo en el Banco de España. Todos contentos. SEJE porque no había trapicheado. Los funcionarios de la CAT porque, como organismo corrupto hasta la médula, probablemente encontraron la posibilidad de evacuar algunos kilitos al mercado paralelo.

Pregunta: ¿Por qué el profesor Suárez niega la evidencia?

Se me ocurren las siguientes razones:

1. Ha perdido la capacidad de leer, agotado tras el bodrio de su Franco y el Tercer Reich1.

2. La evidencia no le encaja con su imagen de Franco. Y entre la realidad y el mito, nuestro eminente autor prefiere el mito. Como en El hombre que mató a Liberty Valance.

3. La imagen de un Franco forrándose el riñón mientras sus soldados luchaban y morían en los frentes es absolutamente inaceptable. ¡Adónde vamos a parar!

4. Si, como se demuestra en alguna documentación de la Casa Civil, uno de los canales por los cuales Franco acumuló una fortuna fue a través de «desvíos» de entregas a las diversas suscripciones patrióticas que se abrieron durante la guerra hoy algunos podrían pensar que SEJE se comportó, sencillamente, como un mero «chorizo».

Otras razones las dejo a la mejor especulación de los amables lectores.

El libro del profesor Suárez da para más posts. Escribiré algunos y así tendremos, quizá, varias ocasiones de reírnos un poquito. Lo pasaremos, quizá, mejor que los asistentes a la presentación formal de su «obra magna» el pasado 12 de noviembre en el Casino de Madrid.


1 El calificativo utilizado se demostrará ampliamente en otro lugar, con el debido aparato documental y de forma académica, que a nuestro estimado autor parece le es ajena.

 

NEGRÍN: SIN MIEDO A LA HISTORIA

10 noviembre, 2015 at 8:33 am

Ángel Viñas

En cualquier mes de noviembre coinciden aniversarios de la desaparición de hombres que han dejado una huella profunda en la historia contemporánea de España. De signo diverso. Basta con recordar no solo a Franco sino también a Primo de Rivera, Durruti, Azaña y… Negrín. Entre ellos este último se lleva indudablemente la palma en cuanto a animadversión permanente. Los dos primeros han sido exaltados, y continúan siéndolo, hasta el delirio. Durruti tiene sus leales que suelen olvidar la parca contribución positiva de los anarquistas a una resistencia republicana efectiva. Azaña se ha puesto en cabeza gracias a la incansable actuación del profesor Santos Juliá. Hubo una época en la que hasta el presidente Aznar se declaró, poco menos, que azañista. Negrín sigue a la cola. Muchos escriben la historia con propósitos presentistas.

Juan_negrinNegrín es, en efecto, para muchos un nombre incómodo. Los historiadores pro-republicanos no pueden reprocharle que no resistiera hasta el fin. Sin embargo, con frecuencia dan vuelta a los hechos. Supuesto prisionero de los comunistas, habría servido a los intereses de la Unión Soviética que exigían que continuase la resistencia. (La racionalidad de este presunto objetivo nunca ha sido demostrada). Muchos socialistas, antiguos compañeros suyos, fueron incluso más radicales. Había que salvar a Besteiro y sobre todo a Prieto, convertido desde 1938 en antinegrinista feroz y, merced al golpe de mano sobre el cargamento del Vita, contrapolo al Gobierno en el exilio. (La narrativa del antinegrinismo socialista está aun por escribir).

Los historiadores franquistas (que nunca ahorraron epítetos horrendos contra Azaña) los redoblaron siempre en el caso de Negrín. ¿Por qué? En mi opinión porque vieron en Negrín el alma de la resistencia republicana.

A ello se añadieron cuatro hechos: a) Negrín nunca escribió sus memorias (excepto unos minúsculos apuntes que solo han salido a la luz hace pocos años) en tanto que Azaña dejó sus diarios y sus reflexiones. b) Los reflejos anticomunistas de Franco y su dictadura coincidieron con los de buena parte de los historiadores extranjeros que escribieron sobre la guerra civil en tiempos de la guerra fría, c) los archivos de Negrín y los archivos soviéticos sobre esta última tardaron mucho tiempo en ser accesibles a los investigadores y d) alguno de los hombres de confianza de Negrín incluso le traicionó después de su fallecimiento.

Sólo a partir de comienzos del presente siglo pudo empezar a reconstruirse el puzle que representan Negrín y su política. Tuvo defensores desde el primer momento pero quedaron anegados por las cascadas de vituperios que sus detractores siguieron arrojándole. Entre ellos, no hay que olvidar, figuraron prácticamente todas las tendencias del antiguo Frente Popular y sus apoyos anarquistas. ¿Quién tuvo la culpa de que se perdiera la guerra? Negrín y los comunistas. Los cuales, a su vez, en la posguerra también se distanciaron de él.

Correspondió a una nueva generación la responsabilidad de poner las cosas en su sitio, tras las bientencionadas aportaciones de Tuñón de Lara, pero escasamente documentadas. Quien esto escribe empezó con la reconstrucción de la operación del famoso «oro de Moscú» incluso antes de que falleciera Franco, pero no la di a conocer hasta 1976. El primer Gobierno Suárez la secuestró inmediatamente. Siguieron otros autores con perspectivas más amplias. Ricardo Miralles reconstruyó su acción en la guerra civil. La primera biografía completa la escribió Enrique Moradiellos. El enfoque lo completó, con una percepción mas bien de índole sicológica, Gabriel Jackson. En el extranjero Paul Preston y Helen Graham lo rescataron del oprobio para los lectores de lengua inglesa.

Gracias a la amabilidad de Carmen Negrín varios historiadores tuvimos acceso a sus papeles. Es verosímil que una vez que se termine la catalogación en la Fundación Juan Negrín de Las Palmas salgan a la luz nuevas facetas y quizá incluso haya que reescribir parte de lo ya asentado historiográficamente.

No me cansaré de repetir que el progreso en Historia es función de varios vectores pero entre ellos el descubrimiento de nueva evidencia primaria relevante de época (EPRE) tiene una importancia fundamental.

Daré unos ejemplos: en su calidad de ministro de Defensa Nacional y sucesor de Prieto (algo que este no le perdonó) Negrín reunió un gran volumen de información sobre el Ejército Popular de la República y la batalla del Ebro. Hasta ahora los historiadores hemos tendido a concentrarnos en los fondos del general Vicente Rojo, depositados en el Archivo Histórico Nacional en Madrid.

También, en su calidad de presidente del Consejo, Negrín recibía numerosos telegramas procedentes de las embajadas. Muchos de ellos se conservan sin descifrar. Se le informaría, supongo, oralmente de los temas importantes. Sin embargo los telegramas es posible que se refieran a aspectos de la gestión política exterior que podrían ser de gran interés para los historiadores.

Negrín atesoró igualmente muestras de la propaganda encubierta republicana que se transmitía a las filas enemigas por medio de canales más o menos variopintos. No son frecuentes tales ejemplos en bruto, pero que yo sepa todavía no se han analizado.

Tampoco cabe olvidar que no todos los documentos soviéticos relacionados con la guerra civil se han abierto al público. En mis estancias en Moscú hace ya varios años me encontré numerosas referencias a legajos que todavía no eran accesibles y en algún archivo se me autorizó la entrada excluyendo determinadas áreas temáticas.

Es decir: en el futuro habrá posiblemente nueva EPRE relacionada con la gestión política inspirada por Negrín.

Sabemos más cosas. El tráfico documental entre la embajada en Moscú y el Ministerio de Estado ya no existe. Al final de la guerra civil el encargado de Negocios, Vicente Polo, el funcionario que mayor tiempo pasó en la capital soviética (incluso más que el embajador Marcelino Pascua), recibió instrucciones de Barcelona. Debía destruir toda la documentación antes de traspasar el edificio a las autoridades. Vicente Polo, funcionario pundonoroso, cumplió sus órdenes a la letra y se pasó varios días quemando papeles. Si lo afirmo rotundamente es que porque Vicente Polo y servidor fuimos amigos y compañeros de Cuerpo. Ya ha fallecido. Fue readmitido en el tardofranquismo y terminó su carrera como consejero comercial de la embajada de España en Bruselas. Por cierto, en el Ministerio de Estado (Archivo de Barcelona) apenas si quedan rastros de aquel tráfico. Se ignora quiénes lo destruyeron. Pudieron ser los republicanos o los franquistas.

Hay, pues, parcelas de la actividad de Negrín que se han perdido para siempre. COMO EN EL CASO DE FRANCO. Pero esto es otra historia.

Frente a los errores de Azaña en términos de gestión Negrín no cometió ninguno realmente irreparable. La traición de Casado, Besteiro y Mera hundió todas las esperanzas de salvar a los cuadros republicanos utilizando la Flota. Muchos socialistas y anarquistas no terminan de hacerse a la idea a pesar de que sus correligionarios pagaron un alto precio como consecuencia de dicha traición. La memoria es, con frecuencia, selectiva.

Compárese, en cualquier caso, la accesibilidad sin restricciones de los papeles de Negrín y la de los de Franco (que no son los que custodia la FNFF) sino los que conserva la familia. Cerrados a cal y canto. ¿A quién le asusta la Historia?

No a Carmen Negrín ni a su abuelo. Ya dijo uno de los periodistas norteamericanos que conoció bien al expresidente: Negrín no tiene que tener miedo de la Historia. Quienes quizá si lo tienen son los vencedores y sus descendientes. De otra forma no se explica su comportamiento.

EL XL ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE FRANCO

3 noviembre, 2015 at 8:30 am

Los aniversarios redondos tienen la virtud de despertar una atención particular, sobre todo si acaban en cero. Este mes de noviembre se cumple el XL del fallecimiento de Franco. No es de extrañar que ya en el curso del año hayan aparecido libros sobre él y su dictadura. También quien esto escribe ha participado. Mi propósito, en concordancia con el lema que inspira este blog, ha consistido en someter a contrastación documental, en todo lo posible, algunos mitos que derivan de la «plastilinización» del pasado inscrita en el canon impulsado por Franco.

Prensa Franco muertoYa está colgado en este blog y en la red (http://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/index) el trabajo que un grupo de historiadores hemos preparado a lo largo de los últimos meses para someter a análisis una biografía de Franco que se adelantó todo un año al XL aniversario. Lo refleja un número extraordinario de la revista académica digital HISPANIA NOVA de la Universidad Carlos III de Madrid.

Tiene tres propósitos. El primero estriba en revelar las líneas de blanqueamiento a las que la figura histórica de quien solía ser calificado como Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE) ha sido sometida en la biografía conjunta escrita por el ilustre profesor Stanley G. Payne y por el periodista, y antiguo miembro del CEDADE, Jesús Palacios.

El segundo consiste en invitar a aquellos historiadores de buena fe a que, si lo consideran conveniente, disputen los hechos en los que hemos fundamentado nuestras críticas. Todos nosotros consideramos que, en plan profesional, las ideologías o posturas de los historiadores como meros seres humanos han de ser disciplinadas por el respeto a los hechos, las fuentes y los métodos comúnmente aceptados de la metodología histórica.

El tercero pretende incitar a que, si las circunstancias institucionales lo permiten, se lleve a cabo una edición española de la querella de los historiadores que años atrás tuvo lugar en Alemania sobre el nacionalsocialismo.

En este sentido la más que previsible pérdida de la mayoría parlamentaria absoluta por parte del PP, la probable formación de un gobierno de coalición o por lo menos apoyado desde el Parlamento por alguna otra fuerza política y, no en último término, la verosímil salida del futuro Gobierno de algunos de los ministros más perjudiciales para la investigación sobre la guerra civil y el franquismo (estoy pensando en el de Defensa) deberían impedir la continuación de la política de cierre de los archivos de Defensa que el Sr. Morenés ha defendido con argumentos espurios cuando se ha dignado pronunciarse al respecto.

Por no hablar de la aparición de otro clima político en el que la mal denominada Ley de Memoria Histórica, que el PP no se ha atrevido a derogar (aunque sí a vaciar de sustancia), pueda volver a ponerse en práctica activamente. Esto no es algo que solo interesa a los historiadores. Tiene una gran resonancia social y en su momento reflejó la respuesta, en mi opinión imperfecta e insuficiente, a las demandas de los descendientes de las víctimas de la represión multimodal, permanente y agresiva, de la dictadura franquista, un hito en la historia de la infamia española por mucho que Payne/Palacios -y otros- hayan intentado maquillarlo.

El número ya colgado en la red pretende proporcionar elementos de juicio y de reflexión para que los españoles de buena voluntad, que probablemente somos la mayoría, puedan continuar ejerciendo presión a través de las organizaciones de la sociedad civil, de los partidos políticos y de su representación parlamentaria con el fin de inducir al futuro Gobierno a adoptar una actitud concordante con los estándares habituales de los países occidentales de la Unión Europea. Quizá no se logre que España se ponga en cabeza del ranking de respeto a los derechos humanos pero, por lo menos, debería dejar de estar situada a la cola y solo por delante de Cambodia en ciertos aspectos.

Nuestro trabajo tiene huecos. No hemos querido entrar a analizar las posibles razones por las cuales un historiador extranjero, otrora prestigiado, se ha visto inducido a hacer equipo con un periodista de peculiares antecedentes. ¿Es que entre los historiadores españoles de derechas, que los hay y buenos, no encontró mejor compañero el profesor Payne?

Tampoco hemos indagado en que tal asociación no solo se ha orientado a producir dos libros escasamente presentables. Si no mienten las informaciones sobre ellos existentes en la red, Payne y Palacios son también socios en una empresita que publica un boletín digital de ensayos sobre temas españoles e internacionales. Sin duda aprovechando las economías de escala, dicha empresa también se ocupó el año pasado de producir e introducir entrevistas en medios digitales para hacer publicidad de su magna obra.

Naturalmente ambos socios están en su buen derecho y no hay, ni por asomo, nada ilegal en ello pero lo traigo a colación como muestra de que la transparencia que debe exigirse a todo historiador (en particular si aborda temas controvertibles y controvertidos) no es un rasgo que caracterice a tan connotados autores.

Hemos lamentado la ausencia en este número de HISPANIA NOVA del profesor Paul Preston. Razones de trabajo le impidieron participar en él. Sin embargo, me es muy grato anunciar que el autor de la gran biografía de Franco, al lado de la cual la de Payne/Palacios es una mera mala sombra, ha acometido la tarea de ponerla al día, en la medida de lo posible, y que estará en la calle antes del 20N. Los lectores españoles tendrán, pues, la posibilidad de comparar ambas y extraer sus propias conclusiones.

Una reflexión última: para cualquier historiador profesional normalito es motivo de asombro leer comentarios en los medios digitales en relación con sus obras porque simplemente no concuerdan con los a priori de los comentaristas. Amparados en el anonimato despotrican sin el menor pudor, y generalmente sin haberlas leído, aunque siempre con autoridad, desparpajo y desprecio. Sin ahorrar insultos. Los hechos no cuentan. Hay que ir a la descalificación personal. No en vano se ha dicho que los comentarios digitales anónimos se han convertido en el equivalente posmoderno de los graffiti de los urinarios públicos.

Es sabido que el argumento ad hominem es el argumento de quienes que no tienen otros argumentos. Quien esto escribe ha sido tachado de comunista y masón (pecados nefandos para quienes en la mejor tradición franquista profieren tales acusaciones pero que no figuran entre los que practico) como si por ello mis análisis perdieran cualquier valor que pudiesen tener. Eso sí, Ricardo de la Cierva y Luis Suárez Fernández, máximos hagiógrafos de Franco, deben de ser para ellos glorias nacionales. Que el Señor les conserve larga vida para escribir muchas más obras.

EL NO BLANQUEAMIENTO DE STALIN

27 octubre, 2015 at 8:30 am

En el post de la semana pasada me referí al número extraordinario de HISPANIA NOVA que pondrá al descubierto el blanqueamiento a que han sometido la figura de Franco el profesor Stanley G. Payne y el periodista Jesús Palacios montándose al caballo de una presunta objetividad. Como el primero tiene a gala mostrar en su currículum alguna que otra incursión por la política soviética de los años treinta y cuarenta en relación con España me permitiré en este post llamar la atención de mis amables lectores acerca de una obra nueva sobre Stalin que combina tres características, propias de cualquier ejercicio historiográfico, de las que carece la mencionada biografía «objetiva».

StalinLa primera característica es que se trata de un libro no muy largo (con notas e índices no llega a las 400 páginas) que une los conocimientos aportados por obras serias previas sobre Stalin y la URSS de su tiempo y los que se derivan de un estudio sistemático de las fuentes primarias relevantes. Nuestros blanqueantes autores rehuyen lo primero y se pasan por el forro lo segundo.

La siguiente caraterística es que el peso de los argumentos descansa esencialmente en obras y fuentes rusos, prestando eso sí siempre atención a las aportaciones de autores extranjeros. Es lo normal en cualquier trabajo de historia nacional. Son los historiadores del país en cuestión quienes se encuentran en mejores condiciones para entender las fuentes y registrar las sinuosidades de una trayectoria política. Descartado el aficionado Palacios, hubiera debido corresponder a Payne la tarea de asumir la interpenetración de fuentes primarias y secundarias.

La tercera es que el autor de la biografía, Oleg V. Khlevniuk, tiene detrás de sí una obra impresionante caracterizada por el desbrozamiento continuo y permanente de fuentes primarias. Algo que el profesor Payne jamás ha hecho, ni probablemente se le ha ocurrido, en relación con las españolas.

Finalmente una cuarta característica que me ha llamado la atención es que Khlevniuk no alberga el menor recelo en referirse a Stalin con su título de vozhd. Es el que se le daba. Como a Hitler el de Führer o a Franco el de Caudillo o a Mussolini el de Duce. Nadie puede saltar sobre tales hechos.

¿Cuáles son los resultados? El primero es que Khlevniuk tiene buen cuidado de reconocer las principales aportaciones realizadas por especialistas extranjeros cuando todavía no se habían abierto los archivos soviéticos. Destaca, en particular, y en esto no puedo sino reconocer su acierto, las obras de Adam B. Ulam y Robert Tucker, que constituyeron hace ya muchos años mi primera introducción al tema.

El segundo es que Khlevniuk, historiador brillante y sumamamente cuidadoso, es muy consciente de cuando sus afirmaciones están basadas en EPRE y/o literatura secundaria y cuando por los huecos que existen en los archivos o por la inaccesibilidad de documentos -en general relacionados con las autoridades a cargo de la seguridad del Estado- ha de utilizar hipótesis insuficientemente contrastadas.

El tercero es la EPRE se utiliza siempre críticamente. Los documentos por sí solos no hablan. Hay que explorarlos con cuidado y en conexión con su origen, el contexto y las finalidades a que sirven. En todos los casos Khlevniuk dedica el espacio necesario a familiarizar al lector con interpretaciones lo más congruentes posibles.

En modo alguno se trata de una biografía blanqueadora de Stalin. Los rasgos caracteriales que fueron combinándose para integrar su personalidad se discuten extensamente. Su comportamiento se pasa por un estrecho cendal documental, tanto dado a conocer en la época como el que se refleja en sus papeles. Mal orador, solía dar órdenes, instrucciones y explicaciones por escrito. En ocasiones Khlevniuk lo contrapone con el que presentaba una propaganda obsesionante e invasiva del tejido social.

Estamos muy lejos de la actitud de Payne/Palacios de liquidar la responsabilidad del Caudillo en cuatro páginas por la represión multimodal que abatió sobre España desde 1936 a 1951 y que luego continuó con otros métodos, algo más «civilizados».

Nada de lo que antecede significa que Franco y Stalin fueran comparables ni en personalidad, comportamiento, objetivos y nivel y alcance de sus respectivas decisiones dictatoriales. El origen, contexto y situación geográfica y geopolítica de sus dictaduras no lo permiten.

De lo que se trata es de destacar hasta qué punto, y en el plano estrictamente deontológico y metodológico, la biografía de Payne/Palacios es falaz. Por lo demás, ninguno de ambos autores hubiesen tenido necesidad de a acudir a ejemplos lejanos porque uno más próximo lo tenían bien cerca: la biografía de Franco escrita por Paul Preston hace ya bastantes años. Los procedimientos heurísticos del historiador británico se asemejan, como es lógico, a lo que todo biógrafo serio suele hacer, al menos en lo que se refiere al conocimiento lo más exhaustivo posible de los archivos en los que se remansa la evidencia primaria relacionada con el biografiado y en la utilización juiciosa, que no sesgada, de la literatura secundaria.

En Rusia, como en España, los últimos veinte o veinticinco años han sido de floración de una literatura histórica de base empírica que ha puesto de relieve hasta extremos insospechados el funcionamiento de las respectivas dictaduras y el papel estelar que en ambas tuvieron los dictadores en la cúpula. También subsiste una literatura mediocre, apologética, generosa con respecto a ellos. Aberraciones para apaciguar los sentimientos de sectores sociales desvalidos al verse confrontados con sus pasados.

En español se han traducido varias biografías de Stalin (no siempre buenas) e incluso algún autor español se ha atrevido a escribir una de por sí. Entiendo, sin embargo, que la biografía de Khlevniuk necesitaría una traducción urgente. La versión en inglés es brillante y si no se hiciera del ruso directamente podría acudirse a la publicada en un idioma más asequible.

Aviso a los navegantes: cuando yo estaba haciendo mis pinitos por los archivos moscovitas años atrás, Khlevniuk fue una de mis referencias. Sus interpretaciones de la relación entre Stalin y la guerra civil, que era el objeto de mi investigación, se vieron perfectamente documentadas en la EPRE que pude localizar. Para Khlevniuk el episodio no era ni es marginal. La experiencia española aceleró la paranoia de Stalin contra una eventual «quinta columna» y encontró su reflejo en la aceleración del terror de los años 1937 y 1938. El tratamiento que de este período no ya oscuro sino oscurísimo y desgarrador ofrece Khlevniuk es, en mi opinión, una de las aportaciones más brillantes, y desasogantes, del libro.

La referencia es: Olg V. Khlevniuk, Stalin. New Biography of a Dictator, traducción del ruso de Nora Seligman Favorov, Yale University Press, New Haven y Londres, 2015.

EL BLANQUEAMIENTO DE FRANCO

20 octubre, 2015 at 8:30 am

En el post de la semana anterior me referí a un esfuercillo de la Comunidad de Madrid para que las tiernas conciencias de los escolares madrileños no se contaminasen demasiado con las lacras del pasado. Bien mirado todo, es un progreso. Ahora que se acerca el XL aniversario del fallecimiento del Caudillo no faltarán los elogios a su figura inmortal y a la probidad de su régimen. Aquí en Bruselas me llegan ecos apagados. Lo que más sigo son los libros y, aparte de las memorias del antiguo ministro Utrera Molina, no he detectado ninguno medianamente serio que trate de echar un salvavidas a la fenecida dictadura y a su conducator. Con una excepción relevante a la que ya he aludido brevemente en este blog en alguna ocasión.

homepageImage_es_ESEsta excepción es la biografía de Franco, aparecida en septiembre del año pasado, debida a la labor conjunta del profesor Stanley G. Payne y del periodista Jesús Palacios. No se le ha hecho, que yo sepa, la justicia que merece. Pero, como todo llega (hasta el pago de los impuestos y el último momento) también ha llegado la hora de anunciar aquí el esfuerzo de un grupo de historiadores españoles por rellenar tan sensible hueco.

Poco después de que aparezca este post se colgará en la red en el portal de la revista Hispania Nova, de la Universidad Carlos III, el primer número extraordinario de esta publicación. Es una revista de corte netamente académico cuyos artículos se someten a una crítica inter pares por otros historiadores que no son conocidos de los autores de los mismos. En total habremos participado en el proyecto cerca de una treintena.

El número estará dedicado monográficamente al análisis crítico de dicha biografía. Representa un esfuerzo que se ha prolongado casi un año. Personalmente me gustará ver la reacción de los biógrafos, si es que la tienen, y sobre todo el sentir de los medios sociales de la derecha neo, para y profranquista, que de todo hay en la España de nuestros días.

Responde a un intento de acercar a la calle, gratuitamente, los resultados de la investigación más reciente y, a diferencia de tan estimados biógrafos, quienes a ella hemos contribuido no nos resistimos a pasar una revista ejemplar a los resultados de los esfuerzos académicos y no académicos sobre temas muy debatidos que ellos pasan un poco por alto. No por casualidad.

Algunos de los puntos centrales sobre los que recae nuestra atención son, aparte del carácter de la dictadura (sobre la cual tan amables hagiógrafos no se molestan en decir sino unas cuantas ñoñerías), la tonalidad y las manifestaciones, pluriformes, de lo que cabe considerar como la represión multimodal más sangrienta, sostenida y duradera de toda la historia de España. Como suena. No menos de tres largos artículos, con más de un centenar de páginas, se dedican a poner de relieve las distorsiones, manipulaciones, omisiones y blanqueamientos de que se han hecho reos de lesa historia los mencionados biógrafos.

El número no está impregnado de esa actitud tan típicamente francesa que hace algunos años llevó al florecimiento de la egohistoria, es decir, al estudio de la interacción entre la carrera y personalidad de un historiador y su producción historiográfica. Pero no falta del todo. Se echa de menos que entre tantos admiradores de la obra y milagros de nuestros dilectos biógrafos ninguno haya efectuado, a mi conocimiento, una disección analítica de los altos y bajos a lo largo del tiempo de su recorrido académico o para-académico y de su historiografía. Así, otros tres artículos tratan de cubrir este hueco, en particular en relación con la obra de quien algunos han caracterizado «príncipe de los hispanistas». Las referencias a su coautor son, me temo, mucho más cortas pero no por ello menos apropiadas. Nuestros lectores juzgarán.

Como sus admiradores siempre han afirmado que Franco fue todo un maestro en el manejo de las relaciones exteriores y que promovió, además, la modernización y crecimiento de la economía española («con Franco se vivía mejor») también se pasarán por el tamiz crítico las siempre ocurrentes afirmaciones de nuestros autores. A diferencia de ellos, que dicen haber manejado una bibliografía que, evidentemente, desconocen en numerosos casos, nuestras referencias a fuentes secundarias, elegidas cuidadosamente de entre aquéllas que han abierto brecha y que se han basado en fuentes primarias, son fiables. Los lectores podrán comprobarlo.

No hemos dejado pasar ninguna afirmación que blanquee al insigne Caudillo sin someterla a crítica. Admito, sin embargo, que las 350 páginas del número preparado con ocasión del XL aniversario no cubren todos los aspectos de la magna biografía de nuestros celebrados autores. Nos ha parecido, sin embargo, que como una primera aproximación a la que diversos sectores de la sociedad española podrían considerar como el rien ne va plus de las biografías de Franco son suficientes. Siempre conviene dejar alguna que otra bala en la recámara.

El número extraordinario de Hispania Nova, al ser una edición digital, tiene una gran virtud. Podrán leerlo todos los interesados por la historia de España más o menos reciente doquiera estén. Ya sea en Alaska, la Patagonia, los fiordos noruegos o las cálidas costas de los mares del Sur. No habrá que ir ni a librerías ni a bibliotecas. Un ordenador y un ratón, además de 350 hojas de papel (la mitad si se utilizan las dos caras), serán suficientes.

¡Ah! y como a los autores que participamos en este número, todos bregados en la investigación genuina, no nos asustan las controversias académicas, esperamos que nuestro modesto análisis de la obra cumbre del profesor Payne y del periodista Palacios incite, quizá, a algunos de nuestros colegas en la Academia, ya sea en España o en el extranjero, a participar en un debate de altura. A ver si podemos establecer aquí una reedición de la Historikerstreit (la querella de los historiadores) que tanto bien hizo por rasgar ciertas veladuras que impedían a numerosos sectores de la sociedad alemanas una confrontación efectiva con los horrores de su pasado. Con la diferencia de que en nuestro país siempre ha habido una resistencia soterrada a comulgar con ruedas de molino y a atragantarse con el pasado de plastilina que construyó el franquismo.

El número extraordinario de Hispania Nova se titula Sin respeto por la Historia. Una biografía de Franco manipuladora.

Los interesados podrán descargarla gratuitamente en

http://www.uc3m.es/hispanianova

Estará disponible a finales de octubre, a tiempo para encarar la marcha hacia el 20N en este último mes que queda. Buena lectura.

¿Influir en tiernas conciencias a la mayor gloria de…?

13 octubre, 2015 at 8:30 am

En el último post me hice eco de una noticia acerca de la aparición de un manualito para los alumnos de 6º curso de primaria en la Comunidad de Madrid. Ha despertado la indignación de varias asociaciones de padres. Mi librero me lo ha enviado. Tiene 103 páginas. La inversión es de 26 euros. Supera en la relación dimensión/precio a buen número de libros para la Universidad. Como los escolares a que va destinado suelen tener en torno a los 11 años preveo que a los padres les aguardan todavía desembolsos nada desdeñables. Una vez que los alumnos lo hayan digerido pasarán al 1º de ESO con la base adquirida. Aquí me propongo decir algunas palabras sobre esa base «histórica». También mis dos hijos pasaron por un nivel similar, aunque no en la Comunidad de Madrid.

EspeEl manualito se descompone en cuatro partes: España moderna y actual, su geografía, la Unión Europea y geografía de Europa. La autora parece ser de lengua inglesa y lo ha redactado, también en inglés, sobre una idea de colegas de su misma expresión lingüística. [Como vivo en Bélgica soy muy susceptible en esta materia]. Han sido ayudadas por un equipo español. Lo han publicado dos editoriales, Macmillan y Edelvives.

Las objeciones de las asociaciones de padres se han dirigido contra el contenido relacionado con la historia de España. La descripción del manual se remonta preceptivamente hasta los tiempos de Carlos IV y llega hasta nuestros días.

Concentrar el siglo XIX y casi el primer tercio del XX en media docena de páginas, ampliamente ilustradas, es toda una proeza. No lo es en modo alguno lo que se afirma de la guerra civil y de la dictadura. De la primera casi nada. Empezó y terminó. Se omite toda referencia a sus causas (quizá una discusión en torno a una mesa de café). Hay dos apostillas ulteriores. De la segunda se afirma que, eso sí, lo fue y que metió en la cárcel a unas 26.000 personas por sus ideas políticas. No identificadas. Esto es todo lo que hay sobre la represión. También se pasó mucha hambre (la autora utiliza el fuerte término de «starvation«) paliada, supongo que quiere insinuar, por el racionamiento. La transición se despacha en cuatro líneas. Se lee, eso sí, que se abrieron las cárceles y que se disolvió la policía secreta. Menos mal. ¿Qué haría ese tipo de policía? Rien de rien.

De los grandes literatos españoles solo se mencionan dos nombres: Pérez Galdós y Baroja. Son preceptivos. Poner a García Lorca o a Antonio Machado no es obligatorio. Tampoco a alguna mujer. Como genios de la pintura aparecen Salvador Dalí y Picasso, que «se consideraba a sí mismo como comunista«. Menos mal. Una docena de líneas se refieren al País Vasco y la guerra. Los vascos recibieron ayuda extranjera ¿cual, please? Y a otra cosa mariposa.

Cinco páginas describen la arquitectura política española. Una se dedica al Reino Unido con un párrafo a Francia. Solo se mencionan a los dos monarcas y a Adolfo Suárez. A este se le otorga un recuadro con una docena de líneas. Para que los infantes salgan con ideas bien puestas se les exponen fotografías de cuatro ministros de Educación: Pilar del Castillo, Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy e Ignacio Wert. Todos ellos, como es de todos bien sabido, han dejado una huella profunda, ¿y perenne?, en la historia de la educación española.

La más bonita del libro es, con gran diferencia, la página 94. Tiene tres recuadros. El primero se dedica a la guerra de la independencia. El segundo a la civil. Traduzco este:

«Madrid fue atacada continuamente por los nacionales durante los tres años de guerra civil entre 1936 y 1939. Tuvo ayuda de tropas rusas (sic) así como de comunistas, anarquistas y socialistas alemanes y británicos (sic). También de anarquistas aragoneses. Los nacionales contaron con la ayuda de tropas italianas y alemanas enviadas por Mussolini y Hitler. No fueron suficientes para capturar Madrid. Los nacionales también atacaron Guadalajara pero los republicanos los derrotaron de nuevo. Finalmente el desacuerdo (sic) entre el Ejército republicano y los anarquistas (sic) permitió a las tropas nacionales entrar en la ciudad el 27 de marzo de 1939«.

¿Qué revisores españoles son responsables de tamañas burradas?

El tercer recuadro me ha inspirado la elipsis del título de este post:

«Esperanza Aguirre, presidenta del Partido Popular en Madrid desde 2004, es una figura política clave. Fue la primera mujer presidente del Senado y titular de Educación, Cultura y Deportes. En realidad, ha tenido muchos cargos durante su carrera política. Antes de ser presidenta de Madrid fue senadora también por Madrid tras obtener 1,55 millones de votos. Es decir, un 50 por ciento del total. Estableció un record ininterrumpido en términos de los votos recibidos por una persona. Durante su mandato como presidenta de Madrid construyó ocho hospitales y más de 88 escuelas públicas, muchas de las cuales son bilingües».

Preguntas:

1. ¿Es aceptable que un librito como este sea el texto recomendado para el último curso de enseñanza primaria en la Comunidad de Madrid?

2. ¿Dónde leerán sus criaturitas alguna línea de lo que ha sido la historia de España desde la dimisión de Adolfo Suárez? Han transcurrido unos añitos.

3. ¿No tienen derecho los pequeños madrileños a saber algo más de la España de nuestros días? ¿O se deja para la ESO donde se empieza con Atapuerca?

4. ¿Qué responsabilidad tienen los revisores y, sobre todo, las editoriales a la hora de producir este bodrio nada inmune a los errores, insinuaciones y omisiones?

5. ¿Por qué no se ha encargado a un autor español que redacte un texto menos basura y se traduzca después al inglés?

6. ¿Quién ha tomado la decisión de hacer la pelota de manera tan descarada a la Excma. Sra. Doña Esperanza Aguirre?

7. ¿Se conoce alguna declaración de la «expresidenta de Madrid» distanciándose de tan burdas alabanzas? O, colateralmente, ¿tiene alguna brizna de vergüenza torera, ella que ama tanto las corridas?

A mí me ha dado cierto apuro leer el manualito y recuerdo que el marco general del currículum lo establece el MECD, pero que lo desarrollan las comunidades autónomas que tienen competencias en Educación (se da la paradoja de que el territorio en el que el MECD las tiene plenas se reduce a Ceuta y Melilla). No comment adicional, por favor. Para la Comunidad de Madrid, lo único que pide dicho currículum en lo que se refiere a la España contemporánea es lo siguiente:

«17. Sitúa cronológicamente los períodos de la República, la Guerra Civil y el franquismo.

18. Conoce algunas fechas importantes de la actual democracia: la Constitución Española (1978), la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea (1986) y la sustitución de la peseta por el euro como moneda corriente (2002)«.

No veo ninguna referencia a la necesidad de meter el nombre de la Excma. Sra. Doña Esperanza Aguirre ni de sus predecesores, todos eminentes políticos del PP o próximos al mismo (el inolvidable caso de Wert no puede eludirse), en las tiernas conciencias de los niñitos madrileños.

¿Creerán los autores, editores y responsables educativos que con tan endebles palitos será posible armar, en la época del internet del futuro, una concepción primaria eficaz de la historia de España en la mente de los jóvenes madrileños? Ja, ja, ja.

OBJETIVIDAD, IMPARCIALIDAD Y EL «LIBRILLO»

6 octubre, 2015 at 8:30 am

En este post argumento sobre el fundamento heurístico de mi «librillo» y la conexión con las premisas axiológicas en que se basa. Todo ser humano contempla el mundo en que vive o la representación que se hace del pasado reciente a través de una retícula de valores. Es imposible no hacerlo. No somos chimpancés, calamares o piedras. Tal retícula está influída por numerosos factores que han ido desvelando, entre otras, la sicología, la antropología y la sociología. Unos son de naturaleza personal, otros proceden del medio. Unos se absorben en la familia. Otros fuera de ella, generalmente en un proceso de socialización dominado por la enseñanza escolar. No hay historiador que escape a ello.

Libro texto Comunidad de MadridNingún sistema político moderno deja a sus futuros ciudadanos al albedrío de una enseñanza no reglada. El tiempo de esta periclitó hace varias generaciones. Ahora bien, ese pasado comúnmente admitido, transmitido en base a un currículo generalmente explícito, no es estático. De lo contrario, el historiador desaparecería en un mundo orwelliano en el que las necesidades del presente y las conveniencias del futuro definen una interpetración impuesta respecto a lo que se deba creer y no creer. Tal mundo orwelliano florece en las dictaduras. Es incompatible con una sociedad que valore la libertad y la democracia y en la que se acepten plenamente el disentimiento y la heterodoxia.

El pasado, escribió L. P. Hartley en una novela famosa, The Go-Between, es «un país extraño» en el que las cosas «se hacían de manera diferente». Como está pasado no es fácil reconstruirlo, aunque se intenta desde la más remota antigüedad. Hoy nos apoyamos en una metodología adecuada, con base científica y criterios específicos de calidad, contrastabilidad y «falsabilidad». No llegamos a pretender la sedicente exactitud de otras ciencias sociales (a la cabeza de las cuales la economía siempre ha defendido sus pretensiones) pero tampoco nos limitamos a la recreación literaria. Una novela histórica ni es historia ni la sustituye.

Todo esto, sucintamente expuesto, viene a cuento porque existe una tendencia entre ciertos historiadores que destacan orgullosamente que la historia es la exposición de «datos», de «hechos». Una entelequia como otra cualquiera porque ni unos ni otros existen por sí solos. Sus consecuencias y su contextualización son los que les dotan de significación. Un «dato» puede no existir para un historiador hasta que otro le atribuye un significado determinado. La recuperación de ciertas dimensiones de la historia medieval (antes un amasijo informe de gestas, reyes y trobadores) lo ha puesto de relieve. Esta atribución es, esencialmente, valorativa y el historiador la lleva a cabo desde su peculiar retícula axiológica, desde su cosmovisión o, si se me apura, desde su ideología.

¿Indica esto que todas las atribuciones son igualmente aceptables? La respuesta es no. Para que una atribución pueda mantenerse en pie tiene que estar conectada con un hecho cuya existencia se haya demostrado por los procedimientos de criba propios de la hermeneútica histórica. De aquí que, en último término, toda afirmación debe estar íntimamente relacionada con el sustrato que la inspira. Debe estar documentada, probada, evidenciada.

Es entonces cuando surge un segundo problema. Si el historiador se acerca a los hechos provisto de una cosmovisión particular, de una ideología, ¿cómo demostrar que una es mejor que otra? Aquí es imprescindible diferenciar entre objetividad e imparcialidad, que no son términos sinónimos.

En mi opinión es historiador objetivo aquel que basa su argumentación en «hechos», «datos», «evidencias» susceptibles de contrastación. Dicha argumentación puede ser objeto de análisis intersubjetivos y resulta, por ende, refutable en mayor o menor medida. En una palabra, sus argumentos pueden evaluarlos otros historiadores con referencia a dichas evidencias, nuevas o menos nuevas, quizá abiertas a interpretaciones varias pero tanto o más constreñidas cuanto más abundantes y amplios sean el análisis y contextualización a que abocan. La imparcialidad es otra cosa: está relacionada con valores comúnmente aceptados, que son a su vez producto de la historia y, por definición, contingentes. No hay historiador imparcial, aunque lo parezca. Incluso las guerras medas siguen suscitando discusiones. El debate científico abarca todas las áreas del conocimiento y la historia no solo no es una excepción, sino que es un terreno muy abonado para el mismo.

¿Ejemplos de valores como enraizados en la historia? Durante casi todo el pasado para el cual disponemos de evidencias físicas, culturales o documentales la esclavitud no se puso en discusión con carácter general. Desde principios del siglo XIX fue atacada. Hoy existe en ciertas regiones pero tiende a esconderse o a camuflarse. La sociedad actual no la acepta. Lo mismo cabría afirmar de valores tales como la democracia o los derechos humanos (que a su vez han experimentado un proceso de densificación desde los de naturaleza política a otros de índole social, económica, de género y, como ha reconocido valientemente el Papa, también medioambiental). Sus contenidos eran desconocidos o limitados en el pasado. Hoy no.

De aquí se desprende que el historiador, aunque familiarizado con los valores de ese país extraño que es el pasado, no pueda por menos de abordarlos desde su manifestación presente. ¿Quién se atrevería hoy a defender la esclavitud? ¿O la mera reducción de los derechos humanos a los de naturaleza estrictamente política? ¿Cómo justificar el fascismo, el nazismo, el comunismo?

No extrañará, pues, que mi «librillo», tal y como he expuesto en posts precedentes, necesite ser complementado. Ningún historiador decente puede permanecer impasible ante la violación de la libertad o de los derechos humanos por las dictaduras del siglo XX. ¿Cómo exculpar a Hitler, a Stalin, a Mao Tse Tung? O, más próximo a nosotros, ¿cómo exculpar a Franco?.

Todos ellos tuvieron a su servicio historiadores y corifeos que presentaron una visión del pasado deformada pero coherente con los objetivos ideológicos de sus respectivas dictaduras: imponer un futuro racialmente homogéneo tras una pugna en pos de la supremacía o la conquista del paraíso con un Estado periclitado y en el cual la felicidad individual se armonizaría con la felicidad social.

De Franco puede decirse que no aspiró a sentar las bases para llegar a una situación finalista. Se contentó con mantenerse en el poder todo el tiempo que permaneciera con vida. Si acaso esperaba algo fue que su peculiar concepto de «democracia orgánica» le sobreviviese. No duró dos años.

Sin embargo, todavía existen -y existirán quizá durante un par más de generaciones- quienes se reclamen de las pretendidas bondades del franquismo. Un caso curioso y que tiene mucho que ver con un proceso de socialización por la vía de la enseñanza reglada que adolece de fallos inmensos. Ni ha roto con el pasado ni ha suministrado a los ciudadanos, presentes o futuros, el conocimiento y el instrumentario analítico para pensar críticamente sobre el pasado común de una sociedad en rápido proceso de mutación como es la española. Una sociedad que sigue necesitando de buenas dosis de concienciación histórica.

¿Ejemplo último? Según la prensa, el manualito para los alumnos de sexto de primaria en la Comunidad de Madrid que ha aflorado hace unos días y que contiene, al parecer, (no lo he leído), una impresionante serie de sesgos en los que destaca el nulo sentido del pudor de su alabadísima expresidenta. Encargo un ejemplar de manera inmediata. A lo mejor da materia para futuros posts.