ANTE UN NUEVO AÑO Y UN NUEVO LIBRO: REFLEXIONES DE ANDAR POR CASA

10 enero, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Ya han acabado las fiestas. Volver al curro es difícil. Reconozco que también para mí, porque solo trabajo en casa. Me pregunto en estos días si el año que ha acabado de empezar será mejor que el que ha terminado. La respuesta depende, esencialmente, de la perspectiva que se adopte. En este blog, que no está dedicado a temas del presente, la que utilizo se refiere, entre otras, a aspectos a los que cabe aplicar su lema inicial: la historia no se escribe con mitos. Suelo centrarme en la República, la guerra civil y el franquismo y la interminable controversia en torno a los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Últimamente, y a medida que me he sentido más seguro de los perfiles históricos, también lo hago en los debates sobre memoria histórica y democrática. En este sentido, preveo avances y progresos.

De todas maneras, no hay que ser un avezado zahorí para pensar que proseguirán, o incluso que se recrudecerán, las controversias del año que acaba de terminar. En un tuit que ha tenido una gran resonancia, mi buen amigo el profesor Julián Casanova, desde su observatorio de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, ha señalado los puntos esenciales en debate y, en particular, las fuentes nutricias de los camelistas, que se ponen en plan de historiadores y alimentan la discusión de las redes. Confieso que son para llorar.

Otra cosa son los intentos de “recuperación” de interpretaciones más cercanas a las fuentes historiográficas anteriores a la desaparición de la censura. Soy de quienes creen que muchos de los autores de aquel período, españoles en su mayoría, son acercables a una situación de desguace tan pronto se salen de temas estrictamente militares (y no en un sentido lato del adjetivo en su acepción contemporánea sino en la que dominaba hasta poco después de la primera mitad del siglo pasado). Querer reverdecer los laureles de numerosos protagonistas de aquella literatura me parece un error de planteamiento.

Con casi la práctica totalidad de los archivos extranjeros abiertos a los períodos comprendidos entre 1931 y, digamos, 1975 así como con la silenciosa, pero por el momento imparable, apertura de los españoles, los historiadores pro-franquistas y sus sucesores post-franquistas o neo-franquistas lo han tenido, tienen y tendrán algo más difícil. Mi impresión en términos generales es que peor será su futuro.

Las cuestiones claves no han variado: ¿por qué hubo una guerra civil en España?, ¿quién la quiso?, ¿para qué se quiso? Son temas esenciales. Quién más, quién menos ha tratado de defender sus respuestas. Oscilan desde el arco de las extremas derechas al opuesto de las extremas izquierdas pasando por el medio. Con la notable reaparición de una supuesta “tercera España”, que sigue siendo defendida contra viento y marea. Quizá copia de una clásica “tercera Francia”.

Servidor también ha pretendido dar algunas respuestas. Tal vez con una singularidad: no me he basado en una muestra, más o menos amplia, más o menos restringida, de la inmensa literatura existente. Lo he hecho dejándola de lado para concentrarme desde el principio en la evidencia primaria relevante de época (EPRE). Reconozco que ello ha sido posible gracias a la apertura de archivos (que también he buscado. Como Enrique Barón recordará, fuimos el profesor Marichal y un servidor quienes en una cena con él y con Fernando Claudín, a la sazón director de la Fundación Pablo Iglesias, sugerimos la posibilidad de incorporar a la entonces en negociación Constitución Española un artículo que previera el derecho de acceso a los archivos, cosa que se logró merced a Gregorio Peces Barba (art. 105b).

A partir de tal EPRE pude avanzar en la construcción de un relato fundamentado, y siempre provisional, que he contrastado y contrasto con las aportaciones de autores, españoles y extranjeros, que me han parecido o parecen significativos. Algunos todavía en vida. Otros, la mayoría, desaparecidos. Siempre, todo hay que decirlo, una selección representativa. Las derechas no podrán quejarse.  

He comprobado no tener muchos seguidores. Aunque vivo en Bruselas, y me encerré hasta septiembre del pasado año a causa de la pandemia, tampoco crean los amables lectores que dejo de estar al día. Padezco del mismo síndrome que aquejó a Herbert R. Southworth. Él se deshizo de gran parte de su biblioteca que vendió a la Universidad de California en San Diego. Servidor regaló casi la mitad de la mía (excluidos los libros sobre España) a la UCM. A Southworth le sobró tiempo para reponer una buen porción de la que se desprendió (que su heredera pasó al Centro Documental del Bombardeo de Gernika, contra una suma que ya no recuerdo). Servidor tiene dispuesto que la otra mitad de la mía, y los libros que he continuado adquiriendo, sigan el mismo destino que los anteriores.

Esto significa que he continuado comprando. Por ello me sorprende constatar cómo algunos autores solo de manera mínima han acompasado sus análisis (a veces entroncados con historiadores pro o parafranquistas) a los nuevos descubrimientos. Son los generados por, al menos, dos o tres generaciones de investigadores para quienes el franquismo es historia remota. Como para mi generación lo fueron, en gran medida, las guerras carlistas o la de Cuba.

Pertenezco al grupo de quien creen que profesionalidad implica mantenerse al día cuando aparecen nuevos libros. No es algo evidente por sí mismo. Por ejemplo, el mes pasado se ha publicado uno que aspira (lo dice su autor, no servidor) a ser una historia total de la guerra civil española. Todavía no lo he leído entero, pero ya puedo decir que no ha tenido en cuenta las aportaciones no ya de quien suscribe, que es lo de menos, sino de una gran parte de los historiadores de mi generación y siguientes que más han contribuido a renovar los estudios sobre tal período. Hayan utilizado nueva EPRE o aplicado nuevos puntos de vista y perspectivas.

Limitándome a los años de paz republicanos ignorar las aportaciones de Eduardo González Calleja y su equipo o de Rafael Cruz me parece lamentable (adjetivo que también podría aplicarse a la un tanto sesgada selección que aquel autor utiliza). Presentar al coronel Martínez Bande, del SHM, como epítome de la historiografía militar de la guerra civil, es desconocer todo lo que evadió de episodios que hoy cabe perfilar perfectamente en el AGMAV o en el AGA y que cualquier hijo de vecino puede consultar. Este mismo enfoque puede aplicarse a otros autores.

Servidor se precia de no seguirlo. Daré dos ejemplos.

Hace poco he leído que acaba de salir la traducción castellana del libro de un historiador norteamericano, Sean McMeekin, La guerra de Stalin. Es un deber moral felicitar a la editorial. La versión original apareció en 2021. La adquirí de inmediato y está incorporada al libro que CRITICA publicará dentro de quince días. En él figuran mis desavenencias con tal autor en la medida, y solo en la estricta medida, en que se refiere, de pasada, a la guerra civil española. No va a los documentos disponibles. Se basa en las afirmaciones de otro historiador también norteamericano, a quien yo tengo por costumbre mencionar con acusada condescendencia.

Creer como realidades pasadas las evocaciones de protagonistas es un pecado mortal.  Sobre todo, si se refieren a aspectos que el propio autor considera importantes. Nadie, por definición, debe estar exento de confrontación con las fuentes. En un tema que, por ejemplo, se considera muy significativo para la victoria de Franco las leyendas se perpetúan sin que nadie se haya molestado en indagar qué es lo que hay detrás de ellas. En estos últimos meses he estado trabajando con un colega, Guillem Martínez Molinos, para enviar a la basura en este mismo año algunas de las que más se han repetido hasta la actualidad. ¿Por ciencia infusa? No. Por el trabajo en archivos.

Nada de lo que antecede hace que un historiador sea mejor que otro. Lo que sí los diferencia es un conjunto de cualidades. En primer lugar, la predilección por ir a las fuentes primarias. Esto no es sino la derivación de la curiosidad innata a cualquier investigador que quiera decir algo nuevo o, por lo menos, fundamentarlo. (Fuera de la historia contemporánea en España se trata de un truismo que no merecería la menor mención).  En segundo lugar, que acepte la conveniencia de no dejar de lado a cualquier historiador relevante que se encuentre en vida. Es decir, que esté en condiciones de responder (por eso suelo citar la última obra que haya escrito el connotado “investigador” norteamericano al que suele alabar desmesuradamente la derecha española). En tercer lugar, la capacidad de enfrentarse con las construcciones ideológicas del pasado y que sigan retumbando en la actualidad (de aquí las referencias que he hecho a un general de División en el Ejército del Aire y a otro que lo es de Tierra y cuyos nombres ya han aparecido en este blog).

¿Resultado preliminar, parcial y sujeto a críticas al que he llegado por el momento? Mi convicción de que la historiografía de derechas está en general constreñida por un vicio de origen: su interpretación teleológica de la de la sociedad española hacia el “benemérito” régimen del general Francisco Franco. Gracias a los cuales en su España se exorcizaron los supuestos demonios familiares de las izquierdas antipatrióticas, más o menos vendidas al “oro de Moscú”.

Termino con una indicación: tal vez muchos eventuales lectores puedan llevarse una pequeña sorpresa cuando acudan, si es que lo hacen, a mi libro de inminente publicación. Y atrévanse a discrepar, pero con pruebas documentales en la mano, ya sean propias o leídas.

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (y VII)

27 diciembre, 2022 at 8:31 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

El anticomunismo militante de la guerra fría permitió a la dictadura superar las dificultades tras el conflicto mundial. El abrazo del “amigo americano” hizo el resto. Se silenció el costo. Lo que se ofreció a los españoles fue alguna que otra secuela del “desarrollismo” que el agotamiento de las divisas impuso al Generalísimo. Cuando se “desmandaban” se añadieron muchos palos y ejecuciones meditadas.

La transición echó abajo las instituciones y numerosas plasmaciones políticas del franquismo. No planteó la necesidad de enfrentarse con la historia ya acuñada. El tema se dejó, menos mal, en manos de los historiadores, liberados por fin de la censura. Eso sí, reparaciones materiales e inmateriales (pensiones, reconocimiento de grados del Ejército Popular, devolución de activos a las organizaciones y sindicatos prohibidos durante el franquismo), aspectos nada despreciables, ocuparon la atención.  La memoria de los masacrados pasó a segundo término.

Abordemos ahora esta memoria.

Historia y memoria no son términos antitéticos. En primer lugar, porque ningún historiador puede afirmar que todo el pasado esté contenido exclusivamente en evidencias. En segundo lugar, porque la memoria o el recuerdo de hechos pueden aportar testimonios fundamentales para responder a ciertas preguntas -cambiantes- que se plantea la sociedad. En tercer lugar, porque para determinados sucesos, como las ejecuciones no regladas, los recuerdos grabados a fuego pueden ser esenciales. Finalmente, porque las modernas técnicas ligadas a las exhumaciones de fosas y a su interpretación arrojan conocimientos de los que no queda constancia escrita o memorial.

Tres puntualizaciones sobre las ejecuciones no regladas. La primera es que son incontrovertibles. Francisco Espinosa abordó los mecanismos burocráticos ideados para encubrir las que salpicaron la “justicia” de uno de los grandes asesinos de la contienda: el general Queipo de Llano en Sevilla.  La segunda es que los propios verdugos dejaron huellas. La tercera son los testimonios de los descendientes, la muestra más intensa que cabe imaginar.

Daré un ejemplo de las segundas. Lo tomo de una circular de instrucción titulada “Evoluciones de la guerra en España vistas desde el Ejército del Sur”. Su autor fue un sanguinario teniente coronel, ligado muy de cerca al asesinato del general Amado Balmes y protegido desde entonces por el “Glorioso Caudillo” de quien fue distinguido botafumeiro. Hoy olvidado. Se refirió, en particular, a la campaña inicial en Extremadura en la cual (cito literalmente)

“pequeños grupos en audaz marcha caían sobre un pueblo, vencían la resistencia localizada en las torres de la iglesia, y al son de las campanas al repicar se izaba el Pabellón Nacional y se nombraba la nueva Gestora Municipal. Ya no era preciso más. Unos muros de tapial y unos centinelas aseguraban la tranquilidad pública”

¿No es suficiente? Sí, para los destinatarios, que participaban en los asesinatos unos tras otros. También para el historiador. Se hacía una limpieza mediante fusilamientos más o menos masivos. ¡Al diablo las normas! Es muy notable que a tamaño carnicero la ciudad de Badajoz lo nombrase, junto a otros asesinos de mayor porte, Queipo de Llano y Yagüe, hijo adoptivo. Fue el jefe de la única división (la 21) que retrocedió en el campo de batalla. Una ignominia. La sentencia del consejo de guerra subsiguiente no la aceptó Franco. Desde el Cuartel General emergieron órdenes para que se rebajara de tal forma que pudiese seguir en el Glorioso Ejército Nacional.  Había que pagar una deuda y Franco hizo honor a ello. No solo entonces. También después.

Las preguntas que se hace un historiador desprejuzgado pueden, en mi opinión, articularse en torno a la argumentación siguiente:

El pasado no existe. Ha desaparecido. No podemos reconstruirlo en su totalidad. Tenemos que acercarnos a él a través de evidencias. Estas no son solo documentales. También son las arqueológicas clásicas (se han utilizado desde tiempo inmemorial). Hoy, sin embargo, han entrado en acción las que se derivan de la aplicación de ciencias y técnicas afortunadamente mucho más duras que la historia. La medicina y sus numerosas subdisciplinas; la física; la química; la biología; la genética; la ciencia de los suelos, la arqueología de los campos de batalla, etc. Sin olvidar, otras menos duras, pero esenciales como la sociología, la sicología social y la antropología, en un abanico que cada día que pasa se amplía más y más.

Es decir, el conocimiento del pasado se ha hecho más complejo y también más contingente. En contra de lo que suele afirmarse no depende esencialmente de la ideología de quienes lo investigan, ni siquiera de la versión dominante en un momento determinado, ni de las modas que cambian a lo largo del tiempo. Tampoco depende de cómo se resuelva el eterno problema entre la objetividad y la subjetividad -ya sea a nivel individual o, si se me apura, social. Los hechos determinados por procedimientos propios de las ciencias naturales son hechos duros. Exigen una explicación que, con el tiempo, cambia porque el progreso de las ciencias duras se ha acelerado en el curso de los últimos cincuenta años.

Muchos lectores de mi generación recordarán el caso de la supuesta hija de los zares que, según afirmaba, pudo sobrevivir a la matanza de la familia imperial. Fue por el mundo bajo el nombre de Anna Anderson. La interpretó, en una emocionante película dirigida por Livak (Anastasia, 1956), nada menos que Ingrid Bergman. Muchos siguieron creyendo en ella hasta su fallecimiento. Sin embargo, la comparación años después de muestras del ADN de la familia de los zares con el de uno de los familiares de Anna muestra que esta fue, al fin y al cabo, una impostora. Esto es algo que se había dicho desde el primer momento.  Eso sí, conoció detalles de la vida en familia de los zares que algunos consideraron como exactos. Otros no.  Engañó a medio mundo durante un montón de años.

A mí me impresionó, cuando daba mis primeros pasos en historia, uno de los libros del conocido historiador francés Emmanuel Le Roi Ladurie: Montaillou. Siguió esencialmente un procedimiento tradicional, en su caso, los documentos de uno de los procesos de la “Santa” Inquisición, en este caso francesa, contra los herejes cátaros. Le Roi Ladurie se sirvió de ellos, y de otras evidencias, para reconstruir la vida, acciones, odios y amores que caracterizaron la vida de los habitantes del pueblecito occitano. Un tour de force que lo hizo mundialmente famoso.

En la actualidad, los análisis por medio de ADN han servido para identificar a muchas víctimas de la represión franquista, olvidadas en fosas, y restaurar su recuerdo y su dignidad.  Con ello han aparecido, en la historia, hombres y mujeres, mujeres y hombres, cuyo rastro se había perdido. Los enfoques teóricos y metodológicos subyacentes algunos historiadores no lo aceptan.

Hoy, las ciencias duras, aplicadas al conocimiento de facetas ocultas hasta hace veinte o veinticinco años en el estudio de la represión franquista (también, ¿por qué no?, de la republicana), han abierto el capítulo más avanzado en el estudio de la guerra civil y de sus consecuencias.

En medio de la marejada de datos y conocimientos proporcionados por tales ciencias duras quien al final los interpreta es el historiador: hijo de su época y que en ella actúa. Si la Historia (con mayúscula) aspira en nuestros días a ser algo más que literatura o relato (algo que suelen defender quienes no son historiadores) tiene que recurrir a los resultados que proporcionan nuevas técnicas muchísimo más sofisticadas que las que existían cuando empezó a asentarse sobre modos de pensar científicos, es decir, en el siglo XIX.

En términos muy generales podría afirmarse que la “representación” o las “representaciones” dominantes en los individuos que forman una colectividad en un momento del tiempo son su memoria del pasado. No tiene necesariamente aspiraciones científicas, no se vale de los instrumentos y mecanismos que escudriñan un tiempo inexistente, pero sí se ve influida por los factores culturales, políticos, técnicos e ideológicos de quienes las albergan y, naturalmente, de su entorno.

Tales “representaciones” dejan huellas. Serán objeto de estudio, como parte de la Historia (con mayúscula), por las generaciones futuras. Sus contornos son fluidos y terminan esfumándose con los individuos que las mantuvieron. No así sus resultados.

¿Un ejemplo? En la sociedad española de nuestros días no hay “memoria” de la guerra de la independencia o de la guerra de Cuba. Hay, simplemente, Historia, es decir, representaciones elaboradas, confrontadas con los “hechos”, comprobadas y discutidas por los historiadores de todas las manifestaciones del espectro intelectual e ideológico a lo largo del tiempo. Cuando entre ellos se llega a un amplio consenso tales “representaciones” dejan de serlo para convertirse en HISTORIA.

La memoria, por su parte, resultado de aquel proceso individual, cuando se exterioriza, lo que hace es complementar o iluminar realidades que no han quedado fijadas adecuadamente por otras evidencias. También esta traslación encierra trampas. Como para el caso del Tercer Reich han mostrado Harald Welzer y su equipo la memoria individual, exteriorizada o transmitida, puede pasar a integrar una memoria familiar e incluso intergeneracional y chocar con la historia aceptada y enseñada.

Así, pues, no tengo ni idea (nadie puede tenerla) de lo que pensarán de la guerra civil y de la dictadura franquista las generaciones futuras. Tampoco del uso que en tales momentos se dará a los conocimientos acumulados o debatidos por la nuestra. Ahora bien, el historiador genuino tiene el deber profesional de fijarlos en su tiempo.

No existe, en consecuencia, eso que algunos llamaban (pienso en Ricardo de la Cierva) o incluso siguen denominando hoy “historia definitiva”. Lo que existe es un proceso social cuyos resultados podemos y debemos ir estableciendo en cada momento. Es inútil, desde este punto de vista, hacer mucho caso de los “relatos” motivados por finalidades ideológicas, políticas, de lucha por “imponer” una determinada interpretación en oposición a otras alternativas. Son ocupaciones efímeras. Como las interpretaciones de Isabel II que dominaron el relato histórico hasta que llegó Isabel Burdiel para asentar una reinterpretación basada en un acopio de evidencias que muy pocos habían logrado acumular hasta que escribió su biografía -y la de su tiempo- la historiadora valenciana.

Los esfuerzos de la publicística franquista, profranquista o neofranquista, ya sean realizados por políticos, periodistas de medio pelo, se escriban en libros o se comuniquen por la red, están -en mi modesta opinión- destinados al fracaso.

En la medida en que uno puede estar seguro de algo, las interpretaciones sobre la República, la guerra civil y el franquismo que hoy se enfrentan en el presente continuarán teniendo respuesta por parte de los historiadores del futuro. Como las “representaciones” profranquistas son ya en gran parte invalidables por el recurso a evidencias (documentos, fosas y técnicas de interpretación disponibles), mi impresión es que no prevalecerán. La Historia, en contra de lo que se afirma sin mucha reflexión, no la escriben los vencedores. La escribirán los historiadores del período en el futuro.

En esta perspectiva, la reciente Ley de Memoria Democrática debería contribuir de forma muy sustancial. Simplemente porque facilitará la mejora de las “representaciones“ del pasado de las que podamos disponer de cara a ese futuro. No extraña el temor que suscita en ciertos sectores, en particular ligados a las derechas españolas, incapaces hasta hoy de asumir lo que choca con sus interpretaciones extraídas, en ocasiones, de bazofias supuestamente documentales. No en vano, como se ha dicho y repetido hasta la saciedad, el pasado es un país extraño. 

También ayudará la LMD porque facilitará la divulgación, en la enseñanza reglada, de los sueños, ilusiones y actos de generaciones de españoles olvidados por la historia oficial que fue creándose antes de la guerra, en la guerra y después de la guerra. 

En todo caso, cualquier historiador español o extranjero que quiera decir algo nuevo, o contravenir la versión oficial franquista o neofranquista, no puede dejar de trabajar en los archivos y fosas adecuados. Los archivos foráneos están hoy abiertos, con algunas excepciones perfectamente identificadas. Los españoles empezaron a abrirse en 1976. Su apertura continúa. Se ha acelerado en los últimos años. También la LMD vigorizará la identificación y apertura de fosas.

¡Ójala se la dote de los mayores medios y recursos posibles, personales, técnicos y materiales! Simplemente porque los archivos y las fosas, las fosas y los archivos, son, en último término, parte esencial de la memoria de un pueblo, de una nación, y también en el caso español, de la de todos. Como ocurre en otros países europeos, latinoamericanos, asiáticos o africanos.

FIN de la serie

¡FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y DE AÑO NUEVO A TODOS LOS AMABLES LECTORES! VOLVERÉ CON USTEDES DESPUÉS DE REYES.

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (VI)

20 diciembre, 2022 at 8:31 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Tras los anteriores posts una de las preguntas que se plantean es: ¿de dónde habrá extraído el autor en cuestión sus “pruebas” sobre los siniestros designios del Politburó y con ellos sobre el futuro de la desgraciada España, víctima de las izquierdas y, en particular, de los comunistas que pretendían “sovietizarla”? Aunque se cuida mucho de dar referencias concretas sí ofrece un comentario general. Entre sus “fuentes”, al final de la obra y adicionados de vibrantes comentarios, figuran varios libros. No hay una sola mención a archivos. Para ciertos historiadores, como por ejemplo algún distinguido profesor norteamericano, más jubilado en la Universidad que servidor, no existen. O teme acercarse a ellos, porque -como es sabido-  encierran serpientes venenosas que pueden dar al investigador algún susto, incluso letal.

Uno de los libros que en su “ensayito” bibliográfico sí menciona el distinguido catedrático de la universidad católica en cuestión es la obra en varios volúmenes de dos vicealmirantes, los hermanos Fernando y Salvador Moreno de Alborán y de Reyna. La publicaron fuera de toda editorial en 1998 (por razones que cabe deducir de lo que cuentan en el último tomo) sobre las operaciones navales en la guerra civil.  En el primero, pp. 76-77, se encuentra ya diez años antes de la “historia” que comentamos, una relación de los innobles y peligrosos designios del Politburó. ¡Oh, casualidad de las casualidades! Es muy parecida a la que ofreció a un público lector, en ocasiones estupefacto, nuestro estimable historiador de la universidad confesional que no deseo identificar, para no sacar los colores públicamente a sus rectores.

El autor en cuestión quizá la mencione para que no se le acuse de copión. Así, la ha ampliado un pelín y ennegrecido un poco más. Donde los ilustres marinos mencionaron el “derrocamiento” de Alcalá-Zamora él utilizó el término “eliminación”, algo potencialmente mucho más sugestivo. También varió el punto dos y “mejorado” lo que dichos autores (muy curtidos en los peligros de la mar) designaron como “empleo de medios de presión contra los oficiales del Ejército y la Armada”. El señor catedrático no dejó de recargar el punto tres que en la versión de los vicealmirantes simplemente decía: “Expropiación de propiedades rústicas” y también hizo lo mismo con el punto cuatro: “nacionalización de todos los bancos y empresas industriales”. Cuestión de dejar las cosas claras. Más claras.

Eso sí, aminoró otros, cuando los almirantes fueron más tajantes. Estos hablaron de “destrucción de las iglesias y conventos”; de “exterminación de la burguesía y eliminación de la prensa burguesa”; del “establecimiento de un régimen de terror”; de la “toma del poder por medios revolucionarios e instauración de un gobierno de Dictadura del Proletariado”. Es decir, un tenebroso panorama, que nuestro autor “dulcifica”. ¡Quizá porque es de todos sabido que quienes iban a sublevarse contaban con la ayuda del Señor!

Entre Pinto y Valdemoro quedan otras formulaciones: los marinos fueron un poco más prudentes al afirmar que los planes contenían el “reclutamiento de milicias armadas como medida previa a la constitución de los primeros núcleos del futuro Ejército Rojo” (también fueron más precisos que un general de división que en 2021 -es decir, el año pasado- lo dio ya por creado en la revuelta de Asturias). Claro, con la ayuda del Maligno, todo es posible. Incluso un anti-milagro.

Para el insigne catedrático, de la no mencionada universidad confesional, parece más importante lo que afirmó sobre Portugal. Los vicealmirantes lo dejaron simplemente en “guerra contra Portugal que sería absorbido en la “República Ibérica Soviética” “. El “desliz” del historiador no militar con respecto a Marruecos tampoco figura en la relación que estos hicieron. Ahí se nota, claro, la profundidad estratégica del pensamiento que, él personaje civil, atribuyó a los demonios, generalmente civiles, del Politburó aunque con la experiencia que habían extraído en su propia guerra civil y el desmantelamiento de la autocracia zarista.  No se pierdan Vds., amables lectores, los anexos I a VI del primer capítulo, y entonen sus gracias al Altísimo por haber salvado a la PATRIA de lo que los soviéticos y comunistas españoles intentaban.

Ahora bien, demostrada la copia (perdón, transferencia de conocimientos de unos a otro), ¿cuáles fueron las fuentes de los ilustres hombres del mar y por ende del admirable copiador? Dieron una que, sin duda, para la dictadura franquista era absolutamente irreprochable. Nada menos que “La paz española”, del general José Díaz de Villegas, Ed. Gráficas Uguina, Editora Nacional, Paseo de la Castellana, 40, Madrid, 1964.  (En AbeBooks puede encontrarse, a un precio módico en dólares, bajo el título La paz española, su conquista y su defensa. De la guerra en la paz a la paz en la guerra). No la he adquirido pero me sorprendería mucho que en las andanzas de tal autor por los campos nevados de la URSS durante la campaña con la Wehrmacht en la División Azul hubiera podido conseguir una copia de tan preciado documento. Como es notorio, el Ejército nazi se quedó traspuesto antes de llegar a Moscú, que es donde se reunía el Politburó.

Servidor quedó sobrecogido por la emoción. No archivos moscovitas. No informaciones de los servicios de inteligencia nazi-fascistas o, en el peor de los casos, de algún espía del Vaticano en el Kremlin. (Por cierto, la fecha de la supuesta reunión del Politburó que ofrece tan notable general, geógrafo e historiador, difiere en un día de la que da el copista: habría sido el 27 de febrero de 1936 y no el 28. Un desliz lo tiene cualquiera, también quien esto escribe). Pero ¿cuál es la consecuencia que cabe extraer de tales transferencias? Simplemente que la supuesta decisión se la inventaron todos.

No con referencia a dudosas fuentes patrias, sino al inevitable Krivitsky (y, para más inri, en la bastardeada edición española de 1945), todavía hoy, hace un mes, un historiador español ha publicado un articulito según el cual el propio Stalin, lógicamente, habría dado las orden de “introducir en la zona republicana una red de policía secreta soviética”. Que el autor en cuestión cite, en el mismo artículo, el trabajo de base de Volodarsky (que tuve el honor de prologar) y que cifra tales efectivos en poco más de una quincena no le parece la menor incongruencia.

En la dura realidad, y no en etéreas elucubraciones sin base, lo que cabe documentar con evidencias de archivos españoles e italianos que he precisado siempre en mis libros (para que cualquier hijo de vecino pueda contrastarlas, también el general de división que nos ha dejado patidifusos con su obra de 2021, ya comentada algo en este blog) es que:

-El golpe de Estado lo quisieron varios sectores de las derechas más encarnizadamente antirrepublicanas: en primer lugar y ante todo los monárquicos y los carlistas. Y lo anhelaron desde antes de agosto de 1932.

-Fracasados y escarmentados, persistieron y persistieron. Lo hicieron para restablecer la monarquía, si bien con un tinte particular adaptado a la ayuda que buscaron en Mussolini y que reiteraron desde 1932 hasta junio de 1936. Con éxito total. ¡Fíjense los amables lectores! No decisiones moscovitas, sino decisiones que se buscaron en la Roma inmortal, cabeza del Impero fascista.

-Para justificar la sublevación se excitó a las masas populares y se organizaron atentados que obraron en el mismo sentido. Al tiempo acentuaron la propaganda antirrepublicana. Fue pública (por ejemplo, en las inmortales páginas de ABC, de La Nación y de Acción Española, aunque también en El Debate y periódicos provinciales subsidiarios). Hubo otra no pública pero más pedestre aún y más antibolchevique, si cabe, en el seno del Ejército.

-Ya antes, uno de los conspiradores, Don Antonio Goicoechea, confirmó a Mussolini en octubre de 1935 que, si las izquierdas volvían al poder, aunque fuese por medio de elecciones, ellos y un sector de los uniformados (manipulados por la Unión Militar Española) se sublevarían. Y se sublevaron. Los caballeros españoles de derechas siempre mantenían su palabra.

-Sin embargo, la guerra civil como tal fue el resultado de la incapacidad de los golpistas por hacerse de inmediato con el poder (posibilidad que ya previeron algunos); por el apoyo inmediato que recibieron de las potencias del futuro Eje (la nueva incorporación fue la Alemania nazi) y el factualmente objetivo, que significó la política de no intervención establecida a instancias de las democracias occidentales. A ello añadiré la masiva incorporación de los cuerpos de oficiales, jefes y generales, que en buena medida dejaron en cuadro la capacidad de resistencia gubernamental. Sobre este tema ya existía además una abundante literatura que, por eso de lo que son las cosas, no suele mencionarse. Descuellan los cálculos y apreciaciones de Carlos Engel.

En consecuencia,

-La guerra pudo continuar gracias a la movilización popular, al no hundimiento total del gobierno y, singularmente, al apoyo soviético desde principios de octubre de 1936.

-El tan decantado estallido revolucionario en la zona republicana fue resultado, en gran medida, de la pérdida de autoridad del gobierno y del surgimiento de poderes paralelos o, a veces, alternativos. Muchos de ellos soliviantados, entre otros factores, por las noticias de los tajos sangrientos que los sublevados aplicaron desde el primer momento en el cuerpo social en las zonas en donde triunfó la rebelión; por la exasperación ante el peligro que corrían las reformas de la primavera de 1936; por la rápida marcha de los sublevados y por los ajustes de cuentas contra los traidores a la legalidad republicana.  Añádanse ilusiones sobre la creación de un nuevo orden revolucionario (no estalinista, quizá anarcosindicalista) y el efecto de odios si no ancestrales sí nutridos durante años y años de luchas proletarias.

-Costó más de medio año que las endebles estructuras gubernamentales puestas en pie tras la sublevación pudieran dominar la sangría acaecida en la zona leal a la República y reencauzar la represión por cauces reglados. No en copia de los que para entonces habían proliferado en la zona sublevada en donde el teniente coronel Felipe Acedo Colunga iba recogiendo experiencias para la imprescindible represión del futuro, tras la VICTORIA.

En contraposición, la historiografía franquista o pro-franquista ha difuminado en todo lo posible la preferencia de Franco por una guerra larga. Esta le sirvió para “limpiar” la retaguardia, a veces en contra de los consejos de sus asesores nazi-fascistas. También para promover la adhesión a su persona como líder invencible e impávido entre las cohortes más jóvenes de sus oficiales y jefes. Desde el primer momento conceptualizó la guerra como de “liberación” (¿de qué?: del liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, de la masonería, de los librepensadores y de todo lo que oliera a moderno y no a la Santa Inquisición o al, como nutriente, nazifascismo arrollador). Aceptó con gusto y regusto el de “Cruzada”, de rancio sabor y olor cristianos y medievales. Y la Iglesia (todavía trentina y por todavía muchos años) le abrió sus brazos y sus palios y lo cubrió de incienso en sus templos y de alabanzas a través de su amplia red de publicaciones.  

Las características señaladas, entre otras posibles, de la contienda (en la que, como ha documentado Ferran Gallego, se desarrolló la vertiente específicamente española del fascismo) discurrieron en paralelo a su correlato ineludible: una represión organizada por medio de todos los poderes del Estado. A la mayor Gloria del Señor, como murmurarían los altos prelados.  ¡Había que salvar España!

Y de los malvados bolcheviques, ¿qué? Aparte de Volodarsky, Rybalkin, Schauff y Kowalsky (ya traducidos al español) y un servidor, mi próximo libro aportará nuevos datos, como siempre basados en EPRE pura y dura. Opuesta a lo que todavía siguen perorando ilustres historiadores de lengua inglesa. No hay historia definitiva.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (V)

13 diciembre, 2022 at 8:30 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

La impresión que surge tras la lectura de las informaciones que he reproducido en entregas anteriores es que la supuesta decisión del Politburó del PCUS (no había otro: no se trataba de una decisión de la Comintern) se “construyó” a posteriori. Esta noción se acentúa porque tampoco encaja con el ulterior desarrollo de los hechos (materia prima de cualquier historiador que se precie). El programa de la coalición de Frente Popular no recogía muchos de los puntos que aparecían en el “documento” milagrosamente exhumado por el diligente autor ya identificado.

De todas maneras, es igualmente obvio que tampoco en febrero de 1936, a los pocos días de las elecciones y en espera de una segunda vuelta, se habría planteado en Moscú la “eliminación” de Alcalá-Zamora. No estaba en las manos de los dirigentes moscovitas otear el futuro español a la manera de un conjunto de Nostradamuses de los tiempos soviéticos.  En el momento del triunfo de la coalición de Frente Popular eran otros los problemas que en España se suscitaban de inmediato, aunque naturalmente muchos de sus integrantes estaban descontentos (con razón) con la actitud previa de Don Niceto que había metido la pata hasta el corvejón adelantando las elecciones y destruido las esperanzas y proyectos de un Gil Robles, más inteligente y sinuoso.

En todo caso los amables lectores comprenderán que el vocablo “eliminación” tiene siniestras connotaciones. Lo que surgió fue la deseabilidad de sustituir a Don Niceto por otra persona más acorde con las sensibilidades de la coalición que había ganado las elecciones. Esto ha dado origen a numerosas discusiones. El gobierno, de entrada, lo asumió Azaña (en el cual no se lució demasiado) y después de muchos conciliábulos se planteó la posibilidad de que pasara a la presidencia de la República. Azaña pensó que Prieto podría colocarse al frente del Ejecutivo. Que los soviéticos (que no pintaban nada en la alta política republicana) dibujasen en su gélido invierno moscovita tal escenario a los diez días de las elecciones de febrero es de auténtica carcajada.

Las medidas del Gobierno que surgió, un tanto inesperadamente tras la deserción inmediata del hasta entonces presidente del Consejo, Portela Valladares, se orientaron en otra dirección: proceder al cambio de destino de dos de los jefes militares de quienes las izquierdas no podían fiarse lo más mínimo. Los generales Franco y Goded. No fueron oprimidos. Simplemente se les trasladó a lugares donde siguieron conspirando (sin que las autoridades movieran un dedo). Al general Cabanellas, que había declarado el estado de guerra en la V Región Militar (cabeza en Zaragoza), no le pasó nada. Quizá lo protegieron los tan cacareados masones, pero allí se quedó y siguió conspirando.

Naturalmente hubo después otros movimientos, pero ¿qué jefes y oficiales fueron coaccionados y reprimidos? Son palabras mayores. El diligente autor de la preciada Universidad privada y católica parece ignorar que incluso Ricardo de la Cierva, mucho antes de 2011, había alumbrado a varios de los más importantes: se estaba desarrollando una conspiración en ciertos sectores del Ejército que -afirmó mendazmente- se había relanzado poco antes de las elecciones.

¿Y qué decir de las expropiaciones y nacionalizaciones de la propiedad, incluido el propio Banco de España? En primer lugar, el programa del Frente Popular se había constituido formalmente el 15 de enero de 1936. Se hizo público (es fácil encontrarlo en Internet en el ABC del día siguiente).  Lo han comentado numerosos historiadores. Muchos de los planteamientos más extremistas no se le habían incorporado. Que después de las elecciones el Politburó incidiera en, por ejemplo, la nacionalización de la banca hubiera sido incomprensible. Ni siquiera se hizo durante la guerra, cuando supuestamente la mano de Moscú se abatía sobre la desgraciada España. ¿Se cerraron por lo demás iglesias y casas religiosas en la primavera de 1936? Cuando hubo asaltos fue por motivos y exasperaciones bien documentados.

No hablemos de la independencia de Marruecos, la declaración de guerra a Portugal, la creación de la República Soviética Ibérica, etc, etc ¿Cómo fue posible publicar tan egregias estupideces en 2011? Por una razón muy sencilla: el tan distinguido catedrático de la Universidad privada madrileña absorbió glotonamente una leche nutricia pero que estaba envenenada de raiz. Es la misma leche que alimentó, en su momento, las fobias de la derecha más carpetovetónica y que acudió a las banderas golpistas en el verano de 1936.

Nuestro autor quiso probablemente reivindicar, contra centenares de títulos escritos y millares de documentos, la probidad, supuestamente impoluta, de quienes se situaron tras la sublevación. Es decir, salvar el honor -es un decir- de las partes del Ejército rebeldes, de Falange, de los carlistas, de los monárquicos, de la Iglesia (sobre todo, de la Iglesia), unidos contra una banda de “facinerosos” al frente del gobierno del Estado. Que eso tenga que ver algo con los hechos y con las pulsiones que aletearon detrás es algo que no le preocupa.

Es decir, se aplica la técnica del despropósito justificativo después de la sublevación desvirtuando esta de manera tal que la lista pudiera servir de “explicación” ex ante de la imperiosa necesidad de prevenir una “revolución prosoviética” ex post. Es la misma lógica que estuvo en la base del famoso Dictamen de 1938 de la comisión montada por el inefable abogado del Estado y ministro de la Gobernación, también cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer (otro embustero de armas tomar) sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936. No en vano figuraron en ella destacados conspiradores de los que prepararon el golpe de Estado. Algunos desde casi el comienzo de los años republicanos.

Como bazofia “histórica” los amables lectores admitirán que la supuesta decisión del Politburó de febrero de 1936 es difícil de superar. No es de extrañar, pues, que desde hace años numerosos historiadores y servidor vengamos sosteniendo que las pretensiones de la sedicente “historiografía” neofranquista con respecto al origen de la guerra civil no están respaldadas por evidencia documental solvente.

Tampoco crean, en ningún caso, que el tan ilustre catedrático (de una Universidad confesional) objeto de este sucinto comentario es un caso aislado. En este mismo blog he tenido ocasión de abordar las últimas producciones (de 2019 y 2021: no me acusarán de no estar al día) de dos incluso más ilustres generales -de Brigada y de División- que abordan la cuestión bajo las mismas, o parecidas, perspectivas: constitución -¡en Asturias!- del Ejército Rojo, sovietización de España, peligro existencial para la PATRIA.

Es como si no se hubiera escrito nada al respecto desde que los historiadores dejamos de pasar por una censura destinada a guardar las doctrinas intangibles de la dictadura. Quizá cuando salga mi próximo libro, tengan algún sobresalto adicional.

 ¡Ah! ¿Y Negrín? El tan denostado Negrín, a la derecha y a la izquierda, demonizado por los franquistas, los anarquistas, los conservadores, los “liberales” y los poumistas. No seré el único en 2023 en recuperar su memoria. Otros (entre ellos, por añadidura, algún extranjero) lo harán también. Con papeles. No con inventos en los que tan consumados son algunos políticos, comentaristas y periodistas del montón en las tierras de Dios que son ESPAÑAAAAA.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (IV)

7 diciembre, 2022 at 10:09 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Una de las características de la historiografía profranquista, derechista, falangista, profascista, o como quieran denominarla los amables lectores, es que no acude a fuentes primarias y profundiza en ellas como suelen hacer hasta los historiadores normalitos. No me refiero, naturalmente, a los investigadores de pro. Pero la primera, cuando toma referencias, suele distorsionarlas à gogo. Abundan las obras que se basan en otras y, en particular, abundan la prensa o las revistas. También relatos de quienes sufrieron bajo las izquierdas republicanas. No suelen faltar Asturias y, sobre todo, Paracuellos, aunque en los últimos veinte años el abanico se ha ampliado. En este blog he citado a autores militares (aparte de los del SHM, a algunos generales, ya sean de brigada, de división e incluso tenientes generales) y a autores civiles, pero he sido más comedido con estos últimos, salvo la excepción norteamericana todavía en activo a la que he dedicado los correspondientes posts en diversos momentos del tiempo.    

En cuanto a sus orígenes, hay que pensar sobre todo en lo que se ha escrito acerca del período entre 1933 y 1935. Desde el punto de vista de aquella publicística barata no fueron tiempos de preparación para parar el golpe definitivo que afirman iban a propinar las izquierdas. Es lógico, dado que desde otoño de 1933 se sucedieron varios gobiernos de signo diferente. Ya a principios de los años sesenta del pasado siglo Herbert R. Southworth propinó un duro golpe a dicha subliteratura que proliferó durante el primer franquismo y sentó, literalmente, cátedra y cátedras. Ni que decir tiene que son escasos los cantamañanas que hoy citan a tal autor. Con frecuencia, incluso lo hunden en el ludibrio. Pero Southworth tenía razón y ha sobrevivido.

En la presente ocasión me centraré en un ejemplo señero, de principios del segundo decenio del presente siglo (dejo de lado el libro de un general de división aparecido en 2021, pero volveré a él si interesa a los lectores). Al primero le otorgo importancia y, desde luego, más que a cualesquiera periodistas o gacetilleros porque su autor es relativamente joven (no pertenece a las generaciones “heroicas” de quienes hicieron frente al desconocimiento extranjero sobre la “verdad de España”). Es también catedrático en una universidad (confesional). Dado que, como señaló Ricardo de la Cierva, la KGB introdujo numerosos agentes solapadamente en la estatal, quizá pudo haber pensado que fuera de ella estaría más seguro.  Ha escrito varios libros, en general biografías de militares sublevados. Incluso ha trabajado de guionista o coguionista en una serie, en mi opinión ramplona, sobre la guerra civil. Viene aquí a cuento porque también ha escrito una historia sobre ella. La publicó en una connotada editorial madrileña. En puridad, no puede pedírsele más. Es, lo reconozco humildemente, una autoridad para los propósitos de estos posts. Su nombre es Luis E. Togores.

En esa “historia” (las comillas son ahora intencionadas y las añade servidor) tal autor hace un diagnóstico “preciso” de los orígenes de la guerra civil. Acude, sin que al parecer se le haya rebelado el ordenador, a una FUENTE DOCUMENTAL para demostrarlo.

Descúbranse e inclínense los lectores. Nada menos que una decisión del Politburó moscovita del 28 de febrero de 1936. Afirma con toda seriedad que los gerifaltes soviéticos aprobaron entonces nada menos que un programa político para España.  Tiemblen los lectores. Contenía los siguientes puntos (cito literalmente para lo cual pongo las correspondientes comillas):

  • “La eliminación del presidente de la República Alcalá-Zamora
  • El empleo de medidas especiales, de coacción y opresión, contra los jefes y oficiales del Ejército.
  • La expropiación y nacionalización de toda clase de propiedad privada, tanto en fincas rústicas como en consejos (sic) industriales y económicos.
  • La nacionalización de la banca.
  • El cierre de iglesias y casas religiosas.
  • La independencia de Marruecos y su transformación en un estado soviético independiente.
  • El terror dirigido para el exterminio de la burguesía.
  • La creación del Ejército Rojo.
  • El asalto del proletariado al poder y, no en último término,
  • La creación de la República Soviética Ibérica y la declaración de guerra a Portugal”.

La Internacional Comunista (Comintern) contaba, además, hacer la revolución en España con el apoyo de los socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín.

Ruego a los amables lectores que no se rían y que se tomen la cosa en serio. Me he limitado a transcribir. No crean, por favor, que me he inventado algo. Ahora bien, ¿qué habría hecho ante tales paparruchadas un historiador normal y corriente, incluso si me apuran medianillo?

En primer lugar, se preguntaría en dónde el autor en cuestión ha encontrado tal catálogo de decisiones que, sin duda alguna, auguraban no un negro sino negrísimo porvenir para la católica e inmortal España. En realidad, no solo para ella sino también para Portugal y para Marruecos (supongo que en su versión del Protectorado español porque el francés era otra cosa). Se trataría de una pregunta razonable, habida cuenta de la enormidad de los indeseables escenarios que encerraba tan malvado y peligrosísimo programa. (Los lectores pueden añadir los adjetivos que estimen más oportunos o sustituir los anteriores).

El historiador en cuestión no da explicación alguna. Lo toma como si fuera una revelación del libro negro del Maligno (perdón por la analogía). A mí, francamente, me sorprendió. Para cuando publicó su magna obra en 2011, el conocimiento de los pormenores del proceso que condujo a la intervención soviética en España había dado pasos de gigante gracias a varios historiadores españoles y extranjeros. Entre ellos figuraban ingleses (E. H Carr, J. Haslam), norteamericanos (D. Kowalsky) y alemanes (F. Schauff). Entre los españoles A. Elorza, M. Bizcarrondo y un servidor. (No citaré a los que ya abordaron el tema antes, como D. Cattell, en los años cincuenta). Todos los mencionados fuimos a Moscú en busca de evidencias primarias o, en los casos de Cattell, Carr y Haslam, consultaron las ya disponibles (también en ruso) en el mundo occidental. Podría haber acudido a la colección documental que editó un norteamericano, R. Radosh, que terminó viendo la luz hoy diríamos trumpiana, pero tampoco figura en sus fuentes.

Los demás investigadores hemos buceamos en los archivos de la Comintern, del Politburó y de otros repositorios moscovitas. ¡Cielos! Ninguno encontró el menor rastro de aquella decisión del 28 de febrero de 1936. Así que no es exagerado afirmar que tan distinguido autor simplemente se la inventó. (Tampoco ofrece la menor referencia, pero en esto no destaca ya que no da ninguna, absolutamente ninguna). 

Inventarse cosas es, por lo demás, algo muy habitual en la tradición en que hunde sus raíces tan sugerente catedrático (en ella sobresalen autores muy renombrados como Joaquín Arrarás, Manuel Aznar, Burnett Bolloten, Ricardo de la Cierva, Juan Manuel Martínez Bande, Luis Suárez, etc, entre otros menos conocidos, pero no menos sesgados y siempre ayunos de fuentes soviéticas).  Si bien, en general, proporcionan referencias e incluso notas a pie de página, a tan estimable investigador le basta una discusión de unas cuantas páginas sobre literatura “relevante” para encontrar la savia necesaria y producir, en tipos generosos, un libro de 370 páginas de texto de gran interlineado. Quizá para facilitar la lectura a los no acostumbrados.

No oculto que también cita a servidor, a quien bautiza de una manera muy incorrecta: ”el nuevo Arrarás del siglo XXI, pero abiertamente escorado a favor de una de las facciones existentes en el Frente Popular”. Hay formas menos crípticas de expresión. Arrarás fue un autor vomitivo y turiferario de Franco. No ignoro que menciona a Jackson y a Thomas. Es un alivio, aunque solo relativo. Escribieron en tiempos en que el acceso a archivos, españoles y extranjeros, no era posible. No hay referencia a ningún otro. Ni siquiera a Sir Paul Preston. 

Al examinar el invento del Politburó cualquier licenciado en Historia normalito pensaría que tan distinguido catedrático es algo descuidado. Ignoró lo que suele aprenderse en el primer curso de prácticas (al menos en muchas facultades extranjeras; en la que él estudió lo veo algo más difícil en su tiempo, pero no imposible). Cuando uno se basa en un solo documento hay que examinarlo cuidadosamente desde el punto de vista externo e interno. Ubicarlo, por así decir, con precisión: orígenes y contexto. También la utilización que de él se ha hecho, porque él, evidentemente, no fue a Moscú a ver papeles..

Al proceder de tal manera se observa que hay ciertas cosas que no cuadran. En el plano externo, ¿qué autor ha alumbrado que el Politburó siguiera tan de cerca la evolución política española como para tomar una decisión de tanta trascendencia a los pocos días de las elecciones de febrero de 1936? Nuestro autor ni se plantea la cuestión. Cuando él escribió ya se habían identificado las reacciones moscovitas a la evolución política española. Un servidor había incluso acudido a los mensajes enviados desde Moscú a la antena del PCE en Madrid. Eran descifrados sistemáticamente. Están en Kew, al alcance de un corto vuelo y, en aquellos años, a un precio módico. Luego fueron gratuitos si se hacían en los propios archivos. Además, existían compendios documentales (en ruso) y una parte del fondo cominterniano podía ya, creo, consultarse hacia el año 2010 desde el AHN en la calle de Serrano madrileña, (Innecesario es decir que el autor en cuestión no menciona ningún archivo). Servidor aportó incluso los informes del GRU (el servicio de inteligencia militar soviético) que llegaron a la mesa de Stalin y describí pormenorizadamente el proceso de deslizamiento en el cual se produjo su decisión. Lo hice ya en 2006 en La soledad de la República, pocos años antes. Nadie me echó a los perros.

Ahora pasemos al lado interno de tan amenazadora decisión. En febrero de 1936 no había socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín. El PSOE estaba más o menos dividido entre seguidores del primero, del segundo y de un tercero que no era Negrín sino Julián Besteiro. Negrín no se había perfilado lo suficiente y se situaba inequívocamente dentro de la corriente del segundo. Que la derecha lo haya maldecido en la guerra y después de la guerra es comprensible. Negrín siempre fue el hombre a abatir. Tampoco tenía, al filo de las elecciones de febrero, la estatura política que después llegó a alcanzar. Que su nombre fuera conocido antes de ellas de los grandes prebostes del Politburó requiere, pues, aportar evidencia específica. Y aun así habría que demostrar que se utilizó en o de cara a la supuesta reunión. En definitiva, me temo que tan curioso y trascendente investigador, al menos en lo que se refiere al conocimiento de la dinámica política republicana al filo de las elecciones de 1936, cometió un pifio mayúsculo.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (III)

29 noviembre, 2022 at 8:30 am

       ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Confío en que los amables lectores no se hayan desanimado porque me haya permitido recordar en los dos posts anteriores aspectos que a muchos historiadores les sonarán como trivialidades. Pero me parecieron necesarios a fin de preparar el terreno en el que se mueve esta pequeña serie de posts. En el presente centro la cuestión.

A lo largo de la guerra civil y la posterior dictadura franquista (casi cuarenta años) hubo una reacción única a los, en mi modesta opinión, cuatro grandes interrogantes de la evolución histórica española en la primera mitad del siglo XX:

  • ¿Por qué hubo una guerra civil?
  • ¿Quién la quiso y preparó?
  • ¿Por qué?
  • ¿Quién empezó antes a matar?

Las respuestas fueron inequívocas y excluyentes. Se expresaron, eso sí, con mayor o menor contundencia a lo largo del período. Espero no ser demasiado conciso si señalo que los camelos, históricos y políticos, difundidos fueron del siguiente tenor:

  • La guerra civil fue inevitable
  • La quisieron y provocaron las izquierdas.
  • Una gran parte de ellas deseaba establecer en España un régimen soviético o para-soviético.

(Tras el colapso de la URSS pasó a afirmarse que lo que en realidad querían era un régimen revolucionario de características que no se han precisado demasiado).

  • También fueron las izquierdas las que empezaron a matar porque en la primavera de 1936 crearon una situación intolerable e invivible, con destrucciones, saqueos, asesinatos, incendios, asaltos, etc. Un contexto, pues, absolutamente apocalíptico.

Los amables lectores observarán que no menciono el caso de la insurrección obrera de Asturias, aunque un sobresaliente general de división, descendiente de uno de los generales rebeldes, continúa impertérrito afirmándolo hasta en fecha reciente acudiendo a “autoridades” de risa. Sí cabe afirmar que tuvo dos efectos fundamentales. A los militares que más tarde se sublevaron les enseñó que contra un amplio sector del Ejército, debidamente preparado y condicionado, el Gobierno tendría poca fuerza que oponer. Los Gobiernos de la primavera de 1936, en cambio, ni interiorizaron ni, sobre todo, operacionalizaron las lecciones que cabría extraer de aquellos acontecimientos.

Todo esto he tratado de explicarlo en mi libro El gran error de la República y no lo repetiré aquí. Junto con el precedente (¿Quién quiso la guerra civil?) he documentado, en lo posible, cómo se combinó el haz de factores que determinaron las condiciones suficientes para el posterior estallido. Ni que decir tiene que la explicación de la dictadura fue, desde el comienzo del golpe, muy diferente.

En esta explicación, y supuestas las circunstancias de desbarajuste total, no pudo extrañar que la parte más sana de las fuerzas armadas y de un amplio sector de la propia sociedad española se vieran obligadas a recurrir a la legítima defensa. Únicamente gracias a tal reacción se evitó que España se convirtiera en un bastión del comunismo y, por ende, en una amenaza para Europa e incluso para toda la civilización occidental. En realidad, se les debía todo el reconocimiento que recibieron en la dictadura y que todavía reivindica un amplio sector de la derecha española más o menos manipulado.

Aun en nuestros días se publican libros o artículos que, de una u otra manera, defienden y argumentan lo bien fundado de las anteriores afirmaciones y, por ende, sus resultados.  Puedo citar como ejemplo el de un distinguido general ya mencionado en este blog en un libro aparecido a bombo y platillo en el año 2021. Otros retroceden incluso a los tiempos del glorioso Imperio en el que no se ponía el sol y a la envidia torera que su existencia y sus éxitos despertaron en otros países, cualidades negativas que suponen siguen teniendo efectos hasta nuestros días.

La situación me parece un tanto sorprendente. A principios de los años cincuenta aparecieron en la República Federal de Alemania algunas memorias o biografías que trataron de explicar, de manera no demasiado condenatoria, el proceso que llevó al Tercer Reich y a la segunda guerra europea y mundial. Con prudencia, eso sí, porque la derrota y la ocupación estaban todavía muy presentes en el recuerdo de todos.  Constituyó un golpe de efecto el que, en 1985, a los cuarenta años del final de la guerra en Europa, el presidente Richard von Weizsäcker se pronunciara oficialmente, desde su alta magistratura, en el sentido de que tal desastre, colapso o hecatombe (Zusammenbruch en alemán) había sido, en realidad, el momento de la liberación (Befreiung) de la tiranía nacionalsocialista.    

Cada país lucha con sus demonios pasados como quiere y como puede. En España hubo que esperar a 2007 para que las Cortes aprobaran la Ley de Memoria Histórica y hasta el reciente mes de octubre para que lo hicieran con la Ley de Memoria Democrática. Eso sí, tras un duro forcejeo mantenido por las derechas sin excepción y con subterfugios que no afectaban a lo esencial. No recuerdo a ningún prohombre o minifigura de las derechas que no haya disimulado una parte de la propia historia. Ricardo de la Cierva modernizó, como pudo, el canon acuñado durante el franquismo y sus resultados le han sobrevivido, aunque sean hoy los menos quienes lo citen. 

Pero como la historia siempre se escribe desde el futuro analizando los hechos, datos, decisiones y circunstancias de los que para quienes la hicieron eran su presente, hoy, cuando ya se han abierto bastante los archivos (no todos) podemos afirmar sin temor a equivocarnos demasiado que algunos (y no en las izquierdas) desencadenaron la guerra civil y mantuvieron en pie la dictadura.

Sin embargo, no es la evolución de la derecha española lo que aquí me interesa. Me interesa más lo que se afirma en algunos libros de historia, con sus combates de frente y de retaguardia. En el próximo post me referiré a uno de sus más denodados defensores en un libro que se autodenomina de historia. Dejo de lado las estupideces que circulan por internet y las que distribuyen aficionados, periodistas y militares connotados, siempre como si fueran verdades inapelables y eternas.

Para servidor la desvirtuación frontal de la historia de los orígenes de la guerra civil (es decir, la cuestión clave de la que se derivan todas las demás) se encuentra en dos libros inequívocamente de la derecha más acrisolada, es decir la de cuño franquista. Casi todo está en ellos. Hay otros, por ejemplo, la Historia de la Cruzada española de Joaquín Arrarás, pero el autor era un periodista de medio pelo, cuyos grandes méritos consistieron en ser miembro de Acción Española, es decir del núcleo más inequívocamente monárquico alfonsino de la conspiración, y haber escrito la primerísima biografía del omnisciente, del elegido por la gracia de Dios y de su santa Iglesia, vencedor del comunismo y salvador de España, el general Francisco Franco.

Los dos libros en cuestión son

Servicio Histórico Militar: Historia de la Guerra de Liberación, tomo 1 (no tuvo seguimiento), Madrid, 1945, y

Ricardo de la Cierva: Historia de la guerra civil española.  Antecedentes. Monarquía y República, 1898-1936, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1969.

(Aprovecho la ocasión para sugerir al Ministerio de Defensa la publicación del primero, con o sin edición comentada: sería un gran servicio a la historia y a la democracia)

(continuará)

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Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (II)

22 noviembre, 2022 at 8:33 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Angel Viñas

En comparación con la situación en Europa en los años de nuestra guerra civil es trivial afirmar que los españoles padecimos otro tipo específico. En ella también se concentró el choque de las grandes ideologías del siglo XX: liberalismo, comunismo, fascismo en algunas de sus variedades. Fue igualmente una guerra internacional por interposición. Es innegable que no se hubiese producido sin un caldo de cultivo previo y propio, por muchos que sean los paralelismos que se le quieran encontrar con otros países europeos. Al igual que en otras situaciones históricas la determinó la conjunción de condiciones necesarias (exhaustivamente estudiadas) y otras suficientes, manipuladas desde los primeros momentos, e incluso antes, del estallido de la conspiración.   Duró casi la mitad de la contienda mundial en Europa. Los ejemplos más próximos podrían ser, hasta cierto punto, Italia, Francia, Yugoslavia y, con características especiales, más tarde
Grecia.  

Ahora bien, a diferencia de lo que ocurrió en Europa occidental, la evolución subsiguiente no llevó a la restauración de un sistema democrático. Abocó, al contrario, en la consolidación de una dictadura militar de ribetes ferozmente antiliberales, fascistas y trentistas (es decir, propios de los Concilios de Trento y sucesivos). No existen paralelos en los países de nuestro entorno (salvo, con características muy peculiares y diferentes, en Portugal). Espero que no se me eche a los perros tras estas manifestaciones. Son bastante elementales.

En el caso que nos ocupa tampoco tuvimos los españoles la oportunidad de gestionar el duelo de las víctimas, salvo el que los vencedores impusieron a la gloria de sus propios caídos (siempre por Dios y por ESPAÑA, constante y obsesivamente presentes en el espacio público). Al resto, muchísimo más numeroso, se le condenó a un ignominioso silencio, aunque no pudo ser al olvido de sus deudos. A estos, en cambio, sí se les imposibilitó exteriorizarlo debida y públicamente. A todos ellos se les espetó, en términos hirientes, un adjetivo omnipresente: rojos.  Algo similar no ocurrió ni siquiera en la Alemania post-nazi o en la Italia post-fascista, países con una historia bastante más sangrienta que la nuestra.

En consecuencia, se quiera o no se quiera, la España actual es un subproducto directo de la dictadura franquista (que jamás fue un tiempo de extraordinaria placidez). Al igual que las sociedades de la Europa central y oriental lo son también de sus pasadas dictaduras comunistas y, a veces, de sus propias guerras, como en los casos que siguieron a la desmembración de la antigua Yugoslavia. Subrayo esto último, porque sus consecuencias me tocó vivirlas desde la atalaya de Naciones Unidas y siempre tuve presente el caso español. Cada país y cada Estado han lidiado con su pasado como han querido o como han podido (algunos incluso dirán que como se les han permitido).

La característica más peculiar española en tal proceso es que en la evolución posterior a la dictadura los poderes públicos no fueron tan beligerantes como en otros casos. La democracia anclada en nuestra Constitución sentó las bases de un cierto laissez-faire en lo que se refiere a la confrontación con el pasado. Influida, en mi modesta opinión, por el dictum tan corriente en los años setenta del pasado siglo: “todos fuimos culpables”.  Personalmente yo suelo afirmar, no en broma, que “bueno, algunos lo fueron más que otros”. Así que discrepo de protagonistas y testimonios que mezclaron a todos y a los que, a veces, se acude sin apoyarse en evidencias primarias de época para obtener “resultados” hoy que no tienen propósitos demasiado científicos.

Aquel dictum no se evoca ya con tanta contundencia como antaño, pero no por ello ha dejado de ser operativo. Es algo, en mi modesta opinión, sorprendente. En la moderna historiografía española, y también en una parte de la extranjera que se ha ocupado seriamente del caso español, se ha mostrado de forma suficiente, con trazos bastante inequívocos, lo que hubo detrás del juego de responsabilidades en la evolución que llevó a la guerra civil y lo que ocurrió después.

En estos posts combinaré historia (mucha) y memoria (menos). Para esta última debo remitirme a un sinnúmero de especialistas entre los que, desglosados algo generacionalmente, figuran nombres como Francisco Espinosa Maestre, Francisco Cobo Romero, Francisco Moreno Gómez, Santos Juliá, sir Paul Preston, Javier Tusell, Julio Aróstegui, Alberto Reig, Josefina Cuesta (cuyo nombre se ha dado a la  nueva Cátedra salmantina de Memoria), Eduardo González Calleja, Rafael Cruz, Manuel Álvaro Dueñas, Julián Casanova, José Luis Ledesma,  Fernando Mikelarena, Fernando del Rey, José María Márquez, Matilde Eiroa, Santiago Vega, Javier Rodrigo, Gutmaro Gómez Bravo, Mirta Núñez Díaz-Balart, Encarnación Barranquero, Sergio Riesco, Jorge Marco y muchos otros y otras que han investigado y publicado abundantemente.

En el libro que hemos escrito Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor, CASTIGAR A LOS ROJOS, puede encontrarse un listado de las más importantes investigaciones por provincias y comunidades sobre la represión que tuvo lugar en la zona franquista y después en la España entera, sin solución de continuidad, y la que acaeció en la zona leal a la República. Todavía queda bastante por hacer, aunque es difícil que en términos cuantitativos los resultados varíen fundamentalmente. Los cualitativos, sin embargo, han ido ganando en relevancia porque las diferencias son esenciales, vitales, totales.

Los amables lectores observarán que, en tan abreviada, y sin duda poco exacta nómina, no figura quién esto escribe. Servidor se dedicó a otros temas que, eso sí, tienen mucho que ver con la historia y los camelos que sobre ella se han escrito y se escriben. Es, pues, en esta rápida retrospectiva en lo que ante todo me concentraré. Luego pasaré a la cuestión de la memoria.

Lo que intento señalar es que no todo lo que pasa por historia en el período relacionado a la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, se ajusta a los cánones generalmente aceptados, tanto en el extranjero como entre una buena (o gran) parte de los contemporaneistas españoles.

(continuará)

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

15 noviembre, 2022 at 10:32 am

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (I)

Angel Viñas

La creciente polarización de los discursos políticos e históricos en estos últimos años tiene muchas causas y no solo la de los ataques al gobierno “social-comunista” como empezó a afirmar VOX en el debate parlamentario de enero de 2020 y continúa hoy la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre muchos otros. Una de tales causas podría ser la competencia con y en el PP y sus advenedizos líderes. No me compete abordar la cuestión. De ello se ocupan muchos mejores analistas que servidor. Prefiero concentrarme en la historia, porque para abordar el pasado disponemos de evidencias primarias relevantes de época más seguras.

Después de haber sacado los colores, hasta cierto punto, a un eminente historiador norteamericano en los dos posts anteriores, ahora me dedicaré a sacárselos a un menos eminente historiador español. Haré una excepción. No mencionaré su nombre, pero daré pistas para que los amables lectores puedan identificarlo sin grandes problemas.

La idea se me ocurrió después de dar la conferencia inaugural el pasado 2 de noviembre en un encuentro en torno a la represión educativa durante el franquismo en el distrito universitario de Salamanca. Se me pidió que hablara en términos generales sobre la historia y memoria de la misma y que diera una visión global. No pude negarme por razones personales y profesionales. Como en aquel día estaba cegato, a consecuencia de una doble operación de cataratas (problemas de la edad), y bastante fastidiado, no pensé en improvisar. Penosamente fui puliendo a lo largo de las semanas precedentes mi intervención.

Ahora la retoco de forma sustancial con otra finalidad: la de reflexionar sobre un ejemplo -para mi egregio- de cómo un historiador (cuya filiación política exacta no me consta, aunque de la ideológica no tengo muchas dudas) puede llegar a tergiversar de manera radical y absoluta el pasado. Un pasado, por cierto, bien conocido, documentado, explorado y analizado por multitud de otros colegas, mayores y también mucho más jóvenes que él.

Recordaré, a todos los efectos, que el tema de la represión franquista hace tiempo que se ha convertido en el capítulo más vivo, más vibrante y, me atrevo a señalar, más innovador de la historiografía española contemporánea. Es un capítulo que ha reunido a historiadores, forenses, arqueólogos, sicólogos, juristas, médicos y otros especialistas en los trabajos de campo y de laboratorio como raras veces se ha visto en nuestra sociedad. Es un ámbito bastante trillado, aunque nunca lo suficiente. Todavía queda mucho por descubrir y, por tanto, analizar.

Me apresuro a señalar que, en esto, como en otras ramas del conocimiento histórico, los españoles hemos seguido, adaptado y renovado ejemplos extranjeros. Los interesados fuera de España por temas similares ya se habían atrevido a desentrañar las peripecias por las que, en sus países respectivos, atravesaron los temas relacionados con la gestión de las víctimas de dos guerras mundiales y su recuerdo.  Los españoles también los hemos abordado a la par que la sociedad ha ido cambiando y se ha hecho más consciente de su propia historia. Ha planteado a los poderes públicos una serie de cuestiones con una intensidad que no siempre había atosigado a sus antecesores.

El tema de por qué ha sido así ha dado origen a análisis sin cuento. También a diatribas. Desde la lejanía en la que, por lo general, he abordado y sigo abordando capítulos de la historia de España, creo que algunos identificadores deben figurar en todo caso. En primer lugar, la modernización del marco social y cultural, efecto de diversos factores:

  • La incorporación plena de España y de los ciudadanos a las democracias europeas.
  • Los impactos que ello ha conllevado en un mundo en el que la comunicación nacional e internacional se han hecho casi instantáneas.
  • El propio cambio intergeneracional por el transcurso del tiempo y, no en último término,
  • La necesidad cada vez más intensamente sentida de ajustar cuentas con nuestro pasado.

En general, nada nuevo bajo el sol. Otras sociedades (en Europa, América Latina, Asia, África) han tenido que lidiar con problemas similares, cada una con sus mecanismos, sus situaciones de partida y sus desafíos políticos y culturales.

Servidor no actuó nunca sobre el terreno en el ámbito de las “fosas del olvido”. He visto los toros desde la barrera en dos puestos de cierta responsabilidad: como director general (en el sentido español) para América Latina y los países del sudeste asiático primero y como responsable de la política de derechos humanos en la Comisión Europea después. En ambos tuve que dar mis propias batallitas para empujar la actuación directa, frente a otras múltiples necesidades. Puedo asegurar que conozco un tanto las dificultades para arbitrar recursos y las sempiternas explicaciones para justificar la carencia de fondos.

Tampoco olvido que el estudio de la represión en la guerra civil española no es un capítulo nuevo en nuestra historia. En pleno desarrollo de la contienda los vencedores ya sintieron la imperiosa necesidad de ir exponiendo ante sus partidarios y ante el mundo los resultados de lo que denominaron la “vesania roja”. Por supuesto silenciaron la propia y no tardaron en establecer un “inventario” de los crímenes republicanos. (Siguen en ello). Algunos (no todos) de sus esfuerzos se reflejaron en un Avance de la denominada Causa General publicado por el sedicente Ministerio de Justicia en 1943. No tuvo seguimiento hacia el exterior, en España o fuera de España. Los miles y miles de expedientes en que se plasmaron sus hercúleos esfuerzos quedaron cerrados a cal y canto. El Avance, hoy disponible en el mercado en varias ediciones sucesivas, pero con prólogos cada vez más incendiarios, fue la única plasmación de aquel hercúleo esfuerzo.

A diferencia de lo ocurrido durante la dictadura, la democracia española ha puesto tales expedientes en Internet. Hay autores que han escrito artículos y algún libro sobre el tema sin abandonar su lugar de residencia, incluso en el extranjero. Milagros, claro, de las modernas técnicas de información y comunicación.

Hoy está de moda señalar en algunos ambientes que el caso español NO ES (repito, NO ES) un caso radicalmente diferente en comparación con otras sociedades europeas que también han atravesado por guerras o confrontaciones internas. Se subraya que se adapta bastante bien, en particular, a lo que ha sucedido en otros casos del espacio común europeo. Sesudos estudios han mostrado pautas relativamente similares en cuanto a la evolución de los indicadores económicos, sociales y culturales, sobre todo en la Europa occidental.

Hélàs! Quizá por mi larga permanencia en el extranjero, y mi propia experiencia personal en Bruselas o en Nueva York (Naciones Unidas), mi percepción es algo diferente. Uno siempre está influido por su propia carrera de funcionario experto en algo o historiador.

España no participó en los dos crisoles en que se formaron las sociedades europeas occidentales de nuestros días: a saber, las dos guerras mundiales. Fueron los vencedores y los vencidos quienes, apenas terminada la primera contienda, comenzaron a abordar los problemas prácticos, teóricos y conceptuales de la gestión de las víctimas, militares y civiles, y la significación más apropiada que debería darse a sus sacrificios. Todavía seguimos en la senda abierta por aquellas experiencias. El culto a los muertos y desaparecidos se extendió particularmente en Francia y Bélgica (países en los que he vivido) y en Italia. Todos fueron campos de batalla. También se extendió en el Reino Unido y Alemania (los conozco un poco igualmente porque he vivido en ellos). Las consecuencias fueron inmensas para sus sociedades. No puede ni debe extrañar que al cabo del tiempo ocurriera algo similar en nuestro caso…

(continuará)

UNA PUNTUALIZACIÓN SOBRE LA EXHUMACIÓN/INHUMACIÓN DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA (y II)

8 noviembre, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

Después del intervalo derivado del recuerdo a nuestros antepasados, formalizado en el día de difuntos, reanudo y termino mi referencia al caso de José Antonio Primo de Rivera.

Cuando servidor entró en escena los italianos habían desclasificado para entonces muchos más papeles.  Como no hay historia definitiva, no sorprenderá que en mi texto destacase los curiosos brincos de saltimbanqui que había dado el profesor Stanley G. Payne en una de sus últimas obras (titulada pomposamente nada menos que El camino al 18 de Julio). A diferencia suya, que solo mencionó crípticamente la carta de Goicoechea (p. 389) y hasta se equivocó en la fecha tras una referencia obligada (sin más) a Ismael Saz, yo entré a discutir el informe anejo a la misma.

El libro de Payne, que yo sepa, está todavía en librerías y cualquier hijo de vecino puede adquirirlo. En este post solo me referiré al punto que he mencionado y trataré de expandir algo su versión, como se merece. Que tan distinguido historiador no lo hiciera lo atribuyo a un tic de su ocupación académica (salvo el de asesor a ciertas instancias gubernamentales norteamericanas no conozco otras): cubrirse las espaldas ante eventuales críticos. ¡He dado la referencia! Pero, a él añado su posible deseo de no defraudar a sus lectores y apoyos de la derecha más rancia.

No comparto, por supuesto, tal deseo. Sí, comparto el tic primero, pero tampoco escabullo mis citas. Ni, mucho menos, las recorto. Así que, como es lógico, natural y a diferencia de Payne, acudí a Saz y a Mazzetti extensamente (rebatí a este último). Hice lo que hace cualquier historiador normalito, pero no sesgado: resitué en un nuevo contexto su significado aprovechando los papeles italianos que los anteriores autores no habían logrado conocer por no ser accesibles. Y por los que el profesor Payne (que casi nunca ha puesto sus pies en un archivo) no hizo nada por ampliar. Sin duda, a su provecta edad -superior a la mía, que también lo es- debe haber aprendido que el historiador es tributario de sus fuentes. Cuanto más amplias y extensas sean, mejor le será posible interpretar un escrito determinado inserto o insertable en ellas.

No discrepé en lo esencial de Saz. Simplemente contribuí, espero, a mejorar el conocimiento del origen y del entorno del documento, anteriores y posteriores. En cualquier caso, lo que importa aquí es que JPdR se declaró solidario con el informe de 14 de junio que acompañaba a la carta de Goicoechea a Mussolini. Payne, repito, se calló como un muerto. No hay que ser un arúspice avanzado para intuir el porqué.

Destruía la “amable” tesis que consiste en echar sobre las espaldas de la izquierda española toda la responsabilidad por la sublevación, último recurso de los, para él, patriotas. Es decir, dio una respuesta, muy escorada, a una de las grandes cuestiones de la historia contemporánea española. Incluso, si se me apura la mayor. (Escribo esto después de leer algunos de los comentarios que eminentes lectores me han dedicado en el blog en el que publico este tipo de artículos y vuelvo a recomendar el número especial de Hispania Nova que dedicamos a Payne varios historiadores: https://e-revistas.uc3m.es/index.php/hispnov/issue/view/448) Los lectores se harán una idea de hasta qué punto nos equivocamos, si nos equivocamos.

Acudiendo esta vez a Wikipedia y consultando sus artículos más relevantes (José Antonio Primo de Rivera; José Calvo Sotelo; Antonio Goicoechea; Pedro Sainz Rodríguez; Ismael Saz) no he encontrado la menor referencia al informe del 14 de junio.  De los artículos más generales, no hablemos. ¿Conclusión? No hay que fiarse demasiado de tal enciclopedia (y siempre utilizarla con precaución, como trata de hacer servidor).

Así, pues, me temo que los lectores interesados tengan que ir, en bibliotecas, al libro de Saz o al mío (que está en el mercado y afortunadamente en pocos meses llegó a la friolera, para un trabajo de historia de vocación académica, a seis reimpresiones).

Ello me obliga a exponer los doce puntos fundamentales con los que JPdR se mostró totalmente solidario con Calvo Sotelo y Antonio Goicoechea: (y que el profesor Payne silenció demostrando con ello su talante académico):

Las elecciones de febrero habían entregado los resortes del Poder a la Revolución y significaban la derrota de la política de Gil Robles, legalista y tacticista.

No había, pues, otra alternativa (sic) que el golpe de fuerza.

Había sido indispensable organizar un ambiente de violencia, a través de pequeños grupos de acción directa. Entre ellos Falange Española.

JAPdR había dado su autorización, previo acuerdo, al escrito de 14 de junio.

Correspondía al Ejército abordar por la violencia el movimiento necesario de recuperación nacional.

Ya existía una organización orientada políticamente, “y costeada por nosotros”, a tal efecto.

Se precisaba, con carácter urgente, un refuerzo monetario (un millón de “pelas”) para dar el golpe de Estado. Se destinaban a “engrasar” mandos dubitativos.

La ocasión era propicia. La coherencia del Frente Popular era más aparente que real.

Tras el golpe de Estado se elevaría a la presidencia al general Sanjurjo.

10º Había que extender a toda España el mismo espíritu patriótico que reinaba ya en las guarniciones en Marruecos. En la de Madrid, objeto de gran preocupación para el gobierno, ese espíritu flaqueaba. Había que movilizar “propinillas”.

11º Tras el esperado triunfo, la gestión de los asuntos públicos correspondería a Calvo Sotelo, JAPdR y Goicoechea.

12º Sería imprescindible el rápido reconocimiento internacional del nuevo estado de cosas.

Sería francamente difícil haber enunciado los proyectos de forma más clara. De aquí el silencio benedictino de Payne.  Mazzetti y Saz llegaron a la conclusión de que la ayuda financiera la denegó Mussolini. Servidor discrepó de tal interpretación porque en el ejemplar que se conserva en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano no figura la negativa. Mazzetti no ofreció otra fuente. Es decir, se equivocó o engañó a sus lectores (yo pedí a un amigo mío de Roma que verificase, de nuevo, la fuente: me confirmó que no me había equivocado). 

Aquí no interesan las vicisitudes del envío y de la recepción del informe. Las he explicado en mi mencionado libro. No fueron exactamente como figuraban en la literatura. Sí me interesa subrayar, como hice, que dos días más tarde, cuando el mensajero que lo llevó todavía no había llegado a Roma, Don José Calvo Sotelo lanzó su apocalíptica visión en su conocida intervención en Cortes. Como pertenecía un grupo mucho menor que el de la CEDA, le correspondió intervenir después de Gil Robles (quien, lógicamente, tampoco fue demasiado fino). [Dejo en el aire la cuestión, que no he estudiado en base a evidencias documentales, de si Gil Robles sabía de los viejos contactos entre monárquicos, carlistas, falangistas y fascistas italianos].

Como es lógico Calvo Sotelo, ¿patriota?, negó con la boca pequeña (mintiendo como un bellaco) que hubiese en marcha una conspiración en el seno del Ejército; también se autoproclamó, más o menos abiertamente, fascista. El discurso ha sido objeto de numerosas interpretaciones que han ocultado siempre lo fundamental. Los lectores pueden fácilmente consultar toda una serie de versiones en internet.  Para mí solo hay una correcta: aparte la apelación obvia a quienes todavía estaban dudando en el seno del Ejército, la menos obvia se dirigía al Duce: aquí está servidor, para lo que VE guste.

Ya imagino que se levantarán sables y cuchillos en contra de tal interpretación. Pero alguien tendría que explicar por qué había refrendado tan solo dos días antes el “hermoso” informe que Goicoechea estaba tratando de hacer llegar a Mussolini.  Sin olvidar que, para entonces, en Roma se hallaba otro conspirador monárquico (exjefe de la denominada por algunos “Falange de la sangre”) negociando a toda prisa con los italianos su futuro apoyo a la sublevación que, lo que son las cosas, Sainz Rodríguez firmaría el 1º de julio de 1936.

Lo que quiero señalar y subrayar es que es imposible disociar a JAPdR de la conspiración que llevaban a cabo los monárquicos alfonsinos (más los carlistas) y una parte del Ejército para torcer el curso de la política e historia españolas MEDIANTE EL RECURSO A LA AYUDA DE UNA POTENCIA EXTRANJERA: la Italia fascista. Algo que no acaba de penetrar en las numerosas referencias a tal héroe que figuran en internet.

Así, pues, hoy convendría entornas menos lloreras ante la por su familia deseada exhumación de los restos mortales de JPdR. Sería, obviamente, una muestra de generosidad conceder la autorización solicitada para que sean inhumados de nuevo en terreno sagrado. Ahora bien, ¿se lo merece con prioridad absoluta a muchos otros? ¿No hay decenas de restos mortales en Cuelgamuros cuyos descendientes llevan años tratando de exhumarlos e reinhumarlos fuera de la pirámide (es un decir) faraónico-franquista? Al fin y al cabo JPdR quiso derrocar a un régimen legítimo por la fuerza y con el apoyo de una dictadura foránea bastante despreciable para muchos (entre ellos también italianos).

En cualquier caso, debo señalar que ni tengo interés propio, ni arte ni parte en el tema. Tampoco me quita el sueño. Su solución, cuándo sea, reflejaría que la DEMOCRACIA ESPAÑOLA (con mayúsculas) y el GOBIERNO DE ESPAÑA (también)

  • No temen a la historia, como sí hacen otros (en particular los que todavía creen en la que les enseñaron durante la dictadura y desprecian otra).
  • No les preocupan los fantasmas que se niegan a salir de libros de texto y otros.
  • No les conmueven quienes no quieren disociarse de las perversiones e indecencias que han promovido y promueven ciertos políticos, publicistas e, incluso, algunos historiadores sobre el tema en cuestión.

FIN

Nota: el discurso del diputado José Calvo Sotelo, a cuyos descendientes la LMD desposee de su ducado con Grandeza de España, puede leerse en:

https://app.congreso.es/est_sesiones/

La referencia exacta en Legislatura 1936: 16-06-1936 Nº 45 (de 1359 a 1413)

Como los amables lectores comprenderán, no creo que sea necesario reproducir en este modesto blog más de 70 páginas del Diario de Sesiones. Lo que sí puedo decir es que, si las descargan, las lean junto con las interpretaciones que pueden encontrar fácilmente en internet de la pluma de alabados comentaristas en medios de todo tipo. Presten particular atención a los digitales de extrema derecha y luego piensen por sí mismos.

Quedaré muy agradecido si me muestran mis errores (por favor, con papeles) porque, digo y repito, no hay historiador infalible. Con todo, no puedo dejar de recomendar dos libros esenciales: el de Rafael Cruz, En el nombre del pueblo, y el de Eduardo González Calleja, Cifras cruentas. Y, después, traten de refutarlos en vez de darme la lata en Facebook con sus quejas sobre lo mala que fue la República “para los buenos españoles”.

UNA PUNTUALIZACIÓN SOBRE LA EXHUMACIÓN/INHUMACIÓN DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA (I)

25 octubre, 2022 at 8:30 am

A LA MEMORIA Y EN EL RECUERDO DE MI GRAN AMIGO VICENTE ABAD, DOCTOR EN HISTORIA, CONOCEDOR COMO POCOS DE LA EVOLUCIÓN EN LA  EXPORTACIÓN DE LA NARANJA, PIEZA FUNDAMENTAL DE LA CONEXIÓN DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA CON EL EXTERIOR DURANTE TANTOS Y TANTOS AÑOS. UNIDO AL DOLOR DE SU FAMILIA Y LAMENTANDO PROFUNDAMENTE EL VACÍO QUE NOS DEJA. 

ÁNGEL VIÑAS

Reconozco abiertamente que no me hubiese agradado escribir este post. La noticia de que la familia del fundador de Falange ha expresado el deseo de que tras la exhumación de sus restos prevista en la LMD (BOE del 20 de octubre de 2022) se inhumen de nuevo  sus restos en terreno sagrado -algo que servidor respeta, aunque la dictadura no lo hizo con los deseos de los deudos de miles de otros enterrados en Cuelgamuros- ha dado origen a comentarios muy diversos. En ellos han intervenido incluso primeras espadas de la política española. He leído las afirmaciones efectuadas por, entre otros, los Señores Feijóo y Abascal. No cito a otros menores.

También ha habido algún que otro docto comentario en el que se ha presentado al entonces marqués de Estella como arrepentido de lo que había contribuido a poner en marcha. Expresó su sentimiento en esta dirección en su, para algunos, inmortal testamento, antes de comparecer al juicio soberano e inapelable del Altísimo. En sus propias palabras: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la patria, el pan y la justicia”.

Confío en que nadie me acuse del pecado infame de denostar a los muertos. No es mi estilo como historiador. Me pregunto, sin embargo, hasta qué punto ciertas líneas de su testamento -para algunos inmortales- perseguían propósitos menos dignos. Planteo esta cuestión porque pedir perdón y desear ante el 20 de noviembre de 1936 (fecha de su ejecución) que su sangre fuera la última derramada por España también podría haber sido una última jugarreta para difuminar las propias responsabilidades en tal derrame. Escrito esto, naturalmente, con el debido respeto.

El historiador, de derechas o de izquierdas, si es historiador, debe plantear una cuestión. ¿Estaría José Antonio Primo de Rivera (en lo sucesivo JPdR) tan afectado por el resultado de su proceso ante el Tribunal Popular que ya había olvidado lo que él refrendó con su nombre unos cuantos meses antes cuando preparaba la sublevación de una parte del Ejército y de sus propios seguidores contando con la ayuda de una potencia extranjera?

En la familia de Wikipedia (fuente de la que más adelante diré algunas palabras) figura el testamento:

https://es.wikisource.org/wiki/Testamento_de_Jos%C3%A9_Antonio_Primo_de_Rivera

De esta fuente deseo destacar dos frases:

1ª “Entre los distintos párrafos que se dan como míos, desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con “mercenarios traídos de fuera”. Jamás he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en África heroicos servicios”

Y 2ª: “Que [se] coleccionen todos mis discursos, artículos, circulares, prólogos de libros, etc., no para publicarlos —salvo que lo juzguen indispensable— sino para que sirvan de pieza de justificación cuando se discuta este periodo de la política española en que mis camaradas y yo hemos intervenido”.

No conozco a muchos colegas que hayan examinado críticamente las citas anteriores a la vista de lo que ya sabemos documentalmente de la biografía de JPdR, ni tampoco a los enaltecedores ex post, y los ha habido a millares incluso después de la inhumación del inmortal “Caudillo”, a quienes les haya pasado por la mente. Si me equivoco presento mis excusas a mis amables lectores. Confieso no haber leído todas las biografías de JPdR ni tampoco las de SEJE. Me he preocupado más bien de descubrir nuevos papeles.

Sí algunos, por el contrario, no me permiten dar un ego te absolvo (laico, evidentemente) al líder falangista.

Viene al caso Julián Casanova, ahora lejos del ruido de la prensa española pero que la sigue desde Estados Unidos. Su opinión la ha reiterado recientemente en uno de sus últimos twits que circuló el año anterior (22 de noviembre de 2021). En él previno, y ha repetido ahora, de la tentación de llegar a creer que habría que exonerar a JAPdR, por lo mucho que quiso la paz y la reconciliación en su repito, inmortal testamento, al que sus descendientes se remiten.

En historia, ¡ay!, existe otro relato. Es, exactamente, al contrario: el hoy por algunos (muchos, al decir del PP y VOX) todavía añorado líder falangista no buscó ni la paz ni mucho menos la reconciliación. Antes del 18 de julio estuvo plenamente al corriente de lo que se tramaba con la ayuda de una potencia extranjera y contribuyó a ello en lo que pudo (que no fue mucho).

Desde el primer momento, al igual que los monárquicos alfonsinos, en cuyas filas militó al principio (nobleza obliga), JAPdR voló tan pronto como pudo a abrevar en la fuente nutricia (ideológica y financiera) del fascismo. Cabe discutir en qué medida las ideas de Mussolini entraron a formar parte del mapa político y sicológico del hijo del antiguo dictador. No soy un exégeta de lo que en alguna ocasión he denominado su insondable pensamiento, a la manera en que se hizo durante muchos años durante la larga dictadura de Franco.

¿He de recordar aquí al inefable Centro de Estudios Joseantonianos en el que trabajó un tal Agustín del Río Cisneros? Me permito señalar que su desciframiento dio de comer -y mucho más- a incontables comentaristas en aquellos tiempos difíciles para una gran mayoría de españoles.  Los amables lectores podrían echar un vistazo al siguiente artículo https://elcorreodeespana.com/historia/869953025/Ser-joseantoniano-hoyMe-presento-como-prueba-testifical-Por-Enrique-de-Aguinaga.html para hacerse una idea de lo que algunos todavía consideran necesario no recordar.

Existen tantas biografías del entonces marqués de Estella que no sabría por dónde empezar. Pero sí me acuerdo de uno de los libros sobre él que leí y que todavía conservo en mi biblioteca. Tenía como título El trovador de Falange Española (nada menos) y su autor era un tal Bernd Nellessen. Los lectores que lo deseen pueden echar un vistazo a lo que de tal biógrafo dice su entrada en Wikipedia en alemán (tal vez en ciertos temas algo más fiable que la española) : https://de.wikipedia.org/wiki/Bernd_Nellessen  . Como muchas de las entradas biográficas en tan importante referencia, a veces oculta más de lo que dice.

Ahora bien, para edificación de algunos periodistas, comentaristas de todo y tertulianos de pro me permitiré recordar la significación profunda, incluso para los más iletrados, del informe adjunto a una carta que envió al Duce del fascismo redentor, el 14 de junio de 1936, Don Antonio Goicoechea, líder de Renovación Española.

Fue un personaje del que hoy poco se habla, pero sobre cuyas espaldas recae una responsabilidad monumental. No me refiero a su gestión como comisario de la Banca Oficial durante la guerra y posteriormente gobernador del Banco de España en la postguerra. Su entrada en Wikipedia la amortigua considerablemente y está bastante desfasada: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Antonio_Goicoechea Evidentemente ningún lector ha considerado importante actualizarla. Un descuido.

Pues bien, tal caballero, español por los cuatro costados como Dios manda, ya había avisado al Duce en octubre de 1935 (algo que sigue ocultándose cuidadosamente) de que, si las izquierdas llegaban al poder, aunque fuera por medio de elecciones, ellos, los monárquicos y un sector del Ejército, se sublevarían. Podría decirse que quien avisa no es traidor y, ciertamente, de Goicoechea no cabría afirmar que traicionase a Mussolini. Que no lo fuera con respecto a la España que llevaba dos años gobernada por una coalición radical-cedista, implícita y luego explícita, es otra cosa.

En febrero de 1936 la consulta al pueblo soberano dio una corta mayoría a la coalición electoral del Frente Popular (aviso a navegantes: según algunos doctos historiadores,  ello ocurrió gracias al engaño, a la coacción y a las malas artes típicas de las izquierdas,  como quedó registrado en páginas inmortales en el Dictamen sobre la ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936, pero a cuya versión actualizada por dos eminentes autores cabe oponer la valoración que han recibido, sin dar respuesta, en https://ojs.ehu.eus/index.php/HC/article/view/19831).

También se han silenciado las implicaciones que tuvo el hecho, quien avisa no es traidor, que la confidencia de Goicoechea a Mussolini se puso en marcha casi de inmediato. Por si las moscas.

El caso es que Goicoechea, Calvo Sotelo y JAPdR (sí, el señor marqués de Estella) hicieron honor al estimulante proyecto transmitido a Mussolini nueve meses antes.  El informe, sucinto, de sus actividades durante la primavera de 1936  lo envió a Roma el posterior gobernador del Banco de España, siempre adicto a las “pelas”.

Subrayo que no me corresponde el mérito de haber descubierto carta e informe. Lo hizo un historiador italiano, Massimo Mazzetti. Los dio a conocer en 1979 (hace más de 40 años), no sin cometer algún que otro error. Los analizó y comentó mi buen amigo el profesor Ismael Saz en su libro Mussolini contra la Segunda República, publicado por la Fundación Alfons El Magnànim de Valencia en 1986. Lógicamente se refirió a Mazzetti.

¿Y qué ha ocurrido en España? Pues que son escasos los historiadores de derechas, y sobre todo ningún político de tal orientación, por no hablar de la ultraderecha, o que ningún periodista de las mismas, se han dignado echarles un vistazo crítico y, como es obvio, encuadrarlos debidamente. Son, por cierto, títulos muy conocidos en la Universidad española.

Sin embargo, como la historia nunca es definitiva casi siempre es posible decir algo más o sea dar un paso hacia adelante. Es lo que servidor intentó hacer con una monografía titulada expresivamente ¿Quién quiso la guerra civil? (Crítica, 2019).  Nadie podrá acusarme de querer dar gato por liebre con el título.

(continuará)

Nota: el próximo martes es el 1º de noviembre, día de todos los santos. No quisiera que la continuación de este post coincidiera con tal fecha. No deseo que ello pueda llevar a comentarios extemporáneos. Por ello, se publicará el 8 de noviembre.