Manuel Fraga Iribarne, Londres, noviembre de 1975 (I)

7 mayo, 2014 at 1:55 pm

Como es notorio el exministro de (Des)Información y Turismo fue nombrado embajador en Londres en 1973. Unos días antes del fallecimiento de Franco, lord Mountabatten, primo de la reina Isabel II y tio de su esposo el duque de Edimburgo, maniobró para organizar un encuentro entre Fraga y el primer ministro laborista Harold Wilson. En aquellas circunstancias tan especiales, este último se declaró dispuesto. Naturalmente solicitó información sobre el embajador. Un presidente del Gobierno no puede hablar con un representante extranjero en una situación políticamente límite sin haber echado, por lo menos, un vistazo a unos cuantos papeles preparados especialmente. Debían contener lo esencial sobre el interlocutor.

De entrada se dijo a Wilson algo evidente para quienes seguían de cerca los asuntos españoles. Fraga tenía en España numerosos seguidores, sobre todo en la derecha y en el centro-derecha. Cualesquiera que fuesen los acontecimientos que se produjeran tras la muerte de Franco, era altamente probable que tuviese gran influencia en los seis meses siguientes (acertaron). Menos seguro era que pudiese llegar alcanzar una posición de máximo poder (acertaron) porque ello dependería en gran medida de aspectos que escapaban a su control (acertaron). Su puesto en Londres le había cogido fuera de España cuando se produjo el asesinato de Carrero (cierto) y no tardó en darse cuenta de que algunos “liberales” le habían arrebatado su ropaje mientras él se paseaba por Hyde Park.

En febrero de 1975 Fraga había viajado a Madrid con la esperanza de lanzar una asociación política. Encontró que las condiciones para hacerlo eran demasiado restrictivas incluso para él. En julio había montado con algunos allegados políticos una sociedad (FEDISA) para difundir sus ideas. Ello le permitió mantenerse con un perfil elevado de cara a la opinión pública sin comprometerse más con un régimen absolutamente moribundo (sic).

Lo que se sabía en el Foreign Office de las aspiraciones de Fraga se enunció sucintamente como sigue:

  1. Dividía el complejo espectro político español entre ultras (que no querían cambios), evolucionistas (entre quienes se auto-incluía) y la izquierda (que preconizaba la ruptura con el pasado).
  2. En los dos primeros años tras la muerte de Franco consideraba necesarias varias medidas. Al embajador norteamericano en Londres le había dicho que, tal y como  había recomendado a Juan Carlos, en una primera tacada tres serían imprescindibles: a) un cambio de gobierno para demostrar quién mandaba; b) revisar la estructura de las Cortes y crear dos cámaras –una elegida y la segunda de tipo “corporativo”, en la que figurarían miembros de designación real. Habría que hacerlo rápidamente por decreto-ley y someter la modificación a referéndum; c) liberalización política, con legalización de todos los partidos, salvo el comunista, y elecciones a celebrar en un plazo de año y medio. Como el lector apreciará no acertó en ninguna.
  3. En relación con el PCE, pensaba que no debería ser legalizado en los cinco a diez años siguientes.  Su continuada prohibición permitiría echar raíces a los demás partidos y al nuevo sistema. En el Foreign Office se ignoraba lo que Fraga pudiera pensar acerca de cómo tratar a los comunistas durante tan largo período.

Sobre las perspectivas inmediatas del todavía embajador era muy remota, se informó a Wilson, la posibilidad de que Juan Carlos le eligiese como presidente del Gobierno. No se creía que disfrutase ni de la confianza ni del respeto del futuro monarca. El propio Fraga reconocía que sus posibilidades no dependían de él. Dependerían de la evolución y, sobre todo, de dónde radicasen las dificultades principales, si a la derecha o a la izquierda. Su mantra era que “si lo que se necesitaba era alguien que hiciese colaborar a la derecha y al centro, y que se comportasen sensatamente, él era el hombre”.  Sin embargo, Fraga reconocía también que el escenario podría ser tal que su papel resultase menos decisivo. No se había granjeado apoyo alguno con las fuerzas políticas a la izquierda del centro y ello limitaba sus posibilidades.

No faltó un toque mínimo sobre la persona para completar el amplio currículum. Fraga era despiadado (ruthless) y extremadamente ambicioso. Tenía rasgos profundamente autoritarios, a pesar de que muchas de sus manifestaciones se hacían en términos “liberales”. La opinión pública en España estaba muy dividida con respecto a él pero se le reconocía un futuro político importante. Hablaba inglés, atropelladamente, en cascada y sin parar. Muy propio del personaje.

(continuará)

Represión, ¿pero de quién?

2 mayo, 2014 at 10:50 am

En primer lugar hay que señalar que la represión republicana ha sido objeto de análisis muy detallados tanto en el plano cuantitativo como cualitativo. Se inició tras el fracaso relativo de la sublevación y se desarrolló en los primeros cinco o seis meses de las hostilidades. A principios de 1937 ya no era ni sombra de lo que fue y fue reduciéndose hasta llegar a mínimos. A diferencia de lo que ocurrió en la zona franquista.

Numerosos historiadores desde los pioneros (Francisco Espinosa, Francisco Cobo, Francisco Gómez Moreno) hasta la más rabiosa actualidad (Encarnación Barranquero, José Luis Ledesma –de quien se espera ansiosamente una tesis doctoral que lleva diez años en elaboración) pasando por Paul Preston con su Holocausto español han aportado conocimientos indispensables. Por mucho que se desgañiten los historiadores neofranquistas ninguno de ellos ha efectuado percées tan importantes como las hechas por quienes no lo son.

El lector que quiera echar un vistazo a este tema no puede hacer mejor que acudir a un libro reciente, coordinado por Peter Anderson y Miguel Ángel del Arco, Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la guerra civil y el franquismo. Acaba de aparecer en Comares, una editorial granadina que se ha hecho una reputación en estudios académicos muy innovadores sobre la guerra civil y la dictadura.  Dividido en cuatro partes (La violencia en la zona rebelde, La violencia en la zona republicana, Represión y resistencia de posguerra y Afrontando al pasado) contiene diez ensayos que son diez auténticas joyas. No se escamotean los temas difíciles. Paul Preston ha escrito un iluminador ensayo sobre un general terrorista y asesino, hoy todavía yacente en nada menos que la catedral de Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano, y una relativamente recién llegada a la gran historia, Maria Thomas, aborda con un abundante aparato conceptual y sustentado en evidencia primaria la gran mancha de la República, el asesinato de una parte sustancial del clero regular y secular. Lucía Prieto y Encarnación Barranquero estudian las características esenciales de la violencia republicana y su aplicación al caso de Málaga (también la venganza, con la figura actuando en el trasfondo de Carlos Arias Navarro), con nuevos descubrimientos que ponen de relieve hasta qué punto la justicia republicana jugó un difícil papel entre la legalidad y los principios por una parte y la exaltación de las masas por otro.  Peter Anderson estudia cómo el Gobierno de SM británica quiso cerrar, y cerró, los ojos ante la violencia franquista y se refugió en la acometida por los republicanos aunque siempre estuvo al tanto de lo que pasaba en la zona ocupada por el Ejército de Franco (y en donde algunos de sus cónsules hicieron gala de un comportamiento algo más que indigno para disimularla en todo lo que pudieron). Tres especialistas muy conocidos Gutmaro Gómez Bravo (para la implicación eclesiástica en la represión penal –esa que siempre se olvida y a la que nunca, en lo que yo sé, ha hecho la menor referencia ese cruzado redivivo que es el cardenal Rouco Varela), Jorge Marco (innovador estudioso de una guerrilla abandonada a su suerte desde el extranjero, a diferencia de lo que ocurrió en la Europa ocupada por  el nazi-fascismo) y el propio Miguel Angel Blanco con un estudio de las pequeñas y, ¡oh!, cuán simbólicas, pequeñas resistencias tras la sangrienta VICTORIA de 1936) entran en los duros años de la postguerra. Por último Michael Richards aborda el debatido tema de la memoria de la guerra y Antonio Míguez la cuestión de la impunidad por los crímenes del franquismo.

Todos los ensayos, insisto, están basados en la aplicación de los conceptos heurísticos, epistemológicos y analíticos más modernos pero nada de ello serviría de nada si no se sustentaran sobre una poderosa base empírica.

Reseñar cómo se articulan unos y otra no es algo que pueda hacer en este post. Sí puedo lanzar un desafío a mis amables lectores para que busquen y encuentren algo similar por el lado de los autores que han encontrado una mina de oro en la denigración constante de los vencidos.

Por cierto, como ya he señalado en alguna otra ocasión, nada de lo que antecede empaña el tema de las responsabilidades. ¿Quién se preparó para una guerra desde febrero/marzo de 1936?, ¿quién ha estado dando cobijo a las patrañas y exageraciones de una primavera tumultuosa al término de la cual debía haberse creado la sensación de un estado de necesidad que justificase una sublevación? Siempre volveremos a la misma cuestión.

30 abril, 2014 at 5:50 pm

75 años despues

Reseña de un libro sobre la guerra civil

30 abril, 2014 at 5:23 pm

75 años despues

Archivos abiertos, archivos cerrados

29 abril, 2014 at 8:49 am

Como he indicado en posts anteriores, el actual ministro de Asuntos Exteriores tomó hace algún tiempo una decisión drástica: trasladar los fondos documentales de su Departamento ministerial al Archivo Histórico Nacional (AHN) y al General de la Administración (AGA). Al primero fueron a parar los fondos hasta 1931, una fecha señera en la historia española. Al segundo los posteriores hasta 1981 o 1982. Supongo, pero no lo sé, que el Ministerio se habrá quedado con algunos de este segundo período porque, verosímilmente, no le vendría mal acudir a ellos para eventuales negociaciones en ciertos ámbitos sensibles.

Este traslado levantó la protesta de innumerables investigadores españoles y extranjeros. De un golpe, el Señor García-Margallo pareció remedar la conducta archivística de los antiguos líderes soviéticos. Hoy esta afirmación debo matizarla.

Entre los historiadores ya ha corrido la información de que el AHN, con una diligencia que le honra, ha reabierto los fondos recepcionados. Al menos los investigadores interesados podrán seguir escudriñando las relaciones exteriores de España desde el año de Maricastaña hasta 1931. Es muy de agradecer que el Señor García-Margallo no se haya opuesto a tal medida, aunque evidentemente también en los fondos del XVIII o del XIX pueden encontrarse algunas que otras culebras.

Ahora bien, los fondos desde 1931 siguen cerrados a piel y canto en el AGA. Estos, evidentemente, son más sensibles. Empezando por los de la siempre maldecida República (una catástrofe para España según algunos de los esclarecidos líderes del PP), pasando por los de la guerra civil (que desmontan muchos de los mitos caros al franquismo y a la derecha española y, por supuesto, a los historiadores que han hecho y hacen su agosto con ellos) y, sobre todo, los del franquismo.

Las razones del cierre no son fáciles de discernir en cuanto a su importancia relativa pero apostaría a que entre ellas se encuentran algunas como las siguientes: i) la enorme masa de documentación, no fácil de examinar y de recatalogar, caso de que se considerara necesario; ii)  la no dotación de personal y medios adicionales al AGA para que pueda llevar a cabo esa tarea con la premura necesaria y no machaque durante mucho tiempo las investigaciones, las tesis doctorales, los libros o los artículos de centenares de historiadores españoles y extranjeros (un buen ejemplo de la MARCA ESPAÑA de la que el Sr. García-Margallo se ha hecho adalid); iii) la falta de apoyo intelectual y logístico de los funcionarios del MAEC a los sufridos archiveros del AGA, sin duda porque la diplomacia española tiene temas más urgentes de que ocuparse; iv)  el poco interés en que el AGA avance rápidamente en la tarea y v) la noción, cara a muchos diplomáticos, sobre todo de entre los escorados hacia la derecha o la extrema derecha, de que no conviene despertar a las serpientes venenosas que duerman entre los legajos desde 1936.

Por si este fuese el caso (que, desgraciada o afortunadamente conozco por experiencia propia desde hace muchos años) me apresuro a señalar una contradicción y dos notas esenciales.

La contradicción: si la política exterior española, bajo la luminosa guía del anterior Jefe del Estado, fue una sucesión ininterrumpida de éxitos (esta, al fin y al cabo, es la tonadilla que ha inspirado los gruesos mamotretos del simpar académico profesor Luis Suárez Fernández), ¿por qué no poner al descubierto la presciencia, la “hábil prudencia”, la capacidad de trabajo sobrehumana de Francisco Franco? O, al contrario, ¿es que el Señor García-Margallo tiene dudas al respecto y prefiere que no se mire muy de cerca?

La primera nota: los archivos de Exteriores han sido bastante trabajados para la guerra civil y el franquismo. Son incontables los historiadores españoles y extranjeros que los han destripado. No se trata, pues, de fondos ignotos. Quedan, eso sí, aspectos poco conocidos.

La segunda nota: las más importantes serpientes, aquéllas que se enlazan en los dos grandes éxitos de Franco, la no-beligerancia en la segunda guerra mundial y su sagacidad galaica a la hora de negociar con Estados Unidos, tienen dos características. Una, que no colean del todo en los archivos de Exteriores sino en los de otros Ministerios o en archivos privados. Otra, que por lo que ya se sabe, o se pondrá de manifiesto en el futuro, la prudencia, la sagacidad, la superinteligente estrategia de Franco pueden arrumbarse tranquilamente y consignarlas allí donde deben ir a parar: a la basura.

No pido al Señor Ministro que sepa mucho de la historia de la política exterior española de lo que él, en alguna ocasión, en las Cortes caracterizó como “dictadura” (tal vez un mero lapsus linguae). Pero sí puede pedírsele que invite, por ejemplo, a su Subsecretario o a su Secretaria General Técnica a que coopere urgentemente con el AGA para ver si no hay que esperar diez o doce años más hasta que se reabran los fondos a los que trata con una displicencia similar a la que mostraron los soviéticos.

Una avalancha de literatura académica sobre la guerra civil

25 abril, 2014 at 12:38 pm

Por encargo de la dirección de una revista académica española en los últimos meses hemos estado colaborando en la preparación de un número monográfico más de una treintena de historiadores españoles y extranjeros. De, al menos, tres generaciones; de un numerosas universidades españolas y no españolas; hombres y mujeres; con especializaciones muy diversas. La idea ha estribado en que analizáramos, desde el punto de vista de su particular relevancia como expertos, la literatura española aparecida desde 2006, cuando tuvo lugar el primer congreso internacional sobre la guerra civil en Madrid, hasta el año 2013. Para los autores extranjeros el período a considerar es mucho más amplio. No son frecuentes, en efecto, análisis bibliográficos sobre literatura extranjera, excepto quizás las más próximas a nosotros, es decir, la francesa o la inglesa. En esta ocasión la red se ha extendido de forma mucho más amplia: abarca, por ejemplo, la literatura nórdica y la de los antiguos países del Este. En estos casos, nunca, que yo sepa, se había hecho algo similar en España.

Una treintena de artículos, en grados diferentes de revisión en la actualidad, han explorado no menos de quinientos o seiscientos títulos. Cuando la revista aparezca el próximo otoño habrá ocasión que comentar sus resultados. En mi impresión personal los historiadores españoles podemos estar tranquilos.

  1. A pesar de todas las dificultades creadas por la evolución política en algunas Comunidades Autónomas y al nivel del Gobierno central, la revisión de los mitos de la historiografía franquista avanza de manera implacable. La combinación de la nueva evidencia primaria relevante de época que ha ido emergiendo de penosas investigaciones en archivos generales, provinciales y locales y de nuevos métodos y perspectivas analíticos aplicados a su interpretación ha alcanzado grados de sofisticación notables.
  2. Como ocurre en el resto de los países miembros de la Unión Europea, y en muchos fuera de ella, las historias nacionales han solido cultivarse, en primera línea, por historiadores de los correspondientes países. Ello nunca ha impedido, obviamente, que historiadores de otra nacionalidad se ocupen también de las mismas. Los británicos han hecho grandes aportaciones a las historias de, por ejemplo, Alemania, Francia, Italia, Rusia y, por supuesto, España. Lo mismo ocurre con respecto a otros países por parte de historiadores franceses, alemanes, norteamericanos, italianos. Esta hibridación es normal y debe saludarse con entusiasmo. ¿Qué sería de nosotros sin la mirada profunda, y no española, de Paul Preston, Helen Graham, Gabriel Jackson y tantos otros? ¿Cómo no saludar la escuela de historiadores británicos sobre España que ha creado el primero?
  3. Lo que no era nada normal era que la historia contemporánea de España se hiciera básicamente desde el exterior. El franquismo, hipernacionalista o hiperespañolista, nunca estuvo en condiciones de admitir que historiadores españoles escribieran la historia de su propio país en relación con las épocas conflictivas: República, guerra civil, dictadura. Sin exagerar en lo más mínimo puede decirse que la historia de la contemporaneidad española se hace hoy, esencialmente, en España.
  4. A pesar de ello, muchas editoriales españolas sienten un gran respeto hacia lo que producen historiadores extranjeros, con independencia de que su calidad sea buena, regular, mediocre o deleznable. Casi todo se traduce. Sin embargo, y como la experiencia demuestra hay países como Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos en los que todavía no ha penetrado en ciertos círculos de historiadores la debelación sistemática del canon franquista que se ha producido en España.
  5. Esto es muy notable en los antiguos países del Este. El colapso del comunismo y de su ideologizada historiografía ha dejado un vacío que han empezado a rellenar, con respecto a España, historiadores improvisados cuyo única baza es que son  suficientemente anticomunistas. Todo lo que huela a izquierdismo en la literatura española es, por definición, sospechoso y rechazable. España se ve a la luz de sus experiencias propias.

¿Debe esto preocuparnos? Sin duda es molesto pero la culpa, si la hay, no radica en los historiadores españoles. En cualquier caso,  la batalla por la historia no se da en el extranjero. Se da, y se dará, en nuestro país. De aquí que la constatación de que en los últimos siete u ocho años se hayan identificado varios centenares de títulos sobre las más diversas temáticas en relación con la guerra civil es una noticia nada desdeñable.

Es una muestra, en efecto, de que los historiadores españoles estamos cumpliendo con nuestro deber.  Hemos sometido el canon franquista a la dura prueba de la contrastación empírica y epistemológica. Aunque sobreviven autores pro o neofranquistas, como demuestran desgraciadamente muchas de las entradas del Diccionario Biográfico Español, podemos estar razonablemente seguros de que el futuro no les pertenece. De hecho, en mi opinión, ni siquiera tienen futuro.

El académico de la historia Luis Suárez Fernández: algunos errores fácticos de principiante (II)

22 abril, 2014 at 3:37 pm

Desde siempre, la reunión entre Franco y Hitler en Hendaya, con presencia de Serrano Suñer, se ha prestado a la mitologización y a la desfiguración. El profesor Suárez es uno de quienes más se ha distinguido en esta interesante y, suponemos, lucrativa labor. No es, ciertamente, el único ya que ambas características forman parte integrante del ADN de la dictadura franquista y reflejan el deseo de presentar una imagen sobrehumana de aquel salvador de la PATRIA que dijo virilmente NO, casi cara a cara, al entonces “amo de Europa”.

Sin detenernos en esa labor que nuestro ilustre académico tanto repudia como es la de interpretar, nos limitamos a destacar nuevos errores fácticos. A saber: “El 23 de octubre (…) [Serrano] discutió con von Ribbentrop (…) y se negó a firmar el protocolo que comprometería a España a iniciar las hostilidades. A las dos de la madrugada del día 24, Serrano y Franco redactaron, en el palacio de Ayete, un nuevo protocolo que los alemanes no podían aceptar”. Difícilmente.

Por supuesto a muchos lectores esto les sonará quizá a chino.  Según la mitología franquista, Hitler habría empezado la entrevista afirmando que “soy el dueño de Europa y como tengo doscientas divisiones a mi disposición no hay más que obedecer”. Esta fabulación se debe al intérprete Luis Álvarez de Estrada, barón de las Torres. Puede tirarse tranquilamente a la basura. El autor no fue buen sicólogo sino también un mal note taker. Basta con comparar la “minuta” española y la alemana que se conserva en su primera parte. En cuanto al nuevo protocolo se trató, simplemente, de una alteración solo muy relativa del proyecto enviado previamente por los alemanes. Como es lógico. El abogado del Estado que era Serrano Suñer sugirió algunas modificaciones en el texto de los artículos 2 y 3. Se referían a la adhesión a los Pactos Tripartito y de Acero. Inmediatamente las aceptaron los alemanes. El profesor Suárez cree en las poco fiables memorias de Serrano según las cuales él y el CAUDILLO estudiaron el proyecto “en el que en términos claros, se establecía el compromiso, para España, de entrar en la guerra en el momento en que Alemania así lo considerase necesario”. Llenos de santa furia (¡estos tíos nos toman como el pito del sereno!) le dieron la vuelta como a un calcetín. Muy patriótico pero, desgraciadamente, no es verdad. Lo que cambiaron fue el artículo 5º, que aludía a la compatibilidad entre los deseos africanos de las dos potencias del Eje y los españoles que, con la adhesión al Pacto de Acero, se incorporaban al proyecto nazi-fascista. En contra de lo que presumió Serrano, era el artículo 4º el que se refería a la fecha de entrada en guerra y en él no se produjo absolutamente ninguna modificación. ¿Por qué? Pues porque italianos y alemanes estaban de acuerdo en dejar a Franco que estableciera dicha fecha de común acuerdo entre los tres países.

Puesto ya a engañar a sus lectores, Suárez oculta cuidadosamente que lo que sí se firmó fue la adhesión española al Pacto de Acero por lo que, en términos estrictos de derecho internacional, España rompió su neutralidad. ¿Acaso ignora las explicaciones, ya muy antiguas, que al respecto ofreció Antonio Marquina? ¿Es que dicha ruptura no se merece ni una línea?  Algo similar no había ocurrido durante la Monarquía, la República o la guerra civil y no volvió a repetirse hasta 1953.

Tras estos pelillos a la mar hay que ver también con lupa otro errorcillo fáctico. Suárez afirma que, en su visita a Berchtesgaden en noviembre de 1940, a Serrano le exigió von Ribbentrop “establecer una base en Canarias”. A lo cual, el ministro español, probablemente impulsado por la defensa de la sagrada independencia nacional, se negó. ¡Tres hurras a tan esforzado prócer! Se trata sin embargo de una afirmación que no corresponde a la realidad.  La petición de una base en Canarias se le había hecho en su viaje a Berlín en septiembre. Serrano no estaba autorizado para aceptarla. Franco obviamente le apoyó y…. los alemanes no tardaron en renunciar a ella. ¿Acaso no ha leído Suárez los documentos publicados de política exterior alemana?. Pues son bastante corrientitos.

Existen más errores fácticos e insinuaciones benevolentes sobre la actuación de Serrano, presentado desde el lado más amable posible. Entrar en matices requeriría disponer de un espacio superior al de un post o dos. Pero no se preocupe el amable lector. Ya detallaré –desgraciadamente con interpretación- algunos otras equivocaciones todavía más burdas y contrastaré la metodología de nuestro ensalzado académico para abordar lo que presenta como “hechos”.

La historia política, militar o de relaciones exteriores es algo que hoy parece “vetusta” a ciertos autores. Sin embargo, las decisiones que en esos campos se toman tienen implicaciones sobre la sociedad y sobre un pasado que no termina de pasar. Soy de quienes creen que no conviene dejarlas de lado. Suárez está en su buen derecho de entonar innumerables loas a Serrano y a Franco. También, por supuesto, al “régimen autoritario” pero no me parece correcto hacerlo manipulando o ignorando la evidencia. “Alguien” en la Real Academia de la Historia hubiera debido percatarse de ello.

El académico de la historia Luis Suárez Fernández: algunos errores fácticos de principiante (1)

15 abril, 2014 at 10:25 am

Desde siempre, la reunión entre Franco y Hitler en Hendaya, con presencia de Serrano Suñer, se ha prestado a la mitologización y a la desfiguración. El profesor Suárez es uno de quienes más se ha distinguido en esta interesante y, suponemos, lucrativa labor. No es, ciertamente, el único ya que ambas características forman parte integrante del ADN de la dictadura franquista y reflejan el deseo de presentar una imagen sobrehumana de aquel salvador de la PATRIA que dijo virilmente NO, casi cara a cara, al entonces “amo de Europa”.

Sin detenernos en esa labor que nuestro ilustre académico tanto repudia como es la de interpretar, nos limitamos a destacar nuevos errores fácticos. A saber: “El 23 de octubre (…) [Serrano] discutió con von Ribbentrop (…) y se negó a firmar el protocolo que comprometería a España a iniciar las hostilidades. A las dos de la madrugada del día 24, Serrano y Franco redactaron, en el palacio de Ayete, un nuevo protocolo que los alemanes no podían aceptar”. Difícilmente.

Por supuesto a muchos lectores esto les sonará quizá a chino.  Según la mitología franquista, Hitler habría empezado la entrevista afirmando que “soy el dueño de Europa y como tengo doscientas divisiones a mi disposición no hay más que obedecer”. Esta fabulación se debe al intérprete Luis Álvarez de Estrada, barón de las Torres. Puede tirarse tranquilamente a la basura. El autor no fue buen sicólogo sino también un mal note taker. Basta con comparar la “minuta” española y la alemana que se conserva en su primera parte. En cuanto al nuevo protocolo se trató, simplemente, de una alteración solo muy relativa del proyecto enviado previamente por los alemanes. Como es lógico. El abogado del Estado que era Serrano Suñer sugirió algunas modificaciones en el texto de los artículos 2 y 3. Se referían a la adhesión a los Pactos Tripartito y de Acero. Inmediatamente las aceptaron los alemanes. El profesor Suárez cree en las poco fiables memorias de Serrano según las cuales él y el CAUDILLO estudiaron el proyecto “en el que en términos claros, se establecía el compromiso, para España, de entrar en la guerra en el momento en que Alemania así lo considerase necesario”. Llenos de santa furia (¡estos tíos nos toman como el pito del sereno!) le dieron la vuelta como a un calcetín. Muy patriótico pero, desgraciadamente, no es verdad. Lo que cambiaron fue el artículo 5º, que aludía a la compatibilidad entre los deseos africanos de las dos potencias del Eje y los españoles que, con la adhesión al Pacto de Acero, se incorporaban al proyecto nazi-fascista. En contra de lo que presumió Serrano, era el artículo 4º el que se refería a la fecha de entrada en guerra y en él no se produjo absolutamente ninguna modificación. ¿Por qué? Pues porque italianos y alemanes estaban de acuerdo en dejar a Franco que estableciera dicha fecha de común acuerdo entre los tres países.

Puesto ya a engañar a sus lectores, Suárez oculta cuidadosamente que lo que sí se firmó fue la adhesión española al Pacto de Acero por lo que, en términos estrictos de derecho internacional, España rompió su neutralidad. ¿Acaso ignora las explicaciones, ya muy antiguas, que al respecto ofreció Antonio Marquina? ¿Es que dicha ruptura no se merece ni una línea?  Algo similar no había ocurrido durante la Monarquía, la República o la guerra civil y no volvió a repetirse hasta 1953.

Tras estos pelillos a la mar hay que ver también con lupa otro errorcillo fáctico. Suárez afirma que, en su visita a Berchtesgaden en noviembre de 1940, a Serrano le exigió von Ribbentrop “establecer una base en Canarias”. A lo cual, el ministro español, probablemente impulsado por la defensa de la sagrada independencia nacional, se negó. ¡Tres hurras a tan esforzado prócer! Se trata sin embargo de una afirmación que no corresponde a la realidad.  La petición de una base en Canarias se le había hecho en su viaje a Berlín en septiembre. Serrano no estaba autorizado para aceptarla. Franco obviamente le apoyó y…. los alemanes no tardaron en renunciar a ella. ¿Acaso no ha leído Suárez los documentos publicados de política exterior alemana?. Pues son bastante corrientitos.

Existen más errores fácticos e insinuaciones benevolentes sobre la actuación de Serrano, presentado desde el lado más amable posible. Entrar en matices requeriría disponer de un espacio superior al de un post o dos. Pero no se preocupe el amable lector. Ya detallaré –desgraciadamente con interpretación- algunos otras equivocaciones todavía más burdas y contrastaré la metodología de nuestro ensalzado académico para abordar lo que presenta como “hechos”.

La historia política, militar o de relaciones exteriores es algo que hoy parece “vetusta” a ciertos autores. Sin embargo, las decisiones que en esos campos se toman tienen implicaciones sobre la sociedad y sobre un pasado que no termina de pasar. Soy de quienes creen que no conviene dejarlas de lado. Suárez está en su buen derecho de entonar innumerables loas a Serrano y a Franco. También, por supuesto, al “régimen autoritario” pero no me parece correcto hacerlo manipulando o ignorando la evidencia. “Alguien” en la Real Academia de la Historia hubiera debido percatarse de ello.

El académico de la historia Luis Suárez Fernández: algunos errores fácticos de principiante (I)

11 abril, 2014 at 10:24 am

Mi crítica no entra en ninguna dimensión ideológica. Me limitaré a pedir prestado, de forma temporal, al profesor Suárez uno de sus principios metodológicos. A saber, hay que atenerse, exclusivamente, a los hechos.

Parto, eso sí, de un supuesto que suele enseñarse en primer curso en las Facultades de Historia. Los hechos son “sagrados”. No entraré a discutir lo que son. Franco ganó la guerra civil. Proclamó la no beligerancia en la segunda guerra mundial. Veamos qué escribe nuestro académico sobre alguno de ese tipo de hechos.

  1. Quizá copiando a su colega Seco Serrano, se empeña en afirmar que “hasta el final del verano de 1940 la orientación de la política exterior correspondió al conde de Jordana”. Difícilmente. Había sido relevado de su cargo en agosto de 1939. Es un hecho.
  2. Recoge que Serrano advirtió al Duce “que España necesitaría de unos veinte años para llevar a cabo su reconstrucción y desempeñar el papel político que en el Mediterráneo se le asignaba”. La primera afirmación es, además de absurda. Ya lo demostró Tusell con documentos italianos al alcance de todos. Serrano habló de dos o tres años solamente. La segunda afirmación plantea un interrogante: ¿quién asignaba a España es papel político? ¿Las potencias fascistas? La respuesta es que Franco, desde antes de que finalizara la guerra civil, se planteaba la posibilidad de participar en una guerra contra las decadentes democracias occidentales. De aquí los planes para una inmensa expansión de la flota y de la aviación aceptados por la nueva Junta de Defensa Nacional. O los preparativos para atacar Gibraltar. ¿No lo sabe nuestro académico? Hubiera convenido que leyese la documentación exhumada por Manuel Ros Agudo. Tiempo ha tenido.
  3. Juega con fechas elementales: “cuando comenzó la segunda guerra mundial, Franco reorganizó el gabinete el 10 de agosto, disminuyendo el peso de los partidarios del Eje”. Difícilmente, puesto que el conflicto europeo se inició el 3 de septiembre con la declaración de guerra contra el Tercer Reich por parte del Reino Unido y Francia. El peso de los partidarios del Eje en el Gobierno franquista no disminuyó. Se incrementó merced a la sustitución del ministro de Defensa Nacional por tres ministros. Uno de los cuales, Varela, no tuvo inconveniente en supervisar los planes para invadir el Marruecos francés; otro, Yagüe, era profundamente proalemán contando con una aviación que dejara chiquita a la RAF y un tercero, Salvador Moreno, se apresuró a echar una mano a los submarinos de la Kriegsmarine a los pocos días de asumir su puesto. Sin incluir a Beigbeder, en su etapa de fervor pro-germánico que sustituyó al más cauto Gómez-Jordana. O a Muñoz Grandes como ministro secretario general del Movimiento.
  4. Presenta a Serrano a favor del Tercer Reich de manera inmediata y a Franco en contra, declarando la neutralidad. Esta declaración fue rápida porque no cabía ninguna otra opción en septiembre de 1939. No existía pugna entre el infalible Caudillo y su no menos endiosado cuñadísimo en el período septiembre 1939-junio de 1940. ¿O ha encontrado evidencia de ello el profesor Suárez? Ambos perseguían sueños imperiales, perfectamente documentados, contra Francia y el Reino Unido.
  5. Tras estas pequeñas puntualizaciones acudo en auxilio al DRAE y encuentro en él la tercera acepción del término “burrada” como “dicho o hecho necio o brutal”. Nuestro eminente historiador afirma que en junio “los alemanes comenzaron a montar la operación Fénix (sic), destinada a conquistar Gibraltar, empleando para ello el territorio español”. Pasemos por alto la curiosa denominación (que repite como renace tan mitológica ave). Precisemos también que los alemanes enviaron a finales de julio a España una pequeña misión militar. Discutió con altos mandos españoles. Se produjeron retrasos por ambas partes. Se entrecruzaron otros temas, más urgentes para los nuevos dioses de la guerra germanos. Ahora bien, con el asesoramiento y colaboración de oficiales y jefes españoles los prolegómenos de la operación FÉLIX se abordaron seriamente en octubre. No se formalizó hasta el 12 de noviembre. Su punto fundamental fue que no se haría nada sin el consentimiento de Franco. ¿No lo sabe el profesor Suárez? Forma parte de lo aceptado desde 1968 cuando se publicó la monografía de Charles Burdick. Incluso ya lo afirmó antes Donald Detwiler. Ha llovido.

[Incidentalmente, para que el lector se solace con el control de calidad de una RAH que aspiraba a conseguir que su Diccionario estuviese a la altura del de Oxford, o incluso lo superase, añadiré que el interlocutor de Serrano en Roma en el verano de 1939 fue, según la entrada, nada menos que el Papa Pio VII].

(Continuará)

La ignorancia y distorsión del pasado, ¿son perdonables?

8 abril, 2014 at 11:59 am
©Peng

©Peng

En el año académico 2007-2008 empecé a dar un curso monográfico en la Facultad de Geografía e Historia de la UCM a alumnos y graduados de todas las Facultades. Lo continué, mejorándolo y modernizándolo, durante cuatro años más. Tras mi jubilación inserté el resumen en un curso sobre historia política española en el siglo XX. Este año, resumido, lo he continuado, gratis, en el Instituto Cervantes de Bruselas.

Una de mis primeras preocupaciones fue determinar qué sabían los alumnos de la guerra civil. Me respondieron a un cuestionario pero no conservé sus respuestas. Me limité a tabularlas. De ello se desprendía que el conocimiento era muy rudimentario. Las fuentes de información eran las familias o amigos (como ocurría a principios de los años sesenta), la TV, alguna prensa (poca) y, dato novedoso, el internet y las redes sociales.

Hace unos meses un colega y amigo mío, Fernando Hernández Sánchez, profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la UAM y autor de dos libros excelentes sobre los comunistas en la guerra y en la posguerra, realizó un experimento similar con sus alumnos. Los resultados fueron estremecedores y, con su amable autorización, me permito divulgar algunos a manera de ejemplo. El 30% no sabía cuantos años estuvo Franco en el poder; el 45% desconocía que fue el maquis; el 72% ignoraba en qué consistió el proceso 1001; el 58% no tenía ni idea de lo que fue el TOP. Más dramático fue el desconocimiento de personajes señeros de la reciente historia de España: 8 de cada 10 no sabían nada de Pasionaria, José Antonio Primo de Rivera, Juan Negrín o el general Mola. Menos mal que el 65% sabía quién es Felipe González y el 54% identificó a Adolfo Suárez.

¿Una generación ignorante? No. Una generación llevada voluntariamente a la ignorancia. El 76% reconoció saber poco o muy poco de los episodios claves de nuestra historia contemporánes pero, a la vez, un 80% quería saber más. El sistema educativo español ha fallado y, peor aún, les ha fallado. Ha fallado a toda una generación, para vergüenza de los responsables nacionales o autonómicos.

Supongo que otros colegas habrán tenido experiencias parecidas a juzgar por la literatura ya disponible sobre el grado de conocimiento e ignorancia de los alumnos que llegan a la Universidad, que se quedan en la ESO o que no pasan del Bachillerato.

Añádanse a ello los “camelos”, las medias verdades o los errores de que están plagados muchos libros de texto de la ESO e incluso de este último. Hernández Sánchez, como especialista en la materia, en algunos cursos de verano de la UCM ha arrojado vitriolo sobre las esperanzas de los profesores universitarios de que en un futuro previsible pueda revertirse aquella tendencia. Los “despistes”, las falsas interpretaciones (en el sentido de que chocan con la evidencia documental y la historiografía disponibles) y las omisiones son de antología. No es de extrañar que muchos jóvenes sean presa fácil de los mitos amamantados por la dictadura y vehiculados hoy por numerosos órganos de opinión, clásicos o novedosos.

Una situación similar no sería perdonable y no se toleraría en países como Alemania, Francia o Bélgica, que son los que conozco mejor, aunque probablemente sí en el Reino Unido, en el que la enseñanza de la historia a nivel secundario está, con honrosas excepciones, por los suelos.

¿Qué hacer? ¿Tirar la toalla? ¿Dejar el campo abierto a los mitógrafos? ¿Seguir escribiendo libros documentados, basados en evidencia incontrovertible y con un análisis lo más próximo a ella? Pero libros que, al fin y al cabo, solo lee una minoría.

Yo aprendí de historiadores extranjeros y españoles que ya no están entre nosotros (Herbert R. Southworth, Manuel Tuñón de Lara, Julio Aróstegui, por no mencionar sino a algunos de los que me han sido más próximos) que quienes escribimos de historia no podemos eludir un deber cívico. Algo que en los siglos XVIII y XIX se daba por sentado. Hoy la historia se ha tecnificado, se ha hecho más impenetrable, también quizá más exacta, pero ha perdido ese vínculo con lo cívico. No es de extrañar que, al contraponerse a tal tendencia, Tony Judt haya adquirido, con razón, un carácter casi icónico.

El Diccionario Biográfico Español pudo remediar a esa situación para las entradas más relevantes en historia contemporánea, es decir, las relativas a la República, la guerra civil y el franquismo. La historia no es, ciertamente, como afirmaba Carlyle la biografía de los grandes hombres. Ni siquiera es el producto intencionado de ellos. Los hombres, grandes y pequeños, la hacen aunque en condiciones dadas, no queridas y, con gran frecuencia, ni siquiera deseadas. Admitiendo, no obstante, que las biografías sirven para algo he sido muy crítico del Diccionario en anteriores posts. Reservo para los dos próximos ejemplos contrastables por cualquier estudiante de grado (no hablaré ya de los colegas) de lo que ha llegado a escribir, tan pancho, una de las egregias figuras de la Real Academia de la Historia.

Continuará.